AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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No escape from reality [Elene]
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No escape from reality [Elene]
"Too late, my time has come,
Sends shivers down my spine,
body's aching all the time"
Sends shivers down my spine,
body's aching all the time"
El punzante dolor se extendía entre sus sienes, recorriendo toda la frente y prolongándose hasta la nuca. Era tan revelador como despreciado, un viejo conocido que ascendía para llevarle entre sus brazos hasta las hogueras del infierno recordándole, durante el trayecto, algunas de las consecuencias de sus vicios. Pasaron minutos ¿o tal vez fueron horas? antes de consiguiera reunir el valor suficiente como para entornar un poco los parpados. El dolor se incrementó, lacerando sus pupilas y obligándole a abandonar momentáneamente el intento de valerse de su vista. Con un movimiento lento y pesado colocó una de sus manos sobre los ojos y esperó. Poco a poco fue tomando conciencia de lo que su oído y olfato detectaban. El aroma, si bien no era precisamente placentero, no se asemejaba al de su hogar. Era menos rancio pero al mismo tiempo saturado de efluvios poco comunes. Múltiples sonidos le envolvían. Gente hablando, moviéndose y quejándose. Una tos, un gemido, el sonido chirriante de una cama acomodándose al peso de un cuerpo, el tintineo de frascos de cristal chocando suavemente. Protegiéndose con la mano realizó un nuevo intento de abrir los ojos. La luz del sol le cegó por algunos segundos. Gracias a la intensidad de la luminosidad pudo concluir que era de mañana. Poco a poco consiguió enfocar lo que le rodeaba y le bastó una pequeña ojeada para saber a ciencia cierta su ubicación – Maldición – musitó antes de cerrar nuevamente los ojos.
¿Qué había pasado? Se tomó su tiempo tratando de recordar lo acontecido antes de perder la conciencia. Forzando su machacado cerebro se remitió a lo último de lo cual tenía memoria. Se vio a sí mismo abandonando la pequeña y deprimente oficina en la que trabajaba y dirigiéndose a uno de los tantos bares que solía frecuentar. Luego beber copa tras copa de licores varios. A partir de ese punto solo consiguió rememorar instantes sueltos: acercándose a una prostituta en la calle, luego él y la mujer en un callejón oscuro y sucio. Él soltando en la ávida mano de la mujer algunas monedas y viendo luego como ella desaparecía tras una esquina. De allí saltó a la frustración que traía el no poder abrir la puerta de su oscura residencia. Finalmente adentro, dando tumbos y buscando algo. Una foto de dos hombres en su mano (¿en verdad lució así alguna vez?) y, por último, una botella de láudano frente a sí. Murmuro una palabrota, no se necesitaba ser un genio para dar con la conclusión. Pero ¿Quién le había encontrado? No podía decir que se sentía “auxiliado” pues, en realidad, no era la primera vez que se le iba un poco la mano con el poderoso somnífero así que sabía que solo debía esperar un tiempo a que la bruma se despejara de su mente y el dolor de cabeza disminuyera con el paso de las horas. Podrían haberle dejado solo en casa pero, gracias a un “buen samaritano”, ahora se encontraría bajo las pesquisas de los galenos. Si, definitivamente deseaba saber quién era el responsable.
Siendo conocedor de su mal y de las medidas necesarias para aplacarlo, permaneció obedientemente recostado y con los ojos cerrados, simulando dormir para evitar acercamientos indiscretos. Su empeño, sin embargo, se vio afectado cuando, pasando el medio día, una mujer entrada en edad (muy seguramente una enfermera) le hostigó hasta cerciorarse de que él comprendía el lugar en donde quedaban algunos recipientes con comida. Una falla más en el día, probablemente cuando estuviese mejor y los sabiondos mandamás del lugar le dieran de alta le pasarían una factura por aquellas comodidades. Tenía algo de dinero pero no deseaba despilfarrarlo de aquel modo. Sentía su cabeza más despejada y el dolor remitía hasta convertirse en una molestia menor. Aprovechando aquel instante de lucidez se propuso la tarea de hacer algunos cálculos rápidos sobre lo que podría costarle la estadía en el odioso lugar y las monedas que llevaba encima, resultando en que, suponiendo que pagase, el sobrante sería insuficiente para costear la botella de ron que planeaba como compañera de la noche que se aproximaba. De ninguna manera tocaría aquella comida ¡De ninguna jodida manera pagaría ni un penique por tener que permanecer en un lugar en el que no deseaba estar! Involuntariamente lanzó una de sus manos a constatar el peso del dinero que pensaba tener llevándose la sorpresa de que ni las monedas, ni su pantalón, se encontraban en su sitio. Sorprendido acertó a mirarse a sí mismo por primera vez desde su despertar. Se encontraba enfundado en una suerte de camisón ligero y cubierto por una sabana que vio mejores tiempos… y eso era todo.
