Ouverture [Privado]

El camino se extendía ante sus ojos; las llamas devoraban todo a su paso y la única salida estaba a punto de colapsar. Sólo podía escuchar su propia respiración y el fuego crepitando a su alrededor. Tenía el cuerpo demacrado, golpeado y era incapaz de moverse. Pero alguien le habló desde muy lejos, justo cuando contemplaba resignado su final. Aquella voz lejana insistía en que tenía que despertar. ¿De qué tenía que despertar? Ni siquiera estaba dormido... ¿O si? La confusión se apoderó de su mente y se sintió ligeramente frustrado por no comprender lo que ocurría en ese momento. Luego escuchó aquellos cantos de voces femeninas, dulces y nostálgicas. ¿Eran versos bíblicos? Al parecer sí. A pesar de que eran entonados en latín, los reconoció.

Ya no estaba en llamas, sino, en el gran salón de alguna fortaleza de arquitectura medieval. Pudo reconocerla de inmediato, en especial, por los diferentes entramados de madera en el interior del recinto en donde se encontraba. Era un suceso extraño para Klaus, sin embargo, no era la primera vez que se hallaba en la misma situación y justo cuando se dio cuenta de aquello, despertó.

Nuevamente había tenido aquel sueño; lo revivía una y otra vez, desde que tenía diez años. Sabía que algún mensaje oculto se hallaba en aquellas imágenes y sonidos enigmáticos, pero no lograba dar con la respuesta. El acertijo se volvía más oscuro a medida que avanzaba el tiempo y por éste habían asesinado a su hermano mayor. Klaus maldecía su herencia, no estaba contento con ello, pues, había apartado hecho de su vida un caos. Cuando intentó moverse, una punzada en su costado derecho le rememoró la escena de la noche anterior. Había tenido un, nada divertido, enfrentamiento con un cambiante y aunque terminó ganando, igual, en su cuerpo quedaron varias marcas de la riña. De seguro, los miembros de la Inquisición que se hallaban en la ciudad en ese momento, ya estarían al tanto de aquel suceso y claro, del grupo de cambiantes que habían causado cierto alboroto en las calles esa noche.

Se quedó observando detenidamente el techo de la habitación en donde estaba. No era el hospital, obviamente. Giró su cabeza al oír que alguien se acercaba. Era una mujer algo mayor, que vestía con ropa vieja y se había dedicado a cuidarlo. Ella y su esposo lo encontraron tirado en medio del camino, inconsciente y el costado no paraba de sangrarle. Aquella pareja prácticamente le salvó la vida. Lo habían llevado al albergue mientras se recuperaba y ahí contactaron a otros inquisidores para que fueran a buscarlo.

Escuchó atento las explicaciones de la mujer y sólo le sonrió; estaba agradecido, pero no tenía fuerzas para hablar. Ella le ayudó a acomodarse en el camastro. El esposo de la mujer entró repentinamente y se quedó observando la escena.

—Elodie, afuera hay una dama muy fina. Dice que su líder la envió a buscar al inquisidor herido. Supongo que se trata del muchacho —dijo el hombre—. ¿Está bien que la haga pasar?

Klaus le miró y asintió levemente.

—Vale, ya regreso.

El joven inquisidor se quedó esperando pacientemente por aquella compañera que habían enviado a buscarlo, sin sospechar en las vueltas del destino.

Las costillas le dolían con tan sólo respirar. Su mente no estaba en paz y su cuerpo todavía se hallaba en mal estado. Klaus se había lanzado a aquella misión sin pensar en las consecuencias, sin advertir la desventaja que posiblemente tendría; se confió demasiado en sí mismo y no terminó tan bien. De no ser por esas personas que ahora lo cuidaban, quizás, estaría muerto y todo por no saber controlar sus impulsos. Sus hermanos mayores siempre lo sermoneaban por dicha conducta y se hacía la idea de escucharlos en su cabeza; les daba la razón, al igual que a Zlatan, quién también se lo adviritió. Pero él era testarudo y nadie iba a convencerlo de hacer lo contrario. Aún guardaba un profundo rencor por aquellos que asesinaron a Sigmund, los mismos que causaron la desaparición de su pequeña hermana y hacían su existencia más miserable.

El silencio le resultó incómodo en ese momento, sentía como las paredes amenazaban con estrechar el espacio. Pero sólo eran ideas suyas; tal vez, estaba alucinando, como consecuencia de la pérdida de sangre que tuvo. No estaba satisfecho con su mala hazaña, tampoco culpaba a nadie por ello y quejarse de la mala suerte, era algo absurdo. A veces, el azar nada tenía que ver con los errores que cometían las personas, su abuelo siempre se lo recordaba y cuánto lo extrañó en esos minutos que se volvían eternos.

