AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cuestión de Perspectiva (Sybelle)
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Cuestión de Perspectiva (Sybelle)
Había pasado tanto tiempo alejado de su verdadera esencia, que casi se había olvidado del porqué era un vampiro conocido por su carácter, tan similar al dios vikingo Loki. Amaba la locura, la fiesta, el alcohol y, sobretodo, las bromas. Era una criatura maligna y pícara, había nacido en un período de luchas y guerras constantes en la que sólo los más aptos a la discordia podían sobrevivir. No cabía la debilidad en la supervivencia, sus cicatrices a lo largo de su musculoso cuerpo lo cercioraban. Era un guerrero y había mantenido su vida a consta de otras. Y no lo lamentaba, para nada.
Casi dolía comprobar que llevaba alejado del mar y los barcos, más de lo que podría haber creído jamás. Como vikingo, y posteriormente pirata, siempre se mantuvo encima de la cubierta de un navío, viendo cómo el mundo cambiaba ante sus ojos. Zurcó las aguas en numerosas embarcaciones diferentes, cada vez más grandes y resistentes al bravío mar. Los puertos comenzaron a crecer, desbordándose, comiendo el mar y las playas para construir pueblos que seguirían creciendo hasta florecer en ciudades.
Luz, carruajes, calles más sofisticadas que los caminos de tierra. Té, chocolate y tabaco en cualquiera de los puertos. Mezcolanza de idiomas y culturas danzando por los lugares más sofisticados y modernos del mundo. Las civilizaciones antiguas jamás habrían podido creer en qué se había convertido sus tierras, antaño verdes y tan alejadas de aquel suelo adoquinado sobre el que se sostenían varias prostitutas, demasiado maquilladas y con pelucas que trataban de sustituir un cabello que seguramente habrían vendido para poder comer.
El puerto era sin duda una de las entradas más importantes para la economía de un país, así como numerosas embarcaciones llegaban con esclavos, alimentos, telas o especias de lugares exóticos y lejanos, también desembarcaban todo tipo de criaturas que podrían dejar a más de algún incauto sin dinero o sin vida. Ése era principalmente el motivo por el que se requería normalmente su presencia a altas horas de la noche, para asegurarse de que nadie se saltase la ley portuaria francesa. Todo pasaba por su inspección personal cuando algunos barcos añadían a personajes ilustres del contrabando o de la mismísima realeza. Con sangre azul o no por sus venas, todos tenían algo en común; querían más dinero y no siempre llegaban a Francia por ocio o negocios.
Paseó por la cubierta del último barco mercante, antes de deslizarse por el estrecho puente de madera que habían extendido para comunicar la embarcación con el puerto, permitiendo así el que sus pasajeros pudieran descender del mismo. Aquella tarea hubiera sido aburrida si no hubiese tenido el entretenimiento de cazar a un adorable inquisidor, al que se llevaba apresado. Tiró de la cadena que unía los grilletes que le rodeaban las muñecas al joven pelirrojo y lo obligó a seguirle, ignorando a los rostros sorprendidos de los viajeros que se preguntaban qué habría hecho aquel brivón para que el capitán de las fuerzas navales francesas, se lo llevara en persona.
Su rostro mantuvo su expresión risueña, sin que se viera afectada por las palabras soeces que le reiteraba el hombre, argumentando que no había hecho nada para merecer aquello.
- Por supuesto que sí, jovencito - Le dijo al pequeño adolescente que había reclutado la Iglesia en las últimas semanas. Un pobre huérfano adiestrado por un perro rabioso que se había olvidado el decirle, que algunas criauras como él, podían leer la mente y toleraban mal el que intentaran cazar en su territorio.
Tiró de las cadenas hasta hacer que su cuerpecillo chocase contra el suyo, retándolo con su mirada azulada a que replicase algo en contra. Pero sólo obtuvo un pequeño encogimiento en su presa, como si temiese que se lo comiera allí mismo. Iba a divertirse de lo lindo aquella noche, pues si de algo disfrutaba era de la sangre de un inquisidor.
Casi dolía comprobar que llevaba alejado del mar y los barcos, más de lo que podría haber creído jamás. Como vikingo, y posteriormente pirata, siempre se mantuvo encima de la cubierta de un navío, viendo cómo el mundo cambiaba ante sus ojos. Zurcó las aguas en numerosas embarcaciones diferentes, cada vez más grandes y resistentes al bravío mar. Los puertos comenzaron a crecer, desbordándose, comiendo el mar y las playas para construir pueblos que seguirían creciendo hasta florecer en ciudades.
