AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The escape | Privado
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The escape | Privado
You never really can.
Maybe temporarily, but not completely.
Aunque finalmente había accedido a hacerlo, Hunter no se había quedado nada conforme con la idea de abandonar París y dejar atrás a Frauke Neumann, a quien consideraba como una madre. Naturalmente, la idea lo tenía intranquilo, y lo demostró durante todo el trayecto rumbo al puerto. Afligido como se encontraba, hizo a un lado la cortina de la ventanilla del carruaje y acercó el rostro para mirar a través de ella con el único fin de despejar un poco su mente. No funcionó. Por más que intentara desviar sus pensamientos a cualquier otra cosa, éstos insistían en volver a donde mismo. No dejaba de pensar en Horst Neumann, en lo que era capaz de hacer si Frauke no lograba mantenerlo bajo control. Intentó pensar en una posible solución a todo lo recientemente ocurrido, pero no encontró ninguna. No la había; no existía. Cuando se trataba de venganza, Neumann era implacable y jamás perdonaba. Solo la muerte del sujeto podía librarlos de él, pero sabía que por más daño que le hubiera hecho a Frauke, ella no lo asesinaría, aunque éste se lo mereciera. Pensar en el asesinato le hizo experimentar una nueva oleada de ansiedad. Lo único que logró relajarlo un poco fue recordar que Frauke no estaba sola, que había gente que la respaldaba, entre ellos el recientemente aparecido Pierrot, en quien confiaba plenamente. Alejó el rostro de la ventana y volvió a mirar al frente.
Dagmar viajaba a su lado y tampoco había dicho nada durante todo el camino. Hunter giró un poco la cabeza para observarla. Se le veía tan seria que no parecía ella. Probablemente no estaba muy convencida de hacer aquel viaje, y no era para menos, Hunter ni siquiera le había dado oportunidad de avisarle a su familia de su partida y le había otorgado apenas quince minutos para entrar a su casa del bosque, coger una maleta y echar en ella lo primero que encontrara. Eso debía tenerla furiosa, pero él esperaba que con el tiempo comprendiera la situación. También podía ser que siguiera molesta con él, pues todavía no habían pasado ni dos días desde que había descubierto quién era realmente y qué lo había llevado a París. Le había mentido, eso nunca cambiaría.
—Bien, éste es el plan —dijo cuando sintió que el silencio se agudizaba y empezaba a tornarse incómodo—. Nos dirigiremos a Inglaterra. Lo he pensado y creo que es el último lugar donde Horst sospecharía que estamos. Para él sería estúpido elegir Londres, demasiado obvio. Es bueno que nos crea lo suficientemente asustados como para optar por un lugar mucho más lejano.
Él hubiera deseado que Dagmar lo apoyara, verla asentir siquiera, pero esto no ocurrió. Continuó callada como hasta entonces, como si no lo hubiera escuchado. A él lo asaltó el desesperante deseo de poder decirle que estarían bien, asegurarle que no debía preocuparse por nada, que tenía todo bajo control, pero aún era demasiado prematuro para saberlo. Su destino era incierto, pero así como había prometido no volver a mentirle, deseaba cumplir con su promesa de mantenerla a salvo. No obstante, ella no le estaba haciendo las cosas más fáciles.
—Dagmar, sé que esto no es fácil para ti, tampoco lo es para mí y te aseguro que tu silencio no me hace las cosas más sencillas. Háblame, por favor. No importa si es para culparme de lo que nos está pasando, solo hazlo.
Dagmar viajaba a su lado y tampoco había dicho nada durante todo el camino. Hunter giró un poco la cabeza para observarla. Se le veía tan seria que no parecía ella. Probablemente no estaba muy convencida de hacer aquel viaje, y no era para menos, Hunter ni siquiera le había dado oportunidad de avisarle a su familia de su partida y le había otorgado apenas quince minutos para entrar a su casa del bosque, coger una maleta y echar en ella lo primero que encontrara. Eso debía tenerla furiosa, pero él esperaba que con el tiempo comprendiera la situación. También podía ser que siguiera molesta con él, pues todavía no habían pasado ni dos días desde que había descubierto quién era realmente y qué lo había llevado a París. Le había mentido, eso nunca cambiaría.
—Bien, éste es el plan —dijo cuando sintió que el silencio se agudizaba y empezaba a tornarse incómodo—. Nos dirigiremos a Inglaterra. Lo he pensado y creo que es el último lugar donde Horst sospecharía que estamos. Para él sería estúpido elegir Londres, demasiado obvio. Es bueno que nos crea lo suficientemente asustados como para optar por un lugar mucho más lejano.
Él hubiera deseado que Dagmar lo apoyara, verla asentir siquiera, pero esto no ocurrió. Continuó callada como hasta entonces, como si no lo hubiera escuchado. A él lo asaltó el desesperante deseo de poder decirle que estarían bien, asegurarle que no debía preocuparse por nada, que tenía todo bajo control, pero aún era demasiado prematuro para saberlo. Su destino era incierto, pero así como había prometido no volver a mentirle, deseaba cumplir con su promesa de mantenerla a salvo. No obstante, ella no le estaba haciendo las cosas más fáciles.
—Dagmar, sé que esto no es fácil para ti, tampoco lo es para mí y te aseguro que tu silencio no me hace las cosas más sencillas. Háblame, por favor. No importa si es para culparme de lo que nos está pasando, solo hazlo.
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Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 02/11/2011
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Re: The escape | Privado
¿Cómo era posible llegar a amar y odiar a alguien al mismo tiempo? ¿Cómo todo el deseo de hacer feliz a alguien, se volvía también en las ganas de llevarle miseria? ¿Cómo? Era bien sabido que Dagmar era una buena chica, sin embargo su nivel de apego a la sinceridad le hacía convertirse en una persona peligrosa. Asesinó a más de una docena de criaturas sobrenaturales, y más de un centenar de humanos que amenazaba con la tranquilidad y estabilidad de muchos seres humanos, nunca antes había sentido amor de esa manera, pero tampoco la sensación de querer hacer daño aun sabiendo que le dolería. Estaba no sólo molesta, completamente furiosa con Hunter, y no era para menos. Podría llegar a pensar que su historia de amor sólo era una broma, que empezó por su pronto asesinato, se había enamorado del hombre que daría fin a su vida. Muy probablemente hubiera sido presa fácil, por lo consiguiente un error que le recordaba seguía siendo humana, y que el sentimentalismo del que tanto se quejaba, iba a rendir frutos en su persona. ¡Había sido una muchachita tonta! Cada que recordaba aquello cerraba con fuerza los puños. Las inmensas ganas de gritarle se alojaban en su pecho, casi llegando a la garganta, eso lo reconocía por el nudo que se le había formado y le impedían hablar. Lo bueno es que ni siquiera tenía ganas de hacer aquello. Sin duda era un tornado de emociones, y lo que más le frustraba era no poder controlarlo. Era débil, una del montón.
Lo peor de todo es que aquella cara de angustia que hacía Hunter la ponía en enredos, porque en el fondo sólo deseaba consolarlo, decirle que todo estaba bien, pero Dagmar que era tan terca, antes de hacer o decir cualquier cosa, se pellizcaba o se mordía la lengua. Suspiraba de vez en cuando, y su enojo en ocasiones quería volverse llanto. Ella había sido una mujer libre, jamás algo la había atado, ni siquiera sus padres, y se dio cuenta que lo que decían los ancianos era verdad. El amor en muchas ocasiones te cortaba las alas, sin embargo la duda estaba clara: ¿Todos estaban dispuestos a dejarse colgar grandes cadenas? Ella jamás había sido una chica de ataduras, pero sin duda todo va cambiando, y también debía reconocer que la juventud no la tendría eternamente.
Lo escuchó, lo miró y se encogió de hombros con suavidad. Mostró una clara mueca de desagrado y descontento. ¿Que debía decirle? No estaba preparada para ese tipo de situaciones. La frustración invadió su cuerpo, tomo varias bocanadas de aire para relajarse. Después de unos momentos carraspeó su garganta pidiendo la atención de su único presente. ¿Discutir o no discutir?
— Para empezar tomas decisiones por mi, o más bien, ni siquiera me consultas, y eso me desagrada, también es mi vida, y no me parece que hagas como el que cree todo lo puede sin tomarme en cuenta — Al final sus palabras las arrastró intentando disimular que estaba por echar chispas. — No me parece tener que estar huyendo, he peleado con otras criaturas, he podido salir con vida, ese viejo no me intimida, parece que aún no te cabe en la cabeza quien soy — Se cruzo de brazos volviendo a recalcar su estado de animo — ¡Estoy decepcionada de ti! ¡Atada a tus mentiras! — Porque esas palabras faldas los habían llevado a esa situación. Si le hubiera contado la verdad desde el principio, otra cosa sería.
Intentó tranquilizarse, pero la cosa iba de mal en peor.
— Además, ¿eres tan cobarde de dejar a tu madre? ¿No te das cuenta que ella es más débil? No necesito tu absurda protección, he podido sobrevivir mucho tiempo sin ti, he asesinado peores amenazas — Terminó por decir. Si seguía hablando podría articular palabras que los lastimaría de forma irreversible.
Lo peor de todo es que aquella cara de angustia que hacía Hunter la ponía en enredos, porque en el fondo sólo deseaba consolarlo, decirle que todo estaba bien, pero Dagmar que era tan terca, antes de hacer o decir cualquier cosa, se pellizcaba o se mordía la lengua. Suspiraba de vez en cuando, y su enojo en ocasiones quería volverse llanto. Ella había sido una mujer libre, jamás algo la había atado, ni siquiera sus padres, y se dio cuenta que lo que decían los ancianos era verdad. El amor en muchas ocasiones te cortaba las alas, sin embargo la duda estaba clara: ¿Todos estaban dispuestos a dejarse colgar grandes cadenas? Ella jamás había sido una chica de ataduras, pero sin duda todo va cambiando, y también debía reconocer que la juventud no la tendría eternamente.
Lo escuchó, lo miró y se encogió de hombros con suavidad. Mostró una clara mueca de desagrado y descontento. ¿Que debía decirle? No estaba preparada para ese tipo de situaciones. La frustración invadió su cuerpo, tomo varias bocanadas de aire para relajarse. Después de unos momentos carraspeó su garganta pidiendo la atención de su único presente. ¿Discutir o no discutir?
— Para empezar tomas decisiones por mi, o más bien, ni siquiera me consultas, y eso me desagrada, también es mi vida, y no me parece que hagas como el que cree todo lo puede sin tomarme en cuenta — Al final sus palabras las arrastró intentando disimular que estaba por echar chispas. — No me parece tener que estar huyendo, he peleado con otras criaturas, he podido salir con vida, ese viejo no me intimida, parece que aún no te cabe en la cabeza quien soy — Se cruzo de brazos volviendo a recalcar su estado de animo — ¡Estoy decepcionada de ti! ¡Atada a tus mentiras! — Porque esas palabras faldas los habían llevado a esa situación. Si le hubiera contado la verdad desde el principio, otra cosa sería.
Intentó tranquilizarse, pero la cosa iba de mal en peor.
— Además, ¿eres tan cobarde de dejar a tu madre? ¿No te das cuenta que ella es más débil? No necesito tu absurda protección, he podido sobrevivir mucho tiempo sin ti, he asesinado peores amenazas — Terminó por decir. Si seguía hablando podría articular palabras que los lastimaría de forma irreversible.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/06/2011
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Re: The escape | Privado
Hunter se quedó de piedra cuando la escuchó hablar de aquella manera y la miró consternado. Había imaginado su descontento ante la situación y las consecuencias que ésta había traído consigo, pero jamás pensó que estuviera tan molesta. El disgusto de Dagmar se reflejaba perfectamente en su linda cara. No obstante, de todo lo dicho, lo que más hondo le caló fue que lo llamara cobarde por haber dejado atrás a Frauke. No conforme con eso, también argumentaba que no lo necesitaba para estar a salvo y que lo que estaban a punto de hacer era completamente absurdo. Eso le dolió. ¿Acaso no se daba cuenta de que si había dejado a Frauke, era precisamente por mantenerla a ella a salvo? Se trataba de un sacrificio que tanto él como la señora Neumann habían hecho con tal de salvar vidas, sus vidas, algo que había salido en el momento, algo desesperado, no una opción que él hubiera sopesado con premeditación.
La tensión entre ambos se disparó. Hunter desvió la mirada y, por un momento, se sintió incapaz de hablar. Antes de volver a decir algo, necesitaba tomarse unos minutos para pensar. No quería responderle mal, no deseaba empeorar las cosas entre ellos. Además, dados los últimos hechos, la confesión de su gran mentira, no estaba en posición de echarle en cara nada. De algún modo sentía que debía sumar y no restar puntos con ella. Eso en caso de que no quisiera perderla, desde luego. Y no, no deseaba hacerlo. La quería. La quería tanto que era capaz de entender que sus hirientes palabras no provenían de su corazón, sino de su frustración. Él también estaba experimentando algo similar, pero con el tiempo había aprendido a controlarlo.
—Un cobarde —repitió el muchacho con voz muy seria y al mismo tiempo apagada, sin dejar de mirarla—. Sí, probablemente lo soy. Bien por ti que finalmente empiezas a darte cuenta. Me siento mal por lo de Frauke, es algo que no me hace sentir orgulloso, pero no me arrepiento de esto que estoy haciendo contigo. Ella también lo quiso así —apretó los labios cuando el nombrar a su madre logró avivar el sentimiento de culpa una vez más—. Sé que no lo crees, pero podría haberte matado. Con esto no quiero decir que pienso que no eres una mujer fuerte e independiente. Lo eres, pero no conoces a Horst como Frauke y yo lo hacemos. Por eso no podía dejarte y quedarnos a enfrentarlo tampoco era una opción. Al menos no por ahora.
Hunter tenía la esperanza de que con el tiempo las cosas se calmaran y pudieran regresar. Que todo volviera a la normalidad. Para ello tenía en sus planes encontrar una manera segura para comunicarse con Frauke y con Pierrot, pues además de la gran necesidad que sentía de asegurarse de que estaban bien, también era imperativo planear qué pasaría con Horst y sus aliados de ahora en adelante, cómo lograrían manejar la situación a su favor. Tenía tanto que pensar, demasiados cabos que desatar para luego volver a unirlos.
—Puedes pensar lo peor sobre mí, lo merezco, pero yo tengo una convicción: esto es lo mejor que alguna vez he hecho por alguien —confesó. Era cierto, toda la vida había hecho daño a otros, directa o indirectamente. El momento de enmendar errores e intentar cambiar su vida, había llegado. Si no quería pasar el resto de sus días lamentándose por el pasado, debía aferrarse a ello—. Por eso, si tengo que obligarte a subir a ese barco, voy a hacerlo. Y si eso va a ocasionar que me odies, entonces ódiame. Pero no voy a desistir —habló con determinación, pero por alguna razón sus palabras no llegaron a percibirse como una imposición.
Un mechón de cabello castaño, movido por el aire fresco que se colaba por la ventanilla, revoloteó sobre el rostro de Dagmar. En otro momento, Hunter habría alargado su mano para colocarlo detrás de su oído, y aprovechar así la cercanía de sus manos para acariciar su cara. En ésta ocasión no lo hizo. Sentía que debían guardar cierta distancia, que así lo esperaba ella.
Cuando llegaron a su destino, fue el primero en bajar. Pidió a Dagmar que lo esperara y le ordenó al chófer que la vigilara, en caso de que ésta quisiera escapar. Ya en el puerto tuvo que hacer uso de su labia –y sí, también de su dinero- para conseguir que le vendieran dos pasajes de última hora, con el barco casi a punto de zarpar, argumentando que el motivo que los llevaba a Inglaterra no podía esperar. Cuando lo logró, tuvo que correr hacia el carruaje para avisar a Dagmar que sólo tenían unos minutos para abordar, pero ella no se movió y se limitó a mirarlo.
—Vamos, Dagmar, o perderemos el barco —le advirtió con la mano extendida, esperando que la tomara para poderle ayudar a bajar del coche—. Tenemos menos de diez minutos. No me obligues a obligarte.
La tensión entre ambos se disparó. Hunter desvió la mirada y, por un momento, se sintió incapaz de hablar. Antes de volver a decir algo, necesitaba tomarse unos minutos para pensar. No quería responderle mal, no deseaba empeorar las cosas entre ellos. Además, dados los últimos hechos, la confesión de su gran mentira, no estaba en posición de echarle en cara nada. De algún modo sentía que debía sumar y no restar puntos con ella. Eso en caso de que no quisiera perderla, desde luego. Y no, no deseaba hacerlo. La quería. La quería tanto que era capaz de entender que sus hirientes palabras no provenían de su corazón, sino de su frustración. Él también estaba experimentando algo similar, pero con el tiempo había aprendido a controlarlo.
—Un cobarde —repitió el muchacho con voz muy seria y al mismo tiempo apagada, sin dejar de mirarla—. Sí, probablemente lo soy. Bien por ti que finalmente empiezas a darte cuenta. Me siento mal por lo de Frauke, es algo que no me hace sentir orgulloso, pero no me arrepiento de esto que estoy haciendo contigo. Ella también lo quiso así —apretó los labios cuando el nombrar a su madre logró avivar el sentimiento de culpa una vez más—. Sé que no lo crees, pero podría haberte matado. Con esto no quiero decir que pienso que no eres una mujer fuerte e independiente. Lo eres, pero no conoces a Horst como Frauke y yo lo hacemos. Por eso no podía dejarte y quedarnos a enfrentarlo tampoco era una opción. Al menos no por ahora.
Hunter tenía la esperanza de que con el tiempo las cosas se calmaran y pudieran regresar. Que todo volviera a la normalidad. Para ello tenía en sus planes encontrar una manera segura para comunicarse con Frauke y con Pierrot, pues además de la gran necesidad que sentía de asegurarse de que estaban bien, también era imperativo planear qué pasaría con Horst y sus aliados de ahora en adelante, cómo lograrían manejar la situación a su favor. Tenía tanto que pensar, demasiados cabos que desatar para luego volver a unirlos.
—Puedes pensar lo peor sobre mí, lo merezco, pero yo tengo una convicción: esto es lo mejor que alguna vez he hecho por alguien —confesó. Era cierto, toda la vida había hecho daño a otros, directa o indirectamente. El momento de enmendar errores e intentar cambiar su vida, había llegado. Si no quería pasar el resto de sus días lamentándose por el pasado, debía aferrarse a ello—. Por eso, si tengo que obligarte a subir a ese barco, voy a hacerlo. Y si eso va a ocasionar que me odies, entonces ódiame. Pero no voy a desistir —habló con determinación, pero por alguna razón sus palabras no llegaron a percibirse como una imposición.
Un mechón de cabello castaño, movido por el aire fresco que se colaba por la ventanilla, revoloteó sobre el rostro de Dagmar. En otro momento, Hunter habría alargado su mano para colocarlo detrás de su oído, y aprovechar así la cercanía de sus manos para acariciar su cara. En ésta ocasión no lo hizo. Sentía que debían guardar cierta distancia, que así lo esperaba ella.
Cuando llegaron a su destino, fue el primero en bajar. Pidió a Dagmar que lo esperara y le ordenó al chófer que la vigilara, en caso de que ésta quisiera escapar. Ya en el puerto tuvo que hacer uso de su labia –y sí, también de su dinero- para conseguir que le vendieran dos pasajes de última hora, con el barco casi a punto de zarpar, argumentando que el motivo que los llevaba a Inglaterra no podía esperar. Cuando lo logró, tuvo que correr hacia el carruaje para avisar a Dagmar que sólo tenían unos minutos para abordar, pero ella no se movió y se limitó a mirarlo.
—Vamos, Dagmar, o perderemos el barco —le advirtió con la mano extendida, esperando que la tomara para poderle ayudar a bajar del coche—. Tenemos menos de diez minutos. No me obligues a obligarte.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: The escape | Privado
No iba a negarlo, s sentía mal de hablarle de esa forma. Dagmar podía estar muy enojada con Hunter, pero lo seguía amando. Su amor era genuino, lo sabía, pero aquel carácter tan fuerte la aniquilaba, no era su mejor carta, además de que su orgullo, y esas manías de siempre haber sido un alma libre, no le permitían ver lo mucho que él estaba haciendo por ella. Su mal humor la estaba cegando, su corazón se endurecía, y sus lagrimas se contenían logrando que su garganta le impidiera hablar. Las ganas de huir prevalecían, pero de hacerlo él se quedaría en Francia, muy probablemente la buscaría, y terminarían por matarlo en el intento. En su consciencia no quedaría la muerte del amor de su vida, del hombre que le demostraba lo que existían los sacrificios por la persona amada.
Observaba por la ventana, notó como se alejaba de ahí, y aunque el chofer era un blanco fácil, terminó por quedarse sentada, suspirando, sin ni siquiera crear un pensamiento para bien o para mal. La idea de las corazonadas terminó por convencerla, y por eso sé quedó ahí, esperándolo, firmando así lo que sería el siguiente paso para el resto de sus días junto al muchacho de cabello rubio. Negó para sus adentros, se sintió aún más enojada por notar que él era su debilidad mas que ella misma.
Estiró su mano para tomar la de Hunter. El frío de la piel ajena aceleró el palpitar de su corazón. Llevaban días sin tocarse, los jalones y tirones para apresurar el paso no contaban. Aquel muchacho lograba erizar su piel y elevar su temperatura. Se mordió el labio inferior con fuerza buscando distraer aquellos bajos instintos, no era el lugar, ni el momento correcto, además que parecía volverse loca por aquellos arranques inesperados y enfermos, mejor sonrió para sí, bajó del carruaje y entrelazó sus dedos con los de él e señal de tregua, aunque una que podía durar para siempre o volverse a romper. Todo era impredecible con Dagmar.
Apresuraron el paso, ya eran a los últimos que esperaban para zarpar. En cuando estuvieron ya dentro del barco, con la ancla elevada, la joven sintió que las piernas le temblaban, se sintió segura. Se giró por instinto para abrazarlo, para poder sentir tranquilidad. Estarían tan lejos que ni ella misma lo imaginaba.
Quizá París jamás había sido su destino, sólo su inicio para la realidad.
Dagmar sintió un golpecito en el hombro, movió el rostro y notó que una mucama los estaba esperando. Dado que no llevaban demasiado, ni siquiera se molestó en hacer el intento de ayudar a Hunter a cargar, además había quien lo hiciera por ellos. Por lo visto el joven había comprado los mejores cuartos para su vieja. Al menos la comodidad los ayudaría a descansar, eso ocasionaría que estuviera de mejor humor y pudieran hablar con tranquilidad las cosas.
La parte alta del barco sólo tenia un total de cinco cuartos. El último era el de ellos. Del pasillo era el del fondo, y era la única forma de entrar. La chica arqueó la mirada, ¿cómo Hunter había logrado tomar esos detalles con tan sólo unos minutos? Cuando entraron a la habitación, notó que aunque habían muchas ventanas abiertas, ninguna permitiría el acceso de alguna persona. Suspiró, estarían seguros, o al menos listos para cualquier posible ataque. La chica acomodó las cosas de los jóvenes a un lado de los armarios, y después de que le dio el rubio la propina, los dejó solos.
— Te pido entenderme un poco, esto es complicado — Ni siquiera se dio la vuelta, avanzó hacía la cama, le estaba llamando la atención demasiado, su cuerpo ya le estaba pasando factura de tantas emociones — Nadie había controlado mi destino más que yo, y sé que no quieres retenerme, pero que difícil — Se dejó caer en la cama — No me gusta huir, quiero libertad, debimos matarlo en ese momento — Lamentó cerrando los ojos — Dime que tendremos paz en un futuro, que todo estará bien, y prometo no discutir demasiado — Acomodó una de sus manos sobre el abdomen. Ya no deseaba discutir.
Observaba por la ventana, notó como se alejaba de ahí, y aunque el chofer era un blanco fácil, terminó por quedarse sentada, suspirando, sin ni siquiera crear un pensamiento para bien o para mal. La idea de las corazonadas terminó por convencerla, y por eso sé quedó ahí, esperándolo, firmando así lo que sería el siguiente paso para el resto de sus días junto al muchacho de cabello rubio. Negó para sus adentros, se sintió aún más enojada por notar que él era su debilidad mas que ella misma.
Estiró su mano para tomar la de Hunter. El frío de la piel ajena aceleró el palpitar de su corazón. Llevaban días sin tocarse, los jalones y tirones para apresurar el paso no contaban. Aquel muchacho lograba erizar su piel y elevar su temperatura. Se mordió el labio inferior con fuerza buscando distraer aquellos bajos instintos, no era el lugar, ni el momento correcto, además que parecía volverse loca por aquellos arranques inesperados y enfermos, mejor sonrió para sí, bajó del carruaje y entrelazó sus dedos con los de él e señal de tregua, aunque una que podía durar para siempre o volverse a romper. Todo era impredecible con Dagmar.
