AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
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Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Sublime, aquella palabra revoloteaba violentamente entre sus pensamientos conforme el perfume de las flores se mezclaba con el aire en derredor, se colaba suavemente a través de sus sentidos para deleitarlo. Cuan bellos y gráciles eran aquellos botones abiertos que comenzaban ahora a desfallecer pétalo por pétalo sobre el empedrado, la masacre había ocurrido ya y la mayoría de las florecillas habían dejado solo su tallo para recordar su existencia. Y con cuanta firmeza se sujetaban a la vida, dejando tras su partida el destile de sus entrañas. Observo con recelo a la única que se alzaba, gloriosa, intacta frente a él –Vaya suerte la tuya- un susurro, una frase lanzada con tersa malicia.
Habría aguardado sentado en una banca como la gente normal si no se hubiese sentido extrañamente molestado por aquel estático ser que sin hablar emanaba las ofensas mejor desenvainadas. Podría haber jurado que había algo satánico en aquella flor que le incitaba a perder la vida observándola, algo tan normal que había captado su atención. Deseo, por un segundo que le pareció ridículo a continuación, poder preguntarle de su soledad, de su efímera vida y la muerte inminente que azotaba furiosamente su sensibilidad. Podía perecer ahí mismo, frente a él, romperse por alguna fuerte ventisca, cercarse por el insensible sol, podría arrancarla así sin más –Que mala suerte la tuya- susurro, una frase lanzada con tierno lamento.
Guardo las manos en los bolsillos del gabán que llevaba recubriendo y resguardando su cuerpo del halito otoñal que arrastraba consigo los inicios del invierno, uno que prometía ser mucho peor, el rumano no recordaba haber sentido nunca antes aquella pesadez adhiriéndosele a la medula. Y la única lógica que encontraba a aquella sensación era el invierno que se aproximaba con rapidez. Sin más, aquella flor encontró un nombre en sus pensamientos, un rostro familiar que se adhirió a sus semejanzas para negarse a remitir en su olvido. Acaricio el lienzo blanco que mantenía en censura la herida en la palma de su mano, un corte meramente superficial que lucía grotesco a la mirada curiosa. Bufo, quizás, la flor lo observaba también a el quizás, se lamentaba también por él.
Encogió el cuello entre los hombros conforme la caída del astro rey matizaba con arrebol la piel del estático ser, ensuciaba su tallo con densas manchas de carmín que se camuflajeaba con la luz el atardecer. Perecía frente a él sin morir. Frunció el ceño, ofuscado, como un infante confundido, anonadado. Curioso de saber lo que nadie puede explicar, anhelando comprender lo que todos quieren saber.
Habría aguardado sentado en una banca como la gente normal si no se hubiese sentido extrañamente molestado por aquel estático ser que sin hablar emanaba las ofensas mejor desenvainadas. Podría haber jurado que había algo satánico en aquella flor que le incitaba a perder la vida observándola, algo tan normal que había captado su atención. Deseo, por un segundo que le pareció ridículo a continuación, poder preguntarle de su soledad, de su efímera vida y la muerte inminente que azotaba furiosamente su sensibilidad. Podía perecer ahí mismo, frente a él, romperse por alguna fuerte ventisca, cercarse por el insensible sol, podría arrancarla así sin más –Que mala suerte la tuya- susurro, una frase lanzada con tierno lamento.
Guardo las manos en los bolsillos del gabán que llevaba recubriendo y resguardando su cuerpo del halito otoñal que arrastraba consigo los inicios del invierno, uno que prometía ser mucho peor, el rumano no recordaba haber sentido nunca antes aquella pesadez adhiriéndosele a la medula. Y la única lógica que encontraba a aquella sensación era el invierno que se aproximaba con rapidez. Sin más, aquella flor encontró un nombre en sus pensamientos, un rostro familiar que se adhirió a sus semejanzas para negarse a remitir en su olvido. Acaricio el lienzo blanco que mantenía en censura la herida en la palma de su mano, un corte meramente superficial que lucía grotesco a la mirada curiosa. Bufo, quizás, la flor lo observaba también a el quizás, se lamentaba también por él.
Encogió el cuello entre los hombros conforme la caída del astro rey matizaba con arrebol la piel del estático ser, ensuciaba su tallo con densas manchas de carmín que se camuflajeaba con la luz el atardecer. Perecía frente a él sin morir. Frunció el ceño, ofuscado, como un infante confundido, anonadado. Curioso de saber lo que nadie puede explicar, anhelando comprender lo que todos quieren saber.
Última edición por Anuar Dutuescu el Jue Jul 25, 2013 1:12 pm, editado 1 vez
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
"Podríamos ir a los jardines", había dicho hacía unas semanas mientras ambos compartían el mismo espacio bajo las sábanas. Era una noche extraña y también resultaron erráticos sus pensamientos y promesas, pero Edouard quería creer que el peldaño que habían subido juntos al confesarse que se necesitaban mutuamente ya no lo podían retroceder pese a que él continuase siendo terco y Anuar apareciese a veces con la mirada perdida y teñida del amante que después de una larga ausencia había regresado sin avisar a su vida. En esos instantes el francés fingía que no se daba cuenta y reconducía con toda la dulzura que podía al pintor al cauce del presente, de su presente con él, y trataba con métodos bastante infantiles y a veces ineficaces de llamar su atención. Esperaba no estar imaginándolo y que sus periodos de oscuridad en los que se encerraba consigo mismo y se sentía como un molusco dentro de su cáscara estuvieran realmente remitiendo; por primera vez sentía esperanza de estar cerca de otro ser humano y dejarle vislumbrar lo que tenía dentro para mostrar. Por primera vez tenía ilusión en creer que lo que encontraría otra persona en su interior podía valer la pena de ser observado.
Su trabajo en casa de Bárbara era gratificante a pesar de todo. Edouard nunca se había sentido inferior por servir a los ricos y no consideraba los estratos sociales como una jerarquía que daba más derecho a nadie de conseguir nada. Era una cuestión de suerte y él no se podía quejar de tenerla cuando sabía que había familias enteras que perecían de hambre o frío por no tener ni un céntimo de franco con el que llevarse a la boca un mendrugo de pan. Él era joven, fuerte y estaba soltero, el dinero que ganaba se transformaba en comida y la casa de Dutuescu le proporcionaba todo el calor que su cuerpo necesitaba al final de la jornada. El hogar. Pero lo había vuelto a mancillar atreviéndose a entrar con él al piso sus miedos una vez más, y su estado de ánimo particularmente taciturno de una noche había propiciado que volviera a discutir con Anuar por una causa que ahora ni siquiera era capaz de rememorar con nitidez y que sabía desde el comienzo que había sido íntegramente culpa suya. No sabía cómo podía aspirar a ocupar en el corazón del rumano el lugar que Soren habría de dejar vacío en algún momento si cada poco tiempo permitía que otra vez las sombras que habían sido siempre sus compañeras empañaran lo que estaba por venir, esos momentos felices que podría estar construyendo en lugar de echando por tierra.
En un esfuerzo por compensarle al otro sus desvelos y justificar sus malos modos de aquel día desafortunado lo había llevado al jardín botánico con la esperanza de que pudieran pasar una tarde parecida, aunque fuese de lejos, a las de las personas normales que se reunían con amigos para dar inocentes paseos en los que no se palpaban los secretos tangibles de un pasado cruel. Lo dejó sentado en un banco y fue a comprar un cucurucho de papel con almendras tostadas dentro, y así regresó a donde estaba Anuar arrebujándose en su chaqueta y ofreciéndole el primero de los frutos secos de la paperina.
- ¿Te gustan?
Siguió la dirección de su mirada hasta topar con una pequeña flor que le recordó a su primer encuentro, y creyendo falsamente que el artista también estaba pensando en eso sonrió tímidamente y luego escondió la parte baja de su cara en el cuello de su abrigo. Aún le daba la sensación de estar desprotegido sonreír frente a los demás.
Su trabajo en casa de Bárbara era gratificante a pesar de todo. Edouard nunca se había sentido inferior por servir a los ricos y no consideraba los estratos sociales como una jerarquía que daba más derecho a nadie de conseguir nada. Era una cuestión de suerte y él no se podía quejar de tenerla cuando sabía que había familias enteras que perecían de hambre o frío por no tener ni un céntimo de franco con el que llevarse a la boca un mendrugo de pan. Él era joven, fuerte y estaba soltero, el dinero que ganaba se transformaba en comida y la casa de Dutuescu le proporcionaba todo el calor que su cuerpo necesitaba al final de la jornada. El hogar. Pero lo había vuelto a mancillar atreviéndose a entrar con él al piso sus miedos una vez más, y su estado de ánimo particularmente taciturno de una noche había propiciado que volviera a discutir con Anuar por una causa que ahora ni siquiera era capaz de rememorar con nitidez y que sabía desde el comienzo que había sido íntegramente culpa suya. No sabía cómo podía aspirar a ocupar en el corazón del rumano el lugar que Soren habría de dejar vacío en algún momento si cada poco tiempo permitía que otra vez las sombras que habían sido siempre sus compañeras empañaran lo que estaba por venir, esos momentos felices que podría estar construyendo en lugar de echando por tierra.
En un esfuerzo por compensarle al otro sus desvelos y justificar sus malos modos de aquel día desafortunado lo había llevado al jardín botánico con la esperanza de que pudieran pasar una tarde parecida, aunque fuese de lejos, a las de las personas normales que se reunían con amigos para dar inocentes paseos en los que no se palpaban los secretos tangibles de un pasado cruel. Lo dejó sentado en un banco y fue a comprar un cucurucho de papel con almendras tostadas dentro, y así regresó a donde estaba Anuar arrebujándose en su chaqueta y ofreciéndole el primero de los frutos secos de la paperina.
- ¿Te gustan?
Siguió la dirección de su mirada hasta topar con una pequeña flor que le recordó a su primer encuentro, y creyendo falsamente que el artista también estaba pensando en eso sonrió tímidamente y luego escondió la parte baja de su cara en el cuello de su abrigo. Aún le daba la sensación de estar desprotegido sonreír frente a los demás.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
No podía negarlo, una maraña camuflajeada de celos se apoderaba de el cuándo observaba a los demás trasuntes pasar a un lado suyo, todos ellos, sin la necesidad de ocultar su verdadera relación. O quizás siendo tan buenos actores fingían todo aquello que los demás debían pensar, como él, como ellos. Mordió el interior de su mejilla cuando el francés cuestiono –No tengo hambre, gracias- y le pareció que era la primera vez que su respuesta sonaba errática y distante. Nada había podido hacer para evitar aquellos cuestionamientos internos que se activaban ante la más mínima provocación. La noche que había transcurrido con su cuerpo estrechado contra la pared, evitando así el contacto con el menor, había sembrado ciertas dudas, algunas cuestiones que se adherían a los temores y malas decisiones. Quizás Edouard confundía el amor con alguna especie de agradecimiento, quizás por ello era incapaz de estar feliz con él.
Le bastó mirar por el rabillo del ojo en de rededor para adivinar la cantidad de personas que seguían deambulando en compañía del olor floral y la puesta de sol. Observo también la sonrisa tímida que intentaba ocultar entre el cuello de su vestimenta, encantador, y aun así no le fue posible regalarle una igual. Porque a veces también se le terminaban las sonrisas para el, más aquello no significaba ni por un segundo que dejaba de quererlo, a veces, simplemente, era mayor su tristeza. Intento remediar su anterior desatención y aunque Edouard no se hubiese percatado, intento recompensarlo por la sonrisa que jamás emergió -¿Cómo te ha ido con tu nuevo trabajo?- frunció el ceño, ofuscado por no encontrar mejores palabras para hacerle entender su necesidad de pasar un tiempo agradable, cercano.
