AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Un techo para los desamparados [Edouard F. Carrouges][Flashback]
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Un techo para los desamparados [Edouard F. Carrouges][Flashback]
Cuando la madre de Tulipe la había enviado a París a buscar oportunidades que la alejaran del turbio y escabroso camino de las cortesanas, había rezado por que encontrara trabajo durante el transcurso del primer día, y —de ser el cielo misericordioso— fuera auxiliada por las almas caritativas de la capital de Francia para hallar un benigno amo que la alimentara y cobijase de los peligros del exterior. Porque Lavande Enivrant sabía… sabía que por cada día que Tulipe no hallara fuente laboral alguna, otra traicionera noche se sumaría a su precaria situación. Por su hija no temía, pues bien encaminada estaba por el inhibidor catolicismo, pero sí agobiaba su maternal corazón el pensar en lo que pudiera conspirar el resto contra su prole.
Sí, París había resultado ser más crudo de lo que ambas mujeres habían presupuestado; sin importar cuánto había suplicado la joven pecosa a los poderosos de trajes ostentosos, éstos no habían visto en ella más que un costal de huesos sin más músculos para trabajar que los mínimos para moverse con agilidad. Darle trabajo significaba gastar más en comida y obtener menos en utilidades. ¿Qué amo criterioso invertiría en aquello? Sólo aquel que deseara de la muchacha más servicios que los propios de las faenas del hogar, algo a lo que Tulipe jamás accedería por los principios de su religión y por su mortalmente tímida personalidad.
Seguir sus pilares morales había significado para la pobre chica más de lo que había presupuestado; la noche poco a poco consumía el atardecer, y ella todavía sin techo, sin comida, ni trabajo. Jugaba ella con sus manos nerviosamente mientras caminaba a través de las calles sin más rumbo que el de una dirección inexistente por allí, más adelante, que le dijera hacia dónde ir o qué hacer, aunque por dentro supiera que la palidez de su rostro no se enfrentaría con la altivez de los acaudalados por el resto de la jornada. Tenía que resignarse, pero con tantas ilusiones invertidas de por medio, costaba tanto hacerlo.
—Vaya primer día. Mamá me había dicho que sería complicado, pero esto ¿cómo puede alguien prepararse para esto? —pensaba solitaria Tulipe mientras caminaba en medio de las empedradas calles. No lo pensaba con alegría, sino más bien con incertidumbre. Tendría que despegarse de ese estado si quería salir de ese agujero sin fondo— Se está poniendo cada vez más oscuro. Es peligroso que me quede aquí sin más.
A sus diecisiete años sabía ya identificar qué sonidos le anunciaban el caminante riesgo; oír pisadas de pies descalzos caminando deprisa manchando la calma de la noche conformaba la primera señal. Claramente los desprotegidos se arrimaban a cualquier refugio prometedor para darle la espalda a la boca de lobo de los aprovechadores, y Tulipe, quien palpaba el mismo estatus, era lo suficientemente astuta como para imitarlos en su actuar. Abandonar su desesperanza y aferrarse a un día más de vida era lo que debía hacer. Todo servía. Miró hacia el cielo nocturno, viendo como la luna anhelaba desterrar su tinte rojo para adoptar un iluminado gris. Tenía poco tiempo antes de que germinaran los depredadores de la noche, aquellos compuestos por humanos, demonios, y demonios con apariencia de humanos.
Entonces cubrió su rostro juvenil con una fina y sencilla tela, y comenzó a acelerar su paso alejándose del bullicio urbano. Si bien permanecer entre los faroles y edificaciones daba un margen de seguridad durante el día, durante la noche esta realidad se invertía, puesto que los mafiosos y malintencionados encontraban su corto período de auge con cada caer de la sombra nocturna. Tendría que ir lejos, aunque no supiera cuánta distancia tendría que recorrer para verse medianamente a salvo. Su carrera aumentaba la velocidad, al igual que sus palpitaciones y su temor, pero no dejaba que aquello perturbara su fe. Ahí permanecía su crucifijo, sujeto a su cuello y a su corazón.
—Padre nuestro, que estás en los cielos... —oraba en su mente la muchacha a medida que se alejaban las luces de su vista y se sumergía en la oscuridad de las afueras de la ciudad, en donde arbustos y grillos se apoderaban del ambiente.
Ahí inseguro, por supuesto que lo era, pero el que transitara poco y nada de gente, era un factor garantista que no podía dejar pasar. Al menos allí se reducían drásticamente las posibilidades de que alguien se aprovechara de ella, algo muy importante si quería salir ilesa esa noche para poder seguir buscando trabajo al día siguiente.
Casi no podía ver cuando descubrió un inmueble a medio derrumbar en medio de los terrenos baldíos. Se trataba de una casa o bodega abandonada —pensaba Tulipe— porque una buena cantidad de barriles bastante antiguos rodeaban la edificación. Poniendo en la balanza el riesgo que significaba seguir avanzando en medio de la nada y el que implicaba dormir bajo un techo desconocido y mal mantenido, decidió la joven que sería mejor para ella sujetarse a aquello que ya tenía seguro, por poco que fuera.
—Bien. Aquí voy. Oh, Dios —pensó en voz alta, apretando su garganta.
Juntó todo el coraje que tenía, y tragando saliva ingresó al lugar con la cautela necesaria para no tropezar fuertemente. Una respiración humana ajena a ella sería la primera en sobresaltarla.
Sí, París había resultado ser más crudo de lo que ambas mujeres habían presupuestado; sin importar cuánto había suplicado la joven pecosa a los poderosos de trajes ostentosos, éstos no habían visto en ella más que un costal de huesos sin más músculos para trabajar que los mínimos para moverse con agilidad. Darle trabajo significaba gastar más en comida y obtener menos en utilidades. ¿Qué amo criterioso invertiría en aquello? Sólo aquel que deseara de la muchacha más servicios que los propios de las faenas del hogar, algo a lo que Tulipe jamás accedería por los principios de su religión y por su mortalmente tímida personalidad.
Seguir sus pilares morales había significado para la pobre chica más de lo que había presupuestado; la noche poco a poco consumía el atardecer, y ella todavía sin techo, sin comida, ni trabajo. Jugaba ella con sus manos nerviosamente mientras caminaba a través de las calles sin más rumbo que el de una dirección inexistente por allí, más adelante, que le dijera hacia dónde ir o qué hacer, aunque por dentro supiera que la palidez de su rostro no se enfrentaría con la altivez de los acaudalados por el resto de la jornada. Tenía que resignarse, pero con tantas ilusiones invertidas de por medio, costaba tanto hacerlo.
—Vaya primer día. Mamá me había dicho que sería complicado, pero esto ¿cómo puede alguien prepararse para esto? —pensaba solitaria Tulipe mientras caminaba en medio de las empedradas calles. No lo pensaba con alegría, sino más bien con incertidumbre. Tendría que despegarse de ese estado si quería salir de ese agujero sin fondo— Se está poniendo cada vez más oscuro. Es peligroso que me quede aquí sin más.
A sus diecisiete años sabía ya identificar qué sonidos le anunciaban el caminante riesgo; oír pisadas de pies descalzos caminando deprisa manchando la calma de la noche conformaba la primera señal. Claramente los desprotegidos se arrimaban a cualquier refugio prometedor para darle la espalda a la boca de lobo de los aprovechadores, y Tulipe, quien palpaba el mismo estatus, era lo suficientemente astuta como para imitarlos en su actuar. Abandonar su desesperanza y aferrarse a un día más de vida era lo que debía hacer. Todo servía. Miró hacia el cielo nocturno, viendo como la luna anhelaba desterrar su tinte rojo para adoptar un iluminado gris. Tenía poco tiempo antes de que germinaran los depredadores de la noche, aquellos compuestos por humanos, demonios, y demonios con apariencia de humanos.
Entonces cubrió su rostro juvenil con una fina y sencilla tela, y comenzó a acelerar su paso alejándose del bullicio urbano. Si bien permanecer entre los faroles y edificaciones daba un margen de seguridad durante el día, durante la noche esta realidad se invertía, puesto que los mafiosos y malintencionados encontraban su corto período de auge con cada caer de la sombra nocturna. Tendría que ir lejos, aunque no supiera cuánta distancia tendría que recorrer para verse medianamente a salvo. Su carrera aumentaba la velocidad, al igual que sus palpitaciones y su temor, pero no dejaba que aquello perturbara su fe. Ahí permanecía su crucifijo, sujeto a su cuello y a su corazón.
—Padre nuestro, que estás en los cielos... —oraba en su mente la muchacha a medida que se alejaban las luces de su vista y se sumergía en la oscuridad de las afueras de la ciudad, en donde arbustos y grillos se apoderaban del ambiente.
Ahí inseguro, por supuesto que lo era, pero el que transitara poco y nada de gente, era un factor garantista que no podía dejar pasar. Al menos allí se reducían drásticamente las posibilidades de que alguien se aprovechara de ella, algo muy importante si quería salir ilesa esa noche para poder seguir buscando trabajo al día siguiente.
