Conociendo las dos caras de la misma moneda [Privado]

Era mi segunda noche de trabajo en aquella oscura taberna donde había encontrado empleo como mesonera. Lo cierto es que jamás había trabajado como tal, pero no se me antojaba una labor complicada de realizar aún sin experiencia. Era mucho más difícil mantener mi instinto contenido cuando algunos clientes ya algo ebrios se creían con derecho a poder tocarme la muñeca o decirme improperios mientras les limpiaba la mesa. Cualquier día mi paciencia se agotaría y el mal carácter saldría a flote. Veríamos si se reían de la misma forma socarrona cuando viesen a una enorme pantera negra sobre su mesa, clavándoles sus intensos ojos verdes sobre los suyos.

Tras unas cuantas horas de estar tomando comandas entre las distintas mesas dispuestas por el local, recogiendo estas de la barra y llevándolas de nuevo a los clientes dueños de éstas, el tabernero decidió dejarme descansar el resto del turno detrás de la barra. Creo que tomó esta inteligente decisión después de ver como mis orejas se encendían de mala leche contenida ante unos clientes cuyos modales dejaban mucho que desear. Era una de esos gestos que me delataban, tanto cuando sentía vergüenza como cuando me enojaba sobremanera, la parte superior de éstas se enrojecía.

Le cedí la bandeja a otra de las mesoneras que ocuparía mi puesto el resto de la noche, una joven de cabellos castaños que no sabía lo que le esperaba por delante, tras lo cual me acerqué hasta el fregadero donde había una cantidad de vasos que lavar. De momento la barra estaba tranquila, y los clientes que habían en ella debidamente atendidos; así que centré mi empeño en dejar listos aquellas copas que de seguro necesitaríamos a lo largo de la noche.

Enfrascada en mis pensamientos estaba cuando un joven de cabellos castaños y un tanto desaliñado llamó mi atención al sentarse en un taburete de la barra. Un hechicero, sin duda; su aura lo delataba. Más no un hechicero cualquiera. Había algo en él, en el color de ésta, que me indicaba que era distinto a todo lo conocido anteriormente. Tal vez albergase demasiado poder en su interior, desconocía la razón, pero si no me acercaba no lo averiguaría, y como felina curiosa que era, dejé el vaso que estaba limpiando de nuevo en el fregadero y secándome las manos en el mandil me acerqué hasta su posición.

-Buenas noches, monseiur.- saludé con una agradable sonrisa al tiempo que observaba detenidamente cada una de los rasgos de ese particular rostro que llamaban mi atención.- ¿Qué desea tomar?

Esperé paciente su respuesta, tratando de recabar información de cada gesto de éste. Sin duda sería un juego divertido descubrir que era lo que se escondía detrás de esa aura tan extraña y atrayente a la vez.

Enarqué una cerca desconcertada ante las palabras que no me esperaba de aquel hombre con sonrisa infantil que me había hecho también sonreír de forma sincera desde el primer momento. Su alegría era contagiosa, al tiempo que arrolladora. ¿Se podía ser más encantador? Me costaba la vida misma no reírme por la forma de hablar del hechicero  a quien la cortés forma de dirigirme a él le parecía igual de absurda que a mí; pero como empleada del local debía dirigirme de ese modo a los clientes, aunque la mayoría no se mereciese ni siquiera el adjetivo de despojos humanos.

Aquel hombre, sin embargo, era diferente. Apoyé mis antebrazos en la barra cuando observé que él se acercaba con la intención de susurrarme algo en voz baja, inclinándome hacia él para poder escuchar lo que me tenía que decir. Me confesó que no tenía dinero para pagarme, de modo que quería tomar algo barato. Abrí los ojos de par en par, sorprendida por tal desfachatez, pero una vez más su desenfadada forma de actuar me llegó al alma. - Creo que se merece el derecho a que le llame con corrección mucho más que cualquier hombre  de esta taberna, como ha podido comprobar la educación de la mayoría deja mucho que desear.- contesté por fin con una sonrisa divertida antes de alejarme durante unos segundos en busca de una botella de whisky y un vaso de cristal ancho, donde eché varios cubitos de la cubitera antes de regresar frente a él.- No se preocupe por el precio, le invito yo a la copa.- susurré inclinándome hacia él al tiempo que servía el whisky en su vaso. No quería que otros escuchasen mi ofrecimiento, o podrían imaginarse cosas que no eran.

