Lucy Helkins

Lucy Helkins

Descripción psicológica

Introvertida. Lucy es la clase de persona que guarda todo lo que siente. No expresa sus verdaderas emociones, no es capaz de decir lo que está pasando por su cabeza, especialmente por su tendencia natural a anteponer los problemas ajenos a los propios. Se cree demasiado insignificante como para hablar de sus tormentas –que son muchas- cuando ha convivido con la tragedia y el dolor de las personas.
Marcada para siempre por la profesión de su padre y que terminó convirtiéndose en la suya, Lucy Helkins posee una gran sensibilidad, transmite confianza y seguridad a los pacientes, y no se inmuta ante las lágrimas, los gritos o lo sangre, y logra colocar distancia entre los demás y su alma, sin que ellos lo noten. Puede mantenerse fría ante las adversidades, lo que la dota de objetividad y un realismo que colinda lo cruel, aunque mide sus palabras y prefiere decir lo que los otros quieren escuchar; sin embargo, es sincera, honesta y amable, siempre intentando hacer sentir confortables a quienes la rodean.
Abandonar la seguridad de su hogar, se convirtió en un desafío. Nada había que amase tanto como su casita, con sus cosas y sus rincones, los olores característicos y los sabores. Su hogar era su nido, su refugio, y actualmente se siente vagando en un limbo en el que sólo puede perderse, una y otra vez.
Es perfeccionista hasta convertirse en irritable; nunca nada es suficiente. Si logra superarse, quiere más, y está constantemente poniéndose a prueba. Para ella no existe el error, porque sabe que un error le puede costar la vida a un ser humano. Es estudiosa y responsable, está en constante instrucción tanto teórica como práctica. Gracias al hábito de la lectura, se devora los manuales de medicina, a pesar de saber que nunca lograría ser médica: ha nacido en el sexo equivocado y sin los recursos necesarios.
Lucy es lo que se ve. Una joven tranquila, ingenua –aunque se ha ido curando de éste mal- y con cierto aire infantil. A pesar de su matrimonio, nunca logró sentirse como una mujer, le cuesta verse como tal. Aún siente que es la nena a la que su padre debe proteger y resguardar, y encontrarse en un sitio desconocido, sólo ha logrado aumentar su inseguridad y su baja autoestima.
Es bastante fantasiosa, posee la imaginación propia de la infancia, con ideales románticos de los cuales se avergüenza, porque la gran desilusión debería haberle enseñado que el amor no existe y es algo que sólo le pertenece a los cuentos que leía en el pasado.
Tiene fuertes convicciones y valores morales, además de ser dueña de una tenacidad casi obsesiva. Es muy decidida e intuitiva, lo que choca en contradicción con esa veta más profunda que es el costado sensible que, en la intimidad, siempre le gana a la apariencia de muchacha segura de sí. Quiere mostrarse como una roca inconmovible, pero por dentro se derrite como las alas de Ícaro acercándose al Sol.
Es sociable –aunque prefiere las charlas superficiales, donde no se implique temas como su vida personal- y, a su manera, alegre; aunque también es sumamente tímida, por lo que le cuesta entablar relaciones o dar el primer paso en una charla. Luego de haber conseguido confianza, puede convertirse en una muchacha divertida y con variados contenidos de los cuales conversar.
Su gran defecto es la susceptibilidad, especialmente porque tiende a los repentinos cambios de humor. Pero ojo, nadie sabrá jamás cómo pueden llegar a afectarla ciertas situaciones o a herirla ciertas palabras. Simplemente, Lucy traga el nudo en la garganta y continúa, aunque le cueste demasiado hacerlo y, en muchas oportunidades, tenga deseos de arrancarse la cofia y correr hasta que nadie la encuentre. Sí, la joven Helkins es autocompasiva y le cuesta dejar situaciones de sufrimiento. Tiene algo de mártir, de lo que no puede desprenderse.

Historia

Parida con dolor. Con demasiado dolor. Con tanto dolor, que Mary, la parturienta, no resistió el nacimiento de su segundo retoño. En el primer parto había estado al borde de la muerte, y tuvo un niño débil, que sólo consiguió sobrevivir dos días. Sin embargo, a la pequeña Lucy, la pudo abrazar antes de que el aliento la abandonara. Compartieron escasos momentos, los suficientes para cerciorarse que era sana y fuerte. Albert, un médico supersticioso aunque muy querido por sus pacientes, se hizo cargo por completo de la crianza de su bien más preciado, lo único que le quedaba de su amada y difunta esposa.

Albert se dijo que quería una hija instruida, por lo que, desde muy pequeña, le dio la educación digna de un hijo varón. Prematuramente aprendió a leer y a escribir, mientras caminaba detrás del médico sin impresionarse por la sangre, el pus o los feos olores. Los habituales convalecientes que atendía el Doctor Helkins, se terminaron acostumbrando a que una pequeña de cabellos dorados limpiase heridas que no fuesen complicadas y asistiese en cirugías complejas al profesional. Lucy amaba la medicina tanto como a su padre, y nunca cuestionó el hecho de que no se le permitiese salir más allá del jardín sin la compañía del hombre, que la llevaba a la botica y le enseñaba sobre hierbas para curaciones, únicos paseos que hacía. Esa era la normalidad de su vida, y la disfrutaba. Cada aniversario de la muerte de Mary, mismo día del natalicio de Lucy, el 17 de Julio, llevaban flores a la tumba y le contaban sobre los avances que ella tenía en sus aprendizajes. “Déjame confesarte, querida mía, que nuestra Lucy es casi tan buena enfermera como tú”, le decía el caballero acuclillado junto a la tumba mientras sostenía la mano de la niña.

