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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Wyatt O'Shaughnessy Jue Jul 12, 2018 10:54 pm


Mors tua, vita mea (latin): your death, my life.


A esto se había reducido todo. Por fin, su graciosa esposa, había dejado de molestarlo; claro, tuvo que hacerse cargo él mismo, como siempre había sido. Barajó varias opciones para cometer este crimen: veneno y una daga fueron las opciones que más rondaron su cabeza, pero el primero le pareció un método demasiado femenino, y lo segundo algo nada discreto. Al final, mandó a alguien, a uno de los hombres de sus socios italianos que le debía un favor, y así estuvo saldada la cuenta.

Elise estaba muerta. Wyatt la había matado.

Ahora sólo tenía que fingir ser un esposo destrozado. Siempre habían mantenido la fachada de un matrimonio perfecto, así que aunque ansiara sonreír, se lo tenía que guardar. Ese era un problema pasajero, el otro no parecía tan sencillo. Rhett y él jamás habían tenido la mejor relación, y ahora se quedaba sólo con él. A partir de ahí, ¿qué? Una parte de él quería hacer de su hijo un digno sucesor suyo, aunque esa empresa la dio por perdida hace mucho. Quizá este momento, justo cuando su solapadora madre ya no estaba, era perfecto para tratar de retomar la idea.

Estaban reunidos en casa en París (esa que ocuparon la propia Elise y Rhett al llegar a la ciudad) tras el sepelio. La gente iba y venía y le daba el pésame, él sólo asentía y daba la actuación de su vida. Rhett estaba en las mismas, un desfile de personas se acercaban a él y le ofrecían una mano, aunque intuía que el dolor de su hijo era más sincero. Se acercó a él y le puso una mano en el hombro, era la primera vez que lo tocaba de manera consciente y adrede desde hacía años, sin exageración.

Hijo —le dijo—, ven, quisiera hablar contigo —continuó y con suavidad lo empujó hasta la puerta principal, donde un mayordomo les abrió sin preguntar nada. Entonces rodearon la casa y se detuvo entre rosales y hierba de San Juan.

Wyatt se llevó las manos a los bolsillos y miró al horizonte, pensando que tal vez, sólo tal vez, cuando se encontrara más aburrido, quizá sí extrañaría a su esposa. Pero no se arrepentía de lo que había hecho, hace mucho que los monstruos de su interior se había comido su corazón entero. Suspiró y soslayó a Rhett.

Jamás supo, porque no le interesó, sobre todo, qué tanto sabía su hijo sobre la situación de Elise y él, ¿sabía que en realidad se odiaban? Era el momento de averiguarlo. Carraspeó para llamar la atención del más joven.

¿Cómo estás? —preguntó, tratando de sonar genuinamente preocupado—, han sido días difíciles, lo sé, quiero saber si estás bien. —Movió el cuerpo para quedar cara a cara con su hijo. Por más que ambos lo negaran, era muy parecido a él cuando era joven, pudo verlo más que nunca—. Sé que nunca hemos sido cercanos, pero ahora sólo somos nosotros dos, y no quiero que sigas creyendo que soy un tirano —explicó. Lo era, lo sabía, mintió con descaro. Además, estaba consciente que mucho de lo que Rhett creyera sobre él, era por influencia materna, así que seguramente la imagen que tenía de su padre no era la mejor.


Última edición por Wyatt O'Shaughnessy el Vie Ago 17, 2018 9:03 pm, editado 1 vez


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Mensaje por Rhett O'Shaughnessy Sáb Jul 21, 2018 12:05 am

