El antropófago [privado]

por **Leif Paine** Lun Abr 11, 2016 8:24 am

Maldita luna, tan ansiada en el pasado por sus cambios en el mar y ahora tan odiada por traer un infierno del que jamás oyó hablar. No había suficiente alcohol en la tierra para hacerle feliz, años como capitán y ahora no era más que un simple aprendiz, vagando solo y desolado con los fantasmas de su lejano pasado. Ni la cortesana más hermosa podía hacerle sonreír, atado por el dolor y la miseria que consumían su eterno existir.

Maldita luna. Maldita hechicera traicionera.
Y maldito él, por no haber matado a esa perra.

Estaba hecho pedazos. No sabía qué parte dolía más en su cuerpo, si la cabeza por la resaca o los huesos por las contracturas. Ser lobo aportaba todo tipo de ventajas, eso era cierto, pero tantas otras desgracias que a la llegada de cada luna llena temía siquiera salir de la cueva. Jamás despertaba en un mismo lugar, aquello le enloquecía, le hacía sentirse... débil. Durante toda su existencia solo necesitaba observar el cielo para saber dónde estaba el puerto más cercano, sin embargo ahora no era capaz de saber qué era el norte y qué, el sur.

Le había costado tiempo e infortunios acostumbrarse a ser guiado por su olfato, a veces eran tantos los olores que le llegaban a la vez que quedaba más desorientado aún. Cabe decir que el alcohol que destilaba por cada poro no ayudaba mucho en esclarecer ese mapa olfativo, pero sí mejoraba su estabilidad mental.

Encolerizado por aquel nuevo despertar sintió deseos de descargar la frustración con toda criatura que se cruzara a su paso, pero quiso Dios que fuera un brujo quien decidió ponerse en su camino. El olor le llegó como una bofetada, despertándole a la realidad, y sin más tiempo que perder se lanzó a la caza de tan descuidado individuo.

Fue tan sencillo que a veces resultaba aburrido. Asustar, acorralar y asaltar. En el lapso de un pestañeo estaba sobre aquel malnacido desgarrando la carne de su cuello. Los gritos se alzaron por encima de los árboles hasta que expiró su último aliento de vida. Leif se sentó al lado del cuerpo para empezar a devorar miembro a miembro, apartando a un lado ropa y objetos de valor que más tarde pudiera vender en la ciudad.

por **Dacian Bassarides** Mar Abr 19, 2016 6:02 am

Había días en los que no se merecía ser llamado líder, creía haber dejado claro que no deseaba por nada del mundo que le nombraran de aquella forma, pero igual, aquel grupo de desorientados seres preparados para la barbarie, le necesitaba, necesitaba alguien que les encauzara y les enseñase el modo de enfocar aquel instinto tan primitivo en cosas menos autodestructivas. Era difícil tratándose de seres sobrenaturales pues en el alma de cada uno estaba aquel deseo tan irrefrenable, que les hacía similares a aquellos animales que vivían alejados de cualquier vida humana; el deseo de matar, sobrevivir para alimentarse o quizás por mero territorialismo.

Dacian, había estado un par de días en paradero desconocido, pero nadie le buscaba; todos sabían que él no quería ser encontrado y que necesitaba ese momento a solas para no perder la conexión que aún tenía con ese pasado que no lograba recordar. Se podía decir que los bosques eran su refugio, que conocía todos y cada uno de los senderos por dónde podría correr sin temor a ser visto, así como de igual forma le parecía tan fascinante aquel lugar, ya que según se mirase, éste podría entorpecer el rastro cambiando la noción del tiempo así como del camino que creías conocido. Esa era la magia del bosque, esa era la gracia de la luna, aquella era la trampa a la que todos estaban destinados y sólo los fuertes sabían salir de aquel laberinto de savia y hojas.

Pero un olor le alertó de tal forma, que no pudo resistirse a seguir el rastro a una velocidad que creía extinta en sí mismo, un olor a muerte y ansias que reconocía como propia. Se le hacía tan familiar, que despertó en él un recuerdo olfativo, dentro de esa memoria que creía desaparecida. Buscó y rastreó hasta llegar al centro del "problema" encontrándose con un hombre que parecía expedir cierta peligrosidad y esas ansias que podían olerse a leguas. Dacian, sin retroceder paso alguno afianzó sus pies en la tierra como si hiciese de él un muro que fuera imposible de derribar, todo y a su vez, demostrando el horror que le parecía aquella tan grotesca escena.

- ¡¿Qué has hecho?! -Dijo sorprendido y enfadado a su vez.

La respuesta era obvia, pero más era el desconcierto de Dacian al ver cuán familiar se le hacía la escena así como sentía sangre correr por su garganta, cual ácido, fruto de un recuerdo que jamás debió de suceder. Sentía fascinación a la vez que desagrado, por ello avanzó hasta apartarlo del cadáver aún caliente de aquel que había sido víctima de una temible casualidad. Quizás debió estar en otro lugar, con su esposa e hijos o quizás fuese un borracho, pero el destino le puso en la cuerda floja, para ser devorado por lo que parecía ser un hermano, y Dacian, él, estaba allí para hacer algo al respecto. Ese era su punto débil; se preocupaba demasiado por la vida de alguien que se la regalaba al mismísimo demonio.

por **Leif Paine** Lun Abr 25, 2016 6:32 am

El olor de un igual y la rotura del follaje bajo el peso de un hombre le alertaron enseguida, alzando la cabeza sin soltar el cadáver de su última presa. El largo cabello cubría parte de su rostro, apenas asomando un par de ojos agresivos entre las mugrientas hebras. Llevaba días, tal vez incluso semanas, sin bañarse; sumado a la pasada luna llena le convertían enseguida en la viva imagen de un salvaje. Pudiera ser que su recientemente encontrada hija Elora estuviera devolviéndole poco a poco su humanidad -aunque lo más acertado sería decir despertándola, pues Leif el loco jamás mostró mucho de esta-, pero con la última transición en lobo aún tan reciente, era un caldero con odio hirviendo.

Empezó como un gruñido leve pero continuo que, ante la atrevida acción del otro hombre osando apartarle de su aún fresca presa, se convirtió en dentelladas al aire y gruñidos salvajes. Nada más Dacian puso un dedo sobre él, Leif atacó fuera de sí cogiéndole del cuello para empujarlo hasta empotrar su cuerpo contra un árbol. Tenía sangre y restos de brujo pegados alrededor de la boca, descendiendo por su cuello, así como manchando sus manos. Y ahora estaba también en el cuello de Dacian. - No vuelvas a hacer eso... - masculló conteniendo la ira en cada palabra soltada. No era estúpido, no podía medir la fuerza del otro, pero era evidente que sufría la misma maldición que él mismo.

Le soltó sin dejar de mirarle a los ojos mientras se acercaba de vuelta al cadáver, agachándose para agarrar el corazón del torso abierto, totalmente roto, y llevarse el órgano a la boca para morderlo con absoluta devoción. Una sonrisa vacía de humanidad afloró en sus labios mientras masticaba, la sangre saliendo a borbotones en cada presión que ejercían sus mandíbulas. - ¿Era amigo tuyo? - Murmuró con burla, señalando con asco el cadáver cada vez menos reconocible. - Si pides las cosas bien podemos compartirlo. - Era difícil saber si estaba riéndose o tosiendo, el sonido que subía por su esófago era seco y medio ronco.

por **Dacian Bassarides** Miér Mayo 04, 2016 11:40 am

Podría decir que le había pillado de improvisto pero no fué así como sucedió. La fuerza y la destreza, en algunos casos se medía en edad, pero ésta quedaba en un segundo plano si los sentidos se veían opacados por la rabia y el guturalismo propio de un animal en su estado mnás rabioso; y aun así intuía que aquel hombre no estaba ni la mitad de rabioso que podía, dejando así asomar un cierto atisbo de humanidad que se le hacía conocida. Dacian se limpió el cuello como buenamente pudo, y de haber podido hubiese dejado de respirar ya que el ambiente estaba cargado de muerte. De igual forma, aunque sus intenciones fuesen buenas, no era alguien a quien la sangre le causase repulsión; la repulsión venía de aquel que hacía atrocidades como aquella.