Meció su cuerpo en dirección al francés para terminar golpeando sin brusquedad y casi como camarería su hombro, era mejor así, hacer pasar su dilección por simple amistad -¿Caminamos?- susurró sin voltearlo a ver, porque entonces todas las personas congregadas en aquel lugar serian capaces de adivinar el afecto, que si bien mermado en aquellos instantes por las dudas, no dejaba de aferrarse a la existencia. El problema del rumano, uno de sus tantos defectos, era aquella transparencia que se ocultaba bajo un denso manto de indiferencia. No se trataba de una labor fácil aprender a descifrarlo más después de hacerlo resultaba ser la simpleza andando, todos los acontecimientos resumidos en sentimientos que pasaban rápidos y fluidos como por algún caudal. Tiñendo las cristalinas aguas de uno u otro color para finalmente desaparecer, desvanecerse para dejar paso por nueva cuenta a la tranquilidad y apacible trato que solía ir implícito en su actuar.
Le era imposible no albergar y ver crecer la posibilidad de haber elegido erradamente no conforme a sus sentimientos más lo que la realidad le dejaba ver. Quizás sus esfuerzos jamás serian suficientes para desvanecer aquella coraza puntiaguda que laceraba su cuerpo cada que intentaba acercarse a el. Lo que le robaba la alegría en realidad no era saber que podría pasar la vida buscando una felicidad que ninguno de los dos lograría encontrar, pensar que en algún momento Carrouges decidiera partir y llevarse contigo toda su negatividad era desesperanzador. Y si bien la manera sencilla hubiese sido expresarle sus dudas la realidad distaba mucho de lo mejor, el rumano había dejado de lado ciertas muestras de afecto por haber recibido un tacto áspero en comparación –No hay tantas flores como en primavera- como si no pudiese ser obvio, suspiro pausadamente buscando la manera de perder aquella lejanía.
Le bastó mirar por el rabillo del ojo en de rededor para adivinar la cantidad de personas que seguían deambulando en compañía del olor floral y la puesta de sol. Observo también la sonrisa tímida que intentaba ocultar entre el cuello de su vestimenta, encantador, y aun así no le fue posible regalarle una igual. Porque a veces también se le terminaban las sonrisas para el, más aquello no significaba ni por un segundo que dejaba de quererlo, a veces, simplemente, era mayor su tristeza. Intento remediar su anterior desatención y aunque Edouard no se hubiese percatado, intento recompensarlo por la sonrisa que jamás emergió -¿Cómo te ha ido con tu nuevo trabajo?- frunció el ceño, ofuscado por no encontrar mejores palabras para hacerle entender su necesidad de pasar un tiempo agradable, cercano.
Meció su cuerpo en dirección al francés para terminar golpeando sin brusquedad y casi como camarería su hombro, era mejor así, hacer pasar su dilección por simple amistad -¿Caminamos?- susurró sin voltearlo a ver, porque entonces todas las personas congregadas en aquel lugar serian capaces de adivinar el afecto, que si bien mermado en aquellos instantes por las dudas, no dejaba de aferrarse a la existencia. El problema del rumano, uno de sus tantos defectos, era aquella transparencia que se ocultaba bajo un denso manto de indiferencia. No se trataba de una labor fácil aprender a descifrarlo más después de hacerlo resultaba ser la simpleza andando, todos los acontecimientos resumidos en sentimientos que pasaban rápidos y fluidos como por algún caudal. Tiñendo las cristalinas aguas de uno u otro color para finalmente desaparecer, desvanecerse para dejar paso por nueva cuenta a la tranquilidad y apacible trato que solía ir implícito en su actuar.
Le era imposible no albergar y ver crecer la posibilidad de haber elegido erradamente no conforme a sus sentimientos más lo que la realidad le dejaba ver. Quizás sus esfuerzos jamás serian suficientes para desvanecer aquella coraza puntiaguda que laceraba su cuerpo cada que intentaba acercarse a el. Lo que le robaba la alegría en realidad no era saber que podría pasar la vida buscando una felicidad que ninguno de los dos lograría encontrar, pensar que en algún momento Carrouges decidiera partir y llevarse contigo toda su negatividad era desesperanzador. Y si bien la manera sencilla hubiese sido expresarle sus dudas la realidad distaba mucho de lo mejor, el rumano había dejado de lado ciertas muestras de afecto por haber recibido un tacto áspero en comparación –No hay tantas flores como en primavera- como si no pudiese ser obvio, suspiro pausadamente buscando la manera de perder aquella lejanía.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Sabía que se merecía que Anuar fuera huraño con él por cómo se estaba comportando, pero estaba tan acostumbrado a que el rumano se lo perdonara todo que ese par de días de distanciamiento lo mataban y no quería que siguieran así más tiempo. Casi sintió dolor físico cuando él le rechazó las almendras pero no dejó que su rostro mostrara ningún cambio. La había fastidiado con sus modales ingratos y ahora pagaba las consecuencias, siempre había sido un niño mimado pese a todo y amar implicaba más actos que palabras. Aunque tampoco es que le prodigara al pintor muchos discursos de afecto, todavía no se había animado a pronunciar en voz alta esas dos palabras que podrían cambiarlo todo.
Se levantó y caminó con él respondiendo a lo del trabajo en un principio con un encogimiento de hombros.
- Me gusta Bárbara.
Podría extenderse mucho más hablando de su joven patrona pero no era eso en lo que quería invertir sus esfuerzos esa tarde. Se aseguró de que el cucurucho con los frutos secos estaba bien cerrado antes de guardárselo en un bolsillo intacto y encaminar sus pasos por un sendero de hojas secas que crujían bajo sus pies. Cuando alcanzaron una especie de plazoleta limitada por árboles espesos se notó el silencio en comparación, allí alguien había barrido el colchón vegetal. Edouard pensó que si alguien se acercaba por el camino que habían seguido ellos lo oirían minutos antes de que pudiera verles, así que detuvo a Anuar tomándolo de un brazo para que tuviera que girarse a mirarlo.
- Te amo. - Soltó a bocajarro. - Y sé que es difícil convivir conmigo, pero ya te lo advertí y tú aceptaste. - Hizo una mueca cuando se percató de que sus palabras sonaban más duras de lo que pretendía, eso no estaba pareciendo una disculpa ni de lejos. - Me estoy esforzando, no quiero lastimarte. Preferiría morir que lastimarte. No quiero que pienses que te equivocaste al escoger.
Luego avanzó un paso y le robó de los labios un beso que a lo mejor no habría obtenido si hubiera pedido por favor porque no se lo merecía.
El crujir de la hojarasca les anunció la proximidad de otras personas, así que el francés se separó de su compañero y volteó justo a tiempo para ver irrumpir allí a un niño que no tendría más de siete años y que se les quedó mirando con una mezcla de osadía y vergüenza hasta que sus padres aparecieron tras él. Edouard sacó las almendras de su bolsillo y se las tendió.
- Pour toi.
El crío las agarró sin pensarlo dos veces y sus progenitores les dieron las gracias antes de inclinar la cabeza y volver a marcharse por el sendero del lado opuesto, deleitándoles con el sonar de las hojas hasta que sus pasos se perdieron del todo.
Se levantó y caminó con él respondiendo a lo del trabajo en un principio con un encogimiento de hombros.
- Me gusta Bárbara.
Podría extenderse mucho más hablando de su joven patrona pero no era eso en lo que quería invertir sus esfuerzos esa tarde. Se aseguró de que el cucurucho con los frutos secos estaba bien cerrado antes de guardárselo en un bolsillo intacto y encaminar sus pasos por un sendero de hojas secas que crujían bajo sus pies. Cuando alcanzaron una especie de plazoleta limitada por árboles espesos se notó el silencio en comparación, allí alguien había barrido el colchón vegetal. Edouard pensó que si alguien se acercaba por el camino que habían seguido ellos lo oirían minutos antes de que pudiera verles, así que detuvo a Anuar tomándolo de un brazo para que tuviera que girarse a mirarlo.
- Te amo. - Soltó a bocajarro. - Y sé que es difícil convivir conmigo, pero ya te lo advertí y tú aceptaste. - Hizo una mueca cuando se percató de que sus palabras sonaban más duras de lo que pretendía, eso no estaba pareciendo una disculpa ni de lejos. - Me estoy esforzando, no quiero lastimarte. Preferiría morir que lastimarte. No quiero que pienses que te equivocaste al escoger.
Luego avanzó un paso y le robó de los labios un beso que a lo mejor no habría obtenido si hubiera pedido por favor porque no se lo merecía.
El crujir de la hojarasca les anunció la proximidad de otras personas, así que el francés se separó de su compañero y volteó justo a tiempo para ver irrumpir allí a un niño que no tendría más de siete años y que se les quedó mirando con una mezcla de osadía y vergüenza hasta que sus padres aparecieron tras él. Edouard sacó las almendras de su bolsillo y se las tendió.
- Pour toi.
El crío las agarró sin pensarlo dos veces y sus progenitores les dieron las gracias antes de inclinar la cabeza y volver a marcharse por el sendero del lado opuesto, deleitándoles con el sonar de las hojas hasta que sus pasos se perdieron del todo.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
No le fue complejo comprender aquella unión de palabras, el francés había hablado si bien poco de su patrona lo suficiente para poder adivinar en su persona un carácter y temple diferente a los que solían acompañar a las personas de alto estrato social. De no ser así, el menor no se hubiese encaminado por propia decisión a pedir aquel trabajo, porque el francés no hacía nada que no desease y si en su compañía deseaba estar, algo bueno debía tener la mujer. Se cuestiono de pronto el mártir que debía haber sido estar a los servicios de la madame, un alma libre y altanera como aquella subyugada bajo el dogal inhumano de la que se le antojaba mas como una arpía. A veces soñaba que era capaz de desatarlo de su pasado y cuan ególatra le resultaba al despertar, creer, que en realidad tenía el poder de salvarlo.
-Me alegro por ti- suponía, que no había mejor incentivo para trabajar que en efecto apreciar lo que debía hacer, y si apreciaba a la mujer para la que trabajaba lo demás seguramente resultaba poco abrumador. Si se parecía un poco a la mayoría de los altos mandatarios que el había tenido la gracia de conocer por azares ajenos al destino, agradecía que trabajara con ella y no en cualquier otro lugar. El repentino agarre lo obligo a salir de sus pensamientos, casi los había visto caer sobre el suelo a sus pies, desorientados por el cambio de dirección. El rumano escucho atentamente las palabras dulces que se mezclaban con lo violento y acusador, si bien creía que al francés le faltaba pulir su tacto con los demás lo aceptaba con todos sus defectos.
Preparado estaba su discurso para arremeter dulcemente las palabras del francés cuando el joven intruso apareció, con una estatura más bien por debajo del promedio y unas mejillas carnosas y sonrosadas que desentonaban con su delgadez. El rumano nunca había sido propiamente un adulador de los infantes, ciertamente solo había llegado a entablar una conversación decente con uno solo. Una niña de tez estrellada que le había echo cuestionar su vocación paternal, seguro Edouard llagaría a ser un gran padre algún día, el pensamiento le dibujo una torpe sonrisa en los labios que parecía mayormente encaminada a la gracia del infante. Observo el rastro que los padres y el niño dejaban sobre el sendero de hojas secas hasta que las figuras pasaron a ser manchones y desvanecerse en la lejanía. Eran esos placeres, como el crujir de las hojas, lo que lo orillaban a volver a aquel lugar.
Aguardo a no escuchar mas sonidos para comenzar a hablar –Supongo que entonces es mi culpa- y aceptaba cualquier responsabilidad –No es necesario que te disculpes- más no estaba seguro de que aquello fuese en realidad un perdón, las palabras parecían llevarlo implícito y decidió tomarlo como tal para dejarlo pasar. Inclino su cuerpo en dirección a Carrouges para sellar sus labios con un beso prolongado, una de aquellas caricias cargadas de dilección –Se que lo haces, se que te esfuerzas, quizás solo te esfuerzas demasiado- se había confiado a la falta de luz solar y las hojas secas que les advertían para tomar aquella proximidad. Crispo sus labios en una sonrisa de medio lado –Te quedaste sin tus dulces, tendremos que ir a comprarte otros- ni siquiera los había probado y le era imposible no sentirse responsable.
