▬ Imara Rákóczi ▬

Personalidad

La expresión literal de ser un lienzo arruinado podría ser el enunciado perfecto para detallar a Imara. Destructora de sí misma, parte de una piel con innumerables marcas en el cuerpo, cicatrices y tatuajes, autoflagelaciones que quedaron de por vida en ella. Para su tristeza, siquiera las marcas podrían quitarle la indudable singularidad y belleza que mantiene. Quizá podría llamarle “arte abstracto”, pero tal término aún no cabe en éste siglo.
Con unos ojos verde agua que según la luz cambian a azules y un abundante cúmulo de pestañas negras, podría hacer que cualquiera se la quede mirando. Pero su nariz, respingada y puntuda, acata la atención de quienes la intentan retratar en la memoria. Sus labios son de un grueso suficiente, pero sin llegar a lo burdo y sus pómulos resaltan en la longitud de su rostro anguloso. Un mentón fino y hacia atrás que hace de su rostro algo ovalado al final. Con orejas pequeñas que en conjunto con todo lo demás, dan una expresión de eterna consternación, como si en apariencia, no supiera nunca dónde está parada.
Sus cabellos eran de un rubio claro cuando era joven, casi grises, pero con los años se fue oscureciendo a un ceniza amarronado. Ella añora aquel oro que solía tener y lo tiñe, buscándolo seguidamente. Eso le recuerda quién es en realidad. Y conmemora siempre su físico, adulterándolo para peor al ver que cambia tan rápidamente, odiándose por crecer y envejecer.
Su cuerpo en sí, por otro lado, es esbelto, aunque con curvas profundas, las cuales no duda en utilizar para sus propios beneficios. La piel se mantiene suave en las partes sanas y corrugadas en donde las cicatrices se le esparcen, tal como en las muñecas o el vientre; e infinitos puntos hechos con látigos en su espalda conmemoran un sinfín de estrellas. Producto de propios daños hechos.
Pero claro, si la vez a la cara nada como eso podrías imaginar, ya que tiene una sonrisa grácil, lozana e incluso inexperta. Formando pequeños hoyuelos en sus mejillas que dan un aura vivaz y nada senil. ¡La viva imagen de la incongruencia!



