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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Sandra Liebharts-Koth Vie Dic 19, 2014 9:12 am




Soledad...
La única que viene, cuando todos se van.



-No debí haber salido de casa tan precipitadamente. No debí, no debí…

Mis pasos ahora apresurados no sabían a dónde ir, no conozco la ciudad y pienso… Presiento que alguien viene siguiéndome. Pero estaba tan aburrida, tan sola en aquel pequeña casona que alquilé en el centro de la ciudad, que sentía asfixiarme. Faltaban algunos días para encontrarme con Mariano - si es que la buena fortuna me hacía el favor de entregar mi carta en sus  manos- Mientras tanto debía cuidarme por mis propios medios. Siempre que la noche llegaba, sentía adentrarme en un mundo de desesperanza y desolación, porque imaginaba que en el momento menos esperado, una figura oscura deseosa de sangre, traspasaría la seguridad  de mi habitación para alimentarse de mí, y yo nada podría hacer.

Ésta noche fue una más, una más que se sumó a mi largas horas de desconsuelo y nerviosismo. No pude más y me vestí con las ropas modestas de las que me había proveído a hurtadillas para infiltrarme entre el resto de la población para pasar desapercibida. Cubrí mi rostro con una caperuza, ocultando así mis facciones. Me abrigué lo mejor que pude, guardando un poco de francos en los bolsillos de mi modesto abrigo por lo que pudiese ofrecerse.

Suspiré.

Decidida, abrí la puerta y salí, cerrando la puerta con llave. Mis manos temblaban tanto, que el manojo de llave se me resbaló de las manos. Lo levanté, guardándolo inmediatamente. Bajé los treinta y cinco escalones que me separaban de la puerta de entrada. Me quedé parada en el marco de la puerta, observando a mi derecha y a mi izquierda ¿A dónde podría ir una mujer como yo que no conocía casi nada de la vida en “libertad”? el camino hacia la derecha parecía ser una buena opción, así que me atreví a dar los primeros pasos, aún temerosa de estar haciendo lo correcto. Comencé a sentirme tranquila al percibir que nadie reparaba en mí, se limitaban a pasar a mi lado, sumidos en sus propios asuntos. Una leve sonrisa enmarcó su rostro.

Caminé apreciando todo cuanto mis ojos pudiesen percibir. ¡Estaba fascinada de lo viva que parecía la ciudad de Paris en aquellas horas! Todo era nuevo y diferente. Jamás en Rumania podría encontrar tanta vida, tanta algarabía.

Caminé sin llevar un orden, si algo me gustaba, iba y lo observaba, así de sencillo. Todo marchaba perfectamente bien, hasta que la luminosidad comenzó a escasear. Fue que me di cuenta de que había perdido el rumbo caminando al azar.  ¿Cómo iba a regresar a casa? ¿Dónde me encontraba? el miedo y la incertidumbre me inundaron. Estaba perdida y no tenía el suficiente valor para pedir ayuda, pues mi “acento” al hablar me delataría como extranjera.

Un inmenso nudo se formó en mi garganta. Podría intentar regresar sobre mis pasos, pero había estado tan distraída que ni siquiera me había tomado la molestia de tomar algún punto como referencia. Ahora me encontraba a las afueras de una calle, que más bien tenía la pinta de ser un callejón oscuro.

-¿Quién anda ahí? ¿Hola? - decidí responder en un hilo de voz, no sabiendo qué esperar al respecto. Mi corazón latía con fuerza pues un ruido a mis espaldas me sacó de concentración.


Última edición por Tanish Liebharts Koth el Miér Dic 31, 2014 10:31 am, editado 2 veces
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Dom Dic 21, 2014 3:02 pm

París era como una moneda de oro lujosa, brillante y tentadora con una cara oculta oxidada. Todos los hombres y mujeres de alta alcurnia conocían únicamente el lado bonito, el suntuoso, y se jactaban de entenderse en la ciudad como si fuese la palma de sus manos. Edouard los oía hablar así a menudo porque era un criado, y los sirvientes siempre estaban al tanto de todas las conversaciones que la gente adinerada tenía delante de ellos como si fueran parte del mobiliario. Eso podía exasperar a algunos, pero no al muchacho de cabello rizado. Siempre había sido un artista en eso de pasar desapercibido, y en su profesión era un talento que se valoraba. Su empleo era lo único que le quedaba ahora que todo lo demás había caído como un castillo de naipes, y aún hallaba cierto consuelo en desempeñarlo lo mejor que sabía. Una pequeña gratificación al terminar el día no estaba mal en medio del vacío que sentía en el alma.

