Sencilla Armonía {Niord}

por **Erikson Draven** Jue Dic 24, 2015 12:57 pm

Estaba adecuándome al clima invernal, que percibía en París, mientras extraía algunas hierbas muertas en el ocaso de su bosque infinito. Veía particulares formas de éstas, así mismo como el aroma que expelían desde un estanque.

Entregado a la naturaleza de las cosas, me hallé solo, en aquel páramo a altas horas de la noche, dudo que alguna persona pudiese caminar el sendero tan frondoso que se ocultaba a la orilla del dudoso estanque, mi concentración se desplegaba en el arranque de cada centímetro de hierbas húmedas que buscaba y necesitaba para ciertos experimentos, que si algún ser llegara a saberlo, desfallecería en medio de mis explicaciones, hipótesis o teorías.
Como era costumbre, el tiempo corría contra mi carrera, debido a que en una hora más menos, tendría que regresar a casa para mi culto de medianoche, en dónde mis meditaciones buscan alejarme de este plano, para ir de tanto en tanto, hacia algunos más al Norte, independiente hacia donde quisiera llegar. El Norte, siempre el Norte...

Poco rato después, contemplaba con dificultad mi reflejo entre las aguas de aquel charco que a mi parecer, no tenía nada de especial, excepto la magia que le daba aquella oscura noche llena de añejas voces sufriendo la esclavitud del aire perteneciente a este globo, este bosque tenía un alma… más no una en dónde sus áreas verdes son envidiadas por el Edén, más bien donde el eco u quejido de los seres vivos, son como la ‘Lux Aeternus’ de los ojos cansados de cada una de las almas.

Particularmente, mientras observaba el reflejo del agua percibí cerca de mi área a un Ser que acompañaba en la noche, un poco confuso no le percibí bien su aura de inmediato. No alcé el rostro a buscarle, seguí con lo mío, mas aun era como si quisiese analizar esa energía desde el espejo transparente del agua. Allí estaba….

por **Niord Süskind** Mar Dic 29, 2015 8:00 pm

Despertó en el mismo instante en que los últimos rayos del Sol perecían en el horizonte, dotándole así de vida y hambre. No se sorprendió al notar que su cuerpo se encontraba tirado en el suelo de su habitación, con las últimas páginas que había escrito esparcidas a su alrededor. Delatoras del asesinato que había cometido una y otra vez al insertar la pluma sobre ellas, desgarrándola con palabras tristes y agónicas, eco de su tortuosa monstruosidad.

Se movió con torpeza, notando ese dolor punzante que sólo sucedía cuando llevaba un día entero sin consumir la más mínima gota de sangre. Y es que, a veces, cuando las noches eran realmente productivas y las horas le daban para escribir numerosas historias, se olvidaba de sus únicas necesidades físicas; el comer.

Así que se dedicó a llevar su libreta, tintero y pluma con él en la búsqueda de alguna víctima con un aroma sugerente, cualquiera le servía. Gordo o flaco, alto o bajo, inteligente o estúpido, hombre o mujer. Todo valía mientras su corazón latiese y le librase de la sed, para poder seguir escribiendo. Era una obsesión, nunca, en todos sus siglos de edad, había podido dejar de lado la escritura. Como si fuese un demonio, relataba miles de historias que nadie leería más que su ser amado, un fantasma del pasado que sólo se presentaría ante él cuando hubiese probado ser merecedor de tal regalo. Hasta entonces sólo tenía soledad y palabras.

Recorrió las calles de parís, con la velocidad de su estirpe, convirtiéndose en una sombra más en la noche, consumiendo la sangre de sus víctimas hasta que terminó alejándose tanto que terminó perdido en medio del bosque, sosteniendo aún al último humano del que se había servido para poder acallar al monstruo que seguía pidiendo más en su interior. Y ese más podía abarcar muerte, sangre u oscuridad.

Lanzó el cuerpo inerte lejos de él y decidió caminar con tranquilidad, ignorando el hecho de que había cedido a sus instintos más bajos, arrastrando humanos mientras corría con ellos por todo París, consumiendo su sangre como si fuese un niño que se comía la comida de su madre mientras seguía corriendo y evitando que lo atraparan. Él era así, una criatura sin sentido, de extremos infinitos, hermoso casi por casualidad.

El aroma del agua mezclada con tierra y hierbas le recordó a su infancia, cuando el mundo era muy distinto, cuando el hombre aún no había destruido lo hermoso para colocar monstruos de ladrillo. Criaturas hambrientas de seres que habitasen en su interior, como una prostituta siempre exigente de que alguien la llenase, con calles sin textura, adoquinadas y grisáceas.

Parpadeó con rapidez al notar su propio reflejo en la superficie del agua, sorprendido al ver que de nuevo había perdido la conciencia de lo que hacía y lo que pensaba, actuando antes de que pudiera siquiera evaluar si lo que hacía era seguro o no.

- ¿ Hueles los últimos vestigios de la belleza ? - Le preguntó mientras se agachaba como un niño, más preocupado de sus respuestas que del estar frente a un extraño. Apoyó su mentón sobre sus rodillas, contemplando su pálido rostro en la superficie del agua, notando cómo las paginas blancas se estremecían con la caricia del viento en una de sus manos. El único elemento que aún permanecía con él después de haberse estado alimentando. Como si en vez de tener un osito de peluche, él sólo conociera el amor por los libros.

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