Apresuraron el paso, ya eran a los últimos que esperaban para zarpar. En cuando estuvieron ya dentro del barco, con la ancla elevada, la joven sintió que las piernas le temblaban, se sintió segura. Se giró por instinto para abrazarlo, para poder sentir tranquilidad. Estarían tan lejos que ni ella misma lo imaginaba.
Quizá París jamás había sido su destino, sólo su inicio para la realidad.
Dagmar sintió un golpecito en el hombro, movió el rostro y notó que una mucama los estaba esperando. Dado que no llevaban demasiado, ni siquiera se molestó en hacer el intento de ayudar a Hunter a cargar, además había quien lo hiciera por ellos. Por lo visto el joven había comprado los mejores cuartos para su vieja. Al menos la comodidad los ayudaría a descansar, eso ocasionaría que estuviera de mejor humor y pudieran hablar con tranquilidad las cosas.
La parte alta del barco sólo tenia un total de cinco cuartos. El último era el de ellos. Del pasillo era el del fondo, y era la única forma de entrar. La chica arqueó la mirada, ¿cómo Hunter había logrado tomar esos detalles con tan sólo unos minutos? Cuando entraron a la habitación, notó que aunque habían muchas ventanas abiertas, ninguna permitiría el acceso de alguna persona. Suspiró, estarían seguros, o al menos listos para cualquier posible ataque. La chica acomodó las cosas de los jóvenes a un lado de los armarios, y después de que le dio el rubio la propina, los dejó solos.
— Te pido entenderme un poco, esto es complicado — Ni siquiera se dio la vuelta, avanzó hacía la cama, le estaba llamando la atención demasiado, su cuerpo ya le estaba pasando factura de tantas emociones — Nadie había controlado mi destino más que yo, y sé que no quieres retenerme, pero que difícil — Se dejó caer en la cama — No me gusta huir, quiero libertad, debimos matarlo en ese momento — Lamentó cerrando los ojos — Dime que tendremos paz en un futuro, que todo estará bien, y prometo no discutir demasiado — Acomodó una de sus manos sobre el abdomen. Ya no deseaba discutir.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: The escape | Privado
Cuando la vio dudar, Hunter inclinó la cabeza y enarcó las cejas, previendo lo peor. Ella era una mujer encantadora, pero no podía negarse que tenía su carácter. Distaba mucho de comportarse como la mayoría de las jóvenes, quienes ofrecían obediencia absoluta y jamás se rebelaban en contra de la opinión de otros, porque no era bien visto, porque no era lo correcto tratándose de una dama. Dagmar era el tipo de mujer que no tenía empacho en mostrarse tal y como era, incluso si los demás se mostraban en desacuerdo. Además de hermosa, era inteligente y audaz, y sí, también retozona y testaruda. En definitiva, tenía mucho espíritu. Sin embargo, aunque su personalidad una de las cosas que más le gustaba de ella al muchacho, en ocasiones podía volverse un verdadero desafío. Con la mano aún extendida, la miró con aire de preocupación y reflexionó: ¿la prefería sumisa? Desde luego que para él todo sería mucho más sencillo si de vez en cuando ella se mordía la lengua y decidía cooperar, apoyando sus decisiones pero, sinceramente, mientras más la conocía, menos se imaginaba a una mujer con el temple de Dagmar comportándose tímida y obediente.
Transcurrieron varios minutos que se tornaron eternos, antes de que la joven tomara una decisión, pero finalmente lo hizo. Para la satisfacción de Hunter, ella se decidió por acompañarlo. Aceptó su mano y bajó del carruaje. El rubio se sintió profundamente aliviado con su cooperación. Disponían de tan poco tiempo para subir el barco que, si ella hubiera demorado tan solo unos segundos más en darle a conocer su respuesta, Hunter no habría tenido otra opción que echársela sobre los hombros y llevarla a la fuerza. Afortunadamente se habían ahorrado el numerito y podían abordar con la cabeza en alto, como lo hacía la gente de clase alta.
Cinco minutos después, estaban en el barco. Dagmar lo abrazó y Hunter se mostró sorprendido. Nunca esperó que luego de la hiriente conversación que habían tenido en el carruaje, ella quisiera tanta cercanía, pero le alegró porque eso sólo podía significar una cosa: ella no lo odiaba. Sus brazos la rodearon y la apretó contra sí. Más tarde, cuando el barco comenzó a deslizarse sobre las aguas del océano Atlántico, se dirigieron a su habitación. No era un viaje nada largo en realidad, pero imaginó a causa de la gran cantidad de emociones vividas los últimos días, ella estaría cansada. No se equivocó. Dagmar no tardó en recostarse y él la acompañó, acomodándose a un lado. Aún se sentía un poco de tensión en el aire, pero al menos ya no lo miraba con frialdad o desdén, y le dirigía la palabra. Antes de responder, Hunter dejó escapar una profunda bocanada de aire. Lo ponía en una situación complicada, bastante comprometedora al decirle todo aquello.
—Sí, debimos matarlo —concedió—. Eso hubiera sido lo mejor, y en su situación habría sido demasiado fácil terminarlo, pero ya ha habido demasiadas muertes por nuestra culpa. Estoy cansado de ver morir gente. Tiene que haber otro modo. Lo encontraremos.
Ante aquellas palabras, Dagmar permaneció inmóvil y callada. ¿Sería que pensaba que lo que él proponía era imposible? Hunter no podía culparla, pues bajo semejantes circunstancias, dudar era lo más sensato que llegarían a hacer.
—Dagmar… —dijo suavemente, como si temiera encontrarse nuevamente con su rechazo— sin importar lo que tenga que hacer para lograrlo, prometo que algún día tu vida volverá a ser la de antes. Tienes mi palabra —prometió, aun sin saber lo que el destino les deparaba, o si serían capaces de librar cualquier obstáculo que se presentara. Ella estaba insegura y como toda mujer esperaba encontrar en su pareja la confianza necesaria para poder continuar. No podía defraudarla.
—Sé que piensas que hago esto con el único fin de protegerte, y es así, pero también es porque te necesito. No estás bajo mis órdenes, no eres mi prisionera. Estás aquí porque creo firmemente que juntos podremos resolver esto —deslizó sus dedos por el rostro femenino, sintiendo la suavidad de la misma. Podían disgustarse todas las veces posibles el uno con el otro, pero la química que había entre ellos y que se disparaba cuando estaban cerca, era innegable.
Transcurrieron varios minutos que se tornaron eternos, antes de que la joven tomara una decisión, pero finalmente lo hizo. Para la satisfacción de Hunter, ella se decidió por acompañarlo. Aceptó su mano y bajó del carruaje. El rubio se sintió profundamente aliviado con su cooperación. Disponían de tan poco tiempo para subir el barco que, si ella hubiera demorado tan solo unos segundos más en darle a conocer su respuesta, Hunter no habría tenido otra opción que echársela sobre los hombros y llevarla a la fuerza. Afortunadamente se habían ahorrado el numerito y podían abordar con la cabeza en alto, como lo hacía la gente de clase alta.
Cinco minutos después, estaban en el barco. Dagmar lo abrazó y Hunter se mostró sorprendido. Nunca esperó que luego de la hiriente conversación que habían tenido en el carruaje, ella quisiera tanta cercanía, pero le alegró porque eso sólo podía significar una cosa: ella no lo odiaba. Sus brazos la rodearon y la apretó contra sí. Más tarde, cuando el barco comenzó a deslizarse sobre las aguas del océano Atlántico, se dirigieron a su habitación. No era un viaje nada largo en realidad, pero imaginó a causa de la gran cantidad de emociones vividas los últimos días, ella estaría cansada. No se equivocó. Dagmar no tardó en recostarse y él la acompañó, acomodándose a un lado. Aún se sentía un poco de tensión en el aire, pero al menos ya no lo miraba con frialdad o desdén, y le dirigía la palabra. Antes de responder, Hunter dejó escapar una profunda bocanada de aire. Lo ponía en una situación complicada, bastante comprometedora al decirle todo aquello.
—Sí, debimos matarlo —concedió—. Eso hubiera sido lo mejor, y en su situación habría sido demasiado fácil terminarlo, pero ya ha habido demasiadas muertes por nuestra culpa. Estoy cansado de ver morir gente. Tiene que haber otro modo. Lo encontraremos.
Ante aquellas palabras, Dagmar permaneció inmóvil y callada. ¿Sería que pensaba que lo que él proponía era imposible? Hunter no podía culparla, pues bajo semejantes circunstancias, dudar era lo más sensato que llegarían a hacer.
—Dagmar… —dijo suavemente, como si temiera encontrarse nuevamente con su rechazo— sin importar lo que tenga que hacer para lograrlo, prometo que algún día tu vida volverá a ser la de antes. Tienes mi palabra —prometió, aun sin saber lo que el destino les deparaba, o si serían capaces de librar cualquier obstáculo que se presentara. Ella estaba insegura y como toda mujer esperaba encontrar en su pareja la confianza necesaria para poder continuar. No podía defraudarla.
—Sé que piensas que hago esto con el único fin de protegerte, y es así, pero también es porque te necesito. No estás bajo mis órdenes, no eres mi prisionera. Estás aquí porque creo firmemente que juntos podremos resolver esto —deslizó sus dedos por el rostro femenino, sintiendo la suavidad de la misma. Podían disgustarse todas las veces posibles el uno con el otro, pero la química que había entre ellos y que se disparaba cuando estaban cerca, era innegable.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: The escape | Privado
¿Realizar trabajo en equipo? Durante todos sus años como cazadora, la única vez que verdaderamente trabajó en equipo fue para enseñar, porque incluso aprendió más en los campos de batalla. Supo que adoraba ver a más como ella luchando para que existiera un orden y armonía correcta entre las especies, pero jamás trabajó acompañada de alguien. La razón era muy sencilla. Dagmar, aunque poseía un carácter fuerte y difícil, terminaba por ser una joven extremadamente sentimental, que no soportaba el hecho de ver heridos a personas que quería, mucho menos soportaría la muerte de aquellos cercanos, por eso evitaba mostrar debilidad en ese aspecto, además que, sola podía hacer mejor las cosas.
Sin embargo una cosa era trabajar en la cacería constante de especies, y otra su vida. Si bien, el ser humano nace de forma individual, a excepción de ser gemelos, trillizos, etc. se necesitaba de alguien para poder superar las etapas de la vida. Cuando se nace se necesita de los padres, incluso en los primeros años. También se ocupa de personas para poder formar carácter conforme pasan los años y las situaciones. Los amigos o conocidos formaban parte fundamental de la vida, aunque ellos los llamaba algo así como círculos de interés, y para finalizar se necesitaba de una parea, esa que te da un lugar en la sociedad, pero también te ayuda a estar acompañada hasta el final de los días de alguno. El amor en el último caso era un bonus, porque no todos llegan a tener tal privilegio.
La jovencita quería evitar precisamente eso: tener que consensuar su vida. Tener que pensar también por alguien más, y no sólo por su persona. A veces las personas no llevan tu mismo paso, ni tu mismo ritmo, por eso es complicado, y aunque Hunter era un hombre determinado, inteligente, y muy preparado, ella temía que no estuvieran avanzando en la misma corriente, por eso temía tanto tener que aceptar todo aquello. No toda la vida iba a evitarlo. Todo momento llegaba por alguna razón.
Quizás Dios ya había decidido era su momento, y no podría huir, debía darle cara a la situación.
Se apresuró a detenerla la caricia que le estaba otorgando. Dagmar se sentía alterada, débil y confundida cada que el realizaba esa acción. Su cuerpo reaccionaba a los roces de Hunter, lo extrañaba en la intimidad, pero su orgullo era más grande, o al menos lo había sido hasta ese momento.
— No sé que tan objetivo sea que sólo nosotros dos terminemos por tomar las decisiones de está situación, no considero que seamos lo suficientemente objetivos, y es que tu me trajiste a este viaje casi a rastras, sin importar las consecuencias a terceros — Suspiró pesadamente, sus ojos azules terminaron por observar el techo de aquella habitación de barco — Nunca fui egoísta escogiendo mis batallas, pero parece esta vez lo fui, somos más fuertes que tu madre y el joven que entró a auxiliarla, y sin embargo huimos, sólo pensamientos en nosotros — Negó un par de veces sin dejar de ver los desperfectos de los acabados de la nave marina.
— ¿Y qué sigue? Dime, si quieres que estemos escondidos, ¿cómo piensas que viviremos? Debemos trabajar, en algún punto el dinero que tenemos se irá terminando, y alguien que esté a favor de Horst te verá, nunca nadie está exento del anonimato completo, eso es absurdo — Se sentía muy inestable, inquieta y ansiosa, no llegaba a una conclusión real, no sabía como debía atacar el problema. Matar resultaba muchísimo más fácil, que dejar a alguien vivo.
