Blood & fire [Privado Nirole]

En el breve lapso de tiempo que sus ojos se encontraron y la dama le dedicó sus primeras palabras, Lucifer pudo leerla haciéndose una idea de su personalidad. Parte de ella, al menos. Su calma ante el asalto de un desconocido hablaba de alguien con edad y experiencia altas, aunque no las suficientes para perdonar u olvidar el pasado; una dama cualquiera se habría apartado, sorprendida, y le miraría con el fin de no ser cogida de nuevo desprevenida. "Ojitos claros" no.

No lucía relajada aunque se esforzara en parecerlo, fácil de ver, así que estaba la teoría de que era ante los de su propia especie con quien nacía la desconfianza. El acero en su mirada y los gestos bien medidos hablaban de una mujer fuerte con corazón suave. Alguien que había construido muros tan altos que no solo evitaban que nadie entrara, sino que ella misma quedaba encerrada sin posibilidad de salir.

Curiosidad satisfecha, pero interés creciendo. La dama se presentaba como un reto para él, no pensaba irse fácilmente. - ¿Cree en efecto que lo están malgastando? - Miró alrededor, gente por gente, sonriendo a la vendedora que se aferró a las monedas como bote salvavidas. - ¿Sabe usted a caso una mejor forma de ocupar la existencia? - Volvió a clavar la negra mirada en la dama de sangre. - Tengo entendido que lo habitual es seguir la norma social de crecer, trabajar, procrear y morir. Me pregunto si tienen tiempo suficiente para añadir algo más a su triste ecuación de la vida.

Esperó paciente que terminara de pagar para señalar con un cortés ademán de mano hacia adelante. - Veo que tiene muy buen gusto en la joyería, ¿sería tan amable de acompañarme en el paseo y aconsejarme qué abalorio masculino combinaría a la perfección con mis maravillosos ojos negros? - Amplió la sonrisa luciendo su orgullo narcisista. - En breve se llevará a cabo una fiesta en la realeza a la cual he sido invitado y un toque femenino siempre habla bien de uno.

La observaba fijamente mientras hablaba para no perderse detalle alguno de sus gestos; no solo aquellos que eran premeditados o adquiridos con el tiempo, Lucifer profundizaba más allá de la máscara que todo ser, humano o no, vestía cuando no estaba a solas. Sus labios rígidos demostraban la tensión de un encuentro no deseado, mientras su tono de voz trataba de mantener la cortesía de toda dama afrancesada. Lo que más le divertía era cuán alta mantenía la cabeza para alzar su orgullo, algo que Lucifer siempre leía como una inseguridad en el portador de tal estandarte. No se alejaba de cualquier otra dama de la corte, incluso su gusto por las joyas era similar. Pero había algo en sus ojos... El espejo del alma, que decían. La dama enterraba algo en ellos, secretos que Lucifer ansiaba conocer.

El juego estaba empezando.

Estaba tan enfrascado en su observación que, al darse cuenta que su bella compañera había dejado de hablar, la miró sorprendido con un rápido parpadeo de confusión. - Disculpe, por un momento dejé de escucharla. ¿Qué decía? - Sonrió, él también pecaba de orgulloso, y su muestra de sinceridad era digna de orgullo propio.

La siguió, con las manos en la espalda y una serena sonrisa en el rostro, sin perder detalle de lo que hacía o cómo lo hacía. Para él, en ese instante, no existía nadie más que ellos dos. Ni siquiera se fijó en la mujer de turjentes pechos que le ofreció sus preciosas agujas de pañuelo, ni el joven virginal que se sonrojó al pasar por su lado. Ambos maravillosos corderos que Lucifer no dejaría ir sin más. Pero la dama tenía su atención, si no auditiva, al menos visual.

