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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Anuar Dutuescu Lun Abr 15, 2013 5:08 pm

Había regresado antes de lo usual al viejo piso del deplorable edificio, arrastrando los pies pudo conseguir llegar hasta la última puerta, solo después de escuchar los múltiples gritos y ronquidos que se apoderaban de la escalinata del lugar. Una sinfonía a la que se encontraba sometido cada que planeaba regresar a su vivienda. La portezuela de madera abrió en cuanto hizo girar la manija, poseía la mala costumbre de no cerrarla con llave jamás y eso era ya bastante pedir cuando en antaño había vivido sin ningún objeto que censurase su galería. Habían sido los azares de la vida y la necesidad de inmiscuirse donde no era requerido lo que lo habían orillado a ubicar la puerta en aquel lugar, como una explícita petición del dueño del edificio por mantener la paz y tranquilidad del resto de los inquilinos.

Se adentro procurando hacer el menor ruido, dejando un rastro húmedo tras de sí. La lluvia había comenzado con esporádicas gotas golpeando el empedrado, pronto, se había vuelto tupida y correr de ella parecía solo una mala broma. El primer relámpago había caído, o subido, cuando le faltaban aun algunas calles y el ruido ensordecer que continuo al destello luminoso sumió a París en un respingo colectivo, aunque dudaba de las personas que seguían despiertas a tales horas. Camino atravesando la estancia principal que poseía ahora un sofá y una caja con algunas prendas, prefería no tener que adentrarse en la habitación cuando regresaba del cementerio, prefería no despertar al francés de su ensoñación.

Los días comenzaban a componerse de cuatro grandes bloques, cuatro jornadas de exhaustivos labores. Primero, se levantaba en cuanto el astro rey comenzaba a colarse por el ventanal, emprendía el camino al muelle o la laguna según la ocasión y pasaba arduas horas cargando pesadas cajas con pescados que se retorcían aun, asfixiados. Cuando el sol comenzaba a desfallecer en la lejanía y el espejo de agua se teñía de arrebol partida a la necrópolis con las monedas que había conseguido durante las horas de la primera jornada. El pago como velador resultaba ser miserable, unos cuantos francos cada semana mientras luchaba constantemente ante la necesidad de dormir. El cansancio comenzaba a reflejarse bajo sus ojos, como dos líneas azulosas que se acrecentaban cada día.

El tercer trabajo resultaba ser el único gratificante, creía que también el más complejo y exhaustivo de los tres. Intentaba mantener una relación progresiva con el francés, buscaba con paciencia el punto dañado en su hermético caparazón, ese espacio diminuto por el que había sido capaz de adentrarse con anterioridad y que, en ocasiones, le resultaba imposible encontrar. El rumano le había otorgado la cama a Edouard y en su lugar se había quedado con el viejo sofá, le parecía estrafalaria la simple idea de proponerle dormir juntos, en parte por nunca antes había dormido con otro hombre de manera constante, en parte porque temía de su rechazo. Educado, como en ocasiones llegaba a ser, decidía ser un buen anfitrión y dejarle la cama y el baño.

La cuarta parte del día se limitaba en las horas de sueño que lograba conciliar. Había descubierto que la caja en la que colocaba ropa limpia para no tener que entrar a hurtadillas en la habitación se encontraba vacía, le había pasado con anterioridad, más no se había atrevido a irrumpir. No deseaba enfermarse y tener que pasar en cama, o en el sofá, los siguientes días. Se encamino a la puerta de la habitación, giro la manija y entre abriendo el objeto introdujo su cuerpo con lentitud para asegurarse de no despertarlo, un rezagado relámpago inundo la estancia y con ello, ilumino el rostro del menor.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Mar Abr 16, 2013 9:19 am

Los días se habían ido deslizando uno tras otro sin que Edouard se diera mucha cuenta. Entre el dolor de haber perdido a madre y la extrañeza de su nueva vida podía decirse que iba medio atontado, dejando que los sucesos le ocurrieran sin tomar parte activa en ellos. De otro modo se habría negado rotundamente a que Anuar compaginara dos empleos y encima tuviera que dormir en esa butaca con pinta de estar más dura que una barra de pan de la semana anterior. Si no había opuesto resistencia era porque se veía a sí mismo como desde fuera, como si flotara sobre las cabezas de la gente, contemplando simplemente sin capacidad de decisión cómo fluía la vida y de qué manera ellos dos - el rumano y el francés - quedaban excluidas de ella. Le tomó cinco jornadas completas darse cuenta de que podía tomar conciencia de nuevo de su persona, tomar las riendas otra vez, y para entonces era tarde y su anfitrión estaba ya agotado de tanto pasar las mañanas pescando y las noches cavando.

Ese mediodía Edouard había despertado con la sensación de que llevaba durmiendo mucho tiempo. Sabía que Anuar no estaba y que él debía buscar un empleo, pero se temía que volvieran a darle en las narices con todas las puertas a las que se le ocurriera llamar. Necesitaba una solución temporal que les diera un tenue desahogo, y por eso se dirigió a la casa de empeños a dejar la sortija de madre por unos cuantos francos. Era su único recuerdo de la nodriza, pero afortunadamente tenía más valor que el puramente sentimental, y el usurero había sabido tasarla con equidad. La satisfacción de poder darle los billetes al pintor era mayor que la tristeza de habserse tenido que desprender del anillo, así que no lo pensó más y volvió a casa a esperarlo. No supo cuántas horas pasaron hasta que se acostó muerto de cansancio, pero desde luego estuvo solo durante un lapso de tiempo bastante largo que le permitió pensar y poner en orden sus locas ideas.

Anuar y él habían compartido algo el día de la cabaña que el francés había decidido esconder en un rinconcito inhóspito de su mente en el que no pudiera volver a molestarle. Eso no solo no era justo para el rumano, sino que además le creaba una incomodidad que cada vez se hacía más difícil de pasar por alto. No se trataba ya de la honradez o no de dejar el tema inconcluso, sino de que no podía negarse que le habría venido bien precisamente en esa época de duelo tener al otro hombre mucho más cerca de lo que le permitía ese sofá en la habitación contigua. Tal vez esa noche se sentía más solo que de costumbre o tal vez hubiera algo enfermizo en los francos que había logrado reunir, pero cuando el sonido del trueno le despertó y abrió los ojos supo lo que quería y extendió una mano. - Ven. - Le pidió al otro, esperando que se acercase. - Ven a dormir aquí.