La joven lo volteó a ver por unos momentos, suspiró repetidas veces, moría de ganas por besarlo, pero aún seguía demasiado dolida como para poder hacerlo, o tener la iniciativa.
— ¿Hay algo que no sepa? Es decir, algún detalle más, algo que debamos cubrir, pagar… ¿Algo que se necesite hacer para poder tener tranquilidad en esta vida de exilio? — Algo que animaba a Dagmar, era que en Londres había una cede de sus cazadores, que existía una casa de entrenamiento y servía para algunos de internado, quizás algunos días los llegaría a pasar ahí, así no perdería la condición por el entrenamiento. — Necesitamos paz, pero también resolver esto. ¿Crees que podamos entrar a su domicilio? Quizás encontremos cosas que nos ayuden y agilizar esto ¿No lo crees? — Dagmar lo volteó a ver arqueando una ceja, por fin su mente se estaba aclarando sobre como debían enfrentar el tema aunque estuvieran lejos.
Sin embargo una cosa era trabajar en la cacería constante de especies, y otra su vida. Si bien, el ser humano nace de forma individual, a excepción de ser gemelos, trillizos, etc. se necesitaba de alguien para poder superar las etapas de la vida. Cuando se nace se necesita de los padres, incluso en los primeros años. También se ocupa de personas para poder formar carácter conforme pasan los años y las situaciones. Los amigos o conocidos formaban parte fundamental de la vida, aunque ellos los llamaba algo así como círculos de interés, y para finalizar se necesitaba de una parea, esa que te da un lugar en la sociedad, pero también te ayuda a estar acompañada hasta el final de los días de alguno. El amor en el último caso era un bonus, porque no todos llegan a tener tal privilegio.
La jovencita quería evitar precisamente eso: tener que consensuar su vida. Tener que pensar también por alguien más, y no sólo por su persona. A veces las personas no llevan tu mismo paso, ni tu mismo ritmo, por eso es complicado, y aunque Hunter era un hombre determinado, inteligente, y muy preparado, ella temía que no estuvieran avanzando en la misma corriente, por eso temía tanto tener que aceptar todo aquello. No toda la vida iba a evitarlo. Todo momento llegaba por alguna razón.
Quizás Dios ya había decidido era su momento, y no podría huir, debía darle cara a la situación.
Se apresuró a detenerla la caricia que le estaba otorgando. Dagmar se sentía alterada, débil y confundida cada que el realizaba esa acción. Su cuerpo reaccionaba a los roces de Hunter, lo extrañaba en la intimidad, pero su orgullo era más grande, o al menos lo había sido hasta ese momento.
— No sé que tan objetivo sea que sólo nosotros dos terminemos por tomar las decisiones de está situación, no considero que seamos lo suficientemente objetivos, y es que tu me trajiste a este viaje casi a rastras, sin importar las consecuencias a terceros — Suspiró pesadamente, sus ojos azules terminaron por observar el techo de aquella habitación de barco — Nunca fui egoísta escogiendo mis batallas, pero parece esta vez lo fui, somos más fuertes que tu madre y el joven que entró a auxiliarla, y sin embargo huimos, sólo pensamientos en nosotros — Negó un par de veces sin dejar de ver los desperfectos de los acabados de la nave marina.
— ¿Y qué sigue? Dime, si quieres que estemos escondidos, ¿cómo piensas que viviremos? Debemos trabajar, en algún punto el dinero que tenemos se irá terminando, y alguien que esté a favor de Horst te verá, nunca nadie está exento del anonimato completo, eso es absurdo — Se sentía muy inestable, inquieta y ansiosa, no llegaba a una conclusión real, no sabía como debía atacar el problema. Matar resultaba muchísimo más fácil, que dejar a alguien vivo.
La joven lo volteó a ver por unos momentos, suspiró repetidas veces, moría de ganas por besarlo, pero aún seguía demasiado dolida como para poder hacerlo, o tener la iniciativa.
— ¿Hay algo que no sepa? Es decir, algún detalle más, algo que debamos cubrir, pagar… ¿Algo que se necesite hacer para poder tener tranquilidad en esta vida de exilio? — Algo que animaba a Dagmar, era que en Londres había una cede de sus cazadores, que existía una casa de entrenamiento y servía para algunos de internado, quizás algunos días los llegaría a pasar ahí, así no perdería la condición por el entrenamiento. — Necesitamos paz, pero también resolver esto. ¿Crees que podamos entrar a su domicilio? Quizás encontremos cosas que nos ayuden y agilizar esto ¿No lo crees? — Dagmar lo volteó a ver arqueando una ceja, por fin su mente se estaba aclarando sobre como debían enfrentar el tema aunque estuvieran lejos.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: The escape | Privado
Hunter se sintió confundido. ¿Por qué Dagmar lo había abrazado en cubierta y ahora era él quien la tocaba, lo rechazaba? No lo entendió, pero sin duda fue lo bastante incómodo como para tomar la decisión de alejarse, antes de que ella lo hiciera. Aún con la terrible sensación de que ya no era bienvenido entre sus brazos –o al menos no como antes-, se puso de pie y se colocó junto a la ventanilla del camarote. En silencio intentó buscar un porqué a lo que acababa de ocurrir, y lo único que vino a su mente fue que ella necesitaba tiempo. Debía entenderlo. Tenía que dejar que fuera Dagmar quien decidiera cómo y cuándo quería acercarse a él, no al revés. Parecía algo sencillo, pero a la hora de ponerlo en práctica, lo cierto es que no lo era tanto. Tenerla ahí, a un metro de distancia y no poder expresarle su amor de todas las formas en que deseaba hacerlo, parecía una tortura. Sin embargo, estaba dispuesto. Haría lo que fuera necesario para no volver a someterla al dolor y sufrimiento.
—No es un tema del que debas preocuparte. Ya tenemos suficientes problemas y el dinero no será uno más, te lo aseguro —le hubiera gustado poder sentirse orgulloso de aquellas palabras, de tener la solvencia económica necesaria para que durante aquel exilio, como Dagmar insistía en llamarlo, no se viera privada de las comodidades a las que estaba acostumbrada. Pero no fue así, y sintió la necesidad de aclarárselo—. No me produce ningún placer decirlo, pero los años que trabajé para Horst, que fueron bastantes, me dejaron una buena suma en el banco. Es dinero sucio, mal habido, ambos estamos conscientes de ello, pero servirá.
Hubo un silencio, momento en el que percibió que Dagmar no se sentía muy cómoda con lo que acababa de decirle. No era para menos. En otras palabras, estaba diciéndole que usarían el dinero que le habían pagado por asesinar a otras personas. Era una imagen terrible, sin duda, pero antes de que ella pudiera refutar sus palabras, prosiguió.
—Buscaremos un lindo lugar para instalarnos —dijo con la intención de mejorar el panorama—. Puedes elegirlo tú, a tu gusto, si así lo prefieres. El encierro es opcional, Dagmar, podrás ir y venir cuantas veces quieras y sientas que te es necesario… si esto te hará sentir menos prisionera. Sí, estamos huyendo, pero en Londres estarás a salvo. O al menos así será durante un tiempo, mismo que deberemos aprovechar para encontrar una solución al problema —hizo una breve pausa, recordando que lo primero que debía hacer llegando a Londres, era contactar a Frauke y a Pierrot por medio de una misiva. La comunicación entre ellos era algo esencial en tan difíciles momentos.
—En cuanto a lo de entrar a casa de Neumann… —suspiró. La idea no lo entusiasmaba en lo más mínimo, pero sí, admitía que podía servir ahora que debían encontrar la manera de hundirlo—. Sí supongo que es factible. Un poco arriesgado, pero posible. De todos modos, es improbable que a tan solo unas horas los demás ya estén enterados de lo ocurrido, y si me presento en la propiedad, nadie tendría que sospechar algo de mí. No si actúo normal. Siempre fui uno de los favoritos de Horst, todo el mundo lo sabe, no me negarán el acceso. Pero hablaremos de todo esto después —dijo de pronto, como si ya tuviera suficiente del tema. En cierta forma, era así: no era para nada su tema favorito. Dagmar, por su parte, nuevamente no pareció muy conforme con las palabras del rubio—. Descuida, tendremos tiempo de sobra. Te lo contaré todo —añadió él para tranquilizarla, y le pareció notar que el rostro de la joven se relajaba.
—Ahora deberías descansar —no se lo sugería, quería que lo hiciera—. Llegaremos en una hora, ¿por qué no aprovechas para dormir un poco? Aún luces demacrada y estoy preocupado por tu salud. Fuiste herida y no reposaste lo suficiente —y admitió silenciosamente haber contribuido en eso cuando, cegados por la pasión, habían hecho el amor por primera vez en aquel cuarto de hotel. Había sido maravilloso y jamás se arrepentiría de ello, pero no podía negar que había sido una imprudencia de su parte.
—Vamos, ponte cómoda —insistió—. Yo estaré afuera. Vendré a buscarte a tiempo —y sin más, salió de la habitación. ¿Para qué quedarse si era evidente que no deseaba su cercanía? Gustoso se habría recostado a su lado. Pero no. Era mejor así.
—No es un tema del que debas preocuparte. Ya tenemos suficientes problemas y el dinero no será uno más, te lo aseguro —le hubiera gustado poder sentirse orgulloso de aquellas palabras, de tener la solvencia económica necesaria para que durante aquel exilio, como Dagmar insistía en llamarlo, no se viera privada de las comodidades a las que estaba acostumbrada. Pero no fue así, y sintió la necesidad de aclarárselo—. No me produce ningún placer decirlo, pero los años que trabajé para Horst, que fueron bastantes, me dejaron una buena suma en el banco. Es dinero sucio, mal habido, ambos estamos conscientes de ello, pero servirá.
Hubo un silencio, momento en el que percibió que Dagmar no se sentía muy cómoda con lo que acababa de decirle. No era para menos. En otras palabras, estaba diciéndole que usarían el dinero que le habían pagado por asesinar a otras personas. Era una imagen terrible, sin duda, pero antes de que ella pudiera refutar sus palabras, prosiguió.
—Buscaremos un lindo lugar para instalarnos —dijo con la intención de mejorar el panorama—. Puedes elegirlo tú, a tu gusto, si así lo prefieres. El encierro es opcional, Dagmar, podrás ir y venir cuantas veces quieras y sientas que te es necesario… si esto te hará sentir menos prisionera. Sí, estamos huyendo, pero en Londres estarás a salvo. O al menos así será durante un tiempo, mismo que deberemos aprovechar para encontrar una solución al problema —hizo una breve pausa, recordando que lo primero que debía hacer llegando a Londres, era contactar a Frauke y a Pierrot por medio de una misiva. La comunicación entre ellos era algo esencial en tan difíciles momentos.
—En cuanto a lo de entrar a casa de Neumann… —suspiró. La idea no lo entusiasmaba en lo más mínimo, pero sí, admitía que podía servir ahora que debían encontrar la manera de hundirlo—. Sí supongo que es factible. Un poco arriesgado, pero posible. De todos modos, es improbable que a tan solo unas horas los demás ya estén enterados de lo ocurrido, y si me presento en la propiedad, nadie tendría que sospechar algo de mí. No si actúo normal. Siempre fui uno de los favoritos de Horst, todo el mundo lo sabe, no me negarán el acceso. Pero hablaremos de todo esto después —dijo de pronto, como si ya tuviera suficiente del tema. En cierta forma, era así: no era para nada su tema favorito. Dagmar, por su parte, nuevamente no pareció muy conforme con las palabras del rubio—. Descuida, tendremos tiempo de sobra. Te lo contaré todo —añadió él para tranquilizarla, y le pareció notar que el rostro de la joven se relajaba.
—Ahora deberías descansar —no se lo sugería, quería que lo hiciera—. Llegaremos en una hora, ¿por qué no aprovechas para dormir un poco? Aún luces demacrada y estoy preocupado por tu salud. Fuiste herida y no reposaste lo suficiente —y admitió silenciosamente haber contribuido en eso cuando, cegados por la pasión, habían hecho el amor por primera vez en aquel cuarto de hotel. Había sido maravilloso y jamás se arrepentiría de ello, pero no podía negar que había sido una imprudencia de su parte.
—Vamos, ponte cómoda —insistió—. Yo estaré afuera. Vendré a buscarte a tiempo —y sin más, salió de la habitación. ¿Para qué quedarse si era evidente que no deseaba su cercanía? Gustoso se habría recostado a su lado. Pero no. Era mejor así.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: The escape | Privado
¡No y más no! La situación sin duda no estaba mejorando, de hecho empeoraba. Dagmar lo observó salir de la habitación. Nunca llegó a imaginar que el vacío suplantara al enojo y la indignación. ¿Qué le estaba ocurriendo? Se estaba comportando en una niña caprichosa. Simplemente estaba pensando sólo en ella. ¡Qué si estaba perdiendo su libertad! ¡Qué si la estaban alejando de su zona de confort! ¡Qué le quitaban el gobernador su vida! Etc. Un sin fin de cosas que sólo terminaba en un escenario: ella. Nunca se caracterizó por ser alguien egoísta, de hecho su libertad la atribuía al ayudar a los demás, a purgar de peligrosas criaturas cualquier área, incluso se sentía de vez en cuanto que sacrificaba su vida sentimental, por el tener que cuidar al resto, cosa que no le correspondía, y que por supuesto estaba alejado de la realidad.
En ese instante el golpe de realidad la azotó. Se dejó caer en la cómoda y elegante cama de aquel barco, miró el techo esperando poder aclarar su mente un poco más. ¿En qué estaba fallando? En todo, esa situación era más grande que sus inconformidades. Ahí no sólo se resumía a que su vida estuviera en peligro, sino también la de Frauke, Pierrot, Hunter, Horst, y ella. Aunque claro que el señor Neumann le importaba una mierda. Si seguía con sus berrinches baratos terminaría por perderlo todo, e incluso más de lo imaginado, y la ira de Neumann azotaría inocentes que poco tuvieran que ver. Respiró de forma profunda, tragó saliva y se dio la vuelta refunfuñando y pensando en la realidad del problema.
¿Cómo combatir aquella guerra?
Cerró los ojos aún con los pensamientos dando vueltas, aunque algunos ya habían tomado su lugar correspondiente en el rompecabezas. Hizo memoria de ese día. Demasiada violencia y odio. Horst sin duda era la imagen soberbia que sus víctimas llegaban a tener. Algunas imploraban perdón y juraban comportarse, otras preferían morir con dignidad. Seguramente aquel hombre era de los segundos. Negó para sí misma. Ella comprendía que aquel hombre debía morir, de no hacerlo todos estarían en peligro. En sus manos correría la sangre de Neumann, ¡Y que Dios perdonara sus pecados!
De alguna manera la idea de matarlo no le resultaba mala, bastaba con recordar que nadie lo extrañaría, que le haría un gran favor a la humanidad, para animarse de nueva cuenta a realizar aquel pecado. Siempre habían sacrificios que hacer, y sí tenía que irse al infierno con tal de ver a sus seres queridos felices por el resto de sus días, lo haría.
Se levantó de la cama de golpe. Ya debía derrumbar toda su barrera, debía comportarse como esa chica amorosa que había descubierto, y que sólo estaba disponible para él.
Nerviosa giró la perilla de la puerta, no hizo sonido alguno, sonrió porque a pesar de sentirse cansada, y sobretodo torpe (todo debido a las heridas después de la revolución y su falta de reposo y rehabilitación), seguía siendo hábil. Siempre supo que aquello lo tenía en la sangre, algo que le salía de forma natural. Dejó que uno de sus ojos se colara por la abertura que había creado. Observó lo que había a su alcance con la mirada, suspiró sin notarlo en primera instancia, por lo que abrió la puerta de golpe intentando así llamar su atención. Hunter no se encontraba, lo cual le hizo crear una mueca de descontento, y terminó por volver a cerrar la puerta. ¿A dónde habría ido?
Miró su reflejo en el espejo. Su aspecto no era malo, salvo la palidez de su piel. Dagmar sabía que no era fea, pero aunque lo supiera, era muy exigente consigo misma, sin embargo está vez no se desagradó. Decidió salir a buscar al muchacho, y aunque su primera opción fue el pequeño restaurante, no lo encontró. Volvió a cuestionar dónde se encontraría el varón, y terminó por ir a cubierta. Se escuchaba música de fondo, algunos bailando, una barra de distintos tipos de bebidas, y al fondo un hombre rubio observando hacía el mar. La vista de aquel joven la hizo suspirar.
Se tomó su tiempo para observarlo, cuando el joven volteaba al sentir una mirada, ella se escondía, aunque después de un rato aquello le aburrió y terminó por acercarse.
— ¿Es bonito a dónde vamos? — Cuestionó con las mejillas sonrojadas por el acercamiento y el abrupto cambio de actitud — He leído que es una de las ciudades más modernas, seguro muchas cosas me interesarán, además de las armas — Volteó a verlo sonriendo con timidez, algo muy complicado de verse en la joven. — ¿Crees que podamos vivir a las fueras? Me gustan las lugares que no son muy transitados, así la gente no ve mi forma de vida, además de que la privacidad le viene bien a una pareja de jóvenes — Estaba siendo esperanzadora para él, o más bien para la relación de ambos. El toque seductor de ella, ese que se le había desaparecido llegó en el momento correcto.
Dagmar simplemente dio un paso hacía adelante y terminó por besarlo.
— Perdóname — Masculló — Te extraño, ven a la cama conmigo — Lo necesitaba a su lado — Lo resolveremos juntos — Y volvió a besarlo con esa necesidad que sólo se pueden permitir las personas que se aman.
En ese instante el golpe de realidad la azotó. Se dejó caer en la cómoda y elegante cama de aquel barco, miró el techo esperando poder aclarar su mente un poco más. ¿En qué estaba fallando? En todo, esa situación era más grande que sus inconformidades. Ahí no sólo se resumía a que su vida estuviera en peligro, sino también la de Frauke, Pierrot, Hunter, Horst, y ella. Aunque claro que el señor Neumann le importaba una mierda. Si seguía con sus berrinches baratos terminaría por perderlo todo, e incluso más de lo imaginado, y la ira de Neumann azotaría inocentes que poco tuvieran que ver. Respiró de forma profunda, tragó saliva y se dio la vuelta refunfuñando y pensando en la realidad del problema.
¿Cómo combatir aquella guerra?
Cerró los ojos aún con los pensamientos dando vueltas, aunque algunos ya habían tomado su lugar correspondiente en el rompecabezas. Hizo memoria de ese día. Demasiada violencia y odio. Horst sin duda era la imagen soberbia que sus víctimas llegaban a tener. Algunas imploraban perdón y juraban comportarse, otras preferían morir con dignidad. Seguramente aquel hombre era de los segundos. Negó para sí misma. Ella comprendía que aquel hombre debía morir, de no hacerlo todos estarían en peligro. En sus manos correría la sangre de Neumann, ¡Y que Dios perdonara sus pecados!
De alguna manera la idea de matarlo no le resultaba mala, bastaba con recordar que nadie lo extrañaría, que le haría un gran favor a la humanidad, para animarse de nueva cuenta a realizar aquel pecado. Siempre habían sacrificios que hacer, y sí tenía que irse al infierno con tal de ver a sus seres queridos felices por el resto de sus días, lo haría.
Se levantó de la cama de golpe. Ya debía derrumbar toda su barrera, debía comportarse como esa chica amorosa que había descubierto, y que sólo estaba disponible para él.
Nerviosa giró la perilla de la puerta, no hizo sonido alguno, sonrió porque a pesar de sentirse cansada, y sobretodo torpe (todo debido a las heridas después de la revolución y su falta de reposo y rehabilitación), seguía siendo hábil. Siempre supo que aquello lo tenía en la sangre, algo que le salía de forma natural. Dejó que uno de sus ojos se colara por la abertura que había creado. Observó lo que había a su alcance con la mirada, suspiró sin notarlo en primera instancia, por lo que abrió la puerta de golpe intentando así llamar su atención. Hunter no se encontraba, lo cual le hizo crear una mueca de descontento, y terminó por volver a cerrar la puerta. ¿A dónde habría ido?
Miró su reflejo en el espejo. Su aspecto no era malo, salvo la palidez de su piel. Dagmar sabía que no era fea, pero aunque lo supiera, era muy exigente consigo misma, sin embargo está vez no se desagradó. Decidió salir a buscar al muchacho, y aunque su primera opción fue el pequeño restaurante, no lo encontró. Volvió a cuestionar dónde se encontraría el varón, y terminó por ir a cubierta. Se escuchaba música de fondo, algunos bailando, una barra de distintos tipos de bebidas, y al fondo un hombre rubio observando hacía el mar. La vista de aquel joven la hizo suspirar.
Se tomó su tiempo para observarlo, cuando el joven volteaba al sentir una mirada, ella se escondía, aunque después de un rato aquello le aburrió y terminó por acercarse.
— ¿Es bonito a dónde vamos? — Cuestionó con las mejillas sonrojadas por el acercamiento y el abrupto cambio de actitud — He leído que es una de las ciudades más modernas, seguro muchas cosas me interesarán, además de las armas — Volteó a verlo sonriendo con timidez, algo muy complicado de verse en la joven. — ¿Crees que podamos vivir a las fueras? Me gustan las lugares que no son muy transitados, así la gente no ve mi forma de vida, además de que la privacidad le viene bien a una pareja de jóvenes — Estaba siendo esperanzadora para él, o más bien para la relación de ambos. El toque seductor de ella, ese que se le había desaparecido llegó en el momento correcto.
Dagmar simplemente dio un paso hacía adelante y terminó por besarlo.
— Perdóname — Masculló — Te extraño, ven a la cama conmigo — Lo necesitaba a su lado — Lo resolveremos juntos — Y volvió a besarlo con esa necesidad que sólo se pueden permitir las personas que se aman.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: The escape | Privado
Diez minutos más tarde, descendía los escalones hacia la cubierta. Hunter se sentía muy frustrado y añoraba como nunca respirar un poco de aire fresco. Recargó los codos sobre la barandilla de la proa, alzó el rostro hacia el cielo azul e inspiró profundamente para fortalecerse. Los últimos días habían sido demasiado duros, y si bien eso no desaparecería sus problemas ni le daría las respuestas que tanto necesitaba, de algún modo la brisa marina logró reconfortarlo. Permaneció así durante un buen rato, con la vista perdida en el horizonte. Hasta que apareció ella.
—Dagmar… —comenzó a decir, sorprendido, y también dispuesto a enviarla de nuevo a descansar. Mas ella lo acalló con su beso. Era un beso que Hunter había deseado tanto, casi como el primero. Dagmar se mostró tan amorosa y dispuesta, que él no pudo hacer más que corresponderle de la misma manera.
Tuvo la intención de informarle que, en efecto, Inglaterra era hermosa, sin lugar a dudas un lugar digno de una mujer como ella; hablarle de sus bellos edificios, de sus maravillosos parques, de ese sitio que tenía en mente al cual había pensado llevarla a vivir, pero sencillamente no fue capaz de separarse de ella. La necesitaba, más que nunca. Se besaron a placer ante la vista de todos los presentes, sus brazos la rodearon con fuerza, y cuando el rubio percibió aquel momento comenzaba a trasformarse en algo mucho más íntimo y apasionado, decidió aceptar la petición de Dagmar y juntos regresaron al camarote.
Hunter se sentía tan enfebrecido que, apenas se cerró la puerta tras ellos, volvió a capturar los labios de Dagmar. Ella debió notar el cambio, cómo sus besos y caricias se volvían mucho más intensos, impetuosos, como si aquello se tratara de una urgencia o de ello dependiera su vida. De cierta forma, él así lo percibía. Ya no podía resistirse más a su deseo de volver a tenerla. Una vez má, la rodeó con sus brazos, pero esta vez, presa de la pasión que ella despertaba en él, se aventuró a alzarla y la colocó contra la pared. Allí la sostuvo contra su pecho, con las piernas de la mujer rodeándole la cintura, estrujándola, magullando los labios ajenos con los propios.
—Oh, Dagmar… —pronunció junto a su cuello, con voz profunda, vibrante y apasionada—. Acabo de tenerte hace apenas unos días, pero te deseo otra vez. Esto es más fuerte que yo —como tener al diablo en el cuerpo, pensó—, ya no quiero esperar. Te haría el amor aquí mismo.
No dejó de besarla y acariciarla mientras hacía aquella confesión. Quería amarla con pasión, sin reservas y que ella hiciera igual; hacer de aquel acto algo dulce y violento, tierno y apasionado; que ella reconociera esa necesidad de él en sí misma.
—Dagmar… —comenzó a decir, sorprendido, y también dispuesto a enviarla de nuevo a descansar. Mas ella lo acalló con su beso. Era un beso que Hunter había deseado tanto, casi como el primero. Dagmar se mostró tan amorosa y dispuesta, que él no pudo hacer más que corresponderle de la misma manera.
