Sueños que solían ser dulces ✧ Mieri

por **Svein Yngling** Vie Abr 15, 2016 3:58 pm

Por ridículo que suene, se suele decir que la soledad se siente y duele más cuando uno se está acompañado; y es cierto. Él se daba cuenta de lo solitario que era y se sentía, por ello es que había decidido dejar París por unos meses, puesto que al buscar el aislamiento voluntario no hay tristeza como cuando uno se encuentra en una ciudad con miles de habitantes y ninguno que le diera la compañía que él necesitaba, aquella nada más de alguien que coexistiera amistosamente en el mismo espacio y tiempo que él, sin que fuese insufrible. Sin embargo, al volver, lo único que había cambiado al respecto nada más eran sus ánimos, pues en realidad su situación era la misma. Aunque, se podrá pensar que sí tenía amistades, pero con esas personas no podía comportarse de aquellas únicas maneras que conocía: ya sea protegiéndoles o sirviéndoles fielmente.

Aquella parte de sí había quedado siglos atrás en su preciada Noruega y habían muerto junto con su entonces rey y su esposa. París quizá iba a ser el lugar en el que aprendería una nueva forma de comportarse, pero por el momento, seguía buscando desempeñar aquellos roles que de humano formaron su carácter. ¿Y con quiénes podía ser así hoy en día? Había tenido numerosas personas, sirvientes y esclavos de sangre a su cuidado en el pasado, Dipti la más reciente, pero no todo duraba para siempre. Desde que su última esclava de sangre decidió partir, había estado buscando a quién más dedicarse, hasta que una noche se encontró con una delicadeza que no supo describir. Se trataba de una muchachita que salía algunas noches a caminar y deambular por París, lo que le provocaba todo un dilema en un comienzo. No salía todas las noches, sino solo algunas, pero cuando lo hacía no tenía ruta ni destino y la forma en la que caminaba no coincidía con el patrón normal de un humano común y corriente. Pensaba que quizá se parecía a él, que tampoco caminaba ni se movía como los demás, sin embargo, con el tiempo descubrió que en realidad era sonámbula y que lo que observaba en ella se debía a aquello.

Pasando el tiempo comenzó a seguirla, siempre desde la oscuridad y a distancia, no vaya a ser que ella se diera cuenta y, sin siquiera notar cuándo ni cómo, comenzó a tenerle cariño y a protegerla. Limpiaba las calles de los ladrones que había cerca de ella mientras caminaba sonámbula, ahuyentaba perros para que no le mordiesen y cuando caía dormida en algún rincón, buscaba algún cartón o manta para taparla. Otras veces no la seguía por la ciudad, sino que la rastreaba mentalmente desde la comodidad de su residencia y acudía solo cuando fuese necesario. Siguiéndola fue que descubrió dónde vivía y cómo le llamaban: Mieri. Descubrió también que de protectora tenía también a una vampiresa pero, ¿qué importaba, si cuando caminaba sola por París, era él quien le cuidaba?

Fue una de esas noches en las que prefirió quedarse en su residencia y la rastreaba cada cierto rato cuando un vampiro neófito cruzó camino con ella. Se proponía rastrearla cuando escuchó aquel grito que le puso en alerta y fue en cosa de segundos que acudió a la escena. El infame la había tomado por los hombros y acorralado contra una pared, y se proponía enterrarle los colmillos en el cuello cuando él interfirió. Le tomó por los cabellos y lo lanzó lejos, evitando la mordida fatal. Se acercó al más joven con la misma velocidad con la que había llegado al lugar y puso un pie fuertemente sobre él, impidiéndole cualquier movimiento.- Esta niña no se toca, jovencito. Quien lo hace, se las ve conmigo. Ahora vete y pasa la voz, antes de que me arrepienta de dejarte con vida. -Dijo en voz baja y seria, sin percatarse de si la muchacha escuchaba o no, luego dejó ir al neófito y lo vio desaparecer aterrorizado. Volteó entonces a ver a su protegida de sueño interrumpido.- ¿Estás bien? ¿Te ha hecho daño? -Preguntó algo tosco, sin el cuidado ni delicadeza que quizá otros hayan tenido momentos como ese.

por **Mieri G. Milanova** Jue Mayo 12, 2016 10:20 am

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A veces soñaba con cosas que no creía posibles, con cosas que bien procederían de un futuro en el que ella jamás llegaría a vivir, otras veces soñaba con historias que no eran la suya propia, como si el haber nacido sin nombre ni madre le hubiese otorgado un sexto sentido especial para vivir todo aquello que inundaba sus sueños más inesperados así tomo terroríficos. Muchas de esas veces soñaba de una forma un tanto difusa, no por que no viese bien lo que sucedía sino que parecía estar viviendo una vida en su propia piel, como si estuviese destinada a revivir ese momento, como si estuviese a punto de conocer que ese sueño se volvería realidad, pero todo el sueño no era hermoso sino que también sus trabas la aterrorizaban de sobremanera salvo por el hecho de que ella ahí sí que podía tornarse guerrera una de las que aparecen en los cuentos infantiles como si fuese capaz de hacer cambiar al mundo. A veces se despertaba del sueño en un lugar ajeno a la casona, pero siempre había una mano amiga que la protegía aún cuando ella no se hubiese percatado jamás de su presencia. Esa persona velaba por ella como un ángel guardián, como si su mamá en realidad estuviese siempre velando por el bienestar de su hija, pese a encontrarse en otro mundo. Era lo único que le aliviaba del terror que sentía al despertarse en un lugar desconocido, temerosa de cuántos peligros podría estar acechándola, aunque siempre, por muy raro que parezca, volvía a casa con a penas un rasguño por dormir en el suelo.

Pero ésta vez fué distinto. La fría brisa nocturna no fué lo que la hizo despertar instantes antes del amanecer, sino que en mitad del sueño fué despertada por la brusquedad de un monstruo. Soñaba ser princesa, soñaba ser una guerrera de reluciente cabellera que ondeaba al ritmo que su espada batallaba, pero justo en mitad, allí cuando sintió el filo de su espada atravesar su pecho, fué ahí cuando abrió los ojos a punto de ser duramente asesinada. