AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
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Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
A drop fell on the apple tree,
Another on the roof;
A half a dozen kissed the eaves,
And made the gables laugh.
A few went out to help the brook,
That went to help the sea.
Myself conjectured, Were they pearls,
What necklaces could be!
E. Dickinson
Another on the roof;
A half a dozen kissed the eaves,
And made the gables laugh.
A few went out to help the brook,
That went to help the sea.
Myself conjectured, Were they pearls,
What necklaces could be!
E. Dickinson
A Edouard le encantaba correr aunque no fuera a ningún sitio, sentir el aire en la cara y el pelo revuelto y no tener ni idea de dónde iba a llegar. Quizá le quedaba esa manía como reminiscencia de una época en la que no le estaba permitido hacer nada sin el consentimiento de su señora, lo vivía como su pequeña parcela de rebeldía inocente. En las calles de París - y no en las avenidas lujosas, sino en los estrechos vasos sanguíneos que recorrían la ciudad de parte a parte y donde solo los nativos se atrevían a transitar sin miedo de perderse - todo el mundo andaba siempre apresurado: los niños jugaban y los adultos andrajosos ponían a buen recaudo las pocas monedas o barras de pan que habían conseguido de modo más o menos lícito. Nadie se detenía nunca a juzgar lo que hacían los demás. Carrouges había hecho muchas carreras contra sí mismo sobre los adoquines desiguales en los que más de una vez había tropezado, y cuando terminaba no había ganador ni perdedor, solo quedaba el martilleo de los latidos rítmicos y acelerados contra las sienes y la bondad transitoria del júbilo desatado por el cansancio. Ahora hacía mucho tiempo que el criado ya no podía entregarse a uno de sus vicios preferidos, tanto por falta de horas como porque al no tener nada de qué escapar se sentiría ridículo correteando como cuando era pequeño. Bárbara le trataba bien, tenía una habitación en un barrio decente en la que pasar las noches y cuando la lluvia arreciaba ya no se veía en la obligación de apresurarse para refugiarse en cualquier portal hecho de tablas. Sería estúpido decir que echaba de menos la época de carencias en la que vagó por París como un indigente, pero eran años libres de ataduras que habían dejado en su memoria algunas huellas menos desagradables que las demás.
Tal vez fue por eso que aceptó sin pensarlo el encargo de su ama de ir a los campos de las afueras a cuidar de sus monturas, sin entender siquiera del todo si todos los caballos le pertenecían, si pretendía adquirir uno o si su corcel estaba cuidado en un establo con otros animales. Oyó las palabras "necesito que alguien vaya mañana a los establos de las afueras" y le faltó tiempo para dar un paso al frente, como los valientes en la guerra. No había tomado nunca clases de amazona como las buenas muchachas, pero si de algo le había servido que Madame lo llevase siempre detrás como un perro era para adquirir nociones básicas de algunas de las cosas que generalmente estaban reservadas a los ricos. Montaba lo justo para saber agarrarse bien a un caballo al galope, y con eso le parecía suficiente para cumplir con la tarea. Si la viuda de Tracy dudó de escogerlo entre todos sus sirvientes no demostró su titubeo, tan solo lo miró un instante y asintió, mostrándose incluso aliviada de tener alguien a quien encomendar aquella tarea y poder así desentenderla de su ajetreada mente. Al despertar Edouard descubrió junto a su lecho una muda limpia con pantalones y chaleco de jinete, y pese a tener el sueño ligero fue incapaz de descubrir quién la había puesto allí.
El día no era muy propicio para las excursiones campestres, pero las nubes henchidas de agua no fueron lo bastante amenazadoras como para intimidar a los alegres grupos de caballeros y señoritas jóvenes que se desplazaban hasta allí en domingo para merendar bocadillos y chocolate. El chico casi se sentía entre iguales vestido con su disfraz y portando de las riendas aquella bestia magnífica de pelaje negro y brillante. - Es un caballo excelente, monsieur. Disfrutad del paseo. - El lacayo no parecía saber que el joven estaba allí solo en representación de Bárbara, porque incluso le inclinó la cabeza como despedida. Tal vez debería haber aclarado que únicamente debía asegurarse de que el pienso era de primera calidad y de que los corceles estaban bien atendidos, pero sin permitirse ni un pestañeo que lo delatara montó con agilidad y espoleó al animal en los flancos. En poco minutos ya cortaba el aire a galope tendido haciendo caso omiso de los truenos que hacían temblar la tierra y de las primeras gotas, que no tardaron en convertirse en un diluvio que no tenía nada que envidiar al que Dios envió a Noé. Por más que se apresuró a buscar cobijo tardó tanto en encontrar el pequeño palacete que cuando llegó estaba completamente empapado. Bajó del caballo y ató las bridas en la barandilla de la escalera de piedra que conducía al mirador. Dio una vuelta completa y no supo asegurar si aquello era un monumento conmemorativo o una terraza de verano, pero serviría igual para esperar hasta que arreciara y pudiese volver. Los regueros de agua que se desprendían de sus rizos le llegaban hasta los labios, y por más que se frotara la cara con las manos se formaban nuevos cauces que impertérritos le recorrían el cuello hasta la camisa.
Tal vez fue por eso que aceptó sin pensarlo el encargo de su ama de ir a los campos de las afueras a cuidar de sus monturas, sin entender siquiera del todo si todos los caballos le pertenecían, si pretendía adquirir uno o si su corcel estaba cuidado en un establo con otros animales. Oyó las palabras "necesito que alguien vaya mañana a los establos de las afueras" y le faltó tiempo para dar un paso al frente, como los valientes en la guerra. No había tomado nunca clases de amazona como las buenas muchachas, pero si de algo le había servido que Madame lo llevase siempre detrás como un perro era para adquirir nociones básicas de algunas de las cosas que generalmente estaban reservadas a los ricos. Montaba lo justo para saber agarrarse bien a un caballo al galope, y con eso le parecía suficiente para cumplir con la tarea. Si la viuda de Tracy dudó de escogerlo entre todos sus sirvientes no demostró su titubeo, tan solo lo miró un instante y asintió, mostrándose incluso aliviada de tener alguien a quien encomendar aquella tarea y poder así desentenderla de su ajetreada mente. Al despertar Edouard descubrió junto a su lecho una muda limpia con pantalones y chaleco de jinete, y pese a tener el sueño ligero fue incapaz de descubrir quién la había puesto allí.
