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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Christine O'byrne Mar Dic 31, 2013 2:19 pm

Tobillo flexible. Arco y empeines altos. Doblez y suela flexibles.

Mirara donde mirase, las bailarinas del teatro culminaban sus ensayos con la gracilidad de un ave que quisiera alzar el vuelo en primavera. Yo, en cambio, no tenía un buen día y me gané las regañinas de madame Giry como espadones que atravesaran mi nuca en cuanto mis pies fallaban, mi cuerpo caía y la mano se alejaba de la barra. Quizá hubiese pasado bajo una escalera sin darme cuenta o me hubiese cruzado con un gato negro. Pero cuando mi costado chocó contra el suelo, supe que no podía hacerlo mejor. La presión de una coreógrafa estricta, mi propia superstición y las incitaciones de Meg, que a mi espalda trataba de animarme y lo único que lograba era ponerme nerviosa, me jugaron aquella mala pasada de quedar en ridículo delante de mis compañeras. Todas, menos Meg y su madre, madame Giry, se rieron de mí. Yo misma traté de sonreír para salir airosa de la vergüenza, pero lo único que logré formar fue una mueca extraña que en seguida borré llevándome una mano al tobillo que me había doblado.
Estoy bien —dije cuando noté la melena rubia de Meg abalanzándose sobre mí. Y era verdad; sólo mi orgullo estaba herido y por eso rechacé su ayuda a la hora de ponerme en pie.
Pararemos por hoy —dijo madame Giry—, pero no quiero más fallos mañana. En nadie.

Me miró fijamente y tuve que asentir. Meg se puso rígida cuando su madre pasó por nuestro lado sin dejar de examinarnos con su dureza habitual. Por una vez, fui yo quien tuvo que despertarla de su ensoñación jalándole el brazo para que se pusiera en marcha. El tobillo me dolió durante todo el camino del escenario a los vestuarios y de allí hasta las habitaciones que compartíamos en la ópera. Mi caso, realmente, era diferente. La mayoría de las bailarinas vivían internas porque dedicaban toda su vida al ballet y al teatro. En cambio yo, aunque huérfana, contaba con una familia adoptiva a la que me gustaba visitar los fines de semana dada la enfermedad que mantenía a madame Valérius anclada a su cama matrimonial. Recordarla hizo que me llevase la mano al estómago y sintiera retortijones por el fracaso del día al que me vi expuesta. Ni siquiera fui capaz de cenar en condiciones. El hielo frío sobre mi tobillo, para evitar el hinchazón, devolvió mis recuerdos al plano del presente y oír cómo, igual que cada noche, mis compañeras de habitación contaban historias de terror o misterio. Muy propio para lograr conciliar el sueño, claro está.
El enmascarado bajó con una cuerda desde el tejado —anunció Isobel; solía exagerar sus cuentos haciendo aspavientos con las manos—, ¡e irrumpió cuchillo en mano en el ático de aquella casa!

Las muchachas gimieron encogiéndose en sus camas. Yo dejé a un lado la bolsita de hielo y me acerqué un poco más para oír cómo se sucedía la historia. Sabía que hablaban de un ladrón legendario, de un ama de casa que quedaba encerrada, con su hijo, a su merced, y el instinto asesino de un delincuente que no se detendría hasta conseguir su objetivo. Isobel tenía en sus manos todos los ingredientes para que la historia acabase terriblemente mal, pero yo prefería las historias de fantasía con finales felices.
¿Y si el ladrón fuera, en realidad, un caballero dispuesto a salvar a la dama del ataque de un marido enfurecido? —sugerí.

Todas se giraron a una y me miraron extrañadas. Isobel pestañeó contrariada y luego frunció el ceño con una carcajada despectiva.
¡Qué tonterías dices siempre, Christine! —se mofó—¡Los ladrones, ladrones son! ¡Es como pretender que un asesino en serie tenga corazón suficiente para salvar a una doncella! Esas cosas no pasan.
¿Por qué no? —insistí a pesar de sus carcajadas—. Ladrón o asesino, ¿qué más da? Todos somos human...
Esta es mi historia, cállate.
¡Isobel! —intervino Meg.
No, tiene razón —me disculpé con una sonrisa, que afortunadamente, Isobel interpretó bien y me devolvió.

No era mi día, eso estaba claro. Así que cuando Isobel retomó su historia y todas se centraron en ella, yo opté por levantarme de mi camastro, recoger mi capa y abrigarme con la bufanda roja que tantas veces me hizo compañía por vieja y deshilachada que estuviera. Salí de la habitación abrigándome del frío invernal y caminé por los pasillos desiertos del teatro hasta que tomé el atajo que me llevaba hasta el despacho de los gerentes. Noté en seguida que todo estaba oscuro y lamenté la imprudencia de no haber llevado un candil que alumbrase mis pasos. Sola, desamparada y con la historia de Isobel reconcomiéndome las entrañas y el cerebro, no se me ocurrió otra cosa que apalancarme con la espalda apoyada en la pared y respirar hondo para tratar de calmarme y no dejar que la sugestión se adueñara de mi pánico.
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Mensaje por Aldebaran Ballester Miér Ene 01, 2014 3:56 am

París, Francia. La ciudad del amor; negro es el firmamento que se cubre por distintas estrellas que atestiguan la escena que roba el protagonismo de todo al instante. Los vientos fríos de invierno se cuelan por una de las zonas más ricas de la ciudad y junto con ello el susurro del sigilo pareciese ser cómplice de una sombra que se cuela por las calles solitarias de la ciudad del amor. Sus pasos que se trasladan de techo a techo le brindan la velocidad suficiente para pasar desapercibido y a su vez la luz de la luna le alumbra lo suficiente para identificarlo como una simple sombra.

Su destino al instante se muestra, un hogar con la leyenda “Familia Servin” que conforma una vivienda de tres pisos con distintos ventanales como adornos y una soledad indiscutible. El caer del nocturno hace complicidad con quien se abre paso hacia uno de los aposentos principales del lugar, tomando entre sus manos distintos cajones que poco a poco van develando las pertenencias… ¿personales? Del jefe de familia -¡Pero que hermosas joyas! Me pregunto… A cuantos debió aplastar para conseguirlas…- un acento extranjero es evidente en estas palabras y una repulsión por el crimen se aclara aún más.

Al paso de los segundos la altiva figura parece guardar varios objetos solo Dios sabe dónde; a cambio, una rosa de largo tallo y azabaches pétalos es dejada en el lugar para así dar paso a la siguiente escena, que muestra a este ente saltar por el ventanal sin ninguna clase de preocupación y así, a tan solo unos cuantos segundos se puede escuchar un indignado grito que cita -¡¡ES EL LADRÓN ROSA NEGRA!! ¡¡ATRAPEN A ESE MALDITO!!- haciendo que las autoridades al instante comiencen a cazarle.

La velocidad es rápida, su destino aún incierto pero los callejones son amigos de este individuo que pronto se topa con el teatro de la ciudad -¡Pero qué suerte! Parece que deberé hacerle una invitación a nuestro querido teatro…- sus aires de cinismo son realmente molestos, parece ser que se burlara de la policía quien corre tras él más con poca suerte debido a que su sombra ya desaparece de toda escena.

El foco protagónico se redirige a un joven que viste de negro quien se introduce por medio de una ventana a los aposentos del arte. Su figura parece ser hábil en la escapatoria y el escondite pues no tarda mucho en poner un pie en el pasillo principal del lugar, ignorando lo que el destino le prepara y a cambio, este solamente parece disfrutar de la confusión de los miembros de la “justicia” quien desisten en su búsqueda y confusamente toman un camino diferente a donde el ladrón realmente se introduce.