-Me alegro por ti- suponía, que no había mejor incentivo para trabajar que en efecto apreciar lo que debía hacer, y si apreciaba a la mujer para la que trabajaba lo demás seguramente resultaba poco abrumador. Si se parecía un poco a la mayoría de los altos mandatarios que el había tenido la gracia de conocer por azares ajenos al destino, agradecía que trabajara con ella y no en cualquier otro lugar. El repentino agarre lo obligo a salir de sus pensamientos, casi los había visto caer sobre el suelo a sus pies, desorientados por el cambio de dirección. El rumano escucho atentamente las palabras dulces que se mezclaban con lo violento y acusador, si bien creía que al francés le faltaba pulir su tacto con los demás lo aceptaba con todos sus defectos.
Preparado estaba su discurso para arremeter dulcemente las palabras del francés cuando el joven intruso apareció, con una estatura más bien por debajo del promedio y unas mejillas carnosas y sonrosadas que desentonaban con su delgadez. El rumano nunca había sido propiamente un adulador de los infantes, ciertamente solo había llegado a entablar una conversación decente con uno solo. Una niña de tez estrellada que le había echo cuestionar su vocación paternal, seguro Edouard llagaría a ser un gran padre algún día, el pensamiento le dibujo una torpe sonrisa en los labios que parecía mayormente encaminada a la gracia del infante. Observo el rastro que los padres y el niño dejaban sobre el sendero de hojas secas hasta que las figuras pasaron a ser manchones y desvanecerse en la lejanía. Eran esos placeres, como el crujir de las hojas, lo que lo orillaban a volver a aquel lugar.
Aguardo a no escuchar mas sonidos para comenzar a hablar –Supongo que entonces es mi culpa- y aceptaba cualquier responsabilidad –No es necesario que te disculpes- más no estaba seguro de que aquello fuese en realidad un perdón, las palabras parecían llevarlo implícito y decidió tomarlo como tal para dejarlo pasar. Inclino su cuerpo en dirección a Carrouges para sellar sus labios con un beso prolongado, una de aquellas caricias cargadas de dilección –Se que lo haces, se que te esfuerzas, quizás solo te esfuerzas demasiado- se había confiado a la falta de luz solar y las hojas secas que les advertían para tomar aquella proximidad. Crispo sus labios en una sonrisa de medio lado –Te quedaste sin tus dulces, tendremos que ir a comprarte otros- ni siquiera los había probado y le era imposible no sentirse responsable.
FDR:Sin prisas!
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
No se planteaba ser padre porque recién había dejado de ser hijo y no se consideraba una persona estructurada con el ámbito familiar ideal para críar un niño. Además el mundo básicamente era una mierda para los que no tenían la suerte de nacer en el peldaño más alto de la escalera y desde luego el vástago de un sirviente no lo iba a estar jamás. Dejando de lado las contemplaciones político-filosóficas sí, le encantaban los pequeños, le recordaban un tiempo en el que había sido feliz teniendo tan poco que ahora se preguntaba cómo no pudo echar de menos sus carencias en aquel hospicio frugal. Las cosas materiales no tienen tanta importancia cuando aún es un crío inocente y las maravillas del mundo bastan para colmar todas las expectativas que se tienen de la vida.
- No me gusta pensar que estar juntos sea culpa de nadie. - Se lamentó. - Para mí es algo que agradecer. Eres lo mejor que he tenido.
Creyó que en aquel beso se escondía un acuerdo implícito de tregua y se aferró a él porque necesitaba ese contacto después de los dos días de frialdad. Sí, habían sido provocados por su actitud, pero se arrepentía en extremo y desearía poder volver atrás y ser más agradable.
- No quiero más. - Dijo atrapándolo en un abrazo seguro gracias al cobijo de los árboles y al sendero de hojas secas que les garantizaba intimidad. - Tengo todo lo que quiero... justo aquí.
Sonrió antes de morderle la base del cuello con un aire travieso que se asemejaba más al desenfado relajado que a su habitual aura de introspección taciturna.
- No me gusta pensar que estar juntos sea culpa de nadie. - Se lamentó. - Para mí es algo que agradecer. Eres lo mejor que he tenido.
Creyó que en aquel beso se escondía un acuerdo implícito de tregua y se aferró a él porque necesitaba ese contacto después de los dos días de frialdad. Sí, habían sido provocados por su actitud, pero se arrepentía en extremo y desearía poder volver atrás y ser más agradable.
- No quiero más. - Dijo atrapándolo en un abrazo seguro gracias al cobijo de los árboles y al sendero de hojas secas que les garantizaba intimidad. - Tengo todo lo que quiero... justo aquí.
Sonrió antes de morderle la base del cuello con un aire travieso que se asemejaba más al desenfado relajado que a su habitual aura de introspección taciturna.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Le parecía sorprendente la manera tan simple en que el francés se solía contradecir, comenzaba a creer que quizás era él quien no entendía con propiedad lo que sus palabras querían decir, era el receptor y no el emisor el gran problema. Sonrió, por la dicha que le hizo escuchar aquellas palabras cargadas de una verdad que rara vez se dejaba palpar en el ambiente. Pasó una mano por el contorno de su rostro hasta llegar al nacimiento de sus cabellos, la vida le había demostrado con experiencias pasadas que aquel efebo y errante ser encontraría algo mejor. Edouard encontraría a alguna bella mujer que pudiera proporcionarle un amor convencional y una familia estable, sin la preocupación de la falsa moral francesa o el asesinato a los valores humanos. Decidió creer que podía anteponerse al destino.
Sus dedos se aferraron suavemente a sus rizos cuando sus dientes acariciaron su piel, entrecerró los parpados sintiendo aquella mezcla de sensaciones encontradas atravesándole el cuerpo entero cual estrella fugaz. La sensibilidad que llegaba a poseer en aquella extensión no resultaba ser una novedad, por lo menos no para él -¿Has escuchado sobre Arouet? Al parecer ha hecho un nuevo invento- el rumano había escuchado a algunos poco ilustrados hablar al respecto, el dueño de una relojería le había comunicado también lo que el creía, aun así no estaba seguro del funcionamiento del nuevo artefacto –Dicen que genera energía- busco tentativamente la mano de Carrouges, acariciándole los dedos, ludiendo su piel con lentitud –Produce chispas, yo creo que debe sentirse como esto- su mano siguió el recorrido por su brazo y hasta su pecho. Le gustaba pensar que las personas eran también capaces de producir aquella energía, el la sentía recorrerle el cuerpo entero, sentía una extraña combustión cuando Edouard lo tocaba. Y culpaba enteramente a aquella energía que en contacto con la otra ardía.
Había hablando con la mirada fija en el recorrido de sus dedos, dirigió sus melados orbes a los del francés en compañía de una diminuta sonrisa cuando su mano termino sobre su pecho y el rubor hizo arder sus mejillas. Después de un tiempo considerable seguía pareciendo una primeriza en su primera cita –Quizás un día descubramos que significa- o podía simplemente morir electrocutado, en realidad no le importaba demasiado. Comenzó a empujarlo sin mayor prisa que la de sacarlo del sendero directo a donde los arboles los ocultaban mejor, inclusive si querían solo hablar el mundo parecía más sencillo si se sabía resguardado de la sociedad. Un montón de arboles lograban hacerle sentir protegido, hacerle sentir que estaba bien amar .
Sus dedos se aferraron suavemente a sus rizos cuando sus dientes acariciaron su piel, entrecerró los parpados sintiendo aquella mezcla de sensaciones encontradas atravesándole el cuerpo entero cual estrella fugaz. La sensibilidad que llegaba a poseer en aquella extensión no resultaba ser una novedad, por lo menos no para él -¿Has escuchado sobre Arouet? Al parecer ha hecho un nuevo invento- el rumano había escuchado a algunos poco ilustrados hablar al respecto, el dueño de una relojería le había comunicado también lo que el creía, aun así no estaba seguro del funcionamiento del nuevo artefacto –Dicen que genera energía- busco tentativamente la mano de Carrouges, acariciándole los dedos, ludiendo su piel con lentitud –Produce chispas, yo creo que debe sentirse como esto- su mano siguió el recorrido por su brazo y hasta su pecho. Le gustaba pensar que las personas eran también capaces de producir aquella energía, el la sentía recorrerle el cuerpo entero, sentía una extraña combustión cuando Edouard lo tocaba. Y culpaba enteramente a aquella energía que en contacto con la otra ardía.
Había hablando con la mirada fija en el recorrido de sus dedos, dirigió sus melados orbes a los del francés en compañía de una diminuta sonrisa cuando su mano termino sobre su pecho y el rubor hizo arder sus mejillas. Después de un tiempo considerable seguía pareciendo una primeriza en su primera cita –Quizás un día descubramos que significa- o podía simplemente morir electrocutado, en realidad no le importaba demasiado. Comenzó a empujarlo sin mayor prisa que la de sacarlo del sendero directo a donde los arboles los ocultaban mejor, inclusive si querían solo hablar el mundo parecía más sencillo si se sabía resguardado de la sociedad. Un montón de arboles lograban hacerle sentir protegido, hacerle sentir que estaba bien amar .
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Si hubiera sabido que Anuar pensaba que era solo una estación de paso en las vías del tren de la vida de Edouard se habría enojado de veras. Aprender a sentirse con la confianza suficiente como para expresar en voz alta algunas de sus emociones le había costado tantísimo que para él el rumano era ya la persona que más cercana había estado a tocar su corazón. Madre había sido su confidente pero en otro sentido, pues hay cosas que el muchacho le ocultaba a sabiendas de que conocerlas solo haría que la anciana estuviera más triste por circunstancias que a fin de cuentas no podía solucionar ni aligerar siquiera. Al pintor en cambio podía contarle todo y, es más, a menudo se sorprendía cuando el otro expresaba mucho mejor que él con palabras que no se le habrían ocurrido ni en mil años exactamente lo que al francés le estaba pasando por la mente. Es cierto que no creía que hubiera en el mundo medias naranjas ni mitades del alma de las personas, que según su criterio ya nacían enteras, pero desde luego todo era mucho mejor si se encontraba a alguien con quien compartirlo y Carrouges no quería ya otro compañero para sus idas y venidas, para sus alegrías e infortunios, que Anuar.
- ¿De veras?
No había oído nada sobre Arouet porque había estado ocupado trabajando duro en casa de Bárbara, demostrándole a su joven señora que no se arrepentiría de haberlo tomado a su servicio y poniéndose en su lugar frente a los demás criados que lo consideraban el niño nuevo.
Dejó que sus labios retozaran sin dueño contra la piel del cuello del pelirrojo al tiempo que esa mano intrusa lo recorría a él. Si pudiera pararlo todo en ese instante ni se lo pensaría. Le interesaban los nuevos inventos y más aquello de la energía, pero sin ánimo de ofender al tal Arouet estaba un poco distraído en ese momento como para pararse a admirar la innovación con el respeto que seguramente merecía. Efectivamente le pareció que podrían prender una rama con fuego solamente de las chispas que surgían entre ellos cuando se miraban. Retrocedió empujado por Anuar hasta quedar más oculto si cabe entre la maleza. Lo atrajo hacia sí tomándolo de la cintura con las dos manos y lo estrechó contra su cuerpo para besarlo otra vez. Podía notarlo en las yemas de los dedos, en los labios y en cada uno de sus vellos erizados: era esa fiebre que lo embargaba cada vez que tenía tan cerca al otro y que por unos u otros motivos siempre acaba truncada. Todavía no había tenido la oportunidad de desnudarlo, de contemplarlo en todos sus rincones recónditos y de dejarse marcar por su nombre en la piel. Sabía que ese era el peor momento del mundo para dejarse llevar por la pasión pero su boca era un regalo después de dos días de castigo y Edouard quería disfrutarla.
- ¿De veras?