El día no era muy propicio para las excursiones campestres, pero las nubes henchidas de agua no fueron lo bastante amenazadoras como para intimidar a los alegres grupos de caballeros y señoritas jóvenes que se desplazaban hasta allí en domingo para merendar bocadillos y chocolate. El chico casi se sentía entre iguales vestido con su disfraz y portando de las riendas aquella bestia magnífica de pelaje negro y brillante. - Es un caballo excelente, monsieur. Disfrutad del paseo. - El lacayo no parecía saber que el joven estaba allí solo en representación de Bárbara, porque incluso le inclinó la cabeza como despedida. Tal vez debería haber aclarado que únicamente debía asegurarse de que el pienso era de primera calidad y de que los corceles estaban bien atendidos, pero sin permitirse ni un pestañeo que lo delatara montó con agilidad y espoleó al animal en los flancos. En poco minutos ya cortaba el aire a galope tendido haciendo caso omiso de los truenos que hacían temblar la tierra y de las primeras gotas, que no tardaron en convertirse en un diluvio que no tenía nada que envidiar al que Dios envió a Noé. Por más que se apresuró a buscar cobijo tardó tanto en encontrar el pequeño palacete que cuando llegó estaba completamente empapado. Bajó del caballo y ató las bridas en la barandilla de la escalera de piedra que conducía al mirador. Dio una vuelta completa y no supo asegurar si aquello era un monumento conmemorativo o una terraza de verano, pero serviría igual para esperar hasta que arreciara y pudiese volver. Los regueros de agua que se desprendían de sus rizos le llegaban hasta los labios, y por más que se frotara la cara con las manos se formaban nuevos cauces que impertérritos le recorrían el cuello hasta la camisa.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
Pocas eran las veces que la tía –aquella tía a la que tanto desprecio le tenía en no pocas ocasiones- de Dominique dejaba a esta asistir a cualquier sitio del brazo de un muchacho. Desde luego no se trataba de un muchacho cualquiera y ese era precisamente el motivo por el cual él y la joven se dirigían hacia aquel lugar, dispuestos a pasar una amena tarde y bajo la promesa de un cortejo que agradaría a los involucrados y a sus familias por igual.
El joven caballero era apuesto, sin duda. La clase de chico que gusta a todas y por desgracia…. al que le gustan todas. Dominique no era una excepción. No era especial en absoluto. El joven Chastain sólo buscaba convertirla en una muesca más en el cabecero de su cama. Algo que, dada la inocencia de la pobre Nique, ella ni siquiera intuía. Pelo dorado, ojos cristalinos y alma de diablo. Así era aquel caballero que parecía conquistar a la joven con cada palabra, mirada y sonrisa. Trampas entre dientes, argucias escondidas en cada pestañeo y mentiras adornadas con un enorme lazo rosa.
Dominique no vaciló aquella mañana a la hora de levantarse de la cama, saltar de esta, probar todos sus vestidos, sus camisas y sombreros a juego. Su sonrisa era hermosa, imperturbable, y así se mantuvo a lo largo del día. Un picnic en el campo con el chico por el cual bebía los vientos, ¿qué más podía pedir? ¿Vestido blanco o vestido azul? – pensaba – ¿Moño o pelo suelto? Y así desperdició el resto de la mañana, pensando de qué forma vestir para agradar al galán de turno, cuál de sus atuendos le haría enamorarse de ella. ¿Mangas con puntillas o sin ellas? Diecisiete años, no lo olvidemos. Una niña siempre pisoteada, pero que parecía no había aprendido nada con los años. Al menos no lo demostraba en situaciones así, dejando que cualquier aprovechado la llevara por donde él quería. Pobre Dominique, pobre tonta.
La comida, bebida, compañía y conversación. Todo iba a ser perfecto –al menos en la cabeza de la joven- y sin embargo la situación parecía alejarse de una cita perfecta. Para empezar, Chastain. Era evidente que Nique le resultaba sosa, aburrida y sus comentarios demasiado puritanos. Empezó a intuir que no tenía nada que hacer y al mismo tiempo se marcó un reto personal con la chiquilla. Ni siquiera la ropa de ésta –aquella que su dulce compañera había tardado tanto en elegir- era de su agrado. Demasiado tapada, demasiado regia, poco desenfadada. Al mismo tiempo, aunque Dominique notara que el encuentro de ambos no iba del todo bien, pensaba que era lógico, pues todavía no se conocían, que sólo necesitaban quedar unas cuantas veces más para encontrar cosas en común y poder disfrutar el uno del otro. Craso error. No sólo nunca se daría una auténtica relación entre ambos, sino que el día se tornó oscuro y las gotas de lluvia se precipitaron sobre ambos con violencia. Ambos corrieron. La joven esperaba que su acompañante le cediera su abrigo y así poder cubrirse, pero era lo último en lo que pensaba el muchacho. Ni siquiera la esperó. Corrió a cobijarse y ella le perdió de vista. Caminó entonces por el barro que la lluvia empezaba a llamar de aquel verde suelo y fue entonces cuando tropezó y manchó de arriba hacia abajo sus ropajes una vez hubo caído al suelo. La pobre comenzó a llorar, molesta por aquello en lo que se había convertido el día. Aquel día que pretendía ser perfecto y que parecía no podía empeorar. Ensimismada como estaba en su mala suerte, no se percató de lo que hacia ella se aproximaba a gran velocidad. Uno de los muchos caballos que se habían asustado con aquella lluvia tan repentina, estaba a punto de pasar por encima de la joven y ella llorando por un sin vergüenza como Chastain y un futuro inexistente con hijos de ojos cristalinos.
- El paseo de los amantes, la trampa del amor:
Dominique de Bricassart- Hechicero Clase Alta
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
El caballo de Edouard estaba inquieto por la lluvia. Parecía un animal recio y por la forma en la que había cabalgado nadie diría que le asustaban unas cuantas gotas, pero aquel diluvio tenía suficiente magnitud para espantar a un oso. El corcel tironeaba de las bridas y miraba al chico con unos ojos que reflejaban el terror que sentía, como si no pudiera creer que su jinete lo hubiera abandonado allí abajo a merced del temporal. - No me mires así, solo es agua. - Descendió las escaleras del palacete para palmearle el lomo al animal, pero ni eso contribuyó a tranquilizarle. Emitió un relincho desesperado y se alzó sobre sus patas traseras, obligando al muchacho a apartarse rápidamente a un lado para no recibir una coz. Las riendas se soltaron de su amarre y la bestia, al verse libre, se lanzó a la carrera campo a través, obligando a Carrouges a salir corriendo detrás como si le fuera la vida en ello. No podía permitirse el lujo de perder su montura, estaba allí en representación de su señora y no tenía ni un maldito franco de su propiedad para pagar fianza si al caballo le sucedía algo o se extraviaba para siempre. Tener que volver frente a Bárbara a contarle lo sucedido haría que se le cayera la cara de vergüenza. Ella le preguntaría seguramente qué hacía dando paseos en lugar de dedicarse a examinar los ejemplares como le había ordenado, y pese a que Edouard tenía su propia moralidad y se regía en base a ella no soportaría que una mujer que había confiado en él y le había dado otra oportunidad se sintiera herida por su comportamiento.
