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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Iain Scrymgeour Sáb Ene 23, 2016 8:05 pm


“When I pronounce the word Future,
the first syllable already belongs to the past.

When I pronounce the word Silence,
I destroy it.

When I pronounce the word Nothing,
I make something no non-being can hold.”
― Wisława Szymborska, The Three Oddest Words


Una carta le pareció demasiado impersonal. Demasiado fría considerando la magnitud de la noticia, pero sobre todo, tomando en cuenta el destinatario de sus noticias. Había ocasiones en las que el mayor de los Scrymgeour incluso olvidaba a su familia, priorizando a su amiga. Esta vez, en todo caso, sus padres y hermanos habían sido los primeros en enterarse y aunque sabía que cuestiones como aquella se regaban rápido, pues no todos los días un joven heredero era comprometido con una chica de una familia del mismo abolengo, quería ser él quien se lo dijera a ella; que nadie se le adelantara. Que escuchara lo sucedido de sus propios labios, sin distorsiones y sin adendas.

¿Su prometida? Su prometida, Nadia Galloway, no importaba. Ambos sabían que aquello poco tenía que ver con el amor, que conocerse llegaría hasta que contrajeran nupcias, que engendrar hijos era lo que sus familias esperaban y que si llegaban a quererse algún día, podían sentirse afortunados. Si Iain había visto a la joven tres veces era demasiado. Debía admitir que era bella, con esa piel pálida y es cabello rojo que era tan común en Escocia, pero nada más. La había escuchado hablar también y le parecía educada y discreta, sin embargo, a él le interesaba mucho más que eso. ¿Sabría leer? Y de ser así, ¿qué leería? No tenía idea de sus intereses, como ella de los suyos. Pero desde que era niño, se había hecho a la idea de que ese sería su destino y ahora no tenía armas, ni fuerzas para refutar nada.

Aquellos pensamientos fueron los que invadieron su cabeza durante el trayecto hasta Inglaterra. No se anunció, no avisó a nadie que iría; sería una sorpresa. Por ello, al arribar, la servidumbre de la casa del duque de Berwick-upon-Tweed no lo esperaba, pero lo recibieron con los mismos modos de siempre. Estaban acostumbrados a su presencia constante en la residencia. Pidió silencio. Que nadie lo condujera a donde estaba ella y que sólo le mostraran el camino. Avanzando por el pasillo, Iain pidió al mozo que lo acompañaba que lo dejara solo, él sólo podía encontrar a su amiga, guiado por el sonido del arpa que ella tanto se negaba a tocar para él.

Se quedó unos momentos detrás de la puerta entreabierta, disfrutando de la melodía que escapaba de los dedos de su intérprete y las cuerdas del instrumento. Una sonrisa discreta se dibujó en el rostro del joven y un sentimiento cálido le llenó el pecho, como agua tibia. Embebido en aquella confortante sensación, tardó algunos segundos en reaccionar cuando la canción hubo terminado. Dio un súbito suspiro y se decidió a entrar. Tocó primero antes y luego asomó la cabeza.

Isaura —la llamó, acentuando la sonrisa sobre su rostro—. Apuesto que no me esperabas —le dijo con tono afable, de un modo que sólo amigos de la infancia pueden utilizar uno con el otro, y terminó por abrir la puerta, mostrándose al completo. Enjuto pero macizo como madera, vestido de manera casual y con ese aspecto accesible que lo caracterizaba. Se quedó ahí, de pie, aguardando por una reacción de ella.

Te traigo interesantes noticias —no pudo aguantarlo más, tenía que decirle el motivo de su visita, pero entonces se calló. No quería hacer el encuentro sobre él. Podría decirse que estaba contento con su compromiso y por eso ansiaba tanto compartirlo con Isaura, su amiga, su mejor amiga. Pero en el fondo existía algo mucho más complejo que él prefería ignorar, por su propio bien.

Dentro, muy dentro de él esperaba que su amiga le dijera que la idea de casarse era un error. En su mente no alcanzaba a maquinar el por qué le diría eso, bajo qué pretexto, pero lo ansiaba aun cuando sabía que no sucedería. La miró a los ojos y por Dios que trató de reflejar su alegría, sin embargo, en ellos sólo se notaba una asentada preocupación. Como de quien no alcanza a ver con claridad el futuro.


Última edición por Iain Scrymgeour el Sáb Feb 13, 2016 8:16 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Isaura Fitz-James Jue Ene 28, 2016 9:09 pm

Si yo pudiera darte una cosa en la vida, me gustaría darte la capacidad de verte a ti mismo a través de mis ojos. Sólo entonces te darás cuenta de lo especial que eres para mí.
Frida Kahlo

La caricia del Sol, penetrando por una pequeña abertura de la ventana de su habitación, la había despertado minutos antes que sus doncellas se presentasen a irrumpir su sueño. Durante el desayuno se encontraba animada, y conversó fluidamente con su abuelo y su cuarta esposa, a los que no les pasó desapercibido el buen humor de Isaura, que generalmente era una muchacha de aspecto melancólico y anhelante, que reía con poca constancia y que prefería los tonos opacos en su vestimenta. Esa mañana había elegido un vestido sencillo, en color lavanda, pero con ribetes rosados que iban formando intrincadas flores en la falda, dejando en el ajustado corsé sólo algunos sencillos pétalos, que distaban del diseño inferior. Les había pedido a sus doncellas que le dejasen el cabello suelto, decorado sólo con prensitas en forma de mariposas de todos colores, que el duque le había regalado y que nunca había utilizado.

Se sentía tan radiante, que hasta había decidido tocar el arpa, hábito que sólo dejaba para las horas de práctica o para los momentos en que su abuelo le insistía demasiado. El sonido de aquel instrumento le recordaba a su madre, que había sido la encargada de enseñarle a arrancarle melodías a aquellas cuerdas gruesas. No era común que las madres llevasen a cabo aquella tarea, pero la suya había sido especial, y era por eso que había logrado conquistar a un hombre como su padre. El Duque había preparado una gran sala sólo para el arpa y el piano de su nieta. A Isaura le gustaba la sencillez, por lo que rechazó los sillones estrafalarios, los cuadros con marcos de oro, las cortinas bordadas con hilo de ese material, y sólo aceptó las alfombras persas, el cortinado blanco sin ningún tipo de bordado, las paredes en un amarillo muy claro, la chimenea con un sencillo sillón de tres cuerpos al frente y una mesita ratona en la que sólo cabían algunas tazas y una tetera. Aquel sitio, tan enorme en proporciones, pero tan simple en decoración, representaba el segundo lugar favorito de Isaura, siendo el primero, por supuesto, la gran biblioteca.

Cuando, finalmente, dio por finalizado ese concierto dedicado sólo a las almas de los que ya no estaban, y abrió los ojos, le costó acostumbrarse a la luz de la habitación. La voz que la nombró, le pareció lejana, pero el corazón le dio un brinco al reconocer su marcado acento escocés. Alzó la cabeza lentamente, y debió parpadear varias veces para comprender que Iain estaba ahí, en la puerta, frente a ella, con aquella sonrisa de dientes blancos que solía quitarle el aliento. Él era su gran amigo, eran casi como hermanos y, sin embargo, Isaura había aprendido a verlo como hombre. Había batallado con aquel sentimiento durante los primeros años de su adolescencia, hasta que, finalmente, terminó aceptando que Iain era el hombre de su vida. Lo amaba, sí que lo amaba, con una fuerza de la que no se creía capaz. Pero el silencio se había convertido en el mejor aliado, y ese amor se iría con ella a la tumba.

No lo puedo creer —dijo cuando pudo reaccionar y ponerse de pie. Caminó a paso ligero hacia él y lo abrazó. Las muestras de afecto no estaban permitidas, de hecho, la rigidez de su educación no lo aceptaba, pero ella aprovechaba la confianza que le daban los años de amistad. —No me creerás, pero anoche soñé contigo —comentó al separarse, pero no podría nunca confesar que aquello era algo habitual. Siempre soñaba con él, y en todos y cada uno de sus sueños, su amigo era el héroe que la salvaba. Ante su presencia, siempre sonreía, era inevitable. —Cuéntame qué noticias tienes, no me tengas en ascuas —lo instó, aún sin creer que él estuviera allí. A pesar de que en el tinte de la voz de Iain había alegría, Isaura, que lo conocía como a las líneas de su mano, supo reconocer el instante sombrío que se reflejó en su mirada. Un atisbo de preocupación se le alojó en el pecho, borrando la alegría que había experimentado desde su despertar.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Sáb Feb 13, 2016 8:47 pm


“O, beware, my lord, of jealousy;
It is the green-ey'd monster, which doth mock
The meat it feeds on.”
― William Shakespeare, Othello


Con el pasar de los años y la convivencia, Iain había aprendido a verse reflejado en ciertos aspectos de Isaura. Eran parecidos, mucho, pero lo suficientemente diferentes como para no aburrirse el uno con el otro. Cualquiera que los viera convivir, hablar o simplemente estar uno al lado del otro, diría con certeza que se complementaban. Y era precisamente porque la conocía tan bien, que no pudo pasar por alto el detalle de lo extrañamente radiante que lucía ese día. La chica siempre le había parecido un haz de luz que atraviesa las sombras con aplomo y gracia, pero con sus propias y muy particulares tesituras. Esta vez, en cambio, era todo fulgor.

