AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Inheritance | Privado
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The Inheritance | Privado
"—Cuéntanos otra historia, mamá; otra historia con moraleja, como ésta. Me gusta pensar en ellas después, si son verdaderas y no demasiado pedagógicas—"
Mujercitas - Louisa May Alcott
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No eran tan diferentes; al menos, en los caminos que iban tomando sus vidas. Físicamente, madre e hija no se parecían en nada, quizá en la mirada, ambas desprendían fuego. Pero Katriina había heredado el cabello rubio y los ojos claros de su padre, un hombre bueno, honesto y fuerte, quizá el mejor hombre que Raffaella había conocido. Lamentaba profundamente su muerte, él había sido el único que la había amado sin reparos, el único que la había mirado como si fuera lo único importante en la Tierra. También, había sido al que menos ella había valorado, la muestra cabal era el hecho de que había recibido la inmortalidad de su verdugo y, no conforme con eso, lo había convertido en su amante y, no sólo eso, lo amaba, estaba profundamente enamorada de Asmodeo, el maldito que había sumergido a sus hijos en la orfandad y que, al mismo tiempo, le había quitado lo único bueno que había hecho. Raffaella era consciente de ello, sabía sus faltas, nada ganaba con la necedad y, sabía también, que quería recuperar al menos, una parte de ello: sus hijos. Jarko y Katriina eran lo único puro que le quedaba, sabía del daño que les había hecho, y estaba dispuesta a repararlo.
Salir de las tinieblas, había implicado redescubrir el Universo tal y como lo había concebido. Se había terminado convirtiendo en la sombra de sus retoños, hacía tiempo que los perseguía a prudencial distancia, intentando saber más de ellos, de su vida luego de su desaparición. La odiaban, y ese sentimiento era una herida demasiado profunda para disimularla. Adoraban al desgraciado de Lastor, ese que había sido como un padre para ellos, y que la había arrastrado a tomar decisiones de las que, estaba segura, algún día se arrepentiría. Observar a sus hijos, la había llevado a pensar que, al fin de cuentas, Katriina y ella no eran tan distintas. Había sonreído al descubrir qué tipo de hombre era aquel que captaba su atención, al mismo tiempo que, su corazón de madre, se sentía oprimido. ¿Con quién hablaría al respecto? ¿Tendría miedo? ¿Cuáles serían sus sentimientos? ¿Lo odiaría y condenaría como a ella? Raffaella jamás habría obligado a su niña a un matrimonio arreglado, nunca estuvo en sus planes, pero el ser que estaba obsesionado con ella, no era, justamente, lo que habría elegido para una joven como Katriina. A pesar de todo lo que había vivido, tenía cierta pureza, y no quería que nadie se la arrebatara. Eso fue lo que la impulsó a interceptarla.
No iba admitir el pánico que le generaba su rechazo. Era a lo único que le tenía miedo, al desprecio de sus hijos. No le molestaba la mano de acero de la Inquisición, persiguiéndola como a la traidora que era, tampoco el odio de Lastor, ni siquiera el abandono de Asmodeo. Katriina y Jarko eran su punto débil, eran los únicos con la real capacidad de destruirla, y eso les otorgaba un poder que nadie les quitaría jamás. Pero Raffaella, a pesar de todo, era una mujer fuerte; había entrenado a los mejores, había sido la mejor, y sus muchachos no dejaban de ser jóvenes e inexpertos, ella corría con ventaja: los había parido. Por más que renegaran de la mujer que los había traído al mundo, su sangre corría por sus venas, serían siempre sus hijos, y ella sería siempre su madre.
—Qué hermosa estás, hija —había esperado el momento indicado. Esa ala de la biblioteca se había vaciado, estaban solas. Se había acercado haciendo acopio de su sigilo, tomándola por sorpresa. — ¿No vas a saludar a tu madre? —extendió los brazos, a sabiendas de que Katriina no se acercaría a ella.