Era imposible que a paso de humano alcanzase al corcel, pero por fortuna éste corría sin rumbo fijo dando vueltas y volviendo sobre sus pasos, cegado por la lluvia torrencial que además con el estruendo lo ensordecía. Para Edouard no fue difícil seguirle el rastro, aunque en más de una ocasión resbaló sobre la hierba y acabó nadando en el barro que se había formado en el suelo. Todavía no se habían alejado mucho del mirador cuando el criado distinguió otra figura sentada en la ladera. Por la silueta de la tela no era difícil intuir que se trataba de una mujer, aunque el francés no podía explicarse qué llevaba a una señora a quedarse tumbada sobre el césped en un momento como aquel. El caballo iba directo hacia la chica y ésta solo se cubrió la cabeza con las manos, como si eso pudiera detener el embiste de una montura como aquella. De no haberse hallado en una situación tan complicada Carrouges habría rodado los ojos lamentando la inutilidad de algunas doncellas que eran demasiado delicadas para enfrentarse a la vida, pero no tenía tiempo de juzgarla. Apretando el paso con un último esfuerzo alcanzó por fin al animal y tiró de sus riendas en el momento justo de evitar que golpeara con sus patas a la muchacha. Al tenerla cerca comprendió que estaba llorando y que quizá no podía moverse. - ¿Estáis herida? - Las vestimentas de las féminas no eran precisamente cómodas para moverse deprisa, y tal vez ella intentando hallar un refugio de la lluvia había tropezado.
En circunstancias normales Edouard se habría ofrecido a ir a buscar un médico, o incluso a pedirle permiso para examinarle el tobillo a pesar de que no tenía ni idea de huesos. Sin embargo hacía un tiempo del demonio y él no era ningún caballero, así que sin mucho miramiento se agachó al lado de Dominique y la alzó en brazos como a una novia. - Permitidme. - Echó a andar de nuevo hacia donde estaba la construcción de piedra que le había cobijado antes. No podía estar pendiente al mismo tiempo de la chica y del caballo, así que mentalmente mandó a paseo al corcel y se resignó a tener que descontar su precio de su paga los próximos cuarenta años. No fue hasta que oyó un resoplido cercano a su hombro izquierdo que comprendió que el maldito animal les estaba siguiendo.
Era imposible que a paso de humano alcanzase al corcel, pero por fortuna éste corría sin rumbo fijo dando vueltas y volviendo sobre sus pasos, cegado por la lluvia torrencial que además con el estruendo lo ensordecía. Para Edouard no fue difícil seguirle el rastro, aunque en más de una ocasión resbaló sobre la hierba y acabó nadando en el barro que se había formado en el suelo. Todavía no se habían alejado mucho del mirador cuando el criado distinguió otra figura sentada en la ladera. Por la silueta de la tela no era difícil intuir que se trataba de una mujer, aunque el francés no podía explicarse qué llevaba a una señora a quedarse tumbada sobre el césped en un momento como aquel. El caballo iba directo hacia la chica y ésta solo se cubrió la cabeza con las manos, como si eso pudiera detener el embiste de una montura como aquella. De no haberse hallado en una situación tan complicada Carrouges habría rodado los ojos lamentando la inutilidad de algunas doncellas que eran demasiado delicadas para enfrentarse a la vida, pero no tenía tiempo de juzgarla. Apretando el paso con un último esfuerzo alcanzó por fin al animal y tiró de sus riendas en el momento justo de evitar que golpeara con sus patas a la muchacha. Al tenerla cerca comprendió que estaba llorando y que quizá no podía moverse. - ¿Estáis herida? - Las vestimentas de las féminas no eran precisamente cómodas para moverse deprisa, y tal vez ella intentando hallar un refugio de la lluvia había tropezado.
En circunstancias normales Edouard se habría ofrecido a ir a buscar un médico, o incluso a pedirle permiso para examinarle el tobillo a pesar de que no tenía ni idea de huesos. Sin embargo hacía un tiempo del demonio y él no era ningún caballero, así que sin mucho miramiento se agachó al lado de Dominique y la alzó en brazos como a una novia. - Permitidme. - Echó a andar de nuevo hacia donde estaba la construcción de piedra que le había cobijado antes. No podía estar pendiente al mismo tiempo de la chica y del caballo, así que mentalmente mandó a paseo al corcel y se resignó a tener que descontar su precio de su paga los próximos cuarenta años. No fue hasta que oyó un resoplido cercano a su hombro izquierdo que comprendió que el maldito animal les estaba siguiendo.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
Con los ojos a rebosar de lágrimas y gotas de agua provenientes del repentino chaparrón, la joven Bricassart no se percató de que, de no ser por un muchacho desconocido, la mala suerte que parecía cernirse sobre ella aquel día, se hubiera triplicado hasta el punto de que un desbocado corcel hubiera vapuleado sus huesos y la hubiera mandado sin miramientos al hospital más cercano.
Segundos antes de que el fatídico accidente sucediera, Dominique cerró los ojos, abriéndolos poco después para visualizar tanto al causante de todo como a su salvador. Petrificada aún como se encontraba, no oyó pregunta alguna del joven. Se dejó alzar con facilidad y se aferró todavía temblorosa a aquel muchacho que con sus intenciones parecía prometerle cobijo de aquella tormenta y de más sustos.
Una Dominique ya a salvo y bajo techo sentía la vergüenza más absoluta por todo aquel circo. Chastain, maldito cobarde. Dominique, idiota. Idiota, idiota, idiota –pensaba una y otra vez sin comprender que no estaba sola y que era de mala educación seguir así de ensimismada. Sobre todo dadas las circunstancias de su salvación-. Alzó la vista y dio las gracias al joven, pero cuando intentó ponerse en pie su tobillo le avisó de malas maneras de que él todavía no estaba preparado para continuar con su camino. Fue entonces cuando la muchacha se llevó las manos al centro de aquel dolor inesperado, sintiéndose todavía más avergonzada. Era un desastre llorón. No servía para nada y la única persona que había reparado en ella ni siquiera poseía su misma clase social.
- Ay, ay, ay –ruidos lastimeros de un corderillo con la pata herida. Tantos años ocultando el dolor que sentía cuando otros se lo infligían y ahora, con el apellido de los Bricassart a cuestas, parecía haberse olvidado de la vida que durante muchos años tuvo que vivir, de aquella personita que se había hecho a sí misma. Ahora sólo era una débil niña sintiéndose erróneamente mujer pero necesitada de un buen jarro de agua fría. Toda una tormenta no parecía ser suficiente-. Me duele mucho…
El joven que la había rescatado no carecía de atractivo y sin embargo, de reojo, continuaba mirando a un caballo que momentos antes hubo hecho peligrar su vida. No con buena cara, claro está. Rencor y miedo se fusionaban en una mirada atacante y desconfiada que recelaba del cuadrúpedo amigo de su joven salvador. No sabía si aquel caballero compartía su misma clase social o distaban el uno del otro en cuanto a cuna. Lo que estaba claro era que al contrario que otros -véase Chastain-, aquel muchacho no pecaba de cobarde y de momento, para Dominique, era más que suficiente.