Se lo acerqué despacio clavando mi mirada en la suya. Sus ojos vidriosos me decían que el hechicero estaba más que ebrio, aunque tenía una graciosa forma de actuar en ese estado. De normal otros hombres se ponían desagradables y rabiosos, pero ninguna de esas dos facetas observaba en él. Quizás mi turno no resultaría tan tedioso como de costumbre si disfrutaba un poco más de su compañía.

Su risa se vio interrumpida por unos clientes que estaban molestando a mi compañera; hecho que aunque me pareciese despreciable, era el pan nuestro de cada día. Desvié durante unos segundos la mirada hacia donde el hechicero parecía haber visto algo que no era de su agrado, y negando con la cabeza volví a prestar atención a quien tenía delante.

-Necesito el trabajo para sobrevivir, pues por desgracia no tengo otra fuente de ingresos.- susurré acercándome de nuevo a él, que parecía haber descubierto lo especial de mi naturaleza ¿había tardado un poco, no? Claro que con la melopea que llevaba lo raro es que distinguiese auras. Me quedé ojiplática cuando posó durante segundos su dedo sobre mis labios para pedirme que guardase silencio ante su secreto, riéndose de nuevo al apartarse. Suspiré contrariada por aquel gesto. No solía permitir que nadie me tocase, pero la forma en que lo había hecho no me había molestado lo más mínimo.- No se preocupe, señor…su secreto está a salvo conmigo.- contesté siguiéndole la broma tras lo cual dejé la botella en su sitio, y acerqué unos cuantos vasos para secar hasta donde él estaba.- Y dígame, si no es mucho atrevimiento por mi parte preguntar, ¿cuál es su nombre?- continué  con un dulce tono de voz tratando de entablar una conversación cordial que me llevase a averiguar más datos sobre ese hechicero y su extraña aura, secando mientras tanto los vasos que minutos antes de llegar él había fregado.- Mi nombre es Larissa. -apunté antes de tenderle la mano para saludarle cortesmente.

Miré atónita al joven hechicero que parecía incapaz de hilar unas ideas con otras, hecho lógico al observar su ebriedad. Normal que se hubiese quedado sin dinero, con la melopea que llevaba tenía que haberse gastado el sueldo de un mes en whisky.

Abrí los ojos asustada cuando perdió el equilibrio sobre el taburete en el que se encontraba sentado, trastabillando hacia delante y desapareciendo de mi visión. La barra que entre medio de los dos se encontraba me impedía saber como había sido su caída, aunque al parecer estaba más que acostumbrado a tropiezos así, pues fue capaz de mantener intacto el licor de su vaso que sujetaba con la mano.

-Caballero, ¿se encuentra bien?- pregunté preocupada, poniéndome de puntillas intentando averiguar si el golpe lo había lastimado, más no alcanzaba a observar más allá que su mano sobre la barra sujetando el vaso.
Sonreí más relajada cuando vi que se levantaba por sus propios medios, totalmente ileso y con una sonrisa dibujada en su perfilado rostro. Sin duda era un hombre extraño, al tiempo que divertido.

Ojiplática me dejó cuando al levantarse eufórico reveló su naturaleza a voz en grito, y junto con un nombre que lo identificaba. Le faltó decir donde se alojaba. Miré de reojo a otros clientes que se encontraban próximos esperando que no se hubiesen percatado de su confesión, o que al menos lo tomasen como un borracho que no sabe lo que hace. Era una época difícil para todos aquellos que teníamos una naturaleza distinta a la de la Santa Inquisición, donde incluso hechiceros que eran tan humanos como ellos eran quemados en las hogueras por acusaciones nimias.

