AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
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Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Recuerdo del primer mensaje :
Sublime, aquella palabra revoloteaba violentamente entre sus pensamientos conforme el perfume de las flores se mezclaba con el aire en derredor, se colaba suavemente a través de sus sentidos para deleitarlo. Cuan bellos y gráciles eran aquellos botones abiertos que comenzaban ahora a desfallecer pétalo por pétalo sobre el empedrado, la masacre había ocurrido ya y la mayoría de las florecillas habían dejado solo su tallo para recordar su existencia. Y con cuanta firmeza se sujetaban a la vida, dejando tras su partida el destile de sus entrañas. Observo con recelo a la única que se alzaba, gloriosa, intacta frente a él –Vaya suerte la tuya- un susurro, una frase lanzada con tersa malicia.
Habría aguardado sentado en una banca como la gente normal si no se hubiese sentido extrañamente molestado por aquel estático ser que sin hablar emanaba las ofensas mejor desenvainadas. Podría haber jurado que había algo satánico en aquella flor que le incitaba a perder la vida observándola, algo tan normal que había captado su atención. Deseo, por un segundo que le pareció ridículo a continuación, poder preguntarle de su soledad, de su efímera vida y la muerte inminente que azotaba furiosamente su sensibilidad. Podía perecer ahí mismo, frente a él, romperse por alguna fuerte ventisca, cercarse por el insensible sol, podría arrancarla así sin más –Que mala suerte la tuya- susurro, una frase lanzada con tierno lamento.
Guardo las manos en los bolsillos del gabán que llevaba recubriendo y resguardando su cuerpo del halito otoñal que arrastraba consigo los inicios del invierno, uno que prometía ser mucho peor, el rumano no recordaba haber sentido nunca antes aquella pesadez adhiriéndosele a la medula. Y la única lógica que encontraba a aquella sensación era el invierno que se aproximaba con rapidez. Sin más, aquella flor encontró un nombre en sus pensamientos, un rostro familiar que se adhirió a sus semejanzas para negarse a remitir en su olvido. Acaricio el lienzo blanco que mantenía en censura la herida en la palma de su mano, un corte meramente superficial que lucía grotesco a la mirada curiosa. Bufo, quizás, la flor lo observaba también a el quizás, se lamentaba también por él.
Encogió el cuello entre los hombros conforme la caída del astro rey matizaba con arrebol la piel del estático ser, ensuciaba su tallo con densas manchas de carmín que se camuflajeaba con la luz el atardecer. Perecía frente a él sin morir. Frunció el ceño, ofuscado, como un infante confundido, anonadado. Curioso de saber lo que nadie puede explicar, anhelando comprender lo que todos quieren saber.
Habría aguardado sentado en una banca como la gente normal si no se hubiese sentido extrañamente molestado por aquel estático ser que sin hablar emanaba las ofensas mejor desenvainadas. Podría haber jurado que había algo satánico en aquella flor que le incitaba a perder la vida observándola, algo tan normal que había captado su atención. Deseo, por un segundo que le pareció ridículo a continuación, poder preguntarle de su soledad, de su efímera vida y la muerte inminente que azotaba furiosamente su sensibilidad. Podía perecer ahí mismo, frente a él, romperse por alguna fuerte ventisca, cercarse por el insensible sol, podría arrancarla así sin más –Que mala suerte la tuya- susurro, una frase lanzada con tierno lamento.
Guardo las manos en los bolsillos del gabán que llevaba recubriendo y resguardando su cuerpo del halito otoñal que arrastraba consigo los inicios del invierno, uno que prometía ser mucho peor, el rumano no recordaba haber sentido nunca antes aquella pesadez adhiriéndosele a la medula. Y la única lógica que encontraba a aquella sensación era el invierno que se aproximaba con rapidez. Sin más, aquella flor encontró un nombre en sus pensamientos, un rostro familiar que se adhirió a sus semejanzas para negarse a remitir en su olvido. Acaricio el lienzo blanco que mantenía en censura la herida en la palma de su mano, un corte meramente superficial que lucía grotesco a la mirada curiosa. Bufo, quizás, la flor lo observaba también a el quizás, se lamentaba también por él.
Encogió el cuello entre los hombros conforme la caída del astro rey matizaba con arrebol la piel del estático ser, ensuciaba su tallo con densas manchas de carmín que se camuflajeaba con la luz el atardecer. Perecía frente a él sin morir. Frunció el ceño, ofuscado, como un infante confundido, anonadado. Curioso de saber lo que nadie puede explicar, anhelando comprender lo que todos quieren saber.
Última edición por Anuar Dutuescu el Jue Jul 25, 2013 1:12 pm, editado 1 vez
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Dio un traspié controlado cuando los labios de Carrouges se refugiaron en su cuello y le fue inevitable ejercer mayor presión en la fracción de sus piernas donde sus manos le sujetaban. Estrecho la piel censurada por el pantalón entre sus dedos en una especie de apretón que resultaban ser sus esfuerzos por mantenerse en movimiento. Era difícil concentrarse mientras los labios del francés murmuraban cosas contra su piel, palabras que parecían sacadas de algún libro de Austen, palabras que encontraban morada en su memoria. No olvidaría jamás como había sonado aquel primer te quiero ni como sonaban aquellos otros matizados con la promesa de estrechar la relación. Una relación que existía en agradable silencio.
Terminó golpeando, sin fuerza alguna, la espalda de Edouard contra la puerta de la habitación – Lo lamento – intento no reír porque no sabía aun la medida en que su carácter podía cambiar en aquella situación. Meneo la cabeza buscando a tientas la manija, aquel descuido, podía dar prueba de fe de lo difícil que le era mantenerse sensato con el cuerpo del francés tan próximo a él. Beso su mejilla como alguna muestra tangible de perdón, una caricia prolongada que termino su existencia con un ruido atronador – Me pones mostrenco – nervioso y ansioso también, pero decidió no abrumarlo con la cantidad de emociones y sensaciones que le hacía sentir en su sola presencia. Encontró la manija después de haber ludido la puerta entera en búsqueda del pedazo de metal. Viro la perilla y la puerta cedió lentamente ante ellos, la habitación le resulto más grande de los usual, las cosas parecían demasiado ordenadas y la cama muy tendida.
Entro en la estancia cerrando la puerta con el peso de su espalda y los últimos pasos que dio en dirección a la cama le resultaron lentos y tediosos. Como si su mirada le hubiese jugado mal y la distancia entre ellos y el objeto fuese mayor a la que había logrado adivinar. Pero había caminando muchas veces esa distancia y sabía que aquella sensación era debida a la ansiedad que había generado su proximidad. Se inclino, depositando el cuerpo de Carrouges sobre la bien tendida cama, utilizando ahora sus manos para apoyarse a ambos lados de el. El tiempo que paso embelesado por el rostro ruborizado del francés basto para conseguir poner en orden sus pensamientos y recobrar parte de la cordura que había dejando a pedazos regada por la galería.
- Nunca me había sentido así – era una extraña calidez que no lograba adivinar, una ígnea antorcha que cosquilleaba su vientre y las lenguas de fuego que se alzaban en cualquier dirección acariciaban sus extrañas. Le agradaba aquella sensación y las mariposas quedaban minusculas con lo que sentia ahora en su interior. Atrapo los labios de Carrouges en un vaivén de besos para que fuese el menor quien pudiese tomar las riendas de la situación. Aquella noche el rumano planeaba limitarse a satisfacerle, era su primera vez, no en el sentido estricto de su palabra pero si en la connotación que Anuar se la planteaba. Era su primera vez y merecía que fuese especial.
Terminó golpeando, sin fuerza alguna, la espalda de Edouard contra la puerta de la habitación – Lo lamento – intento no reír porque no sabía aun la medida en que su carácter podía cambiar en aquella situación. Meneo la cabeza buscando a tientas la manija, aquel descuido, podía dar prueba de fe de lo difícil que le era mantenerse sensato con el cuerpo del francés tan próximo a él. Beso su mejilla como alguna muestra tangible de perdón, una caricia prolongada que termino su existencia con un ruido atronador – Me pones mostrenco – nervioso y ansioso también, pero decidió no abrumarlo con la cantidad de emociones y sensaciones que le hacía sentir en su sola presencia. Encontró la manija después de haber ludido la puerta entera en búsqueda del pedazo de metal. Viro la perilla y la puerta cedió lentamente ante ellos, la habitación le resulto más grande de los usual, las cosas parecían demasiado ordenadas y la cama muy tendida.
Entro en la estancia cerrando la puerta con el peso de su espalda y los últimos pasos que dio en dirección a la cama le resultaron lentos y tediosos. Como si su mirada le hubiese jugado mal y la distancia entre ellos y el objeto fuese mayor a la que había logrado adivinar. Pero había caminando muchas veces esa distancia y sabía que aquella sensación era debida a la ansiedad que había generado su proximidad. Se inclino, depositando el cuerpo de Carrouges sobre la bien tendida cama, utilizando ahora sus manos para apoyarse a ambos lados de el. El tiempo que paso embelesado por el rostro ruborizado del francés basto para conseguir poner en orden sus pensamientos y recobrar parte de la cordura que había dejando a pedazos regada por la galería.
- Nunca me había sentido así – era una extraña calidez que no lograba adivinar, una ígnea antorcha que cosquilleaba su vientre y las lenguas de fuego que se alzaban en cualquier dirección acariciaban sus extrañas. Le agradaba aquella sensación y las mariposas quedaban minusculas con lo que sentia ahora en su interior. Atrapo los labios de Carrouges en un vaivén de besos para que fuese el menor quien pudiese tomar las riendas de la situación. Aquella noche el rumano planeaba limitarse a satisfacerle, era su primera vez, no en el sentido estricto de su palabra pero si en la connotación que Anuar se la planteaba. Era su primera vez y merecía que fuese especial.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Terminó de besarle el cuello y le rozó los labios con los dedos de la mano derecha mientras la izquierda seguía en su espalda cómodamente apoyada, con la naturalidad que daba la confianza de otro cuerpo bien conocido. Lo gracioso del caso era que Edouard nunca había visto a Anuar desvestido salvo por aquella primera noche en el camposanto, tras la muerte de madre, en la que el criado había despojado al rumano de su camisa y se había acurrucado contra su pecho. No obstante sentía que cuando tuviera ocasión iba a disfrutar intentando adivinar cuáles eran los senderos que dibujaba la piel del otro bajo sus caricias y cómo reaccionaría a sus atenciones. La intimidad entre dos amantes tenía mucho de ánimo aventurero si uno no dejaba que lo asfixiara la rutina de una coreografía mal ejecutada de movimientos desganados. La declaración tan explícita de su compañero sobre cómo le ponía no hizo sino encender más la fiebre que lo venía poseyendo desde que se habían ocultado detrás de los arbustos en el jardín botánico, y encontrando que las palabras le estaban sobrando le devoró a lametones el hueco encima de la clavícula. Comenzó a tironear del cuello de la camisa de Dutuescu antes incluso de que éste le depositara sobre la cama, tan deseoso estaba de tenerlo por fin, y de no ser porque no les sobraba ni un franco para ir comprando telas nuevas le abría arrancado las prendas allí mismo una por una.
Lo acogió con emoción tangible cuando el pintor decidió por fin regalarle todos los besos que habían estado guardando en la calle y hundió los dedos en su espalda, atrayéndolo con fiereza hacia su cuerpo y enredando las piernas entre las del otro. Quería al mismo tiempo dominar y dejarse hacer, poseer y ser poseído, y al no decidirse por ninguna de ambas terminó de deshacerse de la ropa que cubría el torso del artista y lo contempló con arrobo un instante. Luego permitió que Anuar hiciera lo propio con su camisa y lo abrazó sintiendo que estallaría cuando su piel que ardía entrase en contacto con el abdomen del mayor.
- Yo tampoco.
En su caso era obvio, Madame no había sido lo que se decía una compañía escogida por libre voluntad, pero el pelirrojo sí había estado ya en los brazos de un amante y aún así había escogido decir "nunca". Edouard prefirió creerle por un momento, por una noche, y dejarle que le convenciera de que las cosas podían ser maravillosas tal y como estaban.
Cuando sus bocas se hartaron de encontrarse y separarse tantas veces que la batalla librada quedó en una tregua Edouard volteó gentilmente hasta tomar más rango de movimiento, y entonces despojó también del pantalón a su compañero. Le acarició todo el contorno de un costado y la cadera y deslizó una de sus manos bajo la ropa interior de Anuar. Dejó que su tacto le anticipara, como si de un ciego se tratase, lo que escondía el misterio hacia el placer del rumano. Se inclinó quedamente contra él y le besó otra vez pero con menos urgencia, como si necesitara concentrarse en todos sus sentidos al mismo tiempo y eso no le permitiera profundizar ahora en el mando de sus labios.
- No solo tienes fuego en el pelo. - Sonrió con los ojos vidriosos.
Lo acogió con emoción tangible cuando el pintor decidió por fin regalarle todos los besos que habían estado guardando en la calle y hundió los dedos en su espalda, atrayéndolo con fiereza hacia su cuerpo y enredando las piernas entre las del otro. Quería al mismo tiempo dominar y dejarse hacer, poseer y ser poseído, y al no decidirse por ninguna de ambas terminó de deshacerse de la ropa que cubría el torso del artista y lo contempló con arrobo un instante. Luego permitió que Anuar hiciera lo propio con su camisa y lo abrazó sintiendo que estallaría cuando su piel que ardía entrase en contacto con el abdomen del mayor.
- Yo tampoco.
