Un escape que me acercó a ti {Aldebaran}

Mi estancia iba a ser corta, esa decisión yo la había tomado.

¿Era el segundo día?, quizás el tercero, ya no lo sabía. Así como no sabía que hora era.

No importaba, en ese momento lo relevante era que en cortejo de Juan y Alfonso -mis guardias- y Teodora- mi dama de compañía-, habíamos llegado al destino que en capricho significaba el viaje. Observar los jardines parisienses, ya había olvidado quien había sido la persona causante de que hiciera ese largo viaje.
―Desde la ventanilla luce hermoso señorita.
―Lo sé Teodora, luce esplendido. ¿Qué opinas tu Juan?.
―Estoy de acuerdo señorita.
―¿Alfonso?
―El clima es muy favorable, la luz del sol hace que la belleza del lugar deslumbre― concluyó Alfonso, aunque a veces peco de inocente, conocía al galante Alfonso y el sentimiento que sentía por mí, no en balde la prosa que usaba en sus oraciones. A veces, al pensar en él sentía melancolía. Era un pobre hombre que nunca sería correspondido por mi amor, lo que era cruel, muchas veces insistí a mi padre en que se me asignara otro guardia pero se me negaba. Mi padre también lo sabía -el sentimiento de él-así como conocía mis sentimientos y al no temer que él pudiera representar un candidato a obtener mi amor aprovechaba esa devoción hacia mí convirtiéndolo en la persona más calificada en cuidar a su niña. ¿Quién sino un enamorado para defender con su propia vida a su amada.

Reí.

El carruaje se detuvo completamente, escuché el relinchido de los caballos y no dejé de sonreír como una niña mimada y ansiosa por pisar el suelo. Alfonso fue el primero en salir, luego, lo hizo Juan, Teodora y finalmente yo. Tomé la mano que me extendió Alfonso y descendí del carruaje, pero antes de que me ofreciera el brazo para ser mi acompañante me adelante extendiendo mis brazos y dejando que mis sentidos capturaran todo, absolutamente todos.
―Mi niña espere― se apresuró a decir Teodora, que no solamente era mi dama de compañía sino también mi nana, yo reí y esperé a que llegara con la sombrilla. la abrió con elegancia y me cubrió de los radiantes rayos del sol.
―No debe dejar que el sol dañe su piel señorita― conminó con una sonrisa y yo reí, tomé la palabra y lancé una rápida mirada a Alfonso que me contemplaba con fervor, le sonreí coqueta y después me reprimí desviando la mirada por ser tan cruel con él.

Sin permitir que se me acercara avancé a la entrada tarareando una canción de cuna, soltando a veces una risilla risueña y brincando como una niña.

Entonces me detuve en el campo de los jazmines, me agache para tomar uno de ellos y así poder olerlo.
―No mi niña, quién sabe que tantas infecciones puede contagiarse si toca eso.
―Por favor nana, no me pasará nada― dije e hice un puchero aunque sabía a que se refería. A pesar de tantos años que habían pasado, todos temían que enfermaría por haber sido parte de un parto prematuro, lo que yo creía imposible.
―Además está Juan y Alfonso que podrán auxiliarme― contemplé a Alfonso con una sonrisa, él se ruborizó. ―Verdad que me protegerás― él se quedó mudo, lo único que pudo hacer fue afirmar con su cabeza.

Caminamos hasta el siguiente jardín pero fue en ese momento en el que decidí hacer una travesura. En los días que llevaba en París me había sentido ya sofocada por mi compañía por lo que me les escaparía. Cuando llegamos a los claveles fingí una fractura de mi pie. Juan evitó mi caída y cargándome me puso en una banca cercana.
―Iré por un doctor
―Acompañe a Juan Teodora.
―Pero mi niña.
―Estaré bien, Alfonso estará conmigo.
―No tardaremos― anunció Juan y ambos se fueron dejándome sola con Alfonso.
―Alfonso tengo mucha sed.
―Quiere que la lleve a algún lugar a tomar agua.
―No por favor, me duele el tobillo ve por ella.
―Pero mi señorita no puedo dejarla.
―Entonces dejarás que tenga sed― reproché.
―De acuerdo, no tardaré.

Y en cuanto se fue me puse de pie y riendo triunfante corrí hacia los narcisos.