Luz, carruajes, calles más sofisticadas que los caminos de tierra. Té, chocolate y tabaco en cualquiera de los puertos. Mezcolanza de idiomas y culturas danzando por los lugares más sofisticados y modernos del mundo. Las civilizaciones antiguas jamás habrían podido creer en qué se había convertido sus tierras, antaño verdes y tan alejadas de aquel suelo adoquinado sobre el que se sostenían varias prostitutas, demasiado maquilladas y con pelucas que trataban de sustituir un cabello que seguramente habrían vendido para poder comer.
El puerto era sin duda una de las entradas más importantes para la economía de un país, así como numerosas embarcaciones llegaban con esclavos, alimentos, telas o especias de lugares exóticos y lejanos, también desembarcaban todo tipo de criaturas que podrían dejar a más de algún incauto sin dinero o sin vida. Ése era principalmente el motivo por el que se requería normalmente su presencia a altas horas de la noche, para asegurarse de que nadie se saltase la ley portuaria francesa. Todo pasaba por su inspección personal cuando algunos barcos añadían a personajes ilustres del contrabando o de la mismísima realeza. Con sangre azul o no por sus venas, todos tenían algo en común; querían más dinero y no siempre llegaban a Francia por ocio o negocios.
Paseó por la cubierta del último barco mercante, antes de deslizarse por el estrecho puente de madera que habían extendido para comunicar la embarcación con el puerto, permitiendo así el que sus pasajeros pudieran descender del mismo. Aquella tarea hubiera sido aburrida si no hubiese tenido el entretenimiento de cazar a un adorable inquisidor, al que se llevaba apresado. Tiró de la cadena que unía los grilletes que le rodeaban las muñecas al joven pelirrojo y lo obligó a seguirle, ignorando a los rostros sorprendidos de los viajeros que se preguntaban qué habría hecho aquel brivón para que el capitán de las fuerzas navales francesas, se lo llevara en persona.
Su rostro mantuvo su expresión risueña, sin que se viera afectada por las palabras soeces que le reiteraba el hombre, argumentando que no había hecho nada para merecer aquello.
- Por supuesto que sí, jovencito - Le dijo al pequeño adolescente que había reclutado la Iglesia en las últimas semanas. Un pobre huérfano adiestrado por un perro rabioso que se había olvidado el decirle, que algunas criauras como él, podían leer la mente y toleraban mal el que intentaran cazar en su territorio.
Tiró de las cadenas hasta hacer que su cuerpecillo chocase contra el suyo, retándolo con su mirada azulada a que replicase algo en contra. Pero sólo obtuvo un pequeño encogimiento en su presa, como si temiese que se lo comiera allí mismo. Iba a divertirse de lo lindo aquella noche, pues si de algo disfrutaba era de la sangre de un inquisidor.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 12/01/2013
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Re: Cuestión de Perspectiva (Sybelle)
Las horas morían cadenciosamente, encaminando a cada uno de los habitantes de la capital francesa hacia un nuevo mundo. Uno regido por las tinieblas y donde solo los más fuertes sobrevivían una vez adentrándose en él. La espesura de la bóveda apenas era opacada por los diminutos astros brillantes que relucían, despejando la suciedad de la estación que se prendía en cada rincón. Sybelle prefería salir a distraer su atención en eventos de beneficencia, bailes y visitas esporádicas al teatro. Resultaba más fácil continuar en ese sendero que había llegado hacia ella de forma involuntaria. Un par de meses atrás había hallado nuevamente a un viejo amigo, hecho que sin duda había atraído algo de solaz a sus días y esperaba con ansias que él respondiera su carta para verse nuevamente, su plática aquella noche de invierno había movido muchas fibras dentro de su alma, si es que un monstruo como ella poseyera algo similar.