Se iba recuperando poco a poco, mucho más despacio de lo que le gustaría. Ahora empezaba a preguntarse cosas pequeñas y cotidianas como cuándo llegará el tren, qué pan sería mejor comprar para comer o qué comercios traían las mejores verduras. Era un cambio considerable respecto a meses atrás, cuando Anuar se marchó y él creyó que de tanto dolerle el corazón acabaría por pudrírsele. En aquel entonces no le importaba nada el sabor de los alimentos, y únicamente se los tragaba forzado porque tenía un deber que cumplir con su señora. Al menos ahora sentía de nuevo el calor y el frío mordiéndole la piel, y eso - que la mayoría de personas consideraba una incomodidad - a él le sabía vida pura. Estaba aprendiendo otra vez a respirar.

Se había ofrecido a llevar a Ninette a su casa porque sabía que su marido trabajaba descargando mercancías en el puerto, y ese barrio de la capital francesa no era lugar recomendable para que una joven caminara sola a esas horas. Era una de las doncellas de Bárbara, y aunque no podía decirse que ella y Edouard fuesen amigos sí habían llegado a compartir respeto mutuo tras trabajar en la misma casa por mucho tiempo. Sabía que tenía tres hijos y que a su esposo no le gustaba que siguiera empleada porque quería mantener él solo a su familia, pero lo cierto era que el dinero no les llegaba y Ninette se levantaba todos los días a una hora en que las calles todavía no estaban puestas para llegar a la mansión Destutt de Tracy antes que nadie y empezar a ventilar las habitaciones antes de que se despertara su ama. Siempre protestaba mucho cuando Carrouges insistía en acompañarla, pero él sabía que en el fondo le aliviaba. Incluso a él le daba cierto reparo regresar solo por algunas de las esquinas más problemáticas, pero ya sabía el recorrido que quedaba más o menos alumbrado por farolas y serpenteaba hasta regresar a su cuarto con relativa seguridad.

Aquella noche caminaba a pasos rápidos con el cuello de la chaqueta subido, y aun así sentía el aire cortante en las orejas. Sabía que tenía rojas las mejillas pero no le importaba, como ya hemos dicho antes eso le agradaba y el dolor físico lo apartaba momentáneamente del espiritual, que escocía mucho más. Se estaba volviendo experto en dejar la mente en blando, y así iba andando cuando oyó una voz femenina no lejos de allí. Si no se equivocaba provenía de detrás de la panadería de Villotte, que llevaba cerrada más de dos meses. No dejó de plantearse ni por un instante que no fuese una trampa para cazar incautos y dejarlos sin blanca, pero es que el chico era desconfiado por naturaleza. Sin embargo sabía que no podía dejar de asomarse a ver qué sucedía, y así sin hacer ruido dio la vuelta y se acercó a la mujer desde atrás. - Buenas noches. ¿Puedo ayudaros?
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Mensaje por Sandra Liebharts-Koth Miér Dic 31, 2014 10:24 am




Yo diré,

no sé qué nombre darle a la vida,

pero sé que debemos jugar

para que todo no sea muerte.



****



Aquella voz a sus espaldas le hizo girar con rapidez, haciéndola trastabillar. Casi estuvo a punto de caer, pero gracias a su instinto logro asirse de una pequeña caja que descansaba justo a su lado. No obstante el ruido de algunas cajas mal olientes al chocar entre si, apostadas una arriba de la otra, no se hizo esperar. Temió que las que descansaban más arriba le cayeran encima, pero nada ocurrió. A decir verdad aquel detalle era lo que menos le preocupaba. Delante de ella se encontraba un joven desconocido. Desconfiada como era por todas las atrocidades ocurridas los últimos meses, comenzó a maquinar muchas ideas en su cabeza, pero las que más retumbaban en su mente, taladrándole los sentidos eran dos: ¿Sería un ladrón? o pero aún ¿Un vampiro? pasó saliva, rogando que no se tratase de ninguna, no estaba en posición de hacerle frente. Estaba completamente desvalida y a merced de cualquiera que quisiera hacerle daño. De cualquier manera, trataría de guardar la calma, aparentar serenidad, aunque las piernas no quisieran sostenerle.

-Yo... -Sujeté con fuerza los cordones de mi cazadora , no quería revelar mi rostro -. Estoy... -Dudé en decir la verdad, pero si no la decía, estaría en más problemas aún. -Necesito encontrar una dirección y creo que he errado el camino. Mi señora se enfadará conmigo si no llego a tiempo. - Bajé la mirada, sumisa, temblando.

Ahí estaba la primera idea que se me había cruzado por la cabeza. Hacerse pasar por una mucama, revelaba que no tenía nada que pudiera ser robado, si acaso el hombre tuviese tales intenciones. Aún así el que fuere una criatura de la noche y se abalanzara contra mí para arrebatarme la vida, seguía latente.

-¿Sería tan amable de indicarme el camino? -No supe como ni de dónde había sacado el valor de lanzar aquella pregunta. A veces yo misma me desconcertaba por tener tales ideas, pero había llegado a la conclusión de que el instinto de supervivencia te hacía cometer cosas descabelladas en momentos desesperados. Aquel era uno de ellos. - ¿Por favor? mi señora podría recompensarle... - Fue el momento en que crucé la mirada con la ajena. Casi me golpeó mentalmente. Todo iba bien, ahora la palabra: "Recompensarle" podría adquirir otros matices. Esperaba, rogaba que nada fatal ocurriese. Lo único que quería era regresar a casa sana y salva.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Sáb Ene 03, 2015 5:11 am

Lo primero que llamó la atención de Edouard fue el acento de la mujer, que parecía trabarse a veces con la pronunciación de las vocales francesas. Era como si le costara ser brusca con las consonantes fuertes y aquello la delataba como extranjera, aunque el chico no sabía precisar más. Lo segundo que notó fue que ella ponía un esmero especial en ocultarle su cara, pero eso podía deberse a que era linda y no quería exponerse a los depravados que pudiese encontrar. Por suerte para ella Edouard no era de esa clase de hombres. Era obvio que la joven estaba asustada, así que el criado no se acercó más a ella. Mantuvo una distancia prudencial que le diese alguna sensación de seguridad. Suspiró al oír su petición. - Parece que esta noche soy guía oficial de señoritas en apuros. - Comentó, con un tono distendido y amistoso que esperaba que contribuyera a tranquilizarla. - ¿A dónde queréis ir?

Él también tenía que regresar donde su ama, pero una vez terminado su turno de la jornada sabía que a Bárbara no le importaba dónde estaban sus sirvientes. Si los requería y no se personaban se enojaba - y con razón - pero no les tenía contadas las horas que pasaban dentro o fuera de la mansión. Carrouges había probado con creces su fidelidad a su nueva señora los últimos meses, reclinando incluso las ofertas de ella de tomar libres unos días por Navidad. ¿A dónde iba a ir? No tenía ningún hogar en el que ponerse a celebrar nada, así que mientras todos los demás tomaban permisos para visitar a sus parientes el muchacho permanecía siempre en su puesto de trabajo sacando brillo a la plata y visitando el mercado por las mañanas. Si eso no merecía una noche libre no sabía el qué. - No es por la recompensa. Os dejaré donde deseéis y luego volveré a casa. Mi señora me espera también. - Así le estaba diciendo que ambos estaban en igualdad de condiciones, algo que generalmente contribuía a que las personas se sintieran más cómodas en presencia de otras. - Soy Edouard.

Esperaba conocer la dirección a la que la chica quería llegar, porque si no toda su buena intención sería el balde. De cualquier modo lo que sí que podía hacer era sacarla de aquella zona más lúgubre y volver a conducirla hacia el centro de la ciudad, donde había otro tipo de gente con el que no correría tanto peligro. No sabía si la supuesta mucama sería conocedora de los misterios más tétricos de París, pero por desgracia no todo era lo que parecía. Entre los humanos normales y corrientes había ocultos otros seres cuyas intenciones para con las muchachas podían ser muy diferentes. Carrouges pensaba que aun así ella estaría más segura rodeada de más habitantes que sola en un callejón de las afueras. Rara vez se atrevían los vampiros a morder a alguien enfrente de otros, valoraban mucho su identidad anónima. De hecho el propio Edouard había vivido veinte años sin saber que existían, y únicamente se había enterado en circunstancias extremas hacía poco tiempo. Se preguntó - como era propio de su naturaleza suspicaz - si no se estaría metiendo como un cordero en la boca del lobo. Nadie podía asegurarle que la damisela en apuros no fuese realmente el peligro del que debiera resguardarse. Quizá en cuanto se diera media vuelta para guiarla ella le atacaría. Había visto otras veces a los seres de la noche y siempre eran hermosos, níveos y perfectos. Tenían algo que atrapaba a sus presas igual que las polillas eran atraídas a la luz. - Podéis mostraros. No os haré daño. - Estaría más tranquilo si pudiera saber al menos a quién se dirigía.
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Mensaje por Sandra Liebharts-Koth Lun Ene 05, 2015 12:21 pm

No estaba acostumbrada a aceptar ayuda de extraños, no estaba bien, pero por el momento no estaba en condiciones de anteponer su orgullo. Necesitaba de aquel joven para poder regresar sana y salva por el momento. Le miro de reojo un par de ocasiones más; no parecía ser el tipo de personas mal vivientes con los que se había topado en alguna ocasión en París, si bien parecía ser de extracción humilde le parecía ser una buena persona, o al menos eso es lo que le dictaba su sentido que a veces no era del todo acertado. Suspiró, metiendo su delicada mano al bolsito que siempre llevaba. Dentro tenía la dirección de su "refugio" una pequeña casona que tuvo mejores años, pero que aún conservaba la elegancia de tiempos floridos. Extendió su mano temblorosa al chico de cabellos rubios:

-No sé cuánto tiempo estuve caminando sin percatarme de que había perdido el camino -dijo apenas en un susurro pero lo suficientemente audible para ser escuchada-. Soy... Somos recién llegadas a la ciudad, salí en búsqueda de algunos medicamentos para mi señora, pero como usted puede ver, he fallado en mi encomienda-. Otra mentira más. Odiaba hacerlo con todas sus fuerzas, pero era tanta su desesperación, que de su boca salía lo primero que su atormentada mente le dictaba. Volvió a observarle una vez más. El ya se había presentado como Edouard ¿estaría bien decirle su nombre verdadero? No lo creyó oportuno, mientras menos pistas diera, le iría mucho mejor. Absolutamente nadie debería enterarse de su presencia en aquella ciudad.

-Sophie, me llamo Sophie
-. Extendió su mano como tenía acostumbrada (los caballeros debían besarle el dorso de la mano) la retiró de inmediato con el rostro cubierto de rojo. ¿Cómo esperaba pasar desapercibida si cometía tales errores infantiles? No había duda: La costumbre de los buenos modales los tenía enterrados muy adentro. Tantos años acostumbrada a que le sirvieran al menor parpadeo, que le rindieran palabras de admiración - que algunas veces eran demasiado incómodos- que de pronto olvidaba por completo su nueva situación ¡Tenía que ser más despierta, más inteligente! Menos obvia...

-¿Sería tan amable de escoltarme? el tiempo apremia... - esbozó una ligera sonrisa tratando de romper el hielo, más que por él, por ella misma, trataría de fingir una vez más esperando no fallar en el segundo intento; sin embargo no sabía si debía caminar a su lado, tomarle del brazo o simplemente esperar a que adelantara sus pasos. ¿Por qué todo era tan difícil? sólo se trataba de una caminata de "rescate", bien, la respuesta la sabía de antemano pero se negaba a creerla: Ser o aparentar alguien diferente era mucho más difícil que hablar ante toda una multitud, u organizar un baile de grandes magnitudes. Ser sencilla, humilde, e inclusive sumisa, era mucho más más engorroso que ser lo que realmente era: Una Duquesa. Una Duquesa perdida entre los callejones oscuros y malolientes del centro de una ciudad inmensa.


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Mensaje por Edouard F. Carrouges Lun Ene 05, 2015 1:38 pm

Tal vez para alguien menos acostumbrado a observar y captar detalles la Duquesa sería una actriz aceptable, pero Edouard supo en cuanto extendió la mano que no era una sirvienta. Primero su desliz al afirmar que no era de allí y después corregirse para hablar en plural, y luego eso. Que Carrouges no fuese un vástago de noble cuna no quería decir que no estuviese hecho a los ricos y a sus modales, y una criada nunca esperaba que nadie le besara como saludo. Apostaba todo lo que llevaba encima a que la dirección de la supuesta Sophie era la de su propia casa, y en cuanto a su identidad... eso ni le concernía ni le hacía cambiar de actitud. Sí que provocaba más curiosidad en él, puesto que ahora se preguntaba por qué una dama de su clase había terminado perdida en aquel callejón tan lejos de los barrios recomendables, pero no le iba a preguntar nada. Si la falsa mucama se sentía acusada podía interpretarlo mal y marcharse al temer que el chico pudiera valerse de su información para obtener algo a cambio, y la próxima persona que se la encontrase probablemente no sería tan benévola como él.

Tomó entre las manos el papel que Tanish le tendió y se acercó más a la única luz que había por allí, tratando de descifrar las letras. Había tomado cierta aversión a la palabra escrita porque le recordaba inevitablemente al que había sido su maestro de lectura, pero eso no podía ser un obstáculo en su aprendizaje. Se tomó su tiempo para identificar el trazo de todos los caracteres y luego unirlos, leyendo en voz alta lo que ponía con un tono de voz dubitativo. Esperaba que ella le corrigiera si se había equivocado. No le daban vergüenza sus intentos, después de todo ¿qué sirviente en París sabía leer? Edouard podía sentirse orgulloso. - Bien, Sophie. Pongámonos en camino. Creo que es por allí. - No le ofreció el brazo por el sencillo motivo de que ni siquiera se le ocurrió que ella lo estuviese esperando. Eran muy diferentes, pero el muchacho se acordó de cierto día en que había tenido que acompañar a su señora anterior a visitar al heredero del trono de Francia. No sabía con cuánto tiento debía de andarse. ¿A quién estaría guiando realmente?

Se puso en marcha, caminando sin pausa pero sin apremio por aquel entramado de calles que conocía muy bien. - ¿De dónde sois? - Había percibido antes lo de su acento, pero ahora la Duquesa le había confirmado que venía de otro lugar. Edouard tenía la esperanza que pudiera hablarle de algún lugar exótico al que nunca viajaría por su condición, pero al que tal vez pudiera sentirse transportado momentáneamente gracias a sus palabras. El chico tenía avidez por aprender cosas nuevas.
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Mensaje por Sandra Liebharts-Koth Jue Ene 08, 2015 1:04 pm

Le escuché leer en voz alta, trompicando en algunas partes. Sentí un nudo en la garganta, porque yo siempre daba por hecho que la gente debía, tenía que saber leer, pero la realidad era mucho muy diferente. No todos habían nacido en cuna de oro, no todos podían gozar de los privilegios que tuve desde mi niñez, no todos...Le observé discretamente, a media luz, tratando de hilar las palabras. Mis ojos se inundaron por un momento; desvíe la mirada, tratando de cubrir algunas lágrimas que querían desprenderse de ellos. Desde la partida de Mariano sin ninguna explicación, me encontraba sumamente sentimental, irritable y desmotivada. Estaba sola, sin ninguna clase de compañía, muriendo de miedo dentro de aquella casona cada que la noche llegaba... Estaba sola, era la realidad y no había nada que hacer al respecto; me limitaba a sobrevivir día tras día, sin ningún objetivo más que el mantenerme con vida; pero aquella no era vida, por más que intentaba aferrarme a algo más que me hiciera recuperar la alegría, la luz, no lo hallaba, mi cabeza estaba rodeada de un inmenso y espeso humo negro que no me dejaba ver más allá.

<< En lo que a mi respecta, no se que será de mi futuro. >>

Edoaurd comenzó a encaminarse a la entrada del callejón, yo le seguí discretamente un paso más atrás. Aún me sentía nerviosa, pero el joven parecía ser del tipo de persona dispuesta a ayudar, así que traté de ser lo más cortés posible intentando comenzar algún tipo de plática que pudiera ser de su interés:

-Mi país natal es Rumania, caballero. Lejos muy lejos de aquí - Mantenía la mirada puesta en el suelo sintiendo un inmenso agujero en el centro del pecho, recordando mi ciudad natal; no me atrevía siquiera a alzar la vista, me concentraba en observar el vaivén de la gente, en el golpeteo de los zapatos al caminar, en mi propia respiración descompasada y el pum pum de mi corazón queriendo salir de mi pecho-. Un par de meses apenas desde el arribo, no he tenido oportunidad de acostumbrarme a una ciudad tan grande como lo es París. Al igual que el idioma - tosí un poco-  Le ruego me disculpe si mi acento no es muy bueno, y discúlpeme usted también si le estoy robando tiempo valioso. En verdad aprecio el que me acompañe, no habría sabido que hacer sin ayuda.

Me decidí finalmente a caminar a la par de él.

-¿Es usted Parisino? - Era una pregunta común y corriente. Esperaba fervientemente el que no lo tomara como una falta de respeto, traspasando una línea delicada invadiendo su espacio personal.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Miér Ene 14, 2015 10:23 am

No percibió las lágrimas que asomaron por un instante a los ojos de la Duquesa, pero de haberlas visto tampoco las habría comprendido. Para la mayoría de gente a la que frecuentaba era digno de admiración por saber enlazar torpemente las palabras escritas en un papel. Las órdenes que se daban normalmente a la servidumbre eran orales, pues ningún criado sabría desentrañar nada escrito en una lista. Tanish en cambio podía sentir lástima por los menos afortunados que se perdían el placer de la lectura, pero en eso Edouard nunca pensaba. Es imposible que alguien eche de menos algo que nunca ha tenido, y según su experiencia aquello de los libros comenzaba a ser un mundo apenas alcanzable del que esperaba poder llegar a disfrutar algún día. De momento se le antojaba una tortura tener que esforzarse tanto con una obra tan gruesa cuando ya le costaba un mundo entender una simple dirección. De todos modos le había bastado para poder ofrecerse a ayudar a la joven, y así juntos emprendieron el camino.