- ¿Crees que me voy a ir así como así? Te creía enfermo, no loco. - contestó tan abruptamente como su lengua le permitía, aventándose hacia al frente, para tomar lo que quedaba de aquel pobre diablo y lanzarlo hasta el acantilado que había a unos pocos metro de dónde estaban situados. Era mejor que aquel pobre diablo se lo comieran los peces antes de que aquel animal probase unbocado más de su sangre enferma. - Te crees fuerte, ¿verdad? Inquirió en un tono gutural que salía retumbando de su pecho, como si en aquel instante su parte animal quisiese aflorar para afrontar el problema. - Te delatas, eres débil, solitario. Todos saben que un lobo solitario no sobreviviría en éstas tierras más de dos semanas, y mucho menos tu, tan feroz e indómito, tan vulnerable ante cualquier cazador que te huela, ¡maldita sea! - Le arrancó el corazón de las manos con verdadero atrevimiento, pues muy pocos osarían enfurecer más a alguien que estaba tan ciego de rabia que dejaba su animal interior expuesto; y lo destrozó entre sus dedos como si fuera mantequilla.

- ¿Crees que eres el único que siente la rabia correr por sus venas? ¿Ah? ¿Cuál es tu escusa? Sea cual sea yo puedo hacer que la rabia deje de quemar tu piel. Yo mismo he sido un caníbal. - Sentenció, manteniéndose firme ante aquel hombre, observando cada uno de sus movimientos tan conocidos que hasta sentía aborrecimiento por si mismo, pero por una vez en tantísimo tiempo, recordó que él no fué ayudado y que avanzó de la forma más lenta, larga y agonizante de todas y que hubiese deseado que alguien se ofreciera a ayudarle del mismo modo que Dacian se exponía a la bestia sin nombre.

- ¿Cuál es tu nombre?- Dijo con voz alzada, imperturbable, sin miedo a cualquier ataque pues por una de las cosas que se caracterizaban los licántropos era por su aguante físico.

por **Leif Paine** Mar Mayo 10, 2016 7:32 am

La mirada de Leif se oscurecía conforme Dacian soltaba más y más palabras; la cólera que palpitaba en su interior quemaba en sus pupilas, mas no dejó de sonreír con el sadismo propio de quien no tiene nada que perder. Gruñó, una advertencia muda por la desfachatez de lanzar su comida al agua, y tentado estuvo de ir y lanzarlo a él, pero esperó. ¿Quién era ese tipo y qué hacía allí dándole lecciones de humanidad? Ladeó una sonrisa de burla recogiendo con el pulgar la sangre que corría libre por su rostro para luego chupárselo sin dejar de mirarle. - Poco me conoces entonces si no sabes que 'Loco' es mi nombre. - Le miró de arriba a abajo, sin juzgar pero haciéndose una idea del tipo de hombre que tenía delante.

-¿Dos semanas, dices? - una nueva carcajada ronca afloró de lo más profundo de su cuerpo, inclinando incluso la cabeza un poco hacia atrás dejando más expuesto su rostro de greñas mugrientas. - Me haces gracia truhán de segunda. Dejé de contar mis días en estas tierras cuando pasaron dos años. Aún sigo aquí, ¿qué explicación darás ahora? - entrecerró los ojos cuando le quitó el corazón, minutos antes habría vuelto a atacarle, pero ahora sentía curiosidad por ese zagal que se creía capaz de poder juzgar o sermonear al loco de Paine. Si no se lo permitía a su hija, sangre de su sangre y bastarda indeseada, no pensaba permitírselo a nadie.

Caminó en círculos, lentamente, alrededor de Dacian sin dejar de lamerse la sangre de su rostro ni apartar la mirada de él. - ¿Excusa? ¿De veras crees que un hombre necesita una excusa para mostrar su verdadero ser? Amigo, qué poco sabes de la vida... - susurró cuando pasaba por su espalda y seguía caminando. - Convertirme en lobo solo ha dado más libertad al ser que ya era antes. No soy como tú, un pobre hombre que llora por sus pecados - soltó una nueva carcajada y se detuvo ante él. - Mi nombre es Paine el Loco. ¿Cuál es tu excusa para andar lloriqueando?

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