AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Desahogo violento [Privado]
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Desahogo violento [Privado]
La investigación que estaba llevando a cabo para saber más sobre la hija menor de los Blackraven había acabado llevándome de nuevo a un callejón sin salida. Fruncí los labios con descontento pensando en las respuestas esquivas que me daban algunos sobre ella. Era bella, claro, muchos a los que había preguntado suponían que yo era algún tipo de pretendiente, así que me informaban de su color favorito, sus flores, los lugares públicos que solía frecuentar. Decían que era tan bondadosa que ayudaba a los desfavorecidos en el orfanato, pero no me lo creía ni de broma. ¿Una chica con sus posibilidades y rebajándose a ese nivel? No, en este mundo era imposible.
Pero la misma voz interior que no dejaba de atormentarme con la idea de que tal vez había vivido encerrado en una mentira impuesta por la Inquisición me recordó que también era imposible y que estaba prohibido el amor que buscaba mi mejor Castiel, y por mi parte no suponía ningún problema, él seguiría siendo mi puerto seguro en cualquier mal momento. Mi hogar.
Aunque al pensar en mi amigo me calmé un poco y recordé su rostro cuando le confesé que pensaba seducir a una chica cuando yo no había hecho en mi vida, la frustración seguía haciendo mella en mí. Si la Blackraven fuese como la pintaban, seguramente caería presa del amor en cuanto la viese, pero mi hermana había desaparecido y necesitaba encontrar pistas desesperadamente, además, seguro que aquellos a los que había preguntado eran conocidos suyos. Pero pese a ello…
Toda la mierda que llevaba en mi interior, del pasado, del presente y del posible futuro solitario que se presentaba ante mí explotó y terminé pegándole un puñetazo a lo primero que había a mi alrededor. Después me volví con rapidez, asestándole al pobre árbol una patada y arrancando parte de su corteza. Saqué dos cuchillos de entre mis ropas y los lancé dando un salto lo más lejos que podía, acertando justo en el centro del tronco. Me deshice de mi chaqueta dejándola doblada encima de una roca, demasiado cara y formal para lo que pretendía hacer. Estuve sopesando si quitarme los zapatos, pero si pasaba algo y me cruzaba con algún ser sobrenatural era más probable que le venciera sin camiseta que sin zapatos. Los pies descalzos, al fin y al cabo, eran una putada para pelear.
Estuve destrozando al árbol durante un buen rato, hasta que un escalofrío que recorrió mi espalda me avisó de que alguien me observaba. Posiblemente desde hacía mucho tiempo.
Me erguí en un segundo y agarré mis cuchillos, alertado por una silueta que se adivinaba. Yo había llegado recién entrada por la tarde a los bosques parisinos, pero no había esperado que oscureciera tan rápido.
–¿Quién anda ahí? –Grité, tratando de detectar cualquier amenaza.
Pero la misma voz interior que no dejaba de atormentarme con la idea de que tal vez había vivido encerrado en una mentira impuesta por la Inquisición me recordó que también era imposible y que estaba prohibido el amor que buscaba mi mejor Castiel, y por mi parte no suponía ningún problema, él seguiría siendo mi puerto seguro en cualquier mal momento. Mi hogar.
Aunque al pensar en mi amigo me calmé un poco y recordé su rostro cuando le confesé que pensaba seducir a una chica cuando yo no había hecho en mi vida, la frustración seguía haciendo mella en mí. Si la Blackraven fuese como la pintaban, seguramente caería presa del amor en cuanto la viese, pero mi hermana había desaparecido y necesitaba encontrar pistas desesperadamente, además, seguro que aquellos a los que había preguntado eran conocidos suyos. Pero pese a ello…
Toda la mierda que llevaba en mi interior, del pasado, del presente y del posible futuro solitario que se presentaba ante mí explotó y terminé pegándole un puñetazo a lo primero que había a mi alrededor. Después me volví con rapidez, asestándole al pobre árbol una patada y arrancando parte de su corteza. Saqué dos cuchillos de entre mis ropas y los lancé dando un salto lo más lejos que podía, acertando justo en el centro del tronco. Me deshice de mi chaqueta dejándola doblada encima de una roca, demasiado cara y formal para lo que pretendía hacer. Estuve sopesando si quitarme los zapatos, pero si pasaba algo y me cruzaba con algún ser sobrenatural era más probable que le venciera sin camiseta que sin zapatos. Los pies descalzos, al fin y al cabo, eran una putada para pelear.