Evitó molestar al cochero esta vez y sus pasos mezquinos le condujeron hacia el puerto. Uno de pocos sitios que aún no conocía del todo. Y aunque la rutina conllevara los mismos menesteres en sus actividades, solo existía una constante en los mismos. Hallar nuevas pistas sobre Alexandros, consciente estaba que resultaría una labor titánica el hallarle en esa inmensidad llamada Paris, pero se aferraba con tal devoción a sus espejismos. Después de todo ¿Qué era real en su mundo? Absolutamente nada, excepto su hambre por el líquido carmesí que yacía en las gargantas de tantos desdichados que deambulaban a esas horas, en búsqueda de posibles víctimas, hecho que le molestaba de sobremanera ya que nunca había comulgado con la idea de ejercer la fuerza sobre los más desprotegidos. Ella tampoco estaba libre de mácula, asesino o inocente tampoco tenía el derecho de despojar la vida de un ser humano.
Las voces apenas eran susurros a sus oídos, muy pocas personas permanecían en ese sitio a esa hora, hecho que agradecía de sobremanera. A solas con su mente hecha un torbellino se detuvo a orilla del malecón, pasando sus cristalinos orbes por el espeso oleaje, una mancha voraz con la fuerza suficiente para destrozar lo que cruzara en su camino. Y después de unos minutos la calma regresaba a su alrededor. Resultaba curiosa la semejanza que existía en su modo de vida con la violencia del mar. Callada y febril cuando despertaba su instinto animal. No muy lejos de ahí la voz grave de un hombre que aprisionaba con cadenas a un joven hería el sosiego. Sybelle giró su cuerpo por instinto, si existía algo que no toleraba era ese tipo de actos, las miradas atónitas cayeron de inmediato en ella, pues hasta ahora nadie había movido un dedo por salvar o inmiscuirse en lo que acontecía.
El halo pálido que coronaba la testa de aquel sujeto no fue suficiente para detenerla. Con las manos enguantadas sujetó los bordes de su estorbosa indumentaria.
–¡Alto! ¡Alto! Monsieur ¿Pero qué cree que está haciendo?–
Demandó, mientras con esfuerzo se colocaba delante de ellos, obstruyéndoles el paso.
Evitó molestar al cochero esta vez y sus pasos mezquinos le condujeron hacia el puerto. Uno de pocos sitios que aún no conocía del todo. Y aunque la rutina conllevara los mismos menesteres en sus actividades, solo existía una constante en los mismos. Hallar nuevas pistas sobre Alexandros, consciente estaba que resultaría una labor titánica el hallarle en esa inmensidad llamada Paris, pero se aferraba con tal devoción a sus espejismos. Después de todo ¿Qué era real en su mundo? Absolutamente nada, excepto su hambre por el líquido carmesí que yacía en las gargantas de tantos desdichados que deambulaban a esas horas, en búsqueda de posibles víctimas, hecho que le molestaba de sobremanera ya que nunca había comulgado con la idea de ejercer la fuerza sobre los más desprotegidos. Ella tampoco estaba libre de mácula, asesino o inocente tampoco tenía el derecho de despojar la vida de un ser humano.
Las voces apenas eran susurros a sus oídos, muy pocas personas permanecían en ese sitio a esa hora, hecho que agradecía de sobremanera. A solas con su mente hecha un torbellino se detuvo a orilla del malecón, pasando sus cristalinos orbes por el espeso oleaje, una mancha voraz con la fuerza suficiente para destrozar lo que cruzara en su camino. Y después de unos minutos la calma regresaba a su alrededor. Resultaba curiosa la semejanza que existía en su modo de vida con la violencia del mar. Callada y febril cuando despertaba su instinto animal. No muy lejos de ahí la voz grave de un hombre que aprisionaba con cadenas a un joven hería el sosiego. Sybelle giró su cuerpo por instinto, si existía algo que no toleraba era ese tipo de actos, las miradas atónitas cayeron de inmediato en ella, pues hasta ahora nadie había movido un dedo por salvar o inmiscuirse en lo que acontecía.
El halo pálido que coronaba la testa de aquel sujeto no fue suficiente para detenerla. Con las manos enguantadas sujetó los bordes de su estorbosa indumentaria.
–¡Alto! ¡Alto! Monsieur ¿Pero qué cree que está haciendo?–
Demandó, mientras con esfuerzo se colocaba delante de ellos, obstruyéndoles el paso.
Vesper Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/08/2015
Re: Cuestión de Perspectiva (Sybelle)
Su mente se hallaba en la cima de algo muy similar al orgasmo, pues no encontraba más placer que el descargar todas sus frustraciones en alguien que se creía lo suficientemente inteligente como para sobrepasar la férrea barrera que mantenía sobre el puerto, así como el escrutinio de numerosas mentes, con el único fin de localizar seres destinados a fallecer bajo sus fauces.