No había oído nada sobre Arouet porque había estado ocupado trabajando duro en casa de Bárbara, demostrándole a su joven señora que no se arrepentiría de haberlo tomado a su servicio y poniéndose en su lugar frente a los demás criados que lo consideraban el niño nuevo.
Dejó que sus labios retozaran sin dueño contra la piel del cuello del pelirrojo al tiempo que esa mano intrusa lo recorría a él. Si pudiera pararlo todo en ese instante ni se lo pensaría. Le interesaban los nuevos inventos y más aquello de la energía, pero sin ánimo de ofender al tal Arouet estaba un poco distraído en ese momento como para pararse a admirar la innovación con el respeto que seguramente merecía. Efectivamente le pareció que podrían prender una rama con fuego solamente de las chispas que surgían entre ellos cuando se miraban. Retrocedió empujado por Anuar hasta quedar más oculto si cabe entre la maleza. Lo atrajo hacia sí tomándolo de la cintura con las dos manos y lo estrechó contra su cuerpo para besarlo otra vez. Podía notarlo en las yemas de los dedos, en los labios y en cada uno de sus vellos erizados: era esa fiebre que lo embargaba cada vez que tenía tan cerca al otro y que por unos u otros motivos siempre acaba truncada. Todavía no había tenido la oportunidad de desnudarlo, de contemplarlo en todos sus rincones recónditos y de dejarse marcar por su nombre en la piel. Sabía que ese era el peor momento del mundo para dejarse llevar por la pasión pero su boca era un regalo después de dos días de castigo y Edouard quería disfrutarla.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
-Creen que revolucionara el mundo- lamentaba no haber proseguido con sus estudios para comprender con mayor amplitud aquellos temas, el verdadero funcionamiento del aparato o los avances que podría iniciar. Así podría explicárselo mejor al francés, extrañamente, no era su falta de conocimiento sino la incapacidad de comunicarle tales novedades a Carrouges lo que producía en su paladar un gusto amargo y metálico. Había escuchado grandes cosas de aquel inventor e inversionista, a sus ojos lucia como un excéntrico hombre embelesado por la riqueza y el reconocimiento de la sociedad. Un genio, a pesar de todo, que lograba hacer de sus inventos una inversión, de los pocos ilustres que bien vivían en aquella adusta sociedad.
El tacto firme del francés sobre su cintura lo obligo a juntar sus dispersos pensamientos en aquel preciso instante, había descubierto que era más fácil sobrellevar los impulsos si su mente divagaba por doquier. Ahora sin embargo, con sus manos sobre la figura del menor y sus labios acariciando y perdiéndose en los ajenos, con la obscuridad como terso manto y la naturaleza escondiéndolos en sus entrañas, reprimir sus deseos parecía una batalla campal. Y vaya contradicción, pensó, de todas las oportunidades en su hogar había tenido que elegir aquella, en un lugar público, para sentirse libre de amarle con más que solo palabras de afecto y gestos de dilección. Una cierta pasión, casi extinta pero existente, se dejo entrever en el vaivén de besos y las caricias que terminaron con sus manos en contacto con la piel de la espalda del francés.
Acaricio con la yema de los dedos el surco que se producía en la mitad de su espalda baja, un camino que lo llevaba directo a su cuello. Más la camisa le impidió acariciar más de algunos centímetros de aquella tersa piel que el mismo se había privado de conocer, idílicamente había creído que su primer encuentro sexual debía guardar cierto tiempo. Tiempo suficiente para que Edouard no observase en su rostro el de su madame cuando sus manos recorrieran su cuerpo. Ahora le parecía que la castidad a la que los había hecho someterse resultaba contraproducente, orillándolos a desbordar sus deseos en aquel lugar, producto quizás de la lejanía de los últimos días, consecuencia segura de fingir frivolidad.
Exhalo profundamente contra su oído, con una risa infantil escapándosele de los labios –Dios y Satanás saben el esfuerzo que estoy haciendo- por no complacerlo en aquel preciso lugar. Recapacito la escena entera y pensó que en todo casi Carrouges se merecía algo mejor, un gesto romántico o un lugar especial. El nerviosismo lo invadió de pronto, el rumano conocía ya de los placeres carnales con un ser amado, no podía ni los llegaría a comparar, pero mentiría si negaba ya de aquella experiencia. Para el francés, sin embargo, sería la primera vez y aquella realidad lo abrumo. Se convenció a si mismo de la necesidad de idealizar su primer encuentro, planear algo que necesitaba simplemente fluir, frunció el entrecejo confundido y azorado por la contradicción. Solo deseaba que fuese especial.
El tacto firme del francés sobre su cintura lo obligo a juntar sus dispersos pensamientos en aquel preciso instante, había descubierto que era más fácil sobrellevar los impulsos si su mente divagaba por doquier. Ahora sin embargo, con sus manos sobre la figura del menor y sus labios acariciando y perdiéndose en los ajenos, con la obscuridad como terso manto y la naturaleza escondiéndolos en sus entrañas, reprimir sus deseos parecía una batalla campal. Y vaya contradicción, pensó, de todas las oportunidades en su hogar había tenido que elegir aquella, en un lugar público, para sentirse libre de amarle con más que solo palabras de afecto y gestos de dilección. Una cierta pasión, casi extinta pero existente, se dejo entrever en el vaivén de besos y las caricias que terminaron con sus manos en contacto con la piel de la espalda del francés.
Acaricio con la yema de los dedos el surco que se producía en la mitad de su espalda baja, un camino que lo llevaba directo a su cuello. Más la camisa le impidió acariciar más de algunos centímetros de aquella tersa piel que el mismo se había privado de conocer, idílicamente había creído que su primer encuentro sexual debía guardar cierto tiempo. Tiempo suficiente para que Edouard no observase en su rostro el de su madame cuando sus manos recorrieran su cuerpo. Ahora le parecía que la castidad a la que los había hecho someterse resultaba contraproducente, orillándolos a desbordar sus deseos en aquel lugar, producto quizás de la lejanía de los últimos días, consecuencia segura de fingir frivolidad.
Exhalo profundamente contra su oído, con una risa infantil escapándosele de los labios –Dios y Satanás saben el esfuerzo que estoy haciendo- por no complacerlo en aquel preciso lugar. Recapacito la escena entera y pensó que en todo casi Carrouges se merecía algo mejor, un gesto romántico o un lugar especial. El nerviosismo lo invadió de pronto, el rumano conocía ya de los placeres carnales con un ser amado, no podía ni los llegaría a comparar, pero mentiría si negaba ya de aquella experiencia. Para el francés, sin embargo, sería la primera vez y aquella realidad lo abrumo. Se convenció a si mismo de la necesidad de idealizar su primer encuentro, planear algo que necesitaba simplemente fluir, frunció el entrecejo confundido y azorado por la contradicción. Solo deseaba que fuese especial.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Revolucionar el mundo, con eso le gustaría poder soñar a Edouard si tuviera acceso a estudios universitarios. Sin embargo no era algo que le llamara la atención tan poderosamente como cabría esperar del anhelo de algo imposible porque mentiría si dijera que le desagradaba su condición. Ser sirviente le restaba privilegios, sí, pero también responsabilidades y eso le iba bien a alguien que hacía dos meses llevaba una existencia en la que apenas podía cuidar de sí mismo como para ponerse a pensar en ocuparse del destino de los demás hombres y mujeres humildes de Francia. Arouet era un visionario desde la perspectiva científica y en todo caso a Edouard le gustaría serlo en el ámbito político. Era un sueño loco, pero a lo mejor en el futuro... Se detuvo en ese punto de la retahíla de sus pensamientos al comprender que de no ser por Anuar ni siquiera se lo estaría planteando. El rumano le había cambiado la vida de maneras que ni siquiera podía concebir y él nunca tendría bastantes años para compensárselo a su lado, aunque lo intentaría. Empezaría por comerlo con sus besos pese a que aquel no era el momento ni el lugar para entregarse a tales divertimentos.
Si la finalidad del rumano manteniéndolo a raya todo ese tiempo había sido hacerle olvidar a Madame antes de entregarse de nuevo a otra persona desde luego lo había conseguido. En los recuerdos del muchacho no cabía ya aquella mujer que jamás consiguió despertar en él ni la décima parte de lo que Dutuescu le hacía sentir con solo una mirada. Desde que vivían juntos Edouard tenía por fin un cuerpo que quería servir para algo más que comer y dormir, unas manos con vida propia que buscaban bajo la ropa de su compañero a la vez que el otro acariciaba su espalda, impulsado tal vez por la misma urgencia.
- No lo hagas. - Susurró en un instante que sus labios se separaron antes de volver a reclamar lo que les pertenecía.
No quería que volviera a alejarse, esa vez no, y hasta el Altísimo fue testigo de que luchó por recuperar cada centímetro que Anuar se iba separando de él intentando recuperar el control. Al final, como no podía ser de otra manera, tuvo que vencer la sensatez y el francés se quedó de nuevo abrazando el aire con el pulso trémulo y el cabello descolocado.
- No te vayas. - Gimió.
Sabía que era lo mejor. ¿Qué iban a hacer allí en medio de un jardín público? Había estado a punto de ponerles en peligro a ambos por un impulso egoísta y ahora que se arrepentía se dio cuenta de que el pintor era mucho más listo que él. Tenía que serlo por los dos viviendo con alguien como Edouard, a quien le costaba tanto a veces seguir los dictados de la razón.
- Vamos a casa. - Casi suplicó, buscándole la mano, intentando arañar un último resquicio de algún beso despistado. - Vámonos ahora. Te deseo.
No necesitaba disfrazar sus necesidades de nada porque - bah - de todos modos Anuar sabía perfectamente lo que estaba pensando en cada instante.
Si la finalidad del rumano manteniéndolo a raya todo ese tiempo había sido hacerle olvidar a Madame antes de entregarse de nuevo a otra persona desde luego lo había conseguido. En los recuerdos del muchacho no cabía ya aquella mujer que jamás consiguió despertar en él ni la décima parte de lo que Dutuescu le hacía sentir con solo una mirada. Desde que vivían juntos Edouard tenía por fin un cuerpo que quería servir para algo más que comer y dormir, unas manos con vida propia que buscaban bajo la ropa de su compañero a la vez que el otro acariciaba su espalda, impulsado tal vez por la misma urgencia.
- No lo hagas. - Susurró en un instante que sus labios se separaron antes de volver a reclamar lo que les pertenecía.
No quería que volviera a alejarse, esa vez no, y hasta el Altísimo fue testigo de que luchó por recuperar cada centímetro que Anuar se iba separando de él intentando recuperar el control. Al final, como no podía ser de otra manera, tuvo que vencer la sensatez y el francés se quedó de nuevo abrazando el aire con el pulso trémulo y el cabello descolocado.
- No te vayas. - Gimió.
Sabía que era lo mejor. ¿Qué iban a hacer allí en medio de un jardín público? Había estado a punto de ponerles en peligro a ambos por un impulso egoísta y ahora que se arrepentía se dio cuenta de que el pintor era mucho más listo que él. Tenía que serlo por los dos viviendo con alguien como Edouard, a quien le costaba tanto a veces seguir los dictados de la razón.
- Vamos a casa. - Casi suplicó, buscándole la mano, intentando arañar un último resquicio de algún beso despistado. - Vámonos ahora. Te deseo.
No necesitaba disfrazar sus necesidades de nada porque - bah - de todos modos Anuar sabía perfectamente lo que estaba pensando en cada instante.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
La urgencia que encontró tangible en las palabras del francés no pudo sino resquebrajar aquel temple impávido con que se había hecho los últimos años. La facilidad con que se negaba a los deseos se le escapaba entre los dedos al escuchar su voz suplicante, la sinceridad materializada al entendimiento humano. Sonrió involuntariamente al descubrir en Carrouges la inocencia que él no había poseído jamás –Pero tú vienes conmigo- depósito un último beso sobre la comisura de sus labios para sellar el trato. Le habría sujetado la mano y rodeando la cintura, le habría acariciado el cabello besándole la mejilla si aquellos gestos no fuesen la condena a la muerte. Ahora tenía algo más importante de que preocuparse que simplemente satisfacer la humana necesidad, necesitaba también satisfacer sus sentimientos.
