AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Aquello que quite el hastío - (Aldebaran Ballester)
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Aquello que quite el hastío - (Aldebaran Ballester)
Llevó su mano izquierda a su cuello, algo adolorido, masajeó suavemente y cerró los ojos, una sonrisa se dibujó en sus labios. Suspiró algo aliviada, aunque definitivamente necesitaría una sesión de esos nuevos masajes que ofrecían en la ciudad del Pecado, como solían llamar en Londres a la capital del Reino de Francia, - unos buenos masajes con aceites y disfrutar de unas manos recorriendo mi espalda y cuello – volvió a sonreír, una ahogada risa se asomó a su garganta, logró acallarla. Estaba sola en el interior de su carruaje, pero aun así solía ocultar sus emociones.
Se reacomodó en el mullido asiento y apretó suavemente su espalda al respaldo, estiró sus piernas y colocó los pies sobre el asiento vacío. Era una total falta a los buenos modales, estaba harta de todo el protocolo y en especial de cumplir con lo que los demás esperaban de una Baronesa, - pues si no les gusta... se pueden ir al mismo infierno... hasta que se les congele el co… – masculló entre dientes, dejando la frase inconclusa. Algo había detenido el carruaje de forma inesperada. El rostro del cochero se dibujó en el vidrio de la portezuela. El hombre, se había inclinado peligrosamente, para comunicarle lo que estaba pasando. Ella lo observó con una mirada cargada de reproche y dureza, aunque por dentro se desternillaba de risa al verle casi colgado como un mono de feria. – Su señoría, hubo un accidente, la calle está cortada, parece que un niño cruzó sin mirar y los caballos… - Charleen hizo un gesto con la mano y una mueca de disgusto – basta, no quiero saber nada sobre eso, dime solo si puedes sacarme de aquí o tendré que tomar otra medida – contestó con tono áspero.
Caminaba por la calle, malhumorada por tener que mezclarse con la gente común de una ciudad tan poco agraciada como Paris. La verdad era que aunque la ciudad fuera hermosa, Charleen la observaba con los ojos del aburrimiento, del hastío, nada le llamaba la atención. Deseaba con todas sus fuerzas que algo interesante pasara por su vida o se arrepentiría de haber elegido aquella ciudad para vivir.
Se reacomodó en el mullido asiento y apretó suavemente su espalda al respaldo, estiró sus piernas y colocó los pies sobre el asiento vacío. Era una total falta a los buenos modales, estaba harta de todo el protocolo y en especial de cumplir con lo que los demás esperaban de una Baronesa, - pues si no les gusta... se pueden ir al mismo infierno... hasta que se les congele el co… – masculló entre dientes, dejando la frase inconclusa. Algo había detenido el carruaje de forma inesperada. El rostro del cochero se dibujó en el vidrio de la portezuela. El hombre, se había inclinado peligrosamente, para comunicarle lo que estaba pasando. Ella lo observó con una mirada cargada de reproche y dureza, aunque por dentro se desternillaba de risa al verle casi colgado como un mono de feria. – Su señoría, hubo un accidente, la calle está cortada, parece que un niño cruzó sin mirar y los caballos… - Charleen hizo un gesto con la mano y una mueca de disgusto – basta, no quiero saber nada sobre eso, dime solo si puedes sacarme de aquí o tendré que tomar otra medida – contestó con tono áspero.
Caminaba por la calle, malhumorada por tener que mezclarse con la gente común de una ciudad tan poco agraciada como Paris. La verdad era que aunque la ciudad fuera hermosa, Charleen la observaba con los ojos del aburrimiento, del hastío, nada le llamaba la atención. Deseaba con todas sus fuerzas que algo interesante pasara por su vida o se arrepentiría de haber elegido aquella ciudad para vivir.
Última edición por Charleen Scott el Miér Dic 17, 2014 6:11 pm, editado 1 vez
Laura Tejada Luna- Humano Clase Alta
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Re: Aquello que quite el hastío - (Aldebaran Ballester)
La noche había caído una vez que el ocaso se ocultaba entre los horizontes de la ciudad del amor. Los cielos empezaban a delatar un matiz de estrellas que junto a la luna atestiguaban el marco escénico de una sombra que se movía con velocidad alta a través de los techos; su andar rápido, sin poder ser perceptible por alguien le brinda la comodidad de jugar con las sombras que se crean en sus alrededores y termina por abalanzarse hacia los callejones con un magistral salto. Ahora ha tocado suelo.