Casi no podía ver cuando descubrió un inmueble a medio derrumbar en medio de los terrenos baldíos. Se trataba de una casa o bodega abandonada —pensaba Tulipe— porque una buena cantidad de barriles bastante antiguos rodeaban la edificación. Poniendo en la balanza el riesgo que significaba seguir avanzando en medio de la nada y el que implicaba dormir bajo un techo desconocido y mal mantenido, decidió la joven que sería mejor para ella sujetarse a aquello que ya tenía seguro, por poco que fuera.
—Bien. Aquí voy. Oh, Dios —pensó en voz alta, apretando su garganta.
Juntó todo el coraje que tenía, y tragando saliva ingresó al lugar con la cautela necesaria para no tropezar fuertemente. Una respiración humana ajena a ella sería la primera en sobresaltarla.
Última edición por Tulipe Enivrant el Sáb Ago 03, 2013 2:38 pm, editado 1 vez
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Un techo para los desamparados [Edouard F. Carrouges][Flashback]
Edouard poco o nada sabía de los seres sobrenaturales con los que compartía mundo y ciudad sin ser consciente de ello, y aun así estaba igualmente bien entrenado en el afán de buscar cobijo cuando caía la noche. A sus veinte años sería un estúpido si después de recorrer todas las calles de la cara menos amable de París no sospechara que la gran urbe escondía algo oscuro con lo que era preferible no encontrarse, así que llámalo maleantes o llámalo vampiros el muchacho sabía cuidarse bien. No haber conocido nunca a sus padres lo había despojado pronto y rápido y de esa sensación de seguridad que a todos los niños les daban sus progenitores, una figura cálida a la que acercarse en busca de socorro, y desde bien pequeño aprendió a velar por su integridad sin más ayuda que la propia y el aliciente de conservarse entero y de una pieza para contemplar siempre el nuevo amanecer. Toda precaución era poca cuando uno pertenecía al proletariado y ni siquiera podía decir que su fortuna fuera un factor de peso para permanecer vivo. Los proscritos podían fácilmente ser reemplazado y cada día se perdían unos cuantos a razón del frío o los animales salvajes sin que nadie los fuese a llorar jamás.
Idéntica trayectoria habían llevado Carrouges y la joven Enivrant sin ellos saberlo, pues ambos habían partido pronto de sus hogares - si es que el chico podía llamar así a la casa del amigo que le estaba hospedando por el momento - con la promesa de un trabajo con la buena estrella guiándoles los pasos. Ambos habían recibido negativas en todas las puertas a las que habían llamado y habían estado alargando lo imposible aquella prerrogativa, sus ruegos y sus cuestiones, hasta que resultó claro como el día que se estaba marchando que tendrían que regresar con las manos vacías y probar suerte en otra ocasión. Era tarde ya y todos los señores se estarían retirando a tomar la cena en sus caserones inmensos y provistos de una buena chimenea de leña con la que aligerar la crudeza del otoño que se cernía sobre ellos sin tocarlos, pues uno de los privilegios de su condición era precisamente poder eludir las reglas inexorables que el clima establecía para todos por igual.
Se había hecho oscuro tan rápido que a Edouard no le daría tiempo a buscar la vivienda a la que pretendía regresar antes de que la noche se cerrara sobre su cabeza, y además del hecho de que su raciocinio le aconsejaba resguardarse llevaba sobre los hombros el peso de una promesa. Había jurado a alguien que no saldría solo cuando el sol se hubiera ocultado y por algún motivo cumplir su palabra era importante para él en aquellos tiempos en los que una promesa no significaba nada para la mayoría de la gente. Suspiró resignándose a tener que gastar las tres monedas que portaba en un alojamiento temporal en cualquier posada de mala muerte de las afueras pero ni en eso quiso sonreírle la fortuna y solo cruzó en su camino albergues cuyo precio por noche duplicaba como mínimo la cantidad que él podía permitirse. Al final tuvo que acabar en la misma bodega vacía que minutos después se le antojó a Tulipe una buena ubicación para descansar. Los ojos del joven acababan de acostumbrarse a la penumbra cuando la chica hizo su aparición, tan blanca de tez que Edouard pensó que la habría distinguido aunque allí no entrase ni un resquicio de luz. La evaluó con una mirada de escrutinio que tuvo que ser breve porque por fuerza necesitaba agilizar lo que tenía entre manos y decidió que no era peligrosa. Eso era lo único que necesitaba saber por el momento.
- Rápido, ayúdame a encontrar un cabo de vela que prender o nos quedaremos a oscuras.
Allí había muchos toneles vertidos, botellas rotas y algunas montañas de papeles que hacía suponer que su dueño se había marchado sin molestarse en recoger. Si lograban dar con un candelario Edouard podría prender la mecha con un fósforo y soliviantar ligeramente el problema de la negrura. Todavía se colaba algo de claridad entre los tablones con los que habían asegurado las ventanas pero eso no duraría por mucho tiempo.
Idéntica trayectoria habían llevado Carrouges y la joven Enivrant sin ellos saberlo, pues ambos habían partido pronto de sus hogares - si es que el chico podía llamar así a la casa del amigo que le estaba hospedando por el momento - con la promesa de un trabajo con la buena estrella guiándoles los pasos. Ambos habían recibido negativas en todas las puertas a las que habían llamado y habían estado alargando lo imposible aquella prerrogativa, sus ruegos y sus cuestiones, hasta que resultó claro como el día que se estaba marchando que tendrían que regresar con las manos vacías y probar suerte en otra ocasión. Era tarde ya y todos los señores se estarían retirando a tomar la cena en sus caserones inmensos y provistos de una buena chimenea de leña con la que aligerar la crudeza del otoño que se cernía sobre ellos sin tocarlos, pues uno de los privilegios de su condición era precisamente poder eludir las reglas inexorables que el clima establecía para todos por igual.
Se había hecho oscuro tan rápido que a Edouard no le daría tiempo a buscar la vivienda a la que pretendía regresar antes de que la noche se cerrara sobre su cabeza, y además del hecho de que su raciocinio le aconsejaba resguardarse llevaba sobre los hombros el peso de una promesa. Había jurado a alguien que no saldría solo cuando el sol se hubiera ocultado y por algún motivo cumplir su palabra era importante para él en aquellos tiempos en los que una promesa no significaba nada para la mayoría de la gente. Suspiró resignándose a tener que gastar las tres monedas que portaba en un alojamiento temporal en cualquier posada de mala muerte de las afueras pero ni en eso quiso sonreírle la fortuna y solo cruzó en su camino albergues cuyo precio por noche duplicaba como mínimo la cantidad que él podía permitirse. Al final tuvo que acabar en la misma bodega vacía que minutos después se le antojó a Tulipe una buena ubicación para descansar. Los ojos del joven acababan de acostumbrarse a la penumbra cuando la chica hizo su aparición, tan blanca de tez que Edouard pensó que la habría distinguido aunque allí no entrase ni un resquicio de luz. La evaluó con una mirada de escrutinio que tuvo que ser breve porque por fuerza necesitaba agilizar lo que tenía entre manos y decidió que no era peligrosa. Eso era lo único que necesitaba saber por el momento.
- Rápido, ayúdame a encontrar un cabo de vela que prender o nos quedaremos a oscuras.
Allí había muchos toneles vertidos, botellas rotas y algunas montañas de papeles que hacía suponer que su dueño se había marchado sin molestarse en recoger. Si lograban dar con un candelario Edouard podría prender la mecha con un fósforo y soliviantar ligeramente el problema de la negrura. Todavía se colaba algo de claridad entre los tablones con los que habían asegurado las ventanas pero eso no duraría por mucho tiempo.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Un techo para los desamparados [Edouard F. Carrouges][Flashback]
Un buen susto se llevó la católica cuando escuchó una voz tan esforzada como la suya en la penumbra del lugar, distinguiendo en medio de éste un rostro masculino, joven y colmado de astucia. Tulipe, en medio de su intento de volver a regular su respiración, pensó que los orígenes de aquel hombre debían ser tan humildes como los de ella; hacía las cosas con mucha prisa, tanto que suplir lo necesario debía ser atendido con urgencia y los saludos podían esperar para cuando estuvieran medianamente a salvo. También dedujo la criada que aquel mozo no debía haber arribado hacía mucho tiempo antes que ella; de otra manera la iluminación del lugar hubiera estado encendida en su lugar, flameando.
Pronto se dio cuenta la muchacha que estaba quita ahí de pié junto a la entrada como una tonta. Sacudió su cabeza dándose cuenta de que su atención y acción eran requeridas y se enfocó en lo que se le había dicho. En otras circunstancias se hubiera devuelto cabizbaja por donde mismo hubiera llegado al notar a un hombre solitario en el lugar, pero Edouard le había producido una extraña primera impresión cuyo significado real no lograba captar gracias a su ingenuidad.
—Oh, es cierto. Ya voy. L-Lo siento —tartamudeando sujetó las faldas de su vestido para no tropezar y comenzó a buscar entre los dispersos objeto del abandonado inmueble cuidando de recorrerlos con cuidado para no sacar a las arañas de su escondite. Las ratas eran pan de cada día y con ellas había aprendido a convivir como todo desamparado, pero no con las arañas. Ellas le recordaban lo frágil que era.