¿Qué había pasado? Se tomó su tiempo tratando de recordar lo acontecido antes de perder la conciencia. Forzando su machacado cerebro se remitió a lo último de lo cual tenía memoria. Se vio a sí mismo abandonando la pequeña y deprimente oficina en la que trabajaba y dirigiéndose a uno de los tantos bares que solía frecuentar. Luego beber copa tras copa de licores varios. A partir de ese punto solo consiguió rememorar instantes sueltos: acercándose a una prostituta en la calle, luego él y la mujer en un callejón oscuro y sucio. Él soltando en la ávida mano de la mujer algunas monedas y viendo luego como ella desaparecía tras una esquina. De allí saltó a la frustración que traía el no poder abrir la puerta de su oscura residencia. Finalmente adentro, dando tumbos y buscando algo. Una foto de dos hombres en su mano (¿en verdad lució así alguna vez?) y, por último, una botella de láudano frente a sí. Murmuro una palabrota, no se necesitaba ser un genio para dar con la conclusión. Pero ¿Quién le había encontrado? No podía decir que se sentía “auxiliado” pues, en realidad, no era la primera vez que se le iba un poco la mano con el poderoso somnífero así que sabía que solo debía esperar un tiempo a que la bruma se despejara de su mente y el dolor de cabeza disminuyera con el paso de las horas. Podrían haberle dejado solo en casa pero, gracias a un “buen samaritano”, ahora se encontraría bajo las pesquisas de los galenos. Si, definitivamente deseaba saber quién era el responsable.
Siendo conocedor de su mal y de las medidas necesarias para aplacarlo, permaneció obedientemente recostado y con los ojos cerrados, simulando dormir para evitar acercamientos indiscretos. Su empeño, sin embargo, se vio afectado cuando, pasando el medio día, una mujer entrada en edad (muy seguramente una enfermera) le hostigó hasta cerciorarse de que él comprendía el lugar en donde quedaban algunos recipientes con comida. Una falla más en el día, probablemente cuando estuviese mejor y los sabiondos mandamás del lugar le dieran de alta le pasarían una factura por aquellas comodidades. Tenía algo de dinero pero no deseaba despilfarrarlo de aquel modo. Sentía su cabeza más despejada y el dolor remitía hasta convertirse en una molestia menor. Aprovechando aquel instante de lucidez se propuso la tarea de hacer algunos cálculos rápidos sobre lo que podría costarle la estadía en el odioso lugar y las monedas que llevaba encima, resultando en que, suponiendo que pagase, el sobrante sería insuficiente para costear la botella de ron que planeaba como compañera de la noche que se aproximaba. De ninguna manera tocaría aquella comida ¡De ninguna jodida manera pagaría ni un penique por tener que permanecer en un lugar en el que no deseaba estar! Involuntariamente lanzó una de sus manos a constatar el peso del dinero que pensaba tener llevándose la sorpresa de que ni las monedas, ni su pantalón, se encontraban en su sitio. Sorprendido acertó a mirarse a sí mismo por primera vez desde su despertar. Se encontraba enfundado en una suerte de camisón ligero y cubierto por una sabana que vio mejores tiempos… y eso era todo.
