AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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La Dolce Vita [Privado]
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La Dolce Vita [Privado]
Sólo un par de fragancias habían sido enviadas a sus destinatarios durante el transcurso de la semana y después de su visita a la mansión de aquella mujer de alta cuna nada más había llegado a cristalizarse. Consciente estaba de las condiciones que pesaban sobre los hombros de nuevos perfumistas como él. Su nombre ni siquiera resultaba ser reconocido por las damiselas de sociedad que tan solo se internaban a su humilde local a observar y atravesar nuevamente la puerta con cierto aire de desdén. Costaba demasiado incursionar en el mercado con fragancias novedosas si no poseía los recursos suficientes para hacerse de nuevo material. Especies que le resultaban imposibles adquirir debido al elevado costo de las mismas. ¿Habría sido lo correcto? Iniciar desde cero cobijado tan solo por la bendición de su abuela antes de morir. Suspiró. Sus orbes nostálgicos se perdieron por unos instantes en el vaivén de aquellos extraños caminando a las afueras del local.
Abrió la puerta y se mantuvo bajo el umbral. Sus manos se cobijaron dentro de los bolsillos y con su atención ahora centrada en el pórtico de enfrente, pensó en los días que habían transcurrido desde la última vez que vio a Esteve, parecería quimérico o ingenuo pero las horas se ahogaban con lentitud en el reloj, las tonalidades solo se tornaban un poco más brillantes cuando aquel joven se materializaba frente a sus ojos. Sonrió como un niño cuando pensaba en aquellos momentos que acarreaban solaz a sus días.
–¿Dónde estás Esteve?–
Susurró al viento febril que poco a poco empezaba a soplar, obligando a los pocos transeúntes a resguardarse en sus hogares o en lugares que les brindaran un poco de cobijo. Pues en cuestión de minutos una tormenta azotaría cada rincón de la capital gala. Dio media vuelta y acomodó un par de botellas y frascos dentro de sus diminutas cajas, mientras el sonido del ventarrón se estrellaba de lleno contra los pequeños ventanales. En cuestión de segundos la lluvia argenta caía sobre las calles. Se adentró en la habitación contigua a la mostrada ante la clientela y fue inevitable no pensar que las notables cuarteaduras en la construcción le mantendrían en vela para evitar que los pocos productos se arruinasen, acomodó un par de baldes bajo las goteras cuando el sonido de la campanilla le alertó de un visitante.
Para su sorpresa una mujer de tez oscura se hallaba de pie a lado de la puerta, había quizás golpeado sin querer pues no tenía intenciones de adentrarse.
–Oh, ¿Se encuentra bien? Por favor madmoiselle pase, pase–
Espetó de inmediato escoltándole al interior, le resultaba algo difícil interactuar con extraños pero su ingenuidad le dictaminaba mostrar su mejor cara ante quien parecía haber padecido un mal día.
Abrió la puerta y se mantuvo bajo el umbral. Sus manos se cobijaron dentro de los bolsillos y con su atención ahora centrada en el pórtico de enfrente, pensó en los días que habían transcurrido desde la última vez que vio a Esteve, parecería quimérico o ingenuo pero las horas se ahogaban con lentitud en el reloj, las tonalidades solo se tornaban un poco más brillantes cuando aquel joven se materializaba frente a sus ojos. Sonrió como un niño cuando pensaba en aquellos momentos que acarreaban solaz a sus días.
–¿Dónde estás Esteve?–
Susurró al viento febril que poco a poco empezaba a soplar, obligando a los pocos transeúntes a resguardarse en sus hogares o en lugares que les brindaran un poco de cobijo. Pues en cuestión de minutos una tormenta azotaría cada rincón de la capital gala. Dio media vuelta y acomodó un par de botellas y frascos dentro de sus diminutas cajas, mientras el sonido del ventarrón se estrellaba de lleno contra los pequeños ventanales. En cuestión de segundos la lluvia argenta caía sobre las calles. Se adentró en la habitación contigua a la mostrada ante la clientela y fue inevitable no pensar que las notables cuarteaduras en la construcción le mantendrían en vela para evitar que los pocos productos se arruinasen, acomodó un par de baldes bajo las goteras cuando el sonido de la campanilla le alertó de un visitante.
