AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Mes Prières [Edouard]
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Mes Prières [Edouard]
Su realidad era solo una. Recorrer a diario esos enormes pasillos donde ayudaba a últimas fechas a otros enfermos. A veces reflexionaba en su habitación, si su vida sería diferente de no haber sido enviado a aquel internado, de no haber estado tan lejos de los suyos por capricho quizás de querer devorar el mundo de las letras y los libros de un solo bocado. Y es que una vez que él regresó a París, su mundo cayó hecho trizas en cuestión de segundos. Nada sería lo mismo, nada le regresaría esos soleados días a lado de sus padres que desaparecieron sin más. Echaba un vistazo a aquellos otros pacientes, hablando solos o gritando desesperadamente por salir de ahí.
¿Quién creería que este noble chico de ojos tristes alguna vez fue heredero de una enorme fortuna? Esa tarde particularmente partió a la gran urbe parisina a comprar víveres, pan y poco de fruta. Los doctores del Sanatorio recompensaban su labor dentro de la institución dejando que saliera a tomar aire fresco de vez en cuando, confiaban en que no escaparía como cualquier otro lo hubiera hecho. Sus pasos desganados le permitieron ver lo mucho que las calles habían cambiado durante todo este tiempo de encierro, aun así, disfrutaba escuchar las conversaciones de personas “cuerdas” y las risas de los infantes sobre las aceras. El tiempo transcurría y el cielo encapotado pronto inició su ritual vespertino, dejando caer una lluvia que azotaba cada rincón de la ciudad.
Antoine protegió con su gabardina maltrecha la bolsa. Sin mirar atrás avanzó escuchando sus pasos, el golpeteo del agua entre sus pies que ahora lo conducían a la oscuridad de los callejones. ¿Se habría perdido acaso? No levantó la vista, craso error. Se topó de frente contra alguna silueta perdida en la lluvia. Un par de manzanas rodaron al suelo. Antoine cayó hacía atrás y apenas fijo su mirada al suelo intentanto recobrarse, se levantó de aquel tropiezo y pidió disculpas inmediatamente sin precisar quien se encontraba frente a él.
-Je suis désolé!-
La lluvia argenta aún caía sin cesar inundando la escena, ambas siluetas perdidas en la inmensa lobreguez de la noche, pobremente iluminadas por la clandestina luz de las farolas, testigos mudos de este venidero encuentro.
Última edición por Antoine Lavoisier el Lun Nov 03, 2014 3:46 pm, editado 2 veces
François Laurent- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Mes Prières [Edouard]
Tras mucho tiempo de cambios y descubrimientos Edouard estaba viviendo una etapa que podría identificarse con la calma tras una tormenta. Distaba mucho de considerarse contento o feliz como antaño, cuando Anuar todavía estaba a su lado y las cosas iban bien, pero ya sentía que había logrado al menos vislumbrar la luz al final del túnel en el que había estado a punto de perderse para siempre. Durante toda su infancia y adolescencia había creído que no le aguardaba ningún futuro y eso le angustiaba, sus vivencias lo habían convertido en alguien taciturno y encerrado en sí mismo, y ahora de algún modo había llegado tras unos devaneos a la misma conclusión. Curiosamente, sin embargo, las sensaciones que lo acompañaban en ese tramo de su camino no eran tan agobiantes. Se había resignado a su relativamente corta edad a ser alguien a quien la vida no deparaba nada. Tal vez tampoco nada malo, pero desde luego no estaba destinado a conocer la dicha, y había llegado a resignarse y a aceptar que el resto de sus días serían grises.
Ahora que conocía la clase de criaturas con las que tenía que compartir París - y probablemente el mundo entero - le parecía que de algún modo no tenía tanto derecho como antes a sentirse desgraciado. ¿Qué era su miserable existencia de humano comparada con algo tan grande como un vampiro? Todavía le parecía estar soñándolo a veces, y eso que su modo de enterarse había estado a punto de acabar de forma fatal para él. Seguir viviendo y trabajando en casa de Madame Destutt de Tracy era lo único que aún tenía sentido para él, pero aun así notaba que eso había pasado a segundo plano. No es que hubiera descuidado sus labores con Bárbara, y confiaba en que ella estuviera complacida de sus servicios, pero ese duro golpe que le había hecho abrir los ojos lo tenía mareado. Estaba en el ojo de un huracán que cambiaba constantemente sus perspectivas, y en medio de todo eso él se veía a sí mismo igual que los humanos ven a las hormigas: seres minúsculos, sin peso suficiente para influir verdaderamente en el curso de las cosas.
