Las dos caras de la moneda |Bast|

El día había sido demasiado tranquilo, callado. Las calles habían estado casi desiertas, sin razón aparente, simplemente parecía que era un día perfecto para que las personas se quedaran en casa. Yo odiaba esos días.

El que sobreviviera un día más dependía totalmente de mi habilidad para pasar inadvertido entre a multitud, en ser habilidoso con las manos para extraer objetos de bolsos y chaquetas ajenas, era en las calles aglomeradas cuando podía hacerme de un buen dinero para poder conseguir comida y otras cosas más, pero en casos como esos, no había nada que hacer. El simple hecho de salir de la comodidad de mi callejón era llamar demasiado la atención, por lo que, por ese día, estaba condenado a esperar entre las sombras a que cayera la noche que estaba tardando mucho. Estaba algo triste, sabía lo que aquello significaba y no tenía sentido negarlo, yo era un ladrón. Un bandido, escoria de la sociedad. No existía una forma más gentil de decirlo.

Por más que odiara terminar en aquella desesperada situación bien sabía que era eso o debilitarme lentamente debido al hambre y frío invernal hasta por fin perecer. No había de otra. Me quedé en silencio, recargado contra la pared y me dejé llevar por los brazos de morfeo, para cuando desperté el sol estaba otorgando el último aliento de luz. La noche estaba casi sobre mí. Me puse de pie y me dediqué a afilar mi daga el tiempo que quedaba y a jugar un poco con ella, girarla entre mis dedos, lanzarla al aire y atraparla en el momento justo y posición perfecta, era un buen método para entretenerse.

Fue hasta casi la media noche que me puse en acción. Me acomodé el grueso abrigo de manera que con el cuello del mismo se ocultara al menos la mitad de mi rostro. Poco después un hombre hizo acto de presencia en la abandonada calle que carecía de iluminación. No hice ningún movimiento, esperé a que me dejara atrás y con la velocidad de un rayo coloqué una mano en su boca y  el brazo en donde se encontraba la daga alrededor de su cuello, el filo estaba a un par de centímetros de su piel. Lo suficientemente cerca para darle a entender que no estaba bromeando pero no tanto como para que se cortara en caso de hacer un movimiento brusco. La distancia perfecta, a pesar de que era varias tallas más grande que yo estaba a mi merced. La verdad es que... mi intención no era lastimarlo, quería sus bienes y ya, lo que sea que tuviera en los bolsillos, sobrevivir otro día.

-El dinero. -Murmuré y de inmediato recibí lo que quería. Un reloj que parecía ser de plata cayó de de su bolsillo así como muchas monedas.
-Es todo lo que traigo, lo juro... -Su voz era temblorosa, apenas si podía unir las palabras. No me gustaba que hicieran eso, me hacía sentir como un monstruo. No permití que eso se demostrara y seguí con el papel de alguien de sangre fría que no era.
-Nadie se enterará de esto ¿verdad?- Y acerqué la daga hasta que hizo contacto con la piel, sin lastimarlo y en cuanto recibí una respuesta afirmativa le solté bruscamente para ver cómo se largaba corriendo lo más lejos posible.

Acabado el espectáculo dejé caer el arma al suelo y me recargué contra la pared, tratando de combatir las lágrimas que la vergüenza ocasionaban. -Lamento que haya tenido que ver eso monsieur Bast. -Dije en voz alta. Hacía ya un tiempo que me había percatado de la compañía foránea, su presencia dejaba algo... como una especie de rastro, era inconfundible. Podía sentirlo, desde la primera vez que lo vi lo supe y no había vuelto a pasar hasta hacía unos minutos.