-Bueno, ma'am, puede llamarlo usted como quiera. El caso es que sí - e hizo especial ímpetu en esa afirmación -, estaría gratamente complacido de poder recibir consejo de una dama con tan excelente gusto. Tal vez yo no usaría tanto maquillaje -señaló fugazmente su rostro abarcándolo todo -, pero sin duda ese vestido es exquisito, ma'am. - La miró de arriba a abajo, nuevamente con aquella sonrisa intencionadamente inocente de alguien que no conoce el decoro al hablar.

La seguía como buen caballero, de no ser por su ropa de alta costura y el sombrero de copa que engalanaba su cabeza dándole el título de Lord o algo mayor, probablemente le confundirían con el pobre ayudante de la dama, el que solía ir cargando paquetes. Frunció levemente el ceño tras escuchar por segunda vez la pregunta. - Sí, ma'am, ¿es que sufre algún problema en el oído? Un evento real. Mi exquisito trato con las damas me ha hecho merecedor de muchas y gratificantes amistades en la corte. Suelen invitarme a todo tipo de veladas y actos. Este, en concreto, es de máscaras.

Se detuvo, arqueando las cejas con sorpresa. - Oh qué terrible falta de modales, le ruego me disculpe. Mi nombre es Lucifer Morningstar. Para servirla... - le tomó la mano para dar un suave, apenas roce, beso en el dorso de su suave mano con el cuerpo levemente inclinado. - Entonces, ¿va a ayudarme? No soy asiduo a vestir máscaras, más bien me gusta quitarlas. ¿Qué cree que me sentaría mejor, estilo venecia o tal vez algo picante proveniente de la exótica China?

Observó con austera serenidad el intercambio entre la dama roja y el caballero que vendía mercancía, disimulando una sonrisa de regocijo al comprobar que, en efecto, estaba poniéndola nerviosa. Los motivos podrían ser muchos pero no se detuvo a pensar en ellos, solo le importaba el resultado. Su sarcasmo medido al responderle fue la guinda del pastel, pues había logrado romper un poco el hielo de tan fría dama.

Se plantó firme ante ella, sin mover las manos de su espalda ni apartar la mirada de su rostro mientras la bella Nirole alzaba su mano en busca del sombrero. Una sonrisa narcisista bailó sobre sus labios cuando, de forma espontanea, cesó su avance, tal vez, sorprendida. - Usted lo ha dicho, ma'am... - Bajó un poco la cabeza oscureciendo su mirada, haciendo que su expresión se volviera mística, retorcidamente un enigma.

No le pasó por alto el detalle de omitir su nombre, pero no pensaba darlo por perdido. - El diablo nunca hace el ridículo. Tengo un exquisito buen gusto por la ropa, sin embargo estas cosas de disfraces se escapan de mi experiencia. En público, por supuesto, en disfraces para juegos de dormitorio soy todo un experto. - El brillo travieso regresó a sus ojos mientras reanudaba el paso para seguirla. - Venecia será entonces, aunque sea tan... aburrido. - Arqueó fugazmente las cejas dejando más constancia de su opinión al respecto. - No me equivocaré si digo que todos asistirán con la misma temática... Me pregunto qué ocurriría si me mostrara en público con mi verdadera apariencia...

Se evidenciaba que la seguridad que emanaba Lucifer era agrado de las mujeres, que ya fuera por curiosidad o deseo, no había ninguna que no le mirara cual víctima de un hechizo. Pudiera ser sorpresa, deseo o alguna de las emociones humanas que aún escapaban de su comprensión, pero no dejaba indiferente. - Ma'am, ¿va a ser tan cruel de mantenerme en vilo a la espera de su nombre? - Cruzó un brazo por su paso, apenas rozando su cintura, cuando vio venir de reojo a un joven corriendo. Probablemente un pequeño ladronzuelo, tras el cual iba el dueño de la mercancía arrebatada. - Estuvo cerca de cruzarse en su camino... Tal vez deberíamos salir del gentío y buscar un sitio más... íntimo.