Vestimenta totalmente negra, una capa que pendía de sus hombros y el misterio de su parte, aquel ente retomó sus andanzas a través de las calles parisienses. Oculto en las tinieblas puede observar el andar de la gente, yendo de un lado a otro hasta que se percata de la persona que estaba buscando –Ahí estás…- menta con susurro el hidalgo una vez que de entre los callejones se dispuso a salir, infiltrándose entre la multitud para pasar desapercibido, tomando con habilidad una pequeña bolsa del descuidado personaje –Te tengo- dice con una sonrisa ladina, empezando a moverse con la gente.
No pasó mucho tiempo antes de que el sujeto se percatara de esto y con un grito desenvainó su espada. Se trataba de nadie más y nadie menos que el general de la escuadra Real, excelente personaje para robar -¡ALTO!- mentó con fuerza, provocando el grito y alboroto de la gente que con caos y aterrada por el arma sirvieron como ovejas descarriadas y así fundieron al criminal en el manto incognito una vez más.
Con su rostro cubierto por un antifaz negro, sus cabellos tomados en una coleta y un singular sombrero que mantenía una pluma blanca como único detalle decide soltar una cínica carcajada, tomando de entre sus ropas una rosa de pétalos negros y al arrojarla con descaro a la víctima menta con toda fuerza -¡Gracias por la donación!... ¡Menudo imbécil!- explotando en ese instante una bomba que crea una densa capa de humo, provocando un incremento en la confusión y en el caos, terminando por ver como un niño asustado sale corriendo y se atraviesa en el camino de un carruaje –No…-
Ágil y aprovechando el manto que ha creado, el ladrón se abalanza de manera suicida y alcanza a tomar al niño entre sus brazos, cayendo en seco al suelo dejando pasar el carruaje de largo –Pequeño, tranquilo… Toma esto y ve con tus padres- dándole un par de monedas de oro, aparentemente sacados de la bolsa que anteriormente había robado, apuntando después a una pareja que preocupados esperaban cerca al niño; quien corrió con los de su sangre.
Sin problema alguno el criminal se puso de pie una vez que el humo se había esparcido, arrojando al aire su motín, decenas y decenas de monedas de oro caían a los pies y manos de la gente pobre de París, dejando a su enemigo uniformado con una cólera que le hizo gritar de furia, saliendo tras éste y sin éxito pues el ladrón más famoso de París se había ya esfumado después de esparcir aquel pequeño tesoro.
Todo empezó a volver poco a poco con calma mientras que el enmascarado se había perdido entre la gente, seguro de sí mismo y con un increíble acto de valentía al robarle a la corona para dar a los pobres. Una hazaña que es usual en él y es bien conocida en la ciudad al grado que varios cartelones tienen su imagen con una recompensa de por medio; sus pensamientos vagan hasta que de golpe y por la distracción choca con una bella rubia.
Esperemos que de buen carácter para conocer extraños.
-Ouch… disculpe, ¿está bien, preciosa?-
Vestimenta totalmente negra, una capa que pendía de sus hombros y el misterio de su parte, aquel ente retomó sus andanzas a través de las calles parisienses. Oculto en las tinieblas puede observar el andar de la gente, yendo de un lado a otro hasta que se percata de la persona que estaba buscando –Ahí estás…- menta con susurro el hidalgo una vez que de entre los callejones se dispuso a salir, infiltrándose entre la multitud para pasar desapercibido, tomando con habilidad una pequeña bolsa del descuidado personaje –Te tengo- dice con una sonrisa ladina, empezando a moverse con la gente.
No pasó mucho tiempo antes de que el sujeto se percatara de esto y con un grito desenvainó su espada. Se trataba de nadie más y nadie menos que el general de la escuadra Real, excelente personaje para robar -¡ALTO!- mentó con fuerza, provocando el grito y alboroto de la gente que con caos y aterrada por el arma sirvieron como ovejas descarriadas y así fundieron al criminal en el manto incognito una vez más.
