AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos - Privado.
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Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos - Privado.
En tres horas una mujer puede entrar en labor de parto y dar a luz a un niño. En tres horas un hombre puede planear un asesinato y llevarlo a cabo. En tres horas una bestia puede arrasar con un pueblo entero y exterminar incluso a una nación si así lo desea. Tres horas es el tiempo que tiene Claire para salir de casa a hacer lo que sea que tenga que hacer, a solas, sin sus hijos y por supuesto sin su marido. O tal vez a solas a medias, los gorilas que siempre la acompañan siguen ahí a la distancia fumando un cigarrillo liado por ellos y mirándola de reojo, como si nuevamente fuera a escaparse corriendo. Aquella vez sólo lo hizo porque estaba aburrida.
Venir al hostal no es necesario, evitaría un millón de preguntas y miradas de reprobación si no lo hiciera. Pero es el único maldito lugar donde puede quitarse los zapatos, recostarse en la habitación acondicionada por ella misma y pretender que ha vuelto a esos tiempos antiguos donde atendía clientes en el burdel y no tenía un esposo que la despreciaba. Serían tiempos que desearía revivir de no ser por los pequeños que desean que esté con ellos a cada momento. León, Electra y el recuerdo de Lilith son lo único que la mantienen en pie ahora.
—¡Muchacha! —en la entrada de hostal hay una sala de estar además del mesón de recepción y los sillones antiguos que decoran el espacio. Claire está ahí sentada, con el dolor más grande de cabeza que ha tenido en el último tiempo y una botella de vino llena que espera no beber sola. —¿Quieres un trago? —la mujer a la que le habla no parece una muchacha pero tampoco alguien mayor, si la llama de ese modo es sólo porque está cansada de la formalidad y quiere por un instante olvidarse de que lleva una corona, metafóricamente hablando, en la cabeza. —No quiero beber sola ni tampoco quiero beber con ellos… prometo que no le contaré a vuestro jefe… —
Los guardias nunca se daban por aludidos con los comentarios de Claire, por lo que se mantuvieron en el mismo puesto y esperaron instrucciones. Siendo la dueña del hostal podría contratar a alguien que se hiciera cargo del lugar pero no tendría excusas para ir hasta allá tan seguido de ser ese el caso. Escogió en cambio ser quien decide los empleados que tendrá el lugar y fue así como la conoció y también como la eligió.
Venir al hostal no es necesario, evitaría un millón de preguntas y miradas de reprobación si no lo hiciera. Pero es el único maldito lugar donde puede quitarse los zapatos, recostarse en la habitación acondicionada por ella misma y pretender que ha vuelto a esos tiempos antiguos donde atendía clientes en el burdel y no tenía un esposo que la despreciaba. Serían tiempos que desearía revivir de no ser por los pequeños que desean que esté con ellos a cada momento. León, Electra y el recuerdo de Lilith son lo único que la mantienen en pie ahora.
—¡Muchacha! —en la entrada de hostal hay una sala de estar además del mesón de recepción y los sillones antiguos que decoran el espacio. Claire está ahí sentada, con el dolor más grande de cabeza que ha tenido en el último tiempo y una botella de vino llena que espera no beber sola. —¿Quieres un trago? —la mujer a la que le habla no parece una muchacha pero tampoco alguien mayor, si la llama de ese modo es sólo porque está cansada de la formalidad y quiere por un instante olvidarse de que lleva una corona, metafóricamente hablando, en la cabeza. —No quiero beber sola ni tampoco quiero beber con ellos… prometo que no le contaré a vuestro jefe… —
Los guardias nunca se daban por aludidos con los comentarios de Claire, por lo que se mantuvieron en el mismo puesto y esperaron instrucciones. Siendo la dueña del hostal podría contratar a alguien que se hiciera cargo del lugar pero no tendría excusas para ir hasta allá tan seguido de ser ese el caso. Escogió en cambio ser quien decide los empleados que tendrá el lugar y fue así como la conoció y también como la eligió.
