La Hora de los Inocentes Perdidos || Balto

por **Uriel Q. McCowan** Vie Feb 26, 2016 6:21 pm

Noche con tormenta que azota cruelmente por toda la ciudad, incluso la niebla de los bosques se acerca con lentitud por las calles que toman un tinte lúgubre a esa hora, las campanas del llamado a la santa madre se hacen escuchar por lo ancho de Paris, más en esos momentos no había misa que se llevara a cabo, solo unos cuantos fieles que buscaban el abrigo de la santa madre cual consuelo de hijo perdido.

Y perdido era lo que estaba aquel momento, uno sacrílego y fuera del contexto religioso que representaba aquella estructura que ahora era manchada por aquellos actos del demonio, uno que viste como hombre pero tiene toda la fachada de ser una mujer. Aquellas culpables de que las campanas sonaran y por eso bajaban del campanario tomadas de la mano riéndose por la complicidad del acto. Truenos que retumban por todo el cielo hacen sacudir a la ciudad, dentro de la “casa de dios” le toma el mentón a la jovencita para robarle un beso frente a los ojos de los que han atestiguado aquel atrevimiento.

Enciende un cigarro quedándose en la banca ultima cerca a la estatua de uno de los santos con sus veladoras, la cabeza de la jovencita descansa sobre su piernas exhausta de lo ocurrido anteriormente; en el silencio de la bulliciosa noche huele la presencia de alguien, alguien que no tiene el mismo aroma que los que suelen visitar aquel lugar.

—Te gustó el espectáculo mi amigo ¿te pusiste tan duro que quieres que esta chica que la baje?—

Ríe y apaga su cigarro en los pies del santo tirando la cabeza hacia atrás para ver al intruso.

por **Baltazar Dragonitt** Dom Mar 20, 2016 5:48 pm

La lluvia azotaba el techo de su mansión, cerró los ojos, dejándose llevar por aquel ruido que, la verdad le maravillaba, le fascinaba en pocas palabras. Sentía que era una melodía alegre, una canción que podría traspórtalo a otra dimensión, muchos dicen que es un ruido espantoso, que no deja hacer absolutamente nada, que algunos quisiera en esos momentos quedarse parcialmente sordos, y volver a escuchar cuando la lluvia se hubiera ido, pero para Baltazar era todo lo contrario, sonreí cada vez que en Italia llovía, ahora que en Paris estaba pasando lo mismo, pensó en salir y saltar sobre la lluvia, empapándose sin importar que al día siguiente pescara un resfriado, es lo que menos pensaba cuando pasaba esto. Suspiro un poco, viendo a través de la ventana la lluvia, como golpeaba también la ventana mojándola, quería estirar su mano y abrirla, pero aquí estaba su prima, Zouleth, dormida, tranquilamente en su lecho, y no quería perturbarla, anoche tuvo mala noche, una pesadilla lo que según dijo, por ello dormido ella en su cama mientras el Baron de Italia lo hizo en el sofá.

Levantándose de su letargo, se encamino hacia la puerta de sus aposentos, quería salir un rato, con la lluvia en pleno apogeo, deseaba ingresar a la iglesia, sí, quería contarle algunas cosas al sacerdote en turno, como cada día lo hacía. Sí, era religioso y ninguna lluvia iba a impedir que fuera este día, viendo por última vez a su prima, recostada en medio, con sus ojos cerrados y respirando calmadamente decidió irse, era el momento, sino, ella no lo dejaría salir después y haciendo uno de sus berrinches para impedirle que fuera a donde quisiera ir. Abrió lentamente la puerta y salió, cerrando con calma evitando que esta hiciera ruido al hacerlo, se encamino hacia las escaleras, para tomar del recibidor su gabardina de un color gris, sin que nadie lo viera, salió, no estaba dispuesto a irse en carruaje, era absurdo, la iglesia quedaba a cuatro manzanas de distancia, rodó los ojos, cubriéndose un poco, para comenzar a caminar, viendo que algunas personas corrían por su vida para no mojarse, mientras él, él disfrutaba el clima, la lluvia azotar sobre cuerpo, mojándolo, sonriendo por dentro por lo que estaba pasando.

Diez minutos después, estaba al pie de la entrada, sacudiendo su ropa mojada, movió varias veces su cabeza para quitar un poco de agua en su cabello, después lo hizo hacia atrás, y haciendo una reverencia entro al lugar santo, con calma, pensando que no habría nadie por el clima de afuera, pero no todo es como uno lo planea, porque ahí, enfrente suyo había dos personas besándose y se quedó paralizado, fue tan rápido aquel beso que notó que dos mujeres lo hacía, cerró sus ojos para quitar esa imagen, dos mujeres besándose, mujeres, mujeres… maldita sea, porque tuvo que encontrarse mujeres en su camino, al momento de darse la vuelta escucho la voz de alguien, muy cercas de hecho, quedo paralizado, y sin voltear a verle respondió. -No me excito, lo puede comprar usted misma si lo desea, pero le recomiendo que no. –Musito entre dientes, y mirando fijamente una estatua del señor, que ambas miradas chocaron, la de él, y la fría e inerte mirada de la figura de piedra. –Con su permiso… -Fue lo único que dijo, para volver a salir al exterior, perdiéndose en la lluvia.

por **Uriel Q. McCowan** Vie Mar 25, 2016 7:27 pm

—IUG, ASCO, ASCO. Jamás haría eso de comprobar por mí misma si estás o no excitado, antes me corto la mano y me arranco los ojos, que cerdo eres, o eres un pervertido cretino—

El humo se suelta junto a la tremenda carcajada que deja escapar de sus pulmones que se acompaña con la tos de estarse atorando, por la postura en la que se ríe; la sinceridad de sus palabras reflejan bastante sus gustos y preferencias, por lo que con un gesto en su rostro de desagrado deja pasar el doble sentido del requerimiento del hombre tras de aquellas dos mujeres que son más pecadoras que los santos que rezan de rodillas frente a las estatuas que les observan persignándose rápidamente como mil veces para alejar el demonio que ellos representa.

—Acaso eres un abad, o clérigo de las abadías, si porque sacerdote no creo a la mayoría me los conozco y son más degenerados que tú, son pocos los que se salvan y tu no estás en ellos—

Alza las manos en señal de disculpa para que le sujeto no se enoje; trata de ponerse de pie pero la joven le agarra las piernas, con un poco de dificultad logra alejarse de ella, pero a sabiendas que se levantaría por no sentir el cálido cuerpo de aquel demonio, le deja la chaqueta que la cubría como almohada; se acerca al hombre dándole un golpe en la espalda, una palmada que se ve y siente más como una agresión por la fuerza empleada

—No me digas que no te gustan las mujeres, ¿Acaso eres marica? O tienes alguna enfermedad pervertida con las mujeres—

Enarca una ceja y la mirada que le clava es una que escrudiña al hombre frente a ella que no pasa de ser un joven precoz de esos que no controlan su anatomía y terminan decepcionando a las mujeres, con un gesto de su rostro entre la frente arruga, el labio superior alzado demostraba la aberración que por su mente cruzaba

—Eres un enfermo, pero está bien algunos son peores, ven y te presento a mi amiguita de esta noche quizás te ayude con tu enfermedad—

Ríe invitando al hombre con la cabeza para que se acerque sin miedo.

por Contenido patrocinado

La Hora de los Inocentes Perdidos || Balto

La Hora de los Inocentes Perdidos || Balto

Re: La Hora de los Inocentes Perdidos || Balto

Re: La Hora de los Inocentes Perdidos || Balto

Re: La Hora de los Inocentes Perdidos || Balto