Coto de caza - (Valverde)

por **Seelei Loganach** Dom Mar 13, 2016 9:27 pm

Los datos que había recibido la llevaron a los pantanos de las afueras de París, mil veces hubiera deseado llegar a ésta zona convertida en un tigre o en una leona, mas debía estar atenta y dar caza como una inquisidora, si así se daba el caso. Resopló subida aún en su caballo, vestida con su típico traje de caza, unos pantalones de cuero ajustados, una blusa blanca, chaleco de cuero, entre el chaleco y la blusa, un corsé que le permitía estar protegida de posibles ataques de garras de licantropos y cambiantes, ademas de las armas acomodadas de tal forma que si llegaba a escuchar algún sonido extraño, o se encontraba con maleantes, podría defenderse con las armas, tanto de fuego como su espada o las dagas arrojadizas que había comprado en la nueva armería que se encontraba en cercanías de la ciudad.

Consultó el reloj de bolsillo, era un implemento típico de hombre, pero a ella no le interesaba esas nimiedades, en verdad le había parecido algo de los mas novedoso y útil a la hora de consultar el tiempo que llevaba vigilando en una misión. Al abrir la tapa comprobó que pasaban un poco mas de las nueve de la noche, volvió a suspirar, pensando en lo cómoda que podría encontrarse a esa hora, convertida en un dulce minino, recibiendo el calor del hogar en la mansión de las hermanas Debussi, dos viejecillas dulces y cariñosas que la habían adoptado como su gato de compañía. Se enderezó en su montura, hizo sonar algunos huesos, mientras intentaba concentrarse en su espera interminable, era inútil pensar en lo que podría haber sido y no fue. A esa hora de la noche se encontraba en mitad de un pantano, esperando a un supuesto sobrenatural que usaba ese lugar como coto de caza y se suponía que aquella noche ella sería el plato principal de la cena, - vamos, demonios, no me hagas perder mi valioso tiempo, aparece... maldición - caviló mientras escuchaba como unos pasos se acercaban sigilosos hasta donde ella se encontraba.

por **Fabian Valverde** Dom Mar 20, 2016 7:16 am

- Debería usted saber que este es mi territorio, señorita Macbay.
Apoyado contra el tronco de un árbol se encontraba Fabian, mirando a la otra inquisidora con aire de desagrado.- De todas formas ya llega tarde.
Como párroco se dedicaba al pueblo, a sus feligreses, a todo aquél que quisiera su ayuda. ero como Inquisidor era rápido y no le gustaba que otro de su nivel anduvieran cazando en sus dominios. Parecía que fueran dos personas diferentes; el Fabian que todo lo hace por el pueblo y el que no deja que nadie le pise, mucho menos en su trabajo. Éste le cambiaba el humor.

- Ya puede usted marcharse -. Se encogió de hombros, con un gesto casi soberbio.
La noche era fría y en el pantano la niebla se extendía por todo el terreno, haciendo que apenas se pudiera ver algo más allá de las narices de uno.
El invierno de Francia era crudo, aunque no tanto como el de su amado y lejano Madrid. La lluvia caía con más frecuencia en París de lo que Fabian hubiera esperado, pero se había acostumbrado al clima con el paso de los lagos (y tediosos) años.
Hacía ya dos días que había acabado con el sobrenatural que usaba el pantano como coto de caza. No había sido difícil, aunque tuvo que ver cosas que no le agradaron, como a aquél maldito aprovechándose de niños que por allí jugaban, usándolos como cebo para atraer a presas más grandes, como sus padres o hermanos. Un espectáculo de lo más deplorable y asqueroso. Pero gracias a ver cosas así su rabia lo lanzaba contra el marcado, sin dejarle lugar a pensarlo dos veces.

El párroco tomó asiento sobre una gran roca cerca del árbol en el que estuvo apoyado. Deshizo el amarre de su petate y sacó la mitad de un queso y un cuchillo. Como sabía que debía aguardar a que cayera la noche se llevó la cena para hacer la espera menos tediosa. Y ahí había permanecido, observando a la inquisidora, divertido por tenerla esperando a algo que ya no iba a suceder.
La miró divertido y alzó un pedazo de queso para ofrecérselo, luchando por no echarse a reír.

por **Seelei Loganach** Sáb Abr 16, 2016 8:04 pm

El sonido de la voz masculina la hizo girar de un salto, sacando su arma, lista para luchar si era necesario. Pero al prestar atención a lo que decía el hombre, un gesto de furia se apoderó de su rostro, - ¿Qué? – Dijo acercándose con precaución al párroco, - Valverde ¿me estás diciendo que todo este tiempo estuviste escondido y sabiendo que el infeliz no iba a llegar? - Ealair, no sabía si tenía más bronca, porque no se hubiera percatado de la presencia de ese licántropo o porque su cabeza andaba recordando inquisidores que no debía ni prestar atención, - maldito… bas… - se percató que estaba a punto de insultar al religioso y prefirió callar, al fin de cuentas, el hombre era un enviado de Dios y un aliado, pero eso no quitaba que había sido un bastardo al tenerla ahí por horas, helada y muerta de frio como un gato callejero.

- Me podrías haber avisado apenas verme, joder, que estoy más calada que sandia en pleno verano – dijo quitando con furia de la mano del párroco el trozo de queso y masticándolo sin una pisca de femineidad. Se sentó en el suelo, enfrente del inquisidor y lo contempló mientras masticaba con la boca cerrada pero con fuerza el pobre trozo de queso. Cuando lo tragó, haciendo ruido, se limpió la boca con el dorso de la mano, - ¿tienes algo para beber? Porque yo traje un poco de whisky, pero no sé si los hombres de sotana son de tomar bebidas espirituosas – dijo buscando picar al lobo. Abrió su morral y sacó una petaca de plata pero cubierta de cuero, -¿la plata te hace mal? ¿O solo cuando te hieren con ella? – había cosas que no se detenía en pensar, como por ejemplo, cómo debía hacer un licántropo para lidiar con todos los objetos que eran realizados con el material que podía ser mortal para ellos.

Luego de dar el primer sorbo, le ofreció la petaca a su compañero, - dime, si lo habías matado ya, porque no elevaste el informe? ¿ no será que el lobo que está matando a los campesinos por ésta zona, en verdad eres tú?- Dijo con sorna, sabiendo que aquello podría enojarlo de verdad, bien sabía que era un concienzudo hombre de la iglesia, incapaz de herir a sus feligreses, por lo menos no conscientemente.

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