Antes de poder recibir una negativa como respuesta sacó de la mesilla de noche los billetes y se los mostró. No sonrió cuando lo hizo pero tampoco se mostró orgulloso por su mérito en un sentido ególatra, solo quería mostrárselos para que Dutuescu pudiera relajarse como él. Aquello significaba unos días de paréntesis hasta que se les ocurriese algo mejor. - Son para los dos. - Bostezó. Un nuevo relámpago lo hizo encogerse un poco por la sorpresa, pero no cejó en su fijación. - Ven aquí. - Volvió a pedir.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Mar Abr 16, 2013 6:34 pm

La luz que corrió como vertiginoso afluente por la estancia, iluminándola por un segundo para dejarla sumida nuevamente en la obscuridad al siguiente, le impidió comprender los acontecimientos con rapidez. Aletargado, por el repentino destello y el consiguiente estruendo –Estoy todo mojado, deja que me cambie- se excuso, no deseaba enfermarse y más importante aun, no deseaba enfermar al francés. Avanzo los pasos que los separaban cerrando la puerta tras de sí, olvidando por un instante el verdadero motivo de su intromisión al lugar. Le habría gustado verlo dormir, con los labios entreabiertos y la apacible respiración dejando escapar su cansancio, le agradaba más escuchar su voz pidiendo su presencia.

Sujeto los billetes sin pretender descubrir la cantidad exacta -¿Cómo lo has conseguido?- el cuestionamiento emergió ligero, sin autoridad. Le parecía una suma elevada para la mayoría de los trabajos que podían conseguirse en París, no para una suripanta, una contracción se apodero de sus entrañas anudando su estomago con rigidez. Deposito el dinero de vuelta en la mesilla y acaricio sus rizados cabellos, pudo ver en este instante al niño que el francés no había dejado de ser aun, ese infante al que se le habían privado tantas cosas, enclaustrado bajo el yugo de su madame y entregado ahora como ofrenda al destino. Su rostro efebo no le facilitaba dejar de verlo de forma paternal.

Por el reducido espacio que sobraba en la habitación el rumano se había visto obligado a guardar las pocas prendas que tenía en diminutas cajas de madera y cartón. Pantalones negros y camisas blancas era lo que más abundaba, además de algún chaleco perdido o saco olvidado -¿Llevas mucho despierto?- se pregunto si solía despertar en la madrugada presa de algún dolor o malestar, no se atrevió a seguir el interrogativo, había aprendido a evadir esas cosas que parecían incomodar al menor. Se desabotono la húmeda camisa que se le adhería al cuerpo cambiándola por una seca, una carente de botones y tanto más larga que asemejaba y hacia las veces de pijama. Resguardado por la obscuridad nocturna decidió despojarse del pantalón, el cual cayó pesado sobre el suelo, para vestirse con uno más amplio.

Trepo torpemente por la cama hasta ubicarse a un lado de el -¿No te gustan los relámpagos?- a veces no llegaba a comprender su manía por entablar una conversación en base a preguntas, un interrogativo para poder sentir que llevaba las riendas de la plática –Siempre es mejor estar acompañado durante una tormenta- después de pasar tantas tempestades en soledad la presencia de alguien más le parecía reconfortante. Indiscutiblemente la presencia de Edouard resultaba acogedora. Apoyo su espalda en el respaldo de la cama, acariciando distraídamente los rizos que le parecían ahora el lugar más tranquilo de la habitación.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Miér Abr 17, 2013 10:24 am

Debió de haber previsto que Anuar querría saber de dónde provenía el dinero, pero lo cierto es que Edouard no quería decírselo.
- Es un secreto.
Le dedicó una media sonrisa misteriosa y se hizo a un lado en la cama, dejándole espacio para que se acostara a su lado. Reconocer que había empeñado la sortija de madre no solo le haría sentir peor, sino que además sabía que el rumano se emplearía en otro trabajo si era necesario con tal de regresar a la casa del usurero a recuperársela. Al principio el chico se había sentido irritado por el hecho de que el pintor fuese tan buena persona que parecía estar actuando todo el tiempo, pero luego comprendió que el mundo era tan grande que forzosamente tenía que haber gente de todas clases. Anuar podía ser realmente una buena persona, sin artificios ni pretensiones, y tal vez Edouard al encontrarse con él había sido besado por la fortuna por primera vez en toda su vida.

Negó con la cabeza ante su pregunta, aún expectante, sin saber muy bien cómo iba a reaccionar su cuerpo ante la cercanía del otro en el catre. Aún no se fiaba de sí mismo con respecto a las lides del afecto y de las relaciones sociales, pero a su favor tenía que terciar que al menos ahora reconocía que ser tan frío podía llegar a ser un estorbo. Parecía que los intentos de Dutuescu eran en vano en lo que respectaba a abrir su cáscara impenetrable, pero en el fondo de su ser el francés sabía que su coraza había empezado a resquebrajarse desde que lo conoció a él. Desde que le ofreció esas clases de lectura. Desde el momento mismo en que su proximidad lo molestó, y eso se debía - ahora podía afirmarlo - a que le había hecho dudar al fin de esos cimientos tan sólidos sobre los que había ido construyendo toda su vida a retales, como una manta vieja.
- No mucho.
En realidad ni le gustaban ni le dejaban de gustar, pero si fingía que estaba asustado tenía más posibilidades de que Anuar se echara más cerca de él. No podía creer que estuviera usando una treta tan burda como ésa, parecía una colegiala.