Salir de las tinieblas, había implicado redescubrir el Universo tal y como lo había concebido. Se había terminado convirtiendo en la sombra de sus retoños, hacía tiempo que los perseguía a prudencial distancia, intentando saber más de ellos, de su vida luego de su desaparición. La odiaban, y ese sentimiento era una herida demasiado profunda para disimularla. Adoraban al desgraciado de Lastor, ese que había sido como un padre para ellos, y que la había arrastrado a tomar decisiones de las que, estaba segura, algún día se arrepentiría. Observar a sus hijos, la había llevado a pensar que, al fin de cuentas, Katriina y ella no eran tan distintas. Había sonreído al descubrir qué tipo de hombre era aquel que captaba su atención, al mismo tiempo que, su corazón de madre, se sentía oprimido. ¿Con quién hablaría al respecto? ¿Tendría miedo? ¿Cuáles serían sus sentimientos? ¿Lo odiaría y condenaría como a ella? Raffaella jamás habría obligado a su niña a un matrimonio arreglado, nunca estuvo en sus planes, pero el ser que estaba obsesionado con ella, no era, justamente, lo que habría elegido para una joven como Katriina. A pesar de todo lo que había vivido, tenía cierta pureza, y no quería que nadie se la arrebatara. Eso fue lo que la impulsó a interceptarla.
No iba admitir el pánico que le generaba su rechazo. Era a lo único que le tenía miedo, al desprecio de sus hijos. No le molestaba la mano de acero de la Inquisición, persiguiéndola como a la traidora que era, tampoco el odio de Lastor, ni siquiera el abandono de Asmodeo. Katriina y Jarko eran su punto débil, eran los únicos con la real capacidad de destruirla, y eso les otorgaba un poder que nadie les quitaría jamás. Pero Raffaella, a pesar de todo, era una mujer fuerte; había entrenado a los mejores, había sido la mejor, y sus muchachos no dejaban de ser jóvenes e inexpertos, ella corría con ventaja: los había parido. Por más que renegaran de la mujer que los había traído al mundo, su sangre corría por sus venas, serían siempre sus hijos, y ella sería siempre su madre.
—Qué hermosa estás, hija —había esperado el momento indicado. Esa ala de la biblioteca se había vaciado, estaban solas. Se había acercado haciendo acopio de su sigilo, tomándola por sorpresa. — ¿No vas a saludar a tu madre? —extendió los brazos, a sabiendas de que Katriina no se acercaría a ella.
Raffaella di Bravante- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 19/06/2015
Re: The Inheritance | Privado
"¿Qué es lo que desprecias? Por ello serás conocido."
Se estaba desmoronando su mundo. En eso se resumían los últimos episodios de la vida de Katriina Räsänen. Su madre, se había largado con el asesino de su padre, y como si eso no le bastara, ahora se convertía en su amante. Al que considerara por años su padre, era ahora un ser frío y destrozado por la misma maldita mujer. Jarko, estaba ausente la mayor parte del tiempo, como si mantenerse ocupado fuera suficiente para evadir todo aquello. Su familia estaba completamente desintegrada y, Lukyan, había muerto. Ojalá él permaneciera como siempre para poder huir de tal infierno. Con gusto escaparía de Francia y haría una vida nueva a su lado. Pero ya tampoco quedaba lo suficiente de él, porque era un completo monstruo que lucía igual a quien ella había amado. Nada, era como alguna vez lo pareció.