En su caso era obvio, Madame no había sido lo que se decía una compañía escogida por libre voluntad, pero el pelirrojo sí había estado ya en los brazos de un amante y aún así había escogido decir "nunca". Edouard prefirió creerle por un momento, por una noche, y dejarle que le convenciera de que las cosas podían ser maravillosas tal y como estaban.
Cuando sus bocas se hartaron de encontrarse y separarse tantas veces que la batalla librada quedó en una tregua Edouard volteó gentilmente hasta tomar más rango de movimiento, y entonces despojó también del pantalón a su compañero. Le acarició todo el contorno de un costado y la cadera y deslizó una de sus manos bajo la ropa interior de Anuar. Dejó que su tacto le anticipara, como si de un ciego se tratase, lo que escondía el misterio hacia el placer del rumano. Se inclinó quedamente contra él y le besó otra vez pero con menos urgencia, como si necesitara concentrarse en todos sus sentidos al mismo tiempo y eso no le permitiera profundizar ahora en el mando de sus labios.
- No solo tienes fuego en el pelo. - Sonrió con los ojos vidriosos.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Siguió sujetando su pierna mientras sus labios devoraban los ajenos, redescubriendo cada parte de su boca como si fuese la primera vez. Se dejo hacer, permitió que Carrouges le quitase la camisa con una prisa y destreza que en la cabaña no había atinado a observar. Sus antes trémulos dedos se movían ahora volátiles por la extensión de su camisa quitando de su camino los molestos botones que interrumpían su actuar. Sonrió de medio lado haciendo resbalar la prenda por sus hombros para dejarla caer a un lado – No hay ninguna prisa – articulo entonces, no había ninguna prisa no porque no se sintiera ansioso de comenzar pero, quería tomarse el tiempo suficiente para que el acto no se les escapase de entre las manos en un santiamén. Necesitaba ser una memoria detallada y no un instante de desesperada pasión.
Se decidió entonces a despojar al francés de su camisa y la manera lenta y segura con que lo hizo se debió en exclusividad al reciente y latente temor de, al verse sus manos sobrecogidas por tantas acciones presurosas, terminasen regresando los temblores. Encontró frente a él, por primera vez, el torso desnudo de su amante, recorrió su abdomen entre tiernos besos y una docta lengua que dejo tras de sí un rastro húmedo. Solo para entonces, y mientras sus manos seguían acariciando su vientre, volver a encontrarse con sus labios en lo que le pareció una eternidad. Le agradaba el tacto terso de su piel y se pregunto si con los años comenzaría a crecerle una frondosa barba como a los hombres crecidos. El mismo carecía de ella, inclusive sus brazos y piernas parecían más bien salpicados por una especie de pelusa.
El sentir su impaciente mano en contacto con su piel le erizo el vello de la nuca, y un gemido prolongado emergió de sus labios al tiempo que su vientre se contraía y su rostro se acongojaba. Apoyo su frente contra la de Carrouges con los labios semi abiertos y la respiración más agitada de lo usual – Solo ten cuidado de no quemarte – su voz antes serena se le escapo entonces entre susurros. Como los rezos que su madre le obligaba a profesar antes de dormir o de comer, una súplica sin nombre. Se escabullo sobre su cuerpo, con un errático camino de besos que descendió por su costado hasta que sus labios se encontraron con el borde del pantalón. Alzó el rostro, para buscar en su mirada el permiso de proseguir y así, sin apartar la vista de el, lo despojo del pantalón y los zapatos.
Le fue indescriptible la sensación de tenerlo así, con nada más que su ropa interior frente a él. Con la promesa de dilección entre los labios y un futuro incierto que prometían compartir, por primera vez se aterro de amar algo temporal. Se acomodo sobre Carrouges con una rodilla entre las piernas del francés, ejerciendo cierta presión en la hombría del menor – Déjame complacerte hoy – no creía que se necesitase de más nada para que el otro entendiese la verdadera connotación de sus palabras. Pero, por si el mensaje carecía de claridad, acaricio con su mano derecha la hombría del francés con la tela de su ropa interior interponiéndose entre ellos. Observo su rostro con curiosidad, quería encontrarse con sus labios contraídos y su respiración acelerada por sus caricias. Quería saber si podía hacerle pronunciar la más gloriosa sinfonía jamás creada, y saberse el motivo de su deseo, de su placer, le coloreaba el alma.
Se decidió entonces a despojar al francés de su camisa y la manera lenta y segura con que lo hizo se debió en exclusividad al reciente y latente temor de, al verse sus manos sobrecogidas por tantas acciones presurosas, terminasen regresando los temblores. Encontró frente a él, por primera vez, el torso desnudo de su amante, recorrió su abdomen entre tiernos besos y una docta lengua que dejo tras de sí un rastro húmedo. Solo para entonces, y mientras sus manos seguían acariciando su vientre, volver a encontrarse con sus labios en lo que le pareció una eternidad. Le agradaba el tacto terso de su piel y se pregunto si con los años comenzaría a crecerle una frondosa barba como a los hombres crecidos. El mismo carecía de ella, inclusive sus brazos y piernas parecían más bien salpicados por una especie de pelusa.
El sentir su impaciente mano en contacto con su piel le erizo el vello de la nuca, y un gemido prolongado emergió de sus labios al tiempo que su vientre se contraía y su rostro se acongojaba. Apoyo su frente contra la de Carrouges con los labios semi abiertos y la respiración más agitada de lo usual – Solo ten cuidado de no quemarte – su voz antes serena se le escapo entonces entre susurros. Como los rezos que su madre le obligaba a profesar antes de dormir o de comer, una súplica sin nombre. Se escabullo sobre su cuerpo, con un errático camino de besos que descendió por su costado hasta que sus labios se encontraron con el borde del pantalón. Alzó el rostro, para buscar en su mirada el permiso de proseguir y así, sin apartar la vista de el, lo despojo del pantalón y los zapatos.
Le fue indescriptible la sensación de tenerlo así, con nada más que su ropa interior frente a él. Con la promesa de dilección entre los labios y un futuro incierto que prometían compartir, por primera vez se aterro de amar algo temporal. Se acomodo sobre Carrouges con una rodilla entre las piernas del francés, ejerciendo cierta presión en la hombría del menor – Déjame complacerte hoy – no creía que se necesitase de más nada para que el otro entendiese la verdadera connotación de sus palabras. Pero, por si el mensaje carecía de claridad, acaricio con su mano derecha la hombría del francés con la tela de su ropa interior interponiéndose entre ellos. Observo su rostro con curiosidad, quería encontrarse con sus labios contraídos y su respiración acelerada por sus caricias. Quería saber si podía hacerle pronunciar la más gloriosa sinfonía jamás creada, y saberse el motivo de su deseo, de su placer, le coloreaba el alma.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Tuvo que obligarse a demorar un poco sus movimientos y sus caricias porque Anuar tenía razón, si se apresuraban todo pasaría demasiado rápido, pero pedirle que no corriera cuando llevaba un par de meses esperando por aquello era como pretender que el sol se levantara más despacio sobre el horizonte por las mañanas. Suspiró y el aire que tomó se le arremolinó en el pecho cuando el pelirrojo comenzó a besarle el vientre. Nunca había comprendido qué tenía de especial eso que los demás llamaban sexo y tampoco por qué algunos lo buscaban con tanta desesperación. Ahora entendía qué era lo que se escondía detrás del misterio de tener cerca otro cuerpo, como fundido a uno mismo, y eso que recién acababan de comenzar a conocerse de la forma más cruda que pueden conocerse dos personas; sin artificios y sin disfraces. Casi dio un respingo cuando oyó el gemido de Anuar que le resultó totalmente inesperado y a la vez fascinante. ¿De veras su tacto podía desencadenar algo tan maravilloso? Le gustaba más el Edouard que era capaz de hacer sentir eso al rumano que el Edouard temeroso de la vida y de las alegrías de la misma. Se gustaba más cuando estaba con el rumano y eso hacía que al mismo tiempo lo amara con más fuerza, y así en un círculo vicioso que no tenía principio ni fin y que la naturaleza parecía haber construido por el simple placer de un capricho.
Estaba apenas empezando a familiarizarse con lo que había encontrado bajo la última prenda del mayor como un niño con un nuevo juguete cuando el otro se alejó de él momentáneamente, haciéndole perder el contacto. No importaba, podía esperar, tenían toda la noche y todas las noches para descubrirse. Asintió imperceptiblemente a la petición muda del otro de despojarle de su pantalón y así se vieron pronto en igualdad de condiciones, sin que el francés sintiese por ello el menor asomo de cohibición o vergüenza. Tener el cuerpo de Dutuescu sobre el suyo parecía ser lo que siempre había necesitado sin darse cuenta. ¿No era maravilloso? Ni siquiera se había dado cuenta hasta entonces de la excitación que podía embargarle por completo ante algo tan simple como esa presión del muslo ajeno entre sus piernas. Arqueó un poco la espalda cuando el agradable cosquilleo se extendió desde su bajo vientre por toda su columna hasta erizarle los cabellos. Le rodeó la cintura con los brazos y cerró los ojos, doblando el cuello hacia atrás y jadeando involuntariamente cuando la mano de Anuar descendió a la última prenda que le restaba por quitarse.
- Ni siquiera sabía que tenía un cuerpo hasta que lo has tocado tú. - Ronroneó.
Le acarició la espalda y luego los hombros, parecía que los dedos no le abarcaban para todos sus deseos, hasta que finalmente rodeó su pecho y rozó con las yemas de los índices los pezones del contrario.
Estaba apenas empezando a familiarizarse con lo que había encontrado bajo la última prenda del mayor como un niño con un nuevo juguete cuando el otro se alejó de él momentáneamente, haciéndole perder el contacto. No importaba, podía esperar, tenían toda la noche y todas las noches para descubrirse. Asintió imperceptiblemente a la petición muda del otro de despojarle de su pantalón y así se vieron pronto en igualdad de condiciones, sin que el francés sintiese por ello el menor asomo de cohibición o vergüenza. Tener el cuerpo de Dutuescu sobre el suyo parecía ser lo que siempre había necesitado sin darse cuenta. ¿No era maravilloso? Ni siquiera se había dado cuenta hasta entonces de la excitación que podía embargarle por completo ante algo tan simple como esa presión del muslo ajeno entre sus piernas. Arqueó un poco la espalda cuando el agradable cosquilleo se extendió desde su bajo vientre por toda su columna hasta erizarle los cabellos. Le rodeó la cintura con los brazos y cerró los ojos, doblando el cuello hacia atrás y jadeando involuntariamente cuando la mano de Anuar descendió a la última prenda que le restaba por quitarse.
- Ni siquiera sabía que tenía un cuerpo hasta que lo has tocado tú. - Ronroneó.
Le acarició la espalda y luego los hombros, parecía que los dedos no le abarcaban para todos sus deseos, hasta que finalmente rodeó su pecho y rozó con las yemas de los índices los pezones del contrario.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
La composición de su rostro le resulto sublime, eran todos los elementos humanos reunidos con un fin común. Sus parpados cerrados y levemente apretados, sus labios entreabiertos dejando escapar sus jadeos, el cuello en un ángulo que le invitaba a recorrerlo mientras sus manos recorrían su cuerpo. Como buen artista, al rumano le gustaba detenerse en aquellos gestos casi irrelevantes – Espera a que toque tu alma – si algo había aprendido Anuar con el sueco, era la necesidad de, no solo brindarle las caricias y placeres al ente físico sino, a aquella parte que no era menos el por no ser tangible. Su alma, su esencia, sus emociones y memorias y todo aquello que lo conformaban, necesitaban también de aquel éxtasis momentáneo. Era ese, el placer que se podía encontrar solo al estar con el ser amado, el verdadero deleite del encuentro.
Aun así, no menospreciaba ni ponía menor ahincó en seguir acariciando el cuerpo del menor. Recorrió con parsimoniosos besos la extensión de su cuello, mordió juguetonamente su mandíbula conforme sus manos se escabullían bajo su última pieza de prenda – Si algo no te agrada puedes decirme que pare – suspiro contra su oído hundiendo su nariz entre la mata de crespos cabellos. Olía a inocencia y lasciva, si pudiesen oler a algo, y si pudiesen yacer en el mismo lugar. Más bien era una mezcla de agentes contrarios, había leído y si mal no recordaba que las personas, como los animales, liberaban sustancias, feromonas y no sabía cuánto más durante el cortejo y el acto sexual. Mantuvo una de sus manos acariciando distraídamente su cadera mientras la otra ludia, primero con la yema de los dedos y después con la mano, su hombría.
Alzó el rostro para ver su expresión cuando su mano se cernió entorno a su miembro, quería ver sus gestos para adivinar en ellos la mejor manera de proseguir. Quizás el francés prefería las caricias lentas y acompasadas o un ritmo más acelerado y desfogado, podría haberle pedido que el mismo le mostrase la manera pero, creía conveniente aprender en la práctica. Termino apoyando la mano que anteriormente mantenía en su cadera sobre el colchón para poder tener un mejor campo de visión y acción - ¿Así?- paso su lengua por los labios de Carrouges ante el deleite de tenerlo jadeando bajo él. El ritmo que decidió seguir fue el que le dictamino el pecho semi agitado del francés recorriendo su hombría por toda su extensión. Había olvidado ya como se sentía brindarle placer a alguien más, aquel cosquillo que le invadía y le incitaba a apresurar el ritmo de sus caricias mientras observaba como su cuerpo entero se agitaba. Decidió, que primero vería su reacción antes de proseguir.
Sonrió de manera casi imperceptible, sonrió por estarse preocupando por como debía gustarle al francés. Porque si lo pensaba bien el tener relaciones sexuales con otra persona llevaba cierto egoísmo implícito – Te juro que en estos instantes haría cualquier cosa por ti – por complacer a ese niño entusiasmado.