Se quedó quieto al principio, acunado por las caricias del artista en su pelo y por el sonido acompasado de sus dos respiraciones. Parecía que permanecía al acecho de sus mismos sentimientos, que en cualquier momento podían decidir perturbar su paz irrumpiendo en su serenidad como un estallido de miedo o de enfado. Aguardó pero no ocurrió nada, y pasados unos minutos se atrevió - de forma casi tímida - a acomodarse mejor con la cabeza sobre el pecho del rumano, mirando a la penumbra del otro extremo de la habitación.
- Estás trabajando demasiado. - Le hizo notar con remordimiento.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Miér Abr 17, 2013 6:00 pm

-¿Algún día me lo dirás?- el rumano no gustaba de los secretos, eran el detonador de aquellas malsanas sensaciones y hormigueos que se apoderaban de su interior en conjunto con la curiosidad. Aquellos retortijones y convulsiones internas que amenazaban con robarle el sueño y toda posibilidad de tranquilidad, mermaba la falta de conocimiento en su estabilidad. Y es que jamás le había gusto desconocer, primero habían sido cosas simples, el nombre del vecino, la cantidad de polluelos de la gallina. Después, se habían convertido en problemas de adultos, el motivo de que su tía no pudiera procrear, la razón por la que había que ofrecer el diezmo, el motivo por el que su padre le parecía odiar. Ahora, le era inevitable no llenarse de ansiedad al desconocer la respuesta, la verdad.

Prefirió olvidar el tema, con el creciente cosquilleo en su interior, acrecentado por la cercanía con el cuerpo de Carrouges y los repentinos relámpagos que iluminaban la habitación –A mí tampoco me agradan- lo que sentía al ver la explosión de luminosas cegarle esporádicamente la visión no se asemejaba al miedo o al temor, se orillaba más a una especie de malestar. Y aquella aversión había sido originada por Angeliqué, su diminuto cuerpo se escondía entre sus brazos cuando la tierra vibrara por la ira de Dios, o por lo menos así lo interpretaba la menor. A pesar de que en hogaño la castaña ya no se encontraba con él para refugiarse junto a su cuerpo en cada tempestad, el saber que en alguna parte su hermana sufría y se resguardaba en los brazos de cualquier hombre no podía sino, hacerle sentir aquel mismo malestar.

Inclino la cabeza hundiendo la casi aguileña nariz entre la mata de cabellos del francés, inspirando suavemente el aroma que despedía su cuerpo. Era verdad, estaba trabajando demasiado y el cansancio que lo acompañaba durante el día y los manchones obscuros que se acunaban bajo sus orbes le impedían negarlo. Sería un absurdo querer convencerlo de lo contrario, además de un posible motivo de desacuerdo y descontento –Solo es temporal- pronuncio entre sus cabellos desviando su mano tras sus hombros para estrecharlo contra él. Con el dinero que tenían ahora debían alcanzarle cuando menos para sobrevivir las próximas semanas, el rumano conocía los lugares más baratos de toda París –Hasta que encuentre un mejor trabajo- sin embargo, con la carencia de una educación digna y un título universitario las opciones disminuían. Edouard debía estarse enfrentando a la misma realidad.

-Lo que deberíamos hacer con el dinero es ahorrar, para que algún día puedas ir a la universidad-
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Jue Abr 18, 2013 12:51 am

Sabe que a Anuar no le gustan los secretos, pero misteriosamente sí parece gustarle Edouard que es un secreto enorme con piernas. O al menos lo era cuando se conocieron. Quizá por eso el rumano sintió interés por él en un principio... aunque el francés sigue sin entender cuál fue la razón de que decidiera quedárselo como una mascota. No es que el chico sintiera que su anfitrión lo trataba como un chucho, ni mucho menos, pero sabía que había algo paternal en el afecto que le profesaba el artista y eso no podía sino frustrarle en el fondo. Si había tenido dudas sobre cuáles eran sus verdaderos sentimientos sentía que se disipaban todas cuando sorprendía a Dutuescu dirigiéndole una de esas miradas de viejo, como si le preocupara más darle un hogar y una educación que tenerlo junto a él. Un sentimiento loable, por otra parte, pero que no satisfacía en absoluto el fuego que quemaba al criado por dentro cada vez que estaban tan próximos el uno al otro que sus cuerpos se rozaban.
- A lo mejor. - Dejó en el aire, enigmático.
Suponía que Anuar no tardaría mucho en percatarse de que la sortija de Betrice ya no estaba en posesión del menor, y entonces preguntaría al respecto. De momento tenían un colchón de billetes sobre el que dormir unos días.

Las palabras quedaron relegadas a un segundo plano cuando la nariz del rumano se hundió en su pelo y una mano furtiva acercó a Edouard más hacia él. Puede que nunca lo hubieran hablado directamente, pero el francés sabía que no era él el único que buscaba al otro. Ahora se alimentaba de sus caricias porque eran escasas, como un bien preciado, y seguramente si no se profesaban más era porque la propia actitud de Carrouges lo desaconsejaba. Sabía que, irónicamente, la mayoría del tiempo se mostraba algo frío y distante, y el pintor respetuosamente no hacía sino respetar aquellos deseos no formulados en voz alta.
- Hasta que yo encuentre uno. - Le rebatió.
Lo que añadió después le hizo reír. Realmente no esperaba esa salida.
- Pero si no voy a ir a la universidad... apenas sé leer. Deberías ir tú.
Era una idea absurda, con todos los respetos. ¿Qué hacía un sirviente como él tomando clases? En todo caso podría aspirar a emplearse como aprendiz en un taller artesano para aprender un oficio, pero de ahí a los libros quedaba un trecho muy largo que tampoco sabía si le apetecería recorrer en caso de que contara con los recursos necesarios. Anuar en cambio era otro caso.
- ¿Te gustaría? ¿Qué estudiarías si pudieras?

Al mismo tiempo que le preguntaba su cuerpo se había cansado ya de hablar, y sabiendo que no podía llevarle la contraria por mucho tiempo Edouard se había rendido a él. Trepó un poco en el colchón para dar alcance a los labios del rumano con los suyos y se amparó en la excusa de un nuevo relámpago para apretarse contra él, poniendo una pierna flexionada con la rodilla entre las de Dutuescu. Con una mano le asió la nuca para dar buena cuenta de su boca sin dejar que se separara. No sabía explicar por qué, pero tenía el presentimiento de que esa cercanía que les unía ahora no iba a durar mucho tiempo, que algo vendría a perturbar su precaria estabilidad. Quería aprovechar los momentos que tenían juntos.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Jue Abr 18, 2013 4:19 pm

-Hasta que ambos lo hagamos- señalo con rapidez, no iba a permitirse dejar alguna carencia en la vida del francés si un trabajo extra era la solución. Si bien ambos habían atravesado ya la etapa más importante del crecimiento de una persona, eso no implicaba que no necesitasen seguir ingiriendo los alimentos necesarios. Había leído en alguna ocasión, en una de sus tantas noches en la biblioteca, de la importancia de la ingesta adecuada de frutas y verduras, carnes y levaduras. Atribuían todo aquello a la presencia de ciertos compuestos que el cuerpo humano necesitaba para vivir, esperaba por lo menos poder comer carne una vez a la quincena. No permitiría que aquel cuerpo se adelgazara entre sus brazos.