Con su rostro cubierto por un antifaz negro, sus cabellos tomados en una coleta y un singular sombrero que mantenía una pluma blanca como único detalle decide soltar una cínica carcajada, tomando de entre sus ropas una rosa de pétalos negros y al arrojarla con descaro a la víctima menta con toda fuerza -¡Gracias por la donación!... ¡Menudo imbécil!- explotando en ese instante una bomba que crea una densa capa de humo, provocando un incremento en la confusión y en el caos, terminando por ver como un niño asustado sale corriendo y se atraviesa en el camino de un carruaje –No…-
Ágil y aprovechando el manto que ha creado, el ladrón se abalanza de manera suicida y alcanza a tomar al niño entre sus brazos, cayendo en seco al suelo dejando pasar el carruaje de largo –Pequeño, tranquilo… Toma esto y ve con tus padres- dándole un par de monedas de oro, aparentemente sacados de la bolsa que anteriormente había robado, apuntando después a una pareja que preocupados esperaban cerca al niño; quien corrió con los de su sangre.
Sin problema alguno el criminal se puso de pie una vez que el humo se había esparcido, arrojando al aire su motín, decenas y decenas de monedas de oro caían a los pies y manos de la gente pobre de París, dejando a su enemigo uniformado con una cólera que le hizo gritar de furia, saliendo tras éste y sin éxito pues el ladrón más famoso de París se había ya esfumado después de esparcir aquel pequeño tesoro.
Todo empezó a volver poco a poco con calma mientras que el enmascarado se había perdido entre la gente, seguro de sí mismo y con un increíble acto de valentía al robarle a la corona para dar a los pobres. Una hazaña que es usual en él y es bien conocida en la ciudad al grado que varios cartelones tienen su imagen con una recompensa de por medio; sus pensamientos vagan hasta que de golpe y por la distracción choca con una bella rubia.
Esperemos que de buen carácter para conocer extraños.
-Ouch… disculpe, ¿está bien, preciosa?-
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: Aquello que quite el hastío - (Aldebaran Ballester)
Continuó caminando por esa calle, intentando decidir que hacer con todo el maldito tiempo libre que tenía, - estoy harta de los bailes, las insulsas damitas que se creen dueñas de la gracia angelical, cuando solo son simples espantapájaros vestidos de sedas, terciopelos o encajes de la peor calidad… ay Dios y después dicen que en esta ratonera el buen gusto está a la orden del día – bufó mientras una pareja cruzaba ante ella, presta a cruzar la calle. Los ojos brillaron al pensar en la travesura que podría hacer. Uno, dos y sas, dio una palmada al trasero del caballero, quien dio un respingo y giró su cabeza en dirección por donde se dirigía Charleen, pudo escuchar mientras se alejaba – Rupert, pero… ¿qué estás viendo? Por Dios, si tanto te gusta por qué no vas y la sigues- el hombre intentaba calmar los celos de su novia, ella siguió su camino con una sonrisa de triunfo en sus labios.
Cruzó hasta la próxima acera alejándose más de sus víctimas. Se acomodó la capucha de la capa que la protegía, no hacía frío, pero al bajar el sol, solía estar más fresco el clima y ella prefería cuidarse, lo último que deseaba era tener que pasar un tiempo encerrada en su cuarto en una cama. Recordando su travesura, ya lejos de cualquier posible escena que la involucrara, reflexionó sobre esa desigualdad tan marcada en ésta sociedad, entre los hombres y las mujeres - ¿por qué nosotras, no podemos ser tan descaradas como ellos? Nadie los sermonea si nos dicen frases que ofendan nuestra susceptibilidad. Con total intencionalidad se toman la libertad de destrozar nuestra reputación, o ejercen derechos que no les corresponden, supuestamente para ayudarnos… claro, es que pareciera que nuestro poder de entendimiento siempre es menor que el de ellos. Por nuestro bien, debemos aceptar en silencio, sin oponernos y sentirnos alagadas por sus avances innecesarios - aquella sonrisa de triunfo, que hacía momentos reinaba en sus labios, se fue desvaneciendo a medida que el rencor que guardaba su corazón se hacía cada vez más evidente. Odiaba a los hombres, o por lo menos eso creía. Para Charleen, no eran criaturas que le provocaran algún sentimiento de compasión, por el contrario, si ella pudiera, a más de uno deseaba darle un rodillazo en ciertas partes blandas.
