AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
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Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Recuerdo del primer mensaje :
Sublime, aquella palabra revoloteaba violentamente entre sus pensamientos conforme el perfume de las flores se mezclaba con el aire en derredor, se colaba suavemente a través de sus sentidos para deleitarlo. Cuan bellos y gráciles eran aquellos botones abiertos que comenzaban ahora a desfallecer pétalo por pétalo sobre el empedrado, la masacre había ocurrido ya y la mayoría de las florecillas habían dejado solo su tallo para recordar su existencia. Y con cuanta firmeza se sujetaban a la vida, dejando tras su partida el destile de sus entrañas. Observo con recelo a la única que se alzaba, gloriosa, intacta frente a él –Vaya suerte la tuya- un susurro, una frase lanzada con tersa malicia.
Habría aguardado sentado en una banca como la gente normal si no se hubiese sentido extrañamente molestado por aquel estático ser que sin hablar emanaba las ofensas mejor desenvainadas. Podría haber jurado que había algo satánico en aquella flor que le incitaba a perder la vida observándola, algo tan normal que había captado su atención. Deseo, por un segundo que le pareció ridículo a continuación, poder preguntarle de su soledad, de su efímera vida y la muerte inminente que azotaba furiosamente su sensibilidad. Podía perecer ahí mismo, frente a él, romperse por alguna fuerte ventisca, cercarse por el insensible sol, podría arrancarla así sin más –Que mala suerte la tuya- susurro, una frase lanzada con tierno lamento.
Guardo las manos en los bolsillos del gabán que llevaba recubriendo y resguardando su cuerpo del halito otoñal que arrastraba consigo los inicios del invierno, uno que prometía ser mucho peor, el rumano no recordaba haber sentido nunca antes aquella pesadez adhiriéndosele a la medula. Y la única lógica que encontraba a aquella sensación era el invierno que se aproximaba con rapidez. Sin más, aquella flor encontró un nombre en sus pensamientos, un rostro familiar que se adhirió a sus semejanzas para negarse a remitir en su olvido. Acaricio el lienzo blanco que mantenía en censura la herida en la palma de su mano, un corte meramente superficial que lucía grotesco a la mirada curiosa. Bufo, quizás, la flor lo observaba también a el quizás, se lamentaba también por él.
Encogió el cuello entre los hombros conforme la caída del astro rey matizaba con arrebol la piel del estático ser, ensuciaba su tallo con densas manchas de carmín que se camuflajeaba con la luz el atardecer. Perecía frente a él sin morir. Frunció el ceño, ofuscado, como un infante confundido, anonadado. Curioso de saber lo que nadie puede explicar, anhelando comprender lo que todos quieren saber.
Habría aguardado sentado en una banca como la gente normal si no se hubiese sentido extrañamente molestado por aquel estático ser que sin hablar emanaba las ofensas mejor desenvainadas. Podría haber jurado que había algo satánico en aquella flor que le incitaba a perder la vida observándola, algo tan normal que había captado su atención. Deseo, por un segundo que le pareció ridículo a continuación, poder preguntarle de su soledad, de su efímera vida y la muerte inminente que azotaba furiosamente su sensibilidad. Podía perecer ahí mismo, frente a él, romperse por alguna fuerte ventisca, cercarse por el insensible sol, podría arrancarla así sin más –Que mala suerte la tuya- susurro, una frase lanzada con tierno lamento.
Guardo las manos en los bolsillos del gabán que llevaba recubriendo y resguardando su cuerpo del halito otoñal que arrastraba consigo los inicios del invierno, uno que prometía ser mucho peor, el rumano no recordaba haber sentido nunca antes aquella pesadez adhiriéndosele a la medula. Y la única lógica que encontraba a aquella sensación era el invierno que se aproximaba con rapidez. Sin más, aquella flor encontró un nombre en sus pensamientos, un rostro familiar que se adhirió a sus semejanzas para negarse a remitir en su olvido. Acaricio el lienzo blanco que mantenía en censura la herida en la palma de su mano, un corte meramente superficial que lucía grotesco a la mirada curiosa. Bufo, quizás, la flor lo observaba también a el quizás, se lamentaba también por él.
Encogió el cuello entre los hombros conforme la caída del astro rey matizaba con arrebol la piel del estático ser, ensuciaba su tallo con densas manchas de carmín que se camuflajeaba con la luz el atardecer. Perecía frente a él sin morir. Frunció el ceño, ofuscado, como un infante confundido, anonadado. Curioso de saber lo que nadie puede explicar, anhelando comprender lo que todos quieren saber.
Última edición por Anuar Dutuescu el Jue Jul 25, 2013 1:12 pm, editado 1 vez
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
De no haber sido por las piernas del francés rodeándole la cintura se habría apartado en cuanto sus uñas dibujaron un sendero irregular sobre su piel. El también había intentado mentir la primera vez – ¿Pero es soportable? – quizás el cuestionamiento había sido errado, era absurdo creer que aquello podría no causar ninguna suerte de dolor, si aquel mal era equiparable con el placer era la verdad duda. El abdomen se le contrajo con un sordo gemido cuando Carrouges lo empujo a abrirse paso en sus adentros, a deleitarse con la estrechez que le brindaba su cuerpo inexperto. Respiro agitadamente apoyando ambas manos en la cintura del francés para buscar aquellos labios que parecían ser el único lugar donde podía resguardarse y aferrarse para no caer en una vorágine de la que le sería imposible emerger. Siempre se había preguntado si las personas eran capaces de morir de placer.
No encontró manera alguna de responder a aquellas verdades que resguardo rápidamente en lo hondo de sus memorias, no encontró la forma de hacerle entender lo que le hacía sentir. Se limito pues, a sujetar una de sus manos y entrelazar sus dedos para conseguir en aquel gesto un soporte emocional. Una muestra tangible que aquella persona que se encontraba frente a él era más importante que el resto del mundo y que era por el por quien comenzaba a existir. El rumano nunca había buscado la trascendencia y la encontraba ahora en un sentimiento tan poco común, aunque la sociedad se esmerase en hacer creer lo contrario, como el amor. Se relamió los ahora secos labios para retraer sus caderas con lentitud, prestando celosa atención a los gestos del menor. No planeaba, ni por un segundo, disfrutar de los placeres carnales mientras su amante adolorido contenía los pesares y el sufrimiento.
Su mirada encontró un Edouard diferente, uno despojado de las vestimentas de la desolación, sin ninguno sino manchando su tersa piel, con la mirada adusta olvidada en algún recoveco de la habitación ¿Eran lágrimas las que tímidas se escondían en su mirada? Acaricio su rostro con torpeza presurosa, ludió con su pulgar bajo sus ojos, quizás estaba viendo mal - ¿Está todo bien? - no quiso preguntar nuevamente por el dolor o si le agradaba o no el acto, pensó, que de ser así el francés se lo hubiese confesado ya. El motivo por el que sus ojos amenazaban con empaparse distaba de aquellas verdades, y aunque era y apenas perceptible el rastro de destello en su mirada el rumano lo leía con facilidad. Había encontrado falacias mucho más difíciles de descifrar. Beso cada uno de sus parpados acariciando distraídamente sus dedos entre su mano.
No encontró manera alguna de responder a aquellas verdades que resguardo rápidamente en lo hondo de sus memorias, no encontró la forma de hacerle entender lo que le hacía sentir. Se limito pues, a sujetar una de sus manos y entrelazar sus dedos para conseguir en aquel gesto un soporte emocional. Una muestra tangible que aquella persona que se encontraba frente a él era más importante que el resto del mundo y que era por el por quien comenzaba a existir. El rumano nunca había buscado la trascendencia y la encontraba ahora en un sentimiento tan poco común, aunque la sociedad se esmerase en hacer creer lo contrario, como el amor. Se relamió los ahora secos labios para retraer sus caderas con lentitud, prestando celosa atención a los gestos del menor. No planeaba, ni por un segundo, disfrutar de los placeres carnales mientras su amante adolorido contenía los pesares y el sufrimiento.
