AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Debe existir un remedio a manos del diablo [John W. Halsted]
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Debe existir un remedio a manos del diablo [John W. Halsted]
La esperanza es ciega, como la fe en los corazones.
A.D —
A.D —
El día era triste; Más bien, todas las mañanas en qué como aquella; mi madre despertaba peor de cómo se había acostado. El sol hacía pocos minutos tenía que haber salido y en verdad, yo sabía de su existencia. Allí debía estar. Grande, iluminando todo a su sombra, indicando a la gente del apremio de levantarse y acudir a sus trabajos, a sus quehaceres. Solo que en esta ocasión su luz era negada a mis ojos gracias a la posición de unas nubes grises que habían llenado París desde hacía dos días seguidos. Jamás me habían agradado los días que como estos mostraban un paisaje melancólico, triste, llenos de sombras y recovecos. ¿Dónde estaba la alegría aquellos días? Por donde fueran mis vivaces ojos, solo encontraba pesadumbre. Y el estado crítico de mi madre, no ayudaba en nada a la hora de mejorar mis días. Todo se había hundido y ya no había fuerzas, para volver a la superficie.
— Mi señora, vuestra madre no ha querido comer el desayuno. ¿Insisto, por un tiempo más? —Me preguntó una voz suave a mi espalda. Aquella era Issya, nuestra doncella desde hacía infinidad de tiempo. Tras un suspiro que enteló la ventana por la que me encontraba observando aquella nublada mañana, me volví hacia ella con una triste sonrisa y negué. Conocía lo terca que podía ser mi madre. No así, su hija pequeña había salido como ella. — Si no se encuentra bien es mejor no obligarla a comer. Y bien sabes lo terca que puede ser cuando no quiere hacer algo. Mejor guardad la comida para en unas horas seguir intentándolo, en algún momento su estómago responderá. — Le recomendé sabiendo que así como llevaba dos días sin comer nada, podría seguir más días de esa forma. Desde la noche del ataque y la recuperación en el hospital, su estado a días había ido empeorando, como su visión. La cual ya ni atisbos de sombras le daba a ver. La desesperación en este caso era total. Nuestro padre asesinado, mi hermano mayor desaparecido, Alyssia buscándole y nuestra madre decayéndose a cada segundo más. Y yo, ya no sabía cómo proceder. Ya solo faltaba por probar nuestro último recurso, acudir a uno de los mejores médicos o por lo menos de quien me habían hablado auténticos milagros en el arte de sanar en sobrenaturales.
— Yssia. — La llamé justo antes de que desapareciera en las cocinas. — ¿Podríais enviar un mensajero de urgencia a llamar a Monsieur Halsted? —Pregunté guardando en aquel hombre, mucha de mis esperanzas y confianzas en que él pudiera mejorar en algo la enfermedad que aquejaba el cuerpo de mi madre. — He oído que se encuentra en la ciudad y antes de que regresara a su Inglaterra natal, me gustaría que pudiera visitarnos. Con urgencia mi madre le necesita y creo podría ser de ayuda en este caso, de aceptar visitarnos.
— Ahora mismo envío al señor William a hacerle llegar el encargo. ¿Se le ofrece algo más, mi señora? — Negué y con un breve asentimiento con la cabeza le dejé abandonar el salón para centrarse en aquella nueva tarea que le había encomendado. Sentándome en uno de los sillones junto a la ventana, oí la conversación que tuvo la joven con el señor William, y alegrándome al oír los pasos del corcel alejándose, lo que debía decir que ya había ido a avisar al médico inglés, subí a la habitación de mi madre donde permanecí velando su silencio mientras mi mano acariciaba distraídamente uno de sus brazos, a la espera de que William regresara junto con Halsted, si aceptaba el trabajo. No podría pagarle seguramente tanto como otros por su servicio, pero esperaba poder tener alguna oportunidad de hablar con él y llegar a un acuerdo. En este instante, sería capaz de vender mi alma al diablo si con ello mi madre sanaba completamente. Suspiré y aguardando los minutos a su llegada, dejé que el tiempo corriera mientras, yo intentaba no decaer más de lo que ya lo estaba. Fueron pasando las horas y ni se sabía nada del médico, ni de William. Agotada y viendo los ojos apagados de mi madre, no podía reprimir el que alguna tímida lágrima escapara de mi control de tanto en tanto durante todo ese tiempo de espera. La sentía tan lejana, tan herida… Me mordí el labio conteniendo las lágrimas que ahora si amenazaban con humedecer mis mejillas y levantándome, tras besarle en la frente y decirle cuanto la quería, me marché a esperar por la llegada del inglés al salón principal, lugar donde le vería solo entrar. Quizás al final de la mañana un rayo de sol se colaba entre aquel inmenso mar de nubes y nos alegraba el día. Quizás.