Matthieu Saunière- Humano Clase Media
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 02/07/2014
Re: No escape from reality [Elene]
Era costumbre de la italiana hacer servicio los días que tenía poco quehacer, los cuales eran muchos. Por una extraña razón cuando no se encontraba despilfarrando el dinero en alguna de las tiendas del centro parisino estaba metida en el hospital siendo aprendiz de médico. Quizás era lo más cercano al trabajo que hacía cuando estaba recluida en el monasterio y eso la hacía sentirse cerca de sus preceptos, sin perder el horizonte de quién era ella después de su llegada a París, aun así no era su sueño, bastaba con creer que con ello podría ayudar a la mayoría de las personas desvalidas aunque siempre terminaba en alguna estación de enfermería encerrada en el pequeño cuartito de limpieza secando las lágrimas que salían con rapidez al conocer la crueldad de las historias de muchos de los internos. Definitivamente no tenía corazón para ello por eso se conformaba con eso, ser una aprendiz. Después de todo era buena sacando hipótesis diagnósticas y era como se había creado una reputación entre los demás médicos llegando a ser muy apreciada por el gremio que rogaba porque entrara a la escuela de medicina pero por cuestiones de género y ese insulso patriarcado le habían limitado.
Haciendo la rutina de siempre pasaba cama por cama para preguntar por alguna molestia que sintieran los internos. Era de esperarse que más de alguno se quejara por el malestar pero a veces con una buena platica o una sonrisa aquello pasaba a segundo plano. Aunque no quería terminar siendo el receptáculo de los problemas ajenos porque bastaba con los que tenía encima siempre escuchaba atentamente tratando de ignorar el pesar ajeno pero eso era su mayor debilidad.
Entrando a la sala de medicina de hombres saludó a unas enfermeras que hacían la típica reverencia ante algún superior. Ajustó la bata blanca a su cuerpo y tomó el tablero de madera con el historial clínico de un hombre que se encontraba sujetado de manos y pies, inconsciente. Leyó rápidamente su padecimiento y se sintió algo compungida por no ser capaz de hacer algo por él. Cerrando los ojos llevó su dedo gordo e índice entrecruzado hasta su frente, luego a su pecho persignándose para agachar la cabeza y rezar por él. Era lo único que podía hacer por aquella alma. Abriendo los ojos finalmente palmeó un poco el brazo del anciano y con el corazón en la boca decidió avanzar sin mirar atrás.
Viendo la cama de otro hombre que parecía tener mayor edad que ella pero en estado de consciencia perfecta le trajo una especie de consuelo. Al menos con él podría charlar. Comenzó a hojear los papeles grabándose palabras claves como: Sobredosis de somníferos, alcoholismo, recidivante, además de eso no leyó nada más de importante más que había sido traído por una mujer que se apellidaba Saunière y la primera letra era G. Frunciendo el ceño dejó la historia clínica a un lado haciendo un sonido peculiar con los taconcillos de los zapatos. Estando a su par sonrió no como lo hacía habitualmente, sino que curiosidad. Ese apellido se le hacía familiar.
Viendo la cara detenidamente del hombre trato de guardase la sorpresa y esperar por algún tipo de coincidencia —Señor Saunière. Buenas tardes.- suplicó porque se estuviera equivocando pero no. Sus ojos hicieron una especie de cruzada y rápidamente se recordó a Gislena, su padre y ella realmente eran idénticos. —Ando haciendo una pasada de visita para saber cómo se encuentra- quiso omitir su nombre pero por cuestiones de ética no podría —Elene Rossato- añadió casi con desaire pensando en si él le recordaría. Un par de veces mientras vivió en Italia visitó su casa para jugar con su hija que ahora era toda una mujer y con la que hace un par de semanas había tenido una hermosa tarde de té. El hombre no era del agrado de Elene porque su buena amiga había comentado todo lo que les había hecho sufrir, a ella y a su madre. —Espero no esté aguardando por noticias de su alta. En los comentarios tiene un pequeño asterisco, indica que no es la primera vez de su comportamiento.- le restó importancia y tomó la mano de él para llegar a su muñeca y sentir su pulso —Se quedará en evaluación psicológica. Dos veces en un año, no es muy convincente. ¿Cuánto más piensa hacerse daño y hacer sufrir a los demás?- le soltó delicadamente para llevarse el estetoscopio a los oídos y escuchar su corazón que seguro estaría frío —Tiene que dejarlo, Matthieu. Tiene que hacerlo- susurró con calma.