Mors tua, vita mea
Tu cuerpo será el peldaño que me eleve hacia la gloria.
En su interior reinaba la nada. Por primera vez desde que hubiese venido al mundo, se sentía absolutamente vacío. Se hallaba de pie en la sala de la bellísima casona que él y su madre habían adquirido en París para iniciar una nueva etapa, lejos de la maldición que acarreaba Wyatt, lejos de Inglaterra y sus imposiciones. Francia les había susurrado al oído que en su seno hallarían serenidad, que cada uno lograría regodearse en sus pasatiempos, en el conocimiento, las distensiones; ¡oh!, y así había sido. Rhett había contemplado con gozo a Elise pasearse por la extensión de la biblioteca casi sumida en un transe afrodisíaco en el cual la filosofía y la historia de sus portavoces le infundían su vitalidad. Cuántas veces había tenido que cubrir sus menudos hombros con una cobija cuando, rendida, recargaba la cabeza sobre sus brazos y se sumía en un profundo sueño con una sonrisa en los labios.
El joven había presenciado por primera vez en mucho tiempo la felicidad en el rostro de su madre, había podido disfrutar de su compañía, de sus pláticas y reprimendas exclusivamente, sin que ningún recuerdo de amargo sabor les acechara desde las esquinas, sin una voz o un instinto que delatara la presencia inminente del mismísimo demonio.
Rhett había hallado la felicidad en el último año como jamás hubiese creído que fuera posible. Y Elise también, él bien sabía que así había sido.

Entonces, ¿por qué era él quien se hallaba apostado de pie, inmóvil, gélido, en medio de la sala?, ¿por qué él y no su madre? Con el simple hecho de contemplarle el rostro era evidente, incluso a ojos del más incauto, que Elise irradiaba una juvenil vitalidad. ¿Cómo era posible que yaciera irreversiblemente tendida dentro de su lecho eterno?, ¡por todos los cielos!, ¡Elise debía estar viva!

Transitaban permanentemente los invitados frente a él, con pena contemplaban a la mujer y con una congoja aún más exagerada retornaban para palparle el hombro y desearle su pésame. Rhett atinaba a asentir, no estaba de ánimos para fingir integridad, mucho menos para aparentar fortaleza. Elise estaba muerta y él se había quedado completamente solo.
Siempre había creído que su madre estaría para él hasta el final, que ambos alcanzarían un siglo de vida y partirían juntos. Honestamente, nunca se le habría pasado por la cabeza que su progenitora pudiese perecer por causa alguna, ella era fuerte, la mujer más fuerte que hubiera conocido jamás. Resultaba inverosímil que una bala de plata incrustada en su corazón hubiese acabado, como si nada, con todo lo que era.
Para sumar crueldad al episodio, Wyatt se había atrevido a asistir al funeral.
Un asesino siempre retornaba a la escena del crimen, decían.

El joven inglés se hallaba sumido en aquella espiral constante de desolación y tristeza que, por costumbre, se desarrollaba en el interior de su pecho, recluido, donde sus expresiones faciales no alcanzaban a delatarle.
Se le refirió con un término que bien conocía, sin embargo, quien lo profirió era la última persona en el mundo a la que quería escuchar llamarle así. Rhett caminó porque sí, ciertamente no deseaba platicar con Wyatt, ni siquiera permanecer en su exclusiva presencia, pero, quizá por Elise, cedió a la insistencia de aquel hombre. Para su ventaja, no le conocía de nada, su padre vería en él un completo desconocido.

Se mantuvo rígido, con los brazos extendidos a los costados del cuerpo y no soltó palabra alguna hasta que no lo hizo el mayor.
Wyatt era el sujeto más cruel y repulsivo con el que se hubiese topado en toda su existencia. Rhett sabía muy bien que siempre se traía algo entre manos, que los negocios de los que tanto se jactaba eran tan retorcidos como lo era él; que nunca había amado a su madre, que todo lo hacía por conveniencia, que no conservaba ni un ápice de bondad en su espíritu, pues su corazón solamente latía para irradiar su sucia sangre hacia el resto de su cuerpo. Sangre que, desafortunadamente, también corría por sus venas.