Edouard, por su parte, no parecía asustado. Era como si tuviera plena conciencia de las desventajas de su condición y de cómo transformarlas en oportunidades que lo llevaran siempre hacia delante. Tulipe, en cambio, se sentía como un pez temeroso de quedarse dormido y se lo llevara la corriente. Se aferraría de la aparente seguridad que el joven tenía para no actuar como una niña torpe.
Material para quemar había en cantidades considerables, tanto hacía sospechar que aquella estancia hubiera sido en sus años de gloria un establecimiento de afiches, pero nada para encenderlo aparecía. En un momento la joven se vio harta de buscar en medio de papeles sabiendo que lo que encontraría tras ellos serán más del mismo tipo. Entonces se arrodilló para buscar en el suelo con esas manos que ella se empeñaba en morder cada vez que estaba nerviosa, y no era como si no lo estuviera, pero prefería comerse sus nervios antes que ganarse a un enemigo que al parecer permanecería junto a ella el resto de la noche bajo el mismo techo. Edouard era un hombre y Tulipe una mujer. El fuerte somete al débil; así eran las cosas.
El plan de la joven de encontrar un par de piedrecillas de diferente dureza y composición se iba por la borda al darse cuenta de que la creciente hierba que sobresalía desde la tierra se había encargado de hundir los minerales hasta más allá de sus raíces. Era preocupante, porque los últimos retazos de luz estaban siendo comidos por las oscuridad con facilidad ambos en presa fácil para animales, hombres y no hombres. Tulipe se mordía los labios por la ansiedad; sabía que no había más opción que encender fuego, porque de otra forma las depredadores nocturnos se sentirían atraídos a esa construcción abandonada.
Justo antes de empezar a hacer sangrar su labio inferior de tanto insistir con él, un golpe de suerte hizo que la joven hallara bajo una mesa lo que al tacto parecía ser un yesquero.
—Gracias, Dios —pensó la joven sonriendo del alivio al levantarse del suelo— Por favor, haz que funcione. Solo por esta noche no nos desampares —se estremeció cuando escuchó en el exterior el quejido agudo de un ave. La cacería nocturna había comenzado— Lo necesitamos.
Con pasos rápidos y cortos —similares a los brincos de un roedor— la muchacha fue hacia Edouard. A pesar de las sombras, a esa distancia más corta pudo darse cuenta de lo delicado de su rostro, como si se tratara de una de esas esculturas de mármol que los acaudalados tenían para decorar sus mansiones. Así y todo, esa rara percepción que le llegaba de él no se iba ni la entendía. De cualquier modo, no lo sentía peligroso, y por eso se dio la libertad para estirar su brazo y ofrecer su hallazgo.
—¿Servirá esto, Monsieur? Acabo de encontrarlo. No he probado si enciende o no, p-pero es lo mejor que tenemos y no se pierde nada con intentar. —le habló con voz suave, temiendo que si la alzaba no los siguiera la fortuna.
Pronto se dio cuenta la muchacha que estaba quita ahí de pié junto a la entrada como una tonta. Sacudió su cabeza dándose cuenta de que su atención y acción eran requeridas y se enfocó en lo que se le había dicho. En otras circunstancias se hubiera devuelto cabizbaja por donde mismo hubiera llegado al notar a un hombre solitario en el lugar, pero Edouard le había producido una extraña primera impresión cuyo significado real no lograba captar gracias a su ingenuidad.
—Oh, es cierto. Ya voy. L-Lo siento —tartamudeando sujetó las faldas de su vestido para no tropezar y comenzó a buscar entre los dispersos objeto del abandonado inmueble cuidando de recorrerlos con cuidado para no sacar a las arañas de su escondite. Las ratas eran pan de cada día y con ellas había aprendido a convivir como todo desamparado, pero no con las arañas. Ellas le recordaban lo frágil que era.
Edouard, por su parte, no parecía asustado. Era como si tuviera plena conciencia de las desventajas de su condición y de cómo transformarlas en oportunidades que lo llevaran siempre hacia delante. Tulipe, en cambio, se sentía como un pez temeroso de quedarse dormido y se lo llevara la corriente. Se aferraría de la aparente seguridad que el joven tenía para no actuar como una niña torpe.
Material para quemar había en cantidades considerables, tanto hacía sospechar que aquella estancia hubiera sido en sus años de gloria un establecimiento de afiches, pero nada para encenderlo aparecía. En un momento la joven se vio harta de buscar en medio de papeles sabiendo que lo que encontraría tras ellos serán más del mismo tipo. Entonces se arrodilló para buscar en el suelo con esas manos que ella se empeñaba en morder cada vez que estaba nerviosa, y no era como si no lo estuviera, pero prefería comerse sus nervios antes que ganarse a un enemigo que al parecer permanecería junto a ella el resto de la noche bajo el mismo techo. Edouard era un hombre y Tulipe una mujer. El fuerte somete al débil; así eran las cosas.