-Eso no importa, hace siglos un hombre decidió comenzar sus estudios con más de treinta años. No creo que la edad sea un impedimento- quizás la negativa de Edouard giraba en otra dirección, en algún motivo que desconocía y que el menor no le diría jamás. Como tantas otras cosas que le daba la sensación le ocultaba con maestría –Nunca me ha ilusionado tener un título universitario, pero me gustaría aprender medicina- no creía haberle confesado con anterioridad aquella verdad a más nadie. Con los años en París había aprendido la relevancia de conocer sobre el cuerpo humano y sus cuidados, pues quizás de haber tenido los conocimientos sus manos no hubieran tardado tanto en sanar –Seguro también hay algo que tu quieres aprender- podría ser que el menor prefiriera aprender a ser sastre o panadero, o alguna de aquellas vocaciones a las que no se asistía a la escuela para entender.

Le molestaba el carecer de aquella iniciativa sexual, se reprimía, y por aquello había terminado siendo calificado con el mismo adjetivo que los hombres que no poseían en ninguna medida el instinto primario, frígido. Anuar no sería capaz de confesar la insulsa necesidad de sentir el cuerpo de Edouard contra el suyo, porque aquello atentaría contra sus verdaderos sentimientos, no era consciente de su intrínseca relación. Y que una y otra no necesitaban vivir peleadas y en eterna agonía, decidió sin ser consciente que aquella noche, en aquel instante, dejaría de reprimirse con tanto esfuerzo. Aquel deseo que le gobernaba resultaba enfermizo, moviéndose como el arsénico en su sangre.

Ubico su mano sobre la pierna del francés que se escurría entre las suyas, acariciando distraídamente hasta su rodilla –Un día de estos deberías dejar que te retrate- que lo plasmase sobre un lienzo para comprender sus verdaderos matices. La proximidad con Edouard hizo que sus palabras emergerían entrecortadas entre sus labios, como una frase pronunciada después de una ardua persecución. Ubico su otra mano sobre la cintura de Edouard para tirar gentilmente de el y ubicarlo sobre sus piernas –Seguro que todos desearían comprarlo aun con lo mal pintor que soy- de antemano comprendía que no vendería aquel cuadro, si el francés accedía a realizarlo, ni por el castillo del rey de España. Dubitativo, se asió nuevamente de su labio inferior, mezclando la urgencia con la interrogativa, termino por acariciarle el labio con la lengua para seguidamente, introducirla con lentitud en espera de una prerrogativa o la negación.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Sáb Abr 20, 2013 6:17 pm

Ya, ambos. Anuar era un protector nato, Edouard sabía bien que el rumano jamás se podría perdonar no cuidar de alguien a quien - por cualquier razón - hubiera decidido acoger en su seno. Tenía algo que recordaba a una madre amante y entregada dispuesta a sacrificarse por el bien de sus cachorros. Esa faceta de su anfitrión era algo que al francés fascinaba por el desconocimiento que tenía de la misma, puesto que jamás había conocido a su madre biológica ni había sentido en sus carnes la necesidad de velar por el bienestar de nadie que no fuese la anciana Betrice. Hasta ahora no sabía lo que era sentirse mal por ver que otra persona se desvivía para hacerle la vida más confortable, ni se había enterado tampoco del arrepentimiento que suponía saberse una carga. Era curioso que despertando en su interior todas esas sensaciones de culpa la compañía de Anuar le resultase tan gratificante.
- Serías un excelente doctor. - Sentenció.
Precisamente por ese deshacerse en cuidados hacia los demás era cosa segura que Dutuescu lograría ser un médico reputado si se decidía dedicar a ello. Edouard quiso colaborar a aquel sueño de su compañero, pero no supo cómo conseguir más dinero para costearle estudios y de nuevo sintió esa punzada de frustración que le había acompañado desde niño. Nunca se había sentido lo bastante bueno ni eficiente para merecer cosas buenas, y ahora una vez más le asaltaba esa desagradable certeza.

Intentó apartar aquello de su mente centrándose en un aspecto que jamás se había planteado antes: el de sus futuros alternativos. ¿Qué haría si pudiera acceder a la enseñanza superior o profesional?
- Me interesa la política. - Le confesó, y al hacerlo se dio cuenta de que le estaba revelando una información que nunca le había dado antes a nadie. Ni a sí mismo. - Si tuviera otra posición me gustaría cambiar las cosas. El mundo es tan injusto que ni siquiera sabría por dónde empezar a construir otro mejor.
Sus palabras sonaron amargas pero también firmes, teñidas de una determinación que era rara en el francés puesto que casi siempre sus frases eran vagas, cuando no inconclusas.

El diálogo comenzó a estar de más cuando sus cuerpos tomaron el mando de la situación, conminándolos a juntarse más y a explorarse de una forma que antes no habían intentado. Estando sobre las piernas de Anuar pudo darse cuenta de que el pintor desprendía un calor que era tan acogedor como él mismo, como sus brazos fuertes y blancos, como sus ojos melados y su cabello rojizo. Dutuescu le recordaba más que nunca al fuego de un hogar, con su crepitar tranquilizador y esa aura tibia que invita a los demás a acercarse a él. Sonrió contra sus labios.
- No creo que nadie quisiera comprar eso y tener mi figura presidiendo su sala de estar.
Dejó que la lengua ajena invadiera su boca y, torpe como solo los inexpertos pueden serlo, respondió a sus movimientos ladeando la cabeza un poco para acoplar mejor sus perfiles. Sus manos se posaron en los hombros del artista y dibujaron su contorno redondeado, acariciándolos antes de introducirse reptando por el cuello de su camisa hasta su pecho.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Dom Abr 21, 2013 10:52 am

-Realmente no lo sé, entro en pánico cuando más necesario es guardar la calma- lo había hecho en el circo, en los establos, cuando el vampiro y más aun con el lupino. Recordaba aquella noche y le era inevitable a su cuerpo emular el dolor que había sentido al sentir las garras del animal encajarse en su carne. Había sido una verdadera suerte haber conocido a aquella joven bruja que sano sus heridas sin mayor reparo, de no ser así, estaría exponiendo ahora sendas líneas en relieve cruzándole el abdomen de hito en hito. Como si se tratase de algún héroe de guerra cuando en realidad la herida había sido producto de su necedad.