Me quedé perdida contemplando tan bella y alegre flor, hincada.
―¡Señorita Montero..!
―Dios mío, Juan...―sin darme cuenta me había sumido en una reflexión que permaneció oculta en el olvido, la voz llamándome con preocupación fue como recibir un balde de agua fría por la mañana. Me levanté exaltada, aunque claro, esa sensación me abandonó cuando recordé el porqué de ese tono de voz, reí para mí y me eché a correr. En el camino cerré la sombrillas y la arrojé a un pasillo paralelo.
―Eso los distraerá―creía un tanto inocente. Alegre, riendo no me percaté de un desnivel que hizo que me tropezara.
―Cuidado...―en ese momento el tiempo se detuvo.

Lejos, Juan se reunía con Alfonso mientras Teodora desesperaba.
―¡Qué le diré al señor!
―La encontraremos Teodora, tranquilízate
―¿Cómo quieres que consiga eso cuando mi niña está expuesta en este lugar terrible y tan lejos de casa?
―Juan tiene razón debe...
―¡Tu calla Alfonso! De no ser por ti esto no hubiera ocurrido―le riñeron pese a que el único culpable era su corazón enamorado.

Vi la mano de un hombre que se acercaba lentamente a mí, tomó la mía evitando que cayera de bruces. Luego, el tiempo regresó a su ritmo normal. Me quedé perdida en él. Vi sus labios moverse pero no lo escuché, no había ninguna clase de ruido a nuestro alrededor. Me pareció que tampoco había viento, no, nada se movía. Un pajarito se encontraba suspendido en el aire, una mariposa estaba por surgir de su capullo y el pétalo de una rosa estaba por caer... El tiempo del entorno se había detenido. Lo miré como él me miraba. De pronto, el pajarito continuó su vuelo, la mariposa salió del capullo y se alejó volando, el pétalo cayó al césped y dos pétalos más le acompañaron. A su vez, mis mejillas ardieron. Estaba sonrojada, ¡Dios que vergüenza! Lo estaba mirando a los ojos, como una mujerzuela.
―Pardon me― dije delatándome extranjera; desvié la mirada, retiré mi mano de la ajena y quise echarme a llorar, me sentía indefensa ante ese hombre, ¿cómo se había atrevido a mirarme así?, me sentí humillada pero muy pronto eso cambió.
―¡Señorita Montero..!―un llamado al unisono, me exalté y miré en dirección a donde me llamaba mi cortejo. Volví el rostro al caballero que me había evitado la vergüenza de caerme.
―S'il vous plaît! Joindre à moi― le cogí la mano como si lo conociera de toda la vida, olvidando el bochorno que me hizo sentir y comencé a correr sin soltarlo, para que me siguiera mientras reía. No sé que tanto avanzamos, ni cuanto nos alejamos, me había agotado. Con mi mano sobre mi corazón acelerado le volví a ver.
―Pardon me― le dije en risas y me incliné un poco para captar más aire. ―Mon nom est Dayanara!― le sonreí.

Sentí un poco de vergüenza al no  haberme dado cuenta de que era español, aunque lo cierto era que ¿cómo lo iba a saber?

Mi risa disminuyó y con una sonrisa lo miraba sin concentrarme demasiado, no quería parecer una cualquiera.
―Reitero mis disculpas señor Aldebarán― otra pequeña risa, risueña, alegre. ―Me escondo de mi compañía, ¿sabe? Me he aburrido un poco en esta ciudad así que necesitaba... Ahmmm, hacer algo divertido― desvié la mirada, sentí vergüenza nuevamente, ¿cómo me había atrevido a perturbar a otra persona que seguramente tenía otra cosa que hacer?

―Confieso que sus miradas me perturbaron en un principio, pero no sé, ahora me hacen sentir bien aunque no sé porqué. Siento que nos hemos visto antes― le mencionó girándose a él. Sentí ganas de tomar su mano y caminar hasta la fuente para sentarnos en el borde, pero era impropio. Quería darle una buena impresión, ya había sido muy atrevido hacer que me siguiera y quedarnos solos. De pronto me sentí muy nerviosa, un aire entró a nuestro escondite y me rodeó, era frío y yo, tan sólo con mi vestido sentí escalofríos por lo que llevé mis manos a los brazos.
―Hace frío― reí y lo miré, entonces lo recordé... Era un duque, ¿de dónde? No lo recordaba pero estaba en una fiesta de mi prima.