Aun así, no menospreciaba ni ponía menor ahincó en seguir acariciando el cuerpo del menor. Recorrió con parsimoniosos besos la extensión de su cuello, mordió juguetonamente su mandíbula conforme sus manos se escabullían bajo su última pieza de prenda – Si algo no te agrada puedes decirme que pare – suspiro contra su oído hundiendo su nariz entre la mata de crespos cabellos. Olía a inocencia y lasciva, si pudiesen oler a algo, y si pudiesen yacer en el mismo lugar. Más bien era una mezcla de agentes contrarios, había leído y si mal no recordaba que las personas, como los animales, liberaban sustancias, feromonas y no sabía cuánto más durante el cortejo y el acto sexual. Mantuvo una de sus manos acariciando distraídamente su cadera mientras la otra ludia, primero con la yema de los dedos y después con la mano, su hombría.
Alzó el rostro para ver su expresión cuando su mano se cernió entorno a su miembro, quería ver sus gestos para adivinar en ellos la mejor manera de proseguir. Quizás el francés prefería las caricias lentas y acompasadas o un ritmo más acelerado y desfogado, podría haberle pedido que el mismo le mostrase la manera pero, creía conveniente aprender en la práctica. Termino apoyando la mano que anteriormente mantenía en su cadera sobre el colchón para poder tener un mejor campo de visión y acción - ¿Así?- paso su lengua por los labios de Carrouges ante el deleite de tenerlo jadeando bajo él. El ritmo que decidió seguir fue el que le dictamino el pecho semi agitado del francés recorriendo su hombría por toda su extensión. Había olvidado ya como se sentía brindarle placer a alguien más, aquel cosquillo que le invadía y le incitaba a apresurar el ritmo de sus caricias mientras observaba como su cuerpo entero se agitaba. Decidió, que primero vería su reacción antes de proseguir.
Sonrió de manera casi imperceptible, sonrió por estarse preocupando por como debía gustarle al francés. Porque si lo pensaba bien el tener relaciones sexuales con otra persona llevaba cierto egoísmo implícito – Te juro que en estos instantes haría cualquier cosa por ti – por complacer a ese niño entusiasmado.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Tocar su alma. Ya lo estaba haciendo sobradamente, había algo más allá del contacto físico y Edouard lo sentía tan tangible como la mano de Anuar sobre su piel. En realidad era eso lo que convertía aquel encuentro en el mejor que había tenido hasta entonces, ¿pues qué otra cosa diferenciaba al rumano de su anterior patrona sino el afecto que el muchacho sentía genuinamente por él? Cualquier beso, incluso la mirada más simple, adquiría un cariz completamente distinto cuando procedían del hombre a quien el criado había decidido por fin abrir las puertas de su corazón. Un corazón que había dudado incluso de poseer en numerosas ocasiones, y cuya presencia se le hacía únicamente manifiesta cuando se le rompía una y otra vez a causa de las desavenencias que la fortuna le había ido poniendo en el camino como sádica distracción. Ahora por fin Edouard sentía que otro ser humano se tomaba interés en él para disfrutar su compañía y no para golpearle el ánimo o el orgullo. Todo eso hacía que el pintor lo tuviera muchísimo más fácil para estremecerlo con un solo gesto y para convertir cualquier roce en algo sublime de lo que el menor quería beber como agua en el desierto.
Se mordió la parte interna del labio inferior porque por algún motivo sus dientes buscaban un agarre ante la intensidad de las emociones que le obnubilaban el cuerpo y la mente. Suspiró al notar la humedad de la boca del pelirrojo en su cuello y recorrió a su vez con las manos todo su pecho con caricias que fracasaban en su intento por ser calmadas y tranquilas. Le temblaban los dedos y los párpados, y también le sonó trémula la voz cuando con una frase quebró el silencio de la habitación.
- No te pares. - Lo alentó, confesándole implícitamente que le encantaba todo lo que le estaba provocando. - No quiero que te detengas nunca.
No ahora que había abierto la jaula y dejado salir a ese pájaro asustado que había sido el sirviente y que saboreaba por primera vez la libertad. Creyó que había escalado hasta la misma cima del monte más alto que se podía cruzar, pero entonces Anuar salvó el obstáculo de su prenda de ropa interior y le prodigó los primeros vaivenes tan íntimos que le arrancaron un gemido que incluso a él sorprendió. Nunca antes había sentido un placer tal que su garganta decidiera emitir por sí sola sonidos como aquellos, y lo cierto es que escucharse le hacía desear oír también los del rumano. Dejó que sus manos se entrelazaran en la nuca de su amante y lo atrajo hacia su rostro para besarlo mientras le aseguraba entre jadeos que sí, que así era exactamente como le gustaba, que quería más.
Dobló las piernas y apoyó las plantas de los pies sobre las sábanas, creando así en cierto modo un nicho en su cuerpo para que se acomodara Dutuescu. Sus ojos color miel parecían henchidos de afecto y de excitación, y el francés quiso ver más allá y acabó incorporándose un poco para enganchar con dos dedos la cintura de sus calzones. Le pidió permiso con una mirada para bajarlos y luego tiró suavemente, descubriendo con lentitud lo que había anhelado tanto tiempo y esa parte del mayor que ansiaba complacer.
- Ya lo haces. - Dijo mientras le besaba los hombros. - Más de lo que imaginas.
Se mordió la parte interna del labio inferior porque por algún motivo sus dientes buscaban un agarre ante la intensidad de las emociones que le obnubilaban el cuerpo y la mente. Suspiró al notar la humedad de la boca del pelirrojo en su cuello y recorrió a su vez con las manos todo su pecho con caricias que fracasaban en su intento por ser calmadas y tranquilas. Le temblaban los dedos y los párpados, y también le sonó trémula la voz cuando con una frase quebró el silencio de la habitación.
- No te pares. - Lo alentó, confesándole implícitamente que le encantaba todo lo que le estaba provocando. - No quiero que te detengas nunca.
No ahora que había abierto la jaula y dejado salir a ese pájaro asustado que había sido el sirviente y que saboreaba por primera vez la libertad. Creyó que había escalado hasta la misma cima del monte más alto que se podía cruzar, pero entonces Anuar salvó el obstáculo de su prenda de ropa interior y le prodigó los primeros vaivenes tan íntimos que le arrancaron un gemido que incluso a él sorprendió. Nunca antes había sentido un placer tal que su garganta decidiera emitir por sí sola sonidos como aquellos, y lo cierto es que escucharse le hacía desear oír también los del rumano. Dejó que sus manos se entrelazaran en la nuca de su amante y lo atrajo hacia su rostro para besarlo mientras le aseguraba entre jadeos que sí, que así era exactamente como le gustaba, que quería más.
Dobló las piernas y apoyó las plantas de los pies sobre las sábanas, creando así en cierto modo un nicho en su cuerpo para que se acomodara Dutuescu. Sus ojos color miel parecían henchidos de afecto y de excitación, y el francés quiso ver más allá y acabó incorporándose un poco para enganchar con dos dedos la cintura de sus calzones. Le pidió permiso con una mirada para bajarlos y luego tiró suavemente, descubriendo con lentitud lo que había anhelado tanto tiempo y esa parte del mayor que ansiaba complacer.
- Ya lo haces. - Dijo mientras le besaba los hombros. - Más de lo que imaginas.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Sus respuestas resultaron ser el detonador de cualquier reserva que pudiese haber tenido hasta aquel instante de confesiones. Ahora no deseaba más que llevarlo hasta el éxtasis mismo, a aquel segundo en que la realidad parecía desvanecerse a su alrededor y una calma y plenitud que no se podía sentir de ninguna otra manera lo engullía a sus adentros. Al rumano le agradaba aun más aquel segundo siguiente, cuando volvía a ser consciente de su cuerpo y su mirada encontraba entonces la de alguien más. La agradaba descifrar en el rostro ajeno aquellas sensaciones que revoloteaban impacientes en sus entrañas, creía, que las personas no podían sentir aquel orgasmo en una manera lineal, debía ser algo único y especial para cada quien.
Prosiguió con el vaivén en sus caricias y en sus besos, acompasando el ritmo de ambos para ordenar la sinfonía que casi inaudible comenzaba a emerger de labios del francés. Sonidos guturales que lo alentaban a esmerase en su labor y que de forma explícita le indicaban la mejor manera de tocarlo. Se vio obligado a separarse de sus labios cuando Carrouges insistió en incorporar su espalda y pecar de curiosidad. Sonrió contra su mejilla cuando sus dedos se asieron a los últimos vestigios de tela que censuraban su virilidad – Creo que no he sido claro - susurró, palabras que se mezclaron con erráticos besos en un sendero sin dirección que dejo sus labios sobre el lóbulo de su oído - ¿Qué quieres que haga hoy por ti? – mordisqueo aquella zona mientras le ayudaba a despojarlo completamente de su ropa interior.
Apoyo las rodillas en la sabana, con las piernas entre las de Carrouges y las palmas a ambos costados – Pero si no respondes me tomare la libertad de decidir por ti – se encogió de hombros descendiendo nuevamente con aquella mezcla irregular de besos, lengüetazos y mordiscos, repaso con sus labios cada parte de su abdomen. Contorneo con su lengua la silueta de sus pezones y el lugar exacto donde los músculos intentaban asomar, hundió su nariz en su ombligo bajando hacia el lugar añorado. Le rodeo una de las piernas con una mano y con la otra, acaricio primero la zona aledaña a su hombría para dejar en claro su intensión. Sujeto su hombría con firmeza para acercar su boca y alentarlo con la premura de su cálida respiración, y donde sus manos acariciaron antes sus labios recorrieron también. Aquella piel descubierta que quedaba cercana sin pertenecer.
Con los años había llegado a creer que se había vuelto alguna especie inusual de masoquista. No gustaba de los golpes o el dolor pero no podía evitar, y le resultaba deleitante, mantener expectante y ansioso al francés. Porque el rumano conocía aquella sensación, aquel placer que lo hacía desear más con una malsana necesidad. Así debían sentirse los alcohólicos o los adictos al opio, era el sexo otra clase de adicción. Acaricio la extensión con los labios, humedeciéndola con la lengua para entonces no hacer nada, alzó la mirada con los labios entreabiertos acariciando su intimidad - ¿Entonces? – sonrió de medio lado acariciándole la parte interna de la pierna que aun le sujetaba.
Prosiguió con el vaivén en sus caricias y en sus besos, acompasando el ritmo de ambos para ordenar la sinfonía que casi inaudible comenzaba a emerger de labios del francés. Sonidos guturales que lo alentaban a esmerase en su labor y que de forma explícita le indicaban la mejor manera de tocarlo. Se vio obligado a separarse de sus labios cuando Carrouges insistió en incorporar su espalda y pecar de curiosidad. Sonrió contra su mejilla cuando sus dedos se asieron a los últimos vestigios de tela que censuraban su virilidad – Creo que no he sido claro - susurró, palabras que se mezclaron con erráticos besos en un sendero sin dirección que dejo sus labios sobre el lóbulo de su oído - ¿Qué quieres que haga hoy por ti? – mordisqueo aquella zona mientras le ayudaba a despojarlo completamente de su ropa interior.
Apoyo las rodillas en la sabana, con las piernas entre las de Carrouges y las palmas a ambos costados – Pero si no respondes me tomare la libertad de decidir por ti – se encogió de hombros descendiendo nuevamente con aquella mezcla irregular de besos, lengüetazos y mordiscos, repaso con sus labios cada parte de su abdomen. Contorneo con su lengua la silueta de sus pezones y el lugar exacto donde los músculos intentaban asomar, hundió su nariz en su ombligo bajando hacia el lugar añorado. Le rodeo una de las piernas con una mano y con la otra, acaricio primero la zona aledaña a su hombría para dejar en claro su intensión. Sujeto su hombría con firmeza para acercar su boca y alentarlo con la premura de su cálida respiración, y donde sus manos acariciaron antes sus labios recorrieron también. Aquella piel descubierta que quedaba cercana sin pertenecer.
Con los años había llegado a creer que se había vuelto alguna especie inusual de masoquista. No gustaba de los golpes o el dolor pero no podía evitar, y le resultaba deleitante, mantener expectante y ansioso al francés. Porque el rumano conocía aquella sensación, aquel placer que lo hacía desear más con una malsana necesidad. Así debían sentirse los alcohólicos o los adictos al opio, era el sexo otra clase de adicción. Acaricio la extensión con los labios, humedeciéndola con la lengua para entonces no hacer nada, alzó la mirada con los labios entreabiertos acariciando su intimidad - ¿Entonces? – sonrió de medio lado acariciándole la parte interna de la pierna que aun le sujetaba.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Asintió con una expresión divertidamente compungida cuando Anuar lo reprendió por no estarse quieto, pero es que no podía tenerlo delante con ese calzón y no querer quitárselo. Ansiaba verlo sin ninguna censura tal y como era por entero, y más que nada deseaba desnudarlo por sí mismo como si se estuviera tomando su tiempo para deleitarse quitándole el envoltorio a un dulce. El cuerpo de su amante se le antojó hermoso y más fuerte de lo que había imaginado. Había intuido los músculos del rumano bajo la ropa más de una vez y había podido comprobar que tenía los brazos moldeados de trabajar en alguna ocasión, pero como el rumano era manso y tierno parecía que de modo inconsciente Edouard había estado esperando un cuerpo más pálido y delgado que aquel que ahora se presentaba ante sus ojos. Habría sido perfecto de todas formas. Cuando sus ojos recorrieron golosos lo que había más abajo de la cintura del pelirrojo sintió que sus mejillas volvían a ruborizarse, pero no era precisamente de vergüenza.
- ¿Ahora quién está poniendo mostrenco a quién? - Susurró en un tono tan quedo que a lo mejor el mayor ni siquiera lo escuchó.
No supo pedirle lo que quería, pues anhelaba tanto sentirlo de todas las formas posibles que cualquier iniciativa tomada por parte del pintor tendría calurosa acogida en el cuerpo de Carrouges. Hundió los dedos en su mata de cabello rojo y lo acarició maravillándose de lo sedoso que resultaba. Madame tenía estolas de pelo que no eran ni la mitad de lustrosas y suaves que aquellas hebras ígneas que Anuar fabricaba sin darse cuenta de forma sublime, como tantas otras cosas que hacía diariamente y que lo subían a lo más alto de la escalera de admiraciones de Edouard. A pesar de haber tenido - lamentablemente - sus experiencias en aquel campo el criado se sintió más que nunca como un chiquillo con los temores propios de cualquier doncella en su noche de bodas. ¿Y si no le gusto? ¿Y no sé hacer lo que espera de mí? Pero en su caso lejos de ponerlo nervioso aquellas inquietudes lo reconfortaban porque significaban que pese a todo ésa seguía siendo realmente su primera vez y era como debía de ser, con alguien que amaba y a quien había escogido libremente. Y por Dios... su elección lo estaba volviendo completamente loco con la lengua. Agarró el amohadón, lo dobló y lo puso bajo su cabeza para poder ver lo que estaba ocurriendo entre sus piernas. Quería ver lo que hacía Anuar, pero sobre todo quería verlo a él y maravillarse de lo que brillaban sus ojos y del carmín encendido de sus labios.
- Adelante, siempre adelante. - Le faltó tiempo para responder.
Lo hizo con una sonrisa de las suyas, de las que resultaban levemente socarronas, pero su excitación se dejaba translucir claramente en su expresión y en la forma en la que enredaba los dedos en el cabello del artista. Le había prometido que se dejaría hacer pero sabía a la perfección que no podía estar todo el tiempo simplemente mirando cómo actuaba el rumano, en primer lugar porque se sentiría culpable y en segundo - y mucho más importante - porque deseaba activamente participar y tenerlo en sus brazos y hacerlo gemir para escucharlo.
- ¿Ahora quién está poniendo mostrenco a quién? - Susurró en un tono tan quedo que a lo mejor el mayor ni siquiera lo escuchó.
No supo pedirle lo que quería, pues anhelaba tanto sentirlo de todas las formas posibles que cualquier iniciativa tomada por parte del pintor tendría calurosa acogida en el cuerpo de Carrouges. Hundió los dedos en su mata de cabello rojo y lo acarició maravillándose de lo sedoso que resultaba. Madame tenía estolas de pelo que no eran ni la mitad de lustrosas y suaves que aquellas hebras ígneas que Anuar fabricaba sin darse cuenta de forma sublime, como tantas otras cosas que hacía diariamente y que lo subían a lo más alto de la escalera de admiraciones de Edouard. A pesar de haber tenido - lamentablemente - sus experiencias en aquel campo el criado se sintió más que nunca como un chiquillo con los temores propios de cualquier doncella en su noche de bodas. ¿Y si no le gusto? ¿Y no sé hacer lo que espera de mí? Pero en su caso lejos de ponerlo nervioso aquellas inquietudes lo reconfortaban porque significaban que pese a todo ésa seguía siendo realmente su primera vez y era como debía de ser, con alguien que amaba y a quien había escogido libremente. Y por Dios... su elección lo estaba volviendo completamente loco con la lengua. Agarró el amohadón, lo dobló y lo puso bajo su cabeza para poder ver lo que estaba ocurriendo entre sus piernas. Quería ver lo que hacía Anuar, pero sobre todo quería verlo a él y maravillarse de lo que brillaban sus ojos y del carmín encendido de sus labios.
- Adelante, siempre adelante. - Le faltó tiempo para responder.
Lo hizo con una sonrisa de las suyas, de las que resultaban levemente socarronas, pero su excitación se dejaba translucir claramente en su expresión y en la forma en la que enredaba los dedos en el cabello del artista. Le había prometido que se dejaría hacer pero sabía a la perfección que no podía estar todo el tiempo simplemente mirando cómo actuaba el rumano, en primer lugar porque se sentiría culpable y en segundo - y mucho más importante - porque deseaba activamente participar y tenerlo en sus brazos y hacerlo gemir para escucharlo.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Edouard comenzaba a ponerse cómodo y sus acciones, y sus palabras, no pudieron sino robarle una melódica y esporádica carcajada que se extinguió en una sonrisa – Adelante – repitió, porque la elección de palabras resultaba ser inusual. Más parecía que accedía a adentrarse a una aventura, o simplemente eso era y el francés lo había conseguido comprender antes que él. En realidad el rumano nunca se había puesto a pensar en aquel acaecimiento como en un viaje o una excursión. Y la realidad era que no distaba mucho de descubrir nuevas fronteras y seguir avanzando con la pasión de encontrar algo mejor, algo diferente o simplemente encontrar. El francés era un genio, y cuanta suerte tenia de poder tenerlo ahí a su lado.
Entrecerró los parpados adormilado por las caricias que mecían sus cabellos, le agradaba aquella sensación casi ajena de sus dedos aferrándose a su cabellera, de sus manos perdiéndose entre las lenguas de fuego extinto. Como si el descubrimiento de la aventura lo hubiese animado, engullo la hombría del francés en un vaivén imperceptible, una parquedad que le permitiera acostumbrarse a la sensación. El rumano recordaba su primera vez, en aquel mismo lecho, recordaba los espasmos y las contracciones que agarrotaban su cuerpo. Recordaba la respiración entrecortada y el pulso acelerado, en realidad, creía que si prestaba suficiente atención encontraría sus suspiros acunados en las grietas de la habitación. Adheridos a las manchas de pintura en el suelo o a las cacerolas sin utilizar.
Su intensión en aquel instante no era evocar una memoria sino, crear una nueva con el francés, sería su sinfonía la que permanecería en las sabanas que compartían, en aquel lugar al que tanto o menos podía llamar hogar. Acompaso sus labios con su mano intentando vislumbrar su rostro, decidió, sin previo aviso, que aquel ritmo parsimonioso ya no le agradaba y que por el contrario prefería de un compás más precipitado. Uno que lo llevase al cielo y de regreso en un santiamén, a Mesopotamia, aquella tierra prometida que resultaba ser la mencionaba en las sagradas escrituras. Era casi contradictorio el dominio que el pelirrojo poseía en la materia y su decisión de no necesitar a ningún Dios como aquel que, contrario a los libros, resultaba ser poco vehemente. Dejo escapar un bufido audible al encontrarse reflexionando sobre los cielos, la tierra prometida y tantas otras cosas más que carecían de relevancia en aquel momento.
Fue la calidez de la piel del francés y sus manos adheridas a sus cabellos lo que lo trajo de vuelta a la realidad de lo que fueron unos segundos de dispersión. Se concentro, pues, en acariciar su hombría con aquel ritmo acelerado, y aun no desenfrenado, que había optado por tomar. Acaricio su pierna de forma ascendente hasta su cadera, reptando por su espalda para invitarlo a alzar su pelvis, termino estrechando entre sus dedos su glúteo. Comenzaba a preguntarse si debía enseñarle aquella parte del encuentro que resultaba ser la diferencia significativa entre estar con un hombre o una mujer. Suponía, que era mejor avanzar de forma gradual y dejar aquella incógnita a libre albedrio del menor. Alzó la mirada nuevamente con la promesa de que el siguiente cambio de ritmo seria el último, y una vez que comenzara no planeaba detenerse.
Entrecerró los parpados adormilado por las caricias que mecían sus cabellos, le agradaba aquella sensación casi ajena de sus dedos aferrándose a su cabellera, de sus manos perdiéndose entre las lenguas de fuego extinto. Como si el descubrimiento de la aventura lo hubiese animado, engullo la hombría del francés en un vaivén imperceptible, una parquedad que le permitiera acostumbrarse a la sensación. El rumano recordaba su primera vez, en aquel mismo lecho, recordaba los espasmos y las contracciones que agarrotaban su cuerpo. Recordaba la respiración entrecortada y el pulso acelerado, en realidad, creía que si prestaba suficiente atención encontraría sus suspiros acunados en las grietas de la habitación. Adheridos a las manchas de pintura en el suelo o a las cacerolas sin utilizar.
Su intensión en aquel instante no era evocar una memoria sino, crear una nueva con el francés, sería su sinfonía la que permanecería en las sabanas que compartían, en aquel lugar al que tanto o menos podía llamar hogar. Acompaso sus labios con su mano intentando vislumbrar su rostro, decidió, sin previo aviso, que aquel ritmo parsimonioso ya no le agradaba y que por el contrario prefería de un compás más precipitado. Uno que lo llevase al cielo y de regreso en un santiamén, a Mesopotamia, aquella tierra prometida que resultaba ser la mencionaba en las sagradas escrituras. Era casi contradictorio el dominio que el pelirrojo poseía en la materia y su decisión de no necesitar a ningún Dios como aquel que, contrario a los libros, resultaba ser poco vehemente. Dejo escapar un bufido audible al encontrarse reflexionando sobre los cielos, la tierra prometida y tantas otras cosas más que carecían de relevancia en aquel momento.
Fue la calidez de la piel del francés y sus manos adheridas a sus cabellos lo que lo trajo de vuelta a la realidad de lo que fueron unos segundos de dispersión. Se concentro, pues, en acariciar su hombría con aquel ritmo acelerado, y aun no desenfrenado, que había optado por tomar. Acaricio su pierna de forma ascendente hasta su cadera, reptando por su espalda para invitarlo a alzar su pelvis, termino estrechando entre sus dedos su glúteo. Comenzaba a preguntarse si debía enseñarle aquella parte del encuentro que resultaba ser la diferencia significativa entre estar con un hombre o una mujer. Suponía, que era mejor avanzar de forma gradual y dejar aquella incógnita a libre albedrio del menor. Alzó la mirada nuevamente con la promesa de que el siguiente cambio de ritmo seria el último, y una vez que comenzara no planeaba detenerse.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Se percató realmente de que hasta ese momento nunca había hecho el amor porque en cuanto los labios y los dedos de Anuar se cerraron en torno a cierta parte de su cuerpo todo quedó reducido a una simple cuestión de pasión animal. Se desataron en su interior varios entes poderosos que le nublaron el juicio y aceleraron su pulso y su respiración al instante. Sus manos, sin pretenderlo, se crisparon en el cabello del rumano y su garganta emitió toda una sonata que nada tenía que envidiar a las de las sopranos en la ópera, si bien como era de esperar estaban un par de escalas más graves que los gorgoritos de las grandes divas de la canción. Puso los ojos en blanco, se estremeció, se agarró fuerte de las sábanas e incluso encogió los dedos de los pies al ser arrastrado de esa manera tan avasalladora a los brazos del placer absoluto. Nunca nadie lo había empujado de esa manera tan poco gentil al mundo de las sensaciones y era una experiencia que querría que durara para siempre. Se volvió completamente loco, aunque sus gemidos seguían siendo quedos porque aquello no incumbía a nadie más que ellos dos y no quería dar un concierto a los vecinos. Cuando sintió la mano de Dutuescu sosteniéndolo con fuerza del trasero y vio que alzaba la vista momentáneamente supo que ese iba a ser su único instante de semi-lucidez, que si lo dejaba continuar no le quedaría otra opción que seguir creciendo en su excitación hasta que todo terminara y no estaba listo para que su primer encuentro fuese tan breve. Por eso lo tomó de los hombros y lo guió con gestos para que se incorporara y trepase un poco en la cama hasta tumbarse sobre él, con el rostro sobre el suyo y los labios tan cerca que pudo ahogar en sus besos un poco de ese ímpetu que minutos antes lo había estado consumiendo.
Dobló más las rodillas y le abrazó la cintura con las piernas, dejando bastante claras sus intenciones. Tomó una de sus manos y con parsimonia bien estudiada le lamió el dedo índice de la diestra metiéndolo en su boca hasta el nudillo y humedeciéndolo con círculos que parecían obedecer a un baile pecaminoso. Quería a Anuar dentro de él aunque eso fuera rudo, aunque le hiciera daño, había aprendido a vivir como si las cosas buenas que el destino le daba se fueran a esfumar en cualquier momento y eso incluía al pintor. Primero harían el amor hasta el final, como tenía que ser, sin saltarse ningún paso... y lo que les deparase la fortuna al día siguiente al menos los pillaría bien preparados y satisfechos.
- Estás guapo. - Lo admiró, con el cabello rojizo revuelto y las mejillas del mismo tono.
Dobló más las rodillas y le abrazó la cintura con las piernas, dejando bastante claras sus intenciones. Tomó una de sus manos y con parsimonia bien estudiada le lamió el dedo índice de la diestra metiéndolo en su boca hasta el nudillo y humedeciéndolo con círculos que parecían obedecer a un baile pecaminoso. Quería a Anuar dentro de él aunque eso fuera rudo, aunque le hiciera daño, había aprendido a vivir como si las cosas buenas que el destino le daba se fueran a esfumar en cualquier momento y eso incluía al pintor. Primero harían el amor hasta el final, como tenía que ser, sin saltarse ningún paso... y lo que les deparase la fortuna al día siguiente al menos los pillaría bien preparados y satisfechos.