Su mirada encontró un Edouard diferente, uno despojado de las vestimentas de la desolación, sin ninguno sino manchando su tersa piel, con la mirada adusta olvidada en algún recoveco de la habitación ¿Eran lágrimas las que tímidas se escondían en su mirada? Acaricio su rostro con torpeza presurosa, ludió con su pulgar bajo sus ojos, quizás estaba viendo mal - ¿Está todo bien? - no quiso preguntar nuevamente por el dolor o si le agradaba o no el acto, pensó, que de ser así el francés se lo hubiese confesado ya. El motivo por el que sus ojos amenazaban con empaparse distaba de aquellas verdades, y aunque era y apenas perceptible el rastro de destello en su mirada el rumano lo leía con facilidad. Había encontrado falacias mucho más difíciles de descifrar. Beso cada uno de sus parpados acariciando distraídamente sus dedos entre su mano.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Habría sonreído de no estar en esa situación por las palabras que acababan de intercambiar; "¿te duele?" "no" "¿pero es soportable?". No había manera humana ni sobrenatural en que Edouard pudiera engañarlo ni hacerle creer algo que no fuese cierto, y algunas veces incluso tenía la sensación de que el rumano sabía solo con mirarle cuáles eran los pensamientos más profundos de su corazón antes de que el propio Carrouges se diera cuenta siquiera de que los albergaba. De no ser porque sabía que era falso pensaría que Anuar tenía el poder de la clarividencia o la telepatía, algo así como los gitanos que se jactaban de leer en unas cartas el futuro de cualquiera que les quisiera consultar. El pintor podría ganarse la vida con eso, aunque el criado prefería que solo escrutara en sus ojos porque así compartían algo suyo y especial que el artista no ponía al servicio de nadie más. Puede que sonase tonto pero Edouard creía en algunos momentos desesperados que había pasado de sentir completa indiferencia hacia el mundo a tener celos de todo y de todos los que pudieran estar cerca o disfrutar en alguna faceta del pelirrojo. Si eso era amor desde luego era su cara más amarga, pero el muchacho confiaba en aprender a amar igual que estaba aprendiendo a leer. A lo mejor Dutuescu, que había conseguido pasar de ser un extraño en su vida a significar tantas cosas, conseguía avanzar un paso más y mostrarle los secretos de la confianza y la tranquilidad de saberse merecedor único del afecto de otro. Tenía que creerlo o se iba a volver loco si cada mañana que salía de casa hacia la mansión De Tracy temía que Soren o cualquier otro pudiera robarle en su ausencia el interés de Anuar, sus miradas intensas, sus besos profundos y sus abrazos en la noche.
Se dio cuenta de que aún no le había contestado y se apresuró a afirmar con la cabeza, demasiado impresionado para hablar. Sentía que ese momento era precioso y que todo lo que estaba experimentando era justo como debía ser, ni demasiado doloroso ni demasiado poco, solo la presión natural de otro cuerpo dentro del suyo y de otros labios sobre los suyos en un equilibrio que por precario que pareciera funcionaba a las mil maravillas. Además estaba el hecho de que con independencia de sus propias sensaciones gozaba de saber que era el causante de los gemidos del rumano, de su piel encendida y el único receptor de cada empuje de sus caderas.
- Todo está perfecto.
Giró el rostro y le besó la palma de la mano con la que le acariciaba la mejilla, disfrutando luego del roce de sus labios en los párpados. Fue consciente por primera vez de que él mismo había dado libertad a su garganta y a su boca para emitir sonidos que hasta entonces no había pronunciado nunca. Una especie de hormigueo constante se instaló en su bajo vientre y lo acunó en oleadas deliciosas hasta las puntas de los pies, cuyos dedos se agarrotaron sin soltar la presa de la cintura de Anuar, y también hasta las manos que tenía entrelazadas con las del pintor.
Se dio cuenta de que aún no le había contestado y se apresuró a afirmar con la cabeza, demasiado impresionado para hablar. Sentía que ese momento era precioso y que todo lo que estaba experimentando era justo como debía ser, ni demasiado doloroso ni demasiado poco, solo la presión natural de otro cuerpo dentro del suyo y de otros labios sobre los suyos en un equilibrio que por precario que pareciera funcionaba a las mil maravillas. Además estaba el hecho de que con independencia de sus propias sensaciones gozaba de saber que era el causante de los gemidos del rumano, de su piel encendida y el único receptor de cada empuje de sus caderas.
- Todo está perfecto.
Giró el rostro y le besó la palma de la mano con la que le acariciaba la mejilla, disfrutando luego del roce de sus labios en los párpados. Fue consciente por primera vez de que él mismo había dado libertad a su garganta y a su boca para emitir sonidos que hasta entonces no había pronunciado nunca. Una especie de hormigueo constante se instaló en su bajo vientre y lo acunó en oleadas deliciosas hasta las puntas de los pies, cuyos dedos se agarrotaron sin soltar la presa de la cintura de Anuar, y también hasta las manos que tenía entrelazadas con las del pintor.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Perfecto como los cuadros de los románticos y empedernidos que saturaban los lienzos con rostros efebos y pintorescos, rasgos finos y sonrisas tímidas que protagonizaban una historia de una sola escena. Atrapo el labio inferior del francés al tiempo que su vientre se contraía y su cuerpo entero se estremecía como surcado por una descarga. Pero aquella sensación distaba del clímax del encuentro, resultaba ser un presagio de lo que pronto tendría lugar. Ahogo el gemido menos discreto contra el mentón de Carrouges, un sonido gutural que se escapó de sus adentros y le obligo a apretar sus labios contra la encandecida piel del menor – Me estás haciendo perder la cordura – pronuncio entrecortadamente con un rítmico vaivén.
Escuchar la sinfonía que Edouard componía para él con la destreza de un primerizo lo deleito en cada uno de sus sentidos, toda fibra interna que hacía tiempo permanecía sin movimiento parecían ahora rehusarse a volver a su estado natural. Eran ahora una explosión de colores que dejaba manchas invisibles sobre su piel, sin saberlo el francés lo coronaba como propio, era el sendero rojo en su blanca espalda la señal visible de su propiedad. Sus tersos labios sobre su piel la cerradura perfecta. Termino apoyando su mano libre, la que no mantenía entrelazada con la del francés, sobre el abdomen del mismo, apoyándose en el para incorporarse mejor y conseguir ver las expresiones eróticas que dibujaban sus labios. Era cierto que el francés se instalaba tiránicamente en espacios de su alma que le costaba aceptar, pero mentiría si negaba los instintos primarios que reptaban en su interior. Era una dualidad que resultaba adecuada y correcta para el rumano. Como la acepción de cuerpo-alma que desde niño le había fascinado.
Comenzaba a perderse en sus propios placeres cuando la promesa de darle una gloriosa primera vez resonó en sus adentros como un eco distorsionado por el tiempo. Deslizo su mano hacia la hombría del francés para acompasar las estocadas, que ahora iban en pos de Carrouges y no de él. Adivino por sus gestos el ritmo que le agradaba y construyo el resto de la sinfonía con su mano deslizándose por su extensión. Sus dedos jabonosos resbalaban por su piel intentando acariciar cada parte de el, se deslizaban frenéticamente intentando llevarlo a aquella culminación, al segundo de resolución y pesadez que acompañaba a tan placentera sensación. Quería atrapar en el aire su último aliento, encontrar en su piel la muestra de su placer. Añoraba más que antes escucharlo pronunciar su nombre, saber que era el por quien su cuerpo se estremecía.
Aumento el ritmo, con las mejillas enrojecidas y las sienes cubiertas en sudor, los lacios cabellos se encontraban desprolijos, fuera de lugar aquí y allá, amontonados y humedecidos por la transpiración. Si en realidad existía un Dios y los había creado a su imagen y semejanza, debía parecerse más al rostro aniñado del francés que al de los demás. Era aquella la perfección.
Escuchar la sinfonía que Edouard componía para él con la destreza de un primerizo lo deleito en cada uno de sus sentidos, toda fibra interna que hacía tiempo permanecía sin movimiento parecían ahora rehusarse a volver a su estado natural. Eran ahora una explosión de colores que dejaba manchas invisibles sobre su piel, sin saberlo el francés lo coronaba como propio, era el sendero rojo en su blanca espalda la señal visible de su propiedad. Sus tersos labios sobre su piel la cerradura perfecta. Termino apoyando su mano libre, la que no mantenía entrelazada con la del francés, sobre el abdomen del mismo, apoyándose en el para incorporarse mejor y conseguir ver las expresiones eróticas que dibujaban sus labios. Era cierto que el francés se instalaba tiránicamente en espacios de su alma que le costaba aceptar, pero mentiría si negaba los instintos primarios que reptaban en su interior. Era una dualidad que resultaba adecuada y correcta para el rumano. Como la acepción de cuerpo-alma que desde niño le había fascinado.
Comenzaba a perderse en sus propios placeres cuando la promesa de darle una gloriosa primera vez resonó en sus adentros como un eco distorsionado por el tiempo. Deslizo su mano hacia la hombría del francés para acompasar las estocadas, que ahora iban en pos de Carrouges y no de él. Adivino por sus gestos el ritmo que le agradaba y construyo el resto de la sinfonía con su mano deslizándose por su extensión. Sus dedos jabonosos resbalaban por su piel intentando acariciar cada parte de el, se deslizaban frenéticamente intentando llevarlo a aquella culminación, al segundo de resolución y pesadez que acompañaba a tan placentera sensación. Quería atrapar en el aire su último aliento, encontrar en su piel la muestra de su placer. Añoraba más que antes escucharlo pronunciar su nombre, saber que era el por quien su cuerpo se estremecía.