Para su sorpresa una mujer de tez oscura se hallaba de pie a lado de la puerta, había quizás golpeado sin querer pues no tenía intenciones de adentrarse.
–Oh, ¿Se encuentra bien? Por favor madmoiselle pase, pase–
Espetó de inmediato escoltándole al interior, le resultaba algo difícil interactuar con extraños pero su ingenuidad le dictaminaba mostrar su mejor cara ante quien parecía haber padecido un mal día.
Última edición por Fabrice Fournier el Vie Mayo 06, 2016 1:04 pm, editado 1 vez
Kaled Fayolle- Prostituto Clase Alta
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Edad : 36
Re: La Dolce Vita [Privado]
La vida de la jovencita había cambiado por completo, aunque reconocía que nada le parecía divertido, y que tampoco le resultaba muy gracioso. Todo había dado vueltas, un giro de 360 grados. A veces no comprendía los designios de Dios, pero tampoco era quien para cuestionar lo que el altísimo quisiera hacer con ella. Su nueva vida la ponía tan nerviosa, que los primeros tres días poco pudo dormir, cuando se veía en el espejo recordaba la realidad de las cosas, ella seguía siendo negra, probablemente siempre lo sería, y lo peor de todo es que nunca habría una cura para tal mal social. A veces se creía bonita, pero una mujer con ese color de piel tenía prohibido serlo, más aún pensar en serlo, era un acto completamente en contra de lo real, de lo permitido. Tanta confusión la ponía mal, ¿qué se suponía debía de ser? No se acostumbraba a ser tratada como si fuera una mujer blanca, como si su voz de verdad importara en la sociedad, y sobretodo en una casa.
Mucho tiempo atrás llevaba sin ir al mercado ambulante. Damien se lo había prohibido, se había enterado de la forma en que la trataba la gente cuando la veía, y no quiso volverla a poner en riesgo. Sin embargo vivir encerrada por el miedo de morir no era su deporte favorito, por esa razón esa tarde se negó a no hacer las compras. En un principio todos se negaron, pero a final de cuentas accedieron porque sabían no era para nada saludable que no viera el mundo exterior. Uno de los empleados había accedido a acompañarla, aunque ella no lo supera en realidad.
Do’ingn iba a ir custodiada desde lo lejos, así no la hacían infeliz al no dejarla salir, y tampoco pero tampoco desobedecían las instrucciones del patrón.
La negra caminaba por las calles de París, a paso lento se dirigía con emoción a su destino. Observaba de forma soñadora todo al detalle, quizás estaba empezando a creerse tanto su burbuja de cuentos de hada, que ignoraba lo que en verdad podría pasarle, llegaba verse bastante ingenua, pero ¿qué otra cosa se le podía pedir? Cuando se vive con miedo, sintiéndose inferior, lo más normal resultaba que con un poco de amor se llegara a sentir indestructible, pero poco le duró el gusto, pues la negra termino por ser observaba de mala manera por un grupo de nueva ricas, y las palabras ofensivas no se hicieron esperar. Los hombros rectos de la jovencita terminaron por encorvarse, hasta el grado que su mirada se incrustó en el suelo, el temblor se hizo presente, y también el miedo a la muerte; algunas de esas mujeres se acercaban de forma que la intimidaban. Lo peor del caso vino cuando la empujaron, y tontamente se escondió en un pequeño y sucio local. La voz del ser humano de adentro la hizo respingar.
— Perdóneme, no quería molestarle, es sólo que tenía miedo — Su rostro volvió a agacharse, cerró con fuerza los ojos, sintió vergüenza de llorar frente a un desconocido, quizás hasta la podría cundir en golpes por su insolencia.
Mucho tiempo atrás llevaba sin ir al mercado ambulante. Damien se lo había prohibido, se había enterado de la forma en que la trataba la gente cuando la veía, y no quiso volverla a poner en riesgo. Sin embargo vivir encerrada por el miedo de morir no era su deporte favorito, por esa razón esa tarde se negó a no hacer las compras. En un principio todos se negaron, pero a final de cuentas accedieron porque sabían no era para nada saludable que no viera el mundo exterior. Uno de los empleados había accedido a acompañarla, aunque ella no lo supera en realidad.
Do’ingn iba a ir custodiada desde lo lejos, así no la hacían infeliz al no dejarla salir, y tampoco pero tampoco desobedecían las instrucciones del patrón.
La negra caminaba por las calles de París, a paso lento se dirigía con emoción a su destino. Observaba de forma soñadora todo al detalle, quizás estaba empezando a creerse tanto su burbuja de cuentos de hada, que ignoraba lo que en verdad podría pasarle, llegaba verse bastante ingenua, pero ¿qué otra cosa se le podía pedir? Cuando se vive con miedo, sintiéndose inferior, lo más normal resultaba que con un poco de amor se llegara a sentir indestructible, pero poco le duró el gusto, pues la negra termino por ser observaba de mala manera por un grupo de nueva ricas, y las palabras ofensivas no se hicieron esperar. Los hombros rectos de la jovencita terminaron por encorvarse, hasta el grado que su mirada se incrustó en el suelo, el temblor se hizo presente, y también el miedo a la muerte; algunas de esas mujeres se acercaban de forma que la intimidaban. Lo peor del caso vino cuando la empujaron, y tontamente se escondió en un pequeño y sucio local. La voz del ser humano de adentro la hizo respingar.
— Perdóneme, no quería molestarle, es sólo que tenía miedo — Su rostro volvió a agacharse, cerró con fuerza los ojos, sintió vergüenza de llorar frente a un desconocido, quizás hasta la podría cundir en golpes por su insolencia.
Última edición por Do'ingn Mbah el Jue Mayo 19, 2016 9:22 pm, editado 1 vez
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: La Dolce Vita [Privado]
Apenas pudo escuchar los murmullos de aquel tumulto a las afueras del local. No obstante su atención se mantuvo en la mujer de color que había ingresado de forma repentina, avanzó un par de pasos hacia la puertezuela ¿Qué había hecho aquella desconocida para que le hablaran de tal manera? Sólo abrió unos segundos para indicar que estaba cerrado. El eco que producía la campanilla colgante en la parte superior fue el único sonido entre ambas siluetas. El joven se admiró de la belleza prendida a su timidez y mirada retraída. Los orbes oscuros como el cabello mismo y los labios generosos que temblaban sin poder balbucear otra frase que no fuera una disculpa.
–Descuide madmoiselle, ellos no cruzaran esa puerta se lo aseguro–
Colocó sus manos sobre la cintura, inflando ligeramente el pecho y guiñó un ojo para brindarle un poco de confianza. Sonrió posteriormente.
El mundo podía mostrar diversas facetas, aunque siempre existía la máscara de crueldad y desdén hacía los menos afortunados. Los desdichados que se ubicaban por debajo del nivel social que predominaba en las calles. Fabrice se había acostumbrado a dichos adjetivos pues su abuela siempre le habló de aquellos modales, preparándole siempre para sucesos como el que resolvió de la mejor manera posible instantes atrás. Siempre se le veía con ese semblante risueño y de nobleza, listo para acudir en ayuda de quien lo necesitase. Se sobresaltó de repente y enseguida le proporcionó una silla, pero que distraído.
–Puede tomar asiento, descuide no le haré daño, por favor–
Indicó ligeramente con un ademan en diestra para que ella aceptara la invitación.
–Mi nombre es Fabrice Fournier– estiró la mano pero al notar el nerviosismo ajeno, decidió detenerse, lo que menos quería era incomodarle y darle la impresión de ser un pilluelo.
Suspiró.
El golpeteo ligero de la lluvia apenas se alcanzaba a escuchar.
–Si el clima continua de esa manera, será muy difícil que pueda regresar a casa, pero esperaré con usted a que despeje el cielo y si gusta puedo escoltarle de regreso– Encogió los hombros con pesadez –Soy francés y aun así a veces siento que la ciudad terminará por volverme loco con tantas calles y lugares secretos–
Se cruzó de brazos y observó a través de la ventana.