- ¿Podría echar un vistazo? No sé de estas cosas y temo haberme roto algo...
Dominique de Bricassart- Hechicero Clase Alta
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
Ni siquiera sabía él mismo cómo había terminado vestido de rico andando por un prado bajo el diluvio con una muchacha en los brazos. A veces la vida tenía curiosos designios, pero Edouard no era romántico y no pensaba ni remotamente en la joven a la que cargaba no sin esfuerzo. No es que ella pesara más que algunos de los sacos que le había tocado transportar de un lado a otro siendo criado, pero las verduras al menos no llevaban encima toneladas de enaguas, lazos y varillas de corsé. Las mujeres eran seres extraños. Cuando se cansó de mirar al caballo lanzó un vistazo de reojo a la indefensa doncella que se había torcido un tobillo: rostro redondo de muñeca, cabello rubio y largo, pestañas rizadas. Seguramente era un buen partido para el hijo de algún noble y serviría como moneda de cambio entre ambas familias, incluso sería relativamente feliz rodeada de chiquillos y de perros y dedicándose al bordado de puntillas de mantel. Cuando imaginaba las existencias de otros de esa manera tan aburrida casi se alegraba de ser pobre de solemnidad.
Siguió andando intentando que las botas no se le hundieran en el barro. No es que temiera por el cuero, pero si daba un paso en falso se irían los dos al suelo y lo último que quería era que la chica se rompiera la nariz. Resbaló un par de veces, pero en el último momento pudo recuperar el equilibrio y ambos llegaron sanos y salvos al mirados, aunque calados hasta los huesos. Carrouges dejó a la muchacha encima de la barandilla de piedra sin muchos miramientos, como quien descarga un mueble de una carreta pero con algo más de delicadeza. Luego corrió a atar de nuevo el maldito caballo antes de que volviera a fugarse, aunque tuvo el buen juicio de dejar la correa más larga para que el animal descansara bajo el tejado y no se encabritara otra vez. - Voto al diablo, vaya temporal. - Jurar delante de una dama no era lo más aconsejable, pero en esos momentos no estaba pensando en ello.
Se pasó las manos por el pelo y escurrió hacia atrás lo más que pudo, sintiendo las gotas chorrear por su nuca y meterse bajo la camisa. Se quitó la chaqueta y la dejó a buen recaudo para que se secara. Con gusto habría hecho otro tanto con el resto de su ropa, pero aún tenía un resquicio de educación que le impedía quedarse desnudo delante de una joven como aquella. No debía olvidar que todavía estaba cumpliendo un recado para Bárbara y que ella no merecía que se mancillara su buen nombre por acción de un sirviente díscolo. - Tampoco yo sé mucho. - Se disculpó de antemano cuando la muchacha le pidió un favor. - Pero dejadme ver. - Tuvo que bucear veinte minutos entre las capas y capas de tela de la falda, pero finalmente llegó a un tobillo frágil y delicado cubierto por unas polainas que tuvo que levantar ligeramente, no sin antes solicitar el permiso de la dueña. Se permitió quitarle el zapato. No tenía ni idea de anatomía y mucho menos femenina, pero aquella articulación estaba algo inflamada. Palpó con cuidado todos los huesos y luego hizo girar el pie lentamente sobre su eje. - ¿Os duele? ¿Qué hacíais sola en medio de la hierba?
Siguió andando intentando que las botas no se le hundieran en el barro. No es que temiera por el cuero, pero si daba un paso en falso se irían los dos al suelo y lo último que quería era que la chica se rompiera la nariz. Resbaló un par de veces, pero en el último momento pudo recuperar el equilibrio y ambos llegaron sanos y salvos al mirados, aunque calados hasta los huesos. Carrouges dejó a la muchacha encima de la barandilla de piedra sin muchos miramientos, como quien descarga un mueble de una carreta pero con algo más de delicadeza. Luego corrió a atar de nuevo el maldito caballo antes de que volviera a fugarse, aunque tuvo el buen juicio de dejar la correa más larga para que el animal descansara bajo el tejado y no se encabritara otra vez. - Voto al diablo, vaya temporal. - Jurar delante de una dama no era lo más aconsejable, pero en esos momentos no estaba pensando en ello.
Se pasó las manos por el pelo y escurrió hacia atrás lo más que pudo, sintiendo las gotas chorrear por su nuca y meterse bajo la camisa. Se quitó la chaqueta y la dejó a buen recaudo para que se secara. Con gusto habría hecho otro tanto con el resto de su ropa, pero aún tenía un resquicio de educación que le impedía quedarse desnudo delante de una joven como aquella. No debía olvidar que todavía estaba cumpliendo un recado para Bárbara y que ella no merecía que se mancillara su buen nombre por acción de un sirviente díscolo. - Tampoco yo sé mucho. - Se disculpó de antemano cuando la muchacha le pidió un favor. - Pero dejadme ver. - Tuvo que bucear veinte minutos entre las capas y capas de tela de la falda, pero finalmente llegó a un tobillo frágil y delicado cubierto por unas polainas que tuvo que levantar ligeramente, no sin antes solicitar el permiso de la dueña. Se permitió quitarle el zapato. No tenía ni idea de anatomía y mucho menos femenina, pero aquella articulación estaba algo inflamada. Palpó con cuidado todos los huesos y luego hizo girar el pie lentamente sobre su eje. - ¿Os duele? ¿Qué hacíais sola en medio de la hierba?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
Voto al diablo –volvió a repetir la niña en su cabecita. No olvidemos que si la joven de Bricassart creía en algo por encima de todas las cosas era en su Dios todopoderoso, y nombrar al Diablo siempre era tentar a una suerte que aquel querubín no quería cerca.
Su entrecejo se frunció y su cara, una mezcla de duda, negación y vergüenza cristiana, dejó entrever sus pensamientos con respecto a la frase anteriormente pronunciada por el joven. No con premeditación ni intención alguna. Simplemente, la muchacha no era consciente de que su rostro podía ser un libro abierto en ocasiones. Demasiado, quizás. Pues cuando el caballero comenzó a acomodar sus atuendos y deshacerse de las gotas de agua que sólo estorbaban en su pelo, sus carrillos se enrojecieron y su mirada, rauda, voló lejos del espectáculo masculino. Un espectáculo escaso, ¿para qué engañarnos? Pero la pobre Dominique… poco más había visto de un hombre y aquella camisa empapada que parecía no querer soltar el cuerpo del mancebo, era más que suficiente para provocar la incomodidad de la fémina.
Un ofrecimiento vago, un suspiro de sorpresa, cordialidad de por vida hacia aquel muchacho si conseguía ayudarla.
