AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Desired Constellation → Privado
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Desired Constellation → Privado
“The sun painted galaxies across my throat.
People wonder why I speak like other worlds.
I have constellations written as stories on my skin.”
People wonder why I speak like other worlds.
I have constellations written as stories on my skin.”
Uno de sus sitios favoritos era, sin lugar a dudas, el jardín de la casa Pemberton. No sólo encontraba ahí la tranquilidad que con tanta vehemencia buscaba, sino que cuando el cielo estaba de buen humor y decidía apartar todas las nubes, Caliban era capaz de ver las estrellas. Esas proyecciones de luz que tanto le intrigaban y que con suerte, le daban indicios de futuro. Pero esa velada, tras la cena, no era eso lo que buscaba. Estaba, de hecho, harto de ello. De esas visiones sobre el porvenir. No sólo las que a él le llegaban sin previo aviso para remover su tranquilidad, sino las que habían formulado sobre él, sobre su nacimiento, las que no lo dejaban vivir, que no lo habían dejado en paz por años.
Pero eso estaba atrás, junto al clan que fue quemado desde sus cimientos. Y no sabía qué era peor. En cualquiera de los casos, era él quien quedaba en la encrucijada. Pateó un guijarro con fuerza ante la frustración mientras mantenía ambas manos en los bolsillos, ocultas y resguardadas del clima, que no era nada comparado al de su tierra natal. La piedra fue a dar hasta una sombra y fue entonces que se percató que no estaba solo. Sonrió. Aquella figura sólo podía pertenecer a alguien.
—Solange —dijo y se acercó—. Lamento haber dejado así la mesa, necesitaba aire fresco. Sé que te dije que hoy revisaríamos los libros que compré ayer, pero… —suspiró y dejó que la frase se perdiera en la noche. Aunque había aprendido relativamente hace poco a leer y escribir, se había convertido en un lector compulsivo, sin embargo, aún necesitaba de alguien a su lado si no entendía una palabra y ese alguien solía ser su amiga, esa con la que los padres de la misma insinuaban que debía casarse—. Necesitaba despejarme —concluyó después y se encogió un poco en la misma posición en la que estaba. Con la punta de su zapato jugó con el escollo que había pateado antes.
—Ven, acompáñame mejor —hizo amago de querer tomarla de la mano, pero se arrepintió. No quería que las cosas estuvieran peor, ya tenía suficiente con la idea generalizada de que ambos debían unir sus vidas y con sus propias fantasías con respecto a la otra mujer Pemberton—. Si nos paramos cerca de aquel durazno, se puede ver a la perfección Venus en aquella dirección —continuó y señaló por encima del tejado de la casa, que era enorme y se entendía por qué uno debía alejarse para poder ver más, pues con su imponente estructura, tapaba gran parte de la vista—. Para allá está Orión —se encaminó al punto que había dicho y el señalamiento de la constelación fue más vago.
Sin esperarla, comenzó a trepar el árbol que, por la época, ya comenzaba a vestir sus características flores color rosa pálido. Cuando se hubo acomodado en una rama, estiró la mano para ayudar a la chica. No era culpa de ella que sus padres lo vieran a él como potencial novio. Se entendían, y era de su edad, lo cual le sentaba bien, estando tan solo en la ciudad.
Caliban Ifans- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 24/11/2015
Localización : París
Re: Desired Constellation → Privado
Solange se levantó de la mesa cuando ya todos los platos habían sido degustados y sus padres comenzaban a hablar de temas en los que ella, de momento, no tenía nada que añadir. Se disculpó, esbozó una ligera sonrisa, y subió hasta su cuarto para ponerse cómoda. O todo lo cómoda que puede ponerse una muchacha que todavía no había dado por finalizada su jornada. Estaba cansada, eso era cierto. Daría lo que fuera por acostarse entre las sábanas y dormir varias horas seguidas, pero había algo que se lo impedía. O mejor dicho, alguien: Caliban. Tan solo pensar en él hizo que su cuerpo se estremeciera levemente. La verdad era que pensar en él hacía que Morfeo no consiguiera reconfortarla entre sus brazos, que el sueño parecía esfumarse cuando él entraba en su cabeza, pero ese no era el único motivo por el cual sabía que no iba a poder dormir todavía, aunque sí que estaba relacionado con el chico. Habían quedado para practicar algo de lectura y sentir que le era útil al chico era una de las cosas que más le gustaban, sobre todo si a eso se sumaba el pasar tiempo a su lado.
Desprendió de su cabello las horquillas que sujetaban el recogido, dejando que los mechones cayeran en cascada, de forma desordenada, sobre sus hombros. Suspiró, aliviada, y se masajeó ligeramente el cuero cabelludo antes de mirarse al espejo y asegurarse de que estaba bien. Tomó el pomo de la puerta de su habitación, lo giró y salió rumbo a la biblioteca, con la esperanza de que él no llevara demasiado rato esperándola. Sí, se había ausentado de la cena antes que ella, pero por esa misma razón pensó que ya se encontraría allí, exponiendo sobre la mesa los libros que había adquirido el día anterior. Sin embargo, no fue así.
Se sintió algo decepcionada, pero ese sentimiento pronto se transformó en preocupación. El muchacho no dejaría de acudir a una de sus citas o, al menos, avisaría antes si no pudiera acudir. La joven tragó saliva y se mordió el labio inferior, nerviosa. ¿Y si le había pasado algo? No...Caliban estaba bien. Tenía que estar bien. Decidió que lo mejor sería ir a dar una vuelta por el jardín, dejar que el aire frío la despejara un poco. De lo contrario, se pasaría horas mirando al techo de su habitación, intentando descubrir en el silencio de la casa la voz del aprendiz de su madre. En eso estaba, paseando por el jardín y dejando que el olor del galán de noche la inundara por completo, cuando escuchó que la llamaban. Que él la llamaba. Sonrió cuando lo tuvo a su altura y sacudió ligeramente la cabeza ante sus disculpas.—No te preocupes, Caliban—le susurró—Espero que hayas logrado despejarte, de verdad.