Cruel, desalmado, brutal, inhumano, atroz, despiadado. Miles de palabras le eran afines a su conducta, indudablemente deleznable para algunos, más, para él, un Vikingo milenario acostumbrado al arte de la guerra y la pasión de su egoísmo, nada le era ni lo más remotamente injusto. Es más, si lo pensaba con deteneminiento, carecía de aquello que todos denominaban como conciencia. En sí mismo, cada una de sus acciones estaban destinadas a mejorar su estilo de vida o aptitudes para la supervivencia. Estaba acostumbrado a medir las consecuecias de sus actos y actuar en consecuencia, así que, si en algún momento se le llegase a preguntar si se arrepentía de algo, lo cierto era que no. Pues aunque pareciera lo contrario, él ya había aceptado cualquier consecuencia derivada de su hacer, o a veces, de su no hacer, pues la omisión de una conducta o acción también acarreaba una secuela.
Pero nada, ni siquiera su milenio de existencia, le había preparado para ser frenado en medio de su idílico encuentro con su cena. Maldita fuera la mujer que se atrevía a alzarle la voz en público, a él. Ni siquiera sabía qué le irritaba más, si el que lo estuviera cuestionando delante de las personas del puerto, o que lo fulminase con aquellos enormes ojos claros, como si fuera alguien que estuviera saboteando la Navidad.
- Mi trabajo, señorita. Ahora, si es tan amable, me gustaría finalizar con la detención. - Le contestó con una suavidad inusitada, no sin antes haber tomado aire profundamente, inspirando para buscar aquella inexistente paciencia de la cual no era poseedor.
Era evidente que algo le había hecho inmiscuirse a aquella mujer, lo cual era gracioso, pues una vampiresa como él, estaba impidiendo que se zampase a un inquisidor. ¿No tenía el destino, otrora merecedor de terror por parte de su pueblo, una forma muy azarosa de mezclar a sus oscuras y malévolas criaturas?. ¿Se apartaría amablemente, o tendría que sisearle con sus colmillos, para recordarle que habían códigos que no se debían olvidar entre los de su especie?.
Cruel, desalmado, brutal, inhumano, atroz, despiadado. Miles de palabras le eran afines a su conducta, indudablemente deleznable para algunos, más, para él, un Vikingo milenario acostumbrado al arte de la guerra y la pasión de su egoísmo, nada le era ni lo más remotamente injusto. Es más, si lo pensaba con deteneminiento, carecía de aquello que todos denominaban como conciencia. En sí mismo, cada una de sus acciones estaban destinadas a mejorar su estilo de vida o aptitudes para la supervivencia. Estaba acostumbrado a medir las consecuecias de sus actos y actuar en consecuencia, así que, si en algún momento se le llegase a preguntar si se arrepentía de algo, lo cierto era que no. Pues aunque pareciera lo contrario, él ya había aceptado cualquier consecuencia derivada de su hacer, o a veces, de su no hacer, pues la omisión de una conducta o acción también acarreaba una secuela.
Pero nada, ni siquiera su milenio de existencia, le había preparado para ser frenado en medio de su idílico encuentro con su cena. Maldita fuera la mujer que se atrevía a alzarle la voz en público, a él. Ni siquiera sabía qué le irritaba más, si el que lo estuviera cuestionando delante de las personas del puerto, o que lo fulminase con aquellos enormes ojos claros, como si fuera alguien que estuviera saboteando la Navidad.
- Mi trabajo, señorita. Ahora, si es tan amable, me gustaría finalizar con la detención. - Le contestó con una suavidad inusitada, no sin antes haber tomado aire profundamente, inspirando para buscar aquella inexistente paciencia de la cual no era poseedor.