Estuve destrozando al árbol durante un buen rato, hasta que un escalofrío que recorrió mi espalda me avisó de que alguien me observaba. Posiblemente desde hacía mucho tiempo.
Me erguí en un segundo y agarré mis cuchillos, alertado por una silueta que se adivinaba. Yo había llegado recién entrada por la tarde a los bosques parisinos, pero no había esperado que oscureciera tan rápido.
–¿Quién anda ahí? –Grité, tratando de detectar cualquier amenaza.
- OFF:
- ¿El título parece de un +18 o soy solo yo la que lo piensa? xD
Jules Jouvet- Inquisidor Clase Alta
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 24/11/2015
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Re: Desahogo violento [Privado]
La noche anterior, Jaime, quien a pesar de todas las cosas que había hecho por ganar algo de dinero y de ser aceptado, había tenido que salir de París para poder descansar. Compró una barra de pan y se comió una pequeña parte de ella, para asegurarse de que iba a tener más al día siguiente. Lo que pasó después fue lo que tuvo su corazón en un puño durante el resto de la noche y el día siguiente.
Un Inquisidor español le había estado siguiendo la pista y, pese a que lo había reconocido y lo había seguido, no logró alcanzarlo. Se había pasado todo el día esquivándolo por las callejuelas de París, corriendo como alma que llevaba al diablo y sintiendo un fuerte sabor a sangre en su boca. El bosque fue su refugio seguro, donde pudo descansar por fin.
Recogió algunas plantas para hacer sus pócimas y hechizos curativos, y también estuvo disfrutando de una llovizna nada agradable que le caló hasta los huesos. Se sentía un poco inútil, a la par de idiota. Su aprecio por la vida humana era algo que hasta él sabía que era una molestia, pues no era capaz de hacer daño ni a quién intentaba hacérselo a él… de hecho, había tenido que recurrir a la violencia. Y todas las caras de sus víctimas —que no eran muchas— lo torturaban por las noches.
Allí, en su refugio improvisado del bosque, se quedó dormido. Toda una noche y gran parte del día anterior corriendo habían pasado factura a su estado cuasi famélico, y su cuerpo no aguantó más. Como todas las veces que soñaba, el sopor lo llevó hasta su amada Sevilla, la Torre del Oro, el Guadalquivir, las calles… lo echaba tanto de menos que a veces hasta dolía. Pero esa era su nueva vida.
Sin embargo, algo interrumpió su sueño. Él había sido antaño un chico de sueño profundo, pero su nueva condición de prófugo y vagabundo lo habían convertido en algo así como un gato. Tenía unos reflejos y una capacidad de reacción envidiable, fruto del entrenamiento. Aquello que perturbó su sueño era un hombre, que al parecer había tenido un problema similar del de Jaime con la Inquisición con un árbol, y le estaba dando su merecido.
Durante un momento pensó que era un perturbado. Pero luego se dio cuenta de que era un perturbado armado y, al parecer, conocedor de un estilo de lucha tan brutal que el árbol al que estaba apalizando casi lo arranca del sitio. Decidió moverse para no tener que cruzarse con él, aunque, cómo no, su suerte decidió actuar en su contra. Pisó una rama, que se partió con un fuerte crack y que advirtió al otro de su presencia. Intentó esconderse, pero el hombre le habló, justo hacia donde él estaba.
—Ho… hola… —titubeó, saliendo de su escondite mostrando las palmas de las manos. Si tenía que pelear, no necesitaba ningún arma para hacerlo. Aunque deseó no tener que pelear —Ehtaba durmiendo aquí, uhté me ha dehpertao, ceñor.
A pesar de que el hombre parecía peligroso, Jaime pudo atisbar la sombra de un dolor que lo aprisionaba. De esos dolores que Jaime, por mucho que quisiera, no podía tratar. No obstante, anduvo con cautela, acercándose a él poco a poco.
—Zoy El Cortesssillo —dijo pronunciando fuertemente la “s”, que no existía en su fonética dialectal —. Ehpero no haberle azuhtao.
Un Inquisidor español le había estado siguiendo la pista y, pese a que lo había reconocido y lo había seguido, no logró alcanzarlo. Se había pasado todo el día esquivándolo por las callejuelas de París, corriendo como alma que llevaba al diablo y sintiendo un fuerte sabor a sangre en su boca. El bosque fue su refugio seguro, donde pudo descansar por fin.