Aumento el ritmo, con las mejillas enrojecidas y las sienes cubiertas en sudor, los lacios cabellos se encontraban desprolijos, fuera de lugar aquí y allá, amontonados y humedecidos por la transpiración. Si en realidad existía un Dios y los había creado a su imagen y semejanza, debía parecerse más al rostro aniñado del francés que al de los demás. Era aquella la perfección.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Las cosas tangibles que los rodeaban se desdibujaron como si estuvieran viajando en un carruaje a gran velocidad por algún sendero que discurriera por un bosque, entre la espesura, donde las hojas de los árboles conformaran un lienzo de tonos verdes que a causa de la rapidez de los caballos no pudiera percibirse al detalle pero sí contemplarse en su conjunto. A nadie le importaba mirar una por una todas las ramas y todas las flores de un paraje natural: el bosque era hermoso en sí mismo porque englobaba la comunión perfecta de todos sus habitantes, tanto vegetales como animales, y las personas se sentían afortunadas de participar de aquello aunque solo fuera como espectadores y por un momento, sin aspirar a comprender ni a formar parte, solo respirando lo salvaje y deleitando sus ojos con la frondosa espesura. No era necesario desmenuzarlo todo, tratar siempre de entender y de ir un paso por delante de todo como si hubiera más peligros por los que preocuparse que los que realmente se podía uno encontrar. Edouard siempre había creído que estar preparado para lo peor, para lo más duro, era una forma muy inteligente de evitar sorpresas desagradables, y cuán equivocado estaba. Empeñándose en protegerse contra lo malo se había estado cegando a propósito contra todas las cosas buenas y sencillas, gratificantes y bellas, que había a su alrededor. Había estado tan obcecado buscando una hoja perfecta que había olvidado que lo importante era el bosque. Sus dos cuerpos juntos tenían mucho más poder que cada uno de ellos por separado, y unidos de aquella forma eran invencibles en su tiempo y más fuertes que estando solos. Se debían únicamente el uno al otro aquel recodo maravilloso de placer, de su intimidad, que no pertenecía a nadie más y que era para el muchacho como el carbón que alimentaba el fuego de su corazón adormilado por tanto tiempo de espera y resentimiento.
Sonrió y cerró los ojos, sintiendo que se separaba de su cuerpo y se alejaba en un estado maravilloso de enajenación que se parecía mucho a eso que decía Anuar sobre perder la cordura. De nuevo el rumano plasmaba en palabras lo que para Edouard solo era una idea vaga, y haciéndolo confirmaba más todavía su idea de una unión que iba más allá del plano físico y que lo empapaba casi hasta emborracharlo. No necesitaba más que sentir al pelirrojo dentro de él para abrirse a un mundo completamente nuevo, y por eso casi no se había atrevido a cambiar de postura por una especie de miedo a que el vínculo se rompiera. Estuvo a punto de pedirle al pintor que lo dejara cuando vio que metía una mano entre sus cuerpos con intención de acariciarle pero no llegó a tiempo, y en cuanto sus dedos de artista se cerraron alrededor de su extensión y comenzaron a deleitarla tuvo que admitir que aquella experiencia fantástica podía ser aún mejor. Se le arqueó de nuevo la espalda mientras apretaba con fuerza los párpados y casi sollozaba de puro éxtasis, ni siquiera sabía dónde tenía puestas las manos, solo fue consciente de ellas nuevamente cuando se enredaron entre los cabellos pelirrojos del mayor y los acariciaron con pasión y urgencia.
- Anuar... - Gimió de manera entrecortada. - Anuar, ah. ¡Ah!
No podía, era simplemente superior a sus fuerzas. Lo empujó más hacia sus entrañas de nuevo poniendo los talones contra sus glúteos y sintió que su hombría se hinchaba dentro de él, forzándole aún más las paredes elásticas de su interior y produciéndole con ello un placer indescriptible que estalló de pronto arrojándolo sin avisar a un vacío delicioso en el que permaneció durante unos segundos contrayendo todos sus músculos, notando que se vaciaba sobre su abdomen, gimiendo de nuevo y tirándole sin querer del cabello a su amante.
Tardó un poco en volver a ser consciente de su realidad, a respirar con normalidad y a deshacer ese abrazo tan estrecho que con brazos y piernas había construido alrededor del cuerpo de Anuar como una jaula. En un intento por paliar las molestias que sus tirones de antes pudieran haberle ocasionado le acarició el pelo con ternura y buscó sus ojos color miel para decirle con la mirada que se acercara, que quería besarlo. No veía necesidad de hablar para pedir algo tan obvio como eso.
Sonrió y cerró los ojos, sintiendo que se separaba de su cuerpo y se alejaba en un estado maravilloso de enajenación que se parecía mucho a eso que decía Anuar sobre perder la cordura. De nuevo el rumano plasmaba en palabras lo que para Edouard solo era una idea vaga, y haciéndolo confirmaba más todavía su idea de una unión que iba más allá del plano físico y que lo empapaba casi hasta emborracharlo. No necesitaba más que sentir al pelirrojo dentro de él para abrirse a un mundo completamente nuevo, y por eso casi no se había atrevido a cambiar de postura por una especie de miedo a que el vínculo se rompiera. Estuvo a punto de pedirle al pintor que lo dejara cuando vio que metía una mano entre sus cuerpos con intención de acariciarle pero no llegó a tiempo, y en cuanto sus dedos de artista se cerraron alrededor de su extensión y comenzaron a deleitarla tuvo que admitir que aquella experiencia fantástica podía ser aún mejor. Se le arqueó de nuevo la espalda mientras apretaba con fuerza los párpados y casi sollozaba de puro éxtasis, ni siquiera sabía dónde tenía puestas las manos, solo fue consciente de ellas nuevamente cuando se enredaron entre los cabellos pelirrojos del mayor y los acariciaron con pasión y urgencia.
- Anuar... - Gimió de manera entrecortada. - Anuar, ah. ¡Ah!
No podía, era simplemente superior a sus fuerzas. Lo empujó más hacia sus entrañas de nuevo poniendo los talones contra sus glúteos y sintió que su hombría se hinchaba dentro de él, forzándole aún más las paredes elásticas de su interior y produciéndole con ello un placer indescriptible que estalló de pronto arrojándolo sin avisar a un vacío delicioso en el que permaneció durante unos segundos contrayendo todos sus músculos, notando que se vaciaba sobre su abdomen, gimiendo de nuevo y tirándole sin querer del cabello a su amante.
Tardó un poco en volver a ser consciente de su realidad, a respirar con normalidad y a deshacer ese abrazo tan estrecho que con brazos y piernas había construido alrededor del cuerpo de Anuar como una jaula. En un intento por paliar las molestias que sus tirones de antes pudieran haberle ocasionado le acarició el pelo con ternura y buscó sus ojos color miel para decirle con la mirada que se acercara, que quería besarlo. No veía necesidad de hablar para pedir algo tan obvio como eso.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Había algo mítico en la osada manera en que dos personas llegaban a amarse, aquella sensación indescriptible de plenitud y constante incertidumbre. Lo sentía en sus entrañas, en su labios impacientes y en sus dedos entumidos, una porción de el mismo que no llegaba a comprender y que, más aun, no deseaba comprender. Porque le gustaba no saberse predecible, dejarse llevar por aquella corriente invisible que de una u otra manera terminaba arrojándolo a la proximidad del francés. Una suerte de corriente magnética de la cual era consciente solo después de ser manipulado con tanta docilidad. Y había ocurrido desde el primer instante, cuando sin motivo alguno le había ofrecido enseñarle a leer. Era el buen obrar y el desinterés la máscara perfecta para aquel lazo invisible que lo acercaba al francés.
Frunció el ceño ladeando la cabeza cuando las manos del menor sujetaron sus cabellos con una urgencia desconocida, quizás en un contexto diferente se habría cuestionado sobre la violencia en su actuar. Pero el rumano comprendía bien aquella necesidad de sujetarse a algo para no caer en un vacio inexistente al que parecía adentrarse el alma justo antes del orgasmo. Sabiendo aquello, los tirones más que molestarlo le hicieron entender lo cerca que estaba el otro del final. Y su nombre emergiendo de los labios de Carrouges fue la manera más sublime, la más exacta, de saberlo suyo aunque fuese solo aquel instante. Miro de soslayo su vientre cuando la textura de su mano le confirmo lo que, por los tirones y los movimientos de su cuerpo, relucía por obviedad.
Sus fluidos se exponían sobre su cuerpo y algo de aquella escena le hizo sentirse orgulloso. Creyó que podría tratarse de un sentimiento que se oponía a aquellas dudas que reflejaba el disgusto de días atrás. El creer que aquella dilección no podría llegar a convertirse en algo tangible y real, como si toda su vida fuese a ser una mezcla de peticiones y rechazos que ambos encabezaban con autoridad. A lo mejor, se trataba solo de la esperanza que había sembrando esperando algún día germinar – Estas guapo – repitió el halago que Edouard le había hecho, ya no sabía si minutos u horas atrás. Comprender su mirada resulto de las cosas más simples y gratificantes de la noche, saber que después de todo aquello, de aquella vorágine de placer y salvajismo lo que deseaba era volver a sus labios era una sensación de tranquilidad.