Correspondió el abrazo, rio contra ella y supo en el instante que la sintió contra su cuerpo, que había estado necesitando aquello desde que sus padres le dieron la noticia. Cuando tuvo que separarse, sintió un hueco en el pecho al que no quiso poner atención. Algo como si no fuera a verla nunca más y se dijo con enojo que no fuera ridículo.

Ah, ¿sí? —Enarcó una ceja y dio un paso hacia atrás para poder verla al completo, tratando de dejar atrás el sentimiento de pérdida que lo invadió hace unos momentos. Era su amiga, no había dejado de serlo ni un segundo, pero cuando la adolescencia llegó para ambos, sólo un ciego no hubiera visto que esa niña hermosa se había convertido en una mujer de belleza envidiable. E Iain no era un ciego—. ¿Qué soñaste? Cuéntame, ahora el que está en ascuas soy yo —sonrió. Estiró ambos brazos y tomó las manos de la chica entre las suyas. Por un segundo pareció que la invitaría a bailar, así, sin música.

Pero ven… —dijo vagamente mientras la halaba, soltándola de una mano y afianzando el agarre en la otra—, creo que tenemos mucho de qué charlar y no quiero hacerlo de pie —ambos habían sido educados para cubrir ciertos papeles en sociedad y esas lindes que tan descaradamente cruzaban cuando estaban juntos eran sólo señal de la mucha confianza que tenían. Una construida al pasar del tiempo, que no había sido hecha por arte de magia, pero eso sí, si desde un principio no hubieran conectado como lo hicieron, no estarían ese día ahí, de ese modo.

Se dio cuenta entonces que, si le preguntaban qué buscaba en el sexo opuesto, hubiera dicho de memoria y con fidelidad todo lo que caracterizaba a Isaura. Sacudió la cabeza. Ella era su amiga, y nada más. Y con quien pasaría el resto de su vida era otra mujer. ¿Para qué construía castillos en el cielo? Todo era efímero, como las nubes que se mueven con el viento. Antes de alcanzar el sofá del salón del arpa, el joven trató de volver a vestir un gesto entusiasmado, no quería preocupar a su amiga. Y aunque seguía con aquella idea revoloteándole en la cabeza, de que Isaura le dijera que cometía un error, también deseó que lo apoyara. Era el único auxilio que necesitaba.

Ahora sí —se sentó en una orilla del sillón—, ¿en qué estábamos? Ah, sí… yo te traigo noticias y tú soñaste conmigo. Quizá tengas poderes y puedas profetizar el futuro —bromeó, incluso rio un poco y se rascó la sien—. Pero antes de continuar debo decírtelo, esta tarde te ves… espectacular. No es que otras veces no te veas bien, pero hoy luces, ¿cómo decirlo? Radiante, ¿a qué se debe? ¿Puedo preguntar? —Sin querer, se fue inclinando al frente hacia ella y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, enderezó la espalda en un movimiento poco sutil.

Una de sus más recurrentes pesadillas era precisamente lo que estaba a punto de suceder, pero a la inversa. No era él el comprometido, sino ella. Dentro siempre supo que a él le arreglarían un matrimonio, entonces no entendía la rabia que el hecho de que Isaura se comprometiera despertaba en él. Se decía que era porque ningún hombre la merecía y con ese chivo expiatorio no perdía la cabeza, pero no era tan tonto como le gustaba jugar a serlo. Eran celos y lo sabía muy bien. Se sintió profundamente contrariado en ese instante, por lo que iba a decirle, claro y porque temió que ese sutil pero marcado cambio en la apariencia de su amiga se debiera a algo parecido.
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Mensaje por Isaura Fitz-James Dom Mar 27, 2016 6:47 pm

Hay algo oculto en cada sensación.
Soda Stereo

Cuando Iain la tocaba, un cosquilleo le recorría desde la nuca hasta las puntas de los pies. El hormigueo se acentuaba en la columna, y cuando llegaba a la parte baja de su espalda, se expandía por su cintura, y a través del ombligo, atravesaba las capas de piel y la explosión de mariposas le provocaba una sensación de vértigo en el vientre. Los aleteos continuaban su camino, le entibiaban el pecho, en picada caían hacia sus talones, le aflojaban las piernas y, finalmente, volvían al exterior, erizándole la piel hasta sentir un ínfimo dolorcillo, que se convertía en aquel vacío tan hondo que le provocaba saber que nunca sería amada por ese hombre. Las manos de su amigo tenían aquel poder, el de desarmarla y hacerle dudar de su propia existencia. La calidez que dejaban donde se posasen, se alojaba allí, en su dermis, y se convertía en imborrable. Isaura no sabría decir en qué momento su alma decidió sentir de aquella manera, en qué momento su cuerpo comenzó a reaccionar de esa forma tan imposible de controlar. Iain era una lluvia de estrellas, y ella sólo podía contemplarlo sin poder fijar su vista en un destello, debía admirarlos a todos, y jamás podría elegir con cuál de todos los brillos que emanaba podría quedarse. Él se escurría en la penumbra…

Se dejó guiar hacia el sillón, con aquella sonrisa radiante que le provocaba su presencia. Al sentarse, no tan lejos como lo dictaban las buenas costumbres, creyó que los cojines eran nubes, y que había llegado al paraíso junto a aquel ángel que siempre la salvaba en sueños. Estaba acostumbrada a Iain, estaba acostumbrada a simular el amor que le profesaba, estaba acostumbrada a fingir y a hacer que aquello pareciera normal y feliz. Estar junto a él era un camino bifurcado: una ruta la guiaba hacia la alegría de su compañía, la otra hacia la desolación de que nunca sería suyo. Ella sabía que, a pesar de la lucha constante, seguía parada en el medio, sin saber cuál de las dos tomar. Si elegía el primero, debía aceptar una vida sin nada más que su amistad; si optaba por la segunda, significaba que no podría continuar con la relación y debía expulsarlo. Ninguna de las dos opciones le gustaban, en ambas sólo le quedaba dejarse consumir por ese amor.

No soñé nada importante —desestimó con rapidez. Estuvo a punto de decir que nada importante sucedía en su vida, simplemente había despertado de buen humor. Sin embargo, algo le hizo retomar las palabras de Iain sobre profetizar el futuro. De pronto, aquel contento que experimentaba, comenzaba a extinguirse como una débil fogata, que lucha contra una tormenta de nieve. Isaura se caracterizaba por su intuición, y para bien o para mal, supo que Iain no traía buenas nuevas, que aquello tan importante que debía decirle y por lo que había viajado desde tan lejos sólo para comunicárselo personalmente, la haría sufrir. Aún se negaba a pensar en lo único que la abofetearía con la fuerza de un millón de bestias. Un nudo se le hizo en la garganta al percibir cómo los centímetros que los separaban se hacían más escasos. Se quedó quieta, expectante, y tragó con dificultad cuando él se enderezó con brusquedad. Le costó recuperar el aliento.

Y tampoco me ha ocurrido nada interesante, sólo que he tenido un buen día —completó las palabras perdidas que habían quedado suspendidas en el aire, esperando ser articuladas. —Pero eres tú quien ha viajado para hablar conmigo...

En ese momento, tocaron la puerta. Cuando la joven dio el permiso, una de las criadas ingresó con el servicio de té. Con una sonrisa amable, dejó el preparativo sobre la mesa. Isaura sería la encargada de servirlo, no necesitaba extraños en aquel momento. Cuando la muchacha, finalmente, se retiró, se dedicó a preparar la infusión tal como a Iain le gustaba.