Por una milésima de segundo le pareció que él iba a sostener su mano y deseó que lo hiciera. No obstante, solo fue una ilusión que la mente de la muchacha había imaginado, un espejismo que sus propios ojos habían creado. Quiso decirle que sí, que lo acompañaba, pero de sus labios solo salió un ligero sonido a modo de contestación, mientras comenzaba a caminar a su lado, en la dirección que él le había indicado. Por primera vez en mucho tiempo se detuvo a contemplar las estrellas, aquellas que el propio Caliban le estaba mostrando.
Solange trepó al árbol, con la ayuda del chico, porque de lo contrario no podría haberlo hecho. Se acomodó en la rama y lo miró por el rabillo del ojo. La luz de la luna los iluminaba a ambos, mientras él seguía con las explicaciones sobre las constelaciones.—Es precioso—comenzó a decir, mientras notaba que sus mejillas se encendían por la proximidad de ambos. Dio gracias de que fuera de noche, de que la tenue luz que la luna desprendía no fuera suficiente como para que él se percatara del color rojizo que comenzaba a teñir su rostro. No olvidaría ese momento: La noche que él le mostró las estrellas. La primera de muchas. Su padre ya le había comentado sus planes y ella no podía estar más feliz. Repetirían esa noche muchas otras veces, aunque puede que ya como marido y mujer. Tragó saliva y se quedó unos segundos en silencio, admirando el firmamento.—¿Y esa estrella de allí?—le preguntó—¿Sabes su nombre?
Desprendió de su cabello las horquillas que sujetaban el recogido, dejando que los mechones cayeran en cascada, de forma desordenada, sobre sus hombros. Suspiró, aliviada, y se masajeó ligeramente el cuero cabelludo antes de mirarse al espejo y asegurarse de que estaba bien. Tomó el pomo de la puerta de su habitación, lo giró y salió rumbo a la biblioteca, con la esperanza de que él no llevara demasiado rato esperándola. Sí, se había ausentado de la cena antes que ella, pero por esa misma razón pensó que ya se encontraría allí, exponiendo sobre la mesa los libros que había adquirido el día anterior. Sin embargo, no fue así.
Se sintió algo decepcionada, pero ese sentimiento pronto se transformó en preocupación. El muchacho no dejaría de acudir a una de sus citas o, al menos, avisaría antes si no pudiera acudir. La joven tragó saliva y se mordió el labio inferior, nerviosa. ¿Y si le había pasado algo? No...Caliban estaba bien. Tenía que estar bien. Decidió que lo mejor sería ir a dar una vuelta por el jardín, dejar que el aire frío la despejara un poco. De lo contrario, se pasaría horas mirando al techo de su habitación, intentando descubrir en el silencio de la casa la voz del aprendiz de su madre. En eso estaba, paseando por el jardín y dejando que el olor del galán de noche la inundara por completo, cuando escuchó que la llamaban. Que él la llamaba. Sonrió cuando lo tuvo a su altura y sacudió ligeramente la cabeza ante sus disculpas.—No te preocupes, Caliban—le susurró—Espero que hayas logrado despejarte, de verdad.
Por una milésima de segundo le pareció que él iba a sostener su mano y deseó que lo hiciera. No obstante, solo fue una ilusión que la mente de la muchacha había imaginado, un espejismo que sus propios ojos habían creado. Quiso decirle que sí, que lo acompañaba, pero de sus labios solo salió un ligero sonido a modo de contestación, mientras comenzaba a caminar a su lado, en la dirección que él le había indicado. Por primera vez en mucho tiempo se detuvo a contemplar las estrellas, aquellas que el propio Caliban le estaba mostrando.
Solange trepó al árbol, con la ayuda del chico, porque de lo contrario no podría haberlo hecho. Se acomodó en la rama y lo miró por el rabillo del ojo. La luz de la luna los iluminaba a ambos, mientras él seguía con las explicaciones sobre las constelaciones.—Es precioso—comenzó a decir, mientras notaba que sus mejillas se encendían por la proximidad de ambos. Dio gracias de que fuera de noche, de que la tenue luz que la luna desprendía no fuera suficiente como para que él se percatara del color rojizo que comenzaba a teñir su rostro. No olvidaría ese momento: La noche que él le mostró las estrellas. La primera de muchas. Su padre ya le había comentado sus planes y ella no podía estar más feliz. Repetirían esa noche muchas otras veces, aunque puede que ya como marido y mujer. Tragó saliva y se quedó unos segundos en silencio, admirando el firmamento.—¿Y esa estrella de allí?—le preguntó—¿Sabes su nombre?
Solange C. Pemberton- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/12/2015
Re: Desired Constellation → Privado
“A philosopher once asked, "Are we human because we gaze at the stars, or do we gaze at them because we are human?" Pointless, really... "Do the stars gaze back?" Now, that's a question.”
― Neil Gaiman, Stardust
― Neil Gaiman, Stardust
Su rostro se mantuvo sereno a pesar de que con ambas manos se sostenía con fuerza de la rama en la que se encontraba para no caerse. No obstante de ese esfuerzo, en su rostro pálido, que se veía más blanco aún causa de su peculiar color de cabello, podía leerse una calma con la que muchos hombres sólo podían soñar. Sus ojos azules, como sólo azul es el universo, se mantenían atentos a esos puntos de luz pegados al manto nocturno, como insectos luminiscente, muriendo en la lejanía. Con la idea clavada, que le trepanaba la cabeza, de que lo que estaban viendo, era sólo un eco de estrellas hace mucho extintas. Dándose cuenta no sólo de su mortalidad, sino de lo efímera que era toda existencia en el cosmos.