Observo a ambos lados del camino antes de salir del escondite improvisado -¿Seguro que no quieres pasar por los dulces antes?- no eran muchas las ocasiones que solían salir y realmente no dudaba que dentro de algunos meses pudieran seguirlas contando con los dedos de las manos. Era por ello que quería ver al francés disfrutar la mayor cantidad de experiencias posibles, al rumano le gustaban las primeras veces, como aquella, su primera salida formal. Peino disimuladamente sus cabellos adiestrados, basto acomodarlo con los dedos para que regresaran a su normalidad, el cabello de Edouard sin embargo aprecia luchar por no permanecer acomodado -¿Siempre lo has tenido así?- le gustaba, le agradaba sentir su textura al pasar sus dedos entre la espesa mata de crespos cabellos. No comprendía el motivo por el cual su madame lo rizaba de manera artificial, quizás, para hacerlo sentir un muñeco de colección.
Introdujo las manos entre sus vestimentas comenzando a andar con cierta lentitud, a pesar de desear regresar al piso con la misma urgencia que el francés Anuar quería también apreciar la belleza de aquel lugar en compañía de Edouard. No sabía cuándo llegarían a regresar y el deseo y la necesidad de tener a Carrouges entre sus brazos, lo aceptase o no, se encontraba latente en todo momento. No importaba si tardaban una hora o la vida entera en llegar a su casa, buscaría sus labios con la misma intensidad. Fue consciente hasta aquel instante, mientras caminaba buscando distraídamente la florecilla de la palabra había usado Carrouges para describir el lugar donde vivían. Lo había llamado casa, a un mísero piso con una cama diminuta y un baño sin nada que envidiar, lo había llamado casa.
Fue aquella revelación, que más parecía un intento de aferrarse al amor que acababa de profesarle el otro, lo que lo incito a pasar de largo donde antes había pasado minutos largos observando. Ya no le importaba la flor ni el recuerdo al que se sujetaba, mientras el francés dejase caer casi por error muestras de afecto como aquel dejaría de cuestionarse si había elegido mal. No le molestaba tener que soportar su carácter agrietando porque era así, con todos sus defectos y desplantes como había aprendido a procurarlo. Giro el rostro para observar al otro, con sus centímetros de menos y su cabello alborotado, con su semblante adolescente y andar despistado. Cualquiera que hubiese visto en aquel momento la manera en que lo miraba habría entendido en su totalidad la callada realidad.
Observo a ambos lados del camino antes de salir del escondite improvisado -¿Seguro que no quieres pasar por los dulces antes?- no eran muchas las ocasiones que solían salir y realmente no dudaba que dentro de algunos meses pudieran seguirlas contando con los dedos de las manos. Era por ello que quería ver al francés disfrutar la mayor cantidad de experiencias posibles, al rumano le gustaban las primeras veces, como aquella, su primera salida formal. Peino disimuladamente sus cabellos adiestrados, basto acomodarlo con los dedos para que regresaran a su normalidad, el cabello de Edouard sin embargo aprecia luchar por no permanecer acomodado -¿Siempre lo has tenido así?- le gustaba, le agradaba sentir su textura al pasar sus dedos entre la espesa mata de crespos cabellos. No comprendía el motivo por el cual su madame lo rizaba de manera artificial, quizás, para hacerlo sentir un muñeco de colección.
Introdujo las manos entre sus vestimentas comenzando a andar con cierta lentitud, a pesar de desear regresar al piso con la misma urgencia que el francés Anuar quería también apreciar la belleza de aquel lugar en compañía de Edouard. No sabía cuándo llegarían a regresar y el deseo y la necesidad de tener a Carrouges entre sus brazos, lo aceptase o no, se encontraba latente en todo momento. No importaba si tardaban una hora o la vida entera en llegar a su casa, buscaría sus labios con la misma intensidad. Fue consciente hasta aquel instante, mientras caminaba buscando distraídamente la florecilla de la palabra había usado Carrouges para describir el lugar donde vivían. Lo había llamado casa, a un mísero piso con una cama diminuta y un baño sin nada que envidiar, lo había llamado casa.
Fue aquella revelación, que más parecía un intento de aferrarse al amor que acababa de profesarle el otro, lo que lo incito a pasar de largo donde antes había pasado minutos largos observando. Ya no le importaba la flor ni el recuerdo al que se sujetaba, mientras el francés dejase caer casi por error muestras de afecto como aquel dejaría de cuestionarse si había elegido mal. No le molestaba tener que soportar su carácter agrietando porque era así, con todos sus defectos y desplantes como había aprendido a procurarlo. Giro el rostro para observar al otro, con sus centímetros de menos y su cabello alborotado, con su semblante adolescente y andar despistado. Cualquiera que hubiese visto en aquel momento la manera en que lo miraba habría entendido en su totalidad la callada realidad.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Naturalmente que iría con él, no pretendía separarse mucho de Anuar durante el trayecto y menos todavía cuando hubieran entrado en el piso. Sonrió con cierta gravedad que podía traducir una timidez cargada de sentimientos cuando recibió el último beso que le arrancó un suspiro. Otro de sus intentos de acercamiento que quedaba en saco roto, ¿cuántos iban ya? Se veía incapaz de contarlos aunque en ese momento comprendía por qué el rumano le había puesto freno a su fervor. El jardín botánico no era el lugar idóneo para descubrirse por primera vez ni tampoco por última, simplemente corrían demasiado riesgo y eso era algo a lo que Edouard se atenía. Se colocó la ropa y salió de entre la maleza esperando no encontrar al otro lado del muro de verdor a ningún curioso que se hubiera escabullido hasta allí sorteando su alarma de hojas secas. Por fortuna no fue así y continuaron su paseo como antes.
El muchacho se preguntó si realmente su compañero querría seguir donde lo habían dejado cuando arribaran a su hogar o si por el contrario aduciría cualquier excusa para volver a dejar el encuentro sin concluir. El sirviente prácticamente temblaba de anhelo por recibir lo que se le había prometido, así que no quería ni pensar en lo que supondría no obtenerlo. No terminaba de comprender por qué Anuar lo había hecho sufrir de esa manera todo ese tiempo, y al pensar de ese modo se percató de que el otro había sido muy astuto al obrar de esa manera. Si hubiera cedido a sus primeros ruegos, cuando solo eran caricias curiosas sin palabras que los acompañaran, probablemente el chico habría tenido que dar marcha atrás abrumado por los recuerdos de otras situaciones que le traería la memoria y que no eran precisamente gratos, recuerdos de sus noches con Madame y de la amargura y la frustración que encerraban para él. Sin embargo el paso de los días había ido curando esa herida, y si bien era cierto que nunca podría cerrarse del todo sí había ahora una separación entre su época de criado en aquella casa y el Edouard de ahora. Estaba seguro de que cuando Dutuescu tuviera a bien entregarse al francés éste lo miraría a los ojos y no vería nada más en ellos que al hombre que tenía delante, sin pesadillas ni molestas memorias, tan solo ellos dos y lo que tenían. Negó con la cabeza a la pregunta de si quería más almendras.
- Espero que no le vayan a dar una indigestión al niño. - Reflexionó.
Se le veía divertido rememorando la estampa que hacía un crío tan pequeño con un paquete de frutos secos tan grande en comparación, así como la expresión golosa que había construido al saberse dueño de improvisto de aquel tesoro inesperado.
Se peinó cuando Anuar le preguntó por su cabello.
- De pequeño tenía unos rizos apretados que desafiaban la ley de la gravedad. - Le contó. - Pero luego se encrespó y ahora disfruto de la libertad de no tener que peinármelo.
Se le veía contento por la simpleza de poder llevar el pelo como mejor le placiera sin que nadie pudiera disponer de él a voluntad. Giró el rostro y sorprendió al rumano mirándolo a su vez de una manera que hizo que el corazón le latiera un poco más rápido y que casi tropezara con un canto del camino como si de una adolescente enamoradiza se tratara. Decidido a no parecer más un ingenuo inconsciente volvió a fijar los ojos en el frente.
El muchacho se preguntó si realmente su compañero querría seguir donde lo habían dejado cuando arribaran a su hogar o si por el contrario aduciría cualquier excusa para volver a dejar el encuentro sin concluir. El sirviente prácticamente temblaba de anhelo por recibir lo que se le había prometido, así que no quería ni pensar en lo que supondría no obtenerlo. No terminaba de comprender por qué Anuar lo había hecho sufrir de esa manera todo ese tiempo, y al pensar de ese modo se percató de que el otro había sido muy astuto al obrar de esa manera. Si hubiera cedido a sus primeros ruegos, cuando solo eran caricias curiosas sin palabras que los acompañaran, probablemente el chico habría tenido que dar marcha atrás abrumado por los recuerdos de otras situaciones que le traería la memoria y que no eran precisamente gratos, recuerdos de sus noches con Madame y de la amargura y la frustración que encerraban para él. Sin embargo el paso de los días había ido curando esa herida, y si bien era cierto que nunca podría cerrarse del todo sí había ahora una separación entre su época de criado en aquella casa y el Edouard de ahora. Estaba seguro de que cuando Dutuescu tuviera a bien entregarse al francés éste lo miraría a los ojos y no vería nada más en ellos que al hombre que tenía delante, sin pesadillas ni molestas memorias, tan solo ellos dos y lo que tenían. Negó con la cabeza a la pregunta de si quería más almendras.
- Espero que no le vayan a dar una indigestión al niño. - Reflexionó.
Se le veía divertido rememorando la estampa que hacía un crío tan pequeño con un paquete de frutos secos tan grande en comparación, así como la expresión golosa que había construido al saberse dueño de improvisto de aquel tesoro inesperado.
Se peinó cuando Anuar le preguntó por su cabello.
- De pequeño tenía unos rizos apretados que desafiaban la ley de la gravedad. - Le contó. - Pero luego se encrespó y ahora disfruto de la libertad de no tener que peinármelo.
Se le veía contento por la simpleza de poder llevar el pelo como mejor le placiera sin que nadie pudiera disponer de él a voluntad. Giró el rostro y sorprendió al rumano mirándolo a su vez de una manera que hizo que el corazón le latiera un poco más rápido y que casi tropezara con un canto del camino como si de una adolescente enamoradiza se tratara. Decidido a no parecer más un ingenuo inconsciente volvió a fijar los ojos en el frente.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Lo dudaba, la complexión casi redonda del vientre del padre le hacía creer que acomedido a ayudarle a su hijo a no dejar rastro del presente que había recibido terminaría devorando más de lo requerido. Anuar era un hombre observador casi por naturaleza, le gustaba captar aquellos detalles ajenos a los ojos de los demás aunque debía admitir el tamaño de su barriga resultaba ser más obvio que discreto. Se encogió de hombros al no encontrar la necesidad de tener que expresarle su pensar, si el niño o el padre se comían la mayor cantidad de frutos ya no era de su incumbencia. Edouard había hecho un gesto altruista y lo que pasase después con su obsequió no quedaba en sus manos, ahora tenía cosas más importantes en que pensar que intentar descifrar las porciones de comida de tres extraños.
Saco las manos de los bolsillos y extendió el brazo para sujetarlo cuando lo vio tropezar, sin embargo el francés recobro el equilibrio antes de que su mano se cerniera a el para evitarle una caída - ¿Estás bien? – apretó un poco más el paso y viro el rostro intentando encontrar la mirada del francés. No pasaba nada, había sido un pequeño tropiezo, algo que podría haberles pasado a cualquier de los dos pero su mirada esquiva le hacía creer que los pensamientos de Edouard se encaminaban en otra dirección. Sonrió de medio lado regresando la mirada al frente – Me agrada tu cabello – casi podría decir que le resultaba divertido explorarlo con los dedos, enroscándolos en cada tirabuzón abierto para sorprenderse de su elasticidad. Si siguiera siendo un niño crearía historias fantásticas en el, sus dedos serian temerosos cazadores que se arriesgaban a enfrentar los horrores de una selva virgen. Buscarían la fama, las riquezas y sobre todo las aventuras y libertad, sortearían feroces bestias y encontrarían especies que nadie había visto con anterioridad. Pero el rumano ya no era un infante y aquellos crespos cabellos eran solo el recinto de sus caricias.