Alenna Donovan- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 85
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: Debe existir un remedio a manos del diablo [John W. Halsted]
Casi todos los médicos tienen su enfermedad favorita.
-Henry Fielding.
-Henry Fielding.
El trabajo de John en el hospital general de Paris no era muy conocido. La mayoría de los trabajadores del hospital a pesar de conocer su nombre jamás lo habían visto y los médicos o enfermeras con las que había trabajado alguna vez probablemente nunca lo volverían a ver de nuevo. Los estudios que publicaba siempre iban acompañados de uno o dos nombres más y sólo asistía a prácticas y demostraciones cuando era realmente necesario. Para él mantener un perfil bajo era importante mientras se ocupaba de sus investigaciones y luchaba contra su recientemente adquirida adicción, fue por ello que aquella noche le sorprendió encontrar en su escritorio un recado redactado por Lucy el cual le advertía que un mensajero había ido a buscarlo esa mañana.
— Ha preguntado por ti exclusivamente — En ese momento Lucy había entrado por la puerta cargando con ella un par de muestras y expedientes médicos — ¿Qué es lo que ha dicho? — Le preguntó levantando el pequeño pedazo de papel del escritorio — No mucho en realidad, sólo ha dicho que se trataba de su empleadora, que la hija era la que le había pedido que viniera a buscarte, parecía que incluso tenía órdenes de llevarte con él. Se fue muy decepcionado cuando supo que no estabas disponible — Lucy sólo había entrado a la oficina para saludar a John pero al verlo tan sorprendentemente interesado en el asunto había preferido no hacerlo — ¿Eso es lo que le has dicho? — Le dijo antes de que ella pudiese salir por la puerta — No. Le dije que no estabas en ese momento en el hospital pero que yo misma te daría el mensaje. Sólo que la forma en la que lo tomo me hizo pensar que no era la única vez que le decían algo así, seguramente muchos doctores lo habían rechazado ya, o a la hija en todo caso — Lucy espero un momento a que John respondiera — Haré que te preparen un carruaje — Le dijo finalmente antes de salir.
Era muy probable que si se lo proponía pudiese recordar a todas y cada una de las personas a las que les había servido como médico desde que había llegado a Paris, pero era mucho más probable que no pudiese saber quién o quienes lo había ligado a la familia Donovan, cuyo nombre y dirección se encontraba en aquel pequeño pedazo de papel.
Usualmente, John nunca hubiese pensado en aparecerse en aquella mansión, quizá siquiera hubiese tenido la cortesía de responder el recado disculpándose por no poder tomar el caso, no lo hubiese hecho hace 164 años y probablemente no lo haría ahora, sin embargo aquella situación le proponía una pregunta que le resultaba lo suficientemente interesante como para querer encontrarle una respuesta.
Mientras esperaba que el carruaje del hospital estuviese listo abrió uno de los cajones de su escritorio y tomo un par de frascos con la misma substancia opioide que recorría sus venas ahora mismo, en ese momento su estado era estable, no tenía la necesidad de alimentarse y el hambre era equiparable tan sólo a un molesto pensamiento que iba y venía, pero a estas alturas no podía estar seguro de las reacciones que manifestaría su cuerpo, más de una vez la combinación de lo contenido en el frasco y el tipo de sangre usada había demostrado ser muy volátil y lo había puesto en situaciones indeseables las cuales buscaría evitar siempre que fuera posible.