Podía sentir también los ojos de Solange sobre él, pero no le molestaban. Claro, usualmente prefería la soledad, sin embargo, si había una presencia que toleraba de mejor modo e incluso disfrutaba, era la de su amiga. Cómo quisiera que las cosas que mantuvieran así, para siempre. Aunque Gemma jamás fuera suya (nuca lo sería), que Solange, también, jamás dejara de ser su amiga. Esto era lo mejor, ¿por qué debían cambiar las cosas? Dio un súbito suspiro al escucharla hablar y giró el rostro para verla. El juego de la mustia luz de la ciudad y las estrellas, apenas iluminado su perfecto rostro envuelto en sombras.
—Claro… —su voz sonó tan apagada como esos mismos astros que se habían ido hace milenios. Giró el rostro para ver la estrella que ella señalaba—. Es Sirius, la estrella principal de Canis Major. Mira… —se acercó a ella, moviéndose con cautela en la rama y tomó su mano con suavidad, rodeándola por la espalda, dejando su rostro demasiado cerca del ajeno. La ayudó a delinear líneas imaginarias en el cielo—. Canis Major, el perro… se necesita algo de imaginación para poder verlo —rio suavemente y la soltó, pero no se alejó de inmediato. En cambio, desde su posición, ligeramente detrás, observó la reacción de su amiga.
Finalmente, tras lo que pareció una eternidad y fue en realidad sólo unos segundos, regresó a su posición original.
—Es extraño, ¿no lo crees? Que haya aprendido las constelaciones y el movimiento de las estrellas antes que leer o escribir —dibujó una media sonrisa en su rostro. Pero más que ser un gesto de alegría, se notaba melancólico—. Es en ellas que puedo ver el futuro, no sé bien cómo funciona esa habilidad y a veces me gustaría no tenerla —su voz se fue haciendo más lejana. Como si proviniera de un sueño. De esos que transitan con travesura en el estado de duermevela.
—En fin… tienes razón —soltó esas palabras en medio de un suspiro—. La noche siempre logra despejarme. Es cuando sucede lo más sórdido en una ciudad como esta, pero allá en Galés eran silenciosas, tranquilas, frías… era el momento perfecto para la magia —se detuvo y volvió a girar el rostro para mirarla—. Lo siento, a veces parece que no dejo de hablar de Gales, ¿verdad? —No era un secreto para nadie lo mucho que extrañaba su vida allá. Pero ahora estaba aquí, en París y debía hacerse a la idea o convertirse en una sombra aferrada a los recuerdos.
—Mejor cuéntame algo tú. De todos modos yo no soy el más interesante y eso todo mundo lo sabe —volvió a sonreír, pero esta vez, el gesto fue menos nostálgico y más real, más presente. Como si luego de divagar por el tiempo y el espacio, Caliban por fin regresara a la tierra como un viajero estelar.
El joven deambulaba entre esos dos estados. El que no se encuentra presente, que divaga y peregrina por paisajes que ni siquiera podemos imaginar. Y el que te presta atención y escucha con detenimiento; más raro de presentarse y por ello, debía apreciarse de modo distinto.
Última edición por Caliban Ifans el Dom Abr 10, 2016 7:16 pm, editado 1 vez
Caliban Ifans- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 24/11/2015
Localización : París
Re: Desired Constellation → Privado
Solange observó por el rabillo del ojo el rostro del chico, la melancólica sonrisa de sus labios, apenas una curvatura que ella intentaba ampliar, aunque no sabía si lo conseguía. Lo miraba, como siempre, conteniendo un suspiro que podía delatar sus verdaderos sentimientos. Porque no, no solo sentía una fuerte amistad por el chico, sino que despertaba en ella emociones que nunca había experimentado. Calma y desasosiego, a la vez. Ante el muchacho, sus terminaciones nerviosas reaccionaban y un escalofrío recorría toda su espina dorsal, pero estar a su lado, a la vez, conseguía calmarla. Era como si a su lado se sintiera segura, pasara lo que pasara. Le gustaba compartir su tiempo con él y pensar que a Caliban le ocurría lo mismo, que disfrutaba de su presencia.
Lo miraba a él, por supuesto, como no miraba a ninguna otra persona, pero no se atrevía a comprobar si el joven la observaba de la misma forma. Durante toda su vida le habían enseñado los entresijos de la magia, había recibido una educación excepcional, habían conseguido que fuera una mujer segura de sí misma y, lo que más le hacía sentir orgullosa, un fiel reflejo de su madre, pero cuando se trataba de él…Todos sus conocimientos parecían carecer de valor, de utilidad.
Alzó la mirada para contemplar el cielo estrellado, conteniendo la respiración. Se sentía tan pequeña…y esa sensación aumentó cuando él tomó su mano y rodeó su espalda, al igual que aumentaron sus pulsaciones. Intentó concentrarse en la explicación, pero su piel ardía ante su contacto y le costaba bastante hacerlo. Entrecerró los ojos e intentó dibujar en su cabeza las líneas imaginarias que él pintaba para ella, formando el cuerpo animado de las constelaciones. ─Es fascinante─musitó, justo antes de quedarse en silencio durante unos segundos. Durante unos instantes se perdió en la inmensidad del firmamento, pero poco a poco volvió a la realidad y, sin despegar su mirada de las estrellas, todavía, volvió a hablar, entre susurros.─¿Qué te ocurre?─se atrevió a preguntar, puesto que había notado su voz apagada.