- Estás guapo. - Lo admiró, con el cabello rojizo revuelto y las mejillas del mismo tono.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
La sinfonía que Carrouges compuso para él era el resultado de sus caricias, saber que toda aquella locura era creada por sus labios le provocaba una sensación que, de alguna manera que no lograba comprender, se asemejaba a la felicidad. Observó su rostro compungido y sus labios semi abiertos permitiendo la fuga de los gemidos, aun con los labios sellados sabía que habría sido capaz de escuchar los ronroneos que emergían de sus adentros. Aquellos sonidos que parecían provenir de un lugar más hondo en sus adentros, un sitio que se mantenía en el anonimato y resultaba ser el origen de aquel lado animal que era tan difícil reprimir. Si tan solo pudiese tocar las fibras de aquel espacio.
Permitió que Edouard tirase de su cuerpo para alejarlo de su labor, porque en el fondo había deseado que la primicia de una primera vez pudiese llevarlos a conocerse mejor. Un encuentro de escasos cuartos de hora no servía, no en la magnitud en que el rumano añoraba, descubrir aquellos matices que parecían irrelevantes durante el día a día. Vertió contra sus labios todos aquellos besos que le habían faltado. El sentir las piernas del francés aprisionando su cuerpo le hicieron estremecer obligándolo a que fruncir el ceño y entrecerrar los parpados cuando encontró la manera de hundir su dedo en su boca. Era aterrador todo lo que le hacía sentir aquel gesto banal que por su simpleza llevaba implícito un sinfín de mensajes que no deseaba admitir. Se le escapo un suspiro antes de que atinase a morderse los labios.
Sonrió, con algo parecido a la timidez cuando el francés expuso su pensamiento. Las primeras gotas de sudor comenzaron a humedecerle las sienes amenazando con adherirle el cabello a la frente conforme aumentase su temperatura corporal – Parezco una quinceañera ruborizándome por tal halago – sus mejillas podían competir abiertamente con cualquier manzana de temporada, y Carrouges ni siquiera había hecho demasiado – Me gusta que sea así – saber que sin importar cuantas veces lo escuchase no se acostumbraría a aquella sensación, aquel cosquilleo interno que sentía en compañía del francés. Le fascinaba la facilidad con que ambos podían estremecer al otro ¿No era eso el verdadero afecto? El no acostumbrase jamás.
Sus manos recorrieron el torso del contrario, definió su silueta con las manos y pensó en lo poco que deseaba lastimarlo, no le agradaba el rostro de dolor que comprendía en el rostro ajeno cuando tanto placer podía llevarse el. No parecía justo al ser su primera vez, pero comprendía que el francés no desistiría de su criterio con tanta facilidad y su último recurso era hacer trampa. Inclino el rostro sobre el suyo atrapando nuevamente sus labios en un arranque de pasión y necesidad, acaricio disimuladamente sus piernas para conseguir algún momento de distracción y zafarse de aquella proximidad. Entonces podría sentarse sobre su regazo y la situación cambiaria su caudal, de cualquier manera, Edouard no estaba preparado para recibirlo y el rumano dudaba enormemente de su parte en el papel.
Permitió que Edouard tirase de su cuerpo para alejarlo de su labor, porque en el fondo había deseado que la primicia de una primera vez pudiese llevarlos a conocerse mejor. Un encuentro de escasos cuartos de hora no servía, no en la magnitud en que el rumano añoraba, descubrir aquellos matices que parecían irrelevantes durante el día a día. Vertió contra sus labios todos aquellos besos que le habían faltado. El sentir las piernas del francés aprisionando su cuerpo le hicieron estremecer obligándolo a que fruncir el ceño y entrecerrar los parpados cuando encontró la manera de hundir su dedo en su boca. Era aterrador todo lo que le hacía sentir aquel gesto banal que por su simpleza llevaba implícito un sinfín de mensajes que no deseaba admitir. Se le escapo un suspiro antes de que atinase a morderse los labios.
Sonrió, con algo parecido a la timidez cuando el francés expuso su pensamiento. Las primeras gotas de sudor comenzaron a humedecerle las sienes amenazando con adherirle el cabello a la frente conforme aumentase su temperatura corporal – Parezco una quinceañera ruborizándome por tal halago – sus mejillas podían competir abiertamente con cualquier manzana de temporada, y Carrouges ni siquiera había hecho demasiado – Me gusta que sea así – saber que sin importar cuantas veces lo escuchase no se acostumbraría a aquella sensación, aquel cosquilleo interno que sentía en compañía del francés. Le fascinaba la facilidad con que ambos podían estremecer al otro ¿No era eso el verdadero afecto? El no acostumbrase jamás.
Sus manos recorrieron el torso del contrario, definió su silueta con las manos y pensó en lo poco que deseaba lastimarlo, no le agradaba el rostro de dolor que comprendía en el rostro ajeno cuando tanto placer podía llevarse el. No parecía justo al ser su primera vez, pero comprendía que el francés no desistiría de su criterio con tanta facilidad y su último recurso era hacer trampa. Inclino el rostro sobre el suyo atrapando nuevamente sus labios en un arranque de pasión y necesidad, acaricio disimuladamente sus piernas para conseguir algún momento de distracción y zafarse de aquella proximidad. Entonces podría sentarse sobre su regazo y la situación cambiaria su caudal, de cualquier manera, Edouard no estaba preparado para recibirlo y el rumano dudaba enormemente de su parte en el papel.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Estaba ocupado en hallar el equilibrio perfecto entre contenerse y entregarse y por ello no se percató de que Anuar parecía reacio a cumplir sus deseos pese a haberle pedido antes que los expresara en voz alta. Técnicamente el menor no lo había hecho, pero tenía bien claro que por su forma de comportarse el rumano se daba cuenta de lo que quería. Había leído cosas mucho más complicadas en sus ojos cuando Edouard trataba a toda costa de esconderlas, así que por fuerza tenía que hacerse eco de sus pensamientos ahora que todo el cuerpo del criado estaba gritando a los cuatro vientos lo que deseaba con cada uno de sus gestos. Sonrió con ternura cuando el rostro de Anuar se encendió como respuesta a sus palabras. Le agradaba saber que tenía ese poder y que sus halagos tenían un peso en el ánimo del pelirrojo, que eran especiales para él, del mismo modo que el propio Carrouges esperaba serlo también.
- Entonces te diré muchos más. - Le picó acariciándole las mejillas con sus dos manos.
Por un momento pareciera que en vez de estar entregados al frenesí de sus dos cuerpos fueran solamente adolescentes mirándose a los ojos en cualquier banco del parque de un mundo donde a nadie le importara si dos hombres se amaban, se besaban o decidían unir sus vidas del modo que se les viniera en gana.
Pero el instante pasó y regresó la boca del pintor contra la suya y con ella la fiebre y la inquietud de sus manos, que rebelándose contra el control de la mente de su dueño partieron a conocer por su cuenta muchos de los rincones del cuerpo ajeno que normalmente la ropa ocultaba. Era delicioso poder abandonarse así en un montón de besos por los que nadie podría cobrarle ni un céntimo de franco y que sin embargo le hacían sentir más vivo que cualquier otra cosa que pudiera adquirirse con dinero. Suspiró cuando comprendió que con sus dedos Dutuescu estaba haciendo lo mismo que él, explorar, como si los deseos de ambos estuvieran reflejados en sendos espejos. Relajó poco a poco la presa de sus piernas alrededor de la cintura del artista y sin ser consciente volvió a apoyar los pies sobre las sábanas, justo al tiempo que sus manos coronaban la cima del montículo que se alzaba donde la espalda de su amante terminaba y después que su columna dibujara aquella sugerente curva lumbar. Le daba la sensación de que todo en Anuar invitaba a contemplarlo y a gozar de lo que se veía. Jamás habría sospechado que un cuerpo pudiera ser tan interesante, con tantos matices ricos y diferentes. Volteó el rostro para besarle el trazado de la clavícula izquierda y su nariz se aplastó ligeramente contra el pecho ajeno.
- Qué bien hueles.
Podía parecer que sus cumplidos eran manidos y poco originales pero para Edouard resultaban un extremo desatado y salvaje de su propia personalidad. Comparado con lo hosco que se mostraba de costumbre ante el mundo y con todas las púas que tenía dispuestas como armadura - y que su compañero había tenido que ir limando con mucha paciencia y mimo - decirle a otro que era guapo y que su aroma le embriagaba podía compararse con el soneto más exquisito de cualquier poeta de alma sensible y pluma ágil.
- Entonces te diré muchos más. - Le picó acariciándole las mejillas con sus dos manos.
Por un momento pareciera que en vez de estar entregados al frenesí de sus dos cuerpos fueran solamente adolescentes mirándose a los ojos en cualquier banco del parque de un mundo donde a nadie le importara si dos hombres se amaban, se besaban o decidían unir sus vidas del modo que se les viniera en gana.
Pero el instante pasó y regresó la boca del pintor contra la suya y con ella la fiebre y la inquietud de sus manos, que rebelándose contra el control de la mente de su dueño partieron a conocer por su cuenta muchos de los rincones del cuerpo ajeno que normalmente la ropa ocultaba. Era delicioso poder abandonarse así en un montón de besos por los que nadie podría cobrarle ni un céntimo de franco y que sin embargo le hacían sentir más vivo que cualquier otra cosa que pudiera adquirirse con dinero. Suspiró cuando comprendió que con sus dedos Dutuescu estaba haciendo lo mismo que él, explorar, como si los deseos de ambos estuvieran reflejados en sendos espejos. Relajó poco a poco la presa de sus piernas alrededor de la cintura del artista y sin ser consciente volvió a apoyar los pies sobre las sábanas, justo al tiempo que sus manos coronaban la cima del montículo que se alzaba donde la espalda de su amante terminaba y después que su columna dibujara aquella sugerente curva lumbar. Le daba la sensación de que todo en Anuar invitaba a contemplarlo y a gozar de lo que se veía. Jamás habría sospechado que un cuerpo pudiera ser tan interesante, con tantos matices ricos y diferentes. Volteó el rostro para besarle el trazado de la clavícula izquierda y su nariz se aplastó ligeramente contra el pecho ajeno.
- Qué bien hueles.
Podía parecer que sus cumplidos eran manidos y poco originales pero para Edouard resultaban un extremo desatado y salvaje de su propia personalidad. Comparado con lo hosco que se mostraba de costumbre ante el mundo y con todas las púas que tenía dispuestas como armadura - y que su compañero había tenido que ir limando con mucha paciencia y mimo - decirle a otro que era guapo y que su aroma le embriagaba podía compararse con el soneto más exquisito de cualquier poeta de alma sensible y pluma ágil.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Y entonces todo lo que creía haber decidido se derrumbo como un castillo de naipes ante el soplo destructor. Anhelaba sentir las manos del francés recorrerle el cuerpo entero, que sus labios conocieran los recovecos que no había visto con anterioridad, quería saber cómo se sentían sus manos inexpertas sobre su piel. Intento, sin embargo, mantenerse firme a lo que había resuelto con anterioridad, a no consagrarse como iguales en aquella ocasión. Carrouges se merecía que dejase de lado su egoísmo, sus propios deseos, para cumplirle cada capricho. Si lo llegaba a pensar con tranquilidad, con cierta cordura, descubriría lo contradictorio que resultaba la situación, lo discordante que eran sus pensamientos. Deseaba que el francés lo llevase a la plenitud, pero era el placer del otro el que realmente le importaba sin embargo, estaba dispuesto a cumplirle cualquier capricho por aquella ocasión y aun así se negaba a ser el causante de tan singular dolor. Una maraña sin pies ni cabeza que pronto reclamo su atención.
Se mordió la parte interna de la mejilla, con los ojos entrecerrados por las caricias del otro y su cálida respiración revoloteando contra su pecho – Es porque se me ha impregnado tu aroma – sonrió contra su cabello aprovechando el progresivo distanciamiento de sus piernas para levantarse de la cama no sin antes haberle robado un beso fugaz. Recordaba cierto método ortodoxo para hacer que aquel encuentro un recuerdo apacible y memorable y no la remembranza de un manojo de situaciones incomodas y extrañas – Ya vuelvo – como si no pudiese ser obvio que estaba a punto de desaparecer de la escena para resguardarse en el baño. Sin embargo, como sus motivos no eran fisiológicos paso por alto cerrar la puerta mientras rebuscaba en la estancia, casi a tientas, la borla de jabón. Regresó con un cuenco con agua, que mas resultaba ser una taza de aluminio de buen tamaño y la pastilla, física básica, suponía. Aquellos temas de fricción y viscosidad que solían leerse en pos de afamados alemanes e ingleses.
Avanzo por la cama a gatas, sabiendo que su imprevisto cambio de planes quedaría evidente en cualquier momento, comenzaba a temer que aquella decisión pudiese causar algún infortunio porque el rumano sabía perfectamente los cambios volátiles que Edouard llegaba a tener. Observo en todas direcciones, como parte de su indecisión, dejo caer la pastilla en el cuenco con agua y se lo paso al francés – Preferiría que esta vez fueses tú dentro de mí – inclinó sus labios sobre su cuello, dibujando su tráquea hasta llegar a su esternón. Apoyo su mejilla contra su hombro, estrechando el pómulo contra su piel – No es agradable la primera vez – necesitaba hacerle comprender que su petición no era producto de algún plan lóbrego en el cual el rumano salía ganando/ganando. No era requerido decirle de forma expresa que se preocupaba demasiado por el y que, pese a no disfrutar de aquella sensación en su totalidad prefería darle al otro la oportunidad de experimentar tan sublime sensación, la de sentir la piel estrecha contra su sensibilidad.