-Encantada de conocerle, Jace.- susurré con una dulce sonrisa al ver que se sentaba de nuevo sobre el taburete que había recogido del suelo. Su caída solo había sido un percance sin importancia, una anécdota más que recordar al final de la noche. Hasta que vi como un hombre bastante recio, y que casualmente era el que había estado molestando a mi compañera, se levantaba de su asiento y se acercaba al mago.
Tragué nerviosa imaginando como terminaría aquel encuentro, esperando que Jace no hiciese gala de nuevo de su secreto., y que tratase de disimular no recordar lo que había dicho.

-Señor, déjelo, ¿no ve que está ebrio? No sabe lo que dice.- apunté tratando de excusarlo de forma racional. Pero Jace pareció hacer caso omiso de mi intención de solucionar aquel encuentro de una forma pacífica. Antes de que pudiese intervenir de nuevo a su favor, terminó cayéndose de nuevo del taburete hacia atrás, pero esta vez empujado por el impacto del puño sobre su cara del gigante desgraciado, que se retiró orgulloso de haber tumbado a un pobre hombre incapaz de mantenerse en pie por si mismo.

Cogí el trapo con el que había secado los vasos, envolviendo en él varios cubitos de hielo, para después saltar sobre la barra y agacharme con un gesto felino al lado de Jace.
-¿Estás bien?- susurré mientras le tendía el trapo con los cubitos y posaba durante unos segundos mi mano sobre su muslo. Sentí como la rabia crecía en mí cuando vi la sangre que le salía de la nariz, y la confusión que parecía sentir en esos momentos.

Me levanté rauda y salí detrás del grandullón que permanecía en pie al lado de su mesa, mofándose de lo sucedido. Toqué su espalda con un dedo al colocarme a su espalda, cargada de rabia. Odiaba a los abusones, a todo aquel que se creía superior a otro por el hecho de ser más grande. Demasiado tiempo estando sometida como esclava como para seguir permitiendo que eso ocurriese a mi alrededor.

-¿Y tú que quieres? ¿Tomarte unas copas con nosotros?- contestó cuando se dio la vuelta y tuvo que bajar la vista para mirarme a los ojos. Entonces cometió el mayor error de su vida, cogió mi muñeca con la intención de sentarme sobre uno de sus amigos. Enarqué una ceja y una sonrisa ladina se dibujó en mi rostro.

-¿Es que no le han enseñado que no debe meterse con los que no son de su tamaño?- apunté con rabia al tiempo que le pegaba una patada en la entrepierna, y el grandullón caía de rodillas soltando un alarido. Ese golpe nunca fallaba, sonreí satisfecha. Mi compañera salió corriendo al sentirse liberada, lanzándome una mirada de agradecimiento. Lo que no esperaba es que otro de los hombres que había sentado a la mesa aprovechase mi descuido y me cogiese del brazo, orillándome hacia él.- Solo se lo diré una vez, por todo eso de dar una segunda oportunidad a los cretinos como vos. Suélteme ahora mismo.

Parecía divertido por el hecho de que una mujer le presentase batalla, más ¿quién decía que iba a ser una mujer la que clavase sus fauces en su cuello?

Antes de que aquel energúmeno cuya risa sádica retumbaba en mis oídos pudiese tomar una decisión ante mi amenaza, sus pantalones comenzaron a consumirse en llamas como si de una combustión espontánea se tratase. Soltó su agarré sobre mí  para sacudirse la prenda, consiguiendo  más bien el efecto contrario, pues las llamas se avivaron con rapidez.

Reí divertida ante tal espectáculo tan patético por parte del hombre cuyo ego parecía reducirse a la misma velocidad que sus pantalones. Me alejé unos pasos hacia atrás para que mi vestido no terminase siendo un daño colateral de aquel percance, y busqué con mi mirada a Jace, que permanecía en el suelo sentado. Un guiño fue el gesto que me hizo confirmar que había sido cosa suya.

Sonreí de medio lado sabiendo lo que había sucedido, pues a pesar de haber sido solo un murmullo, había escuchado cada una de las palabras pronunciadas por el hechicero en el momento oportuno. Me acerqué hasta él incapaz de disimular lo divertido que había sido ver a aquel hombre arder de pronto.