─Yo lo encuentro admirable ─confesó, esbozando una sonrisa y esta vez, mirándole. ─Has aprendido por ti, porque te gusta…Eso se nota, te lo dice alguien que se ha pasado toda su vida entre libros y más libros ─musitó, encogiéndose de hombros. Alzó una ceja ante lo siguiente que dijo. Si de algo se sentía orgullosa Solange, era de sus poderes. ─Yo los considero mi propia esencia, aquello que me hace especial, que hace que sea yo misma. No debemos avergonzarnos de lo que somos, Caliban ─añadió, mientras hacía que la mirara ─Acabarás controlando ese poder, estoy segura ─comentó, sin saber qué más podía decir, cómo podía ayudarlo. Detestaba verlo así y se sentía impotente al ser incapaz de hacer nada al respecto.
Escucharle hablar de esa forma hacía que una tristeza difícil de explicar la embargara por completo, la paralizara. ─No eres feliz aquí─comentó, había querido que fuera una pregunta, pero su propia voz la había traicionado. Le gustaba tenerlo a su lado, era cierto, pero si él no era feliz así…Parpadeó un par de veces, intentando controlar una furtiva lágrima que amenazaba con deslizarse por su mejilla ante la idea de que ella no fuera suficiente para hacer que el chico fuera feliz. Quizás…solo podía serlo allí, en Gales. ─No te disculpes, yo…─no terminó de decir lo que fuera que estaba a punto de decir, puesto que ni ella misma conseguía expresar algo de lo que rondaba por su cabeza.
─Me has hablado de las estrellas, pero ¿conoces la historia del sol y la luna?─le preguntó, buscando con la mirada el cuerpo celeste que emitía una suave luz plateada noche tras noche.─Me la contaron hace mucho tiempo, una noche que no podía dormir y se ha convertido en uno de mis relatos favoritos─comentó, sonriendo levemente al recordar las palabras de esa historia que atesoraba dentro de ella.
─Supongo que tampoco se puede decir que yo sea demasiado interesante─susurró. No sabía qué más decir, a parte de contarle esa historia en el caso de que no la conociera. Su cabeza seguía enfrascada en la idea de que, a pesar de todo, Caliban no era feliz allí, a su lado.
Lo miraba a él, por supuesto, como no miraba a ninguna otra persona, pero no se atrevía a comprobar si el joven la observaba de la misma forma. Durante toda su vida le habían enseñado los entresijos de la magia, había recibido una educación excepcional, habían conseguido que fuera una mujer segura de sí misma y, lo que más le hacía sentir orgullosa, un fiel reflejo de su madre, pero cuando se trataba de él…Todos sus conocimientos parecían carecer de valor, de utilidad.
Alzó la mirada para contemplar el cielo estrellado, conteniendo la respiración. Se sentía tan pequeña…y esa sensación aumentó cuando él tomó su mano y rodeó su espalda, al igual que aumentaron sus pulsaciones. Intentó concentrarse en la explicación, pero su piel ardía ante su contacto y le costaba bastante hacerlo. Entrecerró los ojos e intentó dibujar en su cabeza las líneas imaginarias que él pintaba para ella, formando el cuerpo animado de las constelaciones. ─Es fascinante─musitó, justo antes de quedarse en silencio durante unos segundos. Durante unos instantes se perdió en la inmensidad del firmamento, pero poco a poco volvió a la realidad y, sin despegar su mirada de las estrellas, todavía, volvió a hablar, entre susurros.─¿Qué te ocurre?─se atrevió a preguntar, puesto que había notado su voz apagada.
─Yo lo encuentro admirable ─confesó, esbozando una sonrisa y esta vez, mirándole. ─Has aprendido por ti, porque te gusta…Eso se nota, te lo dice alguien que se ha pasado toda su vida entre libros y más libros ─musitó, encogiéndose de hombros. Alzó una ceja ante lo siguiente que dijo. Si de algo se sentía orgullosa Solange, era de sus poderes. ─Yo los considero mi propia esencia, aquello que me hace especial, que hace que sea yo misma. No debemos avergonzarnos de lo que somos, Caliban ─añadió, mientras hacía que la mirara ─Acabarás controlando ese poder, estoy segura ─comentó, sin saber qué más podía decir, cómo podía ayudarlo. Detestaba verlo así y se sentía impotente al ser incapaz de hacer nada al respecto.
Escucharle hablar de esa forma hacía que una tristeza difícil de explicar la embargara por completo, la paralizara. ─No eres feliz aquí─comentó, había querido que fuera una pregunta, pero su propia voz la había traicionado. Le gustaba tenerlo a su lado, era cierto, pero si él no era feliz así…Parpadeó un par de veces, intentando controlar una furtiva lágrima que amenazaba con deslizarse por su mejilla ante la idea de que ella no fuera suficiente para hacer que el chico fuera feliz. Quizás…solo podía serlo allí, en Gales. ─No te disculpes, yo…─no terminó de decir lo que fuera que estaba a punto de decir, puesto que ni ella misma conseguía expresar algo de lo que rondaba por su cabeza.
─Me has hablado de las estrellas, pero ¿conoces la historia del sol y la luna?─le preguntó, buscando con la mirada el cuerpo celeste que emitía una suave luz plateada noche tras noche.─Me la contaron hace mucho tiempo, una noche que no podía dormir y se ha convertido en uno de mis relatos favoritos─comentó, sonriendo levemente al recordar las palabras de esa historia que atesoraba dentro de ella.
─Supongo que tampoco se puede decir que yo sea demasiado interesante─susurró. No sabía qué más decir, a parte de contarle esa historia en el caso de que no la conociera. Su cabeza seguía enfrascada en la idea de que, a pesar de todo, Caliban no era feliz allí, a su lado.
Solange C. Pemberton- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/12/2015
Re: Desired Constellation → Privado
“You're the sun and I'm your moon.