Había llegado a una zona en donde los escaparates de algunas tiendas comenzaban a llamar su atención, por esa razón se detuvo en seco y giró, absorbida por la contemplación de un aderezo compuesto por gargantilla, aros, tiara y pulsera, todo de plata y diamantes, con incrustaciones de rubíes. Sin importarle si alguien podía estar pasando por el lugar, se dirigió hasta el escaparate, Cruzó sus brazos a la altura de su cintura y entrecerró los ojos, - mmm… no es la gran cosa, pero podría levantarme un poco el ánimo, esta ciudad se vuelve a cada momento más aburrida -. Apenas terminó de formular la frase en voz alta cuando un golpe brusco la hizo tambalear hasta casi perder el equilibrio. La capucha que ocultaba su rostro calló dejando al descubierto sus cabellos que lucían un complicado peinado recogido. Fastidiada por aquella torpeza se giró para insultar a quien había sido tan poco caballeroso. A sus oídos llegó aquel comentario, que en vez de agradarle le provocó un deseo de cruzar con una bofetada, el rostro del hombre que le pedía de esa forma disculpas por su torpeza. Su rostro lucía todo el disgusto que la recorría por dentro, pero cuando por fin pudo detener su mirada en la mirada del caballero, aquel antifaz la desconcertó, su gesto de desprecio, se convirtió en uno de curiosidad, - ¿qué hace un hombre en mitad de una calle de París con un antifaz? – se preguntó mientras respondía, - si… si, solo fue un empellón -, dijo aun cavilando, porque escondería su identidad tras ese antifaz.
Cruzó hasta la próxima acera alejándose más de sus víctimas. Se acomodó la capucha de la capa que la protegía, no hacía frío, pero al bajar el sol, solía estar más fresco el clima y ella prefería cuidarse, lo último que deseaba era tener que pasar un tiempo encerrada en su cuarto en una cama. Recordando su travesura, ya lejos de cualquier posible escena que la involucrara, reflexionó sobre esa desigualdad tan marcada en ésta sociedad, entre los hombres y las mujeres - ¿por qué nosotras, no podemos ser tan descaradas como ellos? Nadie los sermonea si nos dicen frases que ofendan nuestra susceptibilidad. Con total intencionalidad se toman la libertad de destrozar nuestra reputación, o ejercen derechos que no les corresponden, supuestamente para ayudarnos… claro, es que pareciera que nuestro poder de entendimiento siempre es menor que el de ellos. Por nuestro bien, debemos aceptar en silencio, sin oponernos y sentirnos alagadas por sus avances innecesarios - aquella sonrisa de triunfo, que hacía momentos reinaba en sus labios, se fue desvaneciendo a medida que el rencor que guardaba su corazón se hacía cada vez más evidente. Odiaba a los hombres, o por lo menos eso creía. Para Charleen, no eran criaturas que le provocaran algún sentimiento de compasión, por el contrario, si ella pudiera, a más de uno deseaba darle un rodillazo en ciertas partes blandas.
Había llegado a una zona en donde los escaparates de algunas tiendas comenzaban a llamar su atención, por esa razón se detuvo en seco y giró, absorbida por la contemplación de un aderezo compuesto por gargantilla, aros, tiara y pulsera, todo de plata y diamantes, con incrustaciones de rubíes. Sin importarle si alguien podía estar pasando por el lugar, se dirigió hasta el escaparate, Cruzó sus brazos a la altura de su cintura y entrecerró los ojos, - mmm… no es la gran cosa, pero podría levantarme un poco el ánimo, esta ciudad se vuelve a cada momento más aburrida -. Apenas terminó de formular la frase en voz alta cuando un golpe brusco la hizo tambalear hasta casi perder el equilibrio. La capucha que ocultaba su rostro calló dejando al descubierto sus cabellos que lucían un complicado peinado recogido. Fastidiada por aquella torpeza se giró para insultar a quien había sido tan poco caballeroso. A sus oídos llegó aquel comentario, que en vez de agradarle le provocó un deseo de cruzar con una bofetada, el rostro del hombre que le pedía de esa forma disculpas por su torpeza. Su rostro lucía todo el disgusto que la recorría por dentro, pero cuando por fin pudo detener su mirada en la mirada del caballero, aquel antifaz la desconcertó, su gesto de desprecio, se convirtió en uno de curiosidad, - ¿qué hace un hombre en mitad de una calle de París con un antifaz? – se preguntó mientras respondía, - si… si, solo fue un empellón -, dijo aun cavilando, porque escondería su identidad tras ese antifaz.