- Me gustaría saber más de tu infancia- suponía que no habían sido los años gloriosos de los que todas las personas con suerte solían hablar. El mismo no miraba su pasado con aprecio pero tampoco podía pensar que había sido lo peor, Angeliqué había sido una buena compañera de juegos. Recordaba perseguirla entre los campos con el astro rey lamiéndole los rostros y el rubor dibujado en sus mejillas por el calor, al pequeño rumano le gustaba correr con la cintilla de Angeliqué entre sus dedos para ver como el aire la izaba y hacia mover como una serpiente. Introdujo nuevamente las manos en sus bolsillos con la promesa de que en los próximos días el clima sería peor, la mano izquierda se le entumecía durante el invierno, esperaba que los temblores no regresaran con el frio parisino.
En realidad lo que anhelaba en aquellos instantes era llegar al piso y a la discreción de las paredes que contenían su casa. Edouard no comprendía hasta que punto lo ansiaba, con la malsana necesidad de un amante.
Saco las manos de los bolsillos y extendió el brazo para sujetarlo cuando lo vio tropezar, sin embargo el francés recobro el equilibrio antes de que su mano se cerniera a el para evitarle una caída - ¿Estás bien? – apretó un poco más el paso y viro el rostro intentando encontrar la mirada del francés. No pasaba nada, había sido un pequeño tropiezo, algo que podría haberles pasado a cualquier de los dos pero su mirada esquiva le hacía creer que los pensamientos de Edouard se encaminaban en otra dirección. Sonrió de medio lado regresando la mirada al frente – Me agrada tu cabello – casi podría decir que le resultaba divertido explorarlo con los dedos, enroscándolos en cada tirabuzón abierto para sorprenderse de su elasticidad. Si siguiera siendo un niño crearía historias fantásticas en el, sus dedos serian temerosos cazadores que se arriesgaban a enfrentar los horrores de una selva virgen. Buscarían la fama, las riquezas y sobre todo las aventuras y libertad, sortearían feroces bestias y encontrarían especies que nadie había visto con anterioridad. Pero el rumano ya no era un infante y aquellos crespos cabellos eran solo el recinto de sus caricias.
- Me gustaría saber más de tu infancia- suponía que no habían sido los años gloriosos de los que todas las personas con suerte solían hablar. El mismo no miraba su pasado con aprecio pero tampoco podía pensar que había sido lo peor, Angeliqué había sido una buena compañera de juegos. Recordaba perseguirla entre los campos con el astro rey lamiéndole los rostros y el rubor dibujado en sus mejillas por el calor, al pequeño rumano le gustaba correr con la cintilla de Angeliqué entre sus dedos para ver como el aire la izaba y hacia mover como una serpiente. Introdujo nuevamente las manos en sus bolsillos con la promesa de que en los próximos días el clima sería peor, la mano izquierda se le entumecía durante el invierno, esperaba que los temblores no regresaran con el frio parisino.
En realidad lo que anhelaba en aquellos instantes era llegar al piso y a la discreción de las paredes que contenían su casa. Edouard no comprendía hasta que punto lo ansiaba, con la malsana necesidad de un amante.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
No podía creer que se hubiera tropezado por andar perdido en los ojos de su compañero. ¿Era así como se sabía si una persona estaba hecha para ti? Edouard había pasado de no tener un lugar en el mundo al que poder llamar hogar a tener varios, el más obvio de los cuales era la casa del rumano aunque también estaban sus brazos, sus besos y su rostro. Madre siempre le decía que el hogar está donde dejas tu corazón, y ahora que el muchacho sabía que era cierto no pudo evitar sentirse un poco culpable por habérselo discutido con tanto ahínco a la vieja nodriza. Seguramente Betrice habría querido que Edouard hubiese llegado a sentirse como en casa allí con ella, en la mansión de Madame, y él con su continua rebeldía y su semblante hosco no hacía sino confirmarle que su afecto no era suficiente para compensarle por las penurias que le ocasionaba su patrona. Se llevó los ojos al dedo anular de la mano izquierda buscando la sortija que le había dejado madre en herencia pero no estaba allí, la había empeñado hacía cosa de un mes, así que tuvo que contentarse con pedirle perdón mentalmente y confiar en que su pensamiento le llegara estuviera donde estuviera.
Asintió ante la pregunta de Dutuescu, estaba perfectamente, y luego sonrió por el cumplido. El pintor siempre decía lo mismo sobre su pelo y Carrouges no le veía nada de especial, pero le hacía feliz saber que el otro se fijaba en pequeños detalles de su persona al igual que él lo hacía a la inversa. Eso significaba que, de igual forma que el rumano era importante para el francés, al revés ocurría otro tanto. Contribuía a aliviar en parte la sensación que tenía siempre el chico de que igual su compañero se sentiría mejor si tuviera a su lado a Soren y no a él. ¿Cómo no iba a pensarlo? El vampiro había sido su gran amor, aunque el criado se contentaba con formar parte de lo que tenían sin aspirar a acaparar el cien por ciento del afecto de su amado. Amado. Seguía siendo una palabra que le sonaba extraña y ajena pero que sorprendentemente lo reconfortaba.
- Mi madre era una ramera y mi padre no lo sé, me dejaron de bebé en la puerta de un hospicio de monjas y a partir de ahí todo es bastante aburrido.
Sonrió con un gesto algo nostálgico que venía a contradecir su afirmación de que no había nada remarcable en su pasado y por un instante dejó que su mente viajara a aquellos tiempos en los que apenas levantaba un palmo del suelo.
- Mi mejor amigo se llamaba Guillaume y juntos nos metíamos en la cocina a buscar los manjares que nos imaginábamos que tenían las hermanas y que no querían compartir con nosotros, pero esas pobres mujeres comían el mismo pan duro que los huérfanos. Siempre salíamos de allí con las manos vacías y con unos escobazos bien dados en el trasero que tampoco nos corregían el carácter curioso demasiado tiempo. Una vez saltamos el murete del jardín de una casa de ricos y les robamos unos melocotones de un árbol. ¡Y una vez...! - Se detuvo al darse cuenta de que se estaba explayando demasiado y sonrió. - Mira lo que has desatado.
FdR. Bonito pack, lo has dejado muy guapo (:
Asintió ante la pregunta de Dutuescu, estaba perfectamente, y luego sonrió por el cumplido. El pintor siempre decía lo mismo sobre su pelo y Carrouges no le veía nada de especial, pero le hacía feliz saber que el otro se fijaba en pequeños detalles de su persona al igual que él lo hacía a la inversa. Eso significaba que, de igual forma que el rumano era importante para el francés, al revés ocurría otro tanto. Contribuía a aliviar en parte la sensación que tenía siempre el chico de que igual su compañero se sentiría mejor si tuviera a su lado a Soren y no a él. ¿Cómo no iba a pensarlo? El vampiro había sido su gran amor, aunque el criado se contentaba con formar parte de lo que tenían sin aspirar a acaparar el cien por ciento del afecto de su amado. Amado. Seguía siendo una palabra que le sonaba extraña y ajena pero que sorprendentemente lo reconfortaba.
- Mi madre era una ramera y mi padre no lo sé, me dejaron de bebé en la puerta de un hospicio de monjas y a partir de ahí todo es bastante aburrido.
Sonrió con un gesto algo nostálgico que venía a contradecir su afirmación de que no había nada remarcable en su pasado y por un instante dejó que su mente viajara a aquellos tiempos en los que apenas levantaba un palmo del suelo.
- Mi mejor amigo se llamaba Guillaume y juntos nos metíamos en la cocina a buscar los manjares que nos imaginábamos que tenían las hermanas y que no querían compartir con nosotros, pero esas pobres mujeres comían el mismo pan duro que los huérfanos. Siempre salíamos de allí con las manos vacías y con unos escobazos bien dados en el trasero que tampoco nos corregían el carácter curioso demasiado tiempo. Una vez saltamos el murete del jardín de una casa de ricos y les robamos unos melocotones de un árbol. ¡Y una vez...! - Se detuvo al darse cuenta de que se estaba explayando demasiado y sonrió. - Mira lo que has desatado.
FdR. Bonito pack, lo has dejado muy guapo (:
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
No le costó ningún esfuerzo dibujar con pinceladas que dictaminaban las palabras del francés el recuadró en sus pensamientos, la madre de Edouard se le antojo como una mujer esbelta y de una altura promedio, seguramente de ella había heredado aquella revuelta melena. Lucia como una mujer sin ambición, con el dañado cabello cayendo rebeldemente sobre sus senos y los labios apretados contendiendo la aflicción. Su padre, era un hombre tanto más alto y tosco que su progenitora, con los orbes sumergidos en el desprecio y la avaricia, un gallardo opresor. Por lo menos, era así como los llegaba a imaginar.
Y entonces tenía frente a él al producto de aquel encuentro fortuito, un resultado desviado de su origen, como si haber crecido en su ausencia lo hubiese salvado de su trágico destino. Era divertido imaginarse aquellos otros mundos en los que las cosas eran diferentes. Si Edouard hubiese crecido en el seno materno quizás habría terminado ejerciendo la misma vocación que su madre ¿Lo habría entonces encontrado en el burdel en una de sus tantas búsquedas de su hermana? ¿Se habría tomado el tiempo de enamorarse? A lo mejor el saber que centenares de hombres antes que el habían recorrido cada parte de su cuerpo le haría mantenerse retraído, tímido ante la experiencia del menor. Podría entonces haberle prometido una vida mejor a su lado, lejos de la necesidad de vender su cuerpo al mejor postor, lejos de la farsa de la lasciva y el dinero. Meneo la cabeza, era divertido imaginar aquellas realidades pero debía asegurarse de mantener los pies sobre la que le había tocado vivir.
Sonrió ampliamente al escuchar sus anécdotas, desde corta edad le había sido inevitable formular una serie de imágenes basadas en lo que llegaba a escuchar. Un conjunto de dibujos que conformaban el relato que pintaba con palabras el francés - ¿Vas a dejarme a medias? – si Carrouges le conocía aunque fuese un palmo sabría que después de formular una pregunta o comenzar a recibir una respuesta que le fuese interesante no había manera alguna de hacerle olvidar. No permitiría que el francés simplemente cesase su relato y si en antaño habia retraído aquellos matices curiosos para evitar problemas con el menor no estaba dispuesto ahora a dejar de conocer los momentos alegres de su infancia. Le gustaba como sonaba su voz ante el recuerdo de sus aventuras.
- Tan interesante que se estaba poniendo – frunció el ceño en un gesto tan serio que era difícil adivinar si se trataba de un puchero infantil o un enojo sincero. A lo lejos, el sonido de una carreta extraviada resonó en las poco transitadas calles de París. Le agradaba el francés así, feliz y platicador, con una sonrisa fácil y una risa divertida que no escuchaba con la frecuencia que llegaba a desear. Comprendía, sin embargo, que habían hecho un adelanto colosal desde el primer día que Edouard había dormido en su piso – Si no terminas de contarme voy a pasarme la noche entera atosigándote con toda clase de preguntas – y vaya que si el rumano era una experto a la hora de cuestionar.
Y entonces tenía frente a él al producto de aquel encuentro fortuito, un resultado desviado de su origen, como si haber crecido en su ausencia lo hubiese salvado de su trágico destino. Era divertido imaginarse aquellos otros mundos en los que las cosas eran diferentes. Si Edouard hubiese crecido en el seno materno quizás habría terminado ejerciendo la misma vocación que su madre ¿Lo habría entonces encontrado en el burdel en una de sus tantas búsquedas de su hermana? ¿Se habría tomado el tiempo de enamorarse? A lo mejor el saber que centenares de hombres antes que el habían recorrido cada parte de su cuerpo le haría mantenerse retraído, tímido ante la experiencia del menor. Podría entonces haberle prometido una vida mejor a su lado, lejos de la necesidad de vender su cuerpo al mejor postor, lejos de la farsa de la lasciva y el dinero. Meneo la cabeza, era divertido imaginar aquellas realidades pero debía asegurarse de mantener los pies sobre la que le había tocado vivir.