Muchos pensarán que era horrible sentirse tan poco, pero a Edouard le suponía un alivio. Haber conocido el amor y el gozo le habían vuelto más sensible y un poco más abierto a los demás, y si el precio que tenía que pagar por haber sido amado era una existencia de no volver a emocionarse nunca por nada le parecía justo. Las posibilidades eran infinitas cuando uno ya no esperaba nada de la vida. Había perdido el respeto a las cosas sencillas como la lluvia torrencial que arreciaba París esa noche en la que él precisamente había ido a buscar un encargo para su ama. Las gotas de agua se perdían como siempre entre los indomables rizos espesos de su cabello, y le bastó con subirse el cuello de la chaqueta para sentirse guarecido. Le gustaba caminar cuando todos los demás corrían a esconderse en sus casas como si temieran a los resfriados más que al mismo Demonio. Quizá sobreestimó esa soledad con la que daba por contado, porque al girar una esquina topó de frente con otra persona que parecía opinar lo mismo y como consecuencia del choque unas cuantas manzanas salieron rodando. Se agachó a recogerlas por puro reflejo. - No tiene importancia. - Contestó maquinalmente, antes de volver a erguirse y alargar los brazos para devolver la fruta a su legítimo dueño.
Ahora que conocía la clase de criaturas con las que tenía que compartir París - y probablemente el mundo entero - le parecía que de algún modo no tenía tanto derecho como antes a sentirse desgraciado. ¿Qué era su miserable existencia de humano comparada con algo tan grande como un vampiro? Todavía le parecía estar soñándolo a veces, y eso que su modo de enterarse había estado a punto de acabar de forma fatal para él. Seguir viviendo y trabajando en casa de Madame Destutt de Tracy era lo único que aún tenía sentido para él, pero aun así notaba que eso había pasado a segundo plano. No es que hubiera descuidado sus labores con Bárbara, y confiaba en que ella estuviera complacida de sus servicios, pero ese duro golpe que le había hecho abrir los ojos lo tenía mareado. Estaba en el ojo de un huracán que cambiaba constantemente sus perspectivas, y en medio de todo eso él se veía a sí mismo igual que los humanos ven a las hormigas: seres minúsculos, sin peso suficiente para influir verdaderamente en el curso de las cosas.
Muchos pensarán que era horrible sentirse tan poco, pero a Edouard le suponía un alivio. Haber conocido el amor y el gozo le habían vuelto más sensible y un poco más abierto a los demás, y si el precio que tenía que pagar por haber sido amado era una existencia de no volver a emocionarse nunca por nada le parecía justo. Las posibilidades eran infinitas cuando uno ya no esperaba nada de la vida. Había perdido el respeto a las cosas sencillas como la lluvia torrencial que arreciaba París esa noche en la que él precisamente había ido a buscar un encargo para su ama. Las gotas de agua se perdían como siempre entre los indomables rizos espesos de su cabello, y le bastó con subirse el cuello de la chaqueta para sentirse guarecido. Le gustaba caminar cuando todos los demás corrían a esconderse en sus casas como si temieran a los resfriados más que al mismo Demonio. Quizá sobreestimó esa soledad con la que daba por contado, porque al girar una esquina topó de frente con otra persona que parecía opinar lo mismo y como consecuencia del choque unas cuantas manzanas salieron rodando. Se agachó a recogerlas por puro reflejo. - No tiene importancia. - Contestó maquinalmente, antes de volver a erguirse y alargar los brazos para devolver la fruta a su legítimo dueño.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Mes Prières [Edouard]
Se agachó rápidamente para terminar de levantar las manzanas que rodaban sin cesar, las guardó en los bolsillos pues la bolsa de papel era inservible ahora. Colocó una mano sobre su frente para intentar notar la figura que se encontraba frente a él, a través de la espesura del agua que caía incesante, logró observar unos mechones rubios que se deslizaban por la frente de un chico amable, tez clara y un porte seguro. Se quedó unos segundos perplejo sin saber que responder, estiró la mano para tomar aquel fruto nuevamente, y sonrió con desgano, la lluvia se deslizaba caprichosa sobre ambas siluetas y un par de rugidos en las entrañas de las regordetas nubes vociferaban, volvió a disculparse una vez más e indicó con un ademán a su semejante le siguiera.