–¿Puedo saber su nombre madmoiselle?–
Los orbes cristalinos del joven aguardaron una reacción en ella, mirándole sin resultar invasivo en sus conjeturas, al parecer aún estaba tratando de asimilar lo que había ocurrido.
–Descuide madmoiselle, ellos no cruzaran esa puerta se lo aseguro–
Colocó sus manos sobre la cintura, inflando ligeramente el pecho y guiñó un ojo para brindarle un poco de confianza. Sonrió posteriormente.
El mundo podía mostrar diversas facetas, aunque siempre existía la máscara de crueldad y desdén hacía los menos afortunados. Los desdichados que se ubicaban por debajo del nivel social que predominaba en las calles. Fabrice se había acostumbrado a dichos adjetivos pues su abuela siempre le habló de aquellos modales, preparándole siempre para sucesos como el que resolvió de la mejor manera posible instantes atrás. Siempre se le veía con ese semblante risueño y de nobleza, listo para acudir en ayuda de quien lo necesitase. Se sobresaltó de repente y enseguida le proporcionó una silla, pero que distraído.
–Puede tomar asiento, descuide no le haré daño, por favor–
Indicó ligeramente con un ademan en diestra para que ella aceptara la invitación.
–Mi nombre es Fabrice Fournier– estiró la mano pero al notar el nerviosismo ajeno, decidió detenerse, lo que menos quería era incomodarle y darle la impresión de ser un pilluelo.
Suspiró.
El golpeteo ligero de la lluvia apenas se alcanzaba a escuchar.
–Si el clima continua de esa manera, será muy difícil que pueda regresar a casa, pero esperaré con usted a que despeje el cielo y si gusta puedo escoltarle de regreso– Encogió los hombros con pesadez –Soy francés y aun así a veces siento que la ciudad terminará por volverme loco con tantas calles y lugares secretos–
Se cruzó de brazos y observó a través de la ventana.
–¿Puedo saber su nombre madmoiselle?–
Los orbes cristalinos del joven aguardaron una reacción en ella, mirándole sin resultar invasivo en sus conjeturas, al parecer aún estaba tratando de asimilar lo que había ocurrido.
Kaled Fayolle- Prostituto Clase Alta
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Edad : 36
Re: La Dolce Vita [Privado]
En París, los hombres y las mujeres resultaban muy radicales. Sus creencias iban por encima de cualquier cosa, más aún los estatus sociales, ¡y que decir de las tonalidades de la piel! Casi todos creían ser superiores al resto, eso sin importar que su vida fuera a duras penas modesta, pero los que no tenían derecho a nada eran los que caracterizaban a la jovencita. Piel morena era suficiente para ver de manera hostil, pero la piel de una negra, resultaba el peor de los pecados, por eso la esclava del señor Damien terminaba por poner en riesgo su vida si salía a la calle, pero nunca entendía, no le gustaba estar encerrada en esas cuatro paredes del castillo de apariencias en el que vivía. Su misión había sido servir, aunque no le disgustaba, siempre soñaba con más, nunca llegaría a eso, pero soñaba y luchaba con tener más y más. ¡Algún día! Quizás después de la muerte lo tendría.
No iba a negarlo, con anterioridad había conocido a una mujer rubia tan buena como los ángeles que vivían en las historias que en algún momento su madre le había relatado, pero sólo había sido una entre un millón. Aquella joven la había tratado con bondad, igualdad, y con amor. Ese tipo de amor que se le da al prójimo sólo por compartir el mismo ecosistema; el planeta tierra. habían pasado ya tantos meses desde su último encuentro, que se preguntaba si aún la querría como amiga. La simple idea del no le ocasionaba extrema melancolía.
Observó al hombre con desconfianza, como siempre lo hacía, y no era para menos. ¡La pobre negra sólo recibía odio y deseos de muerte! Nada era en un plan de armonía e igualdad. ¡Eso ni en sueños!