-Pero que idiotas… No podrían encontrar un delincuente aun cuando este robe en sus narices… Bueno… Creo que ese soy yo y sigo libre…- una carcajada sale de sus labios, comenzando a caminar con bastante sigilo –Una noche muy fructífera, todo indica que será una muy feliz navidad- el descaro es más que exagerado en su figura soberbia, la cual, rápidamente se vuelve una con las sombras ya que un sonido le alerta que no está solo y así, sus ojos enmarcados por un antifaz de matiz negro se fijan en lo que parece ser una bella joven.

-Fortuna es poca… Pero qué ejemplo de belleza… No me veas, preciosa que no quiero arruinar tu noche... O quizás si-
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Mensaje por Christine O'byrne Miér Ene 01, 2014 12:24 pm

Las sombras del pasillo formaban tenebrosas figuras de almas oscuras que se cernían sobre mi maltratada mente. Y yo no sabía hacer otra cosa que seguir encogiéndome y desear empequeñecer lo suficiente para que el asesino en serie de Isobel no me alcanzase con su cuchillo. Me forcé a  mí misma a pensar que todo aquello no era más que producto de la privilegiada imaginación que heredé de mi padre, y bien cierto que era y habría funcionado de no ser porque el eco de aquellos pasillos trajo hasta mí una carcajada varonil que en mis oídos se tornó demoníaca. Chillé presa del miedo y cubrí rápidamente mi boca. No podía ser más estúpida. Un demonio acababa de colarse en el teatro y yo, inteligente como ninguna, no podía hacer sino delatar mi posición con un grito de pánico. Comencé a temblar. Y diréis seguramente que es una exageración, un drama o incluso una comedia por mi parte. Pero imaginad, pues, mi situación: una joven con una imaginación desbordante que, por no incomodar a sus compañeras, sale a dar un paseo sin candil ni luz alguna, en camisón, con unas botas de piel mitigando apenas las punzadas tenues pero molestas de un tobillo, una capa azul y una bufanda que no podía ser de otro color que un rojo carmesí intenso, para ayudarme a pasar desapercibida, si es que se me permite la ironía. Estaba aterrorizada y temblaba. ¿Qué clase de demonio o asesino se habría introducido en la ópera? ¿Me mataría, torturaría o secuestraría? ¡Ah, maldita Isobel y sus historias!

Entonces fueron mis ojos los que me dieron un respiro. Los ojos de Christine O'byrne eran conocidos por su azul intenso y por ser capaces de ahondar en lo más profundo de la gente. Como si fueran capaces de leer el alma, y quizá no estuvieran tan alejadas estas habladurías. En aquel momento, cuando busqué desconsolada el brillo del cuchillo que me llevaría a la muerte, noté una luz pequeña, débil, en lo alto de los intercolumnios y cerca de los ventanales. No era la luz de la luna, pues el plateado se alejaba demasiado de su tonalidad; era la luz de una persona a la que yo, en medio de la total oscuridad, acababa de descubrir y a quien miré fijamente conteniendo el aliento. Igual que si el foco de un faro hubiera aparecido de repente y nos alumbrase a ambos en mitad del mar, delatando para uno la estancia del otro en el mismo espacio a metros de distancia. Era difícil, era imposible. Por eso decidí darme la vuelta y fingir que había sido la casualidad la que me había llevado a mirar aquel punto en concreto. ¿No decía Isobel que los criminales, criminales son? Entonces no debía sentirse amenazado ni temer que yo le delatase. Por contra, yo debía salir cuanto antes de allí si no quería verme afectada. Los nervios me jugaron la mala pasada, nuevamente, de acelerar mi retirada. No corría, pero andaba demasiado rápido como para que mi huida fuera casual. Me estaba dirigiendo al patio de butacas y el escenario sin darme cuenta, quizá porque para mí eran santuarios invulnerables a los que ningún ente diabólico podría acceder para hacerme daño. Y sin darme cuenta, también, comencé a entonar una canción de mi niñez:

Petite Lotte, laissa son esprit vagabonder.
Petite Lotte pensé, "Suis-je plus amoureux de poupées ou de gobelins ou des chaussures?"
Ou des énigmes ou des robes? Non!
"Qu'est-ce que j'aimais le plus," Lottie Said,
"était quand je suis endormi dans mon lit."
Et l'ange de la musique chante des chansons dans ma tête...
L'ange de la musique chante des chansons dans ma tête.

