Solo quiero ver el atardecer por última vez[Libre]

por **Inés Castelló** Miér Feb 10, 2016 4:12 pm

Como una de sus muchas ocupaciones, las hermanas Castelló, entre las que se incluye la menor de las dos, van hacia el albergue en donde ambas participan y ayudan en el albergue al menos una con servir la comida y otra atiende a los clientes que llegaban desamparados al menos en busca de un techo. Inés estaba llevando pesadas cajas de comida de un carromato gitano hacia el interior de la cocina, está esperando que algo pasara, nada pasó para su alivio. Parecía que al llegar a París todo había terminado que no ninguna otra mujer volvería a ponerlas en evidencia. Echaba de menos a su padre, el cual estaba dispuesto –esperaba ella- a volver a por ellas, sin embargo eso era lo que pensaba Inés. Dulce y risueña ella siempre sueña en buscar aquello que la convierta en algo más valiente y menos tímida, más extrovertida pero cautelosa. Quería ser como su hermana la cual ahora estaba en el recibidor esperando más llegadas de clientes, pero Inés esperaba que estuviera bien y a salvo.

Todo parecía tan…normal que a veces sentía miedo de que estuviera en algún tipo de ilusión o algo que la estuviera protegiendo de algo de lo que pudiera salir lastimada a la vez de su hermana. Esperaba que todo saliera bien esta tarde/noche.

Actualmente, Inés se encontraba sacando unos trozos de carne entre bloques de hielo enormes que le quemaban las manos solamente al cabo de unos minutos. Después, al rato estaba dándole vueltas como le habían enseñado a una olla repleta de comida y cocido que sería servido a la hora de la cena. Ella estaba ahí mismo dándole vueltas a la vez que su mente la entretenía con pensamientos vagos sobre su pasado, un pasado que no quiere recordar en ningún momento. A veces se preguntaba como estaría su padre. Se preguntaba sin embargo la procedencia de aquella malísima mujer que destruyo la familia Castelló con un rumor falso en un lugar en el que los cotilleos de última hora siempre era el plato fuerte de los hambrientos de curiosidad del pueblo en el que vivían.

En estos momentos era apartada con sutileza siendo sustituida por la cocinera. Inés entonces da vueltas por la cocina en busca de encontrar algo para ocupar su mente, pero no tiene éxito. Suspirando decepcionada pasa a través de las cortinas de tela blanca que separa la cocina de la sala del comedor. Inés comienza a pasearse por los pasillos, siendo testigo de las personas que se refugiaban en el lugar. Se queda plantada en frente de una ventana abierta por donde entra una suave brisa de invierno. Se estremece de arriba abajo pero el silencio aún reina en el lugar, en aquella sala donde ocupa espacio aquella ventana abierta.

Inés suspira aburrida, a la espera de que algo excitante pudiera pasar en esos momentos. La tarde se oscurece tras las montañas del norte y la brisa se transforma en una más agresiva contra su temple. Decide cerrar la ventana y se abraza a si misma dandose algo de calor al cuerpo. Se dirigió por el pasillo de nuevo hasta volver a la cocina. No hay nadie. ¿Donde estaba todo el mundo? Su miedo era solo algo insignificante, no estaba del todo asustada pero para su alivio aparece la cocinera en su acostumbrado humor de perros. Inés es mandada a hacer algunas tareas domésticas las cuales son en una de las habitaciones de un cliente.

Inés se dirige con una sonrisa tranquila, esperando a que no hubiera nadie en la habitación.

por **Mimi Drummond** Miér Mar 02, 2016 6:54 pm

El sabio es quien quiere
asomar su cabeza al cielo;
y el loco es quien quiere
meter el cielo en su cabeza.
-Chesterton-

Toda la mañana había pasado en la iglesia tocando el pianoforte, practicando en tranquilidad pues era el único lugar donde lo encontraba o su alma parecía encontrarlo al estar rodeada de la mirada inquisitiva y amorosa de los santos y vírgenes que adornaban aquel lugar santísimo.

Pasó toda la mañana con sus dedos casi entumecidos de tanto practicar pero ni aun así paraba quería seguir en ello hasta el final del día pero no pudo porque el mismo sacerdote se lo había impedido, era un hombre que ella conocía la condición mental de la joven, o eso creía, por esa razón la dejaba practicar para que encuentre el alivio de su ser atormentado, pero todos estaban equivocados.

Un pequeño iba corriendo por las calles a toda prisa buscaba llegar a su destino pero la pierna lastimada que tenía no se lo permitía

-Dime a done vas, yo te llevaré- sonríe al joven
Mimi, deja a ese piojoso y apestoso niño, quieres y sigue con tu camino tonta

No presta atención a aquella voz preocupándose por el pequeño al que acompaña cargándolo en su espalda hasta el albergue, el aroma de comida llega a la nariz del joven que apresura a la castaña bruja a llegar lo más pronto posible, algo que le resultaba difícil con lo atiborrada que estaban las calles de tanta gente y ella que quería evitarlos a toda costa aun con los reclamos del niño que solo insistía. Su cabeza estaba mareada y algo confundida por las risas y también reclamos de aquella voz, de aquella persona que miraba frente a ella caminando con tanta libertad.

Su desesperación crecía aún más cuando veía a la causante de que no pueda moverse con esa misma facilidad.

Al llegar al lugar toda la vista cambia, hay hombres y mujeres entrando buscando un refugio de la fría noche, ver al niño entrar entre tantas personas le hace pensar en querer ayudar, pero no puede y sabe por qué razón. Frota sus manos contra si intentando mantener la calma que le habían enseñado así como contar en su mente para no perder el norte de su razón, sus ojos se cierran para calmar aquella respiración agitada hasta que un pequeño ruido llega a sus oídos alterándola; se acerca a ver por la puerta de atrás de aquel lugar y ve a una joven de su edad casi, ayudando con las cosas.

Intento acercarse a ayudar perder el miedo de entablar relaciones interpersonales con otros, pero no pudo, sus labios se abrían y cerraban en letras muertas que no tenían sonido alguno, al menos hasta que una voz tras de ella le obligó a pegar un grito al cielo por el susto dado, más esa voz no existía solo era sus desesperación que trataba de ayudarla, aunque con ella era todo lo opuesto.

-Vete déjame, no me hagas daño-

Al suelo con las manos en su cabeza cubriéndose y temblando de miedo, tan característico de ella y que solo provocaba la burla de aquella que oía y veía junto a la peli castaña.

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