Elene Rossato- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/12/2012
Edad : 31
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Re: No escape from reality [Elene]
"I'm just a poor boy,
I need no sympathy"
I need no sympathy"
- ¿Podía acaso ser peor? - pensaba Matthieu mientras sus ojos se posaban en el ocupante de la cama de al lado y su conciencia le respondía de manera automática con un categórico “SI”. Arrugando la frente volteó la cabeza y posó sus ojos en el desabrido techo. Si aún contara con sus ropas podría intentar escapar sin que le notaran. Solo debía esperar a que las enfermeras estuviesen distraídas y escurrirse hasta la puerta. Pero semidesnudo como se encontraba no tendría la más mínima posibilidad. El dolor de su cabeza mermaba con cada minuto, ya podía mantener los ojos abiertos en su totalidad sin que le hostigaran los latigazos. Aquello era y no era bueno. Por una parte tenía conocimiento de lo que hacía y lo que le rodeaba, por otro debía aguantarse a sí mismo y fustigarse por su propia estupidez y descuido. Además, era consciente de los sonidos con los que su estomago le instaba a tomar la comida que reposaba, ya fría, en una mesa cercana. Se había prometido que no le tocaría y no lo haría, pero la tentación era fuerte y la incomodidad le obligaba a posar los ojos sobre el recipiente más veces de las deseadas.
Murmuró una palabrota por lo bajo. Perdía su tiempo estando postrado en aquella camilla. Había que hacer algo y pronto. Enderezándose un poco recorrió la habitación con meticulosa atención hasta que, finalmente, encontró lo que buscaba. Sonrió. Sobre la baranda de una de las camillas más próximas a la puerta descansaba un raido y sucio pantalón. ¡Eso era! Ahora solo tenía que ingeniar alguna manera para robar la prenda, colocársela y abandonar el lugar sin que nadie se diera cuenta. La sonrisa se borró poco a poco de su rostro. Era una locura, imposible, jamás lo lograría sin que alguien lanzara una alerta. Se dejó desplomar con fuerza sobre el delgado colchón. Vencido volvió a concentrarse en el techo y esperó con creciente inquietud repasando nuevamente lo que recordaba sobre la noche pasada. Entonces una melodiosa voz femenina le sacó de sus cavilaciones. Se trataba de una joven de oscuros cabellos que, por alguna razón, le pareció familiar. Sin embargo no le prestó mayor atención a esa sensación. No era la primera vez que se encontraba en ese hospital por lo que era posible que ya la hubiese visto con anterioridad, así de simple.
El ceño de Matthieu se frunció un poco más al escuchar las palabras de la joven – Pues de hecho era justo lo que esperaba – espetó con rudeza pero permitió que ella le tomase por la muñeca. Su expresión mudó a una de asombro al enterarse de lo que le deparaban los cabeza-huecas del aquel odioso lugar – De ninguna manera, me niego rotundamente. Nadie me impedirá abandonar este edificio ni me tratarán como si fuera un demente cualquiera – para ese momento ya la chica había apartado su mano y decía algo más que él escuchó pero, en medio de su arranque de furia, no procesó. Apartó de un violento tirón la sabana que le cubría y, antes de que ella pudiese usar el aparato que se había ajustado en sus oídos, se lanzó fuera de la camilla por el lado libre, con tan mala suerte que uno de sus pies fue a parar en una vasija abandonada en el suelo – Argggg, demonios – blasfemó con un potente rugido, haciendo que cada par de ojos en la habitación se posaran sobre su cara, una que ahora evidenciaba todo el asco que sentía debido al líquido amarillo en el cual se encontraba sumergido su pie - ¿Quién fue el idiota que dejó esto acá? – vociferó antes de agitar su pierna, consiguiendo con el movimiento que la vasija fuese a parar bajo otra de las camillas y que el contenido de la misma se esparciera por el suelo.