Ladeó la cabeza ante la incredulidad de madame Nirole con respecto a su nombre. No era la primera en dudar, por supuesto; en incontables ocasiones se encontraba con gente que ponía en duda su identidad. Lo cual era sorprendente, irónico tal vez, que muchos de aquellos humanos recelosos de su palabra fueran a la vez fieles creyentes de, en efecto, su Padre. Con el tiempo empezó a pensar que era mejor así, no resultaba para nada despreciable la sorpresa en los ojos de todo pecador cuando la verdad se le revelaba en el momento del castigo final.

-No miento, ma'am, no tengo necesidad de hacerlo, aunque muchos crean lo contrario - dijo moviendo la mano en un ademán de aburrimiento, hastiado de ser siempre referente de la más pura maldad, cuando en realidad era todo lo contrario. Él era un castigador, tal vez susurrara palabras de aliento en el oído de algunos solo porque el pecado era exquisitamente divertido, pero no empujaba a nadie. No era por echarse flores, pero fue él quien le dio la idea al libertino de William de poner en uno de sus relatos "el infierno está vacío, todos los demonios están aquí".

Volvió en sí de su bagaje por los campos del narcisismo para prestarle atención. - Oh, no, no, no ma'am... Me ha entendido mal. No me aburre la fiesta, me aburre que la temática siempre sea la misma - cogió de la parada más cercana una típica y tópica máscara de porcelana con plumaje para ponérsela fugazmente en el rostro, dejando lucir tras retirarla una expresión facial de puro hastío llevado a la exageración. Volvió a dejarla donde estaba. - Al contrario cherrie, es absolutamente fascinante asistir a esos bailes. Una vaga excusa para que los humanos se junten, critiquen y practiquen el nada noble deporte, pero muy de moda, de la hipocresía.

En el corto lapso de tiempo en el que madame Nirole se vio arrancada de la realidad para observar con hambre a los dos polluelos corriendo, Lucifer encontró un buen par de razones para interrumpir momentáneamente su charla. Y es que aquella madura francesa con escote pronunciado que se cruzó en su camino ofreciéndole pan era demasiado suculenta para perderle la pista. Estaba susurrándole obscenidades en el oído -todas con mucha cortesía, por supuesto- cuando vio de reojo a madame Nirole mirándole a una nada corta distancia. - Oops... - sonrió, dejando un beso y una promesa en la mejilla de la panadera para volver raudo hacia su compañera oscura.

-Discúlpeme, ¿qué decía? Dijo que sabe dónde ir para mi atuendo, entonces no perdamos más tiempo. Adelante, la sigo, será un placer seguir disfrutando de su bella compañía, ma'am... Nirole. - Sonrió mirándola a los ojos con la travesura plasmada en ellos, demostrando que aunque no estuvo a su lado, su oído fino captó rápidamente su nombre cuando fue pronunciado.

-¿Suele fallarle la orientación? No quisiera verme perdido en medio de cualquier mugriento callejón. - Preguntó arqueando una ceja mientras tiraba con ambas manos de las solapas de su abrigo en un gesto de altivez narcisista. Mirándola de reojo sonrió enseguida que sus ojos se cruzaron, sin dejar en claro cuándo bromeaba o si siempre hablaba en serio. Rodó los ojos con aburrido hastío ante la reiteración de su desconfianza ante su identidad - no considere, simplemente créalo, no tengo por qué mentirle... - una sonrisa volvió a resplandecer en su rostro mientras saludaba moviendo los dedos a una muchacha de sonrisa fácil.