La información sobre su país de origen le atenazó la garganta. No había visto venir el golpe y ahora el corazón le latía más rápido, como preguntándose por qué de pronto le afligían un dolor que creía tener olvidado. Rumanía le traía recuerdos, aunque jamás lo había visitado. Esta vez fue su turno para que la vista se le nublara unos segundos, un momento imperceptible que pasó cuando parpadeó y recobró la compostura. Por suerte no había tropezado ni se había detenido, o de lo contrario la falsa mucama podría haber sospechado que algo no iba bien. - Vuestro acento está bien. - Era dulce, y Edouard se preguntó cómo no había podido darse cuenta antes. Se excusó aduciendo que en muchos lugares del mundo la gente hablaba de ese modo, pero era cierto que algo en el deje de la Duquesa le recordaba a Anuar. Estaba claro que aquella noche el destino no le permitía pasar página y se cuestionó si alguna vez podría. - Iba a regresar a casa dando un paseo, no me estorbáis. - No tenía nada importante que acometer a aquellas horas.

Decidió pasar por alto el tema de la tierra de la que era oriunda la muchacha. Le resultaba mucho más fácil centrarse en hablar de París, que a fin de cuentas era lo que ella le había preguntado. Asintió con la cabeza haciendo que sus rizos danzaran como siempre sobre su cabeza, imposibles de domar. - Nunca he salido de aquí. - Tampoco aquello era de extrañar en alguien de su posición, los criados no viajaban a no ser que sus amos sí lo hicieran y les requiriesen en la travesía. Era cierto que había tenido la oportunidad... pero no, no debía recrearse en ese recuerdo tan doloroso. La herida seguía abierta y pensar en ello únicamente hacía que se sintiera como si hubiese perdido un tren que jamás volvería a pasar. Se había quedado allí y Dutuescu se había marchado, fue lo que en su día decidió y debía atenerse a las consecuencias de sus actos. - A veces he odiado esta ciudad. - Confesó, resbalando la vista por los muros de las casas que se cruzaban. - Pero es a donde pertenezco y a mi modo también la amo. Supongo que eso pasa con el hogar. - Encogió los hombros.
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Mensaje por Sandra Liebharts-Koth Lun Ene 19, 2015 8:51 pm



El hogar, mi hogar. Mi lugar de nacimiento ya me parecía lejano... Había viajado miles de kilómetros para guarecerme en una ciudad que me era completamente ajena. Yo también la amaba y le odiaba al mismo tiempo. A veces no podía comprender el cómo podía albergar dos sentimientos tan opuestos el uno del otro. En realidad desconocía quién era ella. Era una duquesa, miembro de una familia de abolengo, sin embargo aparte del título de nobleza ¿Había algo más? ¿algo más aparte de la realeza? Necesitaba protegerse y reencontrarse así misma. Habíamperdido su escencia, las ganas de planear, de soñar; había perdido su norte verdadero.

-Rumania es un país de contrastes - se permitió dejar atrás un poco más social con el caballero que tan amablemente le escoltaba, evocando las cosas bellas, los colores, y los aromas de su nación. A pesar de las viscicitudes se sentía orgullosa de sus raíces-. En invierno, las hojas caen. Los verdes prados se cubren de un manto blanco esplendoroso; es tan mágico, ¡que pareciese que en cualquier momento emergerá un hada madrina para cumplirte un deseo! Omitió decir, que por el contrario, las noches eran sumamente peligrosas y que la nieve podía teñirse de rojo. - Cuando el deshielo da paso a la primavera, y observas como esos pequeños capullos en flor se abren paso contra todas las adversidades a través de la tierra, convirtiéndose en una bella flor..., los pajarillos cantando haciendo sus pequeños nidos - suspira - Piensas que vale la pena vivir a pesar de todo. Que siempre hay un mañana, que podemos mirar hacia adelante... los pequeños grandes milagros de la vida.

Estaba sorprendida de lo fluído que habían salido sus palabras. Durante el tiempo que llevaba en París, pocas veces sus labios se habían despegado, salvo para lo más indispensable. Remotamente o certeramente Edoard era el causante, involuntariamente desde luego. Tal vez porque él no necesitaba aparentar alguien que no era. Parecía ser un hombre sencillo y dispuesto a ayudarle, casi podía estar segura de ello. Se sentía confiada y tranquila.

Poco a poco, conforme avanzaban por las distintas callejuelas que nunca creyó haber atravesado, el sentimiento de abandono e incertidumbre pareció menguar, aunque se reprendió por ser sumamente descuidada. Hoy el precio de su inexperiencia había sido únicamente perder el rumbo a casa, el siguiente probablemente aún peor, como el perder la vida. De aquella maldición no había vuelta atrás. No habría ángeles alados llamados: Edouard, para rescatarle y llevarle sana y salva a casa.

-No conozco la ciudad, pero el encanto se percibe en cada rincón. Tiene una ciudad muy hermosa monsieur Edouard, siéntase orgulloso.-Le dedicó una tenue sonrisa afable, sincera. - La comida un poco... - titubeó buscando la palabra adecuada. - Parecido a... - se rindió, no pudo recordar. -Mucha, mucha comida, pan y vino.