Tuvo la intención de informarle que, en efecto, Inglaterra era hermosa, sin lugar a dudas un lugar digno de una mujer como ella; hablarle de sus bellos edificios, de sus maravillosos parques, de ese sitio que tenía en mente al cual había pensado llevarla a vivir, pero sencillamente no fue capaz de separarse de ella. La necesitaba, más que nunca. Se besaron a placer ante la vista de todos los presentes, sus brazos la rodearon con fuerza, y cuando el rubio percibió aquel momento comenzaba a trasformarse en algo mucho más íntimo y apasionado, decidió aceptar la petición de Dagmar y juntos regresaron al camarote.
Hunter se sentía tan enfebrecido que, apenas se cerró la puerta tras ellos, volvió a capturar los labios de Dagmar. Ella debió notar el cambio, cómo sus besos y caricias se volvían mucho más intensos, impetuosos, como si aquello se tratara de una urgencia o de ello dependiera su vida. De cierta forma, él así lo percibía. Ya no podía resistirse más a su deseo de volver a tenerla. Una vez má, la rodeó con sus brazos, pero esta vez, presa de la pasión que ella despertaba en él, se aventuró a alzarla y la colocó contra la pared. Allí la sostuvo contra su pecho, con las piernas de la mujer rodeándole la cintura, estrujándola, magullando los labios ajenos con los propios.
—Oh, Dagmar… —pronunció junto a su cuello, con voz profunda, vibrante y apasionada—. Acabo de tenerte hace apenas unos días, pero te deseo otra vez. Esto es más fuerte que yo —como tener al diablo en el cuerpo, pensó—, ya no quiero esperar. Te haría el amor aquí mismo.
No dejó de besarla y acariciarla mientras hacía aquella confesión. Quería amarla con pasión, sin reservas y que ella hiciera igual; hacer de aquel acto algo dulce y violento, tierno y apasionado; que ella reconociera esa necesidad de él en sí misma.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: The escape | Privado
¿Qué sería del amor sin dosis de odio y dolor? Quizá no se valoraría, quizá el tiempo se encargaría de volverlo aburrido por culpa de la monotonía. Se amaban, eso era un hecho, pero la realidad era más peligrosa, debían detener sus emociones, ser más fríos, poner en blanco sus pensamientos y poder caminar paso a paso para vencer al enemigo. Eso no resultaba difícil, al menos en otro tipo de misión. El saber en peligro a un ser querido resultaba contraproducente. Amar debilitaba los sentidos.
Entre besos candentes y grandes caricias, Dagmar pudo recobrar el sentido. No le regresó el mal humor, sí la preocupación. Podrían encontrarse infiltrados en el barco, y su falta de buen juicio podría exponerlos. Chasqueó la lengua, y empujó la cabeza de su compañero apoyada de su frente y sus manos. Una maniobra extraña, pero si sus bocas volvían a unirse, ya no se detendría.
- Tienes razón, no es el lugar, no es el momento. Debemos ser cuidadosos, ya nos sobrará el tiempo – Articuló como pudo, con la voz entrecortada, el cabello enredado y sus deseos por salir de ese maldito barco para poder tocar tierra firme.
Para su buena suerte Hunter cedió. Ambos durmieron el pequeño tramo que faltaba. Sin poder evitarlo se levantaron sobresaltados ante el knock de la puerta. Se trataba de un tripulante que les avisaba sobre su llegada. Como pudieron se levantaron y salieron del camarote. Londres los estaba esperando.
Dagmar nunca viajó fuera de su país y el de su madre, le gustaba poder practicar su profesión dentro de sus territorios y proteger a su gente, por eso no tenía idea de lo maravilloso que eran otros sitios. Lo primero que llamó su atención fue la cantidad de ruido que se escuchaba. La gente iba en constante movimiento, con mucha prisa, y se notaba la actividad comercial de ese puerto, era incluso mucho más grande que la de París. No le molestó muy por el contrario.
Se perdió un momento en el contraste de los países, fue Hunter quien la quitó de sus observaciones y pensamientos. Tirando de su mano la condujo hasta un carruaje que esperaba por ellos. Parecía que se había perdido de algo. ¿En qué momento el chico había organizado todo aquello? Suspiró. Muy probablemente en el momento en que se recuperaba, cuando dormía o, la más probable de todas, en medio de alguna pelea.
Subió sin pensarlo dos veces, pero se dirigió a la ventana. Parecía una niña curiosa. Estaba descubriendo su nueva ciudad, donde pasaría al menos unos seis meses. No le estaba desagradando, al contrario, existía más facilidad de ser ella, de hacer su trabajo, a fin de cuentas nadie la conocía, ¿o sí?
- No podemos pasar la vida escondidos, supongo eso lo tienes muy presente. Debemos armar un plan y poder quitarle todo. Debemos proteger a Frauke, pero antes de todo eso, debes volver a ver a tu hija. Lo sabes ¿verdad? – El silencio apareció entre los dos, uno que fue incómodo. Dagmar no se sentía mal por sus palabras, muy por el contrario, existían otras historias que debían seguir. Un hijo es sagrado, se notaba que él sufría por su lejanía. Ya se las arreglarían para poder acercarlos.
- Dime tus planes, no podemos huir toda la vida – Su estómago hizo un ruido incómodo y molesto. Ya era momento de poder ingerir alimentos.
Entre besos candentes y grandes caricias, Dagmar pudo recobrar el sentido. No le regresó el mal humor, sí la preocupación. Podrían encontrarse infiltrados en el barco, y su falta de buen juicio podría exponerlos. Chasqueó la lengua, y empujó la cabeza de su compañero apoyada de su frente y sus manos. Una maniobra extraña, pero si sus bocas volvían a unirse, ya no se detendría.
- Tienes razón, no es el lugar, no es el momento. Debemos ser cuidadosos, ya nos sobrará el tiempo – Articuló como pudo, con la voz entrecortada, el cabello enredado y sus deseos por salir de ese maldito barco para poder tocar tierra firme.
Para su buena suerte Hunter cedió. Ambos durmieron el pequeño tramo que faltaba. Sin poder evitarlo se levantaron sobresaltados ante el knock de la puerta. Se trataba de un tripulante que les avisaba sobre su llegada. Como pudieron se levantaron y salieron del camarote. Londres los estaba esperando.
Dagmar nunca viajó fuera de su país y el de su madre, le gustaba poder practicar su profesión dentro de sus territorios y proteger a su gente, por eso no tenía idea de lo maravilloso que eran otros sitios. Lo primero que llamó su atención fue la cantidad de ruido que se escuchaba. La gente iba en constante movimiento, con mucha prisa, y se notaba la actividad comercial de ese puerto, era incluso mucho más grande que la de París. No le molestó muy por el contrario.
Se perdió un momento en el contraste de los países, fue Hunter quien la quitó de sus observaciones y pensamientos. Tirando de su mano la condujo hasta un carruaje que esperaba por ellos. Parecía que se había perdido de algo. ¿En qué momento el chico había organizado todo aquello? Suspiró. Muy probablemente en el momento en que se recuperaba, cuando dormía o, la más probable de todas, en medio de alguna pelea.
Subió sin pensarlo dos veces, pero se dirigió a la ventana. Parecía una niña curiosa. Estaba descubriendo su nueva ciudad, donde pasaría al menos unos seis meses. No le estaba desagradando, al contrario, existía más facilidad de ser ella, de hacer su trabajo, a fin de cuentas nadie la conocía, ¿o sí?
- No podemos pasar la vida escondidos, supongo eso lo tienes muy presente. Debemos armar un plan y poder quitarle todo. Debemos proteger a Frauke, pero antes de todo eso, debes volver a ver a tu hija. Lo sabes ¿verdad? – El silencio apareció entre los dos, uno que fue incómodo. Dagmar no se sentía mal por sus palabras, muy por el contrario, existían otras historias que debían seguir. Un hijo es sagrado, se notaba que él sufría por su lejanía. Ya se las arreglarían para poder acercarlos.
- Dime tus planes, no podemos huir toda la vida – Su estómago hizo un ruido incómodo y molesto. Ya era momento de poder ingerir alimentos.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: The escape | Privado
Ser frenado con aquella sequedad, como si sus besos y caricias ya no la afectaran, fue desconcertante. Pero el argumento de Dagmar era razonable: no era el lugar y mucho menos el momento. Por Dios santo, el camarote ni siquiera estaba cerrado con llave, cualquiera podía entrar y descubrirlos. Sí, definitivamente estaba siendo imprudente. Por suerte, de los dos, ella aportó la sensatez y supo poner un alto a su arrebato.
Con el rostro desencajado, Hunter hizo un esfuerzo por recomponerse y afortunadamente lo consiguió. No dijo nada, tan solo se limitó a asentir. Y, cuando ella se recostó y le pidió que le acompañara, el rubio sonrió, alegre que de que pese a todo aún deseara tenerlo cerca y se animó a complacerla. Él se acostó a sus espaldas y le cruzó cariñosamente el brazo por encima de la cintura. Dagmar pareció encontrar consuelo y protección a su lado, porque durmió plácidamente alrededor de media hora; él sólo dormitó, decidido a mantenerse alerta ante cualquier posible situación.
Cuando llegaron a Londres y estuvieron de nueva cuenta a bordo de un carruaje, un silencio absoluto los embargó. Ambos miraban por la ventanilla, pero a diferencia de ella, Hunter no prestaba verdadera atención a lo que veía a través del cristal. Permanecía absorto en sus pensamientos, y éstos parecían entristecerlo mucho más de lo que era capaz de disimular. Era lógico. La última vez que había estado en Inglaterra, haría poco más de año y medio, había vivido la peor de las experiencias. Uma, su entonces mujer, había descubierto su terrible secreto y completamente horrorizada le había exigido alejarse de sus vidas, prohibiéndole ver a Aggie, su hija. Perder a su amor había sido duro, pero había logrado superarlo. Su hija, en cambio, era otra cosa. Nada lograba consolarlo ante la imposibilidad de verla. Con ella se había quedado la mitad de su alma.
De pronto, Dagmar rompió el silencio y lo sacó abruptamente de su ensimismamiento. Él la miró, muy sorprendido con sus palabras. Era como si le hubiera leído el pensamiento. Al principio no supo qué decir, pero finalmente decidió sincerarse con ella.
—Sí, no voy a negarlo, me gustaría mucho ver a mi hija —admitió, pero su voz no albergaba entusiasmo y mucho menos esperanza—. No he dejado de pensar en ella y en esa posibilidad. No lo dije porque no sabía cómo ibas a tomarlo. Después de todo, tú no sabías de su existencia hasta hace poco. Me complace saber que lo entiendes y que me apoyas pero, de todos modos, eso no pasará. Su madre nunca lo permitiría. Me odia.
Hunter desvió la mirada y observó otra vez por la ventana. Su preocupación se hizo aún más notable.
—¿Te das cuenta? Esto es más difícil de lo que creí. No solo eres tú, Frauke y Pierrot. También temo por ellas. Gracias a mí también corren peligro —la idea lo llenó de miedo. Podía soportarlo todo, el dolor de estar lejos de su hija, no verla crecer, pero si algo llegaba a pasarle por su culpa, sencillamente no podría vivir con ello.
La situación parecía ameritar un reencuentro forzoso, aún si Uma no estaba de acuerdo con ello. Ella necesitaba saber lo que estaba pasando y tomar las debidas precauciones. Lo único que a Hunter se le ocurría era que abandonara el país y se llevara a su hija muy lejos. Ella lo odiaría, sí, mucho más, estaba seguro, pero cargar con su desprecio por el resto de sus días era preferible a que ocurriese una desgracia.
¡Maldito Horst Neumann! De pronto lamentó no haberlo matado él mismo cuando tuvo la oportunidad. Una oleada de ira lo invadió. Supo que pese a todo lo que tenían en su contra no podían acobardase. No podían darle ese gusto. Sí, necesitaban un plan.
—No, no huiremos toda la vida. Venceremos, pero necesitaremos aliados. Nunca ganaremos solos —concluyó.
En ese instante, el carruaje se detuvo.
—Hablaremos de eso después. Ahora, señorita Biermann, permítame mostrarle la que será su casa por una breve temporada —un poco más animado, hizo un esfuerzo por sonreír y la tomó de la mano para ayudarle a bajar del carro.
Una enorme y bellísima propiedad, rodeada de sublime naturaleza, se abrió paso ante sus ojos. Ninguno de los dos pudo ocultar su asombro.
—Lo sé, es un poco grande para los dos, pero confío en que podremos soportarlo.