El plan de la joven de encontrar un par de piedrecillas de diferente dureza y composición se iba por la borda al darse cuenta de que la creciente hierba que sobresalía desde la tierra se había encargado de hundir los minerales hasta más allá de sus raíces. Era preocupante, porque los últimos retazos de luz estaban siendo comidos por las oscuridad con facilidad ambos en presa fácil para animales, hombres y no hombres. Tulipe se mordía los labios por la ansiedad; sabía que no había más opción que encender fuego, porque de otra forma las depredadores nocturnos se sentirían atraídos a esa construcción abandonada.
Justo antes de empezar a hacer sangrar su labio inferior de tanto insistir con él, un golpe de suerte hizo que la joven hallara bajo una mesa lo que al tacto parecía ser un yesquero.
—Gracias, Dios —pensó la joven sonriendo del alivio al levantarse del suelo— Por favor, haz que funcione. Solo por esta noche no nos desampares —se estremeció cuando escuchó en el exterior el quejido agudo de un ave. La cacería nocturna había comenzado— Lo necesitamos.
Con pasos rápidos y cortos —similares a los brincos de un roedor— la muchacha fue hacia Edouard. A pesar de las sombras, a esa distancia más corta pudo darse cuenta de lo delicado de su rostro, como si se tratara de una de esas esculturas de mármol que los acaudalados tenían para decorar sus mansiones. Así y todo, esa rara percepción que le llegaba de él no se iba ni la entendía. De cualquier modo, no lo sentía peligroso, y por eso se dio la libertad para estirar su brazo y ofrecer su hallazgo.
—¿Servirá esto, Monsieur? Acabo de encontrarlo. No he probado si enciende o no, p-pero es lo mejor que tenemos y no se pierde nada con intentar. —le habló con voz suave, temiendo que si la alzaba no los siguiera la fortuna.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Re: Un techo para los desamparados [Edouard F. Carrouges][Flashback]
No era recomendable ciertamente para las doncellas andar tan tarde solas, y menos aún en compañía de hombres desconocidos que parecían haberlas estado aguardando en el interior de caserones abandonados. Todo parecía tan artificialmente compuesto para aterrar a la joven que Edouard no podría culparla si la veía salir corriendo, pero ella parecía lista y de un vistazo comprendió que los peligros que pudieran acecharla en las calles tenían que ser por fuerza peores que los que encontraría allí con ese mancebo poco mayor que ella con rostro infantil. El francés sabía que en cuestión de fiabilidad su cara jugaba a su favor siempre que no permitía que su humor taciturno habitual se tradujera en un brillo duro en sus ojos, así que medio sonrió para acabar de tranquilizar a la señorita y que se colaborara un poco o se quedarían a oscuras, y entonces no podrían verse los ojos ni nada de ninguna de las maneras. Oyó el ulular de algún ave nocturna mientras tanteaba con las manos - porque allí no llegaba la luz - en la repisa de una chimenea tan castigada por el tiempo que tenía más grietas que pared indemne. Encontró varias figurillas decorativas y algo que parecía un candelabro de cerámica, que asió con urgencia y condujo hacia el centro de la estancia donde casualmente le esperaba la chica con el objeto que mejor lo complementaba.
- Estupendo, gracias.
Tomó el yesquero y pronto comprobó con alivio que aún servía para desempeñar su función, así que en un abrir y cerrar de ojos tenían la débil llama oscilando ante ellos y ya no había que apresurarse tanto.
Dejó la vela sobre una mesa próxima y rescató una silla con un tapizado tan comido por el moho que tuvo que desistir y centrarse en una simple banqueta de madera que cedió a Tulipe, antes de arrimarse un barril vacío que puso del revés y sobre el que se sentó él mismo. Le tendió una mano para que la estrechara como si fuera un hombre, pero es que su encuentro no estaba precisamente teñido de solemnidad en aquel lugar que se caía a pedazos y además si empezaba a besuquearle el brazo como los caballeros ella podía asustarse y no sería para menos. El criado no acababa de comprender por qué a las mujeres les agradaba que un desconocido les rozara los labios por los dedos, puaj, a él se le antojaba de lo más antihigiénico.
- Edouard Carrouges para servirla a usted. Bienvenida a mi casa, todavía tengo que traer un par de muebles pero me está quedando un nidito precioso. - Se mofó.