El muchacho tenía la sospecha de que su padre nunca había considerado que él pudiese suponer un peligro. Con el simple hecho de observar sus avances, podía estar seguro de que Wyatt no le conocía en nada, él, por su parte, nunca se había esforzado por demostrar lo contrario, de hecho, se había asegurado de que continuara menospreciándolo. Era irónico, sin embargo, que sabiéndole hijo de su madre e hijo suyo, el hombre no pensara que Rhett pudiera ser tan vil y astuto como cualquiera de los dos.
Niño consentido, jovencito egoísta, crío de mamá, se había encargado de aparentar siempre aquello que se pretendía de él. Un cobarde, un inútil, un debilucho velado por la fachada del aristócrata elocuente y seductor. El ser menos peligroso que pudiese existir en la alta sociedad.
¡Oh!, si tan sólo alguien se hiciera a la idea…

¿Bien?, mamá está muerta, ¿cómo se supone que debería estar? —espetó, aún debatiéndose qué estrategia emplearía en adelante. Para develar la culpabilidad de Wyatt, para ahogarlo en su propia inmundicia, para partirle las rodillas y devolverlo al infierno del que había logrado escapar.
La asesinaron, Wyatt, a sangre fría, ¡maldición! —con suma pena, se cubrió los ojos con la diestra, masajeándose los párpados como excusa para no llorar—. ¿Qué se supone que haga ahora? —le devolvió la mirada—, ¡¿por qué estás aquí?!
Con furia —una muy contenida, a decir verdad—, avanzó hacia su padre y le tomó por la camisa, jalándolo haca sí con brusquedad.
¡Nunca estuviste presente!, ¡jamás!, ¿cómo es eso de que ahora apareces para fingir sentir pena por la desgraciada partida de tu esposa? ¡No tienes ni una pizca de vergüenza! —Le espetó, antes de liberarlo con poca delicadeza.

Wyatt sabía que él debía detestarlo, después de todo, había convivido con su madre más años de los que podía contar y ella repudiaba a su marido. Las discusiones, la ausencia, los maltratos eran todos factores habituales en la rutina, al menos hasta que ambos cónyuges decidieron distanciarse de forma definitiva.
Claro que no podía aparentar sentir afecto de la noche a la mañana, por muy traumáticos que fuesen los recientes episodios. Pero fingiría no estar en condiciones de suponer que el asesinato pudiese haber sido perpetuado por su padre. También se evitaría hacer alarde de su inteligencia, su perspicacia y astucia, sería un joven lúcido, claro que sí, pero no alarmante.
Rhett se convertiría en el hijo que Wyatt creía tener, aquel que le convenía que existiera y no supusiera más que un temprano dolor de cabeza. Apostaba a que su progenitor intentaría ponerlo de su lado y, eventualmente, le valoraría lo suficiente como para jactarse de él. ¿No es eso lo que más codician los corruptos, acaso? Vanagloriarse de sus logros. ¿Y qué mejor logro que el de haber transmitido por sangre la esencia de uno mismo?
Un trofeo invisible y útil, incapaz de ser hurtado o arrebatado, sino únicamente envidiado.
¡Ah!, pero de toda semilla crece un nuevo árbol y sus raíces acaban ahogando la magnificencia de sus predecesores.





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Mensaje por Wyatt O'Shaughnessy Vie Ago 17, 2018 9:29 pm


Si antes Rhett le recordó a sí mismo, en medio del exabrupto, definitivamente reflejó a su madre, esa mujer que jamás se sometió a él y eso provocó que el encono se hiciera más grande y más insalvable entre ambos. No era que quisiera a una tonta sumisa —o tal vez sí—, porque si acaso la llegó a respetar un poco, fue precisamente por ese carácter que le rivalizaba. No, no, lo que en realidad acrecentó el odio, atizó esa flama hasta hacerla fatua fue la misma insolencia que en este instante vio en su hijo. El chico tenía demasiado de ambos, aunque no quisiera verlo, aunque lo negara a él como padre. ¿No lo había llamado por su nombre de pila? Le hubiera soltado una bofetada de no ser porque sus planes de momento eran otros.

Sin embargo, Wyatt no era hombre que olvidara fácil, ni pronto, y quizá de maneras más crueles y sutiles, se cobraría esta ofensa a posteriori. Sólo soltó aire por las fosas nasales en un gesto felino y se hizo para atrás una vez que Rhett lo soltó. Con alarmante parsimonia, se sacudió la camisa, ahí donde el más joven lo sostuvo.