Era evidente que algo le había hecho inmiscuirse a aquella mujer, lo cual era gracioso, pues una vampiresa como él, estaba impidiendo que se zampase a un inquisidor. ¿No tenía el destino, otrora merecedor de terror por parte de su pueblo, una forma muy azarosa de mezclar a sus oscuras y malévolas criaturas?. ¿Se apartaría amablemente, o tendría que sisearle con sus colmillos, para recordarle que habían códigos que no se debían olvidar entre los de su especie?.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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Re: Cuestión de Perspectiva (Sybelle)
Aunque estaba consciente de la naturaleza de aquel ser inmortal. Sybelle no dudó en hacerle frente. Después de haber sido convertida y arrastrada hasta esa lobreguez que laceraba su existencia, se prometió a sí misma no permitir que ningún otro ser lastimara del mismo modo. Los ojos de la milenaria se apartaron por un par de segundos de aquel verdugo que exudaba un porte autoritario para centrar su atención en las marcas del jovencito a quien llevaban a rastras.
La piel lozana había sido lastimada en la parte del cuello y las muñecas, casi podía percibir el dolor que le causaban los grilletes, cuando lo más fácil resultaba cerrar su mente ante aquella dantesca escena, prefirió tomar partido. ¿Qué era aquello que le impulsaba a confrontar al extraño? No estaba del todo segura. Su instinto le empujaba a defenderlo sin tener demasiado en claro la razón.
Y es que había sido de esta manera en la cual ella había sobrevivido durante tanto tiempo. Era más que un código de honor.
–¿Así que su trabajo consiste en aprender inocentes como este jovencito?– clavó de lleno sus ojos en los orbes ajenos.
–Sin importar las circunstancias, usted caballero está dando por hecho que es culpable–
A su alrededor un par de murmullos se elevaban de lo más bajo hasta crear una marea de opiniones encontradas. Ninguno de aquellos participes resultaba ser uno de ellos, de tal modo que un par de miradas entre ambos vampiros bastaba para comprender lo que no podía expresarse con naturalidad. La gran mayoría de los bebedores de sangre se excitaban a la mínima provocación, creando un ambiente de tensión a su alrededor, no obstante, existían también otros métodos para defender sus puntos de vista, incluso contra los de su misma especie.
Sybelle no era una mujer bélica a pesar de llevar dicho lastre en sus orígenes, pero defendía a capa y espada lo que pesaba era correcto.
Las prendas oscuras y la cruz gamada sobre el pecho trastornaron de inmediato la posición de la mujer. Un par de meses atrás cuando recién había desembarcado en tierras galas, escuchó de los labios de un inquisidor que un hombre de origen griego estaba a cargo de múltiples misiones en la zona sur de la capital. Aunque su búsqueda había cesado momentáneamente al reencontrarse con Finn, ella aún se asía a la idea de que aquel hombre podría ser Alexandros. ¿Y si este pequeño rufián poseía información de valor? Daría todo lo que en su capacidad estuviera para evitar que fuese subyugado por su igual.
La piel lozana había sido lastimada en la parte del cuello y las muñecas, casi podía percibir el dolor que le causaban los grilletes, cuando lo más fácil resultaba cerrar su mente ante aquella dantesca escena, prefirió tomar partido. ¿Qué era aquello que le impulsaba a confrontar al extraño? No estaba del todo segura. Su instinto le empujaba a defenderlo sin tener demasiado en claro la razón.
Y es que había sido de esta manera en la cual ella había sobrevivido durante tanto tiempo. Era más que un código de honor.
–¿Así que su trabajo consiste en aprender inocentes como este jovencito?– clavó de lleno sus ojos en los orbes ajenos.
–Sin importar las circunstancias, usted caballero está dando por hecho que es culpable–
A su alrededor un par de murmullos se elevaban de lo más bajo hasta crear una marea de opiniones encontradas. Ninguno de aquellos participes resultaba ser uno de ellos, de tal modo que un par de miradas entre ambos vampiros bastaba para comprender lo que no podía expresarse con naturalidad. La gran mayoría de los bebedores de sangre se excitaban a la mínima provocación, creando un ambiente de tensión a su alrededor, no obstante, existían también otros métodos para defender sus puntos de vista, incluso contra los de su misma especie.
Sybelle no era una mujer bélica a pesar de llevar dicho lastre en sus orígenes, pero defendía a capa y espada lo que pesaba era correcto.
Las prendas oscuras y la cruz gamada sobre el pecho trastornaron de inmediato la posición de la mujer. Un par de meses atrás cuando recién había desembarcado en tierras galas, escuchó de los labios de un inquisidor que un hombre de origen griego estaba a cargo de múltiples misiones en la zona sur de la capital. Aunque su búsqueda había cesado momentáneamente al reencontrarse con Finn, ella aún se asía a la idea de que aquel hombre podría ser Alexandros. ¿Y si este pequeño rufián poseía información de valor? Daría todo lo que en su capacidad estuviera para evitar que fuese subyugado por su igual.