Hace años, muchos años, me presenté a las pruebas para trabajar como cantante y actriz en la ópera. Los jueces del conservatorio, sin embargo, dijeron que sonaba como una bisagra oxidada, se rieron de mí y me limitaron a ser una simple corista. Sin embargo, incluso yo me sorprendí de la dulzura que tomó posesión de mi voz en aquel momento. Igual que una soprano experimentada, incluso aunque hiciera años que no entrenaba mis cuerdas vocales de aquella forma, la canción se oyó limpia y sin tintineos molestos. El miedo, el arrojo y la necesidad imperiosa de salir de allí dieron a mi alma aquella vida perdida con los años. Me pregunté si sería capaz de volver a hacerlo en otra ocasión. De volver a cantar de aquella forma para alguien más que para mí misma. Y, de pronto, el recuerdo de mi padre supo lidiar con el miedo hacia aquel intruso lo suficiente como para que mis pasos dejaran de ser torpes y echase a correr en busca de ayuda.
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Mensaje por Aldebaran Ballester Jue Ene 02, 2014 5:16 am

La esencia del varón no puede ignorarse en el ambiente. Su sola presencia hace que los vientos fríos interrumpan su camino puesto que su altiva figura no hace más que ejemplificar el gran porte que lleva y aun así se atreve a manipular a su antojo.

Sus ojos rápidamente se enfocan en una hermosa dama de vestimenta singular, su sonrisa ladina no tarda en dibujarse por su rostro y cual rayo decide solamente involucrarse una vez más bajo el manto de las tinieblas, arropándose con estas para transportarse en tan solo un par de segundos hacia donde la doncella corre.

Una carcajada se expande como eco, no busca ser algo malvado ni pretende sembrar el terror, pero el hecho de que la dama saliera corriendo despavorida en vez de abalanzarse hacia el cuello del Hidalgo es algo de lo que no está muy acostumbrado -¡Pero venga, guapa! Que yo no le tocaré ni un solo pelo… Claro, a menos que usted así lo quiera-

El cinismo es casi tan marcado como el acento extranjero de este individuo, quien pareciese materializar su cuerpo justo frente a la musa, siendo vestido totalmente de negro pues sus zapatos así como pantalones tiñen de este matiz. Una camisa de la misma tonalidad tiene desde sus hombros una capa que pende hasta sus talones y el elemento más singular en el caballero es un antifaz negro.

-Si sigue gritando de esa manera nos descubrirán y eso no queremos- con su dedo índice hace la mímica de negación, manteniendo una altiva sonrisa en su iris que rápidamente se interrumpe al hacer una reverencia, agachando su cuerpo y asomando sus cabellos largos hasta los hombros, adjuntando –Buena noche, me presento… Soy el Ladrón Rosa Negra- hace lujo de educación el singular personaje, quien solamente al reincorporarse arroja un guiño con su ojo diestro.

-Para usted, con sinceridad…- Así, desde su mano diestra una rosa de largo tallo y azabaches pétalos es otorgada a la señorita, tratando de calmarla y dejando ver a como dé lugar que este forajido simplemente se topó con ella por azares del destino y que no viene hacerle daño… Quizás a robarle, pero no necesariamente algo de valor económico.

-¿Qué nombre lleva, mi belleza nocturna?-
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Mensaje por Christine O'byrne Jue Ene 02, 2014 12:19 pm

Otra carcajada más que logró arrancarme escalofríos y revivir el terror de mi precipitada ensoñación. Mi carrera en pos de conservar la huida no pudo ser más asalvajada. La capa azul ondeó a mi espalda como las olas de un mar embravecido y sostuve con la fuerza de una garra la bufanda roja que anclaba constantemente mis recuerdos a la infancia. Invoqué en mi fuero interno a ese ángel que, según decía mi padre, me protegería de todo mal. Ese ángel se personaría en el escenario, porque por ello debía llamársele Ángel de la Música, y de ahí que mi corazón latiera con la fuerza de un tambor de guerra al abrir la puerta entre empellones y carreras. Le sentía a mi espalda. Incluso a metros de distancia, podía sentir su aliento en mi nuca y la segunda carcajada que inundó mis oídos y me hizo gritar y detenerme. No supe de dónde venía. Estaba todo tan oscuro, que ni yo misma estaba segura de en qué fila de asientos me encontraba.
¿Aitzier? ¿Meg? ¿Alice? —llamé con voz temblorosa. Fueron los únicos nombres que acudieron a mi cabeza, además del de la propia Isobel—. ¡Si esto es una broma, no tiene gracia!

Pero estaba lejos de ser una jugarreta de mis compañeras. Mis gritos se tornaron en un chillido agudo cuando una sombra negra se situó delante de mí interponiéndose entre mi cuerpo y mi destino: el escenario donde el ángel me protegería. Le miré aterrorizada. Apenas podía ver una piel morena que quedaba perfectamente cubierta por sus ropajes, negros como la noche que nos cubría y que le mantenían en el más absoluto anonimato. Tenía miedo y él lo notó. Me advirtió que no gritara otra vez. Más bien me invitó a no hacerlo, pero eso sólo logró que me echase a temblar. ¿A qué clase de desalmado me estaba enfrentando? ¿Qué haría conmigo? La cabeza me daba vueltas. No supe si era un mareo pasajero o el propio terror que atenazaba los músculos y que se incrementaría minutos después al darme cuenta de que era imposible que mis compañeras hubiesen armado una broma tan perfecta y bien ejecutada en el breve lapso de tiempo que abandoné nuestros aposentos del teatro. Volví a mirar el atuendo negro, el arrojo y la seguridad que las que se comportaba el extraño y la facilidad con la que entró en la ópera. Otra teoría se instaló en mi cabeza y necesité el apoyo del respaldo de uno de los asientos para no caer desplomada en el suelo.
¿Eres el Fantasma de la Ópera? —pregunté con un hilo de voz, como si esperase que confirmara mi pregunta antes de quitarme la vida por irrumpir en su santuario y tratar de invocar una esencia divina totalmente opuesta a él.

Garnier estaba maldita. Todo el mundo lo sabía. Las bailarinas, sus gerentes y hasta los teloneros temían al espectro que se movía por el edificio como si fuera su hogar. Llevaba siglos allí y cada vez que acontecía algo extraño, era a él a quien se le echaban las culpas. Temí que se hubiese personificado frente a mí y no volví a respirar hasta que el desvergonzado que me acorralaba cedió a presentarse. Rosa Negra, dijo llamarse, y yo recordé otra leyenda muy distinta que, si bien no tenía instintos asesinos, sí era famoso por crear estragos en París. Sobretodo si esos estragos tenían una falda que levantar y bajar. La rosa negra que hizo aparecer en su mano y de la que me hizo entrega confirmó que no se trataba de un charlatán cualquiera; la rosa era su firma.
No sé si debería enorgullecerme de decir que le conozco —aseveré con el resuello reanimando la vida de mis pulmones—; las bailarinas de la ópera suelen hablar de usted como si fuera el héroe de un cuento de hadas que fuera a rescatarlas y llevarlas en su corcel blanco. Pero los mayores dicen que sólo es un sinvergüenza más. ¿Qué quiere?

Busqué alejarme de él. Sostenía su rosa en mi mano y encima tenía la insolencia de preguntar por mi nombre después del susto que me dio. Claro que yo me encontraba en la encrucijada de no saber si delatarle y poner mi vida en sus manos o guardar silencio y ponerla en manos de madame Giry. En busca de la respuesta, los ojos azules de esta mísera bailarina se alzaron hasta clavarse en los castaños del intruso. Y supe entonces que no estaba ante ninguna leyenda, sino ante un ser humano que sangraba como otro cualquiera. No debía temerle, ni siquiera aunque amenazase con amedrentar mi libertad. Porque la suya estaba en mi boca, en mi voz y en mi decisión de volver a gritar o salvaguardar su bienestar. Y él pudo notarlo. Pudo notarlo porque esa habilidad que tenía yo para presentir las emociones de los demás, a veces se volvía del revés como una prenda de vestir y delataba las mías. Y mis ojos, si era tan observador como alardeaba, le harían verme segura dentro de mi propia vacilación. Una vacilación que aumentó en fuerza cuando una tercera voz en discordia se oyó desde el pasillo que acababa, al menos yo, de dejar a mi espalda.
¡¿Quién anda ahí?! —vociferó un hombre. La luz de un candil se acercaba donde Rosa Negra y yo nos encontrábamos.
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Mensaje por Aldebaran Ballester Jue Ene 02, 2014 2:54 pm

El momento es crucial y no puede ejemplificarse de mejor forma que al tener a ambos jóvenes viéndose directamente uno al otro contra sus ojos. Su rostro envuelto en seguridad y su figura altiva con un porte de elegancia no dan cuartada ni un segundo puesto que pese a su comentario ocurrente, el ladrón más famoso de Francia solamente responde -¿A caso parezco un maniaco que va enmascarado asustando jovencitas?- no se sabe si su sarcasmo es de otro nivel o si realmente hace esta pregunta con seriedad.

Sus pasos que resuenan sobre el eco del lugar empiezan a rodear a la dama como si fuese una presa, le observa de pies a cabeza con una burlona sonrisa en su rostro. Sus ojos marrones de pasean una y otra vez por toda su fisionomía y pareciese que disfrutase el juego donde aparentemente provoca terror, algo singular, algo que nunca le ha pasado en antaño.

-Oh, pero que amables de su parte… Nunca imaginé que tuviese mis propias admiradoras- ríe con descaro mientras en un pestañeo se acerca de frente a la dama –Mejor dígame usted, ¿se siente afortunada de conocerme?, ¿O prefiere salir corriendo?- la mano del delincuente acaricia la ajena después de otorgarle la rosa que simboliza su cometido, su propósito de existir.

-No soy la clase de sujeto que usa un corcel blanco, pero puedo rescatarla si así me lo pide… A usted y a sus amigas, aunque les advierto… No soy el chico bueno- un guiño vuelve a robarse el protagonismo para así escuchar atento una de las preguntas a las que tanto está acostumbrado, una que solamente se limita a contestar –Quiero justicia, quiero equidad y de ser posible… Quiero mi propio motín-

La carcajada del ente rápidamente se interrumpe por la presencia de una tercera persona. Su rostro gira instantáneamente y una sonrisa llena de seguridad así como burla se apodera una vez más de su semblante. Con su índice hace la mímica que pide guardar silencio a la señorita para así desaparecer entre las sombras en tan solo un pestañeo.

Todo indica que se trata del velador del teatro, un personaje que está en el lugar equivocado en el momento equivocado pues al percatarse este de la presencia de la doncella no tarda en apresurarse a ir tras ella, sin embargo, un movimiento fugaz trae al hijo prodigio de España a sus espaldas, flexionando su brazo diestro para alzarlo sobre su yelmo y así ejecutar un golpe certero sobre su nuca –Buenas noches, inquilino indeseado- dice con soberbia mientras hace lujo de su habilidad física al quitarle el sentido al ¿intruso?

Con su mano izquierda sostiene el cuerpo cayente del individuo y con la otra logra rescatar el candelabro. Con cuidado lo coloca sentado en una butaca aparentando que está durmiendo –No, no, no… Estos veladores son unos irresponsables- una nueva risa ante su humor negro no se hace esperar y con rapidez regresa a donde la musa –Ahora no sé qué hacer con usted… Ya me ha visto, ya sabe que estoy aquí y ahora ha presenciado que soy el responsable de que el amable señor tome una siesta…- juega un poco con sus miedos, una habilidad que tiene bien entrenada pero en este caso no sería difícil pues es más un juego de mesa que nada -… ¿Deberé yo mismo llevarla a su habitación o mejor me aseguro que usted no diga nada de lo que ha visto hoy?-

El candelabro cae al piso, apagándose en el acto bajo una escena que trata de aterrorizarla, esto solo como un juego que el extranjero es el único que disfruta. La luna platinada y bella cae por los distintos ventanales, iluminando la escena donde El Caballero de la Noche yace por fin a solas con la que pareciese ser una muy buena fémina, muy hermosa, por cierto.
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Mensaje por Christine O'byrne Jue Ene 02, 2014 3:31 pm

Ese maldito diablo me convirtió en su cebo de la forma más traicionera posible. Cuando en velador descubrió mi presencia y me reconoció, se acercó a mí con una única intención de interesarse por la palidez alarmante de mi rostro. En cambio, yo había perdido de vista a Rosa Negra y lo busqué con la mirada. Necesitaba advertir con urgencia a aquel pobre hombre de que no estábamos solos, que un criminal nos acechaba y sin embargo lo único que salió de mi boca fue en ronquido de mi voz siendo bloqueada por la estupefacción y el golpe seco de algo contundente en la cabeza de mi salvador. El velador cayó al suelo, o lo haría si Rosa Negra no hubiese intervenido para evitar que se diera un golpe peor. La gracia de todo el asunto, si es que podía encontrarla en alguna parte, fue que me enfurecí más por su sarcasmo y la manera en la que pretendía hacerle parecer un irresponsable, que por toda su intrusión y arrogancias en sí.
¿No podría haberse escondido sin más? —reclamé abarcando con mi mano a la víctima de su rudeza—. Ese hombre sólo cumplía con su trabajo, ¡no tiene ningún derecho de hacerle parecer un vago insensato!

Me sorprendía tener fuerza suficiente para encarar a Rosa Negra si tenemos en cuenta que estaba temblando de miedo de arriba a bajo. Pero lo que acababa de hacer con monsieur Deveroux era totalmente injusto y me reconcomían las entrañas con el fuego de la rebeldía y el enojo de solo pensar que los regentes, muy probablemente, le regañarían y hasta bajarían su sueldo si lo encontraban así.
¡Un trabajo decente y honorable, por cierto! —apelé después. También le miré de arriba a bajo, pero con la sombra del recelo y la retrospección.

La fama de Rosa Negra le precedía de manera atroz. Por eso, cuando se ofreció a llevarme a mi habitación, entrecerré los ojos y me di la vuelta. El roce de nuestras manos había provocado que por un momento saltaran chispas imaginarias. Todo el mundo que me tocaba, especialmente si mis manos estaban desnudas como en aquel momento, o si había un contacto directo entre ambas pieles, podía sentir esa corriente de energía, positivismo y vida recorriendo sus almas como si yo fuese el foco de aquel faro que nos había alumbrado virtualmente en el pasillo donde le descubrí. Era un don que no me molestaba ocultar porque todo el mundo pensaba que se debía a mi forma de ser y a esas manías de encomendarme a un Ángel de la Música. Pero si había una persona en el mundo que no me interesaba que se sintiera atraído por mi espiritualidad, ése era sin duda el propio Rosa Negra. Por eso me alejé a pesar de darle la espalda, aunque mentiría si dijese que no me asusté al oír cómo el candelabro cayó al suelo y nos quedamos nuevamente a oscuras. Yo estaba cerca de la orquesta y me detuve en seco con el pecho subiendo y bajando de manera frenética. Trataba por todos los medios controlar mi ímpetu y mi temor, pero los delincuentes suelen ser maestros de la psicología inversa y probablemente Rosa Negra tuviese incluso un doctorado en cómo conducir sus víctimas al pánico o la seducción.
Coja lo que quiera y márchese —pedí con voz temblorosa; ¿qué podía hacer yo al respecto para impedírselo—, pero déjeme en paz. No he hecho nada y aunque le delatase no podría evitar que se marchase. Sólo soy una corista y una mujer. Déjese de teatros conmigo; esa es mi especialidad, no la suya.

El miedo me hacía hablar de manera incontrolada, y puede que incluso, inapropiada. Pero si me mostraba abiertamente como el corderito que Rosa Negra quería que fuera, él se transformaría en el lobo y me comería sin dejar un solo trozo de mí que pudieran reconocer.
Si quiere justicia y equidad —repetí las mismas palabras que él hubo empleado—, ¿por qué se ensaña conmigo y con un pobre hombre que se juega la vida todas las noches para dar de comer a su esposa y a sus hijos? ¿Acaso no se ha vuelto víctima de sus propósitos?
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Mensaje por Aldebaran Ballester Mar Ene 07, 2014 1:34 am

Realmente El Caballero de la Noche está disfrutando de aquello puesto que una sonrisa cínica no puede abandonar su rostro al verse técnicamente reclamado y hasta amenazado por la señorita de vestimentas extrañas –Tranquila que no pasará nada- dice con confianza, acercándose al señor mientras coloca su mano en su hombro, recargándose cual estatua bajo una escena totalmente irónica.

-Intentas jugar con mi mente o mejor dicho con mi conciencia… ¡Pero que ternura! En verdad que me sorprende que lo intentes siquiera, aunque lamento decepcionarte pues…- Con un suspiro burlón se reincorpora, acercándose a ella mientras que con su dedo índice hace una mímica de negación -… No soy el chico bueno, soy el malo y créeme… Una terrible persona- rompiendo en una nueva carcajada.

Rápidamente, el ladrón siente el tacto con la señorita haciendo que dentro de todo su cuerpo se disparen distintas ondas eléctricas que lo sienten avivar, llenarlo de energía y de ¿felicidad? … No, no, no, Él no es así, Él no se puede dar el lujo de salir de su carácter real, pero ya es demasiado tarde, pareciese que la felicidad ha tocado lo que nadie sabía que tenía… Su corazón.

Quedándose quieto cual estatua, este sencillamente trata de manejar la situación y sosteniéndose del asiento voltea a la chica y cuestiona -¿Qué fue eso?...- clavando sus ojos en los de ella mientras que distintas preguntas le acosan puesto que Él ya conoce bien la distinción de razas que hay en el mundo y ella pareciese no ser una simple humana.

Las palabras de la señorita llegan a sus oídos y este responde –No me mal entiendas, si quieres irte puedes marchar, pero necesito asegurarme que no contarás esto a nadie y… Bueno, no suelo confiar mucho en las personas- Se transporta rápidamente frente a ella, abriendo su capa para cubrirle y así, este dice –Mi ideología es algo que nadie podría comprender y solicito respeto, pues va más allá de las superficiales formas en las que tú lo ves- tapando los labios de la chica con su mano.

El paso de los vientos se interrumpe al momento que el famoso Ladrón decide llevar, por no decir secuestrar a la fémina. Obligándola a acompañarle al ventanal más alto del teatro, quedando justo bajo la vista de casi toda la ciudad o al menos, la más pobre -¿Qué es lo que ves?- cuestiona al soltarle, tratando de mostrarle un poco más allá de simplemente su máscara negra.
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