Inclino su cuerpo sobre el para atrapar sus labios con una prisa menor que la que había encontrado durante el encuentro. Contrajo las caderas para deslindar aquella unión que de pronto le pareció que había sido parte de él toda su vida – Espero que haya sido una gratificante primera vez – y esperaba que no fuese la última. Paso su mano echando hacia atrás los rebeldes cabellos de Carrouges, despejando su rostro para apreciarlo mejor – Eres una amenaza para la moral de cualquiera- si quisiera, y esperaba que nunca fuese así, podría convertirse en el prostituto más cotizado de toda París, tenía la belleza y la edad en su favor. Se cuestiono si podría haberlo querido igual de encontrarlo en un burdel, con el cuerpo impregnado del hedor de otros hombres. Besó su frente suponiendo que dentro de poco el cansancio se apoderaría de el y no podría hacer nada más que verlo rendirse ante Morfeo. Mientras, aprovecharía el tiempo que les quedaba.
Se había olvidado, hasta que su hombría ludió el cuerpo del francés y la sensibilidad que encontró le pareció excesiva, que tan enajenado había estado con complacer a Carrouges que el mismo no había llegado al orgasmo. Busco con la mirada algún trapo con que limpiarle la blanca esperma – Tuviste razón, hicimos algo interesante – sonrió torpemente recordando la mirada traviesa con que había pronunciado aquellas palabras.
Frunció el ceño ladeando la cabeza cuando las manos del menor sujetaron sus cabellos con una urgencia desconocida, quizás en un contexto diferente se habría cuestionado sobre la violencia en su actuar. Pero el rumano comprendía bien aquella necesidad de sujetarse a algo para no caer en un vacio inexistente al que parecía adentrarse el alma justo antes del orgasmo. Sabiendo aquello, los tirones más que molestarlo le hicieron entender lo cerca que estaba el otro del final. Y su nombre emergiendo de los labios de Carrouges fue la manera más sublime, la más exacta, de saberlo suyo aunque fuese solo aquel instante. Miro de soslayo su vientre cuando la textura de su mano le confirmo lo que, por los tirones y los movimientos de su cuerpo, relucía por obviedad.
Sus fluidos se exponían sobre su cuerpo y algo de aquella escena le hizo sentirse orgulloso. Creyó que podría tratarse de un sentimiento que se oponía a aquellas dudas que reflejaba el disgusto de días atrás. El creer que aquella dilección no podría llegar a convertirse en algo tangible y real, como si toda su vida fuese a ser una mezcla de peticiones y rechazos que ambos encabezaban con autoridad. A lo mejor, se trataba solo de la esperanza que había sembrando esperando algún día germinar – Estas guapo – repitió el halago que Edouard le había hecho, ya no sabía si minutos u horas atrás. Comprender su mirada resulto de las cosas más simples y gratificantes de la noche, saber que después de todo aquello, de aquella vorágine de placer y salvajismo lo que deseaba era volver a sus labios era una sensación de tranquilidad.
Inclino su cuerpo sobre el para atrapar sus labios con una prisa menor que la que había encontrado durante el encuentro. Contrajo las caderas para deslindar aquella unión que de pronto le pareció que había sido parte de él toda su vida – Espero que haya sido una gratificante primera vez – y esperaba que no fuese la última. Paso su mano echando hacia atrás los rebeldes cabellos de Carrouges, despejando su rostro para apreciarlo mejor – Eres una amenaza para la moral de cualquiera- si quisiera, y esperaba que nunca fuese así, podría convertirse en el prostituto más cotizado de toda París, tenía la belleza y la edad en su favor. Se cuestiono si podría haberlo querido igual de encontrarlo en un burdel, con el cuerpo impregnado del hedor de otros hombres. Besó su frente suponiendo que dentro de poco el cansancio se apoderaría de el y no podría hacer nada más que verlo rendirse ante Morfeo. Mientras, aprovecharía el tiempo que les quedaba.
Se había olvidado, hasta que su hombría ludió el cuerpo del francés y la sensibilidad que encontró le pareció excesiva, que tan enajenado había estado con complacer a Carrouges que el mismo no había llegado al orgasmo. Busco con la mirada algún trapo con que limpiarle la blanca esperma – Tuviste razón, hicimos algo interesante – sonrió torpemente recordando la mirada traviesa con que había pronunciado aquellas palabras.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Nunca había estado más lejos de comprender por qué algunas personas, hombre en su mayor parte, acudían a burdeles llenos de cuerpos desconocidos a buscar un placer que podían proporcionarse a sí mismos en sus casas con sus propias manos. ¿Qué tenía de agradable ir a frotarse contra la piel desnuda de otro si no era alguien escogido por amor? O afecto, cariño incluso, hasta amistad. Cualquier cosa que distinguiera ese rostro y esas caderas del resto de mar de gente que había en París. Edouard nunca había encontrado el menor gusto en acostarse con quien se le había impuesto, y después de tantos años de aversión aprendida hacia el sexo y hacia su propio organismo, que le recordaba con cada cicatriz a quién servía sin opción, había bastado una sola noche para borrarle las pesadillas de un plumazo y transportarlo a un lecho blando de sueños maravillosos. Todo se parecía mucho al sexo con cualquier otro ser y sin embargo era tan diferente como noche y día. Las manos de Anuar, el pecho de Anuar, los labios de Anuar y su vientre no eran las manos, el pecho, los labios ni el vientre de nadie más, y solo en ellos se veía capaz el francés de escalar las más altas cumbres del placer en un parpadeo, catapultado hacia el éxtasis de forma tan veloz como intensa. Lo amaba con tanta fiereza que creyó por un instante, mientras lo sentía mover rítmicamente las caderas hacia su interior, que le desgarraría el alma en dos partes igual que le estaba abriendo físicamente. Incluso ahora que habían terminado notó una desazón incomprensible cuando la hombría del rumano lo abandonó.
Sonrió por el cumplido y le acarició las mejillas con ambas manos mientras él le limpiaba el torso, húmedo a causa de su propio placer derramado. Tenía una necesidad lacinante de que lo abrazara y durmieran juntos, entrelazados, porque separarse después de ese momento se le antojaba demasiado cruel.
- Lo ha sido. - Afirmó.
El brillo travieso que asomó a sus pupilas cuando el pintor tuvo que darle la razón por su frase profética de aquella tarde le dotó de cierto aire infantil por un instante.
- Te dije que...
Estaba acomodándose a su lado ya con intención de acurrucarse como un felino contra el regazo de su dueño cuando sus muslos encontraron la dureza de Anuar intacta todavía bajo la sábana. Levantó la tela para mirar allí con descaro pero sobre todo culpabilidad. Vaya, él no había acabado, el muchacho ni siquiera se había dado cuenta y por supuesto el artista era demasiado magnánimo como para hacérselo notar y reclamárselo. Edouard sabía que el pelirrojo se negaría a que terminara su primera vez complaciéndolo en exclusiva porque se metía tanto en su papel de caballero andante que a veces exageraba su altruismo, así que lo besó para que tuviera entretenida la boca y no pudiera protestar mientras de un movimiento ágil se subía encima de él, que estaba acostado mirando al techo. Separó las piernas a ambos lados de la cintura de Dutuescu y se alejó al fin de sus labios cuando estuvo colocado en la postura idónea para asir con una mano la extensión ajena y guiarla de nuevo hacia su interior mientras se sentaba sobre él.
Notó otra vez aquella erección abriéndose paso en su lugar estrecho y se mordió un carrillo cuando el dolor regresó, pero por suerte más soportable que antes porque ya había cedido un poco y además seguía húmedo. Y realmente tampoco le importaba, estaba orgulloso de haber tomado la iniciativa para conducir a su amante aunque fuera hacia la décima parte del placer que él le había proporcionado hacía un minuto o dos. Quería darle algo que recordar para su primer encuentro y no una transacción unidireccional, quería satisfacerlo y sobre todas las cosas quería sentirlo terminar dentro de él, saber lo que se sentía, usar sus propias caderas para recibir lo más preciado que su hombre podía componer para él. Con esos pensamientos en la mente comenzó a cabalgarlo, suavemente al principio pero aumentando la intensidad después, notando además de la fricción obvia por detrás cómo su propio miembro ya flácido danzaba arriba y abajo con cada uno de sus ascensos y descensos, golpeando sobre el abdomen del pintor con una cadencia rítmica.
Sonrió por el cumplido y le acarició las mejillas con ambas manos mientras él le limpiaba el torso, húmedo a causa de su propio placer derramado. Tenía una necesidad lacinante de que lo abrazara y durmieran juntos, entrelazados, porque separarse después de ese momento se le antojaba demasiado cruel.