- ¡Ahh! ¡Sí, duele, duele! –dejando entrever el poco tacto ajeno ante un tobillo femenino, acercándose y posando sus manos en los brazos del joven como señal de rendición, de que ahí no había nada más que hacer, de que parecía roto- ¡Parad, caballero, parad!
Sola en medio de la hierba. El día entero pasó ante sus ojos en unos pocos segundos y no fue suficiente para poder contestar a la pregunta que acababan de formularle. Una pregunta que turbaba más aún su carácter.
- ¿¡A ti que te importa!? –soltó de inmediato, olvidando modales, olvidando gracias a quien estaba sana y salva. Como el manojo de hormonas que era, no tardó en disculparse, pero aun así, aquello no había sido ni mucho menos el comportamiento correcto de ninguna dama- Estaba… estaba con un idiota y me dejó sola en mitad del diluvio –admitió por fin, triste y asqueada de cada palabra que acababa de pronunciar-, ¿de acuerdo?
El tiempo parecía no transcurrir. La indiferencia del joven y la vergüenza de la dama por semejante situación parecía añadir más tensión y aplomo al momento.
- Ya que vamos a tener que quedarnos aquí, ¿por qué no me decís quién sois? -su actitud iba y venía. Tan pronto se mostraba arisca como hacía preguntas destinadas a amenizar el panorama- ¿Os encontrabais solo o acompañado? Todo lo que se os ocurra para que la única en conversar no sea la lluvia.
Dominique de Bricassart- Hechicero Clase Alta
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
Vio la cara que puso la doncella y supo que su expresión no había sido la más adecuada para sus dulces e inocentes oídos, aunque únicamente pudo sentir alivio por no haber utilizado alguna palabra peor. Seguramente Edouard conocía vocablos que serían nuevos para una jovencita de aspecto tan angelical, y no pretendía ser él quian ampliase su gramática con términos poco recomendables. El sirviente echó en falta haber tenido alguna hermana o simplemente una niña más pequeña en el hospicio de quien cuidar. Ahora tal vez sabría mejor desenvolverse en compañía de las féminas, pero su torpeza quedaba manifiesta en cada movimiento por más que intentara ocultarla. No era su intención parecerle grosero a la dama, como desde luego tampoco lo era provocarle aquel dolor. Soltó su tobillo en cuanto ella lanzó aquel grito, acongojado por haberla hecho padecer. - Disculpadme, creí que no... No tenía tan mal aspecto. - Pero la cosa se complicaba. Parecía que estaba fracturado, o cuanto menos muy maltrecho. ¿Y dónde iban a encontrar un médico allí en medio del bosque y de la lluvia torrencial? Al pensar en aquello los ojos de Edouard se alzaron solos al cielo y se sorprendió al percatarse de que las gotas caían ya de forma más indolente, como si la tormenta diera los últimos coletazos antes de reitrarse. Tendrían una oportunidad en cuanto amainase el temporal, de nuevo el mozo no pudo sino admirar la buena suerte que se le presentaba al tener un caballo y la habilidad necesaria para montar con una amazona en la grupa. Estaba siendo bastante optimista para lo que tenía por costumbre. Era extraño como aquella muchacha que en un principio le había parecido demasiado frágil y un engorro estaba sacando lo mejor de él. Incluso lamentaba que no fuera suficiente para ayudarla.
Abrió ojos como platos ante la exclamación iracunda de la chica, pero en lugar de molestarse rompió a reír. En algunos aspectos - y salvando las distancias - le recordaba a Jeanna. Le era imposible tomarla en serio incluso cuando estallaba en cólera. Alzó ambas manos en señal de rendición. - No preguntaré más si eso os digusta, aunque si me lo permitís... - Volvió a acercarse a donde la doncella estaba sentada y adoptó una expresión al más puro estilo de un trovador lírico de la época. - Ese hombre no merece llamarse tal si os abandonó sin consideración en un apuro semejante. - A las mujeres que él había visto hasta el hastío reunirse en casa de Madame cuando aún trabajaba para ella les encantaba oír cosas como ésa. Edouard se estaba divirtiendo con la jovencita, pero no quería contarle la verdad y que ella creyese que estaba sola con un rufián que iba a raptarla para pedir dinero a sus padres. Supuso que una mentira piadosa para darle seguridad sería lo más oportuno para ambos. Total, no iban a volver a verse nunca. - Ambrose Boissieu, de los Boissieu de Montignac. - Escogió al azar una localidad que estaba lo más lejos de París que se le ocurrió y que únicamente conocía porque el panadero de su señora procedía de allí. - ¿Y vos sois...?
Abrió ojos como platos ante la exclamación iracunda de la chica, pero en lugar de molestarse rompió a reír. En algunos aspectos - y salvando las distancias - le recordaba a Jeanna. Le era imposible tomarla en serio incluso cuando estallaba en cólera. Alzó ambas manos en señal de rendición. - No preguntaré más si eso os digusta, aunque si me lo permitís... - Volvió a acercarse a donde la doncella estaba sentada y adoptó una expresión al más puro estilo de un trovador lírico de la época. - Ese hombre no merece llamarse tal si os abandonó sin consideración en un apuro semejante. - A las mujeres que él había visto hasta el hastío reunirse en casa de Madame cuando aún trabajaba para ella les encantaba oír cosas como ésa. Edouard se estaba divirtiendo con la jovencita, pero no quería contarle la verdad y que ella creyese que estaba sola con un rufián que iba a raptarla para pedir dinero a sus padres. Supuso que una mentira piadosa para darle seguridad sería lo más oportuno para ambos. Total, no iban a volver a verse nunca. - Ambrose Boissieu, de los Boissieu de Montignac. - Escogió al azar una localidad que estaba lo más lejos de París que se le ocurrió y que únicamente conocía porque el panadero de su señora procedía de allí. - ¿Y vos sois...?
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
La lluvia amainaba. Con cada gota que dejaba de precipitarse, iba desapareciendo al unísono la vergüenza de Dominique por tratar con un completo desconocido que para ella, en aquel momento, había dejado de ser desconocido, pues ya tenía nombre. Como si eso fuera suficiente pensaría la gran mayoría. Sin embargo, la joven Nique pocos amigos tenía. Nunca llegó a tenerlos en el orfanato y ello le complicó el amistarse más adelante. Hasta entonces había podido vivir, ser feliz a su manera, sin amistad alguna. Lo único que éstas le procuraban cuando se manifestaban era dolor, traición, incomprensión. La resolución para ella fue simple: No necesitaba amigos. O al menos, de ello intentaba convencerse. Las únicas dos personas a las que podía asignar sentimientos cercanos a la amistad eran su amado Dios y su querido amigo –padre, sin ella saberlo-, el Cardenal Alphonse de La Rive. El cual, velaba por ella desde que su madre falleciera, cubriendo en la sombra necesidades que la niña pudiera tener. Sintiendo hacia ella un cariño particular dada su particular naturaleza.