Zigzagueó por su abdomen con la siniestra en un osado intento de hacerlo cambiar de parecer. Nunca antes se había encontrado a si mismo tratando con aquella gentileza a alguien que buscaba lo contrario a él, menos probable aun era saber que si el francés se negaba a escuchar sus razones terminaría cediendo, de una u otra manera a su petición. Era por eso que usaba trucos tan bajos como la distracción, el señuelo o la necesidad, altibajos que en pos del cariño y la preocupación connotaban verdades menos perversas.
Se mordió la parte interna de la mejilla, con los ojos entrecerrados por las caricias del otro y su cálida respiración revoloteando contra su pecho – Es porque se me ha impregnado tu aroma – sonrió contra su cabello aprovechando el progresivo distanciamiento de sus piernas para levantarse de la cama no sin antes haberle robado un beso fugaz. Recordaba cierto método ortodoxo para hacer que aquel encuentro un recuerdo apacible y memorable y no la remembranza de un manojo de situaciones incomodas y extrañas – Ya vuelvo – como si no pudiese ser obvio que estaba a punto de desaparecer de la escena para resguardarse en el baño. Sin embargo, como sus motivos no eran fisiológicos paso por alto cerrar la puerta mientras rebuscaba en la estancia, casi a tientas, la borla de jabón. Regresó con un cuenco con agua, que mas resultaba ser una taza de aluminio de buen tamaño y la pastilla, física básica, suponía. Aquellos temas de fricción y viscosidad que solían leerse en pos de afamados alemanes e ingleses.
Avanzo por la cama a gatas, sabiendo que su imprevisto cambio de planes quedaría evidente en cualquier momento, comenzaba a temer que aquella decisión pudiese causar algún infortunio porque el rumano sabía perfectamente los cambios volátiles que Edouard llegaba a tener. Observo en todas direcciones, como parte de su indecisión, dejo caer la pastilla en el cuenco con agua y se lo paso al francés – Preferiría que esta vez fueses tú dentro de mí – inclinó sus labios sobre su cuello, dibujando su tráquea hasta llegar a su esternón. Apoyo su mejilla contra su hombro, estrechando el pómulo contra su piel – No es agradable la primera vez – necesitaba hacerle comprender que su petición no era producto de algún plan lóbrego en el cual el rumano salía ganando/ganando. No era requerido decirle de forma expresa que se preocupaba demasiado por el y que, pese a no disfrutar de aquella sensación en su totalidad prefería darle al otro la oportunidad de experimentar tan sublime sensación, la de sentir la piel estrecha contra su sensibilidad.
Zigzagueó por su abdomen con la siniestra en un osado intento de hacerlo cambiar de parecer. Nunca antes se había encontrado a si mismo tratando con aquella gentileza a alguien que buscaba lo contrario a él, menos probable aun era saber que si el francés se negaba a escuchar sus razones terminaría cediendo, de una u otra manera a su petición. Era por eso que usaba trucos tan bajos como la distracción, el señuelo o la necesidad, altibajos que en pos del cariño y la preocupación connotaban verdades menos perversas.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Lo tenía agarrado del trasero cuando súbitamente Anuar se levantó. Antes de comprender que sería por alguna razón de peso y que iba a regresar en pocos segundos Edouard no pudo evitar que le invadiera el desasosiego; incluso estiró el brazo en el aire tratando de tomar su mano como para disuadirlo. En cuanto se percató del gesto sonrió y volvió a caer pesadamente sobre la cama, peinándose el cabello hacia atrás y resignándose a quedarse solo por un instante. Trató de recuperar el control de su respiración porque hacía un rato que andaba sin resuello y recién acababan de comenzar, así que no quería quedarse ahogado a mitad del combate. Mientras miraba al techo tomó consciencia de su propio cuerpo, se sintió las piernas, los brazos, el pecho y de forma muy destacada ese punto del bajo vientre a donde al parecer estaba yendo a parar toda su sangre. Se acarició con afán de exploración más que de proporcionarse placer y se sorprendió de la dureza y el calor que se habían concentrado allí.
Anuar volvió pronto con un poco de jabón que le facilitaría las cosas y avanzó a gatas hacia él, encontrándose con los brazos del francés abiertos para él. Lo besó como si se hubiera ido de viaje y se hubieran mantenido separados por días, incluso meses, aunque el baño estuviera tan solo a dos metros de distancia si llegaba. Se sosegó cuando la piel del pelirrojo volvió a estar contra la suya en el lugar al que pertenecía. Sí, así todo estaba bien de nuevo. Sostuvo entre las manos el cuenco de agua y oyó las palabras del pintor mientras sumergía distraídamente la pastilla de jabón en el líquido tibio. Dejó por un momento a un lado el bol y le acarició la espalda aprovechando que estaba tumbado sobre él. Si el mayor hubiera querido ese cambio de tornas por gusto propio el sirviente no se habría negado, pero seguramente lo hacía por no dañarlo y eso ya convertía la decisión en su decisión. Había dicho que no sería agradable.
- Seguro que sí lo es. - Le contradijo, con esa tozudez que lo caracterizaba y que por fin iba a servirle para algo bueno. - No me importa si duele un poco, el dolor físico es algo que se soporta mucho mejor.
No dijo mejor que qué, pero quedaba implícito en su discurso que se refería al dolor que se le había quedado grabado en el interior cada una de las veces que había tenido que hacer eso mismo, compartir el lecho, con alguien que no era de su elección y a quien ni amaba ni apreciaba ni cuya separación sentía en lo más mínimo. Lo que para Anuar podía ser daño para Edouard sería el sentimiento más esperado y más deseado de todos.
- Quiero que tú estés dentro de mí. - Reafirmó. - Que me abraces y me tomes y me marques. Y que me quieras.
Tomó su rostro entre las manos y se escurrió debajo de su cuerpo para que sus labios volvieran a encontrarse. Era muy importante para él que aquella primera vez fuera profunda y sí, que incluso le doliera un poco, que le quedara grabada para siempre borrando cualquier vestigio de experiencia anterior. Quería un encuentro totalmente diferente a los que había tenido hasta entonces.
- Quiero saber lo que es estar con un hombre... estar contigo. - Se corrigió. - Del todo. ¿Suena muy perverso? Si te digo que hasta deseo un poco que me hagas daño...
Apartó la vista algo avergonzado de haber manifestado de esa forma un deseo tan poco correcto. Ocultó la cara bajo el hombro de su compañero y allí sonrió cohibido, esperando que Anuar no se lo fuera a discutir otra vez. Todo su cuerpo palpitaba de ganas de ser el recipiente de las caderas del rumano.
Anuar volvió pronto con un poco de jabón que le facilitaría las cosas y avanzó a gatas hacia él, encontrándose con los brazos del francés abiertos para él. Lo besó como si se hubiera ido de viaje y se hubieran mantenido separados por días, incluso meses, aunque el baño estuviera tan solo a dos metros de distancia si llegaba. Se sosegó cuando la piel del pelirrojo volvió a estar contra la suya en el lugar al que pertenecía. Sí, así todo estaba bien de nuevo. Sostuvo entre las manos el cuenco de agua y oyó las palabras del pintor mientras sumergía distraídamente la pastilla de jabón en el líquido tibio. Dejó por un momento a un lado el bol y le acarició la espalda aprovechando que estaba tumbado sobre él. Si el mayor hubiera querido ese cambio de tornas por gusto propio el sirviente no se habría negado, pero seguramente lo hacía por no dañarlo y eso ya convertía la decisión en su decisión. Había dicho que no sería agradable.
- Seguro que sí lo es. - Le contradijo, con esa tozudez que lo caracterizaba y que por fin iba a servirle para algo bueno. - No me importa si duele un poco, el dolor físico es algo que se soporta mucho mejor.
No dijo mejor que qué, pero quedaba implícito en su discurso que se refería al dolor que se le había quedado grabado en el interior cada una de las veces que había tenido que hacer eso mismo, compartir el lecho, con alguien que no era de su elección y a quien ni amaba ni apreciaba ni cuya separación sentía en lo más mínimo. Lo que para Anuar podía ser daño para Edouard sería el sentimiento más esperado y más deseado de todos.
- Quiero que tú estés dentro de mí. - Reafirmó. - Que me abraces y me tomes y me marques. Y que me quieras.
Tomó su rostro entre las manos y se escurrió debajo de su cuerpo para que sus labios volvieran a encontrarse. Era muy importante para él que aquella primera vez fuera profunda y sí, que incluso le doliera un poco, que le quedara grabada para siempre borrando cualquier vestigio de experiencia anterior. Quería un encuentro totalmente diferente a los que había tenido hasta entonces.
- Quiero saber lo que es estar con un hombre... estar contigo. - Se corrigió. - Del todo. ¿Suena muy perverso? Si te digo que hasta deseo un poco que me hagas daño...
Apartó la vista algo avergonzado de haber manifestado de esa forma un deseo tan poco correcto. Ocultó la cara bajo el hombro de su compañero y allí sonrió cohibido, esperando que Anuar no se lo fuera a discutir otra vez. Todo su cuerpo palpitaba de ganas de ser el recipiente de las caderas del rumano.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
- No necesito hacerte daño para quererte – atajo con cierto apremio, comprendía las palabras del francés con la facilidad de quien ya lo ha experimentado. Recordaba su propio discurso para disuadir a cierto vampiro de estar con él, inclusive había tenido que usar la excusa de un regalo. Sonrió de medio lado cayendo en cuenta de lo hipócrita que resultaba ser su extrema preocupación, un absurdo de su empeño de proteger al francés. Tendría que aprender a cerrar la boca y ceder ante las decisiones de Carrouges, inclusive ante aquellas que atentaban contra sus propios valores. Y no se refería a ser contrario a poseerlo, lo pensaba en un campo más amplio de la cotidianeidad. A fin de cuentas, no sabía cuanto más tiempo vivirían bajo el mismo techo y esperaba que fuese el suficiente para poderlo amar.
Atrapo sus labios apoyando sus manos sobre las de Carrouges, entrelazando sus dedos para entonces, ser consciente de su ígneo rostro. Bufo audiblemente observando lo único que quedaba frente a él, la colcha que se exponía ahora arrugada aquí y allá – Pero no puedo prometerte no ser cuidadoso – confesó al aire tumbándose a un lado del francés. Esperaba que entendiera implícita en aquella frase su aceptación. Necesitaba un último favor, algo que no se atrevía a pedirle en viva voz porque no conseguiría explicar con sus palabras el motivo. Observo el cielo raso y a los amorfos espectros que mutaban en diversas quimeras, se pregunto si los entes del averno prestarían atención a su encuentro. Meneo la cabeza cual orate, despreocupado de la eternidad en el infierno que le aguardaba.
Busco a tientas la mano del francés, dirigiéndola cortésmente a su bajo vientre mientras intentaba explicarle con una medrosa mirada lo que necesitaba hacer. Indiferentemente de si aquello respondía o no a sus propios deseos era necesario para llevar a cabo la petición del francés. Se encontraba apoyado sobre su costado y era por ello que el cuerpo de Carrouges quedaba sin censura para a él, debía reconocer que había ideado un cuerpo más infantil. Pero era su edad y no su rostro la que le daba la apariencia a sus piernas largas y mesurado ser. Extendió el brazo por encima del menor para afianzarse del cuenco con agua y jabón que resultaba ser su mejor aliado. De lo contrario, de no haberlo encontrado, no hubiese aceptado de ninguna manera su petición.
- Tendrías que lubricarlo bien- para minimizar los riesgos de una experiencia dolorosa o algún daño a su persona. Inflo sus pulmones con aire antes de dejarlo escapar en un prolongado suspiro que buscaba encontrar la manera de contener sus impulsos para proseguir con lo estipulado. Apoyo la mejilla contra el colchón expectante de lo que haría el francés, mentir seria decir que no ansiaba sus manos recorriéndole con intimidad. Tendría que estar comedido al instante preciso en que estuviera listo para proseguir y no quedarte cómodamente bajo los cuidados del otro.
Atrapo sus labios apoyando sus manos sobre las de Carrouges, entrelazando sus dedos para entonces, ser consciente de su ígneo rostro. Bufo audiblemente observando lo único que quedaba frente a él, la colcha que se exponía ahora arrugada aquí y allá – Pero no puedo prometerte no ser cuidadoso – confesó al aire tumbándose a un lado del francés. Esperaba que entendiera implícita en aquella frase su aceptación. Necesitaba un último favor, algo que no se atrevía a pedirle en viva voz porque no conseguiría explicar con sus palabras el motivo. Observo el cielo raso y a los amorfos espectros que mutaban en diversas quimeras, se pregunto si los entes del averno prestarían atención a su encuentro. Meneo la cabeza cual orate, despreocupado de la eternidad en el infierno que le aguardaba.
Busco a tientas la mano del francés, dirigiéndola cortésmente a su bajo vientre mientras intentaba explicarle con una medrosa mirada lo que necesitaba hacer. Indiferentemente de si aquello respondía o no a sus propios deseos era necesario para llevar a cabo la petición del francés. Se encontraba apoyado sobre su costado y era por ello que el cuerpo de Carrouges quedaba sin censura para a él, debía reconocer que había ideado un cuerpo más infantil. Pero era su edad y no su rostro la que le daba la apariencia a sus piernas largas y mesurado ser. Extendió el brazo por encima del menor para afianzarse del cuenco con agua y jabón que resultaba ser su mejor aliado. De lo contrario, de no haberlo encontrado, no hubiese aceptado de ninguna manera su petición.