Con el rostro desencajado, Hunter hizo un esfuerzo por recomponerse y afortunadamente lo consiguió. No dijo nada, tan solo se limitó a asentir. Y, cuando ella se recostó y le pidió que le acompañara, el rubio sonrió, alegre que de que pese a todo aún deseara tenerlo cerca y se animó a complacerla. Él se acostó a sus espaldas y le cruzó cariñosamente el brazo por encima de la cintura. Dagmar pareció encontrar consuelo y protección a su lado, porque durmió plácidamente alrededor de media hora; él sólo dormitó, decidido a mantenerse alerta ante cualquier posible situación.
Cuando llegaron a Londres y estuvieron de nueva cuenta a bordo de un carruaje, un silencio absoluto los embargó. Ambos miraban por la ventanilla, pero a diferencia de ella, Hunter no prestaba verdadera atención a lo que veía a través del cristal. Permanecía absorto en sus pensamientos, y éstos parecían entristecerlo mucho más de lo que era capaz de disimular. Era lógico. La última vez que había estado en Inglaterra, haría poco más de año y medio, había vivido la peor de las experiencias. Uma, su entonces mujer, había descubierto su terrible secreto y completamente horrorizada le había exigido alejarse de sus vidas, prohibiéndole ver a Aggie, su hija. Perder a su amor había sido duro, pero había logrado superarlo. Su hija, en cambio, era otra cosa. Nada lograba consolarlo ante la imposibilidad de verla. Con ella se había quedado la mitad de su alma.
De pronto, Dagmar rompió el silencio y lo sacó abruptamente de su ensimismamiento. Él la miró, muy sorprendido con sus palabras. Era como si le hubiera leído el pensamiento. Al principio no supo qué decir, pero finalmente decidió sincerarse con ella.
—Sí, no voy a negarlo, me gustaría mucho ver a mi hija —admitió, pero su voz no albergaba entusiasmo y mucho menos esperanza—. No he dejado de pensar en ella y en esa posibilidad. No lo dije porque no sabía cómo ibas a tomarlo. Después de todo, tú no sabías de su existencia hasta hace poco. Me complace saber que lo entiendes y que me apoyas pero, de todos modos, eso no pasará. Su madre nunca lo permitiría. Me odia.
Hunter desvió la mirada y observó otra vez por la ventana. Su preocupación se hizo aún más notable.
—¿Te das cuenta? Esto es más difícil de lo que creí. No solo eres tú, Frauke y Pierrot. También temo por ellas. Gracias a mí también corren peligro —la idea lo llenó de miedo. Podía soportarlo todo, el dolor de estar lejos de su hija, no verla crecer, pero si algo llegaba a pasarle por su culpa, sencillamente no podría vivir con ello.
La situación parecía ameritar un reencuentro forzoso, aún si Uma no estaba de acuerdo con ello. Ella necesitaba saber lo que estaba pasando y tomar las debidas precauciones. Lo único que a Hunter se le ocurría era que abandonara el país y se llevara a su hija muy lejos. Ella lo odiaría, sí, mucho más, estaba seguro, pero cargar con su desprecio por el resto de sus días era preferible a que ocurriese una desgracia.
¡Maldito Horst Neumann! De pronto lamentó no haberlo matado él mismo cuando tuvo la oportunidad. Una oleada de ira lo invadió. Supo que pese a todo lo que tenían en su contra no podían acobardase. No podían darle ese gusto. Sí, necesitaban un plan.
—No, no huiremos toda la vida. Venceremos, pero necesitaremos aliados. Nunca ganaremos solos —concluyó.
En ese instante, el carruaje se detuvo.
—Hablaremos de eso después. Ahora, señorita Biermann, permítame mostrarle la que será su casa por una breve temporada —un poco más animado, hizo un esfuerzo por sonreír y la tomó de la mano para ayudarle a bajar del carro.
Una enorme y bellísima propiedad, rodeada de sublime naturaleza, se abrió paso ante sus ojos. Ninguno de los dos pudo ocultar su asombro.
—Lo sé, es un poco grande para los dos, pero confío en que podremos soportarlo.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: The escape | Privado
Dagmar era valiente, mucho muy valiente para la mayoría de las cosas, y aunque en ese momento lo demostraba, también tenía grandes debilidades y miedos. Apoyar a Hunter era parte de su deber, al menos, aunque no se hubieran casado, ambos se demostraban ser una pareja estable y muy solida. Que estaban pasando situaciones de vida o muerte, no sólo un cortejo básico para seguir viviendo. Ellos parecían estar hechos el uno para el otro, si estilo de vida lo confirmaba, sin embargo, un miedo muy evidente de la jovencita, era conocer y saber que pasaría con la ex mujer de su amado y su hija. ¿Y si llegaba a darse cuenta que amaba a la mujer aún? Sintió que el estómago se le revolvió y prefirió seguir guardando silencio. No era momentos de celos tontos, si no de ser más fuertes.
Decidió que para no decir algo imprudente, lo correcto sería solo un gesto cariñoso, así que tomó su mano y le dio un calido apretón. Era mejor guardar silencio y sumergirse cada uno en sus pensamientos.
Cuando eres fugitivo, tu imaginación vuela, siempre piensas aquello que crees es lo adecuado para no llamar la atención. Le temes a ser descubierto, lo idóneo es la austeridad, el bajo perfil y la cero opulencia, por eso al llegar a aquella casa, Dagmar sintió sorpresa y terror. ¿Aquello era de ellos? Hizo una mueca de disgusto, no lo podía disimular. ¿Acaso Hunter estaba loco? Se mordió el labio con fuerza para intentar calmarse, distraerse y no discutir, debía darle el beneficio de la duda y saber porqué estaba haciendo aquello.
- ¿No se supone nos estamos escondiendo? - Cuestionó dejando en claro que aquello la estaba confundiendo más de la cuenta. – ¿No se supone que debemos estar en bajo perfil? – Volvió a realizar una mueca que evidenciaba aquello no le daba buena espina. Lo volteó a ver aún con el signo de interrogación sobre su frente, tomó dos bocanadas de aire y sonrió lo más convincente posible. – Es una casa hermosa. – Terminó por decir, no quería leerse malagradecida tampoco. – Y tiene un hermoso jardín al que podemos darle un poco más de color – Se encogió de hombros – Espero haya un gran y cercado patio trasero para poder entrenar, necesitamos ponernos en forma – Se encogió de hombros. Aquello era lo que más le interesaba, poder tener la condición que se necesitaba para poder combatir cualquier adversidad. Dagmar había matado a cientos de criaturas. Muchos ni siquiera eran humanos, sí de ella dependiera tener que terminar con la vida de Horst, podría hacerlo sola, pero necesitaba prepararse. La edad no siempre daba ventaja ante rivales como Neumann.
Bajó del carruaje con el apoyo de Hunter, sus piernas agradecían el que pudiera estirarse un momento. Dagmar observó como el chófer se apresuraba para esconder el carruaje, volvió a arquear una ceja. Aquello le estaba divirtiendo a todos menos a ella.
- Seguramente el chofer es alguien entrenado que de chofer no es nada, si no que se estaba escondiendo para ser parte de esto, seguramente día a Horst – Mencionó intrigada y divertida. Al ver la respuesta de Hunter, simplemente se carcajeó – Entonces, dentro de casa se les tratará como iguales y los entrenaremos también – Comentó empezando a animarse y agarrando el brazo del muchacho. Entrar a la casa fue demasiado para ella. ¡Era hermosa! Mejor que en la de sus últimos sueños. Aquello era un hogar, como el que desearía tener si ambos seguían juntos y pudieran tener la oportunidad de tener una gran familia.
- Ojalá podamos tener una casa así cuando esto termine, y poder tener dos hijos – Aquello era un pensamiento que dijo sin querer, pero que de igual forma no se dio cuenta que la había escuchado. ¿Dagmar con instinto maternal? Aquello era nuevo. - ¿Y sólo estaremos encerrados siempre? ¿No podremos ir a conocer la ciudad? Nunca había salido de París, quiero conocer más del mundo, ojalá puedas enseñarme – Lo animó, aunque ambos sabían que lo primero sería buscar a la ex mujer y su hija.
Decidió que para no decir algo imprudente, lo correcto sería solo un gesto cariñoso, así que tomó su mano y le dio un calido apretón. Era mejor guardar silencio y sumergirse cada uno en sus pensamientos.
Cuando eres fugitivo, tu imaginación vuela, siempre piensas aquello que crees es lo adecuado para no llamar la atención. Le temes a ser descubierto, lo idóneo es la austeridad, el bajo perfil y la cero opulencia, por eso al llegar a aquella casa, Dagmar sintió sorpresa y terror. ¿Aquello era de ellos? Hizo una mueca de disgusto, no lo podía disimular. ¿Acaso Hunter estaba loco? Se mordió el labio con fuerza para intentar calmarse, distraerse y no discutir, debía darle el beneficio de la duda y saber porqué estaba haciendo aquello.
- ¿No se supone nos estamos escondiendo? - Cuestionó dejando en claro que aquello la estaba confundiendo más de la cuenta. – ¿No se supone que debemos estar en bajo perfil? – Volvió a realizar una mueca que evidenciaba aquello no le daba buena espina. Lo volteó a ver aún con el signo de interrogación sobre su frente, tomó dos bocanadas de aire y sonrió lo más convincente posible. – Es una casa hermosa. – Terminó por decir, no quería leerse malagradecida tampoco. – Y tiene un hermoso jardín al que podemos darle un poco más de color – Se encogió de hombros – Espero haya un gran y cercado patio trasero para poder entrenar, necesitamos ponernos en forma – Se encogió de hombros. Aquello era lo que más le interesaba, poder tener la condición que se necesitaba para poder combatir cualquier adversidad. Dagmar había matado a cientos de criaturas. Muchos ni siquiera eran humanos, sí de ella dependiera tener que terminar con la vida de Horst, podría hacerlo sola, pero necesitaba prepararse. La edad no siempre daba ventaja ante rivales como Neumann.
Bajó del carruaje con el apoyo de Hunter, sus piernas agradecían el que pudiera estirarse un momento. Dagmar observó como el chófer se apresuraba para esconder el carruaje, volvió a arquear una ceja. Aquello le estaba divirtiendo a todos menos a ella.
- Seguramente el chofer es alguien entrenado que de chofer no es nada, si no que se estaba escondiendo para ser parte de esto, seguramente día a Horst – Mencionó intrigada y divertida. Al ver la respuesta de Hunter, simplemente se carcajeó – Entonces, dentro de casa se les tratará como iguales y los entrenaremos también – Comentó empezando a animarse y agarrando el brazo del muchacho. Entrar a la casa fue demasiado para ella. ¡Era hermosa! Mejor que en la de sus últimos sueños. Aquello era un hogar, como el que desearía tener si ambos seguían juntos y pudieran tener la oportunidad de tener una gran familia.
- Ojalá podamos tener una casa así cuando esto termine, y poder tener dos hijos – Aquello era un pensamiento que dijo sin querer, pero que de igual forma no se dio cuenta que la había escuchado. ¿Dagmar con instinto maternal? Aquello era nuevo. - ¿Y sólo estaremos encerrados siempre? ¿No podremos ir a conocer la ciudad? Nunca había salido de París, quiero conocer más del mundo, ojalá puedas enseñarme – Lo animó, aunque ambos sabían que lo primero sería buscar a la ex mujer y su hija.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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Re: The escape | Privado
Se esmeró en parecer entusiasmada, pero la expresión en su rostro pronto la delató. Hunter pudo notarlo. Desde luego que tenía razón. La entendía, en verdad lo hacía. Todo aquello había sido tan abrupto; una cosa había sucedido detrás de la otra, sin darles tiempo suficiente para asimilarlo. Sin embargo, ella estaba ahí, a su lado, esforzándose, apoyándolo, aun si no estaba muy convencida de las cosas. Eso era importante para él, y lo agradecía y valoraba infinitamente. Y, como de momento era incapaz de brindarle otra cosa, traerle paz, esclarecer su futuro o darle la oportunidad de volver a casa, sintió que al menos debía intentar dispersar un poco la ansiedad de la muchacha, haciendo de sus próximos días algo mucho más llevadero.
—Dagmar, escúchame —pidió, mientras recorrían la estancia de la casa. Se detuvieron justo frente a un gran ventanal, por el cual podía observarse perfectamente el jardín; verde, fresco, majestuoso. Le cogió las manos cariñosamente y sus ojos se enfocaron en ella—. Cuando tomé la decisión de venir a Londres, no fue para mantenerte cautiva. No voy a condenarte a una vida así. Sólo me interesa que estés a salvo.
Pensó en los peligros a los que estarían expuestos, que no eran pocos, y la inseguridad lo invadió otra vez. Su temor desmedido posiblemente no tenía razón de ser, pero la amaba tanto que no podía evitarlo. Olvidaba que Dagmar no era cualquier mujer, sino una autosuficiente que sabía pelear y hacerles frente a las adversidades. De lo contrario, ¿cómo podía estar al frente de una academia para cazadores? Debía recodarlo, tenerlo bien presente. Por más duro que resultase, tenía que hacerse a la idea de que quizá ella ni siquiera necesitara de su protección. No era su protegida, era su aliada.
—Sé que eres una mujer que valora mucho su libertad, así que no veas este lugar como una jaula —una pausa le sirvió para contemplar el vasto jardín, pero sus ojos volvieron a los de su amada rápidamente—. No lo es. Sal, disfruta del paisaje, haz tu vida como lo harías en París, pero intenta no llamar demasiado la atención. Sé que es innecesario que te hable de esto y que tú sabrás qué hacer. Sólo, por favor, mantente a salvo. Si algo te pasara, yo… —no llegó a completar la oración.
Basta. Debía detenerse. Ella estaría bien. Por el bien de ambos, dejó zanjado el tema y se concentró en algo que le resultaba mucho más agradable.
—Creo que este lugar es lo suficientemente grande para hacer lo que nos plazca… incluso tener hijos —sus ojos azules, así como el tono de su voz, adquirieron cierta picardía—. Pero me temo que tenemos un problema: dos me parecen pocos —bromeó, al tiempo que acortaba un poco más la distancia entre ellos—. Siempre me imaginé esta casa llena de niños, aunque supongo que un par está bien para empezar —besó sus labios y sonrió.
Hunter la rodeó con sus brazos y se aferró a ella con devoción. Fue un abrazo diferente a todos los demás, demasiado poderoso y cálido. Cerró los ojos y se quedó pensativo. Por un rato no habló, pero cuando al fin volvió a hacerlo, el tono de su voz había cambiado de nuevo. De pronto, con toda la seriedad del mundo, preguntó:
—¿De verdad te gustaría eso? Tener hijos, conmigo. ¿Te imaginas pasando el resto de tus días a mi lado, siendo mi esposa?
Matrimonio. Hijos. Qué curioso. No eran temas que hubieran abordado antes, mas no negaba que en alguna ocasión se había cuestionado un par de cosas. Por ejemplo, si Dagmar lo consideraba un buen partido, capaz de hacerla feliz, darle una vida plena. O si la idea de darle un padre como él a sus hijos lograba entusiasmarla.
—Dagmar, escúchame —pidió, mientras recorrían la estancia de la casa. Se detuvieron justo frente a un gran ventanal, por el cual podía observarse perfectamente el jardín; verde, fresco, majestuoso. Le cogió las manos cariñosamente y sus ojos se enfocaron en ella—. Cuando tomé la decisión de venir a Londres, no fue para mantenerte cautiva. No voy a condenarte a una vida así. Sólo me interesa que estés a salvo.
Pensó en los peligros a los que estarían expuestos, que no eran pocos, y la inseguridad lo invadió otra vez. Su temor desmedido posiblemente no tenía razón de ser, pero la amaba tanto que no podía evitarlo. Olvidaba que Dagmar no era cualquier mujer, sino una autosuficiente que sabía pelear y hacerles frente a las adversidades. De lo contrario, ¿cómo podía estar al frente de una academia para cazadores? Debía recodarlo, tenerlo bien presente. Por más duro que resultase, tenía que hacerse a la idea de que quizá ella ni siquiera necesitara de su protección. No era su protegida, era su aliada.
—Sé que eres una mujer que valora mucho su libertad, así que no veas este lugar como una jaula —una pausa le sirvió para contemplar el vasto jardín, pero sus ojos volvieron a los de su amada rápidamente—. No lo es. Sal, disfruta del paisaje, haz tu vida como lo harías en París, pero intenta no llamar demasiado la atención. Sé que es innecesario que te hable de esto y que tú sabrás qué hacer. Sólo, por favor, mantente a salvo. Si algo te pasara, yo… —no llegó a completar la oración.
Basta. Debía detenerse. Ella estaría bien. Por el bien de ambos, dejó zanjado el tema y se concentró en algo que le resultaba mucho más agradable.
—Creo que este lugar es lo suficientemente grande para hacer lo que nos plazca… incluso tener hijos —sus ojos azules, así como el tono de su voz, adquirieron cierta picardía—. Pero me temo que tenemos un problema: dos me parecen pocos —bromeó, al tiempo que acortaba un poco más la distancia entre ellos—. Siempre me imaginé esta casa llena de niños, aunque supongo que un par está bien para empezar —besó sus labios y sonrió.
Hunter la rodeó con sus brazos y se aferró a ella con devoción. Fue un abrazo diferente a todos los demás, demasiado poderoso y cálido. Cerró los ojos y se quedó pensativo. Por un rato no habló, pero cuando al fin volvió a hacerlo, el tono de su voz había cambiado de nuevo. De pronto, con toda la seriedad del mundo, preguntó:
—¿De verdad te gustaría eso? Tener hijos, conmigo. ¿Te imaginas pasando el resto de tus días a mi lado, siendo mi esposa?
Matrimonio. Hijos. Qué curioso. No eran temas que hubieran abordado antes, mas no negaba que en alguna ocasión se había cuestionado un par de cosas. Por ejemplo, si Dagmar lo consideraba un buen partido, capaz de hacerla feliz, darle una vida plena. O si la idea de darle un padre como él a sus hijos lograba entusiasmarla.
Hunter Vaughan- Humano Clase Alta
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Re: The escape | Privado
Huir… ¿Acaso era lo que realmente quería? No se podía vivir escapando de todo aquel que quiere hacerte daño, los problemas se deben enfrentar en el momento en que ocurren para poder terminarlos con rapidez, aquello era simplemente la prolongación de una agonía; temer a un ser humano puede ser absurdo cuando se tiene un equipo calificado para dar batalla, sin embargo planear un buen ataque resultaba tedioso y requería tiempo, algo que nunca se había dado durante sus misiones, quizá si lo hubiera hecho se habría evitado muchos accidentes, lesiones y fracturas, por eso no discutía con Hunter, muy en el fondo estaba segura que aquello había sido la decisión correcta; además, podía resulta una especie de vacaciones.
Dagmar giró su rostro para contemplar el paisaje en el que se encontraba, aquel escenario sería su hogar durante algún tiempo y más valía hacerse a la idea. Extrañaría a sus padres aunque ellos estuvieran escondiéndose de quien sabe qué en España, la enfermedad de su madre sólo había sido un pequeño pretexto. Después resolvería eso.
Ya era momento de dejar de pensar, debía disfrutar el mucho o poco tiempo que le quedaba de vida. Ellos eran instantes y más valía escribir una hermosa historia de aquellos momentos. Necesitaban amar y ser amados, necesitaban espacios de soledad alejados de daños intencionados, necesitaban simplemente pretender ser seres humanos normales que podían disfrutar del cortejo y una vida sana llena de alegrías.
— ¿Confías en Frauke? — Guardó silencio, aquella pregunta parecía un ataque, así que decidió volver a articularla para que no hubieran confusiones. — Me refiero a… — Suspiró. — ¿Confías que cumplirá con su cometido antes de que volvamos a París? — La aún señora de Neumann había mostrado fuerza y determinación, el problema es que el momento lo ameritaba para poder seguir con vida y Dagmar temía que la sumisión y tranquilidad de la mujer volviera a aparecer. Ella era una fémina enamorada, sabía los riesgos que eso conllevaba, además, les gustara o no, a Horst y su esposa los unía demasiadas cosas, por ejemplo, 20 años de podía volverlos a traicionar.
“Basta ya, Dagmar”. Aquel regaño retumbó en su cabeza. Estaba cansada de lidiar con todos esos problemas. Debía concentrarse un poco en su relación, debían fortalecer su amor y recargar las pilas que fueran necesarias para enfrentar lo que sea que fuera a pasar a su regreso.
— Creo que serás un padre fantástico. Creo que se parecerán a ti y tendrán mi carácter, así que tendrás que prepararte para lidiar con pequeños rebeldes y obstinados como yo. — Bromeó un poco — Me gusta este lugar, pero me gustaría tener un lugar que no tenga pasados, mucho menos historias que puedan recordarnos momentos que nos hicieron infelices. — Se encogió por unos momentos de hombros — Deseo hijos contigo, pero deseo que no tengan que estar escondidos, con miedo o en riesgo de ser asesinados, así que podrían esperar un poco — Delineó la barbilla y el mentón de Hunter hasta que sus dedos se detuvieron en sus labios para no dejarlo a hablar.
— O quizá no debemos esperar — Pestañeó con coqueteo, ese que la caracterizaba como parte de su naturaleza. — Seremos padres — Lo jaló por el cuello de su sedosa camisa y besó sus labios con suavidad y ternura — Porque eres mío, simplemente mío — Si, ambos resultaban ser posesivos, exagerados y territoriales. No era malo, al menos no lo era si se sabía controlar. — Hagamos hijos — Susurró al oído del preocupado rubio. Ambos necesitaban descansar, relajarse e intentar no pensar en nada más. La noche era larga, entre besos, caricias y gemidos cómplices podría ser la mejor y el inicio de una gran aventura.
No dejó que hablara, junto de nueva cuenta los labios de ambos dejándose llevar por el deseo, su amor y la pasión que necesitaban.
Dagmar giró su rostro para contemplar el paisaje en el que se encontraba, aquel escenario sería su hogar durante algún tiempo y más valía hacerse a la idea. Extrañaría a sus padres aunque ellos estuvieran escondiéndose de quien sabe qué en España, la enfermedad de su madre sólo había sido un pequeño pretexto. Después resolvería eso.
Ya era momento de dejar de pensar, debía disfrutar el mucho o poco tiempo que le quedaba de vida. Ellos eran instantes y más valía escribir una hermosa historia de aquellos momentos. Necesitaban amar y ser amados, necesitaban espacios de soledad alejados de daños intencionados, necesitaban simplemente pretender ser seres humanos normales que podían disfrutar del cortejo y una vida sana llena de alegrías.
— ¿Confías en Frauke? — Guardó silencio, aquella pregunta parecía un ataque, así que decidió volver a articularla para que no hubieran confusiones. — Me refiero a… — Suspiró. — ¿Confías que cumplirá con su cometido antes de que volvamos a París? — La aún señora de Neumann había mostrado fuerza y determinación, el problema es que el momento lo ameritaba para poder seguir con vida y Dagmar temía que la sumisión y tranquilidad de la mujer volviera a aparecer. Ella era una fémina enamorada, sabía los riesgos que eso conllevaba, además, les gustara o no, a Horst y su esposa los unía demasiadas cosas, por ejemplo, 20 años de podía volverlos a traicionar.
“Basta ya, Dagmar”. Aquel regaño retumbó en su cabeza. Estaba cansada de lidiar con todos esos problemas. Debía concentrarse un poco en su relación, debían fortalecer su amor y recargar las pilas que fueran necesarias para enfrentar lo que sea que fuera a pasar a su regreso.
— Creo que serás un padre fantástico. Creo que se parecerán a ti y tendrán mi carácter, así que tendrás que prepararte para lidiar con pequeños rebeldes y obstinados como yo. — Bromeó un poco — Me gusta este lugar, pero me gustaría tener un lugar que no tenga pasados, mucho menos historias que puedan recordarnos momentos que nos hicieron infelices. — Se encogió por unos momentos de hombros — Deseo hijos contigo, pero deseo que no tengan que estar escondidos, con miedo o en riesgo de ser asesinados, así que podrían esperar un poco — Delineó la barbilla y el mentón de Hunter hasta que sus dedos se detuvieron en sus labios para no dejarlo a hablar.
— O quizá no debemos esperar — Pestañeó con coqueteo, ese que la caracterizaba como parte de su naturaleza. — Seremos padres — Lo jaló por el cuello de su sedosa camisa y besó sus labios con suavidad y ternura — Porque eres mío, simplemente mío — Si, ambos resultaban ser posesivos, exagerados y territoriales. No era malo, al menos no lo era si se sabía controlar. — Hagamos hijos — Susurró al oído del preocupado rubio. Ambos necesitaban descansar, relajarse e intentar no pensar en nada más. La noche era larga, entre besos, caricias y gemidos cómplices podría ser la mejor y el inicio de una gran aventura.
No dejó que hablara, junto de nueva cuenta los labios de ambos dejándose llevar por el deseo, su amor y la pasión que necesitaban.
Dagmar Biermann- Cazador Clase Alta
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