- Lo ha sido. - Afirmó.
El brillo travieso que asomó a sus pupilas cuando el pintor tuvo que darle la razón por su frase profética de aquella tarde le dotó de cierto aire infantil por un instante.
- Te dije que...
Estaba acomodándose a su lado ya con intención de acurrucarse como un felino contra el regazo de su dueño cuando sus muslos encontraron la dureza de Anuar intacta todavía bajo la sábana. Levantó la tela para mirar allí con descaro pero sobre todo culpabilidad. Vaya, él no había acabado, el muchacho ni siquiera se había dado cuenta y por supuesto el artista era demasiado magnánimo como para hacérselo notar y reclamárselo. Edouard sabía que el pelirrojo se negaría a que terminara su primera vez complaciéndolo en exclusiva porque se metía tanto en su papel de caballero andante que a veces exageraba su altruismo, así que lo besó para que tuviera entretenida la boca y no pudiera protestar mientras de un movimiento ágil se subía encima de él, que estaba acostado mirando al techo. Separó las piernas a ambos lados de la cintura de Dutuescu y se alejó al fin de sus labios cuando estuvo colocado en la postura idónea para asir con una mano la extensión ajena y guiarla de nuevo hacia su interior mientras se sentaba sobre él.
Notó otra vez aquella erección abriéndose paso en su lugar estrecho y se mordió un carrillo cuando el dolor regresó, pero por suerte más soportable que antes porque ya había cedido un poco y además seguía húmedo. Y realmente tampoco le importaba, estaba orgulloso de haber tomado la iniciativa para conducir a su amante aunque fuera hacia la décima parte del placer que él le había proporcionado hacía un minuto o dos. Quería darle algo que recordar para su primer encuentro y no una transacción unidireccional, quería satisfacerlo y sobre todas las cosas quería sentirlo terminar dentro de él, saber lo que se sentía, usar sus propias caderas para recibir lo más preciado que su hombre podía componer para él. Con esos pensamientos en la mente comenzó a cabalgarlo, suavemente al principio pero aumentando la intensidad después, notando además de la fricción obvia por detrás cómo su propio miembro ya flácido danzaba arriba y abajo con cada uno de sus ascensos y descensos, golpeando sobre el abdomen del pintor con una cadencia rítmica.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Se recostó a un lado del francés arrojando descuidadamente el trapo sobre el taburete de madera desprolija que se exponía a un lado de la chirriante cama. Se le antojo aquel encuentro a una noche de bodas, y no pudo evitar sentirse absurdo e infantil. El rumano no era un fiel creyente del matrimonio, creía que la aprobación de cualquier hombre o Dios no favorecería en nada la proliferación de una relación. Más aun, comprendía por experiencia propia el desasosiego de aquel padre común que observaba desde los cielos. Se cuestiono entonces si Carrouges guardaba la misma creencia de fidelidad, lo suponía por sus palabras y su manera de actuar. Al francés no le gustaba compartir y por demás, poseía matices que bien podrían tratarse de celos.
Recibió los labios de Carrouges sin siquiera sospechar de su verdadera intención, un beso profundo que le impidió reaccionar sino, hasta sentir su cuerpo encima de él. Se afianzo de sus muslos cuando se abrió paso por segunda ocasión en la intimidad del francés, y el compás que adquirió complemento exactamente lo que su cuerpo estaba buscando. Arrugo el puente de la nariz, mordiéndose el labio inferior conforme los espasmos que recorrían su cuerpo le obligaron a arquear el cuello. La respiración cálida y entrecortada que ya no se molestaba en equilibrar termino rápidamente por convertirse en un jadeo acelerado. El sonido que produjo el cuenco con agua al resbalar por un costado de la cama le pareció más distante de lo normal, como si sus sentidos estuviesen tan extasiados con el francés encima de él que todo lo demás perdía relevancia.
Era la obscuridad apoderándose de el lugar para dejar en su campo de visión, y con falta de nitidez, el cuerpo danzante de Carrouges. Sus rizados cabellos meciéndose de arriba abajo, contuvo la respiración y sus manos se asieron con mayor fuerza las piernas del otro, cerro los parpados con fiereza y las piernas le temblaron cuando el cosquilleo recorrió su cuerpo entero. Una última convulsión en su abdomen y pronto término empapando las entrañas de Edouard con sus fluidos, le pareció tentador olvidarse del mundo en aquel instante de plenitud, y debía ser una manera agradable de fallecer. Había acunado la incógnita por tanto tiempo que ahora parecía más el reflejo de algún sueño, si las personas podían morir de placer, si era posible dejar de existir. Exhausto y pleno como se encontraba ahora, resultaba tentador.
Sonrió de medio lado, buscando a tientas el cuerpo del otro para estrecharlo contra él - ¿Ahora si vas a acurrucarte? – entreabrió los parpados, dejando ver una rendija de los melados orbes que parecían ahora centellar como el oro fundido. Y algo en lo profundo de ellos reptaba en su interior, expectante, absorto por la perfección.
Recibió los labios de Carrouges sin siquiera sospechar de su verdadera intención, un beso profundo que le impidió reaccionar sino, hasta sentir su cuerpo encima de él. Se afianzo de sus muslos cuando se abrió paso por segunda ocasión en la intimidad del francés, y el compás que adquirió complemento exactamente lo que su cuerpo estaba buscando. Arrugo el puente de la nariz, mordiéndose el labio inferior conforme los espasmos que recorrían su cuerpo le obligaron a arquear el cuello. La respiración cálida y entrecortada que ya no se molestaba en equilibrar termino rápidamente por convertirse en un jadeo acelerado. El sonido que produjo el cuenco con agua al resbalar por un costado de la cama le pareció más distante de lo normal, como si sus sentidos estuviesen tan extasiados con el francés encima de él que todo lo demás perdía relevancia.
Era la obscuridad apoderándose de el lugar para dejar en su campo de visión, y con falta de nitidez, el cuerpo danzante de Carrouges. Sus rizados cabellos meciéndose de arriba abajo, contuvo la respiración y sus manos se asieron con mayor fuerza las piernas del otro, cerro los parpados con fiereza y las piernas le temblaron cuando el cosquilleo recorrió su cuerpo entero. Una última convulsión en su abdomen y pronto término empapando las entrañas de Edouard con sus fluidos, le pareció tentador olvidarse del mundo en aquel instante de plenitud, y debía ser una manera agradable de fallecer. Había acunado la incógnita por tanto tiempo que ahora parecía más el reflejo de algún sueño, si las personas podían morir de placer, si era posible dejar de existir. Exhausto y pleno como se encontraba ahora, resultaba tentador.
Sonrió de medio lado, buscando a tientas el cuerpo del otro para estrecharlo contra él - ¿Ahora si vas a acurrucarte? – entreabrió los parpados, dejando ver una rendija de los melados orbes que parecían ahora centellar como el oro fundido. Y algo en lo profundo de ellos reptaba en su interior, expectante, absorto por la perfección.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Comprendió de inmediato el poder del sexo en cuanto tuvo a Anuar acostado debajo a su merced, con las manos en sus muslos y el gesto contraído de placer y la respiración acelerada. Si le hubieran preguntado hacía tan solo unos meses habría afirmado sin duda que el acto no tenía nada de especial, que era un intercambio como otro cualquiera donde una persona tenía lo que otra quería y lo ofrecía esperando encontrar beneficios. Así una meretriz era para él lo mismo que cualquier otra, o que la esposa de un noble, o que el noble mismo. Cuerpos con necesidades básicas que se satisfacían de un modo hosco y de muchas formas imperfecto, sin gracia ninguna, en una suerte de aburrida danza horizontal. Si el ser que estuviera debajo fuera cualquier otro... aquello ya lo había experimentado antes, cuando se veía obligado a hacerlo de igual modo que sus otras labores de sirviente, sin que nadie tuviera ningún respeto hacia el hecho de que era una persona y no un mueble. La labor maquinal de por las noches no había logrado que se acostumbrara en absoluto, más bien al contrario, cada vez era peor que la anterior. Cuando le llovió del cielo la libertad de ese modo tan brusco creyó que podría sobrevivir haciendo del sexo su oficio como tantos otros, generalmente mujeres, pero ahora entendía al ver a Anuar extasiado que realmente no podría complacer a ningún otro sin acabar odiándose profundamente. El rumano le había salvado la vida de muchas formas. ¿Lo sabría él?
Los jóvenes gozaban de un vigor que los más mayores envidiaban y no era para menos, pues mientras estaba acoplado al pelirrojo por sus caderas sintió que de seguir así podría volver a excitarse fácilmente. Podría endurecerse y volver a empezar, y pasar toda la noche enredado con su amante de ese modo tan obsceno que la Iglesia no dudaba en condenar con las llamas del infierno. No obstante el abdomen del artista se contrajo en un último gemido y Edouard recibió en su interior esa semilla destinada a fecundar nuevas vidas que iba a morir irremediablemente estéril al no hallar el receptáculo adecuado para implantarse. Poco le importó al francés ser una aberración biológica en ese instante, solo pudo pensar en que cobijar el producto de su orgasmo era dulce y sabía a victoria. Volvió a sentir que la certeza de amarlo le golpeaba el pecho tan fuerte que tuvo que acostarse, incapaz de estar por más tiempo erguido, y abrazarlo tan estrecho que sintió en el pecho cada una de las perlas de sudor del torso ajeno y en su nariz la respiración todavía acelerada del pintor. Sus ojos eran fuego.
- Ahora sí. - Respondió, aunque sobraban las palabras porque ya estaba acomodado contra él. - Ahora y siempre.
Hasta que te canses de mí. Maravilloso, plácido y tierno Anuar; su remanso de paz y a la vez la tormenta que lo agitaba desde las raíces y lo volvía loco. No lo dejaría escapar fácilmente.
Los jóvenes gozaban de un vigor que los más mayores envidiaban y no era para menos, pues mientras estaba acoplado al pelirrojo por sus caderas sintió que de seguir así podría volver a excitarse fácilmente. Podría endurecerse y volver a empezar, y pasar toda la noche enredado con su amante de ese modo tan obsceno que la Iglesia no dudaba en condenar con las llamas del infierno. No obstante el abdomen del artista se contrajo en un último gemido y Edouard recibió en su interior esa semilla destinada a fecundar nuevas vidas que iba a morir irremediablemente estéril al no hallar el receptáculo adecuado para implantarse. Poco le importó al francés ser una aberración biológica en ese instante, solo pudo pensar en que cobijar el producto de su orgasmo era dulce y sabía a victoria. Volvió a sentir que la certeza de amarlo le golpeaba el pecho tan fuerte que tuvo que acostarse, incapaz de estar por más tiempo erguido, y abrazarlo tan estrecho que sintió en el pecho cada una de las perlas de sudor del torso ajeno y en su nariz la respiración todavía acelerada del pintor. Sus ojos eran fuego.
- Ahora sí. - Respondió, aunque sobraban las palabras porque ya estaba acomodado contra él. - Ahora y siempre.
Hasta que te canses de mí. Maravilloso, plácido y tierno Anuar; su remanso de paz y a la vez la tormenta que lo agitaba desde las raíces y lo volvía loco. No lo dejaría escapar fácilmente.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Lo acobijo entre sus brazos con cierta dulzura que le supo a hogar, era aquel lugar el que había añorado sin saberlo, era Carouges el motivo de su soledad. Si era cierto lo que creían algunas culturas, aquel mito idealista en que las personas destinadas a estar juntas se encontraban unidas por un lazo rojo, si era verdad que sin importar que se volverían a tropezar. El rumano tenía la esperanza de que fuese con aquel hombre su unión. Ahora y siempre, resonó en sus adentros con una rudeza adquirida solo por la connotación del mensaje. El tiempo no dejaba de avanzar y el mundo no planeaba detenerse, tenían la vida humana, que no rebasaba algunas décadas, para agotarse en caricias y dilección.
Lo estrecho entre sus brazos como si de no hacerlo se pudiese desvanecer su figura en el aire, danzando en compañía de las virutas luminosas que se alejaban de los ríos de plata que se colaban en la habitación. Beso el nacimiento de su cabello cubriendo el cuerpo del francés, y por ende el suyo, con la sabana arrugada que se arrebujaba a un lado de los dos - ¿Nunca te has preguntado cuantas otras parejas mienten a la sociedad? – cuantos hombres y mujeres se subyugaban ante la ética común. Debiendo vivir una falacia allá en las calles de París, si lo pensaba con detenimiento ambos, él y el francés, tenían suerte de poder profesarse aquel amor sin ninguno impedimento trascendente, porque el considerado olvidados de Dios y espurios de la comunidad no se le antojaba como algo que de preocuparse.
Pensó, debía haber ahí afuera, en ese preciso instante, alguna doncella enamorada a la que le obligaban a casarse con un donjuán al que no amaba. Su corazón tomado sin guerra jamás sería feliz. Carrouges podría haber seguido a merced de su madame si Beatriz no hubiese fallecido y aunque le doliese, había sido tan necesario como su salida de Rumania y su accidente en el tren. Pensar entonces, que su unión se debía a un suceso de acontecimientos más catastróficos que agradables no podía sino, hacerle sentir una especie de desazón. Un reflujo que escocía en su garganta y se adhería a su estomago intentando intoxicar aquellas mariposas que revoloteaban por doquier. No le queda más que agradecer que el ahora, fuese distinto al pasado.
Lo estrecho entre sus brazos como si de no hacerlo se pudiese desvanecer su figura en el aire, danzando en compañía de las virutas luminosas que se alejaban de los ríos de plata que se colaban en la habitación. Beso el nacimiento de su cabello cubriendo el cuerpo del francés, y por ende el suyo, con la sabana arrugada que se arrebujaba a un lado de los dos - ¿Nunca te has preguntado cuantas otras parejas mienten a la sociedad? – cuantos hombres y mujeres se subyugaban ante la ética común. Debiendo vivir una falacia allá en las calles de París, si lo pensaba con detenimiento ambos, él y el francés, tenían suerte de poder profesarse aquel amor sin ninguno impedimento trascendente, porque el considerado olvidados de Dios y espurios de la comunidad no se le antojaba como algo que de preocuparse.
Pensó, debía haber ahí afuera, en ese preciso instante, alguna doncella enamorada a la que le obligaban a casarse con un donjuán al que no amaba. Su corazón tomado sin guerra jamás sería feliz. Carrouges podría haber seguido a merced de su madame si Beatriz no hubiese fallecido y aunque le doliese, había sido tan necesario como su salida de Rumania y su accidente en el tren. Pensar entonces, que su unión se debía a un suceso de acontecimientos más catastróficos que agradables no podía sino, hacerle sentir una especie de desazón. Un reflujo que escocía en su garganta y se adhería a su estomago intentando intoxicar aquellas mariposas que revoloteaban por doquier. No le queda más que agradecer que el ahora, fuese distinto al pasado.
{FDR: Lamento la extensión }
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Al principio el abrazo de Anuar fue tranquilo y dulce, como si Edouard fuese un niño al que acunar en el regazo para dormirlo, y el francés se permitió relajarse entre esas caricias que llevaban su nombre y que - por qué no decirlo - sentía que en cierto modo se había ganado. Esa era la mejor parte, que no solo había recibido placer sino que había disfrutado dándoselo al rumano, proporcionándole algo con su propio cuerpo y con sus besos, y eso le llenaba de satisfacción. Sonrió con placidez. La temperatura en la habitación se le antojaba la adecuada a pesar de que era invierno y que por los tablones de la ventana tendía a colarse el frío. Dejó reposar la cabeza junto a la del pelirrojo, con la frente cerca de su boca y la nariz próxima a su cuello, y entonces sintió que de algún modo el abrazo cambiaba y se hacía más apremiante. Anuar no era el único que sabía leer las cosas que Edouard callaba con asombrosa claridad, después de tanto tiempo se conocían bien y el criado era consciente de los cambios de humor del artista. ¿Realmente el factor tiempo había tenido tanto que ver? Haciendo memoria el francés se dio cuenta de que prácticamente desde el principio se le había hecho muy fácil saber lo que Dutuescu estaba pensando y lo que sentía, y de igual modo a la inversa. Tal vez sí estaban después de todo destinados a encontrarse y entenderse.
Le rodeó la cintura con sus brazos y esperó, pues sabía que tarde o temprano el otro le contaría lo que le estaba rondando la mente y que claramente lo afligía. Carrouges sabía cuándo hablar y cuándo callar, un don que había desarrollado casi a la perfección a base de permanecer encerrado en sí mismo durante tantos años, y algo le decía que en este punto si le preguntaba a su compañero no iba a recibir más que evasivas, tal vez porque ni él mismo pudiera poner palabras a su desazón. A lo mejor se le había ocurrido algo relacionado con alguna relación anterior que tuviera, o sobre si Edouard era sincero con eso de "ahora y siempre", o simplemente sobre algún recuerdo melancólico que le había venido a visitar sin ser invitado. Finalmente su cuestión no tuvo nada que ver con estos derroteros pero el francés no se sorprendió, sino que le acarició con los dedos la mejilla y le miró a los ojos antes de contestarle.
- Si hay algo que tengo claro es que hay más gente que miente a la sociedad que gente que realmente hace todo lo que dice que hace. - Respondió, muy atento a las señales que pudieran enviarle sus iris color miel, a cualquier llamada de socorro. ¿Qué lo tenía preocupado? - Pero no me importa cuánta gente haya ahí fuera. Nunca han hecho nada por mí, así que no me quitan el sueño sus desventuras. Lo único que quiero está conmigo en esta habitación.