-Cómo no elegir París, querrá decir - siguió caminando con la cabeza alta, regodeándose en el placer de su lógica certera. - He recorrido mundo antes de asentarme en esta ciudad, por lo que puedo asegurarle sin fe de errata que esta es por excelencia la ciudad del pecado. París parece haber sido construida sobre los pilares de los más altos pecados. La gula, por sus exquisitos ágaves que empujan al hombre a comer incluso cuando no siente hambre. La ira, solo hay que ver a los comandantes. La envidia alimentada por las damas de la corte que no soportan que otra tenga mejor marido, mejor vestido o incluso un mejor aliento. - La miró de reojo haciendo una pausa en su discurso preguntándose si ma'am Nirole también sería presa de aquel pecado. - Bueno, resumiendo, como le digo esta es la ciudad del pecado más libre de remordimiento que he conocido hasta ahora.

La boutique no le causó la más mínima reacción, era tan normal como cualquier otra, pero agradeció que eligiera un sitio con etiqueta y no cualquier puesto del mercado ambulante. Uno no podía ir por ahí perdiendo la elegancia por no fijarse en los detalles. Entró tras ella echando un rápido vistazo alrededor y una encantadora sonrisa, rallando lo obsceno, iluminó su rostro cuando apareció el dependiente, un joven de piel dorada y ojos claros al que devoró con una barrida de ojos. - Hola... - pronunció cada letra remarcándola bien mientras se acercaba a tomar su mano. - Es una suerte que tengan el género tan bien expuesto, porque por un instante me desorienté al verle aparecer... - Miró a Nirole con una sonrisa traviesa, casi infantil, y las cejas arqueadas en muda invitación. - ¿No le apetece compartir? - La pregunta solo podían entenderla ellos dos como seres oscuros, aunque probablemente ella confundiría el significado sexual que le dio Lucifer por uno alimenticio.

Una sonrisa traviesa, sucia, partió el rostro de Lucifer cuando vio a Nirole acercándose tan dispuesta. Se quitó el sombrero de copa mientras ella inspeccionaba al joven, lo dejó junto a los guantes sobre el mostrador tras el muchacho seguido por el abrigo que empezaba a molestar. No tenía prisa alguna, quiso disfrutar de la escena presentada ante él: los finos dedos de la pálida dama recorriendo la piel tostada del joven, que no dejaba de temblar cual hoja a finales de otoño por ser la última que quedaba en el árbol. La sonrisa cómplice que compartieron le excitó, enrojeciendo su mirada oscura. - Uuh... la había prejuzgado mal, ma'am... - comentó con entretenida malicia sin perder detalle de lo que hacía.

Convencido de que estaba ante una excitante promesa de orgía a tres bandas, su rostro mostró severa decepción cuando el cuerpo del deseo fue convertido en parte del menú de la dama. - Oh, no, no... ¿de veras, ma'am? Tenía mejores planes para este joven, unos menos sangrientos y con más desnudez por parte de los tres... Qué malogrado momento de lujuria... - En el momento que chasqueó la lengua dejando clara su decepción, escuchó los pasos aproximándose por su retaguardia. Giró sobre sus talones y observó a las figuras que asomaban.

Eran dos mujeres y otro hombre. Un matrimonio, al parecer, por la rápida mirada de amor que se lanzaron en cuanto vieron la escena ante ellos, y una joven que tanto podía ser hija de ambos o una simple costurera encontrándose en el lugar y momento indicado. En cuestión de segundos Lucifer los analizó, sonriendo nuevamente pues la fiesta solo acababa de empezar. El matrimonio no llamó tanto su atención sexual como por el grado alimenticio que podrían ofrecer, por lo que tras mirarles fijamente a los ojos los sometió bajo su poder obligándolos a sentarse y observar sin poder escapar. La joven fue quien captó toda su atención y se dirigió raudo hacia ella con una sonrisa ladina.