No obstante, Lukyan podría destrozarle los labios, o incluso alimentarse de ella una y otra vez, pero nada, absolutamente nada, lograría que ella lo odiara tanto como odiaba a su propia madre. Raffaella era la mayor de sus vergüenzas, alguien a quien no recordaba jamás como una compañera, y a quien le ocultaba desde siempre las más grandes de sus desdichas. Dada la edad de Katriina, eso que antes llamara penas, no constituían otra cosa distinta a situaciones tontas de adolescente. Ahora lo tenía claro, pero el vacío seguía siendo el mismo. Hubiera querido tener una madre diferente, una que le prestara un poco más de atención, quizás. Pero ella, se desvivía por sus varones, o así lo había sentido Katriina siempre. Ahora, no era más que la hija de una traidora, y alguien en quien se clavaba la mirada como si ella fuera a ser la siguiente en caer. Con gusto escapaba cuanto le era posible de los ojos de la inquisición, de su familia, de Lukyan. La biblioteca era uno de esos lugares que casi no visitaba nadie, y en el cual podía pensar un poco más tranquila mientras mantenía la mirada en un par de líneas que pocas veces leía. Ya estaba cansada de todo, incluso de seguir a Raffaella. Iba a matarla si le era posible, pero necesitaba descansar también de ese maldito fantasma en el que se había convertido su solo nombre.
Se sentía bien la tranquilidad, el silencio acariciándole los oídos en cada página que se pasaba sin más. Se sentía bien, en pasado, porque las pesadillas la perseguían incluso cuando estaba despierta. —Dicen que es porque me parezco a Niels ¿Lo recuerdas? Es el hombre que me robó ese con el que ahora te acuestas— escupió en respuesta, como veneno contenido y esperando ansioso por salir. Su voz era suave, pero punzante. Además, ya no le debía el más mínimo respeto a ella, porque para Katriina, esas cosas se ganaban. —Mi madre ha muerto. Y tú no eres más que una bestia que posee su mismo rostro— agregó. Si Raffaella creía que su hija la anhelaba, estaba equivocada. Ya los besos de buenas noches habían sido devorados por las llamas del desprecio. Y los abrazos, serían reemplazados por algo mucho mejor. Allí, en silencio y bajo la mesa, Katriina acariciaba el gatillo de un arma que sostenía fuerte. Iba a dispararle en cuanto tuviera la oportunidad. Ya no la amaba, nunca debió haberlo hecho. —Dime algo ¿Fuiste tú quien envió a ese maldito a asesinar a mi padre o ese tipo sólo te facilitó las cosas? ¿Quién sigue ahora, Lastor? — la pregunta surgió sin tener que pensar en ella durante demasiado tiempo ¿De qué otro modo podría ser? A leguas, se notaba que Raffaella no había amado a Niels, y aun así, había sido tan descarada de darle dos hijos, para luego encamarse con su mejor amigo. Ella no era diferente para entonces, porque siempre había sido la misma canalla. El problema real fueron ellos, que no quisieron notar en su momento la verdad de aquella peligrosa mujer.
No obstante, Lukyan podría destrozarle los labios, o incluso alimentarse de ella una y otra vez, pero nada, absolutamente nada, lograría que ella lo odiara tanto como odiaba a su propia madre. Raffaella era la mayor de sus vergüenzas, alguien a quien no recordaba jamás como una compañera, y a quien le ocultaba desde siempre las más grandes de sus desdichas. Dada la edad de Katriina, eso que antes llamara penas, no constituían otra cosa distinta a situaciones tontas de adolescente. Ahora lo tenía claro, pero el vacío seguía siendo el mismo. Hubiera querido tener una madre diferente, una que le prestara un poco más de atención, quizás. Pero ella, se desvivía por sus varones, o así lo había sentido Katriina siempre. Ahora, no era más que la hija de una traidora, y alguien en quien se clavaba la mirada como si ella fuera a ser la siguiente en caer. Con gusto escapaba cuanto le era posible de los ojos de la inquisición, de su familia, de Lukyan. La biblioteca era uno de esos lugares que casi no visitaba nadie, y en el cual podía pensar un poco más tranquila mientras mantenía la mirada en un par de líneas que pocas veces leía. Ya estaba cansada de todo, incluso de seguir a Raffaella. Iba a matarla si le era posible, pero necesitaba descansar también de ese maldito fantasma en el que se había convertido su solo nombre.