Su historia comienza desde el vientre de la madre, una cambiaformas gitana que iba de hombre en hombre buscando que la mantuvieran con los lujos y perfecciones que ella quería. Tenía un hijo con las mismas dotes que ella y aunque parecían tener relaciones complicadas, vivían el uno para el otro. No había un padre que los ayudara y hasta el momento ella desconoce el por qué, jamás le preguntó por el señor, simplemente no le interesaba. El hombre de la casa era un pequeño de mente mayor. La mujer, Eszter Rákóczi, buscaba siempre un Danna, un hombre adinerado que aportara financiamiento a su vida a cambio de entretenimiento y encanto. Pero envejecer siempre costaba y huir de cazadores aún más. Fue a la edad de 38 de Miklós, cuando Imara nació. ¿El padre? Un cazador. Eszter había seducido a uno de los hombres que los perseguían, logrando concebir una vida a cambio de que no los terminaran asesinando. Y todo hubiese terminado bien si el parto hubiese sido normal, habrían podido hacer una vida sin miramientos, pero no. Desde siempre, Imara fue condenada a pasar de tragedia en tragedia. Siendo la primera, asesinar a su madre por haber estado mal posicionada en su interior. Rompiéndole los huesos, los órganos, robándole la existencia.
Jamás pudo ver el rostro de su madre, sin embargo, nada de eso le importaba, Miklós, quien se había hecho cargo de su diminuto ser, la había criado incluso con más amor de lo que podría darle una familia normal. Aparentemente, él la había “robado”, intercambiándola por un niño muerto para que nadie nunca los persiguiera. Imara nunca podría haberle agradecido tanto sus acciones durante sus primeros quince años de vida. Aunque éstas fuesen la condena que los llevó a la separación.
Se había enamorado de su hermano, de su mirada y voz amable, de su gran capacidad para sobrevivir sin importar las situaciones. Al principio, escondía cada uno de sus sentimientos, le veía trabajar, humillarse y también llegar ebrio a la casa, le sentía el aroma a sexo y lloraba en silencio. Las bromas salían de su lengua siempre que podía, aminorando cualquier tipo de sospecha por parte de su perfecto hermano mayor. Al fin y al cabo, era feliz. Ambos lo eran porque se tenían el uno al otro. Ella como humana, él como un cambiante que envejecía lentamente. Imara ayudaba, aprendía a ser mujer para los quehaceres, para mantener a Miklós feliz y quizá, en algún momento, enamorarlo al convertirse en una verdadera dama. Mientras tanto no podía hacer nada para seducirlo, tenía un cuerpo que casi podía compararse con el de un niño y una mentalidad que, aunque sabía perfectamente a dónde quería ir, no tenía los recursos para lograrlo.
Sus quince años estaban a punto de llegar, momento en el que esperaba tener el período que le avisaba que ya era una doncella. Había preparado los más ricos manjares que podían comprar. Era una casa humilde, pequeña y sin lujos, pero Imara había ahorrado cada céntimo que sobraba de lo matutino para ese día. Ella, jamás iba a suponer lo que estaba a punto de pasar.
Los recuerdos se tornan complicados cuando uno entra en shock, eso lo sabemos todos. Pero, ¿no es aún más perturbante cuando no sabes lo que está pasando y tampoco puedes hacer nada para evitarlo? Humana, quince años, metro cincuenta y apenas treinta y cinco kilos. Muy poco era capaz de hacer más que gritar, patalear y llorar. Su hermano estaba muriendo frente a sus ojos y con ello toda expectativa de vida, todo brillo y toda felicidad se esfumaba con su último aliento. Quizá si Imara hubiese tenido los poderes de su familia materna habría podido ayudarlo, pero no. Todo se reducía a eso. Una simple imposibilidad.
Y ahí comienza la historia de la protagonista de éstas letras. Aislada en un mundo de sangre y destrucción, supo que esa sería la única salvación. Ser como ellos… No. Ser peor que cualquiera de ellos.
La recientemente mujer tuvo los más sombríos entrenamientos, físicos y mentales. El auge de la psicología era conocido por muchos y los cazadores no se quedaban atrás, el conductismo era la base que usaban para la mente de Imara, aludiéndole diferentes remembranzas sobre lo que tenía que hacer en su vida. Buscando darle el mismo objetivo que ellos, de una manera más cruel y dictadora. Y hubiesen tenido éxito si la mentalidad de la muchacha hubiese estado compuesta, pero ya la habían roto, la habían destruido lo suficiente como para que ella entendiera qué es lo que querían y actuara de tal manera. Su capacidad para la venganza comenzó a tomar tanto lugar en sus pensamientos que hacer las cosas le era demasiado fácil, ¿razones? Cuando uno pierde el miedo a morir, nada le causa exaltación, todo se hace en la justa medida y la muerte comienza a ignorarte. “Demasiado fácil” sería terminar con su vida.
Ahora tiene veinte años y ha matado a más cazadores de los que recuerda, también a sobrenaturales, la verdad es que no le hace ninguna pena destruirlos, a menos claro, que sean cambiantes y le recuerden a su pasado muerto. En ese caso tiene que juntar voluntad para que esa máscara que oculta en la tercera capa de su existencia no salga a relucir. Básicamente sigue buscando obtener alguna felicidad a base de muertes ajenas y dolor propio. Se deja llevar por aquel grupo de cazadores, los que en estos días se dirigen a París. Una ciudad con grandes cúmulos de energía mágica y sobrenatural. Dispuestos a terminar con todos ellos que no son mortales, que patética puede ser la envidia de los hombres.






Especialista en trampas, más estratega que otra cosa. En cuestión armas se dedica a los rifles, pistolas, ballestas y arco y flecha. Es decir, en elementos a distancia. Pero obviamente, conoce perfectamente el uso de armas cuerpo a cuerpo, tales como navajas o cuchillos.



Encontró su primer coito con un licántropo, el cual parecía haber atacado al grupo de cazadores. Le cortó la cabeza para llevarla como trofeo y como símbolo de confianza.
Ellos creen que realmente hicieron que Imara se convierta en una Finnegan, apellido de su padre y de la familia.
Cada cumpleaños desde la muerte de su hermano marca una línea en su pierna, hasta ahora tiene cinco.
Le gustan los excesos, pero jamás llega a los límites, no se permite no tener conciencia pues está siempre preparada para asesinar y para protegerse.
Los tatuajes en su cuerpo son las historias felices de su vida, solo hay historias desde los quince hacia abajo, las cicatrices son las tristes, de los quince hacia arriba.
Usa el apellido de su madre para presentarse en todos los lugares que no tienen que ver con cazadores. La única marca de que sigue siendo libre en mente y alma.