Pero la tranquila vida de la muchacha, cambió rotundamente cuando un cuartel que contenía a una gran cantidad de casacas rojas fue atacado por una jauría de licántropos. El Doctor Helkins fue llamado a Londres para colaborar en el Hospital y, por supuesto, llevó a una Lucy quinceañera consigo. Faltantes de personal y con recursos escasos, aceptaron a la joven como enfermera, sin preguntarle demasiado por sus antecedentes. De esa manera, fue la primera vez que ella se sintió importante, trabajando al lado de su padre más que nunca. Albert confiaba ciegamente en las habilidades de su hija, que tenía asombrado a más de uno. Muchos no podían creer que una criatura que parecía tan frágil y etérea, asistiese en una amputación sin el más mínimo gesto de impresionarse. Fue en éste fragor, que conoció a un joven coronel que batalló durante varios días por su vida. Además de la asistencia médica, Lucy también sostenía la mano de los enfermos antes que expirasen, y en más de una ocasión le tocó esa tarea con el Coronel Hamilton, hasta que éste, finalmente, despertó del largo sueño de dos semanas.

Durante la recuperación de Anthony, como le había pedido que lo llamase, Lucy conoció a un hombre más fascinante que su padre. Ocho años mayor, tenía cientos de historias del ejército, que compartía con ella, que se mostraba fascinada ante las anécdotas, tanto alegres como aquellas repletas de tristeza. Un día, descubrió que su corazón latía con más fuerza cuando él se le acercaba, y se preguntaba qué significaba aquel profundo deseo de que los labios del militar se posasen en los suyos. Anhelaba tanto que llegase ese momento, que cuando ocurrió, se sintió en el Paraíso. Cada día, los besos iban adquiriendo candor, y Lucy no se atrevía a contarle a su padre por lo que estaba pasando. Ya hacía un mes y medio que estaban en Londres, llegaba el momento de partir, pero el Coronel Hamilton manifestó sus serios intereses con Lucy, ante un asombrado Albert, que lo palmeó en el hombro y aceptó que la visitase la semana siguiente.

El frío recibió a Anthony, que llegó a Birmingham ataviado con su mejor atuendo. Era de una familia de recursos, quizá lo que más le atraía a Albert, que ansiaba ver a su niña bien casada. La otra enfermera que colaboraba con el médico, ofició de chaperona durante las tres tardes que pasaron juntos, paseando entre la nieve. Si bien Lucy jamás había soñado con casarse, la llegaba de Albert a su vida era lo más hermoso que le había ocurrido, y el convertirse en su esposa, se le antojaba la experiencia más maravillosa. Quizá porque lo amaba con una fuerza de la que se sentía dueña y señora, es que la última madrugada, le abrió la habitación de su alcoba y le permitió que entrase para que la hiciese su mujer. Pronto se casarían, no importaba si llegaba virgen al matrimonio, o eso era lo que él le repetía. Dos semanas después, Anthony apareció acompañado de un ministro, e hizo a Lucy la señora Hamilton, o eso era lo que ella creía. Se trasladaron a vivir una casita amena a pocas cuadras de la de Albert, donde se dejaba amar por el Coronel día y noche. Como era de esperarse, no tardó demasiado en alojar una vida en su vientre, que los llenó de alegría. Tal era su felicidad, que nunca le extrañaron los viajes que hacía su esposo durante largas temporadas. Claro, era un militar de carrera, no había motivos para dudar.

“Perdóname, Lucy” fue lo último que escuchó en el momento del nacimiento de su hijo, antes de caer en la inconsciencia. Cuando despertó, vio a su padre sentado a su lado. No había olor a sangre, y se palpó el vientre, aún inflado. El alarido que lanzó cuando Albert le leyó la nota que Anthony había dejado, despertó a los vecinos. Su supuesto marido la había engañado, ellos nunca habían estado realmente casados. Él ya tenía una esposa que no podía tener hijos; Lucy les había parecido bella y fértil, por eso la eligieron. Le pedía perdón por el engaño, y le pedía que no lo buscase, ya que si eso ocurría, sería Albert el que pagaría las consecuencias. Cuando logró recuperarse, y a pesar de la amenaza, ella y su padre fueron a Londres a pedir justicia; sin embargo, el médico recibió una golpiza que lo dejó postrado. Lucy decidió dedicarse completamente a él, ya que no podía caminar más. Durante más de dos años de agonía, la muchacha se resignó a que nunca volvería a saber de ese hijo que tanto había ansiado, y cuando, finalmente, Albert falleció, se le fue por completo el amor.

Sin embargo, la pérdida de su padre, la obligó a irse de Inglaterra, ese país representaba la oscuridad, por lo que no dudó en aceptar la oferta que le hacía la antigua ayudante de Albert, de atender un hospital en París. Fue en ésta ciudad que, el día de su llegada, la esperanza de encontrar a su pequeño, se avivó. Entre la muchedumbre, consiguió distinguir a Anthony, aunque lo perdió rápidamente de vista. Lucy decidió que era hora de tomar al toro por las astas.

Datos Extra

• Trabaja como enfermera.
• Llegó a París para buscar a su hijo.
• Tiene de mascota a un gatito de cinco meses que encontró en la puerta de su casa una noche de tormenta.
• Practica la religión católica.
• De su padre sólo conservó su maletín con elementos quirúrgicos y la libreta donde anotaba recetas y describía síntomas y la enfermedad correspondiente.

Creado por Frozen •