Estás alterado, y lo entiendo —dijo con voz modulada, no lo miró por un instante para luego clavar los ojos en el chico—. Hijo —pronunció con lentitud adrede, ¿él lo llamaba descaradamente «Wyatt»? Bien, iba a hacer todo lo contrario—, sé que no he sido el mejor padre, y no sé cómo acercarme a ti, entiendo tu frustración. Yo… ya he movido todo lo que está a mi alcance para dar con los asesinos de tu madre —mintió de manera descarada, sin inmutarse, aún reflejando pena en su mirada.

Luego tomó aire y avanzó hasta Rhett, lo tomó por un hombro y lo sacudió un poco. Apretó su agarre quizá un poco más de la cuenta. Debía controlarse aunque en ese mismo instante quisiera mandar a su progenie al lado de Elise y deshacerse del estorbo que significaban, pero tenía que fingir y aguantar, no sólo eso, necesitaba alguien que continuara con su legado, él ya no era un jovencito.

Te voy a decir esto una sola vez —habló con gravedad—, tú no sabes la relación que yo tenía con tu madre. Conoces sólo su versión de los hechos y no planeo ahora ponerte en su contra, pero si vuelves a insinuar que mi dolor es fingido… —Dejó la amenaza inconclusa. Lo soltó y lo señaló con el índice diestro entre ceja y ceja. Había algo de verdad en sus palabras; no fue fácil tomar la decisión que tomó, fue un último y desesperado recurso, no sólo por la tirria mutua que sentían ambos, sino por sus propios intereses en muchos otros aspectos, mismos que de momento no interesaban a Rhett, tal vez luego, cuando demostrara ser un digno sucesor, aunque no se lo estuviera poniendo nada fácil.

Hijo —Ahí estaba de nuevo, «hijo» con toda alevosía—. Cada quien guarda su luto de manera diferente, cada uno lidia con sus demonios como puede, como ha aprendido, no me juzgues por cómo manejo mi dolor. O cómo fue mi vida al lado de tu madre. Sé que crees que soy de lo peor, tal vez tengas razón, pero dime… ¿acaso no se necesita a un monstruo para dominar a otro? Bien o mal, tu madre y yo estuvimos casados por varios años, ¿sabes por qué? Elise era una mujer igual o más terrible que yo. No quiero decir que no te quería o lo que sea, pero créeme… era peor de lo que te hacía ver —le dijo con voz serena. Había dicho que no iba a ponerlo en contra de la occisa, pero no por eso no iba a sembrar la duda, o aunque fuera la incertidumbre en el corazón de Rhett.

¿Qué se supone que harás ahora, me preguntas? Continuar. Somos O'Shaughnessy, eso es lo que hacemos, se necesita mucho más para diezmarnos. Guardaremos nuestro duelo, tómate todo el tiempo que necesites —dijo en su más convincente actuación de padre preocupado.

Si Rhett en verdad tenía algo de Elise, y de él, el chico seguramente no se estaba comprando nada de esto, pero Wyatt debía mantener la charada tanto como pudiera, hasta encontrar un modo mejor de hacer que su primogénito hiciera lo que se esperaba de él. Eran O'Shaughnessy, le había dicho, y eso era lo que ellos hacían.


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Mensaje por Rhett O'Shaughnessy Vie Oct 19, 2018 2:41 pm

Mors tua, vita mea
Esclavos del dolor merodean sobre la Tierra en espera del día en que la carne se pudra y el alma marchita florezca de rostro al Sol.
El joven detectó en las facciones de su progenitor un atisbo de impaciencia, al parecer se estaba poniendo viejo, recordaba jamás haber sido capaz de inferir la más mínima emoción de su parte. Las palabras eran meras invenciones, arte si se quiere, y su verdad relativa a cada individuo; en el caso de Wyatt, todas y cada una eran mentiras. ¿Que lo entendía, que reconocía sus falencias, que buscaría a los asesinos de su madre? Falacias, sin más. A su padre él le importaba un comino, lo único que le había impedido enterrarlo junto a su adorada madre era que, seguramente, tenía planes para él. ¡Oh!, poco y nada infería en Rhett qué esperara aquel monstruo de él, puesto que resguardaba sus propios intereses y, como buen O’Shaughnessy, todo lo demás quedaba relegado a un segundo plano.