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos - Privado.
Aquel día Lavern había tenido turno de mañana como empleada del hostal y se había pasado la mañana en la cocina, preparando desayunos, almuerzos y, primordialmente, lavando. Sin embargo, después de la hora de almuerzo, cuando el flujo de pedidos bajó en la cocina, la enviaron a ordenar y asear las habitaciónes que se habían desocupado después de mediodía; y así se entretuvo por el resto del turno: cambiando sábanas, barriendo pisos y limpiando muebles y baños. Aquellas no eran tareas que le molestaran, al contrario, había aprendido con los años a disfrutar los trabajos que realizaba. Y es que habiendo vivido en el campo en Irlanda, cualquier trabajo en París es un mundo nuevo de experiencias y lleno de diversión; una ilusión creada por el positivismo.
Estaba volviendo de haber terminado de lavar y tender algunas ropas y buscando al encargado, con la esperanza de que le diera alguna otra tarea más sencilla, cuando escuchó que alguien en la sala de estar junto a la recepción le llamaba. Al mirar, la reconoció de inmediato; era aquella mujer bella que le había entrevistado cuando se presentó en aquel lugar en busca de trabajo. Miró a su alrededor antes de contestar, verificando que fuese efectivamente a ella a quien le hablaba y, al no haber nadie más, se sonrió y no se pensó dos veces la oferta.
Entiendo muy bien su situación, y me encantaría compartir un trago con usted, madame. -Le respondió con cortesía mientras que se le acercaba, sacudiendo y arreglándose el delantal que cubría su modesto vestido verde kelly con bordes blancos.- No creo que mi jefe se moleste si es que hago lo posible por atenderla bien, ¿no cree? -Dijo luego, soltando una suave risa y quedándose de pie junto a ella con las manos juntas frente a sí.- Pues, si no mal recuerdo, usted fue quien me entrevistó cuando postulé a este trabajo, ¿no es así? -La admiró entonces de forma discreta, concluyendo que, ya que ella la había contratado, era posible fuera la dueña del lugar, pero ignorando que al mismo era la mismísima reina de Francia.
Mi nombre es Lavern, en caso de que no recuerde. ¿Le ofrezco pasar a alguna habitación? -Ofreció entonces con una sonrisa, extendiéndole una mano para ayudarla a levantarse, o para que le pasase la botella de vino, como ella quisiera. Observó entonces de reojo a los guardias que la acompañaban, y por alguna razón, inmediatamente le dieron mala espina, por lo que se acercó entonces un poco más y se inclinó con discreción, buscando acercarse a su oído.- Si quiere, puedo prepararle un baño para que se relaje con el vino, y de esa forma, dejamos a los caballeros afuera. -Susurró e inmediatamente se enderezó.
Estaba volviendo de haber terminado de lavar y tender algunas ropas y buscando al encargado, con la esperanza de que le diera alguna otra tarea más sencilla, cuando escuchó que alguien en la sala de estar junto a la recepción le llamaba. Al mirar, la reconoció de inmediato; era aquella mujer bella que le había entrevistado cuando se presentó en aquel lugar en busca de trabajo. Miró a su alrededor antes de contestar, verificando que fuese efectivamente a ella a quien le hablaba y, al no haber nadie más, se sonrió y no se pensó dos veces la oferta.
Entiendo muy bien su situación, y me encantaría compartir un trago con usted, madame. -Le respondió con cortesía mientras que se le acercaba, sacudiendo y arreglándose el delantal que cubría su modesto vestido verde kelly con bordes blancos.- No creo que mi jefe se moleste si es que hago lo posible por atenderla bien, ¿no cree? -Dijo luego, soltando una suave risa y quedándose de pie junto a ella con las manos juntas frente a sí.- Pues, si no mal recuerdo, usted fue quien me entrevistó cuando postulé a este trabajo, ¿no es así? -La admiró entonces de forma discreta, concluyendo que, ya que ella la había contratado, era posible fuera la dueña del lugar, pero ignorando que al mismo era la mismísima reina de Francia.