La última semana, había comido únicamente éstos dos alimentos, pues no sabía cocinar, siendo estos ingredientes los más socorridos por los parisinos, y que podías encontrar en cualquier estanquillo por más humilde que éste fuere.

- Todavía no domino por completo el idioma - se disculpó nuevamente- ¿Estoy en lo correcto? - segundos después detuvo su andar, algunas faxhadas y comercios parecían volverse familiares.[/b]
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Mar Feb 03, 2015 4:10 am

Pensar que Anuar estaría ahora viviendo en ese paraíso terrenal que Sophie había dibujado con sus palabras hizo que se le humedecieran los ojos. Lo imaginó feliz a pesar de todo, entre los prados nevados y los brotes de las flores. Al pelirrojo le gustaba mucho observar a su alrededor los signos de vida nueva: todos los tallos eran para él un motivo de alegría. En el alma de Dutuescu había una herida que Edouard sabía que no había logrado sanar, aunque trataba de consolarse pensando que al menos quizá la habría hecho más soportable. Le resultaba muy doloroso pensar en él, pero tenía que agradecer a la muchacha que ahora caminaba a su lado haberle regalado esa imagen. Saber que el destino del hombre al que había amado podía ser de esperanza y que estaba en un lugar tan esplendoroso le aliviaba el pesar que cargaba sobre los hombros desde que se había marchado. - Gracias. - Le dijo a la falsa mucama, aunque ella nunca sabría realmente por qué. - Por contarme cómo es vuestra tierra. Parece hermosa. - Se le ocurrió que eso explicaría por qué las personas de Rumanía que conocía (que ciertamente solo eran dos) tenían ese acento dulce. Sería difícil parecer rudo u hosco cuando se procedía de un lugar tan especial.

No necesitaba levantar mucho la vista del suelo para saber que iban por el camino correcto, así que se permitió unos segundos de ir sumido en sus pensamientos confiando en que a la Duquesa no le molestase que no le diera tanta conversación. Carrouges no era un ser sociable y casi todas las conversaciones distendidas que mantenía le suponían no poco esfuerzo. - A veces es difícil mirar hacia delante. - Objetó, aún sabiendo que ella tenía razón y esperando que no lo tomase como una contradicción a sus acertadas ideas. Sus palabras y su sonrisa cálida le hicieron olvidar un poco su melancolía y curvar las comisuras de los labios por un instante. - La ciudad no es mía. - Repuso, aunque comprendía lo que la joven había querido decir. - París puede ser cruel y algo retorcida, pero también sabe brillar. Siempre he pensado que tiene dos caras, aunque conocer la mala no hace que la otra sea menos buena. En el contraste está el carácter, supongo. - Si uno no tuviera que trabajar de sol a sol para ganarse el pan no apreciaría tanto los días de fiesta, y de algún modo con la capital francesa ocurría igual. Cuanto más se ahondaba en el lado sucio y lúgubre más se disfrutaba de los encantos escondidos en las calles.

Volvió a reír levemente con la explicación trabada de Tanish sobre su comida. - A los franceses nos gusta la masa de pan. - La ayudó un poco, alentándola a continuar con lo que estaba diciendo. Las crèpes, las quiches, los croissants... se diría que la base de su país estaba cocinada con harina, leche y huevos. - Os preocupáis demasiado por el idioma, Sophie. Lo habláis muy bien. - No estaban teniendo ningún problema en entenderse, y eso que a juzgar por el acento de ella todavía no debía de llevar mucho tiempo allí. Había dicho que un par de meses. - ¿Vinisteis solas de Rumanía, sin nadie que os acompañara? - Su señora y ella, era extraño. Normalmente las mujeres no podían ir solas a ninguna parte.
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Mensaje por Sandra Liebharts-Koth Lun Feb 09, 2015 11:03 am

Por instante creí, sólo por un instante pareció que mi pequeño relato afectó a Edouard; le observé de reojo agachando su mirada, con un semblante serio, podría decir que hasta nostálgico, más no estaba segura. Aun así, me dio las gracias por haberle hecho imaginar todo aquello que relaté. No sé por qué me daba la impresión de que el joven estaba triste. Sentí pena por él, y por mí también, al parecer éramos dos almas solitarias que por cosas del destino se habían encontrado en un callejón. La vida a veces daba muchas vueltas, tendiéndonos trampas en cada rincón por un simple descuido. Pero estábamos vivos y había que dar gracias por ello, a pesar de todo.

