Entre luces y sombras

por Regina Visconti* Jue Jul 26, 2012 7:12 pm

Regina sonreía con Andrea. Solían pasear todas las mañanas por las praderas italianas, fragantes, rebosantes de colorido y frescura. Ambos se deleitaban silenciosamente con el alumbramiento del Sol recayendo en sus jóvenes rostros, llenos de esperanzas y curiosidades.

Mientras los pies se hundían en la tierra húmeda por el detenimiento, Regina observaba como su hermano menor jugaba con sus amigos imaginarios. Sonreía por verlo tan feliz, tan ajeno a la realidad que recorría su sangre. Era un cambiaformas como ella pero él veía todo desde otro ángulo donde el apego a su naturaleza anómala era algo bueno, bien visto. Pero ella no podía caer en esa visión, le avergonzaba su realidad. Si hubiese podido elegir, jamás optaría por llevar consigo aquellas transformaciones de las que su cuerpo era capaz de someterse. La idea de erradicar cualquier rasgo sobrenatural de su persona era necesaria. Debía encontrar la forma en que su camino nuevamente tomase el avance recto, sin las desviaciones que tal maldición proporcionaba. Si tan solo su padre supiese la verdad ¿Con que ojos le miraría? No podía hacerse con la idea, mas bien no se atrevía.

Un par de lágrimas empaparon sus rosáceas mejillas y su hermano le vio preocupado. Se excuso diciendo que tal reacción había nacido de observar por tanto tiempo el brillo cegador del Sol. La verdad era otra, aquel sufrimiento nacía de un rincón oscuro en el alma de Regina, uno que debía hacerse con la luz cuanto antes, por le bien de su alma y su consciencia.

Tomó la mano de su hermano, con la promesa mental de que encontraría una cura para ambos. Nuevamente comenzaron a recorrer las praderas, pero esta vez de retorno a su hogar, la hora del almuerzo se acercaba. El Sol se plantaba en el medio del cielo y la meta de Regina generaba raíces en su cabeza. A partir de ese día un anhelo tan perverso como necesario comenzaría a tomar forma en la mente de la cambiante. Y jamás se iría, jamás.