Le podía la curiosidad por saber qué llevaba a esa muchacha a terminar pasando la noche en un lugar como aquel, y supuso que la mejor manera de que ella le contara su historia era avivar un poco la conversación. No podía pretender pasar las próximas horas mirándose las caras con una desconocida y sumido en el más absoluto silencio. Que fuera introvertido no quería decir tampoco que rozara la psicopatía, y además por algún motivo Tulipe le inspiraba simpatía.
- Estupendo, gracias.
Tomó el yesquero y pronto comprobó con alivio que aún servía para desempeñar su función, así que en un abrir y cerrar de ojos tenían la débil llama oscilando ante ellos y ya no había que apresurarse tanto.
Dejó la vela sobre una mesa próxima y rescató una silla con un tapizado tan comido por el moho que tuvo que desistir y centrarse en una simple banqueta de madera que cedió a Tulipe, antes de arrimarse un barril vacío que puso del revés y sobre el que se sentó él mismo. Le tendió una mano para que la estrechara como si fuera un hombre, pero es que su encuentro no estaba precisamente teñido de solemnidad en aquel lugar que se caía a pedazos y además si empezaba a besuquearle el brazo como los caballeros ella podía asustarse y no sería para menos. El criado no acababa de comprender por qué a las mujeres les agradaba que un desconocido les rozara los labios por los dedos, puaj, a él se le antojaba de lo más antihigiénico.
- Edouard Carrouges para servirla a usted. Bienvenida a mi casa, todavía tengo que traer un par de muebles pero me está quedando un nidito precioso. - Se mofó.
Le podía la curiosidad por saber qué llevaba a esa muchacha a terminar pasando la noche en un lugar como aquel, y supuso que la mejor manera de que ella le contara su historia era avivar un poco la conversación. No podía pretender pasar las próximas horas mirándose las caras con una desconocida y sumido en el más absoluto silencio. Que fuera introvertido no quería decir tampoco que rozara la psicopatía, y además por algún motivo Tulipe le inspiraba simpatía.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Un techo para los desamparados [Edouard F. Carrouges][Flashback]
Al principio, a la joven le sorprendió la ligereza con que Edouard tomaba la incierta situación en la que estaban, tan cerca y lejos del peligro a la vez, pero después de unos segundos supuso que no era la primera vez que él pasaba por eso; sabía exactamente cuál era el primer paso, el cual una vez que se viera realizado, ayudaría a cumplir con calma el resto de las precauciones. Era un hombre después de todo, y estaba mucho más a salvo que ella. Tulipe sabía, y su madre también le había hecho saber, que no importaba cuánta experiencia sobreviviendo en escenarios adversos adquiera; por ser mujer siempre estaría en el ojo del huracán, por lo que su mecanismo de defensa consistía en correr y esconderse.
Esperaba que al menos del joven de sonrisa sencilla no tuviera que huir. ¿Adónde más iría? ¿Con quién se toparía?
—N-No es nada —suspiró de alivio cuando el fuego encandiló sus ojos. Un problema menos, el más importante— Gracias a Dios. Ya estaba temiendo que un depredador entrara y nos respirara en las orejas —poco sabía ella que los más peligrosos carnívoros no anunciaban su llegada.
Estaba nerviosa, pero no lo demostró más allá de sus tartamudeos. No le convenía sembrar discordias entre ella y el joven; estaban los dos solos esa noche para ayudarse a sobrevivir y defenserse de lo que pudiera haber afuera, por lo que debían unirse lo más posible. Si cada uno se iba por su cuenta, estaban perdidos. Se encontraban resguardados bajo un techo, sí, pero eso no los libraba de que algo o alguien pudiera entrar buscando problemas. Al menos la chica podía tranquilizarse en el hecho de que el mozo estaba siendo muy amable con ella, siendo que las circunstancias se prestaban para la hostilidad. Le había cedido a ella el banquillo, y él, como todo un caballero, se había hecho del asiento menos cómodo. Debía tratarse de alguien de principios, o al menos eso quería creer la muchacha.
—Tulipe Enivrant. Es un placer, Monsieur —estrechó la mano de Edouard con debilidad, sintiendo su fuerza oprimiendo su anatomía, logrando que liberara un inaudible quejido.— Señor Carrouges, lamento haber llegado de improviso. Pensaba que estaba vacío. No ha sido un buen día y he tenido que buscar un refugio a la rápida. Le pediría por favor que me dejara quedar, si no le causa mucha molestia. Créame que no hubiera ingresado si no se tratara de un asunto de primera necesidad.