Laura Tejada Luna- Humano Clase Alta
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Re: Aquello que quite el hastío - (Aldebaran Ballester)
Equivocación total pues la hermosa mujer parecía no estar de muy buen humor. Excelente, el ladrón decidió simplemente ayudarla a reincorporarse y con una sonrisa ladina no pudo dejar de apreciar los ojos ajenos, por lo que responde con toda calma -De nuevo, pido una sincera disculpa. Aunque realmente la culpa es enteramente suya, querida- una risa cínica salió desde su garganta, embriagando el ambiente con la búsqueda del extranjero en hacer la conversación así como el momento un poco más ameno -Ya que ante su belleza perdí el sentido de la atención en mis pasos... La culpo a usted por hacerme tropezar con sus encantos- quedándome como idiota ahí parado, apreciando aun cada rincón de su perfecto rostro.
Entonces fue cuando el enmascarado notó su poca educación y por eso mismo bajo una reacción hizo una leve reverencia, manteniendo una perfecta sonrisa en su iris -Me presento, soy el ladrón Rosa Negra, un placer- retirando por un segundo su sombrero para después colocarlo de nuevo en su cabeza una vez que termina con su presentación, esperando adentrarse un poco más en el misterio de una mujer que aparentemente admiraba la joyería pero que definitivamente no parecía estar teniendo un buen día.
¿O será simplemente que le atraen al Caballero de la Noche las damas con el carácter fuerte?
Entonces fue cuando el enmascarado notó su poca educación y por eso mismo bajo una reacción hizo una leve reverencia, manteniendo una perfecta sonrisa en su iris -Me presento, soy el ladrón Rosa Negra, un placer- retirando por un segundo su sombrero para después colocarlo de nuevo en su cabeza una vez que termina con su presentación, esperando adentrarse un poco más en el misterio de una mujer que aparentemente admiraba la joyería pero que definitivamente no parecía estar teniendo un buen día.
¿O será simplemente que le atraen al Caballero de la Noche las damas con el carácter fuerte?
Aldebaran Ballester- Realeza Española
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Re: Aquello que quite el hastío - (Aldebaran Ballester)
Sonrió divertida al escuchar de boca de aquel hombre enmascarado, que toda la culpa era suya. Los ojos de Charleen se iluminaron de picardía, hacía años que no escuchaba algo tan disparatado y a la vez tan galante, - solo en Francia pueden existir hombres tan interesantes… aunque… los españoles no se les quedan atrás – caviló, recordando algún amante latino. Cuando por fin el enmascarado dio su nombre, ella hizo un suave movimiento, inclinándose como si estuviera aceptando la presentación de un caballero en alguna de las galas del palacio Royal o en las veladas que pretendía dar en su nueva mansión aquí en Paris.
Levantando su mirada, más rápido que su cabeza, haciendo que el escote de su vestido se mostrara más atrevido y revelador de lo que debía ser – un placer, señor Rosa Negra - volvió a recorrer con su mirada el rostro y cuerpo del caballero, - no está para nada mal – sonrió de costado, dejando traslucir su picardía, - oh, por cierto, mi nombre es Charleen – no quiso decir su apellido, no le pareció necesario, ya que él tampoco le había dicho su verdadero nombre y no creyó que se lo fuera a encontrar en ninguno de los bailes o veladas que ella frecuentaba, - a menos que… - se quedó con su pensamiento en el aire, cuando sus ojos se posaron en el cuello y el pecho del bandido. Le había parecido que una cruz o una gema colgaban en su pecho. Borró rápidamente de sus pensamientos aquella fantasía, ¿qué hombre común y corriente tendría un dije de oro? De seguro su imaginación le jugaba una mala pasada.