Salió del hospital solamente con un maletín médico y aquel par de frascos en el bolsillo. Cuando el chofer le indicó que estaban a punto de llegar, John tomo de aquel maletín el artefacto que utilizaba para administrarse la substancia. Tomo los dos frascos de su bolsillo y extrajo de cada uno una cantidad igual de líquido, el primer frasco contenía la droga y el segundo sangre fresca. Desabotono una de sus botas y entre el primer y segundo dedo del pie izquierdo introdujo la aguja para luego vaciar el contenido de ambos frascos en su cuerpo.
El efecto era inmediato, cualquier tipo de sensación provocada por su apetito desaparecía de inmediato y el hecho de que él no pudiese manifestar ningún tipo de reacción física hacía parecer como si no hubiese ocurrido nada. Cuando bajo del vehículo le indico al chofer que regresara al hospital, que probablemente alguien lo llevaría a su casa después de su visita. Mientras avanzaba por la entrada de la gran mansión hasta la puerta una idea curiosa se le vino a la mente, y es que está era la primera vez, en toda su vida, que visitaba a alguien como médico.
— Ha preguntado por ti exclusivamente — En ese momento Lucy había entrado por la puerta cargando con ella un par de muestras y expedientes médicos — ¿Qué es lo que ha dicho? — Le preguntó levantando el pequeño pedazo de papel del escritorio — No mucho en realidad, sólo ha dicho que se trataba de su empleadora, que la hija era la que le había pedido que viniera a buscarte, parecía que incluso tenía órdenes de llevarte con él. Se fue muy decepcionado cuando supo que no estabas disponible — Lucy sólo había entrado a la oficina para saludar a John pero al verlo tan sorprendentemente interesado en el asunto había preferido no hacerlo — ¿Eso es lo que le has dicho? — Le dijo antes de que ella pudiese salir por la puerta — No. Le dije que no estabas en ese momento en el hospital pero que yo misma te daría el mensaje. Sólo que la forma en la que lo tomo me hizo pensar que no era la única vez que le decían algo así, seguramente muchos doctores lo habían rechazado ya, o a la hija en todo caso — Lucy espero un momento a que John respondiera — Haré que te preparen un carruaje — Le dijo finalmente antes de salir.
Era muy probable que si se lo proponía pudiese recordar a todas y cada una de las personas a las que les había servido como médico desde que había llegado a Paris, pero era mucho más probable que no pudiese saber quién o quienes lo había ligado a la familia Donovan, cuyo nombre y dirección se encontraba en aquel pequeño pedazo de papel.
Usualmente, John nunca hubiese pensado en aparecerse en aquella mansión, quizá siquiera hubiese tenido la cortesía de responder el recado disculpándose por no poder tomar el caso, no lo hubiese hecho hace 164 años y probablemente no lo haría ahora, sin embargo aquella situación le proponía una pregunta que le resultaba lo suficientemente interesante como para querer encontrarle una respuesta.
Mientras esperaba que el carruaje del hospital estuviese listo abrió uno de los cajones de su escritorio y tomo un par de frascos con la misma substancia opioide que recorría sus venas ahora mismo, en ese momento su estado era estable, no tenía la necesidad de alimentarse y el hambre era equiparable tan sólo a un molesto pensamiento que iba y venía, pero a estas alturas no podía estar seguro de las reacciones que manifestaría su cuerpo, más de una vez la combinación de lo contenido en el frasco y el tipo de sangre usada había demostrado ser muy volátil y lo había puesto en situaciones indeseables las cuales buscaría evitar siempre que fuera posible.
Salió del hospital solamente con un maletín médico y aquel par de frascos en el bolsillo. Cuando el chofer le indicó que estaban a punto de llegar, John tomo de aquel maletín el artefacto que utilizaba para administrarse la substancia. Tomo los dos frascos de su bolsillo y extrajo de cada uno una cantidad igual de líquido, el primer frasco contenía la droga y el segundo sangre fresca. Desabotono una de sus botas y entre el primer y segundo dedo del pie izquierdo introdujo la aguja para luego vaciar el contenido de ambos frascos en su cuerpo.
El efecto era inmediato, cualquier tipo de sensación provocada por su apetito desaparecía de inmediato y el hecho de que él no pudiese manifestar ningún tipo de reacción física hacía parecer como si no hubiese ocurrido nada. Cuando bajo del vehículo le indico al chofer que regresara al hospital, que probablemente alguien lo llevaría a su casa después de su visita. Mientras avanzaba por la entrada de la gran mansión hasta la puerta una idea curiosa se le vino a la mente, y es que está era la primera vez, en toda su vida, que visitaba a alguien como médico.
John W. Halsted- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 27/06/2015
Re: Debe existir un remedio a manos del diablo [John W. Halsted]
Cuando menos te lo esperas, la luz del sol te alumbra
y todo cambia como del día a la mañana.
A.D —
y todo cambia como del día a la mañana.
A.D —
El estado de su madre no mejoraba conforme iban pasando las horas, pero también podía tener que ver con que sus expectativas y su esperanza se viese ahogada por los acontecimientos pasados y ahora, para terminar de empeorar la situación, el medico que había mandado a llamar no se encontraba disponible. Más de cinco veces ya iba la misma escusa. Lo oía una y otra vez, y en ninguna de ellas veía un claro porqué a tanta negación. Quizás su familia no fuese reyes, ni nobles, aún menos adinerados importantes, pero podría permitirse, no sin esfuerzo la verdad, pero podría permitirse pagarles sus altos honorarios o gran parte de ellos, aún a riesgo de quedarme sin sustento. Ya que mientras ella estuviera bien cuidado y motorizada por algún médico que pudiese ayudarla, la salud propia, podría pasarla por alto, ya que Alenna siempre podía conseguir comida de las calles o rebuscando la sobra en la basura de los vecinos. Ya anteriormente lo había hecho miles de veces, cuando el negocio iba mal y era demasiado pequeña para trabajar en las prendas. Así mismo también lo había hecho cuando el ataque de los inquisidores la dejó a su hermana y a ella, sin un padre, un hermano y con su amada madre a las puertas de la muerte. Y ahora, casi medio año después de ese terrible y trágico suceso, cuando las cosas habrían tenido que ir a mejor, las cosas no parecían querer mejorar y aquel señor Halsted, que era la última oportunidad para que su madre pudiese recuperarse, de nuevo, como tantos otros médicos antes, les daban la espalda y a la cambiante canina, ya se le agotaban las fuerzas.
— Puedes irte, — dijo entrando en la habitación donde se hallaba su madre en completo silencio para no perturbar sus horas de sueño — ya me quedaré yo con ella, velando que no se haga daño… puedes quedarte tranquila, yo cuidaré de ella. — susurró al ver como la joven doncella que cuidaba de mi enferma madre se encontraba dubitativa de irse al verla aparecer tan sigilosa. Le sonrió y tomando la silla de al lado la cama que ocupaba su madre, finalmente la joven pareció acceder a su petición y tras una sonrisa cansada se fue dejándolas solas. Únicamente la luz del único candelabro abierto, era el foco de claridad que tenían puesta en la habitación que siempre estaba apenumbrada, para no molestar a la enferma. Alenna se acercó a su lado y acomodó mejor las mantas para que mantuviese el calor.
El cuerpo antes esbelto de su madre, ahora no era más que la débil sombra de lo que había sido. Parecía estar hecha de huesos finos y la cadera generosa de antaño, la había perdido irremediablemente. Suspirando al acomodar uno de sus brazos, en que apreció bajo su disgusto y preocupación más huesos que carne y sintiendo sus ojos al punto del llanto de nuevo como las últimas semanas, se mordió el labio conteniendo sus impulsos de desfallecer ahí mismo y llorar como la noche anterior completamente desfallecida por los sucesos y la mala suerte que arrastraban. No quería que su madre la viese en ese estado, por eso, conteniéndose y respirando hondo, regresó a la silla donde sentándose cuidó de ella y de que nadie, ni nada, perturbara su sueño.
Pasaron las horas y sin darse cuenta, en su vigilia cuidándola, la extenuación de aquellos meses le pasó factura y cayó dormida. Sin darse cuenta sus ojos se cerraron y relajándose, su cuerpo descansó por primera vez tras muchas noches de desvelo continuo. Sintió la incomodidad de su cuerpo al encontrarse en aquella postura incomoda, pero no le importó, demasiado cansada para despertarse olvidó todo cuanto pudiera despertarla de aquel sueño, hasta que unas voces demasiado altas para su gusto, le hablaron, obligándole a despertar.
