Luces y sombras · Libre ·

por **León Gerôme Marchessault** Jue Sep 15, 2016 6:10 am

Teatro de París
22: 15 de la noche

Trabajo, trabajo y más trabajo. Desde que había dejado a un lado su profesión por obvias razones, ahora seguía dedicándose pero de un modo totalmente logístico. La mayoría de sus días trataba de entablar conversaciones con aquellos que venían en su busca ya fuese por ayuda armamentística o por otras razones, todas válidas, con una finalidad prometedora, aunque muchos de los que se arrimaban a su persona tan sólo buscasen la aprobación de alguien con renombre para dar prosperidad a sus diversos negocios. León, no consideraba que tuviese amigos, pero sí que muy buenos conocidos que bien eran muchos de los que componían su extensa red de contactos. Por ello él siempre era el centro de cualquier hilo al que conducían todos, porque pese a no ser alguien provisto de un título nobiliario, bien podría desatar una guerra con tan sólo una mera firma.

Pero León era un hombre noble, alguien en quien sin duda todo caía en buenas manos y bien se podía confiar en que no daría un mal uso a toda la información que recobra. Pero no todo se debía a la estrategia ni a los negocios, pues León solía disfrutar de sus constantes visitas al teatro y así disfrutar de la sociedad parisina y así dejar un poco al margen a sus hijas, para que éstas se sintiesen libres de acomodarse en casa con tranquilidad de que él no llegase a molestarse por algún ruído. No solía, aunque se preocupaba por ellas en demasía.

León no tardó en llegar al teatro; solía ser puntual, aunque prefería llegar antes, más que nada por la mala costumbre que tenían aquellos que se le acercaban con incontables problemas que pretendían que él solucionara o símplemente para bailarle el agua y casi siempre, se sentaba con la obra ya empezada, lo cual odiaba con todo su profundo ser; de ello que utilizase esa ueva costumbre de llegar con bastante tiempo de adelanto. Saludó a un par de conocidos y se desvió de otros tantos con una sonrisa. Subió las escaleras con total elegancia, sujetándose el botón de su chaqueta más por costumbre que por miedo a perderlo. Una vez dentro, fué saludado y saludó a varios de sus más que acostumbrados conocidos, que tan sólo con una mirada seguida de una risa cansada, sabían lo repetitivo que se le hacía el preámbulo de la obra, ya que de ser completamente honesto, si la obra no fuese lo suficientemente buena... No malgastaría el tiempo en ir cada viernes noche, por mucho que le asfixiase la vida real.

León siguió por los pasillos que le llevarían a su palco privado, de costumbre, reteniéndose para saludar a la mujer de un conocido o bien para dejar bien claro a la viuda de Faelnor que acudiría al rastrillo benéfico la semana que entraba. El lugar estaba muy concurrido y los pasillos y escaleras se le hacían eternos, pero de igual forma disfrutaba de la vida sin prisas. A veces la desesperación llegaba a tal punto, que León no se podía permitir el hecho de negar alguna situación, ya que entendía que él era tan útil en algunos aspectos, como lo sería otro si estuviera en su lugar y tuviera su estatus social. Pero muy lejos de toda aquella pantomima, León era un hombre honesto, agradable, buen conversador e infinitamente influyente, por lo que no temía ser visto conversando animadamente con cualquier mujer u hombre sea cual fuere su estatus o lo que sea que hablasen a sus espaldas.