No te ha salvado el té —dijo, risueña, una vez que le colocó dos terrones de azúcar al propio. — ¿Qué es eso que te ha traído a mí, con ese aspecto tan desalineado, te ha hecho desmontar rápido y ha provocado que dejes restos de césped en el salón que tan celosamente cuido? —bromeaba, en un intento patético por ocultar la preocupación que estaba invadiéndola.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Mar Abr 12, 2016 11:15 pm


“If I read our story backwards, it's about how I un-broke your heart, and then we were happy until one day, you forgot about me forever.”
― Joseph Gordon-Levitt, The Tiny Book of Tiny Stories, Vol. 1


La sensación de que no hacían falta las palabras de por medio era tan extraña, tan confortante, tan única, que no podía pasarse simplemente desapercibida. Cuando Iain estaba con su amiga, su mejor y más vieja amiga, ese estado de completa calma se apoderaba de él, como si unas manos de gigante lo rodearan y elevaran. Lo había sentido casi desde la primera vez, y uno pensaría que para entonces ya se habría acostumbrado, pero no era así. No importaba que tan atribulado se sintiera —como en esa ocasión— o qué congoja tan horrible le constriñera el corazón; siempre que se trataba de ella, lograba apaciguar a sus demonios. Como si la melodía de su voz los arrullara y enviara a un sitio desconocido para cualquier mortal.

Entonces se dio cuenta que la había estado observando y se había mantenido callado más de la cuenta. Carraspeó y fue a decir algo cuando ella habló. Tonta, encantadoramente tonta. Si de alguien quería escuchar historias, era de ella. Nada que pudiera compartirle le iba parecer jamás aburrido. Sin embargo, en ese instante regresó al hecho y a la certeza; su razón para estar ahí y calló. Se atragantó con las palabras, le parecieron incorrectas.

Esta vez, la interrupción resultó más providencial cuando tocaron y les llevaron el té. Musitó un «gracias» educado, como se esperaría del heredero Scrymgeour. Observó los movimientos de su amiga, sabía exactamente cómo le gustaba a él su infusión y eran esos detalles los que que más apreciaba. Él no era un hombre muy expresivo, así que si alguien lo conocía, era a través de la observación e Isaura había demostrado haber hecho un gran trabajo. Sacudió la cabeza. No podía prolongarlo más.  

He querido venir de inmediato —se disculpó, rascándose la sien y continuando con el tono cándido que ella había impregnado en sus palabras—. Más tarde te ayudo a limpiar —rio incluso. Quién sabe de qué sitio encontró fuerza para reír en ese instante. Aquel sonido se desvaneció en medio de un largo y cansado suspiro.

Verás. Desde que nací, ya sabes, todo el peso de mi familia cayó sobre mis hombros. No lo había hecho consciente hasta hace poco. Mis padres… bueno, ellos… —era obvio que le estaba costando trabajo vocalizar lo que tenía que decir. Tomó la taza que Isuara tan prolijamente había preparado para él y dio un sorbo. El líquido estaba hirviendo pero no le importó. Con calma volvió a dejar la taza sobre el platito a juego y se limpió el bigote con una servilleta de tela.

Constantemente me hablaron de esto. Incluso mis hermanos me hacían burla, pero yo jamás presté atención, ¿me entiendes? Esto no resulta opcional para mí, pero quiero que entiendas que de ningún modo soy infeliz con esta decisión —seguía sin ser claro y en esa última parte se escuchó claramente menos convencido—. Creí importante decírtelo porque, ya sabes, eres mi mejor amiga —dibujó una mueca afectada que pretendía ser una sonrisa.

Oficialmente estoy comprometido con una chica que mis padres consideraron la mejor opción. Es escocesa y es muy bonita. Su nombre es Nadia Galloway —al fin logró decirlo como era, sin más rodeos. Habló de la joven con completo desapego—. Quería decírtelo, porque no quería que te enteraras por otras personas y porque, créeme, voy a necesitar tu compañía en estos días próximos a la boda. Porque sí, mi madre, emocionada, ya puso fecha y todo. La verdad yo no estoy prestando mucha atención a los detalles… —pareció que su discurso iba a continuar. Se le escuchó algo alterado, sobre todo en el cambio del ritmo de su respiración—. Oh, pero Isaura, dime algo por favor —quería escuchar lo que ella creía, sentía o pensaba al respecto.

De nuevo sintió la boca seca y con un dejo amargo desagradable. Volvió a tomar la taza y dio un nuevo trago, esta vez la temperatura era más aceptable. Clavó los ojos en el fondo del turbio líquido, incapaz de levantar la mirada, incapaz de ver a su amiga.


Última edición por Iain Scrymgeour el Dom Mayo 22, 2016 3:34 am, editado 2 veces
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Mensaje por Isaura Fitz-James Mar Abr 26, 2016 9:31 pm

Te quiero más que a mi propia piel, y que aunque tú no me quieres de igual manera, de todos modos algo me quieres, ¿no? O si no es cierto, siempre me quedará la esperanza de que sea así, y con eso me conformo…
Frida Kahlo

Si un caballo la hubiese golpeado en el pecho, no habría sentido tanto dolor, que se abrió paso entre la sorpresa inicial, eclipsando todo lo demás. Iain acababa de hacer realidad una de sus mayores pesadillas, esa que, tarde o temprano se cumpliría, pero que se negaba a divisar en el horizonte. Él estaba más que en edad de contraer nupcias, y a pesar de que Isaura lo sabía, quería creer que la familia de su amigo tenía cosas más importantes en las que pensar. Ingenua, tonta. ¿Cuántas cosas podía haber más importantes que el futuro de un hijo? Toda la perorata que había desembocado en la terrible noticia, le fue dando la pauta de lo que se avecinaba, sus ojos se fueron abriendo de par en par, hasta arderles. Quería rogarle que no lo dijera, que se callara, que no le anunciara eso que la destruiría. Pudo sentir el sonido de su propio corazón partiéndose en miles de pedazos en su interior, el sonido le pareció ensordecedor. Nunca volvería a ser la misma.

Un agudo padecimiento se le asentó en la zona de la nuca y trepó hasta su cabeza, luego, creyó que ya no sentía ni los dedos de las manos ni de los pies. El cuerpo se le acalambró, y le siguió la completa quietud, como si, de pronto, ya no fuera dueña de sí. Se había quebrado; y se preguntó por qué, ya que ella vivía su sentimiento en el más insondable de los silencios, en el más absoluto secreto, y en la más profunda de las resignaciones. Sabía que entre Iain y ella siempre habría una amistad pura y hermosa, que ella preservaría por encima de ese amor estremecedor, y a pesar de eso, no pudo enmudecerlo, no pudo evitar la piedra que se le alojó en la boca del estómago, el mareo que le siguió a la frase, que continuó retumbando en su mente, como un molesto eco, como un interminable ruido.

Sonrió, sonrió con la más amplia y falsa de sus sonrisas. Los ojos le brillaron por el llanto, que lo dibujó de emoción. Quiso tomarlo de las manos, pero se detuvo, segura de que la quemaría. Nadia Galloway. La conocía. Era preciosa, rica y educada; mejor esposa no podrían haber elegido, se dijo para convencerse. Tenía bellas facciones y un carácter dulce, seguramente lo apoyaría en todos y cada uno de sus emprendimientos, y jamás lo dejaría solo. Lo cuidaría cuando estuviera enfermo, lo ayudaría a calmar su alma atormentada por la pérdida de su hermana y le daría bellos hijos, que lo harían feliz. Sí, Nadia Galloway tenía todo para hacerlo feliz. <<Pero nunca va amarlo como yo…>> reflexionó, en un arrebato de celos que la sorprendió, pues nunca había pensado de aquella manera.

¡Qué noticia más espléndida! —exclamó, pasados los instantes de estupor. Se puso de pie, segura de que no podría permanecer más tiempo a su lado, oliéndolo, sintiendo su calor. — ¡Hay muchos detalles que ultimar! —continuó, como si se tratase del anuncio del compromiso de una de sus amigas. —Conozco a Nadia Galloway de algún que otro evento, y es bellísima —comentó, tras tomar una prudencial distancia. Lo veía perturbado, pero no se atrevía a preguntarle si estaba seguro de que era la decisión correcta.