La respuesta lo tomo por sorpresa, intento imaginarlo con aquellos peluquines que los de altos estratos solían utilizar, porque política y dinero iban íntimamente relacionados. Paseo sus dedos por la cabellera del menor, encontrando verdades que antes le hubieran parecidos mentiras, poseía tantos matices, tantos secretos, y no le importaría gastar su vida desentrañándolos –Es una lástima que haya tan pocas personas que piensen como tu- seguro con la testarudez que poseía podría lograr lo imposible. Terminar con aquellas cosas que a otros les daba pereza por el gran esfuerzo que necesitaban, terminaban rindiéndose, sucumbiendo nuevamente a la jerarquización y la subyugación del poder. Beso su frente, de alguna manera, orgulloso de sus palabras y su manera de ver al mundo, preocupado, no por menos, de los pedregosos andares en los que se adentraría de seguir sus intereses.

-Entonces me lo quedare yo- puntualizo, no le importaría tener dos Edouards en su vivienda. Su húmedo tacto le pareció dubitativo, primerizo, el mismo no podía decir que tuviese demasiada experiencia pero comprendía de una u otra manera cómo funcionaba todo. Su tosca nariz terminaba por minar con la naturalidad del acto, de ser más chica, de ser más chata, no necesitarían de aquellos giros para poder acoplarse mejor. Ese tipo de situaciones le recordaban que se trataban de dos hombres, de dos cuerpos que según los feligreses y persignados estaban destinados a conocer y habitar en los calderos que decían ser el infierno por la eternidad. Recordó, que no había hablado con el francés de aquellos temas borrascosos y se sintió mal ante la posibilidad de estarse aprovechando de su desentendimiento.

-Edouard- lo llamo separando sus labios, con las manos apoyadas sobre sus piernas, lo observo por unos instantes para que descubriese el mensaje pero comprendía que aquel resultaba ser tanto más complejo que los demás -¿Alguna vez has querido hacer esto con una mujer?- como un padre hablando con su hijo de sexo y virilidad, no sabía cómo tocar el tema. Sujetaba sus piernas con firmeza y suavidad para impedirle levantarse ofendido, no era esa su intención y no lo seria jamás –Quiero decir, ¿Sabes lo que la gente dice de dos hombres que están juntos?- y no se refería a una manera sentimental, si alguien entraba y los veía en aquella situación serian enviados al patíbulo por homosexualidad. Y agradecía sin verdadero amago no vivir en la época fructífera de la santa inquisición. El rumano poseía un don natural para irrumpir y autodestruir en sus propios deseos.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Lun Abr 22, 2013 1:44 pm

No, pensar era muy fácil y las palabras se las llevaba el viento, lo que hacía falta era más gente que actuase como Edouard proclamaba. Políticos honrados, gobernantes buenos y justos, ésa era la gran escasez del pueblo francés y en realidad de casi todos. Aquí el chico dedicó un pensamiento al joven príncipe español, Felipe de Mendoza, a quien había conocido en curiosas circunstancias y que le había parecido más digno que nadie a gobernar algún día. Tal vez pareciera alejado del prototipo de monarca por su timidez, pero el criado había sabido distinguir en él a simple vista a ese joven bondadoso y esperanzado que podría llegar muy lejos si no dejaba que los de su alrededor, sus lacayos y consejeros, lo corrompieran.
- Bueno. - Cedió refiriéndose a su retrato. - Entonces puedes hacerlo.
Se estaba haciendo de rogar porque sabía que así picaría el interés de Anuar, lo espolearía, y el artista se sentiría más inclinado a llevar a cabo la misión de retratarlo. Edouard sabía que el temblor de sus manos lo mortificaba y creía que si practicaba, si cogía de nuevo el pincel entre los dedos y lo deslizaba sobre un lienzo, si se olvidaba del mal que lo aquejaba... tal vez lograse volver a pintar.

Había logrado sentirse cómodo en los besos de Dutuescu igual que lo hacía en su casa cuando el rumano vino a añadir una nueva tribulación a su ya de por sí embotada mente. Quiso mostrarse enfurruñado por la pregunta, ofenderse por la misma, pero solo consiguió parecer el perro lastimoso que era cuando servía a Madame. Sus ojos le descubrieron a su anfitrión una verdad que él ya sabía de sobra.
- Nunca he querido hacer esto con nadie. - Zanjó. - Aunque eso no significa que no haya tenido que hacerlo igual.
¿Vas a negarme el primer capricho, mi primer deseo? La pregunta no formulada flotó en el aire antes de que el francés se diera cuenta de que si forzaba esa intimidad entre ambos mediante chantajes estaría haciendo exactamente lo mismo que su señora había hecho con él. Suspiró. Había pensado que todo sería fácil entre los brazos del pelirrojo, pero de nuevo se equivocaba. Su armazón, algo resentido, volvió a cerrarse sobre él. Sintió vergüenza y agachó los ojos.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Lun Abr 22, 2013 5:18 pm

Le pareció que era el mayor de los estúpidos, un hombre con corazón de piedra incapaz de comprender una verdad tan clara como aquella. Edouard había tenido que hacerlo posiblemente cada noche que la mujer sentía la necesidad aflorándole del vientre bajo. Se lamento por no ser docto y estudioso en los menesteres referentes a los sentimientos, su capacidad de raciocinio se escabullía y evaporaba con los temas desbordantes de simpleza. De pronto deseo poder volver el tiempo atrás, pactaría cualquier precio con tal de no ver más aquel semblante lacrimoso que deformaba su efebo rostro, saber que el mismo lo había provocado no podía sino asquearlo. Ahora comprendía que, en su afán de protegerlo no le causaba sino un mal peor.