Exasperado se sentó de nuevo y empezó a frotar con rudeza su pie con la sabana que antes le cubría. – Esto es inaudito. No pueden tratarme así ¿saben acaso quien soy yo? – cuestionó a la joven, olvidando momentáneamente que ya no era el prestigioso y respetado abogado que había sido en lo que parecía otra vida – Es más ¿Quién se cree que es usted para venir a darme consejos? – finalmente su adormecido y malogrado cerebro había comprendido las últimas palabras dichas por la joven. Si tan solo estuviese más atento, si su capacidad de razonar fuese un poco más aguda, más parecida a lo que había sido, habría notado el tono que implícitamente indicaba un interés personal por parte de la joven. Pero eso no ocurrió, por tanto la pregunta que debía hacerse a continuación nunca fue formulada en su cabeza ¿Quién era ella y porque parecía importarle?
Murmuró una palabrota por lo bajo. Perdía su tiempo estando postrado en aquella camilla. Había que hacer algo y pronto. Enderezándose un poco recorrió la habitación con meticulosa atención hasta que, finalmente, encontró lo que buscaba. Sonrió. Sobre la baranda de una de las camillas más próximas a la puerta descansaba un raido y sucio pantalón. ¡Eso era! Ahora solo tenía que ingeniar alguna manera para robar la prenda, colocársela y abandonar el lugar sin que nadie se diera cuenta. La sonrisa se borró poco a poco de su rostro. Era una locura, imposible, jamás lo lograría sin que alguien lanzara una alerta. Se dejó desplomar con fuerza sobre el delgado colchón. Vencido volvió a concentrarse en el techo y esperó con creciente inquietud repasando nuevamente lo que recordaba sobre la noche pasada. Entonces una melodiosa voz femenina le sacó de sus cavilaciones. Se trataba de una joven de oscuros cabellos que, por alguna razón, le pareció familiar. Sin embargo no le prestó mayor atención a esa sensación. No era la primera vez que se encontraba en ese hospital por lo que era posible que ya la hubiese visto con anterioridad, así de simple.
El ceño de Matthieu se frunció un poco más al escuchar las palabras de la joven – Pues de hecho era justo lo que esperaba – espetó con rudeza pero permitió que ella le tomase por la muñeca. Su expresión mudó a una de asombro al enterarse de lo que le deparaban los cabeza-huecas del aquel odioso lugar – De ninguna manera, me niego rotundamente. Nadie me impedirá abandonar este edificio ni me tratarán como si fuera un demente cualquiera – para ese momento ya la chica había apartado su mano y decía algo más que él escuchó pero, en medio de su arranque de furia, no procesó. Apartó de un violento tirón la sabana que le cubría y, antes de que ella pudiese usar el aparato que se había ajustado en sus oídos, se lanzó fuera de la camilla por el lado libre, con tan mala suerte que uno de sus pies fue a parar en una vasija abandonada en el suelo – Argggg, demonios – blasfemó con un potente rugido, haciendo que cada par de ojos en la habitación se posaran sobre su cara, una que ahora evidenciaba todo el asco que sentía debido al líquido amarillo en el cual se encontraba sumergido su pie - ¿Quién fue el idiota que dejó esto acá? – vociferó antes de agitar su pierna, consiguiendo con el movimiento que la vasija fuese a parar bajo otra de las camillas y que el contenido de la misma se esparciera por el suelo.
Exasperado se sentó de nuevo y empezó a frotar con rudeza su pie con la sabana que antes le cubría. – Esto es inaudito. No pueden tratarme así ¿saben acaso quien soy yo? – cuestionó a la joven, olvidando momentáneamente que ya no era el prestigioso y respetado abogado que había sido en lo que parecía otra vida – Es más ¿Quién se cree que es usted para venir a darme consejos? – finalmente su adormecido y malogrado cerebro había comprendido las últimas palabras dichas por la joven. Si tan solo estuviese más atento, si su capacidad de razonar fuese un poco más aguda, más parecida a lo que había sido, habría notado el tono que implícitamente indicaba un interés personal por parte de la joven. Pero eso no ocurrió, por tanto la pregunta que debía hacerse a continuación nunca fue formulada en su cabeza ¿Quién era ella y porque parecía importarle?