¿Cuándo es la boda? —preguntó, con la voz más grave de lo que hubiera querido. —¡Tengo que pensar en mi atuendo, Iain! —le reclamó. —Voy que lucir mejor que nunca, no todos los días se casa mi mejor amigo —estaba llevando la conversación a un terreno repleto de frivolidad. Estaba actuando de forma egoísta pero, de pronto, sintió la honda necesidad de preservarse; no quería escuchar demasiado, no quería cuestionarle sobre su expresión atormentada, no deseaba saber el por qué de su mirada triste, ni siquiera si su prometida le parecía linda o simple. —Tenemos mucho en lo que pensar —agregó, con desmedido entusiasmo. — ¡Ahora quien se quedó callado eres tú! —le reclamó con cierto tono aniñado. <<Finge, Isaura. Finge hasta el final…>> se instó.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Dom Mayo 22, 2016 4:28 am


“It was like inhaling knives. The loss of you…”


Nunca creyó que fuera a suceder, pero esa sonrisa que en otras ocasiones fue un bálsamo a sus heridas, esta vez le lastimó con la intensidad de una daga bien afilada. ¿Por qué? Si eso era lo que deseaba, encontrar apoyo en Isaura porque era incapaz de encontrarlo en sí mismo, y ahora que lo tenía, no lo quería. La miró completamente descolocado, no entendiendo aunque no sabía qué era lo que debía comprender. Qué era lo que estaba tan fuera de lugar. Desde que le habían dado la noticia todo había ido cuesta abajo y creyó que esta visita le ayudaría a detener su caída, sin embargo, no fue así. Entonces pudo ver cuán perdido estaba en realidad.

Se puso de pie un instante después que ella. La miró intrigado, ¿de dónde venía esa repentina euforia? Quizá del mismo sitio de donde él extraía su apatía como tesoros que no deseaba. Se quedó callado, con los ojos abiertos como platos, con una desazón desagradable inundándole el pecho. Con unas ganas terribles de desaparecer. ¡Esta era la reacción que quería! Y sin embargo, ahora ni siquiera podía verla de frente, casi como si intentara ver al sol directamente. Hería, de algún modo.

Sí, es muy hermosa—musitó. Fue lo único que atinó a decir de entrada. Y era verdad. Nadia era bella a su modo y no tenía la culpa de nada. Supuso, en ese instante, que solamente estaba nervioso, maniatado por la responsabilidad y sometido por el peso de su apellido, que ya se acostumbraría. Quiso hacerse a la idea, se aferró a ella con uñas y dientes.

Oh, Isaura, cuidado. Recuerda que no debes opacar a la novia, aunque… es difícil, siendo tú. Podrías ponerte un saco de papas y aún así ser la mujer más hermosa del lugar —no supo de dónde vino aquello, pero de todo lo que le había dicho a su amiga esa tarde, eso era lo más sincero y lo más seguro. Sonrió al fin, aunque con un dejo de melancolía. Quizá esos cumplidos debía decírselos a su prometida, pero a ella apenas si la veía, y mucho menos tenía ganas de visitarla. Con ella, con su futura esposa, simplemente no le nacían.

Por eso no te preocupes. La boda es dentro de algunos meses, tenemos tiempo —¿para qué? Tiempo, sólo eso—. Para ti tengo una misión muy importante, y espero la aceptes. La verdad es que me he sentido muy abrumado con todo esto. No sé, no fue repentino, porque siempre supe que sucedería, y tal vez es eso lo que me agobia más. Te necesito, Isaura… —salvó la distancia entre ambos de un par de zancadas y tomó ambas manos de su amiga. Habló con una especial vehemencia. Algo en el movimiento, en las palabras y en el contacto se sintió a su vez erróneo, como si fuera un pecado, y correcto, como si así debiera ser.

Te necesito a mi lado, que me acompañes, que me aconsejes, que me calmes, porque los nervios no me dejan en paz —sabía que era demasiado lo que estaba pidiendo, pero si alguien debía ayudarlo, esa era ella, su amiga, su confidente, su apoyo, ayer y ahora y siempre. No quería perderla. No quería que unas nupcias arregladas se interpusieran entre lo que ellos tenían, que era verdadero.

¿Qué dices? —Buscó la mirada ajena con desesperación. Quedarse callados se había vuelto la constante en la conversación y eso no auguraba nada bueno, no cuando entre ellos siempre había algo qué decir o cuando el silencio no era incómodo. Ahora, cada vez que uno se mantenía sin abrir la boca, daba la sensación de que algo estaba faltando. Algo esencial.

Entonces Iain, soltando las manos de Isaura, se dio cuenta de las vicisitudes de su situación. ¿Así iba a ser ahora? No quería. El cielo y todos los santos sabían que no era un hombre especialmente caprichoso, sin embargo, en esta ocasión, simplemente no quería y no importaba que para sus adentros aquello sonara a rabieta. No quería perder a Isaura.
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Mensaje por Isaura Fitz-James Miér Jul 13, 2016 4:16 pm

"Mis ojos, faros de angustia, trazan señales misteriosas en los mares desiertos. Y eterna, la llama de mi corazón sube en espirales a iluminar el horizonte."
Alfonsina Storni

Nunca volvería a ser la misma. De eso estaba segura. Isaura sentía cómo en su interior, algo iba marchitándose lentamente. Se preguntó si así se sentiría morir, y pensó que si le arrebataban la vida, no le habría dolido tanto el alma. Le habían arrebatado a Iain, que nunca había sido suyo, ¿y por qué, de pronto, sentía que le pertenecía? ¿Por qué sentía aquel deseo visceral de gritar a los cuatro vientos que ese hombre, que la veía casi como a una hermana menor, era su gran y único amor? ¿Por qué sentía aquella furia que la instaba a abrazarlo hasta absorberlo? Necesitaba, hondamente, expresar los sentimientos que la turbaban con un descontrol insoportable. Pero Isaura había aprendido a callar absolutamente todo lo que pasaba por su corazón, por lo que colocó en su rostro la máscara que había utilizado a lo largo de sus diecinueve años, en los que se había caracterizado por ser algo distante con las personas que amaba, aunque ella era un volcán en erupción; lo sabía y, por ello, se contenía.

La hería la presencia de Iain, sus halagos, quería rogarle que se callase. Cada palabra que él pronunciaba, parecía una tortura. Isaura nunca había sigo tan consciente del poder que le había otorgado: su amigo podía destrozarla o salvarla. Y la segunda opción parecía imposible. Hizo un paso hacia atrás cuando él se acercó, pero fue inevitable que la tomase de las manos, y la joven sintió brasas en las palmas. Por un instante, quiso retirarlas, pero le fue imposible. Él se había aferrado como si se tratase de la última tabla del naufragio y comprendió que debía dejar de pensar en ella y aceptar que Iain sí, realmente la necesitaba. Jamás lo había visto tan confundido y perturbado, y la asustaba. Él era un hombre medido, que se cuidaba al expresarse y verlo de aquella manera, de cierto modo, tan vulnerable, sólo incrementaba los anhelos de Isaura de cobijarlo bajo su amor. Debía abandonarse a la idea de que siempre sería así entre ellos, y decidió, finalmente, romper con el insoportable silencio que se había erigido entre ellos, aprisionándolos.

Claro que estaré a tu lado —dijo cuando se deshizo del agarre. Soltó el aire con lentitud, creyó que de aquella manera, la piedra que le aprisionaba el pecho, desaparecería. Pero no fue así, el dolor continuaba estando, y parecía incrementar conforme pasaban los segundos. —No es necesario que me lo pidas. Eres mi amigo, eres como un hermano para mí, Iain. Jamás te abandonaría, y menos en éstas circunstancias —quiso envolverlo con sus brazos, pero se contuvo. La poca compostura que había logrado, se esfumaría ante un nuevo contacto. Se acomodó el cabello, aunque lo tenía en perfecta condiciones. Isaura siempre estaba perfecta, pulcra, intachable, no importaba lo que estuviese ocurriendo a su alrededor.

Es lo que debes hacer, Iain —continuó con más seriedad. —Y es lo que tendré que hacer el día que encuentren un prometido adecuado para mí —aquella idea le parecía sumamente lejana. Sin embargo, la familia de la muchacha no sería capaz de desconocer su voluntad. —Ambos conocemos las responsabilidades que poseemos, por ser quienes somos —se mordió el labio inferior por un instante, como si estuviera buscando las frases adecuadas que diría a continuación. —En alguna que otra oportunidad, me he preguntado cómo sería vivir como una persona común y corriente. Los trabajadores de aquí eligen a sus parejas por amor, se enamoran. ¿Puedes creer posible algo semejante para un Scrymgeour o para una Fitz-James? —sonrió con cierto deje de tristeza. —De todas formas, no podemos vivir nuestra vida en potenciales, nos volveríamos locos —decretó, con aquella capacidad que tenía de dar por zanjado un tema con completa autoridad, algo heredado de su familia paterna.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Mar Jul 19, 2016 10:05 pm


“Love is giving someone the ability to destroy you, but trusting them not to.”