-De prisa, antes que empeore.-Mencionó fuertemente, creyendo que al otro joven le sería difícil entender a través del golpeteo salvaje del aguacero.
Antoine apresuró sus pasos entre los callejones, buscando un refugio, conocía bien algunas partes de París pero otras simplemente eran desconocidas para él, se hallaba en un laberinto aunado a su ligero temor de perderse aún más, aceleró el paso.
-Por acá.-
Dobló la esquina y para su sorpresa una cortina de algún establecimiento abandonado se encontraba disponible. Su respiración estaba ligeramente agotada después del recorrido y retornó su mirada hacia atrás esperando ver a su compañero llegar. Por unos instantes pensó que quizás había marchado demasiado rápido, en un par de segundos hizo acto de presencia. Le invitó a tomar asiento a su lado, pues el espacio era reducido para mantenerse de pie.
-Podemos esperar aquí mientras cesa la lluvia.-
Dedicó una sonrisa más y frotándose las manos revolvió su propio cabello para mantenerse un poco seco. Le extendió la mano y amablemente se presentó.
-Mi nombre es Antoine, Antoine Lavoisier.-Confirió. –Disculpa mi comportamiento indiferente de hace unos momentos–
Aunque se tratara de un completo extraño Antoine siempre se mostraba con esa inocencia propia de un chiquillo, en su intento por comprender el mundo moderno era su única arma a favor. Llevó su mano izquierda al interior de su gabardina y encontrando aquel fruto que antes le había sido devuelto lo otorgó nuevamente al chico de cabellos rizados.
-Gracias por ayudarme anteriormente, acéptala por favor–
Él tomó una más, sabía que no estaba mal si dos frutos desaparecían de esa forma, mantuvo su mirada celeste fija en el muchacho esperando una respuesta.
Última edición por Antoine Lavoisier el Lun Nov 03, 2014 3:49 pm, editado 1 vez
François Laurent- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Mes Prières [Edouard]
Edouard a su vez también observó al otro joven por pura costumbre de fijarse en todo el mundo. Tampoco es que hubiera mucho más para ver en ese callejón en medio de la lluvia, la verdad, y además ahora había un motivo especial por el que Carrouges sentía la necesidad de catalogar bien a todos los que se le acercaban. Después de su encuentro con cierto vampiro en un lugar que se parecía mucho a ése había extremado precauciones. El chico de las manzanas parecía inofensivo, pero claro, desgraciadamente no había un código que permitiera reconocer a los seres peligrosos a simple vista. Hasta donde el criado podía contar eran pálidos y tenían un halo de magnetismo atrayente difícil de resistir, pero eso era muy ambiguo y tampoco resultaba excluyente. Igual había vampiros de tez morena y otros que parecían tan inocentes y desorientados como el muchacho que tenía delante.
Él le pidió que le siguiera y Edouard se quedó desconcertado por un momento. ¿A dónde le llevaba? Parecía apremiante por llegar a alguna parte que solo él conocía y a la que por algún motivo oculto acababa de invitarle, como si el hecho de haberle recogido la fruta del suelo les uniera en amistad. Lo vio alejarse unos pasos antes de decidirse a seguirle. El otro andaba sin volverse, como convencido de que Carrouges ni siquiera se plantearía quedarse atrás. Al final se sentó en un lugar resguardado del aguacero y le ofreció una manzana. Su comportamiento le parecía de todo menos indiferente, pero no le contradijo y aceptó la ofrenda todavía embargado por la confusión que sentía. - Gracias. - Miró el orbe terso y verde como si se preguntara qué era, pero no tenía mucho misterio y acabó hincándole el diente. Le habría apetecido más algo caliente con ese tiempo, pero la fruta estaba buena igualmente. - Edouard. - Estrechó su mano y restó un poco de solemnidad a ese extraño momento escondiendo su apellido. Encontraba demasiado raro dar su nombre completo como si fuera un noble orgulloso de su casta. No es que repudiara la herencia que la anciana nodriza le había dejado, al contrario, pero no estaba acostumbrado a tanta rimbombancia. Al pensar en Betrice llevó automáticamente los ojos hacia su pecho y efectivamente comprobó que la cadena de la que pendía su sortija se había escurrido fuera de sus ropas y pendía a la vista de todos sobre su chaqueta. La tomó con cuidado entre las manos y la resguardó de nuevo contra su piel.