— Po-Po-Podrían asesinarlo si me auxilia — Para Do’ingn, el tartamudear era un claro signo de terror e inseguridad, porque en realidad no padecía ese mal. — Po-Po-Podrían destruir su local si lo ven siendo tan gentil conmigo — Agachó el rostro, ya no quedaban lagrimas que derramar por el hecho de ser negra, ahora simplemente quedaba vacío, que en realidad era muchísimo peor. — No de-de-debería ponerse en riesgo por una negra — Continuó, ¿pero qué acaso algunas personas se estaban volviendo locas? ¿Acaso no tenían interés e preservar sus días de vida, aquellos que Dios les había otorgado? La bondad hacía ella la confundía, y por eso lo creía algo extraordinario, o incluso negativo. Quizás para el mundo de los negros, la bondad era sinónimo de maldad, del infierno. ¡No se podía saber! Suspiró con profundidad, porque se había dado cuenta que sus palabras no eran las correctas, se estaba tardando en responder las preguntas del blanco, eso podría ser sinónimo de horca.
— Me llamo Do’ingn, soy de un lugar lejano, que no recuerdo el nombre, pero llevó muchos meses llegar en barco hasta aquí, y le agradezco sus cuidados y ofrecimiento, pero no puedo tomarlo, no sería capaz de ponerlo en riesgo — Una esclava muy sincera, y aunque a esas alturas de la vida tendría que sentir odio, y no importarle la vida de los demás, lo hacía, porque su corazón seguía siendo inocente y puro.
No iba a negarlo, con anterioridad había conocido a una mujer rubia tan buena como los ángeles que vivían en las historias que en algún momento su madre le había relatado, pero sólo había sido una entre un millón. Aquella joven la había tratado con bondad, igualdad, y con amor. Ese tipo de amor que se le da al prójimo sólo por compartir el mismo ecosistema; el planeta tierra. habían pasado ya tantos meses desde su último encuentro, que se preguntaba si aún la querría como amiga. La simple idea del no le ocasionaba extrema melancolía.
Observó al hombre con desconfianza, como siempre lo hacía, y no era para menos. ¡La pobre negra sólo recibía odio y deseos de muerte! Nada era en un plan de armonía e igualdad. ¡Eso ni en sueños!
— Po-Po-Podrían asesinarlo si me auxilia — Para Do’ingn, el tartamudear era un claro signo de terror e inseguridad, porque en realidad no padecía ese mal. — Po-Po-Podrían destruir su local si lo ven siendo tan gentil conmigo — Agachó el rostro, ya no quedaban lagrimas que derramar por el hecho de ser negra, ahora simplemente quedaba vacío, que en realidad era muchísimo peor. — No de-de-debería ponerse en riesgo por una negra — Continuó, ¿pero qué acaso algunas personas se estaban volviendo locas? ¿Acaso no tenían interés e preservar sus días de vida, aquellos que Dios les había otorgado? La bondad hacía ella la confundía, y por eso lo creía algo extraordinario, o incluso negativo. Quizás para el mundo de los negros, la bondad era sinónimo de maldad, del infierno. ¡No se podía saber! Suspiró con profundidad, porque se había dado cuenta que sus palabras no eran las correctas, se estaba tardando en responder las preguntas del blanco, eso podría ser sinónimo de horca.
— Me llamo Do’ingn, soy de un lugar lejano, que no recuerdo el nombre, pero llevó muchos meses llegar en barco hasta aquí, y le agradezco sus cuidados y ofrecimiento, pero no puedo tomarlo, no sería capaz de ponerlo en riesgo — Una esclava muy sincera, y aunque a esas alturas de la vida tendría que sentir odio, y no importarle la vida de los demás, lo hacía, porque su corazón seguía siendo inocente y puro.
Do'ingn Mbah- Esclavo
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Re: La Dolce Vita [Privado]
De pie frente a la chica su corazón fue ligeramente estrujado por la incertidumbre de saber que le había orillado a caminar por los callejones. Aún estaba plasmada en su mente la tarde que le habían asaltado. No tenía más de una semana en aquel lugar y la desgracia le recibió, pero de igual manera, sintió un poco más de alivio cuando aquel extraño de nombre Esteve acudió en su ayuda. Fabrice sonrió ligeramente, una línea fugaz como la estela que marca una estrella perdida en el firmamento. Y es que no podía evitar hacerlo cuando la efigie del joven venía a su mente. Quería ser alguien de confianza, alguien que pudiera socorrerle cuando lo necesitara, así que pensó bien su discurso antes de responder. La inseguridad que ella mostraba resultaba abrumadora, trató de ser claro en sus palabras y de ese modo infundirle un poco de paz.