Mi nombre es Lavern, en caso de que no recuerde. ¿Le ofrezco pasar a alguna habitación? -Ofreció entonces con una sonrisa, extendiéndole una mano para ayudarla a levantarse, o para que le pasase la botella de vino, como ella quisiera. Observó entonces de reojo a los guardias que la acompañaban, y por alguna razón, inmediatamente le dieron mala espina, por lo que se acercó entonces un poco más y se inclinó con discreción, buscando acercarse a su oído.- Si quiere, puedo prepararle un baño para que se relaje con el vino, y de esa forma, dejamos a los caballeros afuera. -Susurró e inmediatamente se enderezó.
Lavern Connolly- Hechicero Clase Media
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Re: Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos - Privado.
A Claire le agradó de inmediato aquella muchacha, tenía una de las características que más valoraba en las personas: proactividad. Una de las cosas que más odiaba la reina era tener siempre que decirle a la gente qué hacer, escuchar pocas propuestas y tener que soportar esas caras blandengues esperando la próxima orden. Lavern, era todo lo contrario y sólo por esto obtuvo una sonrisa sincera de parte de su también jefa. Se levantó y le tomó la mano, dejando la otra libre para asir del cuello la botella de vino. Sus dedos se sentían cálidos y limpios, debía haber estado en plena labor cuando la interrumpió. Mejor así, al parecer ambas necesitan entonces esa pausa.
Cuando estaba a punto de indicarle donde se encontraba su habitación personal escuchó la propuesta que le arrancó otra sonrisa. ¿Desde hace cuánto que no disfrutaba de algo como eso? En casa podría tenerlo siempre, pero por lo general las preocupaciones la seguían hasta la sala de baño. Acá sería diferente. Porque dentro de ese hostal de mala muerte que muchos miran con tan malos ojos, ella se siente libre y eso es lo que quiere ser por esas menos de tres horas que aún le quedan. Dos horas y media para ser exactos. —Tienes que llevar dos copas, vamos a brindar juntas… o no hay trato. —Nunca hubo una propuesta de trato tampoco, pero quería tener compañía y la muchacha era la mejor opción.
Acercándose a los gorilas les indicó que no quería ser molestada, que estaría dándose un baño y que aquella habitación sólo tenía dos puertas, una que se dirigía a su cuarto y otra al pasillo donde ellos estarían esperando. El ceño de Claire se fruncía cada vez que debía dar instrucciones de ese tipo, los carceleros que la acompañaban siempre no eran los más astutos y en el fondo ella creía que aquel detalle era también parte del plan de tortura de su querido esposo. —El baño principal del primer piso es el que pertenece, el agua debe estar tibia y junto a la tina están los perfumes y las sales que prefiero… —comenzó a caminar hacia aquel lugar mientras iba nombrando sus preferencias. En este caso no se trataban de órdenes, eran más bien señales.
Lavern tenía ojos grandes y una boca generosa, Claire no ignoró esos detalles. Cuando hablaba se escuchaba mucho más segura de lo que la reina pudo ser alguna vez en su vida. ¿Sabría ella este detalle? ¿Conocería con sólo mirarla que donde fuera se sentía extraña? Una extranjera en su propia tierra. —Yo voy a servir el vino mientras tú preparas el agua, no importa el tiempo que tome… —cuando le dio la espalda quitó el corcho de la tapa y sirvió el líquido en ambas copas, fue una labor breve por lo que pudo entonces comenzar a quitar todas esas capas de ropa que traía encima. El vestido era de un tono azul intenso, parecido al que toma el mar cuando ya es de noche y bajo él, los nudos del corsé se deshacían bajo sus manos expertas. Pronto la reina estuvo desnuda frente a alguien a quien no había visto antes. No era la primera que se desnudaba para un o una desconocida. —Gracias por esta pequeña libertad, Lavern… —alzó su copa en señal de brindis y le dio la otra a la mujer, esperando que también hiciera lo mismo.