Se percató de que Antoine llevaba una bolsa de papel empapada. - ¿No hace un clima demasiado adverso para salir de compras? - Inquirió. Aunque probablemente era una pregunta estúpida dado que obviamente el temporal había sorprendido al joven cuando ya estaba fuera. No creía que hubiera salido a proveer su despensa tras ver el aguacero, a no ser que fuese de una clase de seres a los que no les importaba mucho si llovía o nevaba... Tenía que dejar de estar tan paranoico.
Él le pidió que le siguiera y Edouard se quedó desconcertado por un momento. ¿A dónde le llevaba? Parecía apremiante por llegar a alguna parte que solo él conocía y a la que por algún motivo oculto acababa de invitarle, como si el hecho de haberle recogido la fruta del suelo les uniera en amistad. Lo vio alejarse unos pasos antes de decidirse a seguirle. El otro andaba sin volverse, como convencido de que Carrouges ni siquiera se plantearía quedarse atrás. Al final se sentó en un lugar resguardado del aguacero y le ofreció una manzana. Su comportamiento le parecía de todo menos indiferente, pero no le contradijo y aceptó la ofrenda todavía embargado por la confusión que sentía. - Gracias. - Miró el orbe terso y verde como si se preguntara qué era, pero no tenía mucho misterio y acabó hincándole el diente. Le habría apetecido más algo caliente con ese tiempo, pero la fruta estaba buena igualmente. - Edouard. - Estrechó su mano y restó un poco de solemnidad a ese extraño momento escondiendo su apellido. Encontraba demasiado raro dar su nombre completo como si fuera un noble orgulloso de su casta. No es que repudiara la herencia que la anciana nodriza le había dejado, al contrario, pero no estaba acostumbrado a tanta rimbombancia. Al pensar en Betrice llevó automáticamente los ojos hacia su pecho y efectivamente comprobó que la cadena de la que pendía su sortija se había escurrido fuera de sus ropas y pendía a la vista de todos sobre su chaqueta. La tomó con cuidado entre las manos y la resguardó de nuevo contra su piel.
Se percató de que Antoine llevaba una bolsa de papel empapada. - ¿No hace un clima demasiado adverso para salir de compras? - Inquirió. Aunque probablemente era una pregunta estúpida dado que obviamente el temporal había sorprendido al joven cuando ya estaba fuera. No creía que hubiera salido a proveer su despensa tras ver el aguacero, a no ser que fuese de una clase de seres a los que no les importaba mucho si llovía o nevaba... Tenía que dejar de estar tan paranoico.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Mes Prières [Edouard]
Mientras el torrente argento seguía derramándose sobre la escena Parisina un par de relámpagos soltaron su estrepitoso sonido en los alrededores, sería una tarde larga antes de poder regresar al Sanatorio. Antoine recordó esos días donde su madre solía cargarle en su regazo y cantarle o contarle alguna historia que hacia la mente del entonces niño Lavoisier volar haca otros lugares. Esas memorias le perturbaban aún pero poco a poco dejaron de ser dolorosas al tener que ajustarse a su realidad hoy en día. Suspiró.
-Enchantée Monsieur Edouard. El gusto es mío- Sonrió.
Tomó asiento en el reducido espacio del portón de aquel negocio abandonado, la marquesina a lo alto del edificio les brindaba una ligera protección, a salvo durante un par de instantes mientras cesaba el temporal. Imitando a su compañero llevó aquel fruto jugoso a sus labios, aspirando el aroma fresco, posteriormente pego un ligero mordisco y saboreó su dulce jugo.
-Muy buenas ¿verdad?–preguntó mientras comía. Antoine parecía un chiquillo a veces, con este tipo de reacciones era difícil que se le tomara enserio. Aunque, al final del día había sido víctima de una circunstancia sobrenatural, algo que estaba fuera de su control y jurisdicción.
Se mantuvo unos segundos observando la cabellera del joven, ciertamente era algo atractivo en él. Colocó su bolsa un tanto maltrecha a lado limpiando el resto de los frutos con la manga de su abrigo maltrecho. Estaba inservible ahora.