-Ma'am, a esta no se la coma todavía... - Sometió a la doncella al mismo influjo que al matrimonio y esta enseguida sonrió y se acercó de buen agrado, pasando las manos por el torso de Lucifer, que no tardó en descordar el cierre de lazo que sujetaba su camisa bajo el corsé. La besó, sujetándola por la nuca, y tendió la otra mano hacia Nirole con la mirada clavada en ella. - Únase a nosotros ma'am... ya tendremos tiempo para el banquete más tarde... - Con dedos ágiles desnudó a la costurera, cuyas ropas cayeron a sus pies, y la giró pegando su delgada espalda a su torso. Pasó un brazo por debajo de sus pechos y la otra mano rozó el bello entre sus piernas con una sonrisa traviesa. Susurró unas palabras al oído de la joven, esta sonrió y miró coqueta a Nirole. "Por favor, ma'am, únase a nosotros..." Lucifer amplió la sonrisa, paseando las manos por el cuerpo de la humana. - Ya lo ha oído, ma'am, está rogando que la toque... ¿Por qué no se olvida por un momento de todo y disfruta? Le prometo más tarde el baño de sangre que tanto ansía...

Lucifer no podía creer que aquella dama hubiera cometido el mismo "error" una segunda vez. Observó con incredulidad y frustración cómo mordía a la joven que la situación le había oferido tan vehemente. Sus ojos se enrogecieron al tiempo que sus mandíbulas se apretaban, buscando contenerse para no lanzar a madame Nirole lejos de su vista. ¿Es que a caso aquella dama solo pensaba en la ingesta sin fin? - ¿Se puede saber qué está haciendo? - Siseó serio, entrecerrando los ojos sin dejar de mirar cómo su "caramelo" perdía la vida y, con ello, la diversión del momento. - No la invité a devorar a mi presa, incluso le prometí una orgía de sangre más adelante.

Chasqueó la lengua, sorpresivamente molesto aún cuando raramente mostraba sus emociones, y empujó a la humana lanzándola a los brazos de Nirole antes de darse vuelta e ir a por los padres, que seguían inmóviles y asustados en sus sillas. Alargó la mano hacia ellos y, con la decepción plasmada en su rostro, se concentró en los ojos primero del hombre, haciéndole receptor de uno de los dolores más intensos y agudos que jamás hubiera podido conocer en esa vida. Observó cómo se retorcía, liberado del influjo de inmovilidad, y se retorcía en el suelo gritando cual cerdo en el momento de la matanza. Se detuvo, dándole unos minutos de alivio en lo que repetía la acción con la mujer.

Los torturó durante largos y tormentosos minutos, alternando uno y otro, hasta que finalmente descargó su rabia en ellos y los mató rompiéndoles el cuello. Los gritos de ambos cerdos habían llamado la atención de los pocos transeúntes que aún quedaban en las calles, incluso de los vecinos que vivían por encima de la tienda, de modo que no quedaba mucho tiempo para abandonar el lugar. Se acercó a la lámpara de aceite que iluminaba el lugar y empezó a desprender el líquido sobre telas, muebles y cadáveres hasta vaciarlo. Lenguas de fuego se alzaban allá donde derramó el aceite, extendiéndose rápidamente por el material altamente inflamable de la boutique.

-Será mejor que salga cuanto antes si no quiere arder con ellos. - Le aconsejó a madame Nirole, inexpresivo, muy contenido, y dándose la vuelta salió de la tienda colocándose el sombrero como si nada hubiera ocurrido allí. Nuevamente, una sonrisa adornó su rostro.

No había temperatura alguna -ni el más intenso de los fuegos, ni el más remoto glaciar- que su cuerpo pudiera percibir. Era inalterable en ese aspecto como en tantos otros y, sin embargo, ahí estaba: un ardor candente, más cercano al sofoco, estaba recorriéndole de pies a cabeza como el volcán que está a punto de entrar en erupción. Y, por primera vez, esa metáfora no iba cargada de connotaciones sexuales. Conocía ese ardor; lo había experimentado anteriormente, pero había pasado tanto tiempo -siglos, más de un milenio atrás- que ya no recordaba los motivos, mas sí la sensación. Era cólera. Pura y -casi- mística ira. Como la de su “Padre” antes del diluvio.