Tampoco le deseaba ningún mal a su nueva señora pero por experiencia era desconfiado y aún no le daba del todo su voto de fidelidad. Estaba ojo avizor en su trabajo todo el día intentando detectar la menor señal de que Madame Destutt de Tracy no era todo lo buena que aparentaba ser para salir corriendo antes de encontrarse con otra patrona tiránica.
Esta vez fue él quien acomodó la sábana mientras invertía un poco las tornas y convertía el abrazo en algo más activo, siendo él quien protegía a Anuar y no al contrario como antes, pero sin perder el contacto con su mirada. Sabía que sus ojos también estaban hablando por sí solos. «¿Qué es lo que sucede?» y tal vez solo con que el pelirrojo captara el mensaje entendía que todo estaba bien, que mientras se amaran daba igual el pasado porque no existía y también el futuro porque estarían juntos. Era mejor aferrarse al presente, a ese lecho cálido aún por su ejercicio anterior, a sus pieles tocándose y a sus alientos mezclándose al hablar bajito en la oscuridad.
FdR. No importa, tampoco es que a mí me salgan muy extensos x)
Le rodeó la cintura con sus brazos y esperó, pues sabía que tarde o temprano el otro le contaría lo que le estaba rondando la mente y que claramente lo afligía. Carrouges sabía cuándo hablar y cuándo callar, un don que había desarrollado casi a la perfección a base de permanecer encerrado en sí mismo durante tantos años, y algo le decía que en este punto si le preguntaba a su compañero no iba a recibir más que evasivas, tal vez porque ni él mismo pudiera poner palabras a su desazón. A lo mejor se le había ocurrido algo relacionado con alguna relación anterior que tuviera, o sobre si Edouard era sincero con eso de "ahora y siempre", o simplemente sobre algún recuerdo melancólico que le había venido a visitar sin ser invitado. Finalmente su cuestión no tuvo nada que ver con estos derroteros pero el francés no se sorprendió, sino que le acarició con los dedos la mejilla y le miró a los ojos antes de contestarle.
- Si hay algo que tengo claro es que hay más gente que miente a la sociedad que gente que realmente hace todo lo que dice que hace. - Respondió, muy atento a las señales que pudieran enviarle sus iris color miel, a cualquier llamada de socorro. ¿Qué lo tenía preocupado? - Pero no me importa cuánta gente haya ahí fuera. Nunca han hecho nada por mí, así que no me quitan el sueño sus desventuras. Lo único que quiero está conmigo en esta habitación.
Tampoco le deseaba ningún mal a su nueva señora pero por experiencia era desconfiado y aún no le daba del todo su voto de fidelidad. Estaba ojo avizor en su trabajo todo el día intentando detectar la menor señal de que Madame Destutt de Tracy no era todo lo buena que aparentaba ser para salir corriendo antes de encontrarse con otra patrona tiránica.
Esta vez fue él quien acomodó la sábana mientras invertía un poco las tornas y convertía el abrazo en algo más activo, siendo él quien protegía a Anuar y no al contrario como antes, pero sin perder el contacto con su mirada. Sabía que sus ojos también estaban hablando por sí solos. «¿Qué es lo que sucede?» y tal vez solo con que el pelirrojo captara el mensaje entendía que todo estaba bien, que mientras se amaran daba igual el pasado porque no existía y también el futuro porque estarían juntos. Era mejor aferrarse al presente, a ese lecho cálido aún por su ejercicio anterior, a sus pieles tocándose y a sus alientos mezclándose al hablar bajito en la oscuridad.
FdR. No importa, tampoco es que a mí me salgan muy extensos x)
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Su mirada adivinó lo que escondía, en aquel recoveco lejano que le impedía a las palabras expresarse con facilidad pero que, permitía a los susurros del alma colarse por sus melados orbes. Le aterraba amar a alguien con su misma fragilidad, y si no se atrevía a confesarlo atribuía el hecho a varios factores que en conjunto le parecían motivo suficiente para callar. Había callado antes cosas más importantes por mociones menos relevantes. En primera instancia habían compartido un encuentro intimo en el cual no había necesidad de inmiscuir el recuerdo del sueco, porque al confesarle sus pensamientos intrínseco emergería su nombre de sus labios y no sabía, y no quería saber, si aquello pudiese ofender al francés. En segundo orden, tendría que explicarle el motivo por el cual el tiempo no era una constante común en su nueva relación y la anterior, creía, que no habían hablado de esos temas con anterioridad ¿Y si lo creía loco?
Decidió entonces que, soltaría aquel miedo para conocer las alegrías del tiempo, el no saber cuándo sería su último encuentro. Recolectaría cada beso, cada mirada y cada palabra para hacerse de la mayor cantidad de recuerdos y así, saber que no perdía el tiempo con preocupaciones que no atribuían nada a su vida. Bajó sus manos por la espalda de Carrouges, definió su aun cálida silueta y terminó apoyándose en su espalda baja – Me aterra también la manera en que te amo – había encontrado la manera de confesarlo, sin importar el tiempo, su género o la moral de la sociedad. Le provocaba un cierto pavor sofocante, como si el aire le faltase cuando no estaba con el. Delineo círculos sobre su piel conforme buscaba la manera de expresarse mejor, las palabras jamás habían sido su fuerte – Me da miedo perderte – susurró, en un tono tan bajo que ni la luna pudiese haber sido capaz de escuchar.
Apoyo la mejilla contra la almohada, entrecerrando los parpados por el cansancio apremiante, si no se hubiesen detenido podría haber continuado la noche entera pero, ahora que su cuerpo comenzaba a regresar a su estado basal, Morfeo hacia de las suyas para robarles aquella noche. Sonrió de medio lado cerrando al fin los parpados, eran suficientes confesiones para un solo día y temía que, de seguir observando en los orbes del menor este pudiese descifrar aquellos laberintos que el mismo discurría con dificultad. Quizás si la comprendía en su totalidad, si descubría también sus propios demonios comenzaría a dudar. Pero el rumano se esmeraba en ser una mejor persona cuando estaba con Carrpuges, porque el francés se merecía todo y más de el – Pero supongo que por hoy todo es perfecto, ya descubriremos mañana como seguir- porque era mejor improvisar. Vivir sin un plan más allá de el de tenerse el uno al otro.
Decidió entonces que, soltaría aquel miedo para conocer las alegrías del tiempo, el no saber cuándo sería su último encuentro. Recolectaría cada beso, cada mirada y cada palabra para hacerse de la mayor cantidad de recuerdos y así, saber que no perdía el tiempo con preocupaciones que no atribuían nada a su vida. Bajó sus manos por la espalda de Carrouges, definió su aun cálida silueta y terminó apoyándose en su espalda baja – Me aterra también la manera en que te amo – había encontrado la manera de confesarlo, sin importar el tiempo, su género o la moral de la sociedad. Le provocaba un cierto pavor sofocante, como si el aire le faltase cuando no estaba con el. Delineo círculos sobre su piel conforme buscaba la manera de expresarse mejor, las palabras jamás habían sido su fuerte – Me da miedo perderte – susurró, en un tono tan bajo que ni la luna pudiese haber sido capaz de escuchar.
Apoyo la mejilla contra la almohada, entrecerrando los parpados por el cansancio apremiante, si no se hubiesen detenido podría haber continuado la noche entera pero, ahora que su cuerpo comenzaba a regresar a su estado basal, Morfeo hacia de las suyas para robarles aquella noche. Sonrió de medio lado cerrando al fin los parpados, eran suficientes confesiones para un solo día y temía que, de seguir observando en los orbes del menor este pudiese descifrar aquellos laberintos que el mismo discurría con dificultad. Quizás si la comprendía en su totalidad, si descubría también sus propios demonios comenzaría a dudar. Pero el rumano se esmeraba en ser una mejor persona cuando estaba con Carrpuges, porque el francés se merecía todo y más de el – Pero supongo que por hoy todo es perfecto, ya descubriremos mañana como seguir- porque era mejor improvisar. Vivir sin un plan más allá de el de tenerse el uno al otro.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Esa dulce confesión tranquilizó los miedos que pudieran restarle vivos en el cuerpo, así que respiró hondo y se dedicó a sentir con intensidad todas sus caricias sobre su costado y su espalda. Se apretó un poco más contra él siempre buscando la comodidad de sus cuerpos y con una mano le peinó hacia atrás los mechones pelirrojos que le cubrían la frente, apartándolos de en medio y aprovechando la excusa para deleitarse con su textura suave, casi líquida de lo espesos que eran. Anuar cerró los ojos y Edouard se quedó mirando con gran atención el surco bajo sus cejas, el puente de su nariz y la forma perfecta de su mentón. La mano con la que había acomodado su pelo se posó ligera sobre la mejilla del rumano como si pretendiera tranquilizarlo con su tacto.
- No tengas miedo.