-Muchas gracias. ¿Cómo se encuentra?- susurré a su oído al ponerme a su lado.- Me quedan tan solo unos minutos del turno, si se espera puedo acompañarle a casa.- apunté temerosa que de camino a su hogar acabase metiéndose de nuevo en líos o que alertada por algún cliente, la Inquisición lo hiciese preso.
Sentí como se tambaleaba en el taburete, y durante unos segundos pensé si sería conveniente que siguiese allí sentado. Su equilibrio era precario, más yo debía volver a mi puesto si no quería perder el empleo.

Giré la cabeza al ver como el hombre que se había convertido en la antorcha humana salía acompañado por otros clientes al exterior, probablemente con dirección al hospital, pero ¿y si avisaban a las autoridades? Negué con la cabeza sabiendo que lo que estaba a punto de hacer era una locura, más como tenía asumido que muy cuerda no estaba...- Espéreme aquí, voy a justificar mi ausencia ante mi jefe y nos vamos ya.- apunté antes de marcharme con rapidez para decirle al dueño de la taberna que iba a ausentarme para acompañar al caballero que tenía la nariz rota al hospital, despidiéndome hasta la noche siguiente, donde volvería para cumplir mi turno.

El tabernero no puso muchas pegas, y en pocos minutos volví junto al hechicero que parecía distraido con algo de la barra.- ¿Nos vamos? ¿Puede ponerse en pie?- pregunté al sentirlo todavía un poco tambaleante, más no sabía si por el golpe o la borrachera que llevaba.

Me sentí un tanto confusa cuando el hechicero decidió utilizarme como apoyo, aunque lo cierto era que tenía bastante claro que si no lo hacía acabaría de nuevo estampándose contra el suelo de la taberna. Su equilibrio era tan precario, que dudaba que pudiese andar en línea recta sin ayuda. No acostumbraba a dejar que nadie se tomase ese tipo de confianzas, menos si era un hombre, pero en este caso me pareció un gesto tan inofensivo que claudiqué y rodeé su cintura para sujetarlo mejor.

Nuestros pasos se dirigieron lentamente hacia el exterior de la taberna que parecía volver a la normalidad después del alboroto acaecido minutos antes, el suyo tambaleante, el mío pausado tratando de seguir su ritmo. No tardamos en sentir la helada brisa nocturna que azuzó nuestros cabellos y que me hizo pensar en que tendríamos que buscar un lugar donde refugiarnos pronto.

Observé durante unos segundos los movimientos de Jace, que parecía revivir con ese soplo de aire húmedo que nos envolvía y que provocó en mí un ligero escalofrío. Sin duda el contraste de temperatura con el interior del local podría resucitar a un muerto, y al parecer estaba espabilando a mi amigo, que aunque se había quedado a medio camino de querer decirme algo, su rostro recuperaba el color poco a poco.  

-Dígame donde vive y le acompañaré hasta allí, luego podré ir a buscar las hierbas que necesite y llevárselas.- apunté pensando que si teníamos que ir de aquella guisa andando por París se nos haría de día buscando las dichosas hierbas. Por cierto, ¿para qué quería hierbas? ¿Se iba a hacer un té ahora o tal vez para fumar? Los hechiceros a veces eran un poco excéntricos, y se comportaban de forma extraña, aunque luego imaginé que las hierbas serían para curarse él mismo de sus males, en lugar de ir al hospital. Sentí una mirada desconcertada de mi acompañante, como si no recordase ciertamente donde estaba su casa.- ¿Recuerda donde está su casa?- pregunté enarcando una ceja con la esperanza de que solo fuesen imaginaciones mías, más inquieta por el frío que se apoderaba de mis huesos mientras permanecíamos en la puerta del local esperando que dirección tomar, decidí hacer la mayor de las locuras.- El hostal donde me alojo está cerca de aquí, si quiere podemos ir hasta allí hasta que recuerde donde vive. Mientras recupera la memoria iré a buscar lo que necesite.

No tenía muy claro que fuese una buena opción, de hecho era una locura meter en mi habitación a alguien que no conocía, pero si permanecíamos allí más tiempo terminaríamos congelados. Y siempre podría transformarme si me sentía en peligro.