Recogió algunas plantas para hacer sus pócimas y hechizos curativos, y también estuvo disfrutando de una llovizna nada agradable que le caló hasta los huesos. Se sentía un poco inútil, a la par de idiota. Su aprecio por la vida humana era algo que hasta él sabía que era una molestia, pues no era capaz de hacer daño ni a quién intentaba hacérselo a él… de hecho, había tenido que recurrir a la violencia. Y todas las caras de sus víctimas —que no eran muchas— lo torturaban por las noches.
Allí, en su refugio improvisado del bosque, se quedó dormido. Toda una noche y gran parte del día anterior corriendo habían pasado factura a su estado cuasi famélico, y su cuerpo no aguantó más. Como todas las veces que soñaba, el sopor lo llevó hasta su amada Sevilla, la Torre del Oro, el Guadalquivir, las calles… lo echaba tanto de menos que a veces hasta dolía. Pero esa era su nueva vida.
Sin embargo, algo interrumpió su sueño. Él había sido antaño un chico de sueño profundo, pero su nueva condición de prófugo y vagabundo lo habían convertido en algo así como un gato. Tenía unos reflejos y una capacidad de reacción envidiable, fruto del entrenamiento. Aquello que perturbó su sueño era un hombre, que al parecer había tenido un problema similar del de Jaime con la Inquisición con un árbol, y le estaba dando su merecido.
Durante un momento pensó que era un perturbado. Pero luego se dio cuenta de que era un perturbado armado y, al parecer, conocedor de un estilo de lucha tan brutal que el árbol al que estaba apalizando casi lo arranca del sitio. Decidió moverse para no tener que cruzarse con él, aunque, cómo no, su suerte decidió actuar en su contra. Pisó una rama, que se partió con un fuerte crack y que advirtió al otro de su presencia. Intentó esconderse, pero el hombre le habló, justo hacia donde él estaba.
—Ho… hola… —titubeó, saliendo de su escondite mostrando las palmas de las manos. Si tenía que pelear, no necesitaba ningún arma para hacerlo. Aunque deseó no tener que pelear —Ehtaba durmiendo aquí, uhté me ha dehpertao, ceñor.
A pesar de que el hombre parecía peligroso, Jaime pudo atisbar la sombra de un dolor que lo aprisionaba. De esos dolores que Jaime, por mucho que quisiera, no podía tratar. No obstante, anduvo con cautela, acercándose a él poco a poco.
—Zoy El Cortesssillo —dijo pronunciando fuertemente la “s”, que no existía en su fonética dialectal —. Ehpero no haberle azuhtao.
- OFF:
- Sí que lo parece XD
Espero que entiendas todo lo que dice Jaime... escribo fonéticamente porque me parece más gracioso, así es más fácil de imaginar. Si quieres que cambie algo, no tienes más que decirlo
Jaime Cortés- Hechicero Clase Baja
- Mensajes : 45
Fecha de inscripción : 08/12/2015
Localización : Allá donde lo llevan sus pasos.
Re: Desahogo violento [Privado]
De entre la maleza y la oscuridad del bosque surgió la figura casi raquítica de un chico demasiado joven, su rostro dulce pero astuto al mismo tiempo. Parecía haber estado durmiendo en el suelo, sucio y harapiento, con manchas de tierra y hierba en la cara. Fruncí el cejo extrañado, no me esperaba eso precisamente.
Entonces el chico comenzó a hablar y me quedé sin palabras. Le observé mientras se acercaba, no hacía falta ser un genio para ver que estaba asustado de mí. Repasé mentalmente la corta intervención del chico y traté de entender lo que me decía. Con mucha precaución, acabé de acercarme a él y tuve que mirar hacia abajo para después preguntarme a mí mismo cuánto habría crecido yo desde la última vez que me medí.
–¿Has intentado saludarme y decirme después que estabas durmiendo aquí? -Lo miré extrañado, no pretendía ser grosero ni mucho menos, así que me alejé, dándole espacio y recogiendo mi ropa y vistiéndome mientras lo observaba de arriba a abajo-. No pareces un mal chico, pero tu acento suena a español. Es muy tarde además para que un niño como tú esté en este lugar. Vamos -comencé a caminar de vuelta a mi casa, pero antes lo miré a los ojos fijamente-. Chico, no me gusta andarme con rodeos: Estás famélico, a mi parecer, y me siento orgulloso de ayudar a los demás, ven, te invitaré a cenar a cambio de que me ayudes. Venga, vamos.
