Mes Prières - Privado

por **Galatea** Miér Mar 02, 2016 12:23 pm

Le susurraba secretos, ecos a sus oídos. Cánticos y silencios que se mezclaban, la sal, la carne y su pasado. La tenue brisa marina que le susurraba secretos a la impaciente marea que arrastra con ella finos granos de arena blanquecina y tapiza la playa de la ciudad parisina y sobre la cual el joven yacía sentado, con los brazos rodeando sus piernas, descalzo jugaba tranquilamente el aire con algunos mechones de su cabello. Su pálida piel parecía ser una con aquella gran alfombra de azúcar que era acariciada por el oleaje. Sus ojos se perdieron en la marea, en las formas caprichosas que el agua formaba, eran danzantes que reverenciaban y volvían a morir una vez más. No había nada en su mente, dejó descansar sus demonios y se tomó la tarde libre, últimamente no había mucha actividad en el sanatorio, lo cual era fabuloso, puesto que entonces podía regresar a descansar mucho más temprano.

Y el sol renuente a morir iluminaba con sus tibios y traviesos rayos la mirada de un par de ojos tristes que contemplaban su despedida en este trágico atardecer. Escuchó las risas de los niños jugando, y las conversaciones de adultos a su alrededor. Era un extraño en un mundo de fantasía, demasiado viejo para seguir soñando y muy joven para dormir en la rutina de sus deberes. Llevaba consigo sus viejas hojas donde solía hacer bocetos de lo que él consideraba importante para no olvidar. Descansaban en una pequeña bolsa de cuero que estaba a su lado izquierdo. Su mirada estaba posada en todo y nada a la vez. Solo quería estar alejado del sanatorio por un día. El agua llegaba de vez en cuando hasta rozar la punta de sus pies. Estiró los brazos hacia atrás recargándose en ellos, arqueó la espalda y dirigió su vista hacia un cielo aterciopelado.

Suspiró y cerró los ojos. Alejó todo sonido del exterior en su mente. Excepto el agua, bella sinfonía que le conducía hacia laberintos enmarañados en su consciencia. Se dejó guiar por aquellas vocecillas, navegaba en sus memorias más sin encontrar nada. Su padre, su madre. No había nada en ese hueco mundo que hacía tiempo le había brindado seguridad. No había nada. Y si bien el trabajo le distraía por momentos. En la noche, en la oscuridad volvía a sentirse solo. La compañía de los pacientes, los doctores, nada era suficiente para llenar ese espacio. Esos años que nadie sería capaz de devolverle. Atestó un golpe contra la arena. Furioso por no saber que ocurría con él. ¡Basta! No era momento de resucitar a los muertos, no era eso a lo que había venido. Atendió al llamado de la marea entonces. Permaneció en silencio, con la mirada en descanso. Se ancló nuevamente al momento, negándose a morir.

por **Borys Króhl** Vie Mar 04, 2016 9:38 am

Todos tenemos derecho a un merecido descanso. Incluso un ladronzuelo como yo. Si, hasta yo tenía mis límites. Por eso mismo me "había dado el día" libre, para hacer lo que me diera la gana. Estuve pensando detenidamente en cómo malgastar mi tiempo y dinero que había obtenido con la venta de algunas chucherías robadas. La venta de un anillo en particular, no había sido tan sustanciosa como en anteriores ocasiones, porque no era un oro demasiado fino. Ésta vez me sentí engañado por la mujer con la cuál hice el negocio. Le había cortejado toda la mañana y pasado la tarde, sólo para apoderarme del anillo, que al final de todo, no tenía la pureza esperada. Bien decían que las apariencias engañaban (yo era un claro ejemplo) pero Amalia - así se llamaba la mujer - era toda una zorra astuta, pero no más que yo, un hechicero habilidoso. ¡Lastima! debió haber pensado que yo era un sujeto con dinero, porque iba demasiado bien vestido (otro de mis disfraces por supuesto) esperando robarme la cartera, pero... Fue todo lo contrario. El alabar a una bella mujer y acariciar y besar sus manos escondidos de personas curiosas, me daba la habilidad para hacer eso y más. Cabe señalar que tenia unos pechos muy voluptuosos que no dejaban nada a la imaginación.

Así fue como decidí ir hacia la playa. Era la única cosa gratis que podías compartir y disfrutar sin ser echado a patadas. Ahí solían acudir personas de diversas posiciones sociales y bueno... Mientras descansaba, tal vez pudiera seguir haciendo de las mías. Las mujeres solían ser olvidadizas al momento de aventurar los pies al mar. Les fascinaba tanto, que dejaban olvidadas sus pertenencias en los sitios a los cuáles llegaban para esperar la puesta del sol. Pero ¿qué se le iba a hacer? son románticas por naturaleza.

Una vez hube elegido el sitio adecuado. Me descalcé, dejando una toalla sobre la arena. Hacía frío, pero la vida se trataba de emociones fuertes ¿no? al mal paso darle prisa y fue lo que hice: Corrí hacia las olas, zambulléndome inmediatamente. Di algún par de brazadas, flote otro tanto más como si estuviera muerto y cerré los ojos para dejarme llevar por el suave arrullo del canto de las gaviotas y el viento. ¡Ah! era toda una delicia poder estar ahí sin preocuparse por nada. La vida era bella... O quizás no tanto, pero en aquel instante, me pareció que la mía no era tan miserable. Había sido una muy buena idea después de todo. Ya había decidido pasar toda la tarde ahí, hasta que la luna estuviera en todo lo alto.

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