- Tendrías que lubricarlo bien- para minimizar los riesgos de una experiencia dolorosa o algún daño a su persona. Inflo sus pulmones con aire antes de dejarlo escapar en un prolongado suspiro que buscaba encontrar la manera de contener sus impulsos para proseguir con lo estipulado. Apoyo la mejilla contra el colchón expectante de lo que haría el francés, mentir seria decir que no ansiaba sus manos recorriéndole con intimidad. Tendría que estar comedido al instante preciso en que estuviera listo para proseguir y no quedarte cómodamente bajo los cuidados del otro.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Para no mentir Edouard tuvo que admitir que le habría gustado que Anuar tomara con un poco más de entusiasmo su propuesta. Que le dijera que también lo deseaba y que no se preocupara, que tendrían muchas otras noches para perfeccionar la técnica y hacer que ambos disfrutaran lo máximo, para aprender a amarse como necesitaban. También le habría agradado - puestos a pedir - que le repitiera una sola vez que le quería. Se lo había dicho la noche que Soren regresó pero desde entonces nada, y el menor no podía evitar tener la sensación inquietante de que a lo mejor... pero no, ya eran sus dudas otra vez las que hablaban en su lugar, las que se colaban en su mente y pretendían convertir ese momento, su momento, en otro instante de su vida lleno de miedos y congojas que no eran sino sombras sin fundamento, espectros de humo. El rumano le había enseñado muchas cosas y ahora era tiempo de ponerlas en práctica: había aprendido que bastaba con los propios sentimientos para llenar de gozo un corazón, y sus sentimientos eran por una vez puros y nobles.
- No esperaba menos de ti. - Lo miró con dulzura, acariciándole una vez más la mejilla antes de permitir que guiara su mano hacia su vientre.
Oírle dando instrucciones sobre cómo encenderlo y como facilitar su penetración no hacía sino excitarlo más. No encontraba ningún inconveniente en tener vía libre para enfrentarse en soledad a la intimidad del pelirrojo, más bien al contrario lo estaba deseando y por encima del afecto se lo tomaba casi como un reto personal. No se debía solo a que el pintor le hubiera dado todo a cambio de tan poco, sino que también afloraban sus instintos más primarios: Anuar era un hombre atractivo y estaba allí tendido desnudo a su merced, de entre todas las personas que había en el mundo le había escogido a él para que le quitara la ropa y le acariciara entre las piernas. Hacía falta mucha confianza para exponerse así a otro y el sirviente lo sabía, le engrandecía saberse destinatario de tal honor y quería estar a la altura. Por fuerza el comienzo resultó algo inexperto y vacilante, ¿pero cómo iba a ser de otra manera? Aunque ambos fueran del mismo sexo y por tanto no hubiera sorpresas bajo los calzones de ninguno eso no quería decir que Edouard se sintiera un erudito. Dirigió la vista sin pudor a las caderas de su compañero y sopesó con ambas manos lo que allí se erguía con orgullo, magnífico como si lo desafiara. Recorrió todos sus detalles con las yemas de los dedos tomándose un tiempo para familiarizarse con ese otro cuerpo que anhelaba complacer y luego se fue afirmando en sus movimientos al comprobar que con suspiros y crispaciones Anuar le respondía. Lo acarició a su propio ritmo y se olvidó totalmente del jabón hasta que por un maravilloso mecanismo de la naturaleza la hombría del mayor se hubo endurecido del todo. Fue entonces cuando Edouard cambió su eje y se acostó sobre un costado para besarle allí donde sus manos se habían estado entreteniendo. Recorrió con los labios toda la longitud de su intimidad y de vuelta hacia abajo, y solo entonces consintió en agarrar la pastilla de jabón y comenzar a jugar con ella lavándolo con celo, con mimo incluso, sabiendo que cuanto más se dedicara a ello más fácil resultaría el paso siguiente.
- No esperaba menos de ti. - Lo miró con dulzura, acariciándole una vez más la mejilla antes de permitir que guiara su mano hacia su vientre.
Oírle dando instrucciones sobre cómo encenderlo y como facilitar su penetración no hacía sino excitarlo más. No encontraba ningún inconveniente en tener vía libre para enfrentarse en soledad a la intimidad del pelirrojo, más bien al contrario lo estaba deseando y por encima del afecto se lo tomaba casi como un reto personal. No se debía solo a que el pintor le hubiera dado todo a cambio de tan poco, sino que también afloraban sus instintos más primarios: Anuar era un hombre atractivo y estaba allí tendido desnudo a su merced, de entre todas las personas que había en el mundo le había escogido a él para que le quitara la ropa y le acariciara entre las piernas. Hacía falta mucha confianza para exponerse así a otro y el sirviente lo sabía, le engrandecía saberse destinatario de tal honor y quería estar a la altura. Por fuerza el comienzo resultó algo inexperto y vacilante, ¿pero cómo iba a ser de otra manera? Aunque ambos fueran del mismo sexo y por tanto no hubiera sorpresas bajo los calzones de ninguno eso no quería decir que Edouard se sintiera un erudito. Dirigió la vista sin pudor a las caderas de su compañero y sopesó con ambas manos lo que allí se erguía con orgullo, magnífico como si lo desafiara. Recorrió todos sus detalles con las yemas de los dedos tomándose un tiempo para familiarizarse con ese otro cuerpo que anhelaba complacer y luego se fue afirmando en sus movimientos al comprobar que con suspiros y crispaciones Anuar le respondía. Lo acarició a su propio ritmo y se olvidó totalmente del jabón hasta que por un maravilloso mecanismo de la naturaleza la hombría del mayor se hubo endurecido del todo. Fue entonces cuando Edouard cambió su eje y se acostó sobre un costado para besarle allí donde sus manos se habían estado entreteniendo. Recorrió con los labios toda la longitud de su intimidad y de vuelta hacia abajo, y solo entonces consintió en agarrar la pastilla de jabón y comenzar a jugar con ella lavándolo con celo, con mimo incluso, sabiendo que cuanto más se dedicara a ello más fácil resultaría el paso siguiente.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
El tacto inexperto del menor resulto ser mejor que el de cualquier especialista, sus manos juguetonas rompieron rápidamente con el silencio de la habitación. Y como dirigido por un sochantre una turbia melodía se le escapaba de entre los labios ante las destrezas del francés. Adivinaba por su rápida mejoría que era un alumno excepcional pero eso el rumano ya lo había comprobado con ayuda del alfabeto y lo reafirmaba con sus manos acariciando su intimidad. Su respiración no tardo en volverse entrecortada y su pulso acelerado con un creciente calor por todo el cuerpo que lo orillaba a la ansiedad.
Intento retener su cuerpo cuando Carrouges amenazo con cambiar de posición, intento disuadirlo de seguir con sus caricias sin mayor logro que el de acariciar sus brazos y arañar su espalda sin llegarlo a lastimar – Edouard aguarda - y con aquella petición se le escapaban los últimos rastros de serenidad. Contuvo una exclamación cuando sus labios acariciaron su hombría y el gesto erótico que adquirió su rostro lo proveo de un matiz diferente y poco usual. Entrelazo sus dedos, ahora trémulos, entre la espesa mata de crespos y revueltos cabellos del francés. Definió la forma de su cráneo con la creciente humedad haciéndose a su hombría. Mantuvo los parpados apretados y los dedos de los pies agarrotados conforme las oleadas y ahora marejadas arrastraban por su cuerpo sensaciones que hacía tiempo no llegaba a experimentar.
Revolvió el rostro por el colchón hasta que creyó que de seguir permitiéndole aquella libertad no conseguiría cumplir su petición. Erguió la espalda lo suficiente para poder observar completamente el semblante desnudo del francés, decidido ahora a hacer la voluntad de Carrouges no le costó mayor esfuerzo que ejercer cierta presión sobre el para ubicarlo boca arriba en el colchón – Si no te agrada puedes pedirme que pare – se ubico entre sus piernas relevándolo de la posesión de la borla. Acaricio aquel cuerpo jabonoso entre sus manos para, seguidamente, pasarlas por entre los glúteos de Edouard con la promesa latente que encerraba aquel encuentro. Le lubrico la región perianal, ludió la zona con sus manos y la borla conforme ideaba la manera de proseguir.
Introdujo uno de sus dedos en el orificio, el rumano conocía la sensación primera de ser invadido y como bien en una primera instancia no resultaba del todo agradable ir graduando y preparando la verdadera estocada resultaba parte del ritual. Inclino su cuerpo para besar sus mejillas e inspirar su aroma mientras comprobaba la resistencia del cuerpo primerizo del francés.
Intento retener su cuerpo cuando Carrouges amenazo con cambiar de posición, intento disuadirlo de seguir con sus caricias sin mayor logro que el de acariciar sus brazos y arañar su espalda sin llegarlo a lastimar – Edouard aguarda - y con aquella petición se le escapaban los últimos rastros de serenidad. Contuvo una exclamación cuando sus labios acariciaron su hombría y el gesto erótico que adquirió su rostro lo proveo de un matiz diferente y poco usual. Entrelazo sus dedos, ahora trémulos, entre la espesa mata de crespos y revueltos cabellos del francés. Definió la forma de su cráneo con la creciente humedad haciéndose a su hombría. Mantuvo los parpados apretados y los dedos de los pies agarrotados conforme las oleadas y ahora marejadas arrastraban por su cuerpo sensaciones que hacía tiempo no llegaba a experimentar.
Revolvió el rostro por el colchón hasta que creyó que de seguir permitiéndole aquella libertad no conseguiría cumplir su petición. Erguió la espalda lo suficiente para poder observar completamente el semblante desnudo del francés, decidido ahora a hacer la voluntad de Carrouges no le costó mayor esfuerzo que ejercer cierta presión sobre el para ubicarlo boca arriba en el colchón – Si no te agrada puedes pedirme que pare – se ubico entre sus piernas relevándolo de la posesión de la borla. Acaricio aquel cuerpo jabonoso entre sus manos para, seguidamente, pasarlas por entre los glúteos de Edouard con la promesa latente que encerraba aquel encuentro. Le lubrico la región perianal, ludió la zona con sus manos y la borla conforme ideaba la manera de proseguir.
Introdujo uno de sus dedos en el orificio, el rumano conocía la sensación primera de ser invadido y como bien en una primera instancia no resultaba del todo agradable ir graduando y preparando la verdadera estocada resultaba parte del ritual. Inclino su cuerpo para besar sus mejillas e inspirar su aroma mientras comprobaba la resistencia del cuerpo primerizo del francés.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
El sexo era algo tan burdo... tan simple, tan grosero, tan incomparablemente humano que Edouard lo necesitaba como nunca había necesitado nada. Toda su vida se había sentido un híbrido entre algo mecánico y una ostra bien cerrada que no tenía el menor interés por lo que sucedía fuera de su cascarón, y si se asomaba tampoco lo que encontraba al otro lado le causaba mucha emoción. Resultaba difícil discernir si había acabado siendo así porque era el único modo de adaptarse a una vida que no le gustaba o si había terminado llevando esa vida porque ya era así primero. Qué importaba si el resultado era el mismo, igual de vacuo y de descorazonador que todas las demás preguntas sin respuesta que las personas gustaban tanto de plantearse. Pero ahora agradecía que alguien le recordara de esa forma tan directa que efectivamente era alguien con un cuerpo ni mejor ni peor que todos los demás, sencillamente un hombre con sus necesidades carnales y sus instintos más allá de todo el asunto metafísico del alma o del bien y el mal. Nunca había querido tanto ser parte del montón, sentirse tan humano. Su piel no sabía nada de artificios ni de mentiras, y tampoco lo sabían sus labios: si algo le gustaba gemía, si le sorprendía se le erizaba el vello, si se excitaba le subía la temperatura... exactamente igual que a todos los demás. Era deliciosamente reconfortante.
Sus dos cuerpos parecía que jugaban a hacer cabriolas en el agua como dos delfines que retozan para divertirse, y tan pronto se echaba sobre un costado como quería estar encima o debajo del pelirrojo, en todas partes al mismo tiempo, acariciando cada relieve de sus huesos con afán descubridor. No sabía cómo se comportaría después de su encuentro del mismo modo que tampoco sabía qué ocurriría la primera vez que lo besó en la cabaña. Ahora que lo pensaba resultaba irónico que su primer encuentro de ese tipo, el nacimiento de los sentimientos originales, hubiera tenido lugar en un cementerio. Desde luego ninguno de los dos era muy convencional, pero ahí residía parte del encanto que el francés le veía a su compañero y la razón por la que era él a quien quería tener dentro y no a ningún otro. Lo acomodó entre sus piernas dócilmente y suspiró cuando notó el tacto de sus dedos aventureros entre sus nalgas. Ahora Anuar estaba en un terreno totalmente virgen al que nadie - ni siquiera su dueño - había prestado atención previamente. Por eso Edouard quería ser el que estuviera debajo en aquella ocasión, precisamente para experimentar cosas nuevas que llevaran el nombre del rumano y su marca, y que nadie pudiera arrebatarle como ya le habían arrebatado tantas cosas antes. El placer de desnudarse por primera vez para alguien amado, por ejemplo, aunque esos recuerdos parecían tan lejanos que el muchacho se preguntó por un momento si no le habrían sucedido a otra persona. Ahora no se concebía a sí mismo sin incluir al pintor en su vida, con las manos de ese modo sobre su cuerpo.
Dio un pequeño respingo al notar la intrusión pero no sintió ningún dolor. Sabía que lo normal era que aquello resultara desagradable pero quizá porque el rumano lo había preparado bien o quizá porque estaba tan encendido que creía que se iba a prender en llamas no solo no le incomodó sino que hasta le resultó agradable. Le regaló a Anuar como respuesta un beso fiero en los labios y un gemido ronco entre sus respiraciones entrecortadas.
- Me gusta. - Confesó. Y luego una duda, tenía que saberlo. - ¿Te gusta a ti?