Your smile lights up my day
and all I do is brighten your night.”
Your smile lights up my day
and all I do is brighten your night.”
Si algo admiraba y atesoraba de Solange era la facilidad que tenía para decirle las palabras adecuadas cuando lo necesitaba. No sabía si sería cosa de un sexto sentido o sólo una empatía a la que no podía poner palabras para describir en su totalidad. En cualquier caso, lo agradecía. Y pocas veces se detenía a pensar lo que cruzaba por la mente de su amiga. ¿Qué opinión le merecía toda la idea de Ambrose y Gemma de unirlos? No es que él fuera muy vocal al respecto, consideraba que sería muy grosero ante sus anfitriones, pero sin duda se notaba en su actitud lo mucho que le incomodaba la situación. ¡Qué egoísta era! Porque Solange también era parte de la ecuación y no se cuestionaba su sentir al respecto. En ese instante, un pinchazo de culpa le atravesó el pecho, como una fina y larga aguja que se clava en el corazón.
Giró el rostro entonces para agradecerle y en ese mismo instante ella continuó hablando. La miró con los ojos ligeramente rasgados, completamente abiertos. Lo que acababa de escuchar no era una pregunta; una aseveración, en cambio. Ese sentimiento amargo de culpa que antes lo lastimó, ahora le estaba constriñendo el alma. Negó con la cabeza y desvió la mirada.
—No, yo… no creas que no les agradezco lo que están haciendo por mí —comenzó. Su afán primordial en ese instante fue no verse como un malagradecido—. Es inevitable, ¿no crees? Extrañar el sitio en el que creciste. Es lo que siempre conocí, porque ni siquiera salí de la aldea donde vivíamos hasta ahora, que viajé a París —continuó. Sin embargo, no contestó frontalmente si era feliz o no. Ni él mismo lo sabía. Decir que era miserable rayaba en la exageración, sin embargo, tampoco podía decir que era cien por ciento feliz. Y no era culpa de Solange, ni de los Pemberton, ni de nadie. Simplemente de las circunstancias, que se habían dado así.
Rio luego, como para sacudirse de ese modo la nostalgia. Parecía que cada vez que alguien se acercaba a él, los contagiaba de esa pesadumbre que lo acompañaba, y saberlo no le gustaba nada. Agradecía que Solange, a pesar de ello, lo siguiera buscando. Se distrajo con un pedazo de corteza seca del árbol, el cual se dedicó a arrancar hasta que la uñas se lastimaron.
—No lo eres. A mí me pareces muy interesante. Y si no fuera por ti, estaría perdido. Creo que somos un par de pesimistas que se subestiman, eso es todo —aventó el trozo de árbol hacia la oscuridad y continuó—: En mi pueblo existen muchos mitos sobre el sol y la luna, pero me gustaría escuchar el que tú conoces —buscó la mirada ajena. Los ojos, los propios y los de ella, brillaban en las sombras como un par de antorchas que alumbran el camino en la insondable noche.
Caliban, a pesar de sus muchas limitantes que él mismo se imponía, siempre estaba ávido por escuchar nuevas historias de esa índole. A veces, cuando tenía premoniciones, de ese modo podía encontrar símbolos en sus visiones. Conociendo historias de mucho antes de que él naciera. Los antiguos las habían forjado por algo y no las desestimaba. Si sabía el valor de algo, era del conocimiento.
Se acomodó en la rama con cuidado. Era lo suficientemente fuerte para no ser vencida por los dos cuerpos, pero aún así maniobrar ahí resultaba complicado. Entonces vio en la chica al astro rey, luminoso, imperante, luz eterna. Y él, en su blancura casi sobrenatural, era más parecido a la luna.
Caliban Ifans- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 24/11/2015
Localización : París
Re: Desired Constellation → Privado
Solange atesoraba todos y cada uno de los momentos que pasaba con Caliban, aunque una parte de ella deseaba que fueran muchos más. O distintos. Fuera como fuera, lo cierto era que disfrutaba de su compañía. Normalmente se hacían compañía rodeados de libros, cuando ella lo ayudaba, pero esto era completamente diferente. Pude que no tan distinto como la muchacha deseara, pero poder disfrutar de su cercanía, de la luna y las estrellas…Era algo que conseguía que se estremeciera. A su lado, disfrutaba, incluso, del silencio. No le resultaba incómodo o algo por el estilo, al revés. Se vio tentada a apoyarse sobre su hombro, pero se contuvo. En su lugar, se limitó a elevar la mirada, a centrarla en la luna que brillaba en todo su esplendor esa noche, como si fuera un presagio, como si fuera su propio cómplice. Sonrió levemente y se mordió el labio inferior.
Intentaba animar al chico. Robarle una sonrisa, una de la cual ella fuera la causante. No había nada que le gustara más y no le importaría dedicar todo el tiempo del mundo a eso si al final lo conseguía. Aunque Caliban no lo supiera, ese era el mejor regalo que podía hacerle. Por eso, pensar que él no fuera feliz allí, a su lado, la desgarraba por dentro.
La muchacha se quedó unos segundos en silencio, después de que él terminara de hablar. Balanceó sus pies, fijándose en el movimiento que dibujaban, mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.─Sé qué agradeces lo que hago…Lo que hacemos. No pienses, ni por un instante, que creo lo contrario, de verdad─comenzó a decir, mientras lo miraba por el rabillo del ojo.─No sé si tienes razón o no…Nunca he emprendido un viaje yo sola. A veces siento que mi vida entera se reduce a estas cuatro paredes─ladeó ligeramente la cabeza─¿Cómo…es tu aldea?─le preguntó. Tenía curiosidad, por como cada cosa que tenía que ver con él.