Se sentía bien la tranquilidad, el silencio acariciándole los oídos en cada página que se pasaba sin más. Se sentía bien, en pasado, porque las pesadillas la perseguían incluso cuando estaba despierta. —Dicen que es porque me parezco a Niels ¿Lo recuerdas? Es el hombre que me robó ese con el que ahora te acuestas— escupió en respuesta, como veneno contenido y esperando ansioso por salir. Su voz era suave, pero punzante. Además, ya no le debía el más mínimo respeto a ella, porque para Katriina, esas cosas se ganaban. —Mi madre ha muerto. Y tú no eres más que una bestia que posee su mismo rostro— agregó. Si Raffaella creía que su hija la anhelaba, estaba equivocada. Ya los besos de buenas noches habían sido devorados por las llamas del desprecio. Y los abrazos, serían reemplazados por algo mucho mejor. Allí, en silencio y bajo la mesa, Katriina acariciaba el gatillo de un arma que sostenía fuerte. Iba a dispararle en cuanto tuviera la oportunidad. Ya no la amaba, nunca debió haberlo hecho. —Dime algo ¿Fuiste tú quien envió a ese maldito a asesinar a mi padre o ese tipo sólo te facilitó las cosas? ¿Quién sigue ahora, Lastor? — la pregunta surgió sin tener que pensar en ella durante demasiado tiempo ¿De qué otro modo podría ser? A leguas, se notaba que Raffaella no había amado a Niels, y aun así, había sido tan descarada de darle dos hijos, para luego encamarse con su mejor amigo. Ella no era diferente para entonces, porque siempre había sido la misma canalla. El problema real fueron ellos, que no quisieron notar en su momento la verdad de aquella peligrosa mujer.
Serge Ivánovich- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 106
Fecha de inscripción : 09/11/2012
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Re: The Inheritance | Privado
Se había encargado de erigir, sobre sí misma, paisajes de odio. Había trazado cada línea, haciendo todo lo posible para que la despreciaran, para que la negaran, para avergonzar a todos y cada uno de aquellos que la habían amado y admirado. Sus hijos eran los principales, y los únicos que verdaderamente le importaban. Intentar un acercamiento con Jarko hubiera sido en vano, pero en Katriina siempre había reconocido aquella llama de la rebeldía, herencia materna. Conocía sus secretos, los olía, a pesar de que la muchacha se encargara de mantenerlos ocultos. No sólo era su nueva naturaleza, sino su instinto materno –ese que no había perdido, a pesar de todo- el que se lo dictaba. Podía ver la infelicidad en los ojos de su retoña, y no era sólo por su abandono y conversión. El alma de Katriina estaba atribulada, repleta de silencio. Podía sentir sus deseos de gritarle al mundo lo que la atormentaba. Pero era joven, inexperta, y Raffaella se hacía cargo de la parte que le tocaba: nunca había sido una madre completa para ella. La había querido educar con más reglas y menos libertad que la que ella había tenido, y ahora podía ver las consecuencias de su error.
—Antes de disparar esa arma, recuerda quién te enseñó a usarla —visto y considerando que no iba a abrazarla, unió las palmas a la altura de la boca del estómago. Se acercó a la mesa y se sentó en la punta. Una larga distancia las separaba, tanto física como emocionalmente. No iba a negar que el rencor de su hija, esa a la que había parido y a la que aún amaba, le dolía. Cuando Raffaella era capaz de pensar como una adulta, y no como una adolescente, caía en la cuenta de que había perdido lo único que realmente le importaba. Su belleza, su juventud, incluso sus amantes, se volvían nimiedades ante el amor que le inspiraban sus hijos; lamentaba que había tenido que llegar a una situación de la que no había retorno, para comprenderlo. Había sido, y lo sería siempre, una hija del rigor. Incluso cuando era una humana, se resistía a actuar de forma razonable, y había lanzado su suerte al viento en más de una ocasión, sin pensar demasiado en las consecuencias de su accionar. Detestaba ponerse sentimental, especialmente, porque Asmodeo se lo recriminaba constantemente. Él nunca lograría entender que, a pesar de haberse convertido en una bestia, su corazón de madre seguía intacto.