Cuando estaba a punto de indicarle donde se encontraba su habitación personal escuchó la propuesta que le arrancó otra sonrisa. ¿Desde hace cuánto que no disfrutaba de algo como eso? En casa podría tenerlo siempre, pero por lo general las preocupaciones la seguían hasta la sala de baño. Acá sería diferente. Porque dentro de ese hostal de mala muerte que muchos miran con tan malos ojos, ella se siente libre y eso es lo que quiere ser por esas menos de tres horas que aún le quedan. Dos horas y media para ser exactos. —Tienes que llevar dos copas, vamos a brindar juntas… o no hay trato. —Nunca hubo una propuesta de trato tampoco, pero quería tener compañía y la muchacha era la mejor opción.
Acercándose a los gorilas les indicó que no quería ser molestada, que estaría dándose un baño y que aquella habitación sólo tenía dos puertas, una que se dirigía a su cuarto y otra al pasillo donde ellos estarían esperando. El ceño de Claire se fruncía cada vez que debía dar instrucciones de ese tipo, los carceleros que la acompañaban siempre no eran los más astutos y en el fondo ella creía que aquel detalle era también parte del plan de tortura de su querido esposo. —El baño principal del primer piso es el que pertenece, el agua debe estar tibia y junto a la tina están los perfumes y las sales que prefiero… —comenzó a caminar hacia aquel lugar mientras iba nombrando sus preferencias. En este caso no se trataban de órdenes, eran más bien señales.
Lavern tenía ojos grandes y una boca generosa, Claire no ignoró esos detalles. Cuando hablaba se escuchaba mucho más segura de lo que la reina pudo ser alguna vez en su vida. ¿Sabría ella este detalle? ¿Conocería con sólo mirarla que donde fuera se sentía extraña? Una extranjera en su propia tierra. —Yo voy a servir el vino mientras tú preparas el agua, no importa el tiempo que tome… —cuando le dio la espalda quitó el corcho de la tapa y sirvió el líquido en ambas copas, fue una labor breve por lo que pudo entonces comenzar a quitar todas esas capas de ropa que traía encima. El vestido era de un tono azul intenso, parecido al que toma el mar cuando ya es de noche y bajo él, los nudos del corsé se deshacían bajo sus manos expertas. Pronto la reina estuvo desnuda frente a alguien a quien no había visto antes. No era la primera que se desnudaba para un o una desconocida. —Gracias por esta pequeña libertad, Lavern… —alzó su copa en señal de brindis y le dio la otra a la mujer, esperando que también hiciera lo mismo.
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos - Privado.
Dos copas, un brindis, un baño. Suena perfecto a mis oídos. -Comentó con su siempre fiel alegría y positivismo, sonriendo de lado a lado. Su mano asió firme pero gentilmente la mano de la muchacha mientras que se dirigían al cuarto de baño, sintiendo lo helada que estaba en comparación a la propia, por lo que pensó que el baño de agua tibi le haría bien. Apenas en el baño, se preocupó de alcanzarle las copas a la muchacha de inmediato y, sin siquiera esperar un segundo más, se ocupó de preparar la tina de baño siguiendo las instrucciones al pie de la letra, preocupándose de que el agua tibia no estuviese lo suficientemente tibia como para que se helara con rapidez, pero que tampoco quemara. Además, se fijó en aplicar las medidas perfectas de sales de baño, con la habilidad de quien acostumbra a hacer pociones regularmente en casa.