Matthieu Saunière- Humano Clase Media
- Mensajes : 24
Fecha de inscripción : 02/07/2014
Re: No escape from reality [Elene]
La cara de Gislena se volvió a dibujar en la cabeza de la italiana. ¡Vaya que eran parecidos! aun así ahora confirmaba más el dolor de su amiga de infancia cuando hablaba de su padre que no parecía ser un hombre fácil de tratar. Lo que más le molestaba a Elene de aquella situación no era que él estuviera con una actitud de patán sino que anduviera por la vida haciendo lo que mejor creía desperdiciando su salud, algo que era preciado por los enfermos que estaban a punto de morir y obviamente aquello, ni siquiera era tomado en consideración por el hombre que tenía al frente, claro, quitando lo descuidado que era con lo que quedaba de su familia pero eso último a ella no le concernía. Por eso decidió guardarse la rabia para ella y sólo ser un poco menos simpática de lo que solía ser con cada uno de los pacientes que visitaba, sabía que eso estaba mal.
—Siento mucho ser portadora de malas noticias, Señor Sauniére pero su historial médico es claro. No podemos dejar que abandone el hospital en ese estado tan…- justo iba a inclinarse hacia él para auscultarle el corazón cuando en un rápido movimiento él había escapado de su alcance. Enderezándose rápidamente y pareciendo sorprendida Elene dio un paso hacia atrás sin esperarse tal reacción. Viendo completamente al padre de su amiga hacer semejante espectáculo para terminar con el pie metido en uno de los depósitos de orina de la cama vecina su boca se hizo una línea horizontal sin tener ni una pizca de diversión pareciendo lo contrario para los demás de la sala.
Unos se reían y otros miraban con molestia la actitud del hombre que soltaba maldiciones y refunfuñaba como todo un cascarrabias. – ¿Qué le ha hecho la vida, señor Sauniére? Simplemente no lo comprendo, yo tengo tan buenos recuerdos suyos… - pensó la italiana en sus adentros tratando de comprender el mal comportamiento de su conocido y que obviamente él no reconocía, no creía que se comportara de esa manera con la amiga de infancia de su hija de reconocerla aunque a estas alturas ya no sabía qué creer. —Si dejara de querer controlar lo que sucede aquí y enfocarse en lo que realmente importa eso - señaló el reguero que había hecho —Hubiera sido realmente innecesario, Matthieu- reprochó su comportamiento queriéndole hacer ver que le conocía pero él seguía enfrascado en querer manejar a su favor la situación. Típico de un abogado.
Tomando con las manos la sábana en la que se limpiaba los pies se sentó a su par y comenzó a secar éstos para detener la rabieta de niño que se tenía. —Tranquilícese- susurró con paciencia olvidando todo lo que antes había dicho después de todo era alguien que quería de su cuidado y el estado de psicosis en la que se encontraba sumaba puntos pero no le atribuía su comportamiento —En realidad sí sé quién es usted- habló suave sin verle a los ojos puesto que estaba concentrada en terminar de secarle lo último que quedaba humedecido. —Listo- sonrió sin poder evitar traer a memoria una de las veces que llegó a la casa de Gislena a jugar muñecas y estaba él tomando algún tipo de alcohol con mucho hielo, su amiga colgaba de sus brazos entonces ella había imitado el mismo comportamiento guindándose del opuesto.
—Realmente no puedo creer que usted se encuentre en un lugar como este y menos por las razones que lo han traído hasta aquí. Si aún la aprecia debería al menos considerar dejar de apuñalar el poco cariño que mantiene por usted- quizás no había sido la respuesta que él había esperado a su ‘’Quién es usted’’ pero le había ganado la idea de hacerlo entrar en razón —Hablo de Gislena- concluyó para no ser misteriosa y miró sus ojos poniéndose de pie acomodándose la bata blanca notando como la enfermera que recogía el desastre que había hecho se acercaba con molestia a él con una jeringa con contenido blanquecino dentro y frunciendo levemente el ceño supo de qué se trataba. Un tranquilizante.
Viéndola a ella y luego a él su sonrisa estaba completamente ausente. —¿Cree que podamos hablar como dos civilizados y me deje hacer mi trabajo? Ella no va a dudar en aplicarle eso.- le señaló con la vista la gruesa aguja tomó una de sus muñecas para que le mirara —Matthieu- frunció el ceño un poco haciéndole una señal a la enfermera a que espera por su orden la cual asintió y sus ojos se fundieron al iris azul del hombre esperando que el respetado hombre que recordaba volviera unos segundos.
Elene Rossato- Humano Clase Alta
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