Rogó dentro de sí al cielo para que no la echara. Podía ser que aquel sitio de mala muerte en la ley formal no le perteneciera a ninguno de los dos, pero en la ley del superviviente el que llegaba primero era el que mandaba. Por ende, él podía exigirle ciertas conductas o aportes para permanecer allí y ella tendría que acatar si no quería enfrentarse a la oscuridad e incertidumbre del exterior. Si a él le fastidiaban sus tartamudeos, el que jugara con sus manos maníacamente o que se mordiera los labios, estaba en problemas.
Decidió Tulipe incentivar una mejor convivencia mientras compartieran el mismo espacio. Luego de eso, Dios diría, pero esa noche quería contar con alguien, y mejor resultaría si contaba con un amigo en vez de con un desconocido.
—Puede que no me incumba, pero ¿cómo llegó usted aquí? —temiendo parecer una entrometida, lo aclaró de inmediato— Es que… n-no es fácil llegar a este lugar; está lejos de la ciudad, y el camino es estrecho y confuso. Perderse es menos complejo de lo que parece. ¿Ya conocía este sitio?
Edouard era un mozo bien parecido y de amigable mirada. Tulipe cruzó los dedos para que las apariencias por una vez no engañaran. Si resultaba ser auténtico como anhelaba, ella prometería cuidar de él con las armas que tuviera, que si bien no se equiparaban a las que con él contaba, la habían ayudado a sobrevivir, y valía la pena extenderlas sobre alguien que le diera el mismo trato empático.
Esperaba que al menos del joven de sonrisa sencilla no tuviera que huir. ¿Adónde más iría? ¿Con quién se toparía?
—N-No es nada —suspiró de alivio cuando el fuego encandiló sus ojos. Un problema menos, el más importante— Gracias a Dios. Ya estaba temiendo que un depredador entrara y nos respirara en las orejas —poco sabía ella que los más peligrosos carnívoros no anunciaban su llegada.
Estaba nerviosa, pero no lo demostró más allá de sus tartamudeos. No le convenía sembrar discordias entre ella y el joven; estaban los dos solos esa noche para ayudarse a sobrevivir y defenserse de lo que pudiera haber afuera, por lo que debían unirse lo más posible. Si cada uno se iba por su cuenta, estaban perdidos. Se encontraban resguardados bajo un techo, sí, pero eso no los libraba de que algo o alguien pudiera entrar buscando problemas. Al menos la chica podía tranquilizarse en el hecho de que el mozo estaba siendo muy amable con ella, siendo que las circunstancias se prestaban para la hostilidad. Le había cedido a ella el banquillo, y él, como todo un caballero, se había hecho del asiento menos cómodo. Debía tratarse de alguien de principios, o al menos eso quería creer la muchacha.
—Tulipe Enivrant. Es un placer, Monsieur —estrechó la mano de Edouard con debilidad, sintiendo su fuerza oprimiendo su anatomía, logrando que liberara un inaudible quejido.— Señor Carrouges, lamento haber llegado de improviso. Pensaba que estaba vacío. No ha sido un buen día y he tenido que buscar un refugio a la rápida. Le pediría por favor que me dejara quedar, si no le causa mucha molestia. Créame que no hubiera ingresado si no se tratara de un asunto de primera necesidad.
Rogó dentro de sí al cielo para que no la echara. Podía ser que aquel sitio de mala muerte en la ley formal no le perteneciera a ninguno de los dos, pero en la ley del superviviente el que llegaba primero era el que mandaba. Por ende, él podía exigirle ciertas conductas o aportes para permanecer allí y ella tendría que acatar si no quería enfrentarse a la oscuridad e incertidumbre del exterior. Si a él le fastidiaban sus tartamudeos, el que jugara con sus manos maníacamente o que se mordiera los labios, estaba en problemas.
Decidió Tulipe incentivar una mejor convivencia mientras compartieran el mismo espacio. Luego de eso, Dios diría, pero esa noche quería contar con alguien, y mejor resultaría si contaba con un amigo en vez de con un desconocido.
—Puede que no me incumba, pero ¿cómo llegó usted aquí? —temiendo parecer una entrometida, lo aclaró de inmediato— Es que… n-no es fácil llegar a este lugar; está lejos de la ciudad, y el camino es estrecho y confuso. Perderse es menos complejo de lo que parece. ¿Ya conocía este sitio?
Edouard era un mozo bien parecido y de amigable mirada. Tulipe cruzó los dedos para que las apariencias por una vez no engañaran. Si resultaba ser auténtico como anhelaba, ella prometería cuidar de él con las armas que tuviera, que si bien no se equiparaban a las que con él contaba, la habían ayudado a sobrevivir, y valía la pena extenderlas sobre alguien que le diera el mismo trato empático.
Tulipe Enivrant- Humano Clase Baja
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Fecha de inscripción : 04/11/2012
Localización : París, en Casa de los patrones
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