Una vez hubo considerado que su desempeño era lo suficientemente aceptable, volteó para encontrarse con que la muchacha ya había comenzado a desvestirse y que, de echo, ya casi terminaba de hacerlo. Sin perder tiempo, se acercó con rapidez y comenzó a ordenar y doblar meticulosamente cada una de las prendas para dejarlas reposando sobre una silla cercana, cuidando de que no se fueran a caer ni ensuciar ni tampoco arrugar. Acto seguido, recibió la copa y sonrió dulcemente, conla gratificante satisfacción de que su trabajo era agradecido.- Cuando quiera, madame. No necesita agradecer, la verdad. -Contestó con cortesía y gracia, alzando la copa en señal de brindis y dando luego un sorbo de esta. Su expresión solo pudo reflejar lo mucho que le había gustado el trago; hacía tiempo no bebía de un vino de tan buen sabor.
Ah, por favor, adelante. Su baño la está listo y esperándola. ¿Le sujeto la copa? -Se apresuró en decir mientras dejaba su copa a un lado y le ofrecía las manos, en caso de que necesitara ayuda entrando a la bañera o para simplemente sujetarle la copa. Mientras esperaba respuesta, se quedó mirándola con la cabeza ligeramente ladeada y una sonrisa estática que no se le quitaba en ningún momento. Al mirarla, pensaba y pensaba de qué otra forma podría atenderla, hacerla sentir lo más a gusto posible. Pronto, sus ojos se encendieron en emoción.- ¿Sabe qué me acabo de acordar? Hay tartas de manzana en la cocina, ¡Recién hechas! -Exclamó con entusiasmo.- Las preparé yo misma. ¿Desea que le traiga un trozo de tarta? Le prometo que están deliciosas. -Agregó con una sonrisa, y con la mejor de sus intenciones.
Una vez hubo considerado que su desempeño era lo suficientemente aceptable, volteó para encontrarse con que la muchacha ya había comenzado a desvestirse y que, de echo, ya casi terminaba de hacerlo. Sin perder tiempo, se acercó con rapidez y comenzó a ordenar y doblar meticulosamente cada una de las prendas para dejarlas reposando sobre una silla cercana, cuidando de que no se fueran a caer ni ensuciar ni tampoco arrugar. Acto seguido, recibió la copa y sonrió dulcemente, conla gratificante satisfacción de que su trabajo era agradecido.- Cuando quiera, madame. No necesita agradecer, la verdad. -Contestó con cortesía y gracia, alzando la copa en señal de brindis y dando luego un sorbo de esta. Su expresión solo pudo reflejar lo mucho que le había gustado el trago; hacía tiempo no bebía de un vino de tan buen sabor.
Ah, por favor, adelante. Su baño la está listo y esperándola. ¿Le sujeto la copa? -Se apresuró en decir mientras dejaba su copa a un lado y le ofrecía las manos, en caso de que necesitara ayuda entrando a la bañera o para simplemente sujetarle la copa. Mientras esperaba respuesta, se quedó mirándola con la cabeza ligeramente ladeada y una sonrisa estática que no se le quitaba en ningún momento. Al mirarla, pensaba y pensaba de qué otra forma podría atenderla, hacerla sentir lo más a gusto posible. Pronto, sus ojos se encendieron en emoción.- ¿Sabe qué me acabo de acordar? Hay tartas de manzana en la cocina, ¡Recién hechas! -Exclamó con entusiasmo.- Las preparé yo misma. ¿Desea que le traiga un trozo de tarta? Le prometo que están deliciosas. -Agregó con una sonrisa, y con la mejor de sus intenciones.
Lavern Connolly- Hechicero Clase Media
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Re: Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos - Privado.
La personalidad chispeante de Lavern era contagiosa de un modo agradable. Claire sin darse cuenta había sonreído ya varias veces y asentía a cosas que en otro momento le habrían molestado. Su propia personalidad cambiante y algo ácida desaparecía cuando la veía abrir los ojos o emocionarse con algo salido de la nada, algo que esta vez era más bien dulce. La idea de poder probar una tarta de manzanas recién hecha que se deshiciera entre sus labios era absolutamente tentadora, por lo que con unas pocas palabras aceptó y dejó la copa a un lado para poder entrar a la tina mientras la mujer iba en busca de aquel postre. El agua tibia trajo consigo recuerdos de aquellas ocasiones en que su propia madre preparaba pasteles similares cuando alguno de los trabajadores le regalaba de contrabando alguna fruta. Un gesto tan simple como ese se convertía así en todo un acontecimiento dentro de la pequeña cabaña donde vivían en Inglaterra, por lo que tanto Claire como su hermana Juliette esperaban con ansias sentadas en la cocina a que la tarta se enfriara para poder disfrutar de algo que no sabían cuándo podría volver a repetirse.