Se quedó observando el techo, absorto en sus pensamientos, esperando que el hombre fuese por la persona que habían enviado a buscarlo. No tenía idea de quién podía ser, tampoco le interesaba. Pero dada en la condición en la que estaba, era probable que no pudiera irse ese mismo día; era un humano y las heridas tardarían en sanar. Aparte, no era recomendable que usara la magia tan descaradamente, eso sólo alarmaría a las personas que habían acudido a su auxilio. No le quedaba más alternativa que ser paciente y recuperarse del ataque, conforme su cuerpo lo requería. Sólo así saldría de ese lugar; también tendría que ver qué le ofrecería el agente que había llegado a ver de él.

Por un momento pensó en que la voz le era muy familiar, pero desistió de aquella idea, pues, poco se relacionaba con otros inquisidores; era una persona excesivamente huraña y sólo intercambiaba palabras con Zlatan, el único a quien consideraba un verdadero amigo. Escuchó la pregunta y la ignoró; no estaba de humor para responder algo y no quería ser grosero. Pero al girar el rostro y descubrir a la persona que había mandado La Inquisición, no pudo ocultar su sorpresa. Klaus jamás pensó que la iban a enviar a ella, ¿por qué? Tenía que ser una broma.

—¿Castle? ¿Qué haces tú aquí? —Inquirió de manera automática—. Espera... ¿Y qué se supone que haría? Soy inquisidor. Tengo que arriesgarme de todas maneras; además, no es como si te interesara mucho lo que me pasara o hiciera. No desde que tu familia anda acusando a la mía sin justificación alguna.

La molestia de Klaus se hizo evidente en ese momento, no pudo ocultarla. Para él, su familia era lo más importante y pese a los errores que hayan cometido en el pasado, los defendía a toda costa, incluso de las acusaciones falsas de los Castle.

Respiró de manera pausada, si lo hacía bruscamente, lo más probable, es que las heridas en sus costillas le dolieran mucho más. Pero tener a aquella mujer tan cerca, casi respirándole frente al rostro, no ayudaba a que sus ánimos se calmaran. Primero, había fracasado rotundamente al enfrentarse con un cambiante, tampoco obtuvo alguna pista que le fuera de gran relevancia para continuar con su misión, y por último, ahora tenía que lidiar con la presencia fastidiosa de Honneur Castle. ¿Qué más podía salir mal ese día? Todo aquello molestaba a Klaus, más de lo que podía soportar; le habían pateado el orgullo y eso era suficiente como para que tuviera un pésimo mal humor. Detalle que le hizo saber de inmediato a la otra inquisidora. ¿Por qué a ella y por qué no a otro? Solamente frunció los labios y la observó de soslayo, cuando, prácticamente, quiso dejarlo como niño regañado, algo que no toleró.

—A ver, a ver... ¿Quién te crees para hablarme de ese modo? —Espetó con evidente molestia, dirigiéndole una mirada de pocos amigos—. No estoy de humor para aguantar tus sermones, suficientes tendré con los de mi superior.

Intentó darle la espalda, sabiendo que su condición se lo impediría, pero era tan terco que igualmente lo hizo, causándose a sí mismo una terrible punzada cuando se movió de manera torpe. Un gruñido se ahogó en su garganta y se quedó pasmado ante el dolor que lo aquejaba. Llevó una mano al costado izquierdo y sintió el vendaje humedecido. La herida se había abierto de nuevo, de eso no tenía la menor duda.

—Oye, Castle, ¿al menos sabes atender a personas lastimadas, no? Es lo único que me falta, que vengas a "ayudarme" y no sepas cambiar un simple vendaje —dijo de mala gana, con la voz ronca, mientras volvía a su anterior posición con notoría dificultad, buscando con la mirada algún tarro con agua fresca y algo que pudiera usar como venda—. A ver, sirve de algo, mujer. —Bufó al ver las delicadas manos de Honneur y alzó las cejas—. ¿Y se supone que eres de los soldados? En fin... Trae aquel tarro y las vendas deben de estar en alguna parte. No me recuperaré si esto llega a infectarse.

Ordenó con voz quebrada, sin intención de que se escuchara de esa manera. Klaus no era precisamente el ser más gentil del mundo y, muchas veces, sus palabras eran tomadas a mal, pero no era algo que le preocupara demasiado. Estaba tan metido en sus asuntos, que el mundo carecía de importancia para él. Volvió su atención a su torso y costados, sentía la piel desgarrarse bajo la tela, mientras el dolor hacía que contuviera la respiración de forma involuntaria. Se echó hacia adelante, a pesar del malestar, y, con mucho cuidado, empezó a retirar cada tela que cubría la parte afectada de su torso, revelando las marcas profundas hechas por las garras y colmillos agudos de la criatura que lo atacó la noche anterior, dejándolo moribundo en medio del camino que guiaba hacia los pantanos.