Me ruboricé, no supe que tanto pero lo que si sentí era que mi rostro ardía. Desvíe la mirada totalmente abochornada.
―Discúlpeme, no pretendía molestarlo duque Ballester― no me atreví a verle. Desee que la tierra me tragara. Había avergonzada a mi familia. ¿Qué pensará él de mí ahora, y de mi familia.
―No lo había reconocido, ahora mismo me iré que he faltado a mi familia por mi atrevimiento― ¿la sonrisa, las risas? Habían desaparecido.

―Señorita Montero― era la voz de Juan, muy próxima. La tristeza de mi rostro hizo que viera al duque una última vez. Que guapo era, y yo que vulgar me había comportado. Dirigí mi vista rumbo a la voz.
―Señorita Montero― seguían llamándome, pasaron frente al escondite y no pude salir, había algo que me impedía irme.

Su mano, su mano me había tocado y eso hizo que me estremeciera. Volví a sentir esos deseos de llorar pero no hice nada ¿cómo podría hacerlo?

Afuera, mi compañía hizo una reverencia cuando se presentó como el Duque.
―Mi señor, espero no haberle importunado― dijo Juan.
―Agradecemos su intención, estábamos muy preocupados por ella, sabe su salud es delicada― confió su nana y yo me sonrojé a pesar de estar oculta a ellos ¿por qué había dicho eso, no tenía qué? Pensé para mí y de inmediato suspiré. Miré entonces a Alfonso, él no se fiaba incluso cuando la nana ordenó la retirada.
―Le extenderemos sus saludos duque Ballester, y en nombre de mi señor reciba los suyos― una reverencia más y se fueron.

Regresé a la banca, me senté nerviosa, no sabía que hacer, ahora estaba sola a merced de lo que el duque quisiera hacer con ella.
―Los hombres son unos bárbaros y no quieren otra cosa más que tomar el cuerpo de una mujer.
―Hablas por ti también padre...
―Bueno hay sus excepciones― habíamos conversado una tarde y mi padre rió al terminar su argumento, me había arrojado a sus brazos en risas.
―Te quiero papi.

Regresó extendiéndome una rosa la que acepté, aún estaba concentrada en mis cavilaciones y ese movimiento había sido más bien reflejo. Su saco me reconfortó y me aferré a él.
―¿Por qué lo hizo?
No alcanzaba a comprender, algo en él me decía que era la excepción de la que habló mi padre. ¿Eran sus ojos? No lo sabía, y preferí que ese misterio se mantuviera así, como un misterio. Pero entonces recordé los protocolos y un par de lágrimas recorrieron mis mejillas.
―¿Sabe que me ha exhibido? ¿Cómo me verán ahora cuando se enteren que me fugué con un hombre?― y me eché a llorar. ―Deshonré a mi familia, ya nadie querrá desposarme―

Me abracé a la rosa, la hermosa rosa que Aldebarán me había dado y que no era suficiente para consolarme.
―Irán a buscarme y no me encontrarán― no dejé de llorar, total él era un hombre y no tendría ningún problema. Yo soñaba con casarme, ser madre y además hacer lo que mi prima Alejandra, pero ahora ya no se podría, y mi sentimiento se hizo más intenso.

Creí que no pararía de llorar o al menos no sabía como iba a suceder pero entonces Aldebarán volvió a sorprenderme. Sentándose a mi lado me abrazó. Inmediatamente mi llanto se detuvo, sentí miedo, mi cuerpo quería estremecerse pero no lo lo hizo, aquel frío del ambiente desapareció invadiéndome un calor que me ardió en las mejillas. Tal vez no lo sentí, pero intuí que tenía la mirada perdida, no sabía que hacer o decir, de lo que era consciente era que estaba aterrada.

El tiempo no respondía a las leyes de la naturaleza, eran como las manecillas de un reloj al que le hace falta cuerda, mas las palabras de su acompañante eran claras y fluidas, las escuchaba como un arrulló y no sé a que se debió creía tener sueño.
―No me molestaría esposarla...― creo que palidecí, así lo sentí y lágrimas volvieron a salir por mis ojos, ¿qué dijo después? No importaba, no para mí tan sólo daban vueltas las palabras "No me molestaría esposarla" ¿sería sincero?