Sentada en la bañera, Claire se deslizó hasta que toda su cabeza estuvo bajo el agua. Sería muy fácil dejar que el agua entrara en sus pulmones, sería fácil terminar con todo ahí y acabar con el sufrimiento, con el dolor, con la angustia que seguía creciendo en su interior que era incluso capaz de llevarla a tener pensamientos como eso. Su cabello recién cortado flotaba como el marco de un cuadro pintado con acuarelas, el castaño rojizo se hizo un poco más oscuro al salir. Era una cobarde, siempre lo había sido y ahora volvía a repetirse la historia. ¿Era una cobarde por no ser capaz de terminar con su vida o era una cobarde por querer tomar el camino más corto? Encontrar la respuesta habría sido algo simple de no ser porque ya no estaba más sola en el mundo.
—Voy a necesitar algo con que secarme las manos… —dijo apenas vio entrar a Lavern con la bandeja repleta de cosas. El olor dulce de la manzana inundaba el pequeño cuarto de baño de un modo que siempre la haría recordar aquel momento y aquel lugar. Claire se miró los dedos y estos aún no estaban arrugados. ¿Cuánto tiempo había pasado bajo el agua entonces? Es probable que fueran sólo unos segundos.
—Imagino que trajiste para ambas porque no tengo deseos de compartir mi porción, —Claire sonrió esperando que ella captara que lo decía casi como una broma. Hace mucho que no se sentía libre como en aquel minuto, libre para reír al punto de que el borde de sus ojos se arrugue un poco y el azul claro que por lo general tienen parezca incluso algo gris. Una tormenta proveniente de la calma. Tan contradictorio como cada palabra que sale de su boca. —Tienes que sentarte cerca de mí, Lavern… te invitaría a entrar pero no creo que quieras mojarte. —volvió a intentar molestarla, quería que la chica se diera cuenta que aquel ambiente no era el de una empleada y quien se supone manejaba el lugar.
Claire sabía que tenía los días contados como administradora del hostal, los tenía hasta que Nigel se enterara de aquella actividad ilícita que nunca sería bien vista. ¿Cuándo se ha visto que la reina precisamente maneje un hostal de mala muerte donde suelen dormir personas que apenas tienen para pagar? Aquellos con las monedas suficientes para no pasar la noche en la calle pero que tampoco son capaces de costear un hotel de lujo. Quizás podría contarse como una obra de caridad, quizás su esposo lo vería como una manera poco tradicional de mantener el contacto con su pueblo y acercarse a los más desposeídos. La loca idea hizo sonreír nuevamente a Claire. Nigel nunca pensaría en alguien más que en sí mismo, nunca lo hacía y nunca lo haría. Claire tampoco debería hacerlo.
—Aunque en realidad no es necesario que te mojes, podrías dejar tus ropas junto a las mías… —
Sentada en la bañera, Claire se deslizó hasta que toda su cabeza estuvo bajo el agua. Sería muy fácil dejar que el agua entrara en sus pulmones, sería fácil terminar con todo ahí y acabar con el sufrimiento, con el dolor, con la angustia que seguía creciendo en su interior que era incluso capaz de llevarla a tener pensamientos como eso. Su cabello recién cortado flotaba como el marco de un cuadro pintado con acuarelas, el castaño rojizo se hizo un poco más oscuro al salir. Era una cobarde, siempre lo había sido y ahora volvía a repetirse la historia. ¿Era una cobarde por no ser capaz de terminar con su vida o era una cobarde por querer tomar el camino más corto? Encontrar la respuesta habría sido algo simple de no ser porque ya no estaba más sola en el mundo.