Sonrió para sus adentros cuando él rió. La muchacha se relajó todavía más, por lo que no pudo evitar dibujar ella también una sonrisa en sus labios. Normalmente tenía el control sobre todo, así la habían educado, pero cuando se trataba de algo referente a Caliban…Su seguridad parecía esfumarse y los nervios se alojaban en su estómago.
─No creo que estuvieras perdido─dijo, aunque una parte de ella se alegró mucho de que el chico comentara algo así, que pensara que, de una forma o de otra, la necesitaba.─Eres un buen alumno, seguro que cualquiera querría enseñarte─le dijo, guiñándole un ojo.─Puede que tengas razón, que tan solo seamos dos pesimistas que se subestiman. Tal vez por eso estemos aquí, subidos a este árbol, observando el cielo nocturno─le dijo y se preparó para recitar la leyenda que se conocía de memoria:
Intentaba animar al chico. Robarle una sonrisa, una de la cual ella fuera la causante. No había nada que le gustara más y no le importaría dedicar todo el tiempo del mundo a eso si al final lo conseguía. Aunque Caliban no lo supiera, ese era el mejor regalo que podía hacerle. Por eso, pensar que él no fuera feliz allí, a su lado, la desgarraba por dentro.
La muchacha se quedó unos segundos en silencio, después de que él terminara de hablar. Balanceó sus pies, fijándose en el movimiento que dibujaban, mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas.─Sé qué agradeces lo que hago…Lo que hacemos. No pienses, ni por un instante, que creo lo contrario, de verdad─comenzó a decir, mientras lo miraba por el rabillo del ojo.─No sé si tienes razón o no…Nunca he emprendido un viaje yo sola. A veces siento que mi vida entera se reduce a estas cuatro paredes─ladeó ligeramente la cabeza─¿Cómo…es tu aldea?─le preguntó. Tenía curiosidad, por como cada cosa que tenía que ver con él.
Sonrió para sus adentros cuando él rió. La muchacha se relajó todavía más, por lo que no pudo evitar dibujar ella también una sonrisa en sus labios. Normalmente tenía el control sobre todo, así la habían educado, pero cuando se trataba de algo referente a Caliban…Su seguridad parecía esfumarse y los nervios se alojaban en su estómago.
─No creo que estuvieras perdido─dijo, aunque una parte de ella se alegró mucho de que el chico comentara algo así, que pensara que, de una forma o de otra, la necesitaba.─Eres un buen alumno, seguro que cualquiera querría enseñarte─le dijo, guiñándole un ojo.─Puede que tengas razón, que tan solo seamos dos pesimistas que se subestiman. Tal vez por eso estemos aquí, subidos a este árbol, observando el cielo nocturno─le dijo y se preparó para recitar la leyenda que se conocía de memoria:
Cuando el mundo aun no existía, el Sol y la Luna ya se amaban.
El universo decidió que el Sol iluminaría el día y la Luna alumbraría la noche, siendo así, estarían obligados a vivir separados.
Condenados a amarse en soledad y silencio, a pesar de su brillo sobrenatural:
- Tú, Luna, iluminarás las noches frías y calientes, encantarás a los enamorados y serás frecuentemente protagonista de hermosas poesías.
- En cuanto a ti, Rey Sol, sustentarás ese título porque serás el más importante de los astros, iluminarás la tierra durante el día, proporcionaras calor y alimento al ser humano, y tu simple presencia hará a las personas más felices.
La luna se nubló de pena, y tan triste y solitaria la vieron los astros, que miles de estrellas decidieron acompañarla cada noche en su destino.
Aún hoy, ambos viven así... separados.
El Sol finge que es feliz y arde de pasión por la Luna, mientras ella sobrevive tristemente en las tinieblas de su añoranza.
Tanto llora, que hasta cambia de tamaño. Los hombres intentan constantemente conquistarla y aunque algunos han llegado incluso hasta ella, la luna no es para nadie.
Pero sucede que Dios, en su infinita misericordia, decidió que ningún amor en este mundo fuese del todo imposible, siquiera el de ellos… y fue entonces que Él creó el eclipse.
El universo decidió que el Sol iluminaría el día y la Luna alumbraría la noche, siendo así, estarían obligados a vivir separados.
Condenados a amarse en soledad y silencio, a pesar de su brillo sobrenatural:
- Tú, Luna, iluminarás las noches frías y calientes, encantarás a los enamorados y serás frecuentemente protagonista de hermosas poesías.
- En cuanto a ti, Rey Sol, sustentarás ese título porque serás el más importante de los astros, iluminarás la tierra durante el día, proporcionaras calor y alimento al ser humano, y tu simple presencia hará a las personas más felices.
La luna se nubló de pena, y tan triste y solitaria la vieron los astros, que miles de estrellas decidieron acompañarla cada noche en su destino.
Aún hoy, ambos viven así... separados.
El Sol finge que es feliz y arde de pasión por la Luna, mientras ella sobrevive tristemente en las tinieblas de su añoranza.
Tanto llora, que hasta cambia de tamaño. Los hombres intentan constantemente conquistarla y aunque algunos han llegado incluso hasta ella, la luna no es para nadie.
Pero sucede que Dios, en su infinita misericordia, decidió que ningún amor en este mundo fuese del todo imposible, siquiera el de ellos… y fue entonces que Él creó el eclipse.
Solange C. Pemberton- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 12/12/2015
Re: Desired Constellation → Privado
“When it was dark, you always carried the sun in your hand for me.”
— Sean O’Casey, Three More Plays: The Silver Tassie, Purple Dust, Red Roses For Me
— Sean O’Casey, Three More Plays: The Silver Tassie, Purple Dust, Red Roses For Me
En un mundo perfecto, Caliban estaría perdidamente enamorado de Solange, estarían ahí arriba de ese árbol dándose besos castos y tomándose de la mano, pero si algo había aprendido el joven hechicero era que el mundo no era así, todo lo contrario, era malogrado, tenía tantas fallas que resultaba ridículo y en ella los humanos, condenados a su destino, encontraban aliciente. Y él, de algún modo también, aunque en ese instante deseó dejar toda esa condescendencia que tenía por sí mismo, e ir en búsqueda del mundo perfecto, porque Solange lo merecía.
Se mordió un labio y estuvo a punto de sonreír, sin embargo no lo hizo ante la pregunta de su amiga. Tragó grueso y tardó en poder hilar palabras en su cabeza.
—Era —aclaró primero—. Mi aldea ya no existe. Arrasaron con ella. Estaba muy al norte de Gales, los días eran lluviosos y las colinas de un verde que lastimaba los ojos. Las casas eran sencillas, pero todas tenían chimenea para las noches de invierno. Todos nos conocíamos. Yo era el único hombre, todas eran mujeres —la imagen de aquello vino a él, vívida, casi podía palparla. Esas tardes de lecciones con la propia Gemma, y en ese instante sintió pesar, no sólo por la nostalgia de lo que había perdido, sino porque creyó, en ese momento, que por su culpa, Solange no había disfrutado a su madre durante sus primeros años. La miró de ese modo, algo afligido, pidiéndole perdón con la mirada.
Entonces un ligero rubor adornó sus pálidas mejillas. Las palabras de Solange siempre lograban hablarle muy profundo. Sabía qué decir, y cómo decirlo. Cuándo decirlo también. Admiraba su capacidad. Y fue una suerte que de inmediato ella comenzara con el relato y su embarazo pasara un tanto desapercibido.
Escuchó con atención. La historia reverberó dentro de él. Él luna y Gemma sol. Si todo salía como los Pemberton tenían planeado, así sería, separados para siempre, una distancia insalvable interpuesta entre ambos, como si no existiera ya suficiente. Como siempre, estaba construyendo ilusiones inalcanzables, cuando ahí, junto a él, tenía a una chica muy real.
—Wow —musitó muy quedo cuando su acompañante hubo terminado—, es una historia muy hermosa, y triste. ¿Te imaginas? Nunca más estar con tu ser amado —lo dijo así, porque así lo sentía en ese instante—. ¿Tú qué piensas? ¿Un eclipse es suficiente? Sólo se vuelven a unir después de mucho tiempo, aunque creo que es mejor que nada —todo ese tiempo la miró fijamente, entonces movió la cabeza, para dirigirse al firmamento—. Quizá nosotros somos como ellos, estamos condenados a un destino que no queremos —las palabras escaparon de su boca antes de poder darse cuenta de lo que había dicho.
Su destino manifiesto era el de casarse con ella y ahora lo hacía sonar como la peor de las condenas. No era así, que por dentro el chiquillo se estuviera muriendo de amor por una mujer que simplemente no era para él era una cosa, pero una vida al lado de Solange no lucía tan terrible. Se llevaban bien y era hermosa, tal vez el tiempo le enseñara a quererla.
Caliban Ifans- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 24/11/2015
Localización : París
Re: Desired Constellation → Privado
Pasar tiempo con Caliban era la parte del día que más le gustaba a la joven bruja. Es cierto que, en un primer momento, se había prometido odiarlo, sobre todo cada vez que pensaba que él era la razón por la que su madre se había marchado durante tanto tiempo y la había dejado sola. Aunque cuando lo vio por primera vez...Otros sentimientos completamente diferentes comenzaron a vivir dentro de ella, a recorrer todo su ser. Fue incapaz de odiarlo, más bien todo lo contrario. Se dijo primero que era porque o conocía toda la historia y él merecía una oportunidad, pero en el fondo sabía que se trataba de mucho más.
Se quedó helada al escuchar sus palabras. No se esperaba que tales acontecimientos hubieran ocurrido. Su madre no había querido contarle mucho, más bien nada, y ahora entendía por qué. No había querido traumatizar a su hija. Solange sintió como los ojos se le humedecían y tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas. Si ella se imaginaba ese horror y ya se asustaba...No podía ni imaginarse cómo debía encontrarse Caliban. Lo abrazó, sin importarle nada más, con cuidado de que ninguno de los dos perdieran el equilibrio y hundió su rostro en el cuello del chico, durante unos segundos.
-Lo...lo siento mucho-comenzó a decir mientras se separaba y respiraba profundamente, de manera lenta.-No me imagino por todo lo que has pasado y sé qué no es suficiente consuelo, pero...nosotros somos tu familia ahora-le dijo mientras acariciaba el dorso de su mano con la yema de sus dedos. Sí, estaba claro que ellos, casi unos desconocidos como quien dice, no podían compararse con su familia y sus amigos. Ni siquiera Gemma, que era la que más tiempo había pasado con él. Pero Solange necesitaba verlo sonreír, no soportaba que estuviera triste, hundido.
Sin embargo, esa necesidad pasó a un segundo plano tras contarle la fábula. Tras escuchar su última frase. Sintió como si algo se rompiera dentro de ella. Ni siquiera se atrevió a mirarlo. Al menos no directamente.-¿Un destino que no queremos?-titubeó. ¿Sabría él los planes de sus padres? ¿A eso se estaba refiriendo? Fuera como fuera...No se sentía capaz de asumir a ciencia cierta que lo que comenzaba a temerse fuera real. Que él no quisiera casarse con ella y que, además, considerara que su enlace daría paso a un destino que no quería para él. Tragó saliva y respiró hondo.-Es...tarde, será mejor que nos retiremos a nuestros aposentos-dijo mientras intentaba descender del árbol. Formuló unas palabras para que las ramas se movieran bajo sus pies, a modo de escaleras, hasta que pudo llegar al suelo sansa y salva y se marchó de allí apresuradamente. Necesitaba estar sola. Necesitaba...no lo sabía.