Me hizo gracia que él estuviera preocupado por si me había asustado a mí en lugar de salir corriendo, eso demostraba que tenía agallas. Dudé sobre si aclarar que la ayuda que quería era solo eso, sabía que pese al supuesto decoro y moralismo exterior, nuestra sociedad tenía ciertos “trapos sucios” que no se querían sacar a la luz, y uno de los muchos que se conocían era el de la prostitución masculina. En fin, había gente para todo, pero dudaba de que alguien pudiese tratar de tocar a este niño encerrado en un cuerpo más grande. Tenía, a mi parecer, el rostro del hermano pequeño y travieso con el que yo había soñado de chiquillo.
–¿Cortesillo? -Pregunté, sorprendido y un poco pagado de mí mismo al haberlo entendido a la primera-. Pues chico, más te vale a pronunciar bien las palabras que quieras decir, en París lo primero es la etiqueta y después importa la persona -lo miré otra vez, tratando de averiguar qué había en él que hacía que los pelos de mi nuca se erizaran; era solo un crío, tampoco podía ser nada demasiado horrible, ¿verdad?–. Y no, te hace falta mucho más para asustarme, niño -reí, haciéndole un gesto con la mano para que me siguiera. No estaba muy acostumbrado a dar una orden y que no me hicieran caso, solo le permitía ese lujo a Castiel, y pocas veces.
Nos dirigimos hacia la ciudad caminando en silencio, yo marcaba el paso volviéndome para asegurar que el chico seguía tras de mí y no había huido. Ese era otro punto en su favor, era valiente; y una parte de mí estuvo convencido de que el niño era un fugitivo. Bueno, seguramente nos dimos cuenta todos y cada uno de los que lo observamos más de dos segundos: nervioso, mirando a todos lados, asustadizo. Y al mismo tiempo, aunque pareciera contradictorio, el chico se daba cuenta de si alguien le miraba más tiempo del debido y parecía transformarse en alguien diferente, adaptándose al papel de esclavo o mendigo, con lo que lograba pasar desapercibido.
–No sé de quién estás huyendo, pero allí nadie podrá herirte -comenté una vez llegamos a mi calle mientras señalaba mi casa-. Puedo ofrecerte un trabajo si lo deseas, o ayudarte a buscar uno. Pero lo principal es que comas y aprendas a pronunciar bien el francés o se te reconocerá a la legua como “el niño que hablaba raro con acento español”. No tienes ninguna garantía para confiar en mí, lo sé, pero tampoco tienes ninguna para dudar; además, siempre puedes seguir durmiendo en el bosque -terminé con una sonrisa, esperando la reacción del chico.
Entonces el chico comenzó a hablar y me quedé sin palabras. Le observé mientras se acercaba, no hacía falta ser un genio para ver que estaba asustado de mí. Repasé mentalmente la corta intervención del chico y traté de entender lo que me decía. Con mucha precaución, acabé de acercarme a él y tuve que mirar hacia abajo para después preguntarme a mí mismo cuánto habría crecido yo desde la última vez que me medí.
–¿Has intentado saludarme y decirme después que estabas durmiendo aquí? -Lo miré extrañado, no pretendía ser grosero ni mucho menos, así que me alejé, dándole espacio y recogiendo mi ropa y vistiéndome mientras lo observaba de arriba a abajo-. No pareces un mal chico, pero tu acento suena a español. Es muy tarde además para que un niño como tú esté en este lugar. Vamos -comencé a caminar de vuelta a mi casa, pero antes lo miré a los ojos fijamente-. Chico, no me gusta andarme con rodeos: Estás famélico, a mi parecer, y me siento orgulloso de ayudar a los demás, ven, te invitaré a cenar a cambio de que me ayudes. Venga, vamos.
Me hizo gracia que él estuviera preocupado por si me había asustado a mí en lugar de salir corriendo, eso demostraba que tenía agallas. Dudé sobre si aclarar que la ayuda que quería era solo eso, sabía que pese al supuesto decoro y moralismo exterior, nuestra sociedad tenía ciertos “trapos sucios” que no se querían sacar a la luz, y uno de los muchos que se conocían era el de la prostitución masculina. En fin, había gente para todo, pero dudaba de que alguien pudiese tratar de tocar a este niño encerrado en un cuerpo más grande. Tenía, a mi parecer, el rostro del hermano pequeño y travieso con el que yo había soñado de chiquillo.