—Voy a necesitar algo con que secarme las manos… —dijo apenas vio entrar a Lavern con la bandeja repleta de cosas. El olor dulce de la manzana inundaba el pequeño cuarto de baño de un modo que siempre la haría recordar aquel momento y aquel lugar. Claire se miró los dedos y estos aún no estaban arrugados. ¿Cuánto tiempo había pasado bajo el agua entonces? Es probable que fueran sólo unos segundos.
—Imagino que trajiste para ambas porque no tengo deseos de compartir mi porción, —Claire sonrió esperando que ella captara que lo decía casi como una broma. Hace mucho que no se sentía libre como en aquel minuto, libre para reír al punto de que el borde de sus ojos se arrugue un poco y el azul claro que por lo general tienen parezca incluso algo gris. Una tormenta proveniente de la calma. Tan contradictorio como cada palabra que sale de su boca. —Tienes que sentarte cerca de mí, Lavern… te invitaría a entrar pero no creo que quieras mojarte. —volvió a intentar molestarla, quería que la chica se diera cuenta que aquel ambiente no era el de una empleada y quien se supone manejaba el lugar.
Claire sabía que tenía los días contados como administradora del hostal, los tenía hasta que Nigel se enterara de aquella actividad ilícita que nunca sería bien vista. ¿Cuándo se ha visto que la reina precisamente maneje un hostal de mala muerte donde suelen dormir personas que apenas tienen para pagar? Aquellos con las monedas suficientes para no pasar la noche en la calle pero que tampoco son capaces de costear un hotel de lujo. Quizás podría contarse como una obra de caridad, quizás su esposo lo vería como una manera poco tradicional de mantener el contacto con su pueblo y acercarse a los más desposeídos. La loca idea hizo sonreír nuevamente a Claire. Nigel nunca pensaría en alguien más que en sí mismo, nunca lo hacía y nunca lo haría. Claire tampoco debería hacerlo.
—Aunque en realidad no es necesario que te mojes, podrías dejar tus ropas junto a las mías… —
Claire Quartermane- Realeza Francesa
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Re: Hay diez centímetros de silencio entre tus manos y mis manos - Privado.
Unas pocas palabras fueron suficientes para que la bruja sonriera en celebración y se disculpara para ir en busca de aquella tarta que había prometido, con pasos apresurados y emocionados, con los tacones resonando en un ritmo rápido y amistoso. Volvió con una bandeja con tarta caliente, así como con cubiertos y platos, en tan solo apenas unos minutos, cerrando la puerta detrás de ella con uno de sus pies, sosteniendo la bandeja con gracia y elegancia. Se acercó entonces a la reina, a quien desconocía su título y su posición social, pero a quien servía como tal, con su total disposición. Dejó la bandeja a un costado de la bañera, tomando una toalla para acercarse a ofrecerla a la mujer, con las manos palma arriba y la toalla encima.
Soltó entonces una risa suave e inocente en respuesta al comentario de la mujer.- Traje una tarta entera. Cuatro trozos para cada una estará bien, ¿no? –Le contestó con picardía al tiempo que secaba sus manos con delicadeza, sonriendo de forma tan natural que no se daba cuenta siquiera que lo hacía. Sus ojos entonces se encontraron con los ajenos y brillaron con aquella complicidad traviesa.- Oh, no me molestaría mojarme, pero alguien debe atenderla, ¿no? –Comentó al aire mientras se enderezaba y dejaba la toalla a un lado, doblándola de forma rápida y no muy dedicada, con la prisa de luego soltarse el cabello que tenía amarrado con una pañoleta que le daba toda la apariencia de la empleada que era.
Sus castaños, largos y ondulados cabellos cayeron hacia atrás, acomodándose de forma natural y, acto seguido, la bruja tomó una de las palas de tarta para cortar y servir el postre en uno de los platos, colocando uno de los tenedores en el plato y extendiéndoselo a la mujer en la bañera.- En seguida me desvisto. No quisiera que se enfríe su postre, madame. –Dijo y, luego, tapó la tarta para que no se enfriara muy rápido, pensando que ya luego podría servirse ella. Tal y como dijo, luego de haberle entregado la tarta a su acompañante, comenzó a quitarse sus ropas, dejándolas dobladas a un costado de donde había dejado las ropas de la reina. Puso entonces una toalla en el suelo para que, al estar descalza, el frío de las baldosas no le helara los pies y, ya estando desvestida, se sirvió el pedazo de tarta que iba a comer. Se acomodó entonces sentándose en la orilla de la bañera, inclinándose para tomar la botella de vino y llenar nuevamente sus copas.- Propongo un brindis por usted y por esta maravillosa tarde, ¿le parece?
Luego de decir aquello, guió sus piernas por encima de la orilla de la bañera y sumergió los pies en el agua tibia, cerrando los ojos un momento ante lo placentero que se sintió aquello. No importaba en aquel momento que estuviese aún en su turno de trabajo, que en realidad estaba allí para servir a aquella misteriosa pero amable mujer, pues al final, para la bruja, todo cuanto se pudiera disfrutar aunque fuese un poco era maravilloso. Le dedicó entonces una sonrisa amplia a su acompañante, extendiendo su copa de vino hacia ella para chocarlas y hacer el brindis.
Soltó entonces una risa suave e inocente en respuesta al comentario de la mujer.- Traje una tarta entera. Cuatro trozos para cada una estará bien, ¿no? –Le contestó con picardía al tiempo que secaba sus manos con delicadeza, sonriendo de forma tan natural que no se daba cuenta siquiera que lo hacía. Sus ojos entonces se encontraron con los ajenos y brillaron con aquella complicidad traviesa.- Oh, no me molestaría mojarme, pero alguien debe atenderla, ¿no? –Comentó al aire mientras se enderezaba y dejaba la toalla a un lado, doblándola de forma rápida y no muy dedicada, con la prisa de luego soltarse el cabello que tenía amarrado con una pañoleta que le daba toda la apariencia de la empleada que era.
Sus castaños, largos y ondulados cabellos cayeron hacia atrás, acomodándose de forma natural y, acto seguido, la bruja tomó una de las palas de tarta para cortar y servir el postre en uno de los platos, colocando uno de los tenedores en el plato y extendiéndoselo a la mujer en la bañera.- En seguida me desvisto. No quisiera que se enfríe su postre, madame. –Dijo y, luego, tapó la tarta para que no se enfriara muy rápido, pensando que ya luego podría servirse ella. Tal y como dijo, luego de haberle entregado la tarta a su acompañante, comenzó a quitarse sus ropas, dejándolas dobladas a un costado de donde había dejado las ropas de la reina. Puso entonces una toalla en el suelo para que, al estar descalza, el frío de las baldosas no le helara los pies y, ya estando desvestida, se sirvió el pedazo de tarta que iba a comer. Se acomodó entonces sentándose en la orilla de la bañera, inclinándose para tomar la botella de vino y llenar nuevamente sus copas.- Propongo un brindis por usted y por esta maravillosa tarde, ¿le parece?
Luego de decir aquello, guió sus piernas por encima de la orilla de la bañera y sumergió los pies en el agua tibia, cerrando los ojos un momento ante lo placentero que se sintió aquello. No importaba en aquel momento que estuviese aún en su turno de trabajo, que en realidad estaba allí para servir a aquella misteriosa pero amable mujer, pues al final, para la bruja, todo cuanto se pudiera disfrutar aunque fuese un poco era maravilloso. Le dedicó entonces una sonrisa amplia a su acompañante, extendiendo su copa de vino hacia ella para chocarlas y hacer el brindis.
Lavern Connolly- Hechicero Clase Media
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