¿Podría la muchacha encontrarse frente a alguien de confianza? ¿Alguien que quizás con el tiempo pudiera tachar de amigo? Pero Dominique… ay, Dominique, ¿es Ambrose sincero cuando ni siquiera ese es su verdadero nombre? ¿Puede alguien confiar en otra persona cuando en las primeras pocas palabras que se dedican el uno ya hay más mentiras que verdades?
La joven Nique, sonriendo cual tonta con frases tan de manual – Ese hombre no merece llamarse tal si os abandonó sin consideración en un apuro semejante-. Que chica. Cuanto debía aprender todavía.
- San Ambrose, obispo de Milán –pensó en voz baja-. Ciertamente poseéis un nombre cuanto menos hermoso.
Inmortal. El auténtico significado del nombre, utilizado probablemente para hacer alusión a la inmortalidad de mentiras y engaños a lo largo de los años. Con nosotros desde el comienzo y evolucionando a pasos agigantados, cogidas de nuestra mano cual niños pequeños y creciendo al tiempo que la raza humana se precipita. Corriendo de generación en generación en el seno de una familia cuyo patriarca fuera Adán en tiempos del Génesis.
- Atiendo al nombre de Dominique y los Bricassart son mi familia –algo que todavía ni ella misma se creía cuando lo decía-. ¿Qué os ha traído hasta aquí en un día como hoy? –alzando su vista al cielo y recordando cuan hermoso era el día minutos antes. Haciendo memoria, regresando a la promesa de una velada encantadora con un hombre que para nada era un cobarde. Lástima. A veces las ilusiones son sólo eso. Ilusiones-.
Dominique de Bricassart- Hechicero Clase Alta
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
Era obvio que Edouard mentía, pero si se le hubiera dado la oportunidad de manifestar su opinión habría aclarado que para él los nombres poca importancia tenían. De hecho el apellido que consideraba como propio no era el de su padre biológico, ni siquiera el de su madre, que siendo muy joven había tenido que abandonarlo a las puertas de un hospicio regido por monjas por tratarse de una mujer de mala vida que no podía hacerse cargo de un retoño. El nombre que el muchacho orgullosamente portaba - como si se tratara del más honorable de los apellidos de Francia - se lo había dado una criada que no tenía nada más para regalarle, y a la que él todavía llamaba Madre. No mentía por maldad sino porque consideraba que en esas circunstancias la omisión de la estricta verdad era lo más ventajoso. La chica que tenía delante - y que ahora sabía que se llamaba Dominique - ya estaba lo bastante asustada de haberse visto sola y herida en medio del chaparrón como para ahora añadir a sus preocupaciones la de estar en compañía de un sirviente, de un hombre de la más baja clase social al que tal vez creería capaz de cualquier cosa. Convirtiéndose en Ambrose Boissieu de Montignac podía dar a su espíritu un poco de paz, ¿y qué daño hacía? Ella jamás descubriría que se trataba de un señuelo puesto que probablemente no volverían a encontrarse.
Inclinó ligeramente la cabeza al reconocer en su apellido un renombre difícil de ignorar. - Tenía que probar una montura. - Señaló al magnífico caballo que, aunque calado de la cabeza a las patas, resaltaba por su magnificencia. Tenía el pelo oscuro y tan fuerte que resplandecía, y las gotas resbalaban sobre su lomo como si la lluvia fuese incapaz de penetrar en sus crines. Edouard no tenía gran idea de pedigrís, pero reconocía un buen corcel cuando lo tenía entre las piernas y aquel no le había defraudado mientras cabalgaba. Lástima que luego se hubiera asustado con el diluvio, aunque bien visto ese inconveniente le había permitido encontrar a Dominique. Dirigió otro vistazo a su pie sin atreverse a tocarlo de nuevo. - Tal vez deberíamos vendar vuestro tobillo. - Sugirió, sin arriesgarse tampoco a mostrarse demasiado seguro en sus consejos. - Creo que llevo un pañuelo. - Efectivamente lo sacó de uno de sus bolsillos. Era una tela sencilla pero no estaba bordada, y tal vez la joven no tuviera reparos aunque no se tratase de algodón egipcio. - Y más tarde, cuando arrecie, os llevaré con premura al médico más cercano que encontremos. Asumo que sabéis montar de amazona. - No se podía decir que fueran a ir cómodos los dos encima del mismo animal, pero no había otra solución posible: ella no podía montar sola con el pie en ese estado y Edouard tampoco creía que fuese a aceptar que se marchara sin ella para buscar ayuda y la dejase a su suerte en aquel mirador.
Inclinó ligeramente la cabeza al reconocer en su apellido un renombre difícil de ignorar. - Tenía que probar una montura. - Señaló al magnífico caballo que, aunque calado de la cabeza a las patas, resaltaba por su magnificencia. Tenía el pelo oscuro y tan fuerte que resplandecía, y las gotas resbalaban sobre su lomo como si la lluvia fuese incapaz de penetrar en sus crines. Edouard no tenía gran idea de pedigrís, pero reconocía un buen corcel cuando lo tenía entre las piernas y aquel no le había defraudado mientras cabalgaba. Lástima que luego se hubiera asustado con el diluvio, aunque bien visto ese inconveniente le había permitido encontrar a Dominique. Dirigió otro vistazo a su pie sin atreverse a tocarlo de nuevo. - Tal vez deberíamos vendar vuestro tobillo. - Sugirió, sin arriesgarse tampoco a mostrarse demasiado seguro en sus consejos. - Creo que llevo un pañuelo. - Efectivamente lo sacó de uno de sus bolsillos. Era una tela sencilla pero no estaba bordada, y tal vez la joven no tuviera reparos aunque no se tratase de algodón egipcio. - Y más tarde, cuando arrecie, os llevaré con premura al médico más cercano que encontremos. Asumo que sabéis montar de amazona. - No se podía decir que fueran a ir cómodos los dos encima del mismo animal, pero no había otra solución posible: ella no podía montar sola con el pie en ese estado y Edouard tampoco creía que fuese a aceptar que se marchara sin ella para buscar ayuda y la dejase a su suerte en aquel mirador.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
“El sagaz ve el peligro y se esconde, el incauto sigue adelante y lo paga.”
Proverbios 17; 12.
Proverbios 17; 12.
Chastain el cobarde, el embaucador. Su fortuna –la de su padre, más bien- nunca podría catalogarse de humilde, ni en esta vida ni en la siguiente. Caronte exigía doble tributo cuando se trataba de hombres como este. Pecho henchido, barbilla alta. Así caminaba el pequeño de los Chastain.