–¿Cortesillo? -Pregunté, sorprendido y un poco pagado de mí mismo al haberlo entendido a la primera-. Pues chico, más te vale a pronunciar bien las palabras que quieras decir, en París lo primero es la etiqueta y después importa la persona -lo miré otra vez, tratando de averiguar qué había en él que hacía que los pelos de mi nuca se erizaran; era solo un crío, tampoco podía ser nada demasiado horrible, ¿verdad?–. Y no, te hace falta mucho más para asustarme, niño -reí, haciéndole un gesto con la mano para que me siguiera. No estaba muy acostumbrado a dar una orden y que no me hicieran caso, solo le permitía ese lujo a Castiel, y pocas veces.
Nos dirigimos hacia la ciudad caminando en silencio, yo marcaba el paso volviéndome para asegurar que el chico seguía tras de mí y no había huido. Ese era otro punto en su favor, era valiente; y una parte de mí estuvo convencido de que el niño era un fugitivo. Bueno, seguramente nos dimos cuenta todos y cada uno de los que lo observamos más de dos segundos: nervioso, mirando a todos lados, asustadizo. Y al mismo tiempo, aunque pareciera contradictorio, el chico se daba cuenta de si alguien le miraba más tiempo del debido y parecía transformarse en alguien diferente, adaptándose al papel de esclavo o mendigo, con lo que lograba pasar desapercibido.
–No sé de quién estás huyendo, pero allí nadie podrá herirte -comenté una vez llegamos a mi calle mientras señalaba mi casa-. Puedo ofrecerte un trabajo si lo deseas, o ayudarte a buscar uno. Pero lo principal es que comas y aprendas a pronunciar bien el francés o se te reconocerá a la legua como “el niño que hablaba raro con acento español”. No tienes ninguna garantía para confiar en mí, lo sé, pero tampoco tienes ninguna para dudar; además, siempre puedes seguir durmiendo en el bosque -terminé con una sonrisa, esperando la reacción del chico.
- OFF:
- Nada, nada, me encanta cómo habla aunque a Jules no XDDD
Cualquier cambio a un MP de distancia <3
Jules Jouvet- Inquisidor Clase Alta
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Re: Desahogo violento [Privado]
A pesar de que el hombre era especialmente impresionante, a Jaime no le daba mucho miedo… claro estaba que aún no sabía que era Inquisidor, por lo que seguía convencido de que podría vencerlo con facilidad pese a la furia y ferocidad con la que casi parte un árbol. La magia no era un árbol quieto y desvalido. De todos modos, lo que le impresionó fue la orden directa de que tenía que seguirle.
Una punzada de miedo invadió su interior… ¿para qué? Al principio pensó en algo realmente malo, como que tal vez quisiera entregarlo… pero era imposible. No había usado sus poderes. Luego pensó en que tal vez quisiera algún tipo de servicio... y a punto estuvo de preguntárselo, asustado, pues para eso estaban los cortesanos. Él no había nacido para eso —no obstante, encontraba al hombre atractivo, eso era innegable—.
—¿Dónde quiereh que vaya?
Famélico. Lo había llamado famélico. Se echó un vistazo a sí mismo. Había perdido mucho con relación a cuando estaba en Sevilla, pero aún se mantenía fuerte y fibrado… esas cosas no eran difíciles de mantener si tu vida se basaba en la continua carrera contra los Inquisidores, esos que matarían a un niño pequeño si no se unía a sus filas sin ningún tipo de remordimiento. Por otro lado, se preguntó qué ayuda podría necesitar el hombre. Su “amabilidad” lo confundía. Se suponía que los franceses no eran tan espléndidos.
Intentó dejar a un lado sus pensamientos y lo siguió. Sus pasos eran algo inseguros aún, pues sí que se sentía algo mareado. Tal vez fue la promesa de una cena lo que mantenía a aquellas piernas siguiendo al otro. No obstante, sí que se mostró algo molesto.