Se quedó helada al escuchar sus palabras. No se esperaba que tales acontecimientos hubieran ocurrido. Su madre no había querido contarle mucho, más bien nada, y ahora entendía por qué. No había querido traumatizar a su hija. Solange sintió como los ojos se le humedecían y tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas. Si ella se imaginaba ese horror y ya se asustaba...No podía ni imaginarse cómo debía encontrarse Caliban. Lo abrazó, sin importarle nada más, con cuidado de que ninguno de los dos perdieran el equilibrio y hundió su rostro en el cuello del chico, durante unos segundos.
-Lo...lo siento mucho-comenzó a decir mientras se separaba y respiraba profundamente, de manera lenta.-No me imagino por todo lo que has pasado y sé qué no es suficiente consuelo, pero...nosotros somos tu familia ahora-le dijo mientras acariciaba el dorso de su mano con la yema de sus dedos. Sí, estaba claro que ellos, casi unos desconocidos como quien dice, no podían compararse con su familia y sus amigos. Ni siquiera Gemma, que era la que más tiempo había pasado con él. Pero Solange necesitaba verlo sonreír, no soportaba que estuviera triste, hundido.
Sin embargo, esa necesidad pasó a un segundo plano tras contarle la fábula. Tras escuchar su última frase. Sintió como si algo se rompiera dentro de ella. Ni siquiera se atrevió a mirarlo. Al menos no directamente.-¿Un destino que no queremos?-titubeó. ¿Sabría él los planes de sus padres? ¿A eso se estaba refiriendo? Fuera como fuera...No se sentía capaz de asumir a ciencia cierta que lo que comenzaba a temerse fuera real. Que él no quisiera casarse con ella y que, además, considerara que su enlace daría paso a un destino que no quería para él. Tragó saliva y respiró hondo.-Es...tarde, será mejor que nos retiremos a nuestros aposentos-dijo mientras intentaba descender del árbol. Formuló unas palabras para que las ramas se movieran bajo sus pies, a modo de escaleras, hasta que pudo llegar al suelo sansa y salva y se marchó de allí apresuradamente. Necesitaba estar sola. Necesitaba...no lo sabía.
Solange C. Pemberton- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 21
Fecha de inscripción : 12/12/2015
Re: Desired Constellation → Privado
“There is scarcely any passion without struggle.”
― Albert Camus, The Myth of Sisyphus and Other Essays
― Albert Camus, The Myth of Sisyphus and Other Essays
Era una sensación extraña tenerla así de cerca. Se sentía correcto, ambos jóvenes, poderosos hechiceros, que podían traer grandes cosas para los suyos si trabajaban juntos. Se sintió incluso contento, tranquilo, en paz por un segundo al tenerla así. Pero Caliban quería mucho más una normalidad como esa. ¿Por qué? ¿Por qué no podía conformarse con lo que le tocaba? ¿Acaso la profecía que le había augurado un gran destino, lo condenaba a eso? A siempre querer más, a no conformarse. Y uno podía calificarlo de ambicioso, pero un lastre ser así. Comenzaba a pesarle realmente.
Luego todo perdió sentido y ese pinchazo de culpa que sintió, se volvió una mancha que amenaza con devorar su corazón. Un dolor y una angustia que jamás había sentido se apoderaron de él, de tal modo que fue incapaz de reaccionar, aunque de un modo subliminal, supo el motivo de todo aquello. Cuando finalmente respondió, fue tras el movimiento de la rama que ocupaban, pues ésta resintió la falta de peso de Solange.
Musitó algo muy quedo en galés y bajó de un gran salto que hizo que los pies le dolieran. Era un tonto, ¿qué reacción esperaba? En su defensa, eso había salido peor de lo que había querido. Aún así, el daño estaba hecho. Solange le llevaba delantera, pero la pudo alcanzar justo antes de regresar a la casa. La tomó de la muñeca y la obligó a detenerse.
—Solange —dijo muy bajito. La soltó con suavidad y se quedó ahí, en la oscuridad, brillando como mercurio bajo la luz de la luna. Su blancura acentuada, sus ojos más azules—. Yo… yo… lo siento. No era lo que trataba de decir —guardó silencio. No sabía como continuar y en su expresión uno podía apreciar lo cruento de su lucha interna. Tragó saliva.
—No voy a fingir que no sabes lo que tus padres han hablado sobre nosotros. Sé que lo sabes. No traté de decir que fuera un destino terrible, es sólo que… —giró el rostro, no era capaz de verla directamente. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué estaba enamorado de otra? ¿Y que esa otra era su madre? Era demasiado horrible como para si quiera articularlo en su cabeza—. No estoy seguro que tú quieras esto. No es como si, llegado el momento, nos fueran a dar opción, ¿no? —Quiso reír, sin éxito—, es sólo eso. Que no vas a poder elegir, y vas a estar condenada a estar a mi lado —la soslayó, sólo para ver su expresión.
Todo estaba mal. Peor que mal. Caliban quería poder tener un poder para solucionar todo esto. Y era capaz de hablar con los muertos. Incluso de traer un antiguo rey celta a la vida, según la profecía, pero no podía arreglar esta situación. Y era condenadamente frustrante.
—Para mí será un honor unir mi vida a la tuya, cuando llegue el momento —soltó suave. Sosegado como la noche misma con olor a manzano. Era casi como si en ese instante se hiciera a la idea. No podía simplemente abandonar sus sueños con Gemma, pero esto era una realidad, algo tangible, y no podía luchar más contra eso. Estaba cansado de luchar.
Caliban Ifans- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 58
Fecha de inscripción : 24/11/2015
Localización : París
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