-Sólo mi señora y yo, nadie más. -Respondí  a su pregunta. -Sus padres han muerto recientemente, y ella… Ella quiere olvidar refugiándose en una ciudad nueva, diferente, donde no haya nada que les vincule ni que le hagan recordar lo mucho que les echa de menos. –Decir éstas palabras fue demasiado difícil, sobre todo porque el hablar de una pena tan grande, requería de mucho esfuerzo de mi parte para no derramar lágrimas ni echarme a llorar como una Magdalena enfrente de él. Se habría dado cuenta inmediatamente de mi mentira. De mi enorme pena, de mi infinita soledad…

En realidad estaba muy sola, más sola que una hoja cuando cae del árbol. Pero el joven no estaba en posición de saberlo, ni ella de divulgarlo, aún le daba miedo abrir la boca y decir algo indebido que pudiera ser escuchado por alguien más. París estaba llena de sorpresas, de sitios oscuros, de personas y seres acechando en algún rincón, esperando paciente, el momento adecuado para echarse encima para desgarrar tu cuello. Lo que planteaba una posibilidad latente de que mi acompañante estuviera en peligro sólo por el simple hecho de haberse cruzado en mi camino y amablemente haberse ofrecido a llevarme a bien resguardo. La bestia podría estar observándonos en éste instante. Disimuladamente miré hacia ambos costados y hacia atrás, más nada parecía estar fuera de lugar más no podía estar segura, no tenía la suficiente experiencia para dar todo por descontado.

-Parece que el panorama se va aclarando – Para alivio, ya empezaba a recordar algunas de las calles por donde caminábamos. El farol retorcido que apenas se sostenía en pie de la esquina, era alguno de los puntos muchos puntos llamativos que había podido encontrar cuando arribé a la ciudad. -Ya no estamos muy lejos, creo que si doblamos a la izquierda tres cuadras hacia a delante y dos a la izquierda, habremos llegado.

Estuve a punto de decirle que podría continuar yo sola a partir de éste punto, sin embargo sería de mala educación hacerle tal descortesía a mi caballero acompañante. Además tenía que recompensarle por su valiosa ayuda en cuanto llegara a casa como dije desde un principio, no iba a faltar a mi palabra de ninguna manera. Se me había ocurrido algo de último momento, se lo plantearía apenas estuviéramos frente a frente con la puerta principal, esperando no lo tomara mal.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Jue Feb 19, 2015 10:35 am

Edouard seguía teniendo la sensación de que Sophie y su señora podían ser una misma persona, pero no quiso darle a entender que desconfiaba de su relato porque no tendría ningún propósito. La muchacha seguramente estaba perdida de verdad y si había mentido era para conseguir un guía que no quisieraaprovecharse de su situación, así que Carrogues se dejó engañar conscientemente. No era como si se sintiese atraído a alguna trampa, aunque nunca se podía saber con certeza. El criado no bajaba la guardia pero sí era cierto que la joven no lo hacía sentir alerta no tenía aspecto de ser peligrosa. Además el chico conocía el camino que estaban tomando y sabía que se acercaban cada vez más al centro. ¿Qué clase de depredador conducía a su presa a un lugar transitado? - ¿Y por qué ha escogido París? - La emoción de ella parecía tocarle hondo, pero tampoco estaba seguro de que no fuese simplemente una doncella abnegada de su ama. Después de todo él había comprobado que se podía llegar a sentir afecto por un patrón aunque apenas un año atrás los odiara a todos.

Asintió a las indicaciones de la Duquesa. Tal como esperaba había sido capaz de hallar el camino más corto para llevarla hasta donde ella le había pedido, y esperaba con ello haberla librado esa noche de encontrar a otros franceses menos complacientes. - Tened más cuidado la próxima vez, mademoiselle. - Le pidió aunque sabía que no tenía derecho a darle órdenes. - En las calles no todo el mundo es tan amable. - Y no era por quedar bien, pero Tanish debía de comprender que una mujer de su edad no podía caminar sola por donde se le antojara y menos aún de noche. - Estoy seguro de que habrá un cochero, un mayordomo o alguien que podrá acompañaros la próxima vez. - Habían llegado a la dirección que ella deseaba y se encontraban frente a una de esas casas que uno no podía dejar de admirar.

Después de la partida del pintor Edouard había escogido vivir donde trabajaba. El destartalado y angosto piso de Dutuescu había sido para él un nido cálido donde había construido su propia felicidad, pero desde que se quedó vacío no era más que una caja de Pandora llena de recuerdos. Todo le resultaba más fácil si aceptaba el cuarto en la mansión que Madame Destutt de Tracy le ofrecía y olvidaba que una vez tuvo a alguien que le esperaba cuando su jornada laboral concluía. - Cuando os canséis de comer pan y vino podéis visitar el mercado, Sophie. - Le indicó con cierta chanza bien intencionada. - Está en aquella dirección.
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