Wyatt se aproximó y le tomó por el hombro. No recordaba la última vez que estableciera contacto físico con su padre, y eso que a él pocas cosas se le olvidaban. Deseó que ejerciera mayor presión, que incrustara las garras en su carne y plasmara en él un signo perenne de la promesa de no descansar hasta cobrar venganza por todo lo que aquel hombre les había hecho atravesar a su madre y a él.
Con la misma desfachatez expuesta desde el principio, Wyatt desvirtuó su hipótesis sobre los hechos. Era un bufón plantado en el medio del escenario asegurando a la concurrencia que no estaba actuando. Menudo espectáculo.
Rhett se resignó a contemplar fijamente el rostro del impostor, con los ojos humedecidos y gesto inexpresivo.

El hombre continuó, blasfemando el nombre de su madre, desacreditando los años de injusticia y abandono, intentando abrirle los ojos a una realidad que él ya conocía. Tristemente para Wyatt, hacía tiempo que su hijo había escogido un bando.  Si Elise no había sido suficientemente despiadada como para subyugar la voluntad de su marido, entonces él, su mejor pupilo, sería el responsable de impulsar su caída. Sin importar cuánto tiempo le llevase, ni qué tan alto el precio a pagar.
La mirada del primogénito reflejó sorpresa, Wyatt podría creer que se debía a la semilla de incertidumbre sembrada tras su discurso, pero el verdadero motivo distaba mucho de ello.

Continuar… —repitió en un trance. El murmullo de varias voces en aumento recordó al joven sobre el farsante contexto en el que se hallaban inmersos y le brindó una excusa para romper con la fatídica reunión familiar.
Esta noche. —Soltó en un imprevisto—, imagino que habrá muchas cuestiones sobre las que ponernos al día, padre. Acércate en horario de la cena y, por favor, sé puntual.
Sin añadir ninguna otra cosa, Rhett se apartó y dirigió hacia la sala, donde su madre yacía en eterno descanso. Contemplar su terso rostro le infundió el deseo de unírsele, volverse ajeno a todo cuanto sucediera en el mundo y encontrar la paz que escaseaba entre los vivos.



Los invitados a la despedida de Elise fueron partiendo y, eventualmente, Rhett pidió respetuosamente a todos los restantes que se marcharan, necesitaba pensar, estar a solas. Nadie replicó, le fueron ofrecidas nuevas frases de aliento y pésame, hasta que finalmente se encontró sin compañía.
Permaneció contemplando a su difunta progenitora, inmerso en sus pensamientos. Pasadas dos horas, el mayordomo le informó que los responsables enviados por la Iglesia habían venido en reclamo del cuerpo. Se lo llevarían para purificarlo y lo velarían toda la noche, de modo en que el alma alcanzara la iluminación y al día siguiente únicamente se sepultaran los restos terrenales.
El joven contempló el traslado del ataúd, lo siguió hasta el carruaje e intercambió palabras irrelevantes con los sacerdotes. Le aseguraron que su madre se encontraría en un lugar mejor y que cuidaría de su bienestar desde el Reino de los Cielos. Rhett les creyó, cualquier sitio era mejor que aquel en donde él se quedaba.

Indicó a los criados que prepararan la cena, daba igual el menú, que fuese copiosa, incluso obscena, un auténtico monumento a la más dionisíaca gula. Cuando se encontrara listo, deberían llamarle, puesto que esperaban un invitado.
El muchacho se replegó en el estudio de su madre, se apostó frente a la ventana que daba a los jardines y permaneció inmóvil, indescifrable, contemplando el exterior sin ver, sumergido en los confines de su mente.





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