-No era mi intención- nada más podía decir para remediar su comportamiento y no cuestionaba su reacción, había temas que simplemente era mejor no mencionar. Por asomo, y torpeza, había preguntando sobre uno de los tantos que parecían no agradar al francés. Recordaba que meses atrás, cuando lo había conocido, le cuestionaba sobre sus pesares sin detenerse a mediar sus palabras al descubrir el dolor en su mirada. Ahora le era imposible seguir con una práctica tan inhumana, el origen de su sufrimiento ya no alzaba su curiosidad, posiblemente porque creía haberlo descubierto. Posiblemente, porque había comenzado a abrirse con el sin necesidad de hundir el dedo en la herida, no dudaba que después de aquella intromisión tuviese que comenzar por nueva cuenta con su labor. No era fácil hacerse de aquellos gestos afectivos y frases cargadas de confidencialidad que parecía haberle regalado aquella noche con tanta soltura.

Rodeo su espalda con sus brazos besándole la punta de la nariz, incapacitado como estaba ahora por el remordimiento, una nebulosa espesa comenzó a formarse en su interior, amenazaba con ahogarlo. Había creído necesario explicarle la reacción social ante lo diferente, con aquellas cosas que iban en total contradicción con la palabra de Dios, terminaría, en el mejor de los casos, encerrado en una diminuta celda por alterar la paz social. Edouard no era tonto pero tampoco comprendía con la luz de la experiencia la vida en las calles de París, una prisión menos dolorosa en comparación con su anterior vida. Si era ahora el su nueva madame en su vida, era algo que no llegaba a comprender con la certeza necesaria para ser una firme aserción. Definitivamente era más fácil evadir los temas dolorosos, desconocer las sombras de las personas.

-¿Nunca has querido hablar de eso con alguien?- él lo habría deseado tiempo atrás, poder exhalar aquellas imágenes dibujadas con su voz, quizás entonces sus llantos dejarían de resonar en su interior. El tiempo y no un confidente habían sido su mártir y salvación –Creo que sería buena idea que se lo contaras a alguien- y no se refería específicamente a sí mismo, en realidad, prefería que no fuese así pues entonces anhelarle el mal a aquella mujer no seria suficiente –Las cosas cuando se guardan lastiman más-dar consejos era realmente fácil.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Miér Abr 24, 2013 12:22 am

Estaba visto que la misma llama que lo había hecho arder minutos antes se había extinguido por el interrogatorio del rumano, o así lo sintió Edouard que se vio de pronto acorralado por unas preguntas que no se veía con ánimos de contestar. Tras el beso en la nariz se dejó rodar hacia un lado acostándose sobre la cama, cerca de Anuar pero sin quedar ya encima de él, con un brazo apenas rozando el del pintor. Sería más fácil decir que estaba enfadado y que no tenía necesidad de hablar nada con nadie porque ya era mayor para ocuparse de sus problemas, pero Dutuescu una vez más acertaba y el francés tuvo que morderse la lengua para no darle una respuesta arisca. Después de todo le seguía importando no dañar a su anfitrión. No sabía qué clase de magia era aquella que lo ataba a una persona que no llevaba su sangre de un modo tan especial, pero le gustaba y le hastiaba a partes iguales. No estaba acostumbrado a depender de nadie ni de las cosas agradables que sentía al estar con otros, pero ciertamente resultaba adictivo. Se diría que los seres humanos en el fondo, aunque no fueran conscientes, se enfrentaban mejor a la vida cuando estaban acompañados.

El problema era que no podía asegurar que Anuar quisiera ser su compañero de viaje. Ya no hablaba de tener una relación ni nada, es bien sabido que los conceptos precisos se escapaban de la forma de entender la vida del criado, pero sí alcanzaba a comprender que si le hablaba al rumano de sus traumas lo más probable es que éste se aburriera de él y se marchara.
- No es mi tema preferido de conversación.
Pretendió zanjar con eso el asunto. Habría querido darse media vuelta y poder dormir como un bendito, pero los relámpagos no se lo iban a poner fácil y su conciencia tampoco. De nuevo se sentía mal por el pelirrojo, que le brindaba todo su apoyo, su casa y se deslomaba para que él pudiera comer un día tras otro. Al final se giró hacia el lado donde estaba tendido Dutuescu y lo miró sin saber bien qué quería añadir a su discurso. Tal vez lo mejor era no pensar mucho y darle lo que el otro buscaba: una confesión sincera de lo primero que se le ocurriera soltar.
- Si lo guardo yo no lastimará más de lo que ya lo hizo, pero si te lo cuento querrá decir que confío en ti. Eso me hará débil. El día que te vayas de mi lado como hizo madre tendré que volver a cargar entera con una carga que había compartido contigo. Y eso me asusta. - Cerró los ojos aunque no tenía ya sueño, pero así no notaba los ojos de Anuar clavados en los suyos. Tenía una mirada que parecía traspasarle y leer mucho más de lo que él quería decir. - ¿Nunca se te ha roto el corazón en trozos tan pequeños que has tenido que pasar el resto de tu vida buscándolos?
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Mensaje por Anuar Dutuescu Miér Abr 24, 2013 5:49 pm

El desprecio del francés le incomodo en la medida que comprendía su culpa en su actuar, por no medir sus tercas palabras y frenar su insistente curiosidad. Frunció el ceño pensando lo absurdo y humano que sonaba su confesión, revelación nacida de la confianza o, la necesidad de cumplirle un capricho no estipulado –Me la llevaría conmigo hasta el fin del mundo si es necesario. Ni loco te regreso la parte de la carga que me des- lo dijo dejando escapar un deje de sorna necesario para que sonara fácil al oído. Prefería creer que era una intimidad sincera la que llevaba al francés a pronunciar las palabras que se alojaban cerca de su corazón, no un conjunto de sentencias pronunciadas para hacerle sentir bien. Comprendía que, de ser así, se trataba de una estrechez imaginaria que se evaporaría entre sus labios al terminar la noche, un simple engaño que ninguno de los dos era capaz de comprender como tal. Más peligroso aun, un engaño que ambos consideraban realidad.