Una mujer –una niña más bien- poco merecía la pena. Su amor propio rivalizaba con el resto y siempre ganaba. Hasta tal punto llegaba su vanidad que hubiera podido convertirse en ente corpóreo y abandonar al muchacho. ¿Por qué entonces iba a perder su tiempo en ayudar a la joven? ¿Le aseguraría eso que estuviera a su entera disposición en adelante? Sabía de sobra que no y eso le hizo preguntarse: ¿para qué?, así como abandonar el lugar sin prestar su brazo a la niña.
En adelante lo pensó mejor. Oía a su madre, regañándole. A su padre, retirándole sus atribuciones semanales. La lluvia era fastidiosa, pero no tanto como carecer de carruaje por no poner bajo techo a la hija de los Bricassart. Por desgracia o por suerte para él –no sabía muy bien cual elegir de las dos-, una vez regresó al lugar del encuentro, no se encontró más que con los objetos utilizados para amenizar la velada. Cubiertos de barro, si, pero no cabía duda de que se trataba de los mismos. Aquellos cursis bordados en la enorme tela que les separaba de la hierba, las tazas de té con detalles dorados…
Buscó y buscó, pero no encontró a la susodicha. Finalmente se acercó al palacete. Si no la encontraba allí, desistiría. De nuevo por suerte o desgracia, allí estaba.
- ¿Quién eres tú? Lárgate, mozo de cuadra.
Dominique comenzó a enfurecer nada más lo divisó en la lejanía, pero estaba claro que el joven Chastain era propenso a causar semejantes sensaciones en las féminas. No me has escrito. ¿Qué hacías con lady Sussex? ¿Por qué ibas del brazo de aquella mujer? Tantas acusaciones de distintas pretendientas que sólo se quedaron en eso, pretendientas.
- ¿Cómo os atrevéis? Este caballero se ha estado preocupando por mi sin conocerme siquiera.
- ¿Caballero? Por favor, mirad sus manos. Las manos de un vulgar sirviente. Lo sé bien, pues en mi hacienda no escasean.
Dominique no tenía porque creer a alguien que tiempo atrás aquel día se había comportado de forma incorrecta con ella, pero no pudo evitar dirigir la mirada hacia su nuevo amigo y ésta –sin que Dominique abriese la boca- le preguntó de forma inocente y temerosa si le mentía.
- Off rol:
- Perdón por la tardanza
Dominique de Bricassart- Hechicero Clase Alta
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
No tardó en aparecer por allí un joven caballero con tantos humos como todos los de su estirpe. Edouard, pese a haber languidecido tantos años como un mero objeto bajo el yugo de un ama cruel, no sentía mella ninguna de su autoestima en presencia de sujetos como aquél. No le costó mucho adivinar que era el mismo hombre que había dejado antes abandonada a Dominique bajo la lluvia, y el concepto ya deplorable que tenía de él empeoró aún más. Todo eso ocurrió incluso antes de que abriera la boca, y como solía suceder el criado no iba errado en su apreciación. Tanto tiempo de observar a la gente mientras callaba le había afilado el sentido de la vista y le había dotado de un sexto sentido - si se le podía llamar así - para prejuzgar a la gente y acertar. En ocasiones erraba, como todo en la vida, pero si se armaba de paciencia finalmente el destino solía reconocerle que había tenido razón. En esa ocasión bastaron tres minutos.
No se molestó en contestarle. Ciertamente no tenía mucho que perder si se demostraba que no era en realidad quien quería hacer creer a la muchacha, y de hecho estuvo tentado de asentir y pasarle al recién llegado la responsabilidad que no había pedido de velar por ella. Se la había encontrado por casualidad en medio del pasto con el tobillo torcido o fracturado, y desde luego no había pedido cargar con una damisela en apuros a la que tener que llevar en brazos en medio del aguacero. No obstante aquel idiota de Chastain merecía quedar a la altura de lo que era: un cretino. Imitando lo mejor que pudo el estilo insuperable de su patrona, Madame Destutt de Tracy, alzó el mentón como si derrochara su desprecio por cada poro de la piel. - Deshonra merece quien nunca ha trabajado con sus manos. ¿De dónde viene vuestra fortuna? ¿De vuestros padres? Entonces vuestro nombre vale por sí mismo tan poco como vuestra palabra. ¿Qué clase de hombre deja sola a una doncella en medio de la lluvia? - Era su ambigua manera de no negar nada pero tampoco afirmar, y permitir que la chica escogiera la versión que más le gustase.
Caminó con altivez hasta las riendas de su montura riéndose en su fuero interno. Vaya pantomima. Qué lástima que no pudiera contársela a nadie so pena de enojar a su señora, seguro que a Jeanna le encantaría oírlo. - Si me permitís os llevaré a buscar un médico. - Habló con Dominique, ignorando a propósito al otro como si su presencia importase tan poco como la de las moscas. - O podéis confiar en que esta vez vuestro acompañante cumplirá lo que promete y se cuidará de vos. - Desató las bridas y el caballo relinchó, pero Edouard lo calmó con unas palmadas. Ya no llovía y el animal lo percibía, su bravura había regresado.
No se molestó en contestarle. Ciertamente no tenía mucho que perder si se demostraba que no era en realidad quien quería hacer creer a la muchacha, y de hecho estuvo tentado de asentir y pasarle al recién llegado la responsabilidad que no había pedido de velar por ella. Se la había encontrado por casualidad en medio del pasto con el tobillo torcido o fracturado, y desde luego no había pedido cargar con una damisela en apuros a la que tener que llevar en brazos en medio del aguacero. No obstante aquel idiota de Chastain merecía quedar a la altura de lo que era: un cretino. Imitando lo mejor que pudo el estilo insuperable de su patrona, Madame Destutt de Tracy, alzó el mentón como si derrochara su desprecio por cada poro de la piel. - Deshonra merece quien nunca ha trabajado con sus manos. ¿De dónde viene vuestra fortuna? ¿De vuestros padres? Entonces vuestro nombre vale por sí mismo tan poco como vuestra palabra. ¿Qué clase de hombre deja sola a una doncella en medio de la lluvia? - Era su ambigua manera de no negar nada pero tampoco afirmar, y permitir que la chica escogiera la versión que más le gustase.
Caminó con altivez hasta las riendas de su montura riéndose en su fuero interno. Vaya pantomima. Qué lástima que no pudiera contársela a nadie so pena de enojar a su señora, seguro que a Jeanna le encantaría oírlo. - Si me permitís os llevaré a buscar un médico. - Habló con Dominique, ignorando a propósito al otro como si su presencia importase tan poco como la de las moscas. - O podéis confiar en que esta vez vuestro acompañante cumplirá lo que promete y se cuidará de vos. - Desató las bridas y el caballo relinchó, pero Edouard lo calmó con unas palmadas. Ya no llovía y el animal lo percibía, su bravura había regresado.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
La desconfianza se hizo patente en la joven durante los pocos segundos en que su mirada pasó de Chastain al caballero de Boissieu. Mientras éste abría su boca para defenderse de las acusaciones del otro, la muchacha asentía firmemente en favor de su protector de turno. ¿Quién se merecía más su apoyo? ¿El joven que gustosamente la había ayudado pese a que nada le obligaba a ello, o el bastardo que la había abandonado en mitad de la lluvia?