A pesar de lo expuesto en la retórica ajena el joven se negaba a creer que existiera alguien con poco razonamiento para juzgarle de dicho modo. Dio un paso atrás para respetar el espacio que ella misma demandaba al comportarse así.
–No tiene por qué preocuparse madmoiselle, eso no sucederá si no respondemos a su agresión, la serenidad es nuestra mejor arma cuando nos enfrentamos a mentes violentas–
Suspiró con pesadez ya que cayó en la cuenta que demandaría tiempo convencerle de lo contrario y no la culpaba. Cada mente era un mundo distinto que reflejaba una realidad paralela, la preocupación de Fabrice no se centraba en sólo apartarla de esos pensamientos sino en asegurarse que en adelante pudiera aprender a valerse por sí misma sin tener que mostrar la mirada baja cuando se dirigía a alguien más.
–¿Qué somos al final del día madmoiselle? blancos, negros que importa el color de la piel. Somos seres humanos, con defectos y virtudes. Así que no se preocupe por mí, le ofrezco con mucho gusto el espacio hasta que pueda regresar–
Omitió la palabra hogar, porque bien sabía las condiciones bajo las cuales se regía la capital, ella seguramente estaba destinada a ser objeto de humillaciones por el simple hecho de ser alguien de color, no obstante por un par de minutos, por un instante se permitió convencerle de ser alguien diferente, alguien que con suerte podría liberarse algún día de dicha carga.
–Mucho gusto, es un placer. Yo soy francés, pero me considero un extraño en la capital al igual que usted porque no nací en Paris–
Caminó lentamente hacia el mostrador y sostuvo una muestra de los últimos perfumes que había elaborado.
–Este es mi trabajo madmoiselle, soy perfumista y mi local aunque es pequeño y sencillo como puede ver, es todo lo que tengo por ahora–
Quería hacerle entender que el hecho de ser blanco no le garantizaba un lugar de renombre dentro de la jerarquía, pues era tan noble y sencillo como ella.
A pesar de lo expuesto en la retórica ajena el joven se negaba a creer que existiera alguien con poco razonamiento para juzgarle de dicho modo. Dio un paso atrás para respetar el espacio que ella misma demandaba al comportarse así.
–No tiene por qué preocuparse madmoiselle, eso no sucederá si no respondemos a su agresión, la serenidad es nuestra mejor arma cuando nos enfrentamos a mentes violentas–
Suspiró con pesadez ya que cayó en la cuenta que demandaría tiempo convencerle de lo contrario y no la culpaba. Cada mente era un mundo distinto que reflejaba una realidad paralela, la preocupación de Fabrice no se centraba en sólo apartarla de esos pensamientos sino en asegurarse que en adelante pudiera aprender a valerse por sí misma sin tener que mostrar la mirada baja cuando se dirigía a alguien más.
–¿Qué somos al final del día madmoiselle? blancos, negros que importa el color de la piel. Somos seres humanos, con defectos y virtudes. Así que no se preocupe por mí, le ofrezco con mucho gusto el espacio hasta que pueda regresar–
Omitió la palabra hogar, porque bien sabía las condiciones bajo las cuales se regía la capital, ella seguramente estaba destinada a ser objeto de humillaciones por el simple hecho de ser alguien de color, no obstante por un par de minutos, por un instante se permitió convencerle de ser alguien diferente, alguien que con suerte podría liberarse algún día de dicha carga.
–Mucho gusto, es un placer. Yo soy francés, pero me considero un extraño en la capital al igual que usted porque no nací en Paris–
Caminó lentamente hacia el mostrador y sostuvo una muestra de los últimos perfumes que había elaborado.
–Este es mi trabajo madmoiselle, soy perfumista y mi local aunque es pequeño y sencillo como puede ver, es todo lo que tengo por ahora–
Quería hacerle entender que el hecho de ser blanco no le garantizaba un lugar de renombre dentro de la jerarquía, pues era tan noble y sencillo como ella.
Kaled Fayolle- Prostituto Clase Alta
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