—¿Algún problema con mi acento? —inquirió — Yo ehtoy muy orgullozo de él. Y te aceguro que no todo el mundo eh lo que parece…
Abrió mucho los ojos y se calló de repente. Ya la hah liao, Jaimito… ci eh que ereh tonto pensó. Si bien no le gustaba que lo persiguieran como a una presa, tampoco le gustaba que lo subestimaran por su forma física, su apariencia o su estado. De todos modos, sabía que se había colado con ese comentario. Solo esperaba que el otro no se diese cuenta… aunque muy tonto tenía que ser.
Anduvo hasta la parte rica de París. Había entrado en algunos jardines en numerosas ocasiones para robar las frutas que crecían en los árboles, y pese a todo, nunca lo habían pillado. Los guardias allí eran casi todos privados, y correr no era su fuerte. De todas formas no le gustaba tener que volver, por si lo reconocían. Poco tardaron en llegar a la casa del hombre. Pasó no sin cierto recelo aún, pensando en lo que había dicho.
—Zupongo que prefiero dormih alejao del bohque —apretó los labios —. Pero no pienzo mejorar mi acento.
Arrugó el entrecejo y lo miró. Pese a todo, seguía siendo sevillano, y no pensaba renunciar a ello con facilidad… bastante tenía con renunciar a su nombre como para tener que renunciar también a sus orígenes. Entró con el hombre entonces, inconsciente aún de que, su salvador esa noche, era el hombre más peligroso del mundo para él.
Una punzada de miedo invadió su interior… ¿para qué? Al principio pensó en algo realmente malo, como que tal vez quisiera entregarlo… pero era imposible. No había usado sus poderes. Luego pensó en que tal vez quisiera algún tipo de servicio... y a punto estuvo de preguntárselo, asustado, pues para eso estaban los cortesanos. Él no había nacido para eso —no obstante, encontraba al hombre atractivo, eso era innegable—.
—¿Dónde quiereh que vaya?
Famélico. Lo había llamado famélico. Se echó un vistazo a sí mismo. Había perdido mucho con relación a cuando estaba en Sevilla, pero aún se mantenía fuerte y fibrado… esas cosas no eran difíciles de mantener si tu vida se basaba en la continua carrera contra los Inquisidores, esos que matarían a un niño pequeño si no se unía a sus filas sin ningún tipo de remordimiento. Por otro lado, se preguntó qué ayuda podría necesitar el hombre. Su “amabilidad” lo confundía. Se suponía que los franceses no eran tan espléndidos.
Intentó dejar a un lado sus pensamientos y lo siguió. Sus pasos eran algo inseguros aún, pues sí que se sentía algo mareado. Tal vez fue la promesa de una cena lo que mantenía a aquellas piernas siguiendo al otro. No obstante, sí que se mostró algo molesto.
—¿Algún problema con mi acento? —inquirió — Yo ehtoy muy orgullozo de él. Y te aceguro que no todo el mundo eh lo que parece…
Abrió mucho los ojos y se calló de repente. Ya la hah liao, Jaimito… ci eh que ereh tonto pensó. Si bien no le gustaba que lo persiguieran como a una presa, tampoco le gustaba que lo subestimaran por su forma física, su apariencia o su estado. De todos modos, sabía que se había colado con ese comentario. Solo esperaba que el otro no se diese cuenta… aunque muy tonto tenía que ser.
Anduvo hasta la parte rica de París. Había entrado en algunos jardines en numerosas ocasiones para robar las frutas que crecían en los árboles, y pese a todo, nunca lo habían pillado. Los guardias allí eran casi todos privados, y correr no era su fuerte. De todas formas no le gustaba tener que volver, por si lo reconocían. Poco tardaron en llegar a la casa del hombre. Pasó no sin cierto recelo aún, pensando en lo que había dicho.
—Zupongo que prefiero dormih alejao del bohque —apretó los labios —. Pero no pienzo mejorar mi acento.
Arrugó el entrecejo y lo miró. Pese a todo, seguía siendo sevillano, y no pensaba renunciar a ello con facilidad… bastante tenía con renunciar a su nombre como para tener que renunciar también a sus orígenes. Entró con el hombre entonces, inconsciente aún de que, su salvador esa noche, era el hombre más peligroso del mundo para él.
- OFF:
- Nah, está perfecto... pero lo mismo te digo
Jaime Cortés- Hechicero Clase Baja
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Localización : Allá donde lo llevan sus pasos.