Sabía que era una respuesta vaga pero decían mucho más sus gestos que sus palabras. El artista lo tenía conquistado y tan amarrado a él que Edouard sabía que estaría ligado al mayor hasta el fin de sus días, aunque sus caminos acabaran separándose por alguna jugarreta cruel del destino. El muchacho, que era nulo cuando de sentimientos se trataba, lo tenía tan claro que no comprendía cómo el pelirrojo podía no verlo. Tal vez porque una vez había sentido lo mismo con Soren y lo había perdido, pero ahora no podía sucederles eso. ¿O sí podría?
La inquietud que Edouard había pretendido espantar de su amante lo invadió a él por un instante. ¿Y si, de igual modo que Anuar le había encontrado a él aun estando enamorado del sueco, encontraba a otro mientras estaba viviendo con él? Quizá el amor no era la fortaleza impugnable que el menor imaginaba, pero eso era tan descorazonador... No, su alma se lo decía y por una vez escogió hacer caso a su instinto, tenían una unión especial. No sabía ni quería saber qué había significado exactamente Soren en la vida de Dutuescu pero él no era igual, tenía que ser distinto. ¿Qué otra esperanza le quedaba sino creer en eso? Selló esa convicción con un beso que robó de los labios del otro mientras permanecía con los ojos cerrados, tal vez ya dormido. Era noche cerrada y había tenido suficientes emociones por ese día, y además Anuar había dicho que ojalá esa experiencia fuera la primera de muchas. El criado quiso aferrarse al deseo de que podían tener realmente un futuro juntos y le resultó sorprendentemente fácil. La mente siempre sirve mejor a los propósitos que nacen del corazón. Con esa idea rondándole a modo de arrullo no tardó en dormirse entre los brazos del pelirrojo.
- No tengas miedo.
Sabía que era una respuesta vaga pero decían mucho más sus gestos que sus palabras. El artista lo tenía conquistado y tan amarrado a él que Edouard sabía que estaría ligado al mayor hasta el fin de sus días, aunque sus caminos acabaran separándose por alguna jugarreta cruel del destino. El muchacho, que era nulo cuando de sentimientos se trataba, lo tenía tan claro que no comprendía cómo el pelirrojo podía no verlo. Tal vez porque una vez había sentido lo mismo con Soren y lo había perdido, pero ahora no podía sucederles eso. ¿O sí podría?
La inquietud que Edouard había pretendido espantar de su amante lo invadió a él por un instante. ¿Y si, de igual modo que Anuar le había encontrado a él aun estando enamorado del sueco, encontraba a otro mientras estaba viviendo con él? Quizá el amor no era la fortaleza impugnable que el menor imaginaba, pero eso era tan descorazonador... No, su alma se lo decía y por una vez escogió hacer caso a su instinto, tenían una unión especial. No sabía ni quería saber qué había significado exactamente Soren en la vida de Dutuescu pero él no era igual, tenía que ser distinto. ¿Qué otra esperanza le quedaba sino creer en eso? Selló esa convicción con un beso que robó de los labios del otro mientras permanecía con los ojos cerrados, tal vez ya dormido. Era noche cerrada y había tenido suficientes emociones por ese día, y además Anuar había dicho que ojalá esa experiencia fuera la primera de muchas. El criado quiso aferrarse al deseo de que podían tener realmente un futuro juntos y le resultó sorprendentemente fácil. La mente siempre sirve mejor a los propósitos que nacen del corazón. Con esa idea rondándole a modo de arrullo no tardó en dormirse entre los brazos del pelirrojo.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Las caricias suaves del francés terminaron por guiarlo a aquella senda de tranquilidad que era solo alcanzable instantes antes de abandonar la realidad. El rumano había perdido el gusto por soñar desde la partida de su natal, porque los demontres le acechaban en cada esquina engullendo entre sus oscas fauces cualquier rastro de feliz recuerdo que pudiese emerger en su ensoñación. Lo convertían en una burda parodia de su felicidad, y pronto, había preferido no soñar en lo absoluto, había preferido no tener que enfrentarse a esas memorias que era incapaz de controlar. Sus miedos se encarnaban en el semblante opaco de su hermana y los sonoros gritos que saturaban sus sentidos con una latente realidad que se aferraba fieramente a permanecer vigente. La soledad parecía ser compañera perfecta para las pesadillas que hacían de su apócrifo mundo su hogar, negándole hostilmente la capacidad de idearse una mejor realidad.
Ahora, el calor que emulaba el francés, sus manos acariciando su rostro y su acompasada respiración colándose a sus adentros, alejaban todos aquellos temores, disipaban el desasosiego de no soñar. Edouard era todo aquello que en tantos años no había conseguido idealizar, era todos los sueños de los que le habían privado, que se había privado por el miedo al pasado – No mientras estés aquí al amanecer – no mientras su efebo rostro fuese la primera imagen que su mirada pudiese captar, no mientras su aroma se impregnase a las sabanas endulzando el aire aun en su ausencia, no mientras le dijese que lo amaba y le repitiera aquellas palabras de dilección, que todo iba a estar bien. Pero algo, en el fondo, un guijarro en extinción, le decía que no era verdad. Aquella noche, decidió ignorarlo y dejarse embriagar por el sopor de su primer encuentro y después de tantos años, se permitió soñar.
Había olvidado, inquietó por acariciar su cuerpo y llevarlo al límite del deseo, que durante aquellos días de silencio había conseguido descifrar la manera en que se había asido de aquellos francos semanas atrás. Lo adivinó en su mirada melancólica y sus esporádicas confesiones sobre la mujer que le crió, aun no sabía si el objeto que había vendido era grande como una cadena o diminuto como una sortija. Y aunque se decantaba por el segundo aquella era información que no había conseguido obtener de labios del francés. Se había olvidado de cuestionarle tiernamente, y sin aparente necesidad, ciertas preguntas que podrían orillarlo al lugar indició, aquel en el cual, si tenía más suerte de la que estaba seguro poseer, encontraba aun expuesta la joya vendida. Y entonces todo se resumía a un montón de acontecimientos que se escapaban de sus manos como el agua.
Y si no encontraba jamás el lugar, y si lo encontraba y era demasiado tarde, quizás no lograse descubrir el aspecto de la alhaja. Y pensó, casi por descuidó ¿Y si se había topado ya con ella? Expuesta sobre el cuello de alguna mujer, en el dedo de alguna anciana o en el bolsillo de algún gallardo ¿Y si habían pasado ya por el mismo lugar y el absorto en otras cosas no la había visto? ¿Y si la había visto y no reconocido? O si, simplemente, jamás la pudiese encontrar. Y ya no pensaba en la sortija, y había comenzado, a soñar.
Ahora, el calor que emulaba el francés, sus manos acariciando su rostro y su acompasada respiración colándose a sus adentros, alejaban todos aquellos temores, disipaban el desasosiego de no soñar. Edouard era todo aquello que en tantos años no había conseguido idealizar, era todos los sueños de los que le habían privado, que se había privado por el miedo al pasado – No mientras estés aquí al amanecer – no mientras su efebo rostro fuese la primera imagen que su mirada pudiese captar, no mientras su aroma se impregnase a las sabanas endulzando el aire aun en su ausencia, no mientras le dijese que lo amaba y le repitiera aquellas palabras de dilección, que todo iba a estar bien. Pero algo, en el fondo, un guijarro en extinción, le decía que no era verdad. Aquella noche, decidió ignorarlo y dejarse embriagar por el sopor de su primer encuentro y después de tantos años, se permitió soñar.
Había olvidado, inquietó por acariciar su cuerpo y llevarlo al límite del deseo, que durante aquellos días de silencio había conseguido descifrar la manera en que se había asido de aquellos francos semanas atrás. Lo adivinó en su mirada melancólica y sus esporádicas confesiones sobre la mujer que le crió, aun no sabía si el objeto que había vendido era grande como una cadena o diminuto como una sortija. Y aunque se decantaba por el segundo aquella era información que no había conseguido obtener de labios del francés. Se había olvidado de cuestionarle tiernamente, y sin aparente necesidad, ciertas preguntas que podrían orillarlo al lugar indició, aquel en el cual, si tenía más suerte de la que estaba seguro poseer, encontraba aun expuesta la joya vendida. Y entonces todo se resumía a un montón de acontecimientos que se escapaban de sus manos como el agua.
Y si no encontraba jamás el lugar, y si lo encontraba y era demasiado tarde, quizás no lograse descubrir el aspecto de la alhaja. Y pensó, casi por descuidó ¿Y si se había topado ya con ella? Expuesta sobre el cuello de alguna mujer, en el dedo de alguna anciana o en el bolsillo de algún gallardo ¿Y si habían pasado ya por el mismo lugar y el absorto en otras cosas no la había visto? ¿Y si la había visto y no reconocido? O si, simplemente, jamás la pudiese encontrar. Y ya no pensaba en la sortija, y había comenzado, a soñar.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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