No sabía cómo era para él estar con un primerizo después de haber gozado otras veces con hombres que tenían alguna experiencia. No sabía si solo había sido Soren o había habido más y no quería saberlo, sentía que si se lo dijera el corazón se le iba a envenenar de celos y estaba demasiado feliz en ese instante para permitir que las preocupaciones le fastidiaran la noche.
Sus dos cuerpos parecía que jugaban a hacer cabriolas en el agua como dos delfines que retozan para divertirse, y tan pronto se echaba sobre un costado como quería estar encima o debajo del pelirrojo, en todas partes al mismo tiempo, acariciando cada relieve de sus huesos con afán descubridor. No sabía cómo se comportaría después de su encuentro del mismo modo que tampoco sabía qué ocurriría la primera vez que lo besó en la cabaña. Ahora que lo pensaba resultaba irónico que su primer encuentro de ese tipo, el nacimiento de los sentimientos originales, hubiera tenido lugar en un cementerio. Desde luego ninguno de los dos era muy convencional, pero ahí residía parte del encanto que el francés le veía a su compañero y la razón por la que era él a quien quería tener dentro y no a ningún otro. Lo acomodó entre sus piernas dócilmente y suspiró cuando notó el tacto de sus dedos aventureros entre sus nalgas. Ahora Anuar estaba en un terreno totalmente virgen al que nadie - ni siquiera su dueño - había prestado atención previamente. Por eso Edouard quería ser el que estuviera debajo en aquella ocasión, precisamente para experimentar cosas nuevas que llevaran el nombre del rumano y su marca, y que nadie pudiera arrebatarle como ya le habían arrebatado tantas cosas antes. El placer de desnudarse por primera vez para alguien amado, por ejemplo, aunque esos recuerdos parecían tan lejanos que el muchacho se preguntó por un momento si no le habrían sucedido a otra persona. Ahora no se concebía a sí mismo sin incluir al pintor en su vida, con las manos de ese modo sobre su cuerpo.
Dio un pequeño respingo al notar la intrusión pero no sintió ningún dolor. Sabía que lo normal era que aquello resultara desagradable pero quizá porque el rumano lo había preparado bien o quizá porque estaba tan encendido que creía que se iba a prender en llamas no solo no le incomodó sino que hasta le resultó agradable. Le regaló a Anuar como respuesta un beso fiero en los labios y un gemido ronco entre sus respiraciones entrecortadas.
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No sabía cómo era para él estar con un primerizo después de haber gozado otras veces con hombres que tenían alguna experiencia. No sabía si solo había sido Soren o había habido más y no quería saberlo, sentía que si se lo dijera el corazón se le iba a envenenar de celos y estaba demasiado feliz en ese instante para permitir que las preocupaciones le fastidiaran la noche.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Una sonrisa ligera le broto de los labios como un botón de flor – Por supuesto – y no encontró ninguna explicación lógica, ningún juego de palabras que pudiesen hacerle entender el motivo con claridad. Era mejor así, no entenderlo, pues en aquel salto de fe a lo desconocido radicaba la magnificencia del amor, un amor poco pronunciado que no por ello menos existía. Un amor que se manifestaba en sus cuidados y sus caricias, entre sus suspiros y entrecortada respiración, cuando sus dedos encontraban su piel desconocida. Era la lluvia de colores que exudaban sus cuerpos en contacto – Te amo - susurro bajo a su oído y lo repitió en una cascada de besos hasta su cuello.
Podría haberse pasado la noche entera complaciendo aquel cuerpo frente a él y no se habría cansado de redescubrir cada recoveco de su extasiada piel. Le resultaba confortante el calor que manaba de su pecho y perlaba ya su sien, le hacía recordar la ardua labor que tenia de mantener encendida aquella ígnea antorcha. Termino por introducir un segundo dedo sin cesar los besos sinuosos que recorrían su cuello y su mano traviesa que acariciaba su vientre, transitaba con la yema de los dedos su piel encendida como preámbulo. Pues aquello se había convertido en un juego masoquista de anhelar y no tener, de tener y desear, se volvían a los instintos primarios en pos de un sentimiento mayor. El rumano se había engañado toda su vida creyendo que no necesitaba de aquellos encuentros.
Mordió su mentón manteniendo su rostro frente al del francés, con su cálida respiración encontrando espacio entre sus labios, sentía su aroma escocer en sus adentros como alguna ponzoña a la que se volvía adicto. Porque el amor, era el más dulce veneno. Se permitió perderse en su mirada, en su cabello y entre sus labios, se permitió admirar su rostro enrojecido y percatarse del compas de su respiración – Ni siquiera te imaginas cuanto te deseo – extrajo sus dedos de sus adentros lubricando con rapidez su hombría – Creo que te aterrarías de saberlo – de descubrir en sus caricias cada intensión reprimida. A veces pensaba que la vida sería más fácil si pudiese ser como aquellos hombres que consagraban su voluntad sin atenerse a los criterios de los demás, de aquellos lozanos seres que conseguían todo lo que deseaban. Pero el rumano era un sentimental empedernido y se vetaba a sí mismo de aquellos títulos victoriosos.
No recordaba el instante preciso en que aquellos sentimientos de preocupación y solidaridad habían aspirado en convertirse en algo más, y en aquella paciencia huérfana había conseguido, casi sin proponérselo, el afecto del otro. Entonces, no le importaba seguir siendo aquel ufano del romanticismo porque al tener a Carrouges nadie más incumbía. Dirigió su hombría apoyándose con la siniestra de la cadera del francés, se abrió paso en sus adentros con lentitud, conteniendo la respiración al sentir aquella exquisita presión - ¿Te duele? – no deseaba que fuese así, podía tener mayor cuidado si Carrouges aseguraba su cuestión más debía admitir, era difícil contenerse del vaivén natural que sus caderas optaban por tomar.
Podría haberse pasado la noche entera complaciendo aquel cuerpo frente a él y no se habría cansado de redescubrir cada recoveco de su extasiada piel. Le resultaba confortante el calor que manaba de su pecho y perlaba ya su sien, le hacía recordar la ardua labor que tenia de mantener encendida aquella ígnea antorcha. Termino por introducir un segundo dedo sin cesar los besos sinuosos que recorrían su cuello y su mano traviesa que acariciaba su vientre, transitaba con la yema de los dedos su piel encendida como preámbulo. Pues aquello se había convertido en un juego masoquista de anhelar y no tener, de tener y desear, se volvían a los instintos primarios en pos de un sentimiento mayor. El rumano se había engañado toda su vida creyendo que no necesitaba de aquellos encuentros.
Mordió su mentón manteniendo su rostro frente al del francés, con su cálida respiración encontrando espacio entre sus labios, sentía su aroma escocer en sus adentros como alguna ponzoña a la que se volvía adicto. Porque el amor, era el más dulce veneno. Se permitió perderse en su mirada, en su cabello y entre sus labios, se permitió admirar su rostro enrojecido y percatarse del compas de su respiración – Ni siquiera te imaginas cuanto te deseo – extrajo sus dedos de sus adentros lubricando con rapidez su hombría – Creo que te aterrarías de saberlo – de descubrir en sus caricias cada intensión reprimida. A veces pensaba que la vida sería más fácil si pudiese ser como aquellos hombres que consagraban su voluntad sin atenerse a los criterios de los demás, de aquellos lozanos seres que conseguían todo lo que deseaban. Pero el rumano era un sentimental empedernido y se vetaba a sí mismo de aquellos títulos victoriosos.
No recordaba el instante preciso en que aquellos sentimientos de preocupación y solidaridad habían aspirado en convertirse en algo más, y en aquella paciencia huérfana había conseguido, casi sin proponérselo, el afecto del otro. Entonces, no le importaba seguir siendo aquel ufano del romanticismo porque al tener a Carrouges nadie más incumbía. Dirigió su hombría apoyándose con la siniestra de la cadera del francés, se abrió paso en sus adentros con lentitud, conteniendo la respiración al sentir aquella exquisita presión - ¿Te duele? – no deseaba que fuese así, podía tener mayor cuidado si Carrouges aseguraba su cuestión más debía admitir, era difícil contenerse del vaivén natural que sus caderas optaban por tomar.
Anuar Dutuescu- Humano Clase Baja
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Re: Esa flor tan pálida y triste [Edouard][+18]
Le gustó alimentarse de aquellas palabras igual que de la comida, o del agua o del aire que necesitaba para respirar. Ahora Edouard, que siempre trató de protegerse autoproclamándose independiente, desarraigado de cualquier asomo de lazo afectivo o relación cariñosa, se sorprendía esperando ansioso que el rumano pronunciara esos dos vocablos que tenían el don de calmarlo en el acto y transportarlo a otro lugar donde nada más importaba. Sintió cada uno de sus besos como si se los estuviera dando directamente en el alma, en ese rincón escondido que había permanecido inescrutable por tanto tiempo y que el pintor aparecido un día de pronto no había tenido el menor escollo en descubrir y conquistar. Podía notarlo en todas partes: en el cuello, en el bajo vientre y entre los glúteos, sobre todo en este último lugar, donde sus dos dedos se abrían paso y ardían allí donde tocaban. Encaró sus ojos francos cuando se lo quedó mirando de frente y le pareció osado y encantadoramente obsceno cuando mostró que no tenía tapujos a la hora de satisfacerlo sin la cortesía de mostrarse ni un poco avergonzado. La timidez que parecía lo más correcto en ese tipo de encuentros - o eso dictaba la estricta moral católica - brillaba por su ausencia conforme ambos cuerpos se conocían y aprendían a acariciarse a su gusto. Todo lo demás podía esperar. Cuando Anuar le dijo que le deseaba algo en su interior se excitó aún más cuando ya pensaba que era imposible, y en lugar de contestarle con algo medianamente articulado únicamente pudo gemir su nombre con la respuesta implícita en cada letra que pronunciaba. Él también lo deseaba, y hasta tal punto que sus dedos que deberían herirle estaban consiguiendo que se estremeciera de placer y se mojara de una forma que no comprendía pero que era bastante práctica: parecía que su cuerpo estaba más preparado para lo que se avecinaba que él mismo.
Su gemido se quebró cuando el rumano, accediendo a su capricho, se abrió paso poco a poco dentro de él con una gentileza que si bien era de agradecer no servía para paliar del todo el dolor de la primera vez. Arqueó la cabeza hacia atrás nuevamente y dobló las rodillas, rodeando la cintura de su amante con las piernas y arañandole la espalda sin pretenderlo cuando sus paredes tan estrechas se vieron forzadas a amoldarse a la intrusión.
- No. - Mintió.
O tal vez no era del todo una falacia, ya que lo que había comenzado como un desgarro intolerable pronto se calmó y pasó a convertirse en otro tipo de mal, en uno mucho más soportable mezclado con algo delicioso. No sabía cómo podía a la vez hacerle daño y gustarle de esa forma tan particular, tan suya, con la satisfacción que solo da la unión profunda de otro cuerpo y de dos corazones. En un destello de lucidez Edouard quedó perfectamente enterado de por qué hacer el amor y tener sexo no eran cosas ni remotamente semejantes. Del mismo modo que antes se había humedecido entre las piernas ahora notó cómo sus ojos se cuajaban de lágrimas que no quiso derramar para que Anuar no las malinterpretara y creyera que le estaba lastimando, así que se las tragó. Abrazó con todo su ser a ese hombre maravilloso que le estaba dando todo y le empujó el trasero con los pies, conduciéndole aún más hacia sus entrañas.
- Esto era todo... todo lo que quería. - Jadeó.
Y se podía interpretar como que esa postura era la que había deseado desde que se habían tendido en el lecho, pero el muchacho se estaba refiriendo a un aspecto mucho más global.
- Te he encontrado antes de saber que te estaba buscando.
Le besó uno de los brazos y se recostó para abandonarse a los placeres que Dutuescu le proporcionaba, sin tener en cuenta nada más. Por un momento su mente siempre inquieta había dejado de maquinar.
Su gemido se quebró cuando el rumano, accediendo a su capricho, se abrió paso poco a poco dentro de él con una gentileza que si bien era de agradecer no servía para paliar del todo el dolor de la primera vez. Arqueó la cabeza hacia atrás nuevamente y dobló las rodillas, rodeando la cintura de su amante con las piernas y arañandole la espalda sin pretenderlo cuando sus paredes tan estrechas se vieron forzadas a amoldarse a la intrusión.
- No. - Mintió.
O tal vez no era del todo una falacia, ya que lo que había comenzado como un desgarro intolerable pronto se calmó y pasó a convertirse en otro tipo de mal, en uno mucho más soportable mezclado con algo delicioso. No sabía cómo podía a la vez hacerle daño y gustarle de esa forma tan particular, tan suya, con la satisfacción que solo da la unión profunda de otro cuerpo y de dos corazones. En un destello de lucidez Edouard quedó perfectamente enterado de por qué hacer el amor y tener sexo no eran cosas ni remotamente semejantes. Del mismo modo que antes se había humedecido entre las piernas ahora notó cómo sus ojos se cuajaban de lágrimas que no quiso derramar para que Anuar no las malinterpretara y creyera que le estaba lastimando, así que se las tragó. Abrazó con todo su ser a ese hombre maravilloso que le estaba dando todo y le empujó el trasero con los pies, conduciéndole aún más hacia sus entrañas.
- Esto era todo... todo lo que quería. - Jadeó.
Y se podía interpretar como que esa postura era la que había deseado desde que se habían tendido en el lecho, pero el muchacho se estaba refiriendo a un aspecto mucho más global.
- Te he encontrado antes de saber que te estaba buscando.
Le besó uno de los brazos y se recostó para abandonarse a los placeres que Dutuescu le proporcionaba, sin tener en cuenta nada más. Por un momento su mente siempre inquieta había dejado de maquinar.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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