Observo el cielo raso por unos segundos que le parecían el fin del mundo, lo suficiente para rememorar aquella noche lejana que no había expresado en viva voz a ser humano alguno, si pretendía pregonar, suponía, debía ser con el ejemplo. Se encontró a punto de confesar su más grande verdad no por él sino, por aquel joven temeroso de la vida y los dolores por no conocerlos o conocerlos demasiado bien, la vida se gastaba viviéndola –Te he contado que tengo una hermana- no supo de que otra manera comenzar –Angeliqué, mi padre hubiera matado a cualquier que le hubiese puesto un dedo encima, y eso siempre me incluyo a mi- el dolor de antaño había desaparecido, hablaba una historia ajena a la suya aunque experimentada en su propio dolor. Intentaba no dejar que la emoción dominase su relato, decidió, no ceder ante la culpa–Supongo que esa noche no cerré bien la puerta, creo que no puse demasiada atención- bufo sonoramente aun sin voltearlo a ver –Unos hombres entraron a robar, supongo que les fue demasiado tentador tener a dos mujeres a su merced- porque Anuar no había resultado ser hombre suficiente para defenderlas –Las violaron esa misma noche, y no volví a verlas después, hui de mi casa- por cobarde –Porque mi padre me recordaba diariamente el amor que le tenía a ella y que jamás sentiría por mi- viro el rostro empañado.

-No te lo digo para obligarte a que me cuentes tu historia, solo creo que eso no te haga débil- no busco consuelo en los brazos del menor porque se rehusaba a aceptar un afecto que se formulaba en los lapsos de dolor, nacido de la lastima o condescendencia -¿No te da más miedo no confiar en nadie?- andar por la vida sin afecto alguno que le pudiese causar algún temor, andar por la vida con el corazón herido fingiendo estar bien –Yo no sé si tenga que pasar la vida entera buscando los pedazos que me faltan. De lo que estoy seguro, es que no abre ganado nada cuando los encuentre si no he perdido otros tantos- su madre le había dicho alguna vez, la vida se trataba de intercambiar parches y hechuras. Se encontró observando a Carrouges con un amor tímido que se refugiaba en la preocupación, porque era más fácil aceptar sus rechazos y desdenes si estos llevaban el aspecto de solidaridad. Ahora, acababa de entregarle sin necesidad de una interrogativa o una petición la única respuesta que nunca antes se había atrevido a confesar.

-Podemos recuperar esos pedazos que te faltan. Hay miles de personas allá afuera con las piezas que necesitas- si necesitaba imaginarse su propio corazón este sería una masa amorfa de color irregular, se imaginaba la de Edouard como un manchón dorado y bronce con un torbellino gris al centro, no le faltaba nada, solo necesitaba comprender que todo estaba ahí.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Jue Abr 25, 2013 7:31 am

Imaginar a Anuar cargando con sus pesares en una mochila, literalmente, le hizo sonreír. No sabía qué tenía el rumano que hacía que enfadarse con él fuera complicadísimo, y eso que Edouard se había pasado toda su vida enfadado con prácticamente todo el mundo, incluso consigo mismo. Decidió que no quería seguir resistiéndose a algo que lo arrollaba con mucha más fuerza que ninguno de los sentimientos que había experimentado anteriormente, y que no era amor propiamente dicho - se conocían desde hacía poco tiempo y el amor era algo que germinaba con paciencia - sí se trataba de un cariño muy especial. Sí, Edouard no era estúpido, claro que sabía lo que opinaban la Inquisición y casi toda la gente de dos personas del mismo sexo que se profesaban esa clase de afecto, pero al francés - por decirlo basto - se la traía al pairo. Lo bueno de ser tan indiferente a todo era que las limitaciones impuestas por una sociedad a la que no creía deber nada no le hacían tanta mella como a los más conformistas. Jamás pondría en peligro a Anuar exponiéndose en público como un idiota, pero esa rebeldía intrínseca del muchacho que le servía como bastión desde el que presentar batalla a todo y a todos le ayudaba ahora una vez más. Amaba lo que le venía en gana amar, y nadie podría doblegar su voluntad a ese respecto.

Escuchó la historia del pintor y la recogió junto a los datos que de mucho en mucho Dutuescu iba desgranando sobre su pasado. Edouard tomaba esos pedazos de recuerdo y los reunía en su corazón, para formar algo parecido a los cuadros que el rumano hacía aparecer de la nada en cuanto tenía cerca un caballete y un pincel. Carrouges no sabía pintar mejor que cualquier niño de cuatro años, así que su manera de dibujar un boceto aproximado del pelirrojo era con sentimientos y palabras robados de una y de otra conversación. Tenía paciencia, y esas confidencias acababan llegando en momentos como ése. Era una anécdota muy triste. Estaba bien claro que no había un Dios en el cielo encargándose de que las buenas personas recibieran cosas agradables como recompensa y de que a los criminales les llegase su castigo. Anuar era el ser humano más bondadoso que había conocido jamás y parecía que el señor se complacía enviándole estocadas desde las alturas.
- Tu familia tuvo suerte de tenerte. - Le dijo, aunque sabía que él no buscaba que le consolaran por algo que había ocurrido tanto tiempo atrás. - Y tendría suerte si regresaras con ellos otra vez. Pero no lo hagas, por favor. Yo te necesito más.
Se acurrucó contra él y buscó su calor como un cachorro perdido. No le importaba a dónde tuviera que marcharse ni dónde terminara encontrando un empleo; ahora estaba seguro de que habría un hogar esperándole allí donde dejara su corazón, y la decisión de aposentarlo aquí o allá le pertenecía solo a él.
- No he conocido la paz desde que era pequeño y Madame me recogió en el hospicio hasta que me marché de su casa. - Reconoció. - Y ahora no sé qué hacer cuando todos los problemas parecen reducidos a cenizas y me veo solo conmigo mismo. No sabía que era tan difícil aguantarme.
Vivir con su soberbia le estaba resultando insoportable: con sus miedos, sus reproches y sus autoexigencias.
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Mensaje por Anuar Dutuescu Jue Abr 25, 2013 3:21 pm

Confesarle aquella tragedia no supuso un esfuerzo mayor que el de comunicarle cualquier otra verdad. Le miro por el rabillo del ojo sorprendido ¿En realidad aquel adolescente lo necesitaba más que su decrepito padre? Le era inevitable imaginárselo tendido sobre una cama, con llagas escociéndole en la espalda, a la espera de la divina gracia de Dios. Cuando pensaba en su padre la imagen que acudía a sus pensamientos no era la del viejo adusto, creía que después de haber perdido a toda su familia al pobre hombre no le había quedado más que entregarse al tiempo en soledad. Culpable, era culpable de haberlo abandonado cuando más lo necesitaba, cuando el afecto de un hijo podría haber sanado sus heridas había decidido huir, negándose y negándole otra opción de compañía.