Hacia quién iba dirigida esa cólera no quedaba muy claro. ¿Hacia sí mismo, molesto por haber reaccionado tan airadamente dentro de la boutique, arrasando con todo de forma -pensándolo ahora fríamente- completamente irracional? No, para entonces ya estaba molesto; se consideraba un ser paciente, pero allí dentro ya había empezado a perder la calma… ¿Ma’am Nirole, tal vez, que frustró doblemente sus expectativas de inofensiva diversión convirtiendo la escena en algo grotesco y aburrido al priorizar, como lo llamaban otros demonios, el “alimentarse”? ¡Valiente íncubo! Fue tan claro con sus intenciones que hasta un infante habría entendido que no era momento de comerse la compañía que tanto placer les habría otorgado. Decepcionante, tan decepcionante…

¿O era acaso por aquella horda de entrometidos filigreses, blandiendo palos y antorchas, pisándoles los pies? Débiles humanos, frágiles como el cristal… Les admiraba tanto como les aborrecía. Mostraban un gran valor aún sabiendo lo vulnerable que era su existencia, pero eran a la vez tan ciegos e hipócritas… ¿Tendría aquella escena alguna conexión con su pasado más lejado y por ese motivo despertó su cólera de nuevo? El vaivén de las sombras proyectadas por el fuego de las antorchas se le hacía tan parecido a la cueva de Platón, pero era incapaz de discernir qué le estaba gritando su subconsciente. Y entonces llegó el aroma a madera quemada, a sudor humano mezclado con el humo. Aquel olor unido a su recién reencontrado sentimiento de ira le trajo rápidamente un nombre a la mente. Meretites. ¿Quién era ella y por qué de repente sentía una presión tan fuerte en el pecho?

Un golpe certero, pero blandido con distracción, lanzó a dos valientes hombres contra el muro frontal de una boutique de perfumes. El temor de la gente duró lo mismo que el tiempo que tardaron algunas piedras en desprenderse tras el impacto. La jauría estaba hambrienta y a cada rugido se le unía otro igual o más alto. No era momento para andar vagando por su laberíntica y oscura mente, necesitaba indagar más para encontrar respuestas.

Dio un giro sobre sus pies para encarar a la vampira y le traspasó con la mirada, totalmente carente de emoción. - Todo empezó con Eva y desde entonces no habéis podido parar, ¿verdad? - Murmuró frustrado, con el ceño levemente fruncido. El significado de aquellas palabras solo lo entendería quien comprendiera la locura de Astennu. - Ma’am, habríamos podido disfrutar de una interminable noche de placeres y fantasías, pero su… sed insaciable - siseó con desprecio -, tan de principiante, ha sido igual que darle somnífero a un amante: mala idea.

Miró a la jauría de reojo, que permanecía estática y confusa sin entender por qué estaban todos detenidos en aquel punto y nadie se atrevía a moverse lo más mínimo. Podía oler el miedo en ellos, no se moverían hasta que ellos no lo hicieran.

-Ahora conocen mi rostro - masculló aún molesto, mirando alrededor. - Lo dejo en sus manos. Después de todo, estaba deseando esto… - miró a la vampiro con una sonrisa sarcástica, señalando con un ademán de mano a la horda a tras ellos -, ¿no es así? Todos suyos. A mí, francamente querida, me importa un bledo*. - Dio la vuelta y, en el lapso que dura un parpadeo, Lucifer había desaparecido del lugar no dejando más que el leve movimiento de tierra allá donde estuvo parado. Camino a su hogar pensó en esa última frase, causándole la distracción necesaria para calmar su mal temperamento, pensando si debería susurrársela a algún artista para que la pusiera en algún libro… Sería desternillante, tendría que anotársela para no olvidarla.

*”Frankly, my dear, I don’t give a damn” de Gone with the wind por las similitudes entre la película y el tema