Me zafé de sus brazos, sus cálidos y reconfortantes brazos.
―No juegue conmigo señor... por favor no lo haga― sollocé, quizás si hubiera puesto atención a lo otro que había dicho mis palabras pudieron ser otras pero nada importaba para mí que limpiar mi honra, no, la de mi familia.
―¿Cómo es posible que me diga algo tan hermoso...― me puse colorada, ¿por qué dije eso?, pero no importaba ya, continué.
―... y después se ría de mí? ¿Qué clase de hombre es usted?― le di la espalda abrazándome, viendo la rosa que él me había dado y sonreí.

Otra vez esas palabras "No me importaría esposarla" seguía sollozando, pero de algún modo creía en sus palabras, me pareció sincero. Mis ojos se fijaron en los de él y dejé de llorar. Nuevamente me pareció que el tiempo se detuvo, peo esta vez también afectándolo ya que lo vi ahí, frente a mí arrodillado e impacible al viento que nos arropó. Me sentí atraía por él, mi corazón se aceleró y tenía miedo de seguir ahí con él, no porque creyera que me fuera hacer algo, sino porque temía que cometiera una acción que terminara deshonrando más a mi familia. No sabía si podría mantenerme en pie y me arrojaría a sus brazos.

Me dediqué a ver el entorno. El mismo viento se había detenido ansiando el porvenir, las hojas que pensaba arrastrar se encontraban suspendidas, implorando a que aceptara las palabras del duque y de esa forma el tiempo regresara y el viento las llevara lejos, muy lejos de ellos. Solté una risa por debajo, saqué un pañuelo y me limpié las lágrimas. En ese momento comprendí lo maravilloso de aún no tener que usar maquillaje, de otra forma tendría corrido todo y ese pensamiento hizo que volviera a reír y con esa última risa el tiempo regresó.
―Sí, se la permito― sonreí, sintiéndome mejor y cuando se levantó me eché a su brazo con toda confianza. ―Usted tendrá que responder por mí entonces...

Me separé para tomar su brazo y así comenzáramos a caminar.
―Sé que están muy cerca las rosas, podría llevarme ahí que me han dicho lo diferente que son a las de mi patria― suspiré más de alivio que de otra cosa... ¿qué cosa? No quería admitirlo pero era un sentimiento que inicia con la letra A. ―Podrá entonces contarme de usted...― volví a reír apoyando mi cabeza en su hombro, luego me puse en frente de él. ―Me llamo Dayanara, Dayanaro Montero― no dejé de sonreír.

Por un breve momento olvidé la situación vergonzosa que vivimos ambos, porque no puedo atribuirme a mí toda la acción y los sentimientos.
―Soy el duque de España...
Me hizo cavilar, ¿de qué región? Quise preguntar pero no era apropiado dirigirse así a un hombre ajeno a ti y menos aún sí pertenecía a la realeza.
―...resido aquí en París por negocios.
―¿Qué tipo de...―me callé bajando la mirada, que falta de respeto el mío, pero a mi fortuna él no reaccionó a mi torpeza.
―Es hermoso el motivo que le hace venir aquí duque...―generé un silencio para que él pudiese continuar, no quería faltar interrumpiéndole en todo momento.

―No se me permite que hable de mí...― tomé su mano y bajé los escalones para que pudiésemos continuar. Proseguimos y seguí escuchándolo hasta que al fin llegamos a los campos de rosas.Son hermosas, tan distintas a las que mis jardineros cuidan en Cadiz―se me escaparon esas palabras de mis labios como un susurro por debajo de mis fascinados y asombrados ojos. Me percaté tarde de mi opinión y que respondió a una pregunta formulada por el duque.
―Nunca había visto una rosa negra, escuché que existían quizá ese es uno de los motivos de estar aquí. Vine aquí a comprobar las palabras de un caballero que me aseguraba que el jardín botánico de París, no tenía igual en esplendor y belleza.

Me adelanté y caminé hasta las rosas negras, me agaché y estuve observándolas como si en ese momento sólo estuviéramos nosotras.
―¿Por qué son sus...―volví a callar, ¿cómo le preguntaría eso?

―Una mujer no debe de cuestionar al hombre―había dicho papá en una ocasión y más tarde mi abuelo también.