Rió ligeramente al escuchar el cuestionamiento.
-Es verdad, pensarás que estoy loco al salir en una tarde como esta, pero los víveres se han terminado por completo en el Sanatorio y tengo que asegurarme que el resto de los inquilinos pasen una buena noche con la merienda que se servirá hoy-
Terminó por despojarse del abrigo y colocó el resto de sus cosas dentro. La camisa blanca de
Antoine resaltaba por el par de tirantes que rodeaban sus hombros, menos mal había hecho limpieza en su cuarto y conservaba aún un par de camisas limpias para cambiarse en cuanto regresara al instituto. Frotó su cuerpo con las manos mismas que llevó a la boca, dejó que su aliento le brindara un poco de calor.
-Dime, ¿Tú que haces caminando por este lugar? ¿Vives cerca?-
Los orbes añil de Antoine se mantuvieron a la expectativa y fue inevitable no reparar en la sortija que antes su compañero había colocado a salvo dentro de sus vestimentas, seguramente pertenecía a algún familiar suyo puesto que era notable la forma en que Edouard la había observado. Su diestra volvió a revolver el cabello dándole un aspecto completamente desalineado.
-Pareciera ser muy importante para ti- dijo amable señalando discretamente el pecho de su oyente.
Última edición por Antoine Lavoisier el Lun Nov 03, 2014 3:43 pm, editado 1 vez
François Laurent- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Mes Prières [Edouard]
No dejaba de resultar extraño encontrar a alguien tan bien educado en medio de un aguacero en un callejón de París, que ya de por sí era una ciudad bastante frívola en el centro, como para hablar de los suburbios. A Edouard le gustaba fijarse bien en la gente y no solo por su reciente descubrimiento de que había seres a los que era mejor calar desde el primer momento; era un pasatiempo, observaba porque iba con su carácter. Antoine resultaba bastante inocente a simple vista, y aunque Carrouges sabía que las apariencias engañaban muchas veces no podía evitar sentir que estaría más predispuesto a confiar en ese muchacho que en otras personas. De todos modos no pensaba ponerse a contarle intimidades, claro; ni siquiera lo hacía con los únicos a los que consideraba sus amigos y que se contaban con los dedos de una mano.
Lavoisier se comía la manzana con auténtico deleite. - Sí que lo está. - Estaba de acuerdo, era un fruto digno de destacar, no como esas piezas brillantes e insípidas que vendían en los mercados desde que había empezado la moda de frotarlas con cera para hacerlas parecer más apetitosas. - ¿Trabajas en el Sanatorio? ¿Eres cocinero? - Suponía que con ese nombre se refería al centro para enfermos mentales, porque el de tuberculosos quedaba mucho más lejos, en las montañas, que era donde los afectados de esa dolencia tenían un clima más propicio para curarse. A las casas de acogida se las llamaba generalmente Hospitales, así que solo quedaba una institución que concordase con el nombre que Antoine acababa de pronunciar. Era joven para ser cocinero, pero seguramente nadie se preocupaba de que los locos comiesen a la carta de manos de los mejores chefs, eran un colectivo bastante abandonado. - Sirvo en una casa que no queda lejos. - Él no vivía ya en ninguna parte, puesto que no había querido volver a poner un pie en el piso de Anuar desde que él se marchó. Pensar en eso le hacía daño, así que se sacudió la pena como pudo de encima haciendo ver que se escurría las mangas de la chaqueta y cambió de postura.
Quizá el otro joven estaba tratando de conseguir lo mismo porque se revolvió el pelo. Tenía los ojos muy azules para ser francés. La pregunta le pilló por sorpresa como todas las que le hacían que le resultaban demasiado personales y por tanto incómodas. No le gustaba hablar de su vida, aunque ahora que ya no tenía nadie a quien proteger realmente le daba igual. - Es lo único que me dejó la mujer a la que llamaba Madre. - Explicó. No podía quitarse de encima la sensación de que de algún modo estaba conversando con un niño.