Fue ahí donde Dominique, tan tonta como siempre, inocente, confiada… comenzó a pensar que a lo mejor Ambrose podía hacer las veces de rescatador. Comenzando por aquel día y prosiguiendo como el caballero que la joven necesitaba de seguido en su vida. Pues así la habían adoctrinado. Como a todas las de su edad, prácticamente. Aspirando únicamente a un matrimonio provechoso –que en este caso no lo era, cosa que ella no sabía-. Pobre del que tuviera que hacerse cargo de una muchacha como aquella. Demasiado azotada por la incomprensión y desprecio de otros durante años para no buscar desesperadamente alguien a quien sentirse cercana y alguien que la tomara de la mano y le enseñara el camino que debía recorrer. Más aun cuando su madre ya no podía hacerlo.
La joven no comprendía que no todo eran señales de su Señor y que las casualidades simplemente existían.
- He regresado a por vos bajo la lluvia, ¿y es así como me lo pagáis? ¿Huyendo con un desconocido sin atender a razones?
- Ambrose no es ningún desconocido –¿y qué era sino?-. Ha demostrado su valía más de lo que lo ha demostrado un cobarde como tú –las formas y la ira, siempre chocando-.
Chastain no pudo más que enojarse. Se acercó a la muchacha y bruscamente le agarró por el brazo en un intento por llevársela de allí.
- ¡Suéltame! ¡Lárgate! –rompiendo a llorar de la frustración que no podía evitar sentir dada la situación.
- ¿Sabes qué? Que te cuide este idiota. Estás muy equivocada si te crees que significas algo para mi –finalizó clavando un puñal en el corazón de la joven y volviendo a huir bajo la lluvia-.
Diecisiete años no son muchos. Dominique, al contrario que otros, había pasado bastante desdicha siendo pasto de burlas en un orfanato regido por la misma rectitud en persona. Podía haber aprendido de la situación. Podía haber madurado increíblemente y al principio así lo dio a entender, ofreciendo su mano a cualquiera que la necesitara. Sin embargo, con el tiempo, sus actos dejaron de ser desinteresados y la sobreprotección de su madre –así como su posterior muerte- la dejaron en una situación en la que creía que no le debía nada a nadie -al contrario que el resto del mundo, siempre en deuda con ella-. Motivo por el que se auto compadecía constantemente y rompía a llorar muy a menudo, sintiendo que tarde o temprano se rompería. Siempre sin perder su característica inocencia, pero apostando cada vez menos por nadie más que por ella. Y por desgracia, ilusionándose tontamente de cualquiera que pareciera preocuparse por su persona –para volver al punto de partida tarde o temprano, llenando un vaso de lágrimas que tarde o temprano se derramaría de una forma que nunca nadie esperaría-.
Se secó las lágrimas. Adiós Chastain. Hola, Ambrose.
Dominique de Bricassart- Hechicero Clase Alta
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Re: Il pleure sans raison (Dominique y Edouard)
Se sintió bastante orgulloso de poder salir de la situación airoso sin mentir a Dominique. Bueno, vale, sí que le había mentido, pero ahora se había limitado a exponer lo que pensaba de ese necio de Chastain sin afirmar ni desmentir nada sobre su propia persona. Él le había acusado de estar engañando a la joven y de no ser quien decía, y Edouard sencillamente le había hecho notar que era un señorito caprichoso que no tenía autoridad suficiente para poner en duda la suya. Correspondía a la muchacha decidir, y el criado no pudo evitar notar que le embargaba cierta sensación de triunfo cuando oyó su veredicto. Era extraño puesto que nada debería importarle aquella doncella que acababa de conocer, y en realidad no se podía decir que le hubiera suscitado ningún interés romántico... pero sí algún vestigio de afecto paternal, si es que Carrouges tenía algo de eso. - Soltadla ahora mismo si no queréis estropearos la chaqueta. - Le espetó con rabia al noble asiéndolo por los faldones de dicha prenda para apartarlo de la chica.
No le importaría tener que llegar a las manos con ese mequetrefe y probarle que sus dedos encallecidos eran más aptos para los golpes que sus extremidades delicadas de mujer, pero no fue necesario porque el tal Chastain se fue por donde había venido tras increpar duramente a la rubia, que se echó a llorar. Edouard no pudo evitar poner fugazmente los ojos en blanco antes de acercarse de nuevo a ella. - No podéis poneros así por cada imbécil que os crucéis. - De nuevo ese pequeño desliz en el vocabulario que supuestamente debería dedicar a una dama de la buena sociedad. - En esta vida hay más personas que os decepcionarán que gente de fiar, y si no empezáis a dosificar vuestro llanto terminaréis seca y arrugada como un garbanzo. - Le guiñó un ojo y secó gentilmente las huellas de sus lágrimas con sus propias manos. No quería que ella notara que su pañuelo era de tela basta y estaba sin bordar. - Ahora marchémonos antes de que comience a diluviar de nuevo. - Y sin esperar confirmación por parte de Dominique la tomó en brazos con cuidado de no rozar su tobillo lastimado y la subió a la grupa de su montura, que soportó sin un solo quejido el peso de ambos cuando el sirviente se posicionó tras la joven y la rodeó con los brazos para asir las bridas y salir cabalgando de allí.
No le importaría tener que llegar a las manos con ese mequetrefe y probarle que sus dedos encallecidos eran más aptos para los golpes que sus extremidades delicadas de mujer, pero no fue necesario porque el tal Chastain se fue por donde había venido tras increpar duramente a la rubia, que se echó a llorar. Edouard no pudo evitar poner fugazmente los ojos en blanco antes de acercarse de nuevo a ella. - No podéis poneros así por cada imbécil que os crucéis. - De nuevo ese pequeño desliz en el vocabulario que supuestamente debería dedicar a una dama de la buena sociedad. - En esta vida hay más personas que os decepcionarán que gente de fiar, y si no empezáis a dosificar vuestro llanto terminaréis seca y arrugada como un garbanzo. - Le guiñó un ojo y secó gentilmente las huellas de sus lágrimas con sus propias manos. No quería que ella notara que su pañuelo era de tela basta y estaba sin bordar. - Ahora marchémonos antes de que comience a diluviar de nuevo. - Y sin esperar confirmación por parte de Dominique la tomó en brazos con cuidado de no rozar su tobillo lastimado y la subió a la grupa de su montura, que soportó sin un solo quejido el peso de ambos cuando el sirviente se posicionó tras la joven y la rodeó con los brazos para asir las bridas y salir cabalgando de allí.
Edouard F. Carrouges- Humano Clase Baja
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