Al abrir de nuevo los ojos, enseguida se encontró apabullada por las figuras de las doncellas de la casa. Sintió que le hablaban pero no fue pasado unos segundos que entendiendo sus susurros y palabras, entonces ahora sí, se despertó de golpe. Únicamente el nombre del médico inglés, podría haberla levantado con tanta prisa como la actual. Y es que abajo, esperando en el salón donde le habían hecho pasar, se encontraba el medico que aquella misma mañana había hecho llamar y el cual no había podido acudir. Por lo menos no, hasta ahora.
— Corred corred, está el señor esperándoos abajo desde hace unos minutos, señora. —Decía una de las doncellas apresurándola. La cambiante se desesperezó enseguida y alistándose correctamente, alisándose la falda que había terminado arrugada por su breve descanso que fácilmente podrían haber sido horas, monitoreó una última vez la respiración débil pero constante de su madre y respirando hondo, salió de la habitación y bajó las escaleras a tiempo de encontrarse la figura masculina a espaldas de ella. — Disculpad la demora, —dijo al entrar al salón y clavando la mirada en el joven se adelantó unos pasos hacia él. — Pensábamos que ya no acudiría, que no estaba disponible para estos días, señor Halsted. —Añadió y esperando este se volviese hacia ella, en cuanto le vio el rostro su corazón tartamudeó bajo su pecho. Un vampiro, el medico ante todo pronóstico era un vampiro. El diablo al final, había escuchado sus plegarias.
Alenna Donovan- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 85
Fecha de inscripción : 18/05/2013
Re: Debe existir un remedio a manos del diablo [John W. Halsted]
— Mademoiselle Donovan –le dijo mientras tomaba una de sus manos entre la suya como parte de un intento por aminorar la sorpresa de su presencia y de su condición — Por lo notable de su reacción me permitiré obviar una explicación del porqué es que hasta ahora he podido responder a su llamado. –añadió finalmente antes de soltar su mano.
En ese momento nada le hubiese dicho más sobre el asombro de la joven que aparecía frente a él que su rostro, siquiera sus poderes. Ello se debía a que aquel tipo de recibimiento era común para él, sin embargo, el mismo rostro de Alanna, cuyo nombre sabía ahora, lo hacía querer poner atención.
— Alenna ¿cierto? Puede decirme John –continuó al tiempo que giraba sobre sí para comenzar a caminar alrededor de la sala donde se encontraba — Voy a serle sincero. Usualmente no hago este tipo de visitas. La verdad es que, si me lo permite, le confieso que no sé con certeza qué es lo que hago aquí –dijo antes de tomar asiento en uno de los sillones del salón dirigiéndole después a Alanna una seña de manos para invitarle a hacer lo mismo — Esto lo digo no porque pretenda recibir un tipo de compensación extra, ni tampoco para impresionarle. Lo digo porque no quiero que mantenga grandes esperanzas. Aún no sé qué es lo que tenga su madre, sin embargo, si algo puedo decirle es que tantos años acumulando guerras perdidas le hacen a uno pensar mejor las batallas que libra. Además, el sentido común de cualquier ser le hace rechazar aquello que no puede comprender. La muerte es una de esas cosas, señorita Alanna.
La forma en que sus poderes funcionaban era a veces casi involuntaria, sin darse cuenta, antes incluso de intercambiar alguna palabra, John lo sabía todo sobre la otra persona. Esto funcionaba no de la forma en la que otras criaturas sobrenaturales leían mentes sino que John era capaz de encontrar aquellos pensamientos más profundos, aquellos que yacían en lo más profundo del inconsciente, no racionales sino más bien emocionales, casi primitivos; el miedo, el amor, el deseo. La esperanza.