—Amé a tu padre, Katriina. No sé de dónde sacas una barbaridad como esa. Hubiera sido incapaz de tal aberración. Niels fue y será siempre el hombre más íntegro que he conocido. Además, es tu padre y el de tu hermano. Le di hijos porque era la coronación de un amor puro y sincero —y sí que lo había sido. Había llegado a la triste conclusión de que su difunto esposo, fue el único que realmente la quiso como merecía. La juventud de otrora, le había impedido verlo. Mucho tiempo después, se había dado cuenta que tendrían que haber dejado la Inquisición y dedicarse a criar a sus hijos en un hogar normal. —Si hay alguien que debe asesinar a Lastor soy yo. No necesito de sicarios que hagan el trabajo sucio por mí. No lo necesité en el pasado, mucho menos ahora —se cruzó de piernas, se apoyó en el respaldas y extendió su brazo derecho. Tamborileó sus dedos. —Pero mi relación con Lastor no es de tu incumbencia, no debes meterte en esos asuntos. Dime, Katriina, ¿por qué me odias tanto? ¿Por haberte abandonado, por haberme convertido en esto o porque tienes miedo a ser como yo? Te conozco, hija. Y creo que ambas sabemos la respuesta —ladeó levemente la cabeza, y la miró con severidad. Le gustase o no, siempre sería su madre.
—Antes de disparar esa arma, recuerda quién te enseñó a usarla —visto y considerando que no iba a abrazarla, unió las palmas a la altura de la boca del estómago. Se acercó a la mesa y se sentó en la punta. Una larga distancia las separaba, tanto física como emocionalmente. No iba a negar que el rencor de su hija, esa a la que había parido y a la que aún amaba, le dolía. Cuando Raffaella era capaz de pensar como una adulta, y no como una adolescente, caía en la cuenta de que había perdido lo único que realmente le importaba. Su belleza, su juventud, incluso sus amantes, se volvían nimiedades ante el amor que le inspiraban sus hijos; lamentaba que había tenido que llegar a una situación de la que no había retorno, para comprenderlo. Había sido, y lo sería siempre, una hija del rigor. Incluso cuando era una humana, se resistía a actuar de forma razonable, y había lanzado su suerte al viento en más de una ocasión, sin pensar demasiado en las consecuencias de su accionar. Detestaba ponerse sentimental, especialmente, porque Asmodeo se lo recriminaba constantemente. Él nunca lograría entender que, a pesar de haberse convertido en una bestia, su corazón de madre seguía intacto.
—Amé a tu padre, Katriina. No sé de dónde sacas una barbaridad como esa. Hubiera sido incapaz de tal aberración. Niels fue y será siempre el hombre más íntegro que he conocido. Además, es tu padre y el de tu hermano. Le di hijos porque era la coronación de un amor puro y sincero —y sí que lo había sido. Había llegado a la triste conclusión de que su difunto esposo, fue el único que realmente la quiso como merecía. La juventud de otrora, le había impedido verlo. Mucho tiempo después, se había dado cuenta que tendrían que haber dejado la Inquisición y dedicarse a criar a sus hijos en un hogar normal. —Si hay alguien que debe asesinar a Lastor soy yo. No necesito de sicarios que hagan el trabajo sucio por mí. No lo necesité en el pasado, mucho menos ahora —se cruzó de piernas, se apoyó en el respaldas y extendió su brazo derecho. Tamborileó sus dedos. —Pero mi relación con Lastor no es de tu incumbencia, no debes meterte en esos asuntos. Dime, Katriina, ¿por qué me odias tanto? ¿Por haberte abandonado, por haberme convertido en esto o porque tienes miedo a ser como yo? Te conozco, hija. Y creo que ambas sabemos la respuesta —ladeó levemente la cabeza, y la miró con severidad. Le gustase o no, siempre sería su madre.
Raffaella di Bravante- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 19/06/2015
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