―No huía...―suspiré acariciando un pétalo― tan sólo me escapaba para decidir por mí misma que el caballero tenía razón en su comentario.

Sentí que sonreía, tenía una extraña sensación, pero entonces mi caricia desgastó el pétalo y lo arranqué de la hermosa rosa. Eché un gritó de terror, como si hubiera cometido un gran crimen. Me levanté de inmediato y miré al duque con angustia.
―Lo siento no quise hacerlo―me justifiqué como si debiera hacerlo―no fue a propósito, lo juro no quería hacerle daño― era como si el duque fuera el rey de las rosas y me fuera a condenar por mi pequeño crimen. Miré el pétalo que acunaba en mis manos con cariño y me entristecí.

Me fui sosegando al ver que se dirigía a donde yo estaba, pero entonces me puse nerviosa cuando se arrodilló frente a mí. Me tocó las manos y temblé, quise apartarlas de inmediato, no debía permitir que me tocara pero me era inútil. Es un duque no puedo hacerlo, era mi justificación que nada tenía que ver con faltar al respeto a una mujer. La realidad es que me gustaba sentir sus manos cálidas entre las mías.
―Si...―¿qué más podía decir en ese momento? Estaba hipnotizada por él. ―Usted dice unas palabras tan hermosas―sentí vergüenza por decir tan atrevidas palabras pero antes de que me apartara de él, el duque se adelantó y me abrazó. Al principio quise zafarme, o al menos desee hacerlo por que realmente no lo intenté. Una lágrima se deslizó por mis mejillas y cerré los ojos con una sonrisa. ―Si, hazlo querido mío...―¿qué dije?, en ese momento no lo reflexioné, tan sólo estaba acurrucada en su pecho como una niña, justo como lo hube hecho con mi padre tantos años atrás.

―Me siento tan sola, enjaulada en aquella mansión como están enjaulados los canarios de mi abuela... Tienes razón, si huía, de mi soledad, de mi tristeza―mis manos agarraron su camisa y solté más lágrimas. Detuve mi llanto, por mucho que lo intenté pero fracase. ―Discúlpeme, no quiero llorar pero usted hace que lo haga―me aparté para verlo a los ojos, me limpié las lágrimas y reí de felicidad.
―Usted ha dicho que no tendría problema alguno en hacerme su esposa, sus palabras me hicieron feliz... Aldebarán...―hice una pausa sintiendo un calor en mis mejillas, ¿lo había ofendido por hablarle de tu? Qué más daba, ya había perdido la razón, no me importaban ya los protocolos, no me importaba ya la honra de mi familia, ahora sólo estaba él en mi corazón y mis pensamientos.
―No puedo permitirte que hagas ese sacrificio― otras lágrimas en mis mejillas.

Le di la espalda abrazándome, un gélido viento llegó hasta nosotros, era como si quisieran aplacar el calor de mi cuerpo, imponerme los protocolos, bajarme de aquella nube, no, aquella estrella donde Aldebarán me había llevado y de donde yo no quería irme.
―No quiero que este día termine...―susurré y el viento volvió melancolía mis palabras alzando mis cabellos. Mi mirada se perdió entre las hermosas rosas blancas y el pétalo lo llevé a mi corazón, aquel que ya le pertenecía al duque.― Hoy mi familia ha perdido lo más valioso de mí...―me volví para mirarle a esos ojos, a sus hermosos ojos― mi corazón, por que éste ya te pertenece a ti―ya no había calor en mis mejillas, ya no habían lágrimas y tampoco risas, por vez primera me escuché con seriedad.

Nuevamente el viento hizo presencia entre nosotros, quería separarnos, quería hacerme reaccionar. La frialdad me rogaba despertar; pero me negaba y en respuesta a mi necedad los cielos se volvieron oscuros.
―No podré volver a reír, no podré volver a llorar...―ausente, así era mi voz, perdía mi magia.― Cuando no te vuelva a ver―y espesas gotas cayeron del cielo. ¿Eran las lágrimas de mis ancestros? Me la había jugado, confiaba en que él era un príncipe azul y no se aprovecharía de la situación, de mi vulnerabilidad si sus sentimientos no eran sinceros.