— Por otro lado, es menester también del ser humano sentirse bienvenido en el lugar donde es invitado –el tono de su voz cambió abruptamente — Le suena contradictorio ¿cierto? –una ligera sonrisa, casi macabra, acompaño la pregunta — Yo, que podría entrar casi a cualquier lugar si quisiera me siento ofendido por no ser del todo acogido en su hogar. Pero aquí es usted quien se equivoca, Alanna, pues cuando mandó a aquel hombre a buscarme le dijo que trajera consigo a un médico, no a u humano –la sonrisa había desaparecido tan abruptamente como había aparecido. Su semblante era ahora frío, inmóvil, casi como el de una piedra —Si le preocupa mi naturaleza, Alanna, podemos hacer algo ahora mismo para tratar de aminorar sus sentimientos. Tráigame a una de sus doncellas, a la que menos aprecio le tenga por supuesto –un espacio de silencio acompaño sus palabras — Me alimentaré de ella.
John era un hombre temperamental, aún y cuando se esforzaba por no aparentarlo. Su profesión era, quizá, una de las cosas que más se tomaba en serio, pero no tanto como su propia naturaleza. El vampirismo para John no era sólo una condición, era su condición. Cuestionar una y la otra usualmente resultaba mal para todos, incluso para él.
En ese momento nada le hubiese dicho más sobre el asombro de la joven que aparecía frente a él que su rostro, siquiera sus poderes. Ello se debía a que aquel tipo de recibimiento era común para él, sin embargo, el mismo rostro de Alanna, cuyo nombre sabía ahora, lo hacía querer poner atención.
— Alenna ¿cierto? Puede decirme John –continuó al tiempo que giraba sobre sí para comenzar a caminar alrededor de la sala donde se encontraba — Voy a serle sincero. Usualmente no hago este tipo de visitas. La verdad es que, si me lo permite, le confieso que no sé con certeza qué es lo que hago aquí –dijo antes de tomar asiento en uno de los sillones del salón dirigiéndole después a Alanna una seña de manos para invitarle a hacer lo mismo — Esto lo digo no porque pretenda recibir un tipo de compensación extra, ni tampoco para impresionarle. Lo digo porque no quiero que mantenga grandes esperanzas. Aún no sé qué es lo que tenga su madre, sin embargo, si algo puedo decirle es que tantos años acumulando guerras perdidas le hacen a uno pensar mejor las batallas que libra. Además, el sentido común de cualquier ser le hace rechazar aquello que no puede comprender. La muerte es una de esas cosas, señorita Alanna.
La forma en que sus poderes funcionaban era a veces casi involuntaria, sin darse cuenta, antes incluso de intercambiar alguna palabra, John lo sabía todo sobre la otra persona. Esto funcionaba no de la forma en la que otras criaturas sobrenaturales leían mentes sino que John era capaz de encontrar aquellos pensamientos más profundos, aquellos que yacían en lo más profundo del inconsciente, no racionales sino más bien emocionales, casi primitivos; el miedo, el amor, el deseo. La esperanza.
— Por otro lado, es menester también del ser humano sentirse bienvenido en el lugar donde es invitado –el tono de su voz cambió abruptamente — Le suena contradictorio ¿cierto? –una ligera sonrisa, casi macabra, acompaño la pregunta — Yo, que podría entrar casi a cualquier lugar si quisiera me siento ofendido por no ser del todo acogido en su hogar. Pero aquí es usted quien se equivoca, Alanna, pues cuando mandó a aquel hombre a buscarme le dijo que trajera consigo a un médico, no a u humano –la sonrisa había desaparecido tan abruptamente como había aparecido. Su semblante era ahora frío, inmóvil, casi como el de una piedra —Si le preocupa mi naturaleza, Alanna, podemos hacer algo ahora mismo para tratar de aminorar sus sentimientos. Tráigame a una de sus doncellas, a la que menos aprecio le tenga por supuesto –un espacio de silencio acompaño sus palabras — Me alimentaré de ella.
John era un hombre temperamental, aún y cuando se esforzaba por no aparentarlo. Su profesión era, quizá, una de las cosas que más se tomaba en serio, pero no tanto como su propia naturaleza. El vampirismo para John no era sólo una condición, era su condición. Cuestionar una y la otra usualmente resultaba mal para todos, incluso para él.
John W. Halsted- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2015
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