No había muestra de amor más grande que revelarse vulnerable, tal cual uno era, frente a otra persona. Porque le entregabas lo más preciado que tenías, tu vida misma, tu fragilidad humana, sabiendo que ese elegido, la persona receptora del presente, no ha de usar el arma para hacerte daño. E Iain se estaba mostrando así frente a ella. Y se dio cuenta que siempre, no importando dónde o cuando, tratándose de Isaura, no usaba máscara alguna; él, criado en un mundo de caretas. Se sintió sobrecogido al darse cuenta de ello y tensó la mandíbula, también, sin querer, apretó más las manos de su amiga, prisioneras en la jaula que habían fabricado las suyas.

Un estoque fino y preciso, casi quirúrgico. De ese modo se sintió aquella palabra tan común. La que ambos vestían uno en la vida del otro: amigo. Le pesó como si de pronto todo el mundo se le viniera encima. ¿Qué demonios…? ¿De dónde venía toda esa marejada cruel de sentimientos? Cuando le anunciaron su compromiso, la resignación que entumece lo invadió, y creyó que no iba a poder sentirse peor. Que su destino, como todo hombre y toda mujer en su posición, era ser infeliz, hasta que la dulce muerte viniera a recogerlo. Eso creyó, pero ¡ah! Iain, qué equivocado estabas. Esto era como eso, pero mil veces peor, porque la anestesia de la indiferencia se tornaba veneno que aprieta el corazón en un puño de dedos de hielo.

Ja —sonó así, una jota y luego una a. No era una risa, sólo un «ja». Y la boca se le torció en un gesto parecido a una sonrisa. Una contrariada y llena de tristeza—. El hombre que elijan para ti, será el tipo más afortunado del planeta. Y me encargaré de que te trate como te mereces —habló con tono pausado, como si le estuviera costando trabajo hilas palabras. Estaba sintiendo celos de ese hipotético hombre en el futuro de su amiga. Celos de hermano mayor, se dijo; y ese «ja» como suspiro burlón se repitió en su cabeza.

Locos —asintió y repitió como si la palabra fuera una promesa de un lugar mejor—. Quizá lo estamos y no nos hemos dado cuenta —declaró y había mucho más escondido de lo que daba a entender; tanto, que ni él mismo conocía el mensaje completo. Al fin se movió de su lugar, caminó, pero cuidó no volverse a acercarse demasiado a Isaura. Como si la rodeara. Como si fuera una figura divina que repele su abyecta presencia mortal—. Suena idílico, ¿no lo crees? Casarte por amor. Ellos nos envidian por nuestras riquezas pero… quizá sea capaz de dejarlo todo por esa libertad que tienen. No sé. Nunca he trabajado con las manos y tal vez muera de hambre en la primera semana —bromeó. Sin embargo, a pesar del tono cándido, el ambiente seguía viéndose afligido.

Miró a su alrededor y volvió a tomar asiento donde había estado hace unos momentos. Su visaje era, aunque trastocado, más relajado de lo usual. Esa era una cosa que sólo se permitía frente a ella. ¿Y si su matrimonio acababa con esa convivencia? Sintió que le estrujaban las entrañas con toda la saña posible ante ese pensamiento. Tragó saliva.

Nuestros nombres familiares nos condenan —continuó—. Pero como lo veo, podemos lamentarnos, o sacar provecho de ello —se puso de pie, inquieto, rápido y sin pensárselo dos veces. Se acercó a ella, más de lo que debía—. Isaura, pronto seré un hombre casado, por favor evita que me vuelva aburrido, aunque no creo ser de lo más entretenido ahora —estiró su mano, para tomar la ajena—, ¿dónde vamos a celebrar mis últimos días de soltería? —Preguntó y sonrió, sus ojos de cianita seguían reflejando nostalgia y confusión, pero su boca finalmente, dibujó una sonrisa. Una discreta, pequeña y taimada como él siempre sonreía. Lo usual era que los amigos del novio lo llevaran a disfrutar de esos momentos previos a unirse con una mujer para siempre.

Pero Iain quería pasar esos últimos días junto a su amiga, junto a Isaura. Como si estuviera condenado a muerte, y quisiera ver el mundo por última vez.  
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Mensaje por Isaura Fitz-James Lun Ago 08, 2016 11:32 pm

El verdadero amor supone siempre la renuncia a la propia comodidad personal.
Lev Tolstói


Cuando despertaba, lo primero que pensaba era en la sonrisa amplia de Iain. Esa que muy pocos conocían realmente. Antes de dormir, también sus pensamientos iban dirigidos a él, a sus ojos, esos que habían perdido la alegría, pero estaban repletos de triste ternura. Isaura había aprendido –y se había resignado ante la idea- que así sería el resto de su vida. Que no habría amanecer o crepúsculo, que no la remitiese a su amigo, que no la hiciese vagar hacia él. Muchas veces se repetía lo patética que era, que debía madurar y desprenderse de sus sentimientos, pero todos y cada uno de los intentos, eran vanos. Cuando apoyaba su cabeza en la almohada, lo veía con tanta nitidez, que la asustaba. Estiraba su mano para acariciarle las mejillas, y él se desvanecía, se le escurría entre los dedos como el agua. Y de esa misma forma, estaba ocurriendo en la realidad. Iain se escapaba, nunca más estaría en su vida de la misma forma.

Ambos sabemos que el hombre que se case conmigo será infeliz y querrá salir corriendo a la semana. ¿Quién querría estar casado con una persona que lee todo el tiempo, que no le gustan las fiestas y que… —<<está enamorada de su mejor amigo>>- odia montar de lado como toda una dama? —bromeó. Necesitaba hacerlo. No soportaba la atmósfera asfixiante. Ellos no eran así, y no comenzarían a serlo ahora. Aún faltaba para que su amigo se convirtiese en el esposo de otra, y todos los esposos eran aburridos.

Lo que dices es un galimatías, querido amigo —continuó risueña. Ella sólo se mostraba así con él o con su selectísimo círculo de amigos. Generalmente, Isaura sonreía poco y nada, era una muchacha seria y pragmática, que hablaba lo justo y lo necesario, que se refugiaba en el arte y que podía pasar semanas enteras sin salir al Sol. Añoraba a sus padres como el primer día, no podía desprenderse del mote de “huérfana”, no porque se lo recordaran los habitantes de la mansión de su abuelo, sino porque ella se sentía así. Se había quedado sin su fuente de alegría, de amor, y en ese momento, cuando aceptaba que Iain nunca sería suyo, lo único que quería era que su madre la envolviese entre sus brazos cálidos y su padre le diese un chocolate.

Había nacido en una cuna de oro, literalmente. Se suponía que una Fitz-James tenía todo lo que deseaba, había venido al mundo para que sus caprichos fueran satisfechos. Pero lo único que ella quería, jamás lo tendría. Sus padres no revivirían –y aún no se hacía de la idea, a pesar de los años que separan su presente de la muerte de los mismos- y su adorado amigo no sería el hombre con el cual pasaría el resto de sus días. Definitivamente, Isaura jamás tendría lo que anhelaba, por más que su abuelo se esmerase en darle todo para hacerla feliz.

Quería rogarle que la soltara, que le hacía daño, pero no se atrevía. Tampoco fue capaz de retirar su mano, y apretó la ajena levemente. Le correspondió la sonrisa, ¡tan hipócrita! Sólo quería salir corriendo de allí y arrojarse en la cama a llorar días enteros. Pero su posición de dignidad se lo impedía, jamás podría actuar de esa manera; no tendría cómo justificar su amargura ante el mundo, así que seguiría, estoica, enfrentando aquel amor que era sólo suyo.