Vesper Mozes-Kor- Inquisidor Clase Alta
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Re: Cuestión de Perspectiva (Sybelle)
Alzó una de sus cejas con incrédula arrogancia, mientras aquella menuda mujer seguía moviendo aquellos labios rojizos, lanzándole una acusación por la que podría mandsrla azotar. A pesar de ser una barbarie, ningún hombre solía dejar que una mujer dictase el destino de cualquier mortal detenido en un trabajo como el suyo. Mucho menos de le permitía a cualquier fémina, el actuar de una forma tan poco decente. Era una lástima que no estuviera sacando aquel valor para ayudarle a librarse del inquisidor, sino para arañar a uno de sus congéneres.
Ya le había sucedido con anterioridad. No todos los vampiros tenían la misma visión del mundo, mucho menos de los valores que se consideraban correctos para asesinar a cualquier criatura. Pero había una verdad irrefutable; ante los inquisidores sólo cabían tres opciones: matarlos, huir de ellos o traicionar s tu estirpe y unirte a ellos.
Era evidente que aquella mujer no había optado por la opción de la muerte, así que sólo quedaban dos opciones. Una podría tacharla de inocente y absurda, en cambio la última, sólo iba a traerle la muerte. No había nada que Löwe tolerase menos que la debilidad y era, precisamente, la traición.
- Nunca he detenido a un inocente, señorita. - Sus ojos se estrecharon con astucia, cuestionandose qué sería capaz de hacer por aquel desconocido. ¿Lo atacaría solo para dejar en libertad a uno de esos indeseables?.
- La invito a expandir su mente, más allá de las apariencias, el mundo tiene asesinos que no durarían en poner fin a su vida por un desliz. - Evitó el recordarle que era ella la que estaba equivocándose, creyendo inocente a aquel muchacho. Si era lo suficiente crédula como para dejarse convencer por unas lágrimas no era asunto suyo.
- La única que da por hecho algo, es usted. Yo tengo pruebas suficientes contra el detenido y antes de que vuelva a contradecirme, le recuerdo que entorpecer una investigación ed motivo suficiente de detención y posterior juicio de escarmiento- No iba a dejar que nadie le dijera lo que era o no correcto, mucho menos que se metiera entre su cena y él. Era un asunto privado.
Así que rodeó a la mujer y siguió avanzando con tranquilidad, ignorando por completo la existencia de aquella muchacha.
Ya le había sucedido con anterioridad. No todos los vampiros tenían la misma visión del mundo, mucho menos de los valores que se consideraban correctos para asesinar a cualquier criatura. Pero había una verdad irrefutable; ante los inquisidores sólo cabían tres opciones: matarlos, huir de ellos o traicionar s tu estirpe y unirte a ellos.
Era evidente que aquella mujer no había optado por la opción de la muerte, así que sólo quedaban dos opciones. Una podría tacharla de inocente y absurda, en cambio la última, sólo iba a traerle la muerte. No había nada que Löwe tolerase menos que la debilidad y era, precisamente, la traición.
- Nunca he detenido a un inocente, señorita. - Sus ojos se estrecharon con astucia, cuestionandose qué sería capaz de hacer por aquel desconocido. ¿Lo atacaría solo para dejar en libertad a uno de esos indeseables?.
- La invito a expandir su mente, más allá de las apariencias, el mundo tiene asesinos que no durarían en poner fin a su vida por un desliz. - Evitó el recordarle que era ella la que estaba equivocándose, creyendo inocente a aquel muchacho. Si era lo suficiente crédula como para dejarse convencer por unas lágrimas no era asunto suyo.
- La única que da por hecho algo, es usted. Yo tengo pruebas suficientes contra el detenido y antes de que vuelva a contradecirme, le recuerdo que entorpecer una investigación ed motivo suficiente de detención y posterior juicio de escarmiento- No iba a dejar que nadie le dijera lo que era o no correcto, mucho menos que se metiera entre su cena y él. Era un asunto privado.
Así que rodeó a la mujer y siguió avanzando con tranquilidad, ignorando por completo la existencia de aquella muchacha.
Löwe Von Meer- Vampiro Clase Alta
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