Re: Desahogo violento [Privado]
Fruncí el ceño al observar las reacciones del joven y escuchar ese extraño acento que comenzaba a molestarme, pues no conseguía reconocerlo. Apostaría a que era español, pero no había conocido a ningún hombre de allí que hablase como si estuviera masticando comida al mismo tiempo. El chico no parecía peligroso, pero había que admitir que no saber su procedencia me ponía los pelos de punta. Sí, eso era propio de alguien controlador, perfeccionista, observador, y yo era eso. Me gustaba ir un paso por delante que el resto, por lo que la presencia de este chico en medio del bosque me hacía sentir incómodo. ¿Qué hacía allí? Y mucho peor, ¿por qué no parecía asustado? Mis manos estaban sangrando, estaba seguro de que al menos un hilillo de sangre ya corría entre mis nudillos, pero el chico seguía observándome como si fuésemos amigos y yo no acabara de aporrear un árbol hasta destruir una gran parte de la corteza.
Escuché su pregunta y rodé los ojos, ¿que dónde quería que fuese? Al Infierno, no te… Pero me contuve a la hora de contestar, tampoco necesitaba hacerlo. Ni él estaba obligado a seguirme ni yo a darle explicaciones, ya le había dicho la parte fundamental. Si alguien en la Inquisición se enteraba de que yo actuaba de manera errática acabarían conmigo, me destruirían hasta que ni el servicio que trabajara en mi casa pudiese recordar mi nombre. La Inquisición nunca se andaba con chiquilladas, ellos ya te ataban a una mesa de tortura mientras te preguntaban amablemente si eras un enviado de Satán, y yo eso lo sabía de primera mano.
Negué con la cabeza mientras me centraba de nuevo en el delgado cuerpo del joven. Bueno, tuve que concederle que al menos parecía ágil, no tan fuerte como yo, que a veces me costaba pasar por las puertas de las casas, pero sí se veía, de lejos, ese espíritu que pocos tienen, que parece forjado a fuego.
Caminamos en silencio hasta que el niño me contestó molesto, de un modo tan brusco que me detuve y lo miré fijamente.
–No tengo ningún problema con tu acento, chico, solo trataba de hacerte saltar -una sonrisa de oreja a oreja comenzó a brotar de entre mis labios hasta que finalmente solté una carcajada-, ¡y Mon Dieu si lo has hecho! ¡No me imaginaba que fueras tan valiente o tan idiota como para hablarle así a alguien dos veces más grande que tú! ¡Me gusta ese espíritu! -Estiré un brazo y le di unas palmaditas en la cabeza, el chico era osado, sin duda, y eso se necesitaba para sobrevivir en una ciudad como París si no tenías mucho dinero; él parecía una rata callejera, así que cualquier ventaja a su favor era una diferencia entre perecer en las calles o salir a flote.
Volví a andar mientras tenía cuidado de mantener las manos lo más escondidas posible. Sí, aún tenía manchas de sangre, y al darle las palmaditas al niño me había dado cuenta de que no eran pocas, así que las guardé dentro de los bolsillos hasta que llegamos a casa. Reí de nuevo ante su comentario, le había ofendido en serio lo del acento, pero no estaba en mi naturaleza tomarme las pullas de los demás como algo serio, así que sonreí, y me dirigí hacia el armario en el que guardaba todo tipo de objetos para curar (un Inquisidor siempre está preparado), mientras le contestaba:
–No quiero que mejores tu acento, por mí como si hablas en egipcio, pero si quieres vivir de algo más que basura y cosas robadas aquí, tendrás que aprender, al menos, a disimularlo en público.
Me curé las manos al tiempo que llegaba una de las damas del servicio, le pedí que trajera dos cenas y me volví hacia el niño para mirarle.
–No sé tu nombre, chico, pero yo soy Jules y esta es Andrea. Ella te servirá lo que quieras aquí, así pues, ¿qué deseas beber? -Después me dirigí a mi dama de nuevo-. Él se quedará a dormir, dile a tu hermano que prepare la habitación de invitados, no la de Castiel, la otra, y me avisas cuando esté.
Al irse, después de asentir a mis órdenes, miré al joven de nuevo y le sonreí con sinceridad.