Te volverás aburrido de todas maneras, lamento informártelo —lo guió hacia el ventanal más cercano y corrió la cortina. La vista de uno de los jardines era espléndida. —Ya pensaré en nuestros planes pero, ¿por qué no cabalgamos? Te hará bien, además es un día bellísimo —lo soltó. Estaban tan cerca… Giró, para quedar frente a frente. Tan alto y hermoso… Menta, menta. —Necesitas sentir a Moira —se atrevió a apoyar su mano derecha en el pecho de Iain, allí donde su corazón latía con fuerza. —Es un gran cambio. Si cabalgamos, la sentiremos en el viento. Me gusta creer eso. ¿A ti no? —Isaura hablaba siempre con naturalidad de la difunta Scrymgeour, porque sabía que de esa manera, ayudaría a Iain a exorcizar la pena. — ¿Qué dices? Demos un paseo, vamos —su piel se llenó de calidez, que se extendió a todo su cuerpo.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Mar Sep 13, 2016 10:07 pm


“Too often do words go unsaid and too often things are broken because of unsaid words.”


Los chicos como ellos tenían todo trazado. Y la mayoría se dejaba llevar por la corriente. El mismo Iain lo estaba haciendo, aunque no estuviera contento. Era lo correcto, y lo correcto nunca resultaba ser lo más sencillo. Sin embargo, desde el día uno de su relación, ambos trasgredieron las normas estipuladas. Si bien ambas familias se conocían, fue por interés mutuo que uno se acercó al otro. Iain lo recordaba muy bien, no era común ver a alguien con el mismo amor por los libros que él, mucho menos una mujer. La sola idea era encantadora, y verlo, poder palparlo en Isaura, era como un sueño. Ellos no forjaron una amistad porque era conveniente para los Fitz-James y los Scrymgeour, sino porque parecieron entenderse a un nivel al que pocos pueden aspirar. Hablaban el mismo idioma, soñaban las mismas cosas imposibles. La misma sutil melancolía los envolvía. Dos solitarios en un mundo que les repite hasta el cansancio que deben rodearse de gente; y en ese vagar esquivo, tarde o temprano, tenían que encontrarse. Aquella idea resonaba dentro de la cabeza del escocés, sin embargo, acalló todo con una fuerza que no sabía que tenía.

«Yo» pensó, «yo sería feliz de casarme con alguien como tú...», fue la sentencia que lo marcó ante las reflexiones de su amiga. ¿Por qué si era tan claro prefería ignorarlo? ¿Acaso valía la pena vivir una vida desdichado en pos de lo que se supone “es correcto”? La respuesta parecía obvia, pero Iain se aferró al plan, ese que sus padres trazaron para él hace mucho. Rio luego, aunque el sonido supo amargo y se sintió torpe en ese espacio, como si no supiera qué hacer a partir de ese momento. Por fortuna Isaura quebraba sus inseguridades, como era siempre, para poder acceder al verdadero Iain.

Cabalgar siempre me sienta bien —miró por la ventana, el verde jardín de pastos perfectamente cortados. Las flores creciendo en la linde de los caminos, el viento meciendo a los árboles. Era casi como si el clima, perfecto, se burlara de él y su desgracia. Entonces giró el rostro y la vio. Sonrió, aunque no se dio cuenta de ello. Sabía que Isaura, como nadie más, lo conocía, que la invitación no había llegado al azar, que había buscado de entre todas las actividades disponibles y había elegido la que a él le gustaba más. Y le agradecía.

Entonces dio un súbito suspiro. No por lo que había dicho su amiga, que entre ambos no era tabú. En sus momentos más oscuros, siempre se habían hecho compañía, aunque él seguía cargando la culpa de no haber sido el mejor durante la pérdida de sus padres. Se mordió un labio y se quedó en silencio, pensando en su hermana, ¿qué le diría en un momento como ese? Moira era, en cierta medida, muy parecida a él, soñadora y en su mundo, pero al contrario que Iain, la joven occisa era mucho más abierta, más comunicativa. Le hubiera encantado que Isaura la hubiera conocido más. Se fue demasiado pronto.

Nunca lo había pensado, pero ahora lo haré —respondió con voz queda, algo distraído y luego asintió, aceptando el paseo. Se dejó guiar por su amiga, a pesar de que, a base de visitar ese sitio constantemente, conocía bien sus caminos y rincones.

La miró a hurtadillas, como si estuviera prohibido hacerlo. Un ángel vindicador, que como él, sentía que toda la fortuna de su vida debía ser regresada, ayudando a quienes menos tenían. ¿Cuántas mujeres en su posición harían algo similar? Las madres de ambos eran así, sin embargo, en ese instante, el hecho resonó con más fuerza dentro de él, cada vez dándose cuenta de esas características que hacían tan única a Isaura y que, por años, había dado por sentadas. Ahora cobraban nueva fuerza, quería hacer cada una de esas virtudes suya. Iain jamás fue envidioso o egoísta, pero en ese momento quiso serlo, con ella.

Sumergido en sus pensamientos, salió a flote de los mismos cuando se dio cuenta que ya no estaban dentro de la casa, sino en las caballerizas. Buscó la mirada de su amiga y le sonrió. Debía sacar provecho ahora, pues luego no podrían.

No está Arión aquí, pero me conformaré —bromeó al fin adelantándose a donde los caballos descansaban. Arión era su caballo favorito, que se había quedado en Dundee, aunque no era raro que lo hiciera viajar cuando iba a competir en algún torneo ecuestre, actividad que hasta hace poco había retomado, pues tras la muerte de Moira la había abandonado—. Ven, dime qué caballo me recomiendas, confío en ti —extendió la mano para que lo siguiera, como si la invitara a una aventura diseñada sólo para ellos dos, algo prohibido y emocionante. Aquellas palabras burdas y coloquiales decían mucho más. Los significados eran mayores, porque si algo apreciaba Iain eran los caballos, y dejar que otra persona tomara la iniciativa al respecto, era un poder que no estaba dispuesto a conferir a cualquiera. Pero esa era la cosa, Isaura no era cualquiera
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Mensaje por Isaura Fitz-James Lun Oct 17, 2016 11:15 pm

"Being deeply loved by someone gives you strength, while loving someone deeply gives you courage."
Lao Tzu

Existía un Universo de posibilidades en las relaciones humanas. Sentimientos, emociones, pasiones, cada persona era un mundo y arrastraba consigo el pasado, el presente y sus ideales de futuro. Isaura solía pensar en ello, especialmente luego de reconciliarse con el amor que sentía hacia Iain. Se preguntaba qué lo había hecho despertar, cuál de todas sus cualidades era la que predominaba y la volvía metal frente a un imán. Las numeraba, al derecho y al revés, en orden alfabético; y lo mismo hacía con sus defectos, los cuales conocía y los cuales aceptaba. No podía ponerles un orden de prioridad, y entendió que allí radicaba la inspiración, el lenguaje de las almas, el no saber por qué lo amaba, el que no haya una sola razón, el no poder poner en palabras lo que su espíritu gritaba, era el quid de la cuestión. Le había costado noches en vela comprenderlo, meses de su vida buscando una explicación coherente, hasta que, finalmente, llegó la convicción de que nada hay más incoherente que el amor, aunque también tiene su propia lógica, una que nadie, desde Adán hasta ella, podría desentramar jamás.

Otra de las cosas de las cuales tenía seguridad, una de las tantas características de su amigo, era que, cuando se encontraban juntos, sabía que todo iba a estar bien. No importaba lo que sucediese, si un huracán arrasaba con todo o si el mar avanzaba sobre ellos; junto a Iain, no había peligro. Saberlo cerca, al alcance de su mano, el poder abrazarlo, despeinarlo o arrancarle una sonrisa, era el consuelo para su lastimado corazón. Se había aferrado a la amistad de ambos como un náufrago a su tabla, esa que lo llevaría a flotar en medio de un océano apacible, calmo y siniestro. Pero Isaura no pedía nada más, no exigía de su amigo cosas que él no pudiera darle, y entre ellas, estaba el sentimiento correspondido. En incontables ocasiones, había tomado la drástica decisión de sincerarse con él, pero instantes después, se arrepentía. No podía entregarle a él la responsabilidad de un amor que sólo era suyo.

Me haces sentir especial, Iain. Sé que no cualquiera puede elegir un caballo para ti —bromeó, el tiempo que tomaba su mano. Allí estaban nuevamente las cosquillas, la calidez de su piel, su mano fuerte. Desde pequeños habían disfrutado de recorrer las caballerizas, no les molestaba el olor, algo que para una joven como ella, era demasiado rústico y desagradable. Pero Isaura se había criado en un ambiente más distendido, con padres que le habían enseñado de aquellos hábitos tan mundanos. Era una muchacha versátil, sin lugar a dudas.

