Flatlands [Privado]

El día pintaba bastante bien, a pesar de que el invierno estuviera iniciando, a Guillaume le gustaba. En realidad, a Guillaume le gustaba casi todo, excepto, salir a trabajar durante esa época No tenía muchos ánimos para ir a perseguir personas. Últimamente, le estaba ganando la apatía y pasaba más tiempo metido en sus escritos que colaborando con el clan. Ernest había notado aquel cambio repentino en el muchacho, pero prefería callar, no quería interferir en el plan de vida que Guillaume había decidido forjar poco a poco. El joven amaba escribir y tenía una talento inigualable para eso; Ernest lo comprendía y aunque le costaba, lo aceptaba. No deseaba que a Guillaume le ocurriese lo mismo que a él, que fue obligado a dedicarse  a un oficio que no quería. Ernest nunca había querido ser parte de la Inquisición. Pero al final ganó la imprudencia humana y no luchó para derrotarla, cosa de la cual se arrepentía. Quizás, era esta misma razón la que lo llevaba a no meterse en la vida privada de aquel que consideraba un hijo, a pesar de que ningún lazo de sangre los uniera, sino, el tiempo y las coincidencias de la vida.

Guillaume le había pedido a Ernest que le asignara la labor a Zéphyr y así él se quedaba a cargo de la tienda de antigüedades y obviamente, también podría escribir un poco más de la historia que le estaba sumando desvelos. Pero el licántropo se negó. Aún así, intentó convencerlo de algún modo, sin embargo, Ernest no desistió; había tomado una decisión y prefería que ésta se le respetara. Aparte, Zéphyr estaba a cargo de otras cosas. Guillaume no pudo hacer mucho para que el hombre cambiase de opinión, así que, no le quedó más alternativa que cumplir con la misión que se le había encomendado.

Afuera hacía frío, y la distancia entre la zona comercial y las áreas abandonadas de la ciudad, era larga. Guillaume se envolvió, lo mejor que pudo, con un abrigo para resguardarse de la brisa gélida y así logró andar, sin problema, todo el largo trecho que lo llevaría hasta aquel lugar tan inhóspito. Pensaba que era el peor sitio para acordar una cita, pero daba igual, algunos clientes de su padre solían ser tipos raros. Y por cosas del azar, a él siempre le tocaban esos. ¿Por qué? No se lo merecía. Podía ser muy distraído, pero eso era mucho castigo. Lo único que deseaba en ese instante era estar en casa, bebiendo chocolate caliente y terminando de escribir el relato que había prometido llevar a un prestigioso diario de la ciudad, para su posterior publicación. La sola idea de que eso se llévase acabo, le revolvía las emociones a Guillaume. Ya era la segunda vez que aceptaban un escrito suyo y eso, sin duda, era algo que le alentaba a continuar con sus proyectos.

Estaba tan ensimismado en sus pensamientos y en todas las ideas que tenía en mente, que dejó pasear el tiempo. Ni siquiera la espera fue problema. Pero cuando se dio cuenta del motivo por el que estaba en ese preciso lugar, revisó su reloj de bolsillo. Ya llevaba rato ahí y se le había olvidado buscar a quien, según, lo esperaría por aquella zona. Guillaume dejó escapar una exhalación y con los sentidos bien alertas, se puso en marcha. Tenía que ser cauteloso, aquellos sitios solían ser tan desolados, como frecuentados por sobrenaturales molestos. Se dedicó a inspeccionar todo, justo cuando un ruído llamo su atención.

¿Se trataría de su cliente? No lo sabía y lo averiguaría.

—Curiosa manera de llegar —murmuró, para luego dirigirse a lugar de provenía las energías que percibía. Frunció el ceño, al ver a una jovencita paseándose por ahí. ¿Sería a la persona que esperaba? Quizás sí—. ¿Señorita? —Le llamó, acercándose sólo un par de pasos—. ¿Se ha perdido en lo desconocido? La curiosidad ha matado el gato, pero el animal terco continúa acercándose a su desdicha.

Y no, las últimas palabras no eran casuales. Eran la manera en qué su cliente lograría reconocerlo y si ella resultaba serlo, se daría cuenta de inmediato o al menos eso pensaba Guillaume.

A veces, llegar tan lejos por capricho de un cliente, no era algo bueno, en realidad, podría representar una gran amenaza. Pero, Guillaume confiaba en el buen criterio de Ernest en este caso y sabía, que después de todo, no estaría solo en aquel lugar. Estaba seguro que otros miembros de su clan no se harían los desentendidos en este caso y lo más probable es que se ocultaban en los alrededores, al pendiente de cualquier movimiento ajeno a lo estipulado. Esa era una de las tantas tácticas que les había enseñado el líder del grupo y era una manera para protegerse los unos a los otros; aunque la sangre nos los uniera, se consideraban una familia. Guillaume estaba consciente de ello, sin embargo, habían ocasiones en las que sentía que no encajaba, que era una pieza sobrante en aquel rompecabezas.

Dejó a un lado aquellos pensamientos y se quedó plantado en el mismo lugar en el que se posicionó cuando encontró a la joven. No fue capaz de dar otro paso más, algo le alertó, dándole a entender que no era prudente, no por el momento. Así que sólo guadó silencio, quedándose firme, con las manos en los bolsillos y la mirada clavada en la figura femenina. Estaba sacando posible deducciones en su cabeza. Supo, gracias a su habilidad para reconocer las auras, que la chica compartía sus mismos dones. Primer obstáculo. Por sus facciones y atuendos, se dio cuenta que no era una mujer de la baja sociedad, lo que le llevó a preguntarse: ¿Cuál era el motivo de su repentina aparición en aquel lugar? Era más que claro que no se trataba del susodicho

Era extraño, sin duda. Sin embargo, no quiso inmiscuirse de manera tan directa en los asuntos personales de la joven; tampoco iba a dejar a un lado sus sospechas. Guillaume le regresó una sonrisa e inclinó levemente la cabeza.

—No supone mal. Ciertamente la he confundido con otra persona —dijo con calma, atreviéndose a dar unos pasos más hacia adelante, acortando la distancia entre ambos—. Pero, me ha surgido una duda... una duda que le puede surgir a cualquiera, ciertamente. —Dio otro paso más—. ¿Qué es lo que hace una señorita de su clase en este lugar? Porque no veo que esté acompañada, ¿o si?

Inquirió, sin ocultar su aparente "curiosidad", intentando ser lo más sutil posible, pues, tampoco quería alamar a la muchacha. Guillaume no iba con ánimos de buscar problemas. Sólo quería terminar todo el asunto de quien había contratado el servicio de un cazarrecompensa y luego marcharse para hundirse nuevamente en sus relatos.

—No vaya a alarmarse, podré ser un desconocido, pero no deseo buscar problemas —confesó mientras hacía un ademán con las manos—. Soy Guillaume... mucho gusto. O eso supongo.

Extendió su diestra, haciendo el intento de calmar los ánimos, esperando que aquella mujer no fuera a tomarse a mal dicho gesto.

No estaba seguro de porque seguía ahí, su cliente ni siquiera se había aparecido, y ahora estaba en la compañía de aquella muchacha que había evadido su pregunta, algo que lo hizo dudar. Si no tuviera que ocultar, de seguro hubiera respondido cualquier otra cosa, pero no, ella sólo quiso evadir la interrogante, lo que causó cierto recelo en Guillaume. Recelo que no demostró. Había aprendido a controlar sus emociones desde muy chico, tal y como se lo enseñó Ernest. Si iba a lidiar con cualquier persona extraña, tenía que saber actuar; demostrar nervios o cualquier emoción comprometedora, esto podría delatarlo y traerle problemas. Así que simplemente guardó silencio por unos segundos, intentando escuchar algo ajeno a ellos; también se fijó lo suficiente en el aura de la chica, para estar atento a cualquier cambio precipitado en ésta.

—Vaya, vaya... No responde a mi sencilla pregunta, pero desea que yo acceda a responder la suya —dijo con una sonrisa ladina, llevándose la mano a la nuca. No quería ser maleducado, pero no podía quedarse callado—. Sólo vine a dar un paseo, como de seguro lo haría usted, señorita "sin nombre". Ya sabe, la ciudad... mucho ruido, gente por todas partes, no es de mi agrado.

Encogió los hombros con indiferencia, dándole a entender a la joven que estaba en lo cierto, aunque la realidad fuera otra. A pesar de que la chica, en su extrañeza, le resultara agradable, no podía arriesgarse a delatar su verdadero, y no tan digno, oficio. Tenía que mantener las apariencias. Pero, había un problema, ¿qué pasaría si en ese momento apareciera el cliente que según le estaría esperando ahí? Esa pregunta hizo que frunciera ligeramente el ceño. Algo tenía que hacer para sacarla de ahí.

—Uhm, vine solo. Como se ha podido dar cuenta, no soy un hombre de muchas palabras... y menos me gusta rodearme de personas —mintió irremediablemente, percatándose de la sombra de una persona a un par de metros de ellos—. Le propongo algo, ¿qué tal si vamos a dar un pequeño paseo por el bosque? Es mejor que esto. Aire puro, el canto de las aves, paz y... ¡Cuidado!

Prácticamente se abalanzó sobre la chica, para cubrirla con su cuerpo, al ver como aquella sombra, que en realidad resultó ser una persona, alzaba una escopeta para dispararles, cosa que obviamente hizo. El instinto de supervivencia de Guillaume se disparó y terminó ayudándose de sus poderes para cubrir el lugar con una bruma espesa y poder refugiarse en ella.

—Maldita sea... —masculló—. Escúcheme bien. Nos hemos metido en territorio peligro y como a veces me da por ser buen caballero, vendrá conmigo y no diga más. —Le habló en voz baja, cargándola sin su permiso para poder huir ahí, escuchando otro disparo muy cerca de ambos—. No se asuste, cálmese. Aunque no soy la persona más sensata para decirlo.

¿Una trampa? Lo más probable. Y quizás, el mismo Ernest lo había enviado como carnada y eso lo hizo enojar. Pero no tenía tiempo para quejarse y refunfuñar, ahora tenía que hallar la manera de buscar refugio, tanto para él, como para la mujer que llevaba consigo.