Sonrió ampliamente al escuchar sus anécdotas, desde corta edad le había sido inevitable formular una serie de imágenes basadas en lo que llegaba a escuchar. Un conjunto de dibujos que conformaban el relato que pintaba con palabras el francés - ¿Vas a dejarme a medias? – si Carrouges le conocía aunque fuese un palmo sabría que después de formular una pregunta o comenzar a recibir una respuesta que le fuese interesante no había manera alguna de hacerle olvidar. No permitiría que el francés simplemente cesase su relato y si en antaño habia retraído aquellos matices curiosos para evitar problemas con el menor no estaba dispuesto ahora a dejar de conocer los momentos alegres de su infancia. Le gustaba como sonaba su voz ante el recuerdo de sus aventuras.
- Tan interesante que se estaba poniendo – frunció el ceño en un gesto tan serio que era difícil adivinar si se trataba de un puchero infantil o un enojo sincero. A lo lejos, el sonido de una carreta extraviada resonó en las poco transitadas calles de París. Le agradaba el francés así, feliz y platicador, con una sonrisa fácil y una risa divertida que no escuchaba con la frecuencia que llegaba a desear. Comprendía, sin embargo, que habían hecho un adelanto colosal desde el primer día que Edouard había dormido en su piso – Si no terminas de contarme voy a pasarme la noche entera atosigándote con toda clase de preguntas – y vaya que si el rumano era una experto a la hora de cuestionar.
FDR: Gracias =)
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Le gustaba que Anuar quisiera saber de su vida anterior y eso fue una sorpresa mayúscula. Edouard siempre había sido un gato dispuesto a erizar el lomo y sacar las garras cuando alguien intentaba inmiscuirse en sus recuerdos y sus pensamientos. Que alguien intentara conocerlo e intimar con él era percibido por el francés con la misma violencia que si le amenazaran directamente con la muerte, y esa era una de las mayores causas de su retracción habitual. Sin embargo ahora se descubría buceando en sus memorias para poder satisfacer la curiosidad del rumano, porque sentía que de algún modo su existencia cobraba más sentido si podía describirla con palabras. Había olvidado que había sido algo antes de la mascota de Madame, pero allí entre las flores y los árboles cuajados de promesas el pintor consiguió desgranarle unos cuantos de los secretos que guardaba tan celosamente como una mujer adinerada guarda sus joyas.
- Una vez... - Continuó. - ... quisimos escaparnos e ir a ver mundo. Éramos dos críos pero pensábamos que podríamos hacer fortuna como los hombres crecidos, así que burlamos a las monjas y llegamos hasta la estación de ferrocarriles. No sé cómo lo hicimos, teníamos solo siete años, pero saltamos dentro de uno de los vagones y pasamos un par de horas entre cajas de verduras. - Lo recordaba con bastante nitidez para haber sido hacía tanto tiempo. - Al saltar del tren en marcha Guillaume se torció el tobillo y así tuvo que terminar nuestra aventura. Llamamos a la puerta de una granja y el propietario nos llevó de vuelta al orfanato con su carreta y habló con las hermanas. Como Guillaume tenía que guardar reposo tuve que hacer yo toda la penitencia y pasé meses limpiando las ventanas.
Había sido una época en la que pese a todo había conocido la dicha de ser un niño. Los hijos de las familias más apuradas tenían que ganarse el sustento trabajando desde muy corta edad, y en ese aspecto Edouard había sido un privilegiado porque había jugado y soñado hasta hartarse.
Se guardó las manos en los bolsillos y miró un momento hacia sus pies. Cuando alzó el rostro de nuevo lucía una sonrisa que no se parecía en nada a ninguna que le hubiera dedicado antes a Anuar. Era un gesto nuevo cargado de travesura y anticipación, como si estuviera a punto de confesarle que podían entrar en una panadería cerrada y robar todas las tartas y dulces que encontrasen dentro.
- No. Vas a pasarte la noche haciendo algo mucho más interesante que preguntar. - Dejó caer. - Te lo garantizo.
Igual no debería hacer promesas en vano puesto que, técnicamente hablando, no sabía nada sobre lo que se proponía hacer con otro hombre y por tanto a lo mejor todo acababa en un desastre ridículo, pero algo le decía que no podía ser tan complicado cuando ambas partes ponían voluntad. Y Edouard tenía tanta voluntad que solo de pensarlo se le teñían las mejillas.
- Una vez... - Continuó. - ... quisimos escaparnos e ir a ver mundo. Éramos dos críos pero pensábamos que podríamos hacer fortuna como los hombres crecidos, así que burlamos a las monjas y llegamos hasta la estación de ferrocarriles. No sé cómo lo hicimos, teníamos solo siete años, pero saltamos dentro de uno de los vagones y pasamos un par de horas entre cajas de verduras. - Lo recordaba con bastante nitidez para haber sido hacía tanto tiempo. - Al saltar del tren en marcha Guillaume se torció el tobillo y así tuvo que terminar nuestra aventura. Llamamos a la puerta de una granja y el propietario nos llevó de vuelta al orfanato con su carreta y habló con las hermanas. Como Guillaume tenía que guardar reposo tuve que hacer yo toda la penitencia y pasé meses limpiando las ventanas.
Había sido una época en la que pese a todo había conocido la dicha de ser un niño. Los hijos de las familias más apuradas tenían que ganarse el sustento trabajando desde muy corta edad, y en ese aspecto Edouard había sido un privilegiado porque había jugado y soñado hasta hartarse.
Se guardó las manos en los bolsillos y miró un momento hacia sus pies. Cuando alzó el rostro de nuevo lucía una sonrisa que no se parecía en nada a ninguna que le hubiera dedicado antes a Anuar. Era un gesto nuevo cargado de travesura y anticipación, como si estuviera a punto de confesarle que podían entrar en una panadería cerrada y robar todas las tartas y dulces que encontrasen dentro.
- No. Vas a pasarte la noche haciendo algo mucho más interesante que preguntar. - Dejó caer. - Te lo garantizo.
Igual no debería hacer promesas en vano puesto que, técnicamente hablando, no sabía nada sobre lo que se proponía hacer con otro hombre y por tanto a lo mejor todo acababa en un desastre ridículo, pero algo le decía que no podía ser tan complicado cuando ambas partes ponían voluntad. Y Edouard tenía tanta voluntad que solo de pensarlo se le teñían las mejillas.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Le resultaba gratificante imaginarse a un Edouard menor con una sonrisa dibujada en su rostro. Erradamente podría haber creído, por el carácter mustio con que se mostro en su primer encuentro, que su infancia había sido triste y deplorable. Ahora, con sus anécdotas recreándose aquí y allá no quedaba cabida para la duda, su infancia había sido lo que su adolescencia no fue. Y quizás eran aquellas rotundas diferencias las que le habían orillado a su usual carácter, a veces se preguntaba que habría sido de aquel joven si la anciana Beatriz no lo hubiese acogido. Edouard no hablaba mucho de ella y el nunca la había llegado a conocer pero adivinaba, por su recaída tras su muerte y su mirada melancólica cuando parecía recordarla, el cariño que había sentido por aquella mujer. Lamentaba que hubiese sido su muerte el detonador para poder tener a su lado.
- Supongo que valió la pena - los niños eran tan volátiles y espontáneos que seguramente mientras lavaba distraídamente los vidrios comenzaba a maquilar la siguiente aventura. Si algo admiraba el rumano de los infantes era su capacidad de extraerse a ellos mismo de la realidad, convirtiendo arboles en gigantes monstruosos y riachuelos en ríos de fuego. En qué momento las personas decidían dejar de lado aquella maravilla era una cuestión sin respuesta. Sin embargo, debía admitir que en el había conseguido soñar más y vivir más ahora que no se encontraba bajo el yugo de su padre y la mirada distante de su madre. Se aberraba al saber que era sin Angeliqué que había comprendido lo que era ser feliz.
Las palabras de Carrouges y su sonrisa picaresca colorearon sus mejillas como el arrebol, Anuar parecía más bien un sacristán al hablar de aquellos temas y era aquella extraña e incoherente timidez el producto de haberse vetado tantos años de la materia. Porque de sus labios no emergían con facilidad frases sinuosas destinadas a despertar su libido. Termino sonriendo torpemente con las ígneas mejillas resguardadas con la nula luz lunar, era más fácil hacer las cosas que decirlas a viva voz. Porque mentir seria decir que no había ideado aquel encuentro tantas noches entre sueños, más aun no estaba dispuesto a confesarle lo que su mente había ideado – Cuan seguro estas – observo por el rabillo del ojo para seguidamente acercar sus labios al oído del menor – Pero eso es algo que prefiero ver – acaricio su piel con cada palabra.
La distancia que debieron recorrer entre el jardín y su piso se le antojo eterna conforme la ansiedad crecía gradualmente en su interior. Si tan solo pudiese sujetar su mano y estrechar su cuerpo sin temor de ser observado, pero la moral humana había evolucionado y no era ya normal como en tiempo de Euripides. Y si en algún futuro lejano pudiesen haber sido libres de profesar su dilección envidiaba ya aquella era. Y entones de detuvo frente a ellos, o ellos frente a el, el edificio que prometía la resolución.
- Supongo que valió la pena - los niños eran tan volátiles y espontáneos que seguramente mientras lavaba distraídamente los vidrios comenzaba a maquilar la siguiente aventura. Si algo admiraba el rumano de los infantes era su capacidad de extraerse a ellos mismo de la realidad, convirtiendo arboles en gigantes monstruosos y riachuelos en ríos de fuego. En qué momento las personas decidían dejar de lado aquella maravilla era una cuestión sin respuesta. Sin embargo, debía admitir que en el había conseguido soñar más y vivir más ahora que no se encontraba bajo el yugo de su padre y la mirada distante de su madre. Se aberraba al saber que era sin Angeliqué que había comprendido lo que era ser feliz.
Las palabras de Carrouges y su sonrisa picaresca colorearon sus mejillas como el arrebol, Anuar parecía más bien un sacristán al hablar de aquellos temas y era aquella extraña e incoherente timidez el producto de haberse vetado tantos años de la materia. Porque de sus labios no emergían con facilidad frases sinuosas destinadas a despertar su libido. Termino sonriendo torpemente con las ígneas mejillas resguardadas con la nula luz lunar, era más fácil hacer las cosas que decirlas a viva voz. Porque mentir seria decir que no había ideado aquel encuentro tantas noches entre sueños, más aun no estaba dispuesto a confesarle lo que su mente había ideado – Cuan seguro estas – observo por el rabillo del ojo para seguidamente acercar sus labios al oído del menor – Pero eso es algo que prefiero ver – acaricio su piel con cada palabra.
La distancia que debieron recorrer entre el jardín y su piso se le antojo eterna conforme la ansiedad crecía gradualmente en su interior. Si tan solo pudiese sujetar su mano y estrechar su cuerpo sin temor de ser observado, pero la moral humana había evolucionado y no era ya normal como en tiempo de Euripides. Y si en algún futuro lejano pudiesen haber sido libres de profesar su dilección envidiaba ya aquella era. Y entones de detuvo frente a ellos, o ellos frente a el, el edificio que prometía la resolución.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Sí, naturalmente que había valido la pena, durante esa etapa de su vida Edouard había sido feliz urdiendo planes absurdos y pagando las consecuencias, que aunque pesadas siempre eran inocentes. Luego cuando creció empezó a darse cuenta de que su vida se había convertido en un castigo perpetuo, uno mucho más duro que los anteriores y que por el contrario no merecía en absoluto. Pero no quería hablarle de eso a Anuar porque por una vez había logrado rememorar un recuerdo agradable que compartir con él y le daba la sensación de que eso estrechaba sus lazos. Le gustaba que el rumano pudiera vislumbrar atisbos de lo que había sido su día a día antes de conocerlo, así tenía la fantasía de que compartían más cosas y de que Dutuescu no acabaría cansado de tener a su lado a alguien que siempre estaba taciturno y sumido en nebulosas pesimistas de pensamiento.