Ya sé cuál es perfecto —reflexionó unos instantes. — ¡James! —llamó a uno de los encargados, que apareció inmediatamente, haciendo una reverencia y saludando al invitado, al cual todos los empleados conocían. Ella ya se había soltado de Iain. —Por favor, que ensillen a Fuoco —se refería a su caballo, al cual había visto llegar al mundo— y a Elac —el trabajador se sorprendió. —No me mires con esa cara, James —sonrió. —Sé que es el hijo de Black Jack, pero quiero que Iain lo monte. Es uno de nuestros mejores caballos —el hombre asintió, y rápidamente se retiró para hacer lo que le había ordenado.

No te preocupes —volteó, para dirigirse a su amigo. —No es un animal arisco, es manso, sólo que…no cualquiera monta al último hijo del caballo de mi padre —era un frisón espectacular, que cuidaban con celo, además de ser un semental. Fuoco, su caballo, era un purasangre, heredero del de su madre. —Ahora debes esperarme unos minutos, no pretenderás que pasee con éste vestido.

Se dirigió hacia un cuarto que colindaba con el establo, donde tenía algunas pertenencias, entre ellas, los trajes para montar. Una doncella estaba esperándola, la ayudó a quitarse las molestas prendas y la asistió con el nuevo atuendo. Era masculino, como a ella le gustaba y como su mamá, tan ponderada y elegante, pero con una veta salvaje, le había enseñado. Su abuelo, a pesar de su título nobiliario, le permitía aquellos caprichos cuando se trataba de personas de su confianza y, siempre y cuando, no saliera de la propiedad. Cuando regresó junto a Iain, éste ya se encontraba sobre Elac, y a la muchacha se le hizo un nudo en la garganta de emoción. Sólo él podía estar tan regio sobre ese animal.

Elac te sienta bien —comentó, intentando disimular la emoción. James la ayudó a subir a Fuoco y, por supuesto, se sentó a horcajadas. — ¿Qué te parece? Es un bellísimo espécimen, y lamento que recién ahora lo conozcas —esa oportunidad era especial. Isaura sentía que era el momento de soltar a Iain, de decirle adiós, de resignarse a que nunca, ni aún en sus fantasías, él le pertenecería. Si iba a despedirse del hombre que amaba, debía hacerlo con la ceremonia adecuada. Iain sería siempre su amigo, su adorado amigo, pero no tenía sentido continuar albergando un sentimiento que le hacía daño. Si él hubiera sentido lo mismo por ella, no estaría a poco tiempo de casarse con otra mujer. La realidad era un golpe en la mandíbula.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Sáb Nov 12, 2016 9:28 pm


“The truth will set you free. But not until it is finished with you.”
― David Foster Wallace, Infinite Jest


No se había dado cuenta, hasta ese momento, de cuánto quería hacerla sentir especial de verdad. Y es que lo era: su amiga, su única amiga, confidente, aliada. Un muro en el cual recargarse cuando se sentía agotado o abatido. Tal vez era injusto para ella, darle tantas responsabilidades, prácticamente entregarle su vida, que cuidara de ella como de un tesoro o de un animal herido. Era injusto, y aunque estaba dispuesto a darle lo mismo, seguía creyendo eso. Parpadeó lento y se sobresaltó cuando ella llamó a uno de los caballerangos.

Miró con atención el intercambio y arqueó una ceja cuando James lo hizo. ¿Qué tan complicado era Elac? Estaba intrigado, y halagado, si Isaura creía que él era el indicado para montarlo, no debía ser un jamelgo sencillo y ya quería conocerlo.

Me muero por conocerlo —sonrió de lado cuando James los hubo dejado solos—. ¿Qué-? ¡Ah! Por supuesto! —rio al darse cuenta lo tonto que había sido si pretendía que su amiga montara con sendas prendas. La miró alejarse, clavó los ojos en ese sitio en el que había desaparecido, pensando en todo y nada y sus pensamientos fueron interrumpidos sólo cuando el hombre regresó con Elac.

James le advirtió que se anduviera con cuidado con ese animal e Iain, mientras escuchaba, estudió al portentoso frisón. Era hermoso, y vio algo en el brillo de sus ojos que le recordó a sí mismo. Un deseo palpable de querer correr, huir quizá también. Le dio una palmadita en el grueso cuello, como diciéndole que lo entendía. Cuando se familiarizó con él al fin, y tras ensillarlo, se montón sin problema. Elac dio una coz y relinchó en cuando estuvo encima, pero nada más.

Estaba acariciando a su caballo en turno cuando Isaura regresó. Se quedó pasmado. Cualquier doncella podía verse hermosa en las finas ropas que su amiga solía vestir, sólo ella era capaz de hacerlo en un traje de montar tan masculino. Sintió que le faltaba el aire, como si en ese instante quisiera soltarse a llorar. Tragó grueso, y sonrió en cambio, como siempre era. No estaba seguro de cuánto más podría aguantar así; lo que fuera necesario, pensó.

¿Lo crees? Es un animal maravilloso. Quizá le haga una propuesta a tu familia para adquirirlo, Arion ya no es tan joven —rio—, tal vez después de… —se calló justo a tiempo. «Después de la boda» iba a decir pero simplemente lo sintió demasiado horrible en ese momento, no había necesidad. Carraspeó—. ¿Nos vamos? —cambió de tema, aunque se sintió tenso después de ese tropiezo. Por fortuna, tenía justo lo que necesitaba.

Espoleó al animal que de inmediato se puso en marcha a trote. Miró por sobre su hombro a su amiga, para ver si lo seguía.

Alcánzame —retó e hizo que Elac aumentara la velocidad, y aún cuando ya iba como un rayo, siguió forzando al caballo que parecía tener todavía mucho por dar. Mucha energía, y pasión. Iain sintió cómo todo su cuerpo se liberaba cuando el viento le golpeaba la cara y le despeinaba el cabello rubio, y todavía después de eso, siguió cabalgado con fuerza, con rapidez, no quería detenerse nunca. Encontró en Elac un buen compañero, casi como si Isaura se lo hubiera dado adrede, sabiendo que eso pasaría.

Detuvo al animal de golpe en lo alto de una colina, entre dos abedules de tronco blanco. Miró el horizonte primero y luego buscó a Isaura. La vio a lo lejos, pequeñita, yendo tras él. Sonrió de nuevo, casi como si no quisiera dejar de hacerlo, como si pensara que lo que le deparaba iba a borrar su sonrisa para siempre.

¡Te gané! —Le gritó desde lo alto, y rio. Rio para combatir las ganas de llorar. No podía permitir que ella lo viera llorar y pensara que estaba asustado, o que no quería casarse. Esa era la realidad, pero no iba a dejar que Isaura lo viera así, acobardado al grado de no querer hacer nada para salvarse.
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Mensaje por Isaura Fitz-James Vie Dic 02, 2016 11:27 pm

"Love looks not with the eyes but with the mind."
William Shakespeare

No rompería las ilusiones de Iain diciéndole que sería imposible la venta de Elac. Era de las pocas cosas que al Duque le quedaban de su difunto hijo. Íntimamente, a ella tampoco le agradaba la idea de alejarse de él. No fue necesario que utilizara el “después de la boda”, quedó implícito, flotando en el aire, con una tranquilidad que le erizaba la piel. Era la calma que antecedía a la tempestad. Pronto, remolinos de viento, actividad eléctrica, lluvia y granizo, caerían sobre ella, desgraciándola hasta el final de sus días. Imaginó a la futura esposa de Iain disfrutando de Elac junto a él, y agradeció que su amigo comenzara la carrera, porque estuvo al borde de un ataque de furia. No contra él, sino contra el destino, que le quitaba todo lo que amaba en la vida. Sus padres, Iain, sus ilusiones, el amor profundo que sentía de pequeña hacia el mar. Tras la muerte de sus progenitores, ya no pudo siquiera subirse a una balsa en el lago artificial que tenía la propiedad de los Fitz-James.

Corrió tras él, y si bien podría haber forzado a Fuoco, prefirió contemplar desde lejos, el maravilloso espectáculo del cabello abundante de Iain, abrazado por el viento. Cómo su cuerpo se volvía uno con Elac, que corría a una velocidad endemoniada sin demasiado esfuerzo. Sintió una profunda añoranza por aquella época en la que observaba cómo sus padres competían, y entendió por qué Richard siempre dejaba que ganara su esposa. Él adoraba ver su cabello suelto revoloteando por los aires. Se reconoció en esa actitud, y se le hizo un nudo en la garganta. Apuró el paso, porque necesitaba de la violencia y, al mismo tiempo, de la mesura que se desataba cuando corría sobre su caballo. Llegó a Iain, con una sonrisa triste en los labios, con los ojos llenos de lágrimas. Isaura no tenía máscaras cuando estaba junto a su mejor amigo, y no hizo esfuerzo alguno en ocultar su dolor. Con un pañuelo, que extrajo de un bolsillo, limpió sus orbes.