–Siéntate y acomódate, la cena estará en un rato. Ahora quiero que me cuentes cuáles son tus aspiraciones. Me da igual tu pasado, pero no creo que seas un mal chico, así que si me dejas, te ayudaré a cambio de un módico precio… -La frase me pareció un poco tétrica en cuanto la pronuncié, por lo que me corregí avergonzado-. No quiero… Vamos, que no voy a pedirte nada obsceno ni que no puedas pagar, solo algo que puedas ofrecerme. Andrea y su hermano por ejemplo son dos fugitivos que vinieron de Aragón, en España, y me sirven a cambio de mi protección, pero es elección suya… Yo no… No le pediría a nadie que hiciera nada que no desea.
Escuché su pregunta y rodé los ojos, ¿que dónde quería que fuese? Al Infierno, no te… Pero me contuve a la hora de contestar, tampoco necesitaba hacerlo. Ni él estaba obligado a seguirme ni yo a darle explicaciones, ya le había dicho la parte fundamental. Si alguien en la Inquisición se enteraba de que yo actuaba de manera errática acabarían conmigo, me destruirían hasta que ni el servicio que trabajara en mi casa pudiese recordar mi nombre. La Inquisición nunca se andaba con chiquilladas, ellos ya te ataban a una mesa de tortura mientras te preguntaban amablemente si eras un enviado de Satán, y yo eso lo sabía de primera mano.
Negué con la cabeza mientras me centraba de nuevo en el delgado cuerpo del joven. Bueno, tuve que concederle que al menos parecía ágil, no tan fuerte como yo, que a veces me costaba pasar por las puertas de las casas, pero sí se veía, de lejos, ese espíritu que pocos tienen, que parece forjado a fuego.
Caminamos en silencio hasta que el niño me contestó molesto, de un modo tan brusco que me detuve y lo miré fijamente.
–No tengo ningún problema con tu acento, chico, solo trataba de hacerte saltar -una sonrisa de oreja a oreja comenzó a brotar de entre mis labios hasta que finalmente solté una carcajada-, ¡y Mon Dieu si lo has hecho! ¡No me imaginaba que fueras tan valiente o tan idiota como para hablarle así a alguien dos veces más grande que tú! ¡Me gusta ese espíritu! -Estiré un brazo y le di unas palmaditas en la cabeza, el chico era osado, sin duda, y eso se necesitaba para sobrevivir en una ciudad como París si no tenías mucho dinero; él parecía una rata callejera, así que cualquier ventaja a su favor era una diferencia entre perecer en las calles o salir a flote.
Volví a andar mientras tenía cuidado de mantener las manos lo más escondidas posible. Sí, aún tenía manchas de sangre, y al darle las palmaditas al niño me había dado cuenta de que no eran pocas, así que las guardé dentro de los bolsillos hasta que llegamos a casa. Reí de nuevo ante su comentario, le había ofendido en serio lo del acento, pero no estaba en mi naturaleza tomarme las pullas de los demás como algo serio, así que sonreí, y me dirigí hacia el armario en el que guardaba todo tipo de objetos para curar (un Inquisidor siempre está preparado), mientras le contestaba:
–No quiero que mejores tu acento, por mí como si hablas en egipcio, pero si quieres vivir de algo más que basura y cosas robadas aquí, tendrás que aprender, al menos, a disimularlo en público.
Me curé las manos al tiempo que llegaba una de las damas del servicio, le pedí que trajera dos cenas y me volví hacia el niño para mirarle.
–No sé tu nombre, chico, pero yo soy Jules y esta es Andrea. Ella te servirá lo que quieras aquí, así pues, ¿qué deseas beber? -Después me dirigí a mi dama de nuevo-. Él se quedará a dormir, dile a tu hermano que prepare la habitación de invitados, no la de Castiel, la otra, y me avisas cuando esté.
Al irse, después de asentir a mis órdenes, miré al joven de nuevo y le sonreí con sinceridad.
–Siéntate y acomódate, la cena estará en un rato. Ahora quiero que me cuentes cuáles son tus aspiraciones. Me da igual tu pasado, pero no creo que seas un mal chico, así que si me dejas, te ayudaré a cambio de un módico precio… -La frase me pareció un poco tétrica en cuanto la pronuncié, por lo que me corregí avergonzado-. No quiero… Vamos, que no voy a pedirte nada obsceno ni que no puedas pagar, solo algo que puedas ofrecerme. Andrea y su hermano por ejemplo son dos fugitivos que vinieron de Aragón, en España, y me sirven a cambio de mi protección, pero es elección suya… Yo no… No le pediría a nadie que hiciera nada que no desea.
Jules Jouvet- Inquisidor Clase Alta
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