Lavoisier se comía la manzana con auténtico deleite. - Sí que lo está. - Estaba de acuerdo, era un fruto digno de destacar, no como esas piezas brillantes e insípidas que vendían en los mercados desde que había empezado la moda de frotarlas con cera para hacerlas parecer más apetitosas. - ¿Trabajas en el Sanatorio? ¿Eres cocinero? - Suponía que con ese nombre se refería al centro para enfermos mentales, porque el de tuberculosos quedaba mucho más lejos, en las montañas, que era donde los afectados de esa dolencia tenían un clima más propicio para curarse. A las casas de acogida se las llamaba generalmente Hospitales, así que solo quedaba una institución que concordase con el nombre que Antoine acababa de pronunciar. Era joven para ser cocinero, pero seguramente nadie se preocupaba de que los locos comiesen a la carta de manos de los mejores chefs, eran un colectivo bastante abandonado. - Sirvo en una casa que no queda lejos. - Él no vivía ya en ninguna parte, puesto que no había querido volver a poner un pie en el piso de Anuar desde que él se marchó. Pensar en eso le hacía daño, así que se sacudió la pena como pudo de encima haciendo ver que se escurría las mangas de la chaqueta y cambió de postura.
Quizá el otro joven estaba tratando de conseguir lo mismo porque se revolvió el pelo. Tenía los ojos muy azules para ser francés. La pregunta le pilló por sorpresa como todas las que le hacían que le resultaban demasiado personales y por tanto incómodas. No le gustaba hablar de su vida, aunque ahora que ya no tenía nadie a quien proteger realmente le daba igual. - Es lo único que me dejó la mujer a la que llamaba Madre. - Explicó. No podía quitarse de encima la sensación de que de algún modo estaba conversando con un niño.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Mes Prières [Edouard]
Antoine no reparó en el hecho de que quizás estaba siendo un poco imprudente al abordar al otro joven con preguntas demasiado personales. Sin embargo la curiosidad pueril era algo que le había distinguido desde que era un chiquillo. Dedico una sonrisa tenue al escuchar el agrado de aquel fruto jugoso. La lluvia no parecía cesar y una vez terminada la manzana parpadeó para centralizar su vista en Edouard. Era singular la forma en que los ojos de su acompañante le observaban, como intentando comprender al joven de los ojos azules. Dio un último mordisco antes de responder a las preguntas y asintió finalmente.
—Así es Monsieur, yo trabajo en el Sanatorio— Rió y aclaró la garganta antes de volver a responder.
—¿Cocinero? No precisamente Monsieur, verá, desde hace un tiempo me he dedicado al cuidado de un par de pacientes que actualmente se encuentran en estado de recuperación, de vez en cuando hago un par de mandados, es todo. Nunca he puesto un pie dentro de la cocina. Se volvería un desastre seguramente— Rió nuevamente.
Había terminado entonces su manzana y frotó nuevamente sus manos contra sus piernas. Intentaba encontrar lógica en las palabras de Edouard, si él trabajaba cerca de ahí no había necesidad de pasar este tipo de pesares. Aparentemente no portaba nada consigo para realizar algún encargo, sería absurdo que diera un recorrido en un día lluvioso. Por la mente de Antoine un par de suposiciones flotaron.
—Deben estar preocupados seguramente ¿Saben que estas fuera de la mansión a estas horas?— mencionó mientras contemplaba el espectáculo natural.
El chico mantenía poco contacto con los pacientes, así mismo el saludo frío de los médicos era algo a lo que ya se había habituado. Pocas cosas habían cambiado desde que volvió en sí, apenas y podía mantener una conversación coherente, normalmente se terminaban aburriendo por sus constantes cuestionamientos, fue un poco extraño que Edouard no se marchara al escuchar la primer pregunta, estaba dando lo mejor de sí para mostrar una buena apariencia a pesar de su estado desalineado. Sin embargo al escuchar la respuesta de su acompañante un vació inundó su interior ¿Habría ido demasiado lejos en su cuestionamiento? Arqueó una ceja y se mantuvo en silencio, no sabía cómo reaccionar ante una situación como esta.
—Siento haberle incomodado con mi pregunta, de verdad lo siento.—
Y desvió apenas la mirada como en un acto de arrepentimiento por cruzar una barrera demasiado personal. De cualquier modo en cuanto el aguacero cesara quizás no le volvería a ver otra vez y no tendría que soportar esa ligera culpabilidad.
—Si gusta puede tomar asiento, esto parece que tardará un poco— Rió intentando desviar el tema.