La piel de la nuca se le erizó con el contacto del aliento de su compañero y el muchacho se preguntó cómo sería sentir el roce de sus manos y sus labios por todo el cuerpo. La experiencia que había pasado con Madame le había despojado del pudor que la gente normalmente sentía cuando se desnudaba delante de otros. Para Edouard la desnudez no revestía ninguna connotación especial ya que sentía su cuerpo casi como una mercadería más que había tenido que estar a disposición de una mujer a la que ni siquiera podía decir que apreciara mínimamente. Sin embargo pensar en que pronto estaría con Anuar y en que a lo mejor no sabía comportarse de la manera que el otro esperaba le hacía sentir inquieto. ¿Y si al pintor no le gustaba su manera de actuar en la intimidad? ¿Y si lo encontraba demasiado retraído o demasiado avasallador? Igual ya lo había asustado con su frase de antes, demasiado directa para los impresionables. En eso estaba pensando cuando llegaron frente a la casa y el francés pensó que nunca nadie había tardado tanto en abrir una cerradura. Le faltó tiempo para escurrirse en el interior de la vivienda y cerrar la puerta tras ellos, dándose luego la vuelta y percatándose de que... extrañamente se sentía demasiado tímido como para tomar la iniciativa de algo que deseaba tanto que le ardía todo el cuerpo. ¿Y si Anuar creía que ya no tenía ganas de estar con él y dejaba pasar el momento?
La piel de la nuca se le erizó con el contacto del aliento de su compañero y el muchacho se preguntó cómo sería sentir el roce de sus manos y sus labios por todo el cuerpo. La experiencia que había pasado con Madame le había despojado del pudor que la gente normalmente sentía cuando se desnudaba delante de otros. Para Edouard la desnudez no revestía ninguna connotación especial ya que sentía su cuerpo casi como una mercadería más que había tenido que estar a disposición de una mujer a la que ni siquiera podía decir que apreciara mínimamente. Sin embargo pensar en que pronto estaría con Anuar y en que a lo mejor no sabía comportarse de la manera que el otro esperaba le hacía sentir inquieto. ¿Y si al pintor no le gustaba su manera de actuar en la intimidad? ¿Y si lo encontraba demasiado retraído o demasiado avasallador? Igual ya lo había asustado con su frase de antes, demasiado directa para los impresionables. En eso estaba pensando cuando llegaron frente a la casa y el francés pensó que nunca nadie había tardado tanto en abrir una cerradura. Le faltó tiempo para escurrirse en el interior de la vivienda y cerrar la puerta tras ellos, dándose luego la vuelta y percatándose de que... extrañamente se sentía demasiado tímido como para tomar la iniciativa de algo que deseaba tanto que le ardía todo el cuerpo. ¿Y si Anuar creía que ya no tenía ganas de estar con él y dejaba pasar el momento?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
El recorrido por el edificio hacia el último piso lo realizaron en un silencioso andar que denotaba, sin desearlo, los mil cuestionamientos que albergaban en sus adentros. Más concentrados estaban en escuchar sus propios pensamientos que guardar la debida y celosa atención en el otro. Sus manos ansiosas se aferraban a la tela de los bolsillos del gabán como último intento de mantenerse ocupado. El rumano fue consciente de aquella necedad, la de ignorarse, cuando la llave produjo aquel chasquido metálico y el eco distorsionado le hizo comprender. No ansiaba escuchar el cantico del pestillo y la llave ni el compas en su andar, quería escuchar la voz del francés susurrándole al oído, que fuese el tamboriteo de su pecho el que inundase la habitación. Quería que fuesen sus manos sobre su piel y sus labios entre los suyos.
Entro en la estancia antes que Edouard y por ello, fue la espalda del menor la que termino contra la madera y de frente a la galería. En cuestión de segundos todos los impulsos que había sentido en su estadía en los jardines y durante su trayecto a aquel recinto se aglutinaron en el borde mismo del pensamiento a la acción. Y mientras intentaba jerarquizar y ordenar aquel tumulto de deseos y pensamientos sus piernas tomaron la iniciativa. Avanzo los pasos necesarios para romper aquel abismo que el silencio había creado - ¿Qué me habías garantizado? – la comisura de los labios se le crisparon en una sonrisa socarrona, proveniente de un humor sarcástico que poco o nada se dejaba entrever. En realidad solo buscaba la manera de llevar la escena de un punto a otro sin parecer demasiado violento, aunque si bien su actuar llevaba implícito cierto cuidado y dulzura que aun en aquellos instantes le era imposible erradicar.
Estrecho su abdomen contra el torso de Carrouges sin ejercer demasiada presión, la que le permitía sentir su respiración, su pecho estrechándose contra el propio cuando sus pulmones se inundaban del aire de la habitación. Entreabrió los labios ubicándolos frente a los del francés, haciendo el amago de besarlo sin llegarlo a hacer, la galería, el sofá, no parecían el lugar adecuado. Sus manos, sin embargo, decidieron lo contrario. Se encontró a si mismo recorriéndole la espalda como lo había hecho con anterioridad pero esta vez su tacto no busco su piel, se limito con definir su silueta – Es mejor idea la habitación – no solo por la comodidad y propiedad que guardaba la cama que conocía ya el cuerpo de ambos sino además, por la doble puerta que mantendría mejor encerrada la sinfonía que tendría lugar. Sus mejillas se ruborizaron al cuestionarse como debían sonar los intentos del menor de contener el placer.
Sus manos bajaron por su espalda hasta sus glúteos y más abajo aun, le sujeto por la parte exterior de las piernas para alzar sus piernas hasta su cintura teniendo como soporte temporal la puerta. Comenzó a avanzar tentativamente por la estancia con los brazos haciendo las veces de estribo, le agradaba aquella reciente proximidad que había conseguido improvisar. Pedirle que se dirigiera a la habitación e ir detrás de el le parecía el reflejo de su trayecto por la escalinata, y no pretendía permitirle alejarse nuevamente.
Entro en la estancia antes que Edouard y por ello, fue la espalda del menor la que termino contra la madera y de frente a la galería. En cuestión de segundos todos los impulsos que había sentido en su estadía en los jardines y durante su trayecto a aquel recinto se aglutinaron en el borde mismo del pensamiento a la acción. Y mientras intentaba jerarquizar y ordenar aquel tumulto de deseos y pensamientos sus piernas tomaron la iniciativa. Avanzo los pasos necesarios para romper aquel abismo que el silencio había creado - ¿Qué me habías garantizado? – la comisura de los labios se le crisparon en una sonrisa socarrona, proveniente de un humor sarcástico que poco o nada se dejaba entrever. En realidad solo buscaba la manera de llevar la escena de un punto a otro sin parecer demasiado violento, aunque si bien su actuar llevaba implícito cierto cuidado y dulzura que aun en aquellos instantes le era imposible erradicar.
Estrecho su abdomen contra el torso de Carrouges sin ejercer demasiada presión, la que le permitía sentir su respiración, su pecho estrechándose contra el propio cuando sus pulmones se inundaban del aire de la habitación. Entreabrió los labios ubicándolos frente a los del francés, haciendo el amago de besarlo sin llegarlo a hacer, la galería, el sofá, no parecían el lugar adecuado. Sus manos, sin embargo, decidieron lo contrario. Se encontró a si mismo recorriéndole la espalda como lo había hecho con anterioridad pero esta vez su tacto no busco su piel, se limito con definir su silueta – Es mejor idea la habitación – no solo por la comodidad y propiedad que guardaba la cama que conocía ya el cuerpo de ambos sino además, por la doble puerta que mantendría mejor encerrada la sinfonía que tendría lugar. Sus mejillas se ruborizaron al cuestionarse como debían sonar los intentos del menor de contener el placer.
Sus manos bajaron por su espalda hasta sus glúteos y más abajo aun, le sujeto por la parte exterior de las piernas para alzar sus piernas hasta su cintura teniendo como soporte temporal la puerta. Comenzó a avanzar tentativamente por la estancia con los brazos haciendo las veces de estribo, le agradaba aquella reciente proximidad que había conseguido improvisar. Pedirle que se dirigiera a la habitación e ir detrás de el le parecía el reflejo de su trayecto por la escalinata, y no pretendía permitirle alejarse nuevamente.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Como siempre Anuar necesitó una sola mirada para entender, así que los miedos de Edouard de que el mayor pensara que su ánimo se había enfriado con el paseo de vuelta resultaron infundados y pronto lo demostró. En otro tiempo se habría revuelto con uñas y dientes si alguien lo hubiera aprisionado así contra la pared, pero ahora le pareció fantástico no tener que tomar la iniciativa de un juego del que no sabía a ciencia cierta cuáles eran las normas. Ni siquiera sabía si existía un reglamento al que debiera atenerse o no. Abrió los labios preparado para recibir la cercanía del pelirrojo pero éste se detuvo a medio camino dejándole con la promesa de un beso que se desvaneció en el aire. Su sonrisa socarrona, lejos de alarmarle, le aguijoneó algo en el interior que lo impulso a colocar las manos detrás de la nuca del rumano y luego deslizarlas a sus hombros. Él hacía que se sintiera importante de una manera que nunca había experimentado con anterioridad, deseado y único, y solo tragó saliva como dando su consentimiento cuando Dutuescu propuso que fueran al dormitorio.
El mayor lo aupó como si no le costara trabajo y al ver sus mejillas arreboladas el francés comprendió que también él tenía el rostro encendido. La franja de su espalda por donde habían pasado las manos del artista le cosquilleaban y habría jurado que le temblaban un poco los dedos. Había rodeado su cuello con los brazos en un lazo firme sin llegar a ser opresivo, y mientras recorría junto a Anuar la vivienda encontró reposo para sus labios sedientos en la delicada piel del cuello del contrario, en ese punto que sabía que le resultaba tan difícil de resistir. Allí aspiró también su aroma y cerró los ojos.
- Te quiero. - Le repitió, como antes en el parque. Se sentía como un niño que acababa de aprender una palabra nueva en la escuela y quería gozar de darle uso. - Te quiero, te quiero, te quiero.
Enredó una mano en el cabello lacio y rojizo del rumano y lo mesó mientras le recorría con la boca todo el perfil de la garganta. Quería quitarle la ropa y tocarle la piel. ¿En qué momento se había convertido en esa persona que hacía arrumacos y decía frases lindas de folletín de ópera?
El mayor lo aupó como si no le costara trabajo y al ver sus mejillas arreboladas el francés comprendió que también él tenía el rostro encendido. La franja de su espalda por donde habían pasado las manos del artista le cosquilleaban y habría jurado que le temblaban un poco los dedos. Había rodeado su cuello con los brazos en un lazo firme sin llegar a ser opresivo, y mientras recorría junto a Anuar la vivienda encontró reposo para sus labios sedientos en la delicada piel del cuello del contrario, en ese punto que sabía que le resultaba tan difícil de resistir. Allí aspiró también su aroma y cerró los ojos.
- Te quiero. - Le repitió, como antes en el parque. Se sentía como un niño que acababa de aprender una palabra nueva en la escuela y quería gozar de darle uso. - Te quiero, te quiero, te quiero.
Enredó una mano en el cabello lacio y rojizo del rumano y lo mesó mientras le recorría con la boca todo el perfil de la garganta. Quería quitarle la ropa y tocarle la piel. ¿En qué momento se había convertido en esa persona que hacía arrumacos y decía frases lindas de folletín de ópera?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
- Mensajes : 237
Fecha de inscripción : 23/11/2012
Localización : La mansión Destutt de Tracy
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