Sus brazos, tan reconfortarles, tan cálidos; me acurruqué en su pecho y cerré mis ojos.
―Estar entre tus brazos se siente tan correcto, me siento tan completa...― y después sus palabras que no me asustaron, no incomodaron, tan sólo me arroparon de alegría.
―Yo no pienso dejarte ir.
Había dicho besándome la frente. Sí, me era honesto, sus palabras eran honestas, pensaba como si realmente pudiera ver a través de su corazón. ¿Cómo podía yo confiar en mis sentimientos?, llegué a cuestionarme abrazándome más a él, eran verdaderos, yo le quería y esta había sido la primera vez en que sentía que mi corazón palpitaba así, en la que mis pensamientos sólo se concentraban en él. Y por nadie más quería sentir esto, él era mi todo y así quería que lo fuera.

Reí cuando me indicó que ahora estábamos solos, así quería estar con él por lo que me sentí feliz. Aprobé con movimientos de mi cabeza todo lo que dijo, así como me lo indicó me senté a un costado de él.
―¿Sabes? Tu eres lo más hermoso del jardín―no hubo calor en mis mejillas, mas el frío ya me era indiferente. Lo veía a los ojos sin importarme que no era apropiado hacerlo. Pero que más daba, había aceptado deshonrar a mi familia, inclusive condenaría mi alma por pasar todo el tiempo que pueda con él.―Aldebarán me mentiste...― le sorprendí y reí, decidí prolongar un poco mis palabras antes de continuar.
―No eres un comerciante―otra pausa― eres un ladrón, has robado al mundo mi corazón.

Desvié mi mirada, mi sonrisa no podía cambiarla y no pretendía ahuyentarla así como no pretendía que él se fuera. A través de la ventana contemplé la lluvia, tenía razón, nos quedaríamos por bastante tiempo. Entonces no eran las lágrimas de mis ancestros, era el amor hecha agua y que con su manto quería unirnos, pensé.
―Discúlpame, por un momento creí que te aprovecharías de mí...―no pude no cambiar mi sonrisa y volví a mirarle a los ojos― ¿esto que siento es malo?―le pregunté y me acurruqué en él, quería sentir nuevamente sus brazos en mi cuerpo.
―¿Sabes como supe quién eras?―volví a formular una pregunta― una vez asististe a un evento que organizó mi prima la duquesa Alejandra Montero...―susurré en su pecho― ¿la recuerdas?―otra pregunta― yo tenía 14 años.

Mis ojos lo miraban, estaba fascinada, parecía verlo hablar con movimientos lentos, me concentré en sus labios y todo sonido del entorno desapareció para mí, escuchándole, sólo a él, a nadie más.
―Fue la primera fiesta que realizó mi prima.
No lo interrumpí más, de hecho ni siquiera había escuchado mi voz ¿lo pensé? No estaba segura pero lo que yo dijera en ese momento nada importaba a las palabras que como en versos declamaban esos labios que me provocaban una extraña sensación. ¿Me recuerda? pensé emocionada, se había fijado en mí, claro, tal vez no como ahora, con esos ojos que conquistaron mi corazón acompañando su voz melódica.
―Sí―afirmé― era caprichosa y obstinada―reí, poco había cambiado.

El ambiente volvió a sonar orquestado por un par de truenos, pero éstos no me habían hecho mirarlo distinto. El brillo de sus ojos cambió al formularme aquella pregunta.
―¿Qué tan apegada a las noticias estoy?― ¿por qué respondí con una pregunta? Eso era inapropiado, pero no supe que decir, me sentí nerviosa y temí a las palabras que fuera decir entonces. Me estremecí en sus brazos y desee apartarme un poco mas me fue imposible hacerlo.
―Temo que de París, de Francia en general desconozco mucho. De Cádiz y todo lo que convenga a mi familia sé mucho. Disculpe mi ignorancia―de nuevo aquel calor en mis mejillas, mis latidos descontrolados, no por amor, sino por temor.

―¿Qué quiere decirme señor?―busqué sus ojos para que me sosegara, no quería que demorara en decirme el por qué de su pregunta― dígame se lo ruego.
―¡Señorita Montero!
Un trueno más, y una voz conocida. Rehuí de los brazos de Aldebarán poniéndome en pie, mis manos fueron a mi corazón, estaba asustada, quería llorar.
―¡Señorita Montero!
Me llamaban y mis ojos se llenaron de lágrimas.
―Alfonso...―dije en voz queda― tengo que irme.