François Laurent- Condenado/Vampiro/Clase Alta
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Re: Mes Prières [Edouard]
Antoine ya se había dado cuenta de que estaba siendo observado, pero eso no era algo que le importase mucho. No tenía ahora la obligación de ser discreto puesto que no se encontraba frente a frente con alguien influyente que tuviera el poder de castigarle en modo algún si le hacía sentir incómodo. Edouard siempre miraba al detalle y aprendía de lo que veía, fiel al lema de "mantén cerca a tus amigos pero mucho más a tus enemigos". No decía que aquel chico fuera peligroso, pero por lo menos sí resultaba interesante. No se parecía a ninguna otra persona que conociera y quería entender por qué. - Eres enfermero. - Concluyó, aventurando una hipótesis a tenor de sus anteriores palabras.
No es que en ese oficio abundaran los varones, ciertamente, pero sí había algunos que se dedicaban al cuidado de enfermeros sobre todo el lugares como los Sanatorios donde algunos casos eran demasiado escandalosos para las delicadas naturalezas de las féminas. Era necesario que hubiera trabajadores masculinos en sitios así, las mujeres no serían igualmente capaces de reducir por ejemplo a un loco peligroso y desatado. Aunque mirándolo bien tampoco es que aquel muchacho destacase por sus músculos. Edouard volvió a pasarse las manos por el pelo para escurrir las gotas que lo habían empapado. Sintió un vestigio de hastío repentino cuando ese joven de su edad que ni siquiera lo conocía comenzaba a hablarle en lo que Carrouges consideró un tono que precedía al típico sermón. - Soy mayorcito para andar dando cuentas a los demás de lo que hago. - Respondió tajante.
Luego vino el conocido arrepentimiento. Generalmente odiaba sentirse tan culpable por cosas tan estúpidas, pero sabía que eran era clase de rasgos los que componían su personalidad. Si perdía la decencia, ¿entonces qué le quedaba? Tomó asiento al lado de Antoine y le miró con los brazos extendidos y los codos apoyados en las rodillas. - No te preocupes. Yo también lo siento. - Volvió la cabeza al frente y contempló cómo caía la lluvia. No había por allí ni un alma viviente aparte de ellos dos. - No he tenido un buen día. - Lo que no había tenido era una buena vida, pero no iba a ponerse a llorarle sus penas a un extraño en un portal a la primera de cambio. Lo único que Lavoisier merecía era una disculpa por sus modales rudos de antes, pero no una explicación. - ¿Qué opinan tus padres de tu trabajo? - Inquirió, más por pasar el tiempo que otra cosa. - ¿No les preocupa? Puede ser peligroso, supongo.
No es que en ese oficio abundaran los varones, ciertamente, pero sí había algunos que se dedicaban al cuidado de enfermeros sobre todo el lugares como los Sanatorios donde algunos casos eran demasiado escandalosos para las delicadas naturalezas de las féminas. Era necesario que hubiera trabajadores masculinos en sitios así, las mujeres no serían igualmente capaces de reducir por ejemplo a un loco peligroso y desatado. Aunque mirándolo bien tampoco es que aquel muchacho destacase por sus músculos. Edouard volvió a pasarse las manos por el pelo para escurrir las gotas que lo habían empapado. Sintió un vestigio de hastío repentino cuando ese joven de su edad que ni siquiera lo conocía comenzaba a hablarle en lo que Carrouges consideró un tono que precedía al típico sermón. - Soy mayorcito para andar dando cuentas a los demás de lo que hago. - Respondió tajante.
Luego vino el conocido arrepentimiento. Generalmente odiaba sentirse tan culpable por cosas tan estúpidas, pero sabía que eran era clase de rasgos los que componían su personalidad. Si perdía la decencia, ¿entonces qué le quedaba? Tomó asiento al lado de Antoine y le miró con los brazos extendidos y los codos apoyados en las rodillas. - No te preocupes. Yo también lo siento. - Volvió la cabeza al frente y contempló cómo caía la lluvia. No había por allí ni un alma viviente aparte de ellos dos. - No he tenido un buen día. - Lo que no había tenido era una buena vida, pero no iba a ponerse a llorarle sus penas a un extraño en un portal a la primera de cambio. Lo único que Lavoisier merecía era una disculpa por sus modales rudos de antes, pero no una explicación. - ¿Qué opinan tus padres de tu trabajo? - Inquirió, más por pasar el tiempo que otra cosa. - ¿No les preocupa? Puede ser peligroso, supongo.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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