Es innegable lo bien que se llevan —comentó, restándole total importancia a su momento de debilidad. Desmontó con habilidad, como podía hacerlo sólo cuando estaba con alguien cercano. Odiaba salir a cabalgar de forma protocolar, ya que un empleado siempre debía acompañarla, colocarle la escalerilla, tomarla de la mano… Si bien Isaura no renegaba de su posición social, no estaba en contra del sistema, ciertas formalidades, en ocasiones, la agotaban. Se había criado en ellas, se le habían hecho piel, pero ciertas licencias, que tanto sus padres, como su abuelo y sus sucesivas esposas se habían tomado, habían germinado en ella una inofensiva rebeldía. Tomó la rienda de Fuoco, la ató a un árbol y le entregó unos terrones de azúcar, que siempre llevaba en una pequeña bolsa atada al pantalón.

Qué hermoso silencio… —susurró, una vez que estuvo sentada en el verde césped, con las manos apoyadas detrás, los ojos cerrados. Sólo algunos pájaros irrumpían, con su armónico canto, la tranquilidad del lugar. —Sabes, Iain… Eres una de las pocas personas con la cual puedo estar en silencio sin sentirme incómoda. Ya sabes, no soy de muchas palabras, pero a veces…a veces debo rellenar ciertos espacios con frases vacuas, y no me gusta. Pero contigo todo es diferente —fue consciente de la importancia de aquellas palabras. Rogó que el candor que sintió en sus mejillas se disimulara con el efecto de la carrera. Notó que ese día, le costaba más y más mantener mudos sus pensamientos. Era tan inminente el final de su relación, que cierto vértigo se había apoderado de ella. Isaura sabía que no habría más momentos como aquellos, no sería bien visto. La adultez los golpeaba sin piedad.
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Mensaje por Iain Scrymgeour Lun Ene 23, 2017 4:49 pm


“Do every act of your life as though it were the very last act of your life.”
― Marcus Aurelius, Meditations


Existía esta idea en la cabeza de Iain que con Isaura nada podía ir mal. Que a su lado, juntos, eran capaces de vencer todo. Un concepto que nacía allá en los primeros años de su amistad y que ahora era sólo una constante. Como un fantasma que se niega a dejar la casa en la que vivió cuando estaba vivo. Este anclaje comenzaba a desvanecerse frente a sus ojos con pasmosa rapidez y sin poder evitarlo, que era lo que más lo frustraba. Su inminente casamiento era recordatorio de que sus ideales eran tan frágiles como los del resto, y que ni su amistad con Isaura iba a poder salvarlo. Siempre deseaba estar cerca de ella, añoraba la cercanía, creía que con su arribo todo podía arreglarse, entonces la vio, con lágrimas en los ojos y fue el último golpe para dejarlo tendido en el suelo.

Fue a preguntar, pero fue la propia Isaura quien le restó importancia. La miró bajarse del caballo con una habilidad que pocas damas de su posición tenían. Nadia, su prometida, cabalgaba un manso caballo y era incapaz de bajar sin ayuda, por ejemplo. Se quedó sumido en sus pensamientos y en automático imitó a su amiga. Se sentó a su lado en el pasto. Cerró los ojos y dejó que los sonidos del lugar lo tranquilizaran. Abrió un ojo y luego el otro para verla.

Eso pasa cuando dos personas se conocen tan bien que ya no hacen falta palabras —respondió y la observó como si quisiera memorizarla. ¿Esta era la despedida? Se negaba a creerlo, pero una vez casado, tendría poco tiempo para encontrarse con ella, además de que no sería bien visto. Isaura tendría que visitarlo con todo el protocolo, y con alguien siempre vigilándolos.

Movió la mano que tenía más cerca de la ajena y casi tímidamente, la posó encima. Le sonrió, aunque había melancolía en ese gesto. Una nostalgia por algo que aún no ha acabado, pero estaba a punto de extinguirse con las últimas ascuas en una fogata que antes les dio calor.

Es… extraño, ¿no? —Irrumpió y miró a lo lejos, allá donde estaba la casa Fitz-James de la que habían salido, casi como si hubiera huido—. Esta quizá sea la última vez que estemos así —agachó el rostro y se quedó en silencio. Qué horrible sonaba eso. Qué horrible, no debió decirlo.

Con cuidado, pero de manera segura, se giró en su posición, tomó a Isaura del cuello y la acercó a él. Le besó la mejilla. ¿Le estaba diciendo adiós? El corazón se le hizo mil pedazos en ese momento. El acto tardó quizá más de lo que era correcto, pero no le importó. No quería separarse, aunque terminó haciéndolo y la miró a los ojos con esa expresión que ambos conocían bien uno del otro, esa que indicaba que ya llegará un mejor momento. Aunque esta vez, desde luego, se sentía completamente diferente.
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Mensaje por Isaura Fitz-James Mar Feb 28, 2017 9:23 pm

<<El amor es este viaje inútil, pero muy suave, al otro lado del espejo. >>
Alejandra Pizarnik

Aquel reencuentro con aroma a despedida, le supo a hiel. Isaura tenía el pecho atravesado por dagas venenosas, que le recordaban la imposibilidad de aquel amor. Tenía deseos de gritar y de llorar como una loca, de rasgarse las vestiduras y salir corriendo, desnuda, libre, irracional. Quería irse lejos, donde nadie la conociera, donde nadie tuviera idea de quién era ella, qué atormentaba su corazón, qué la alegraba  o entristecía, cuáles eran sus miedos, cuáles sus placeres. Tenía la necesidad de vivir en el anonimato, de dejar que la vida la llevase por sus derroteros sin identidad, que su camino sea trazado a diario, sin ningún rector que le indicase qué hacer. Quería no saber qué ocurriría en el futuro, ni con ella, ni con Iain, ni con su abuelo. Quería soltarse de todos y que todos la soltasen, que ese amor que la esclavizaba, se volviese el viento y, en lugar de encadenarla, la envolviese en completa libertad…

Seguramente… —susurró. Quedó pasmada ante su contacto, que la tomó por sorpresa, que le arrebató la respiración, una vez más. Él tenía aquella capacidad de apoderarse de sus pulmones, también de sus sentidos y, claro, del bombeo de su corazón. Iain le insuflaba vida y también se la quitaba. La anulaba y, al mismo tiempo, al volvía totalmente consciente de su existencia. Aquella capacidad para desarmarla no dejaba jamás de asombrarla. Se preguntaba si, a todos los seres humanos, les pasaba, o si era sólo a ella a quien le ocurría. ¿Acaso importaba? Creía que sí, que todos, en algún punto, tenían a alguien especial capaz de arrasar con su universo y también crear algo nuevo, como un Big Bang.

Lo miró a los ojos, con las mejillas arreboladas y las pulsaciones galopándole en el cuello. Quería hablar, pero no sabía qué decirle. <<Te amo…>> pensó con una sinceridad atormentadora. <<Te amaré siempre, mi buen amor. Mi Iain. Mi esperanza y mi muerte. >> Isaura entendió que debía soltarlo, que debía deshacerse de aquel sentimiento. Comprendió que, continuar atada a él, sólo la llevaría por la oscuridad, y no quería llegar a ese sitio. Necesitaba luz, necesitaba saber que había alguien esperándola en algún sitio, que alguien la amaba y la miraba como ella a su amigo. No podía quedarse en el fango, lamiéndose las heridas, dejándose morir como un león enfermo al que su manada dejó atrás.

Iain… —y las confesiones se agolparon entre su lengua y sus dientes, pujando. ¡Quería decírselo todo! ¡Debía hacerlo! Terminaría consumida si no lo hacía… —Yo… Sólo deseo que seas feliz, querido amigo. Quiero que formes una maravillosa familia, que tu esposa te cuide y tengas muchos hijos de los cuales sentirte orgulloso —le sonrió, mientras alguna que otra lágrima se escapaba. —Sé feliz, amigo mío —escondió la cara en su cuello y lo envolvió con los brazos. Se aferró a él durante un tiempo prolongado, en el cual memorizó el aroma de su piel, su textura. Era lo único que le quedaría de ellos dos.


TEMA FINALIZADO
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