Y entonces se imaginaba que podría haberse vuelto a casar, no era un hombre tan viejo a fin de cuentas, seguramente ahora tendría algún infante al que le regalaba todo el amor y cariño que a el se le había negado. Entonces le habría hecho un favor, le había permitido seguir con su desdichada vida para encontrar nuevamente la felicidad en brazos desconocidos ¿Cómo saber entonces quien lo necesitaba más? –Ya una vez lo intente, no creo que sea una buena idea- ubico la mano más alejada del cuerpo del francés sobre la espalda del mismo para estrecharlo suavemente entre sus brazos –Te llevaría conmigo, si aceptaras- no acunaba la posibilidad de en algún futuro cercano decidirse a emprender el arduo viaje en compañía de Carrouges, lo decía con una intensión que era difícil interpretar.

Sonrió silenciosamente, girando el rostro para poderle hablar con mayor proximidad –Y que lo digas- las palabras salieron prácticamente de sus labios al corazón del oído del francés. Esperaba que entendiera la falta de veracidad en sus palabras, lo cierto era que el rumano nunca había sido bueno con las bromas, su humor se encaminaba más a la carencia del mismo. Beso su lóbulo para disipar cualquier duda, apoyo la mejilla sobre el colchón y con la pereza del cansancio acumulado termino por cerrar los parpados para si bien no dormir, descansar –La bondad en las personas es la capacidad para cambiar sin dejar de ser- le parecían palabras ambiguas, clarifico para sus adentros. Edouard podía mejorar, ser una mejor persona sin perderse en su totalidad en el trayecto, resguardando aquellas partes que lo volvían un individual. Cualquier otro objeto existente al transformarse dejaba de ser uno para convertirse en dos. Frunció el ceño para dejar de disiparse en aquellos cuestionamientos carentes de padre o madre.

-Lo que deberías hacer es comenzar una nueva vida- con nuevas metas y nuevos sueños, dejar de solo observar el presente –Creo yo- ahora más que antes se aseguraba de erradicar toda posibilidad de orden, no fuese a ser que Edouard decidiera seguirle la contraria –Hacer algo que en verdad te apasione, o buscar ese algo que te hace verdaderamente feliz. No hay mejor vida que la que se gasta haciendo lo que se ama- si Anuar pudiese hacer una sola cosa en la vida seria pintar y sabia que con ello seria feliz.
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Mensaje por Edouard F. Carrouges Sáb Abr 27, 2013 4:49 am

No le respondió cuando le ofreció llevarle con él en el caso hipotético de que regresara a Rumanía, pero ambos sabían que eso no sería factible en ninguna circunstancia. Edouard no era un alegre compañero de viaje ni se podía considerar amigo de nadie, por la simple razón de que albergaba en su interior algo demasiado oscuro y torturado para alguien de su edad. Anuar podía mitigar aquel torbellino destructivo que lo llevaba irremediablemente hacia el desastre, pero no podía erradicar de raíz la semilla que germinaba en el alma del francés desde que siendo un niño se había visto violentamente arrancado de todo cuanto una vez soñó llegar a ser. La herida era demasiado profunda. Podía engañarse y creer que con la compañía protectora de Dutuescu aprendería a comportarse como los jóvenes despreocupados de su edad, pero salir al ancho mundo a buscar fortuna como los trovadores románticos... no, eso era inviable. Edouard era hijo de la cara más cruel de París, y como tal sabía que permanecería en sus entrañas hasta el fin de sus días. Se veía como un maldito. El pintor era el rayo de luz que había acudido cuando más lo necesitaba para iluminar su camino y orientarlo en una dirección más fructífera que la que él estaba llevando, pero lo único que Edouard había conocido desde que naciera era la fatalidad, y por tanto no podía confiarse en la idea de que Anuar estaría a su lado para siempre. Tarde o temprano su anfitrión encontraría alguien mejor a quien prodigar sus afectos, alguien que pudiese corresponderlos con la misma grandeza, ésa que solo da un espíritu noble.

De momento les quedaba el momento presente, ese tan importante para todos los humanos que tienen una longitud media de vida sensiblemente inferior a la de las criaturas sobrenaturales que pueblan el mundo. Sonrió con travesura cuando el otro le susurró aquello al oído y después incorporó la cabeza a tiempo para verlo cerrar los ojos. Se quedó mirándolo unos segundos, parecía dormido, y se preguntó si alguna vez lograría alcanzar el grado suficiente de bondad para cambiar el destino de ese artista incapacitado que se lo había dado todo y que había recibido tan poco a cambio. Si tuviera ocasión lo haría sin dudar, daría el brazo o la vida si hiciera falta, para que Anuar fuese feliz. Pero el diablo ya no se aparecía a las personas para sellar esa clase de tratos.
- Buscaré lo que me haga feliz. - Le prometió.
Aunque en realidad sabía perfectamente lo que era: ya lo había encontrado. Tener los brazos del rumano abiertos para él al final de una jornada agotadora era todo lo que necesitaba para sentirse dichoso y seguro, ¿y qué más necesitaba nadie? Se alegraba de haber empeñado el anillo de madre, había valido la pena. Edouard sabía que disfrutaría de la compañía de Dutuescu mientras la tuviera, y si algún día había de desaparecer... bueno. No estaría en peor situación que hacía unas semanas. Tomaría esos días gozosos como un paréntesis y lo agradecería sin preguntarse de dónde le venía esa repentina felicidad. Depositó un beso sin pretensiones en los labios de Anuar y volvió a acurrucarse contra su cuerpo, con la cabeza sobre su pecho, antes de quedarse profundamente dormido.
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