Sus ojos se posaron en el antifaz, - pues si soy la culpable de todo, déjeme que de algún modo repare mi error – Deseaba arrebatarle aquel antifaz, quería ver el rostro de ese hombre que cada vez le parecía mas interesante.
Levantando su mirada, más rápido que su cabeza, haciendo que el escote de su vestido se mostrara más atrevido y revelador de lo que debía ser – un placer, señor Rosa Negra - volvió a recorrer con su mirada el rostro y cuerpo del caballero, - no está para nada mal – sonrió de costado, dejando traslucir su picardía, - oh, por cierto, mi nombre es Charleen – no quiso decir su apellido, no le pareció necesario, ya que él tampoco le había dicho su verdadero nombre y no creyó que se lo fuera a encontrar en ninguno de los bailes o veladas que ella frecuentaba, - a menos que… - se quedó con su pensamiento en el aire, cuando sus ojos se posaron en el cuello y el pecho del bandido. Le había parecido que una cruz o una gema colgaban en su pecho. Borró rápidamente de sus pensamientos aquella fantasía, ¿qué hombre común y corriente tendría un dije de oro? De seguro su imaginación le jugaba una mala pasada.
Sus ojos se posaron en el antifaz, - pues si soy la culpable de todo, déjeme que de algún modo repare mi error – Deseaba arrebatarle aquel antifaz, quería ver el rostro de ese hombre que cada vez le parecía mas interesante.
Laura Tejada Luna- Humano Clase Alta
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Re: Aquello que quite el hastío - (Aldebaran Ballester)
Los ojos marrones del enmascarado pronto se posaron en los de la hermosa mujer, realmente su rostro parecía ser esculpido por los arquitectos del paraíso e inclusive su cuerpo sin duda alguna despertaba el recelo de cada artista griego al carecer de una musa cómo con la que ahora se encontró el ladrón más famoso de Francia -Un placer enteramente, debo decir que entonces agradezco que me haya hecho tropezar... No sabía si simplemente chocar o terminar por secuestrarle- rio ante el cinismo de sus palabras, haciendo gala de un humor bastante singular.
Con calma se percató de la pronunciación de su escote. Por Satanás, la tentación recorrió todo su cuerpo y sin embargo prefirió no desviar su mirada ante un esfuerzo sobrehumano, después de todo, hay que mantener la educación y dejar clara la diferencia entre los idiotas y los idiotas de categoría como él -Eso suena perfecto, creo que sería lo más apropiado después de que bueno.. Me distrajera de esa manera- le guiña el ojo diestro sin poder borrar su sonrisa, apreciando la picardía de la doncella.
De pronto, sus pupilas reconocieron a tres de los uniformados que iban en su búsqueda. Demonios, una forma realmente poco educada de arruinar un momento tan agradable -¿Y qué le parece si empezamos con una caminata?- sugiere retóricamente más que simple duda pues atrevidamente el toma de la mano y con cierta prisa -sin decir mucho- empieza a encaminarse junto a la bella mujer entre la gente, queriendo alejarse de los militares -¿Le apetece la plaza?- pregunta aun caminando, esperando las ideas de su ahora compañera para así descifrar cuál sería su salida de emergencia de así necesitarlo.
Con calma se percató de la pronunciación de su escote. Por Satanás, la tentación recorrió todo su cuerpo y sin embargo prefirió no desviar su mirada ante un esfuerzo sobrehumano, después de todo, hay que mantener la educación y dejar clara la diferencia entre los idiotas y los idiotas de categoría como él -Eso suena perfecto, creo que sería lo más apropiado después de que bueno.. Me distrajera de esa manera- le guiña el ojo diestro sin poder borrar su sonrisa, apreciando la picardía de la doncella.
De pronto, sus pupilas reconocieron a tres de los uniformados que iban en su búsqueda. Demonios, una forma realmente poco educada de arruinar un momento tan agradable -¿Y qué le parece si empezamos con una caminata?- sugiere retóricamente más que simple duda pues atrevidamente el toma de la mano y con cierta prisa -sin decir mucho- empieza a encaminarse junto a la bella mujer entre la gente, queriendo alejarse de los militares -¿Le apetece la plaza?- pregunta aun caminando, esperando las ideas de su ahora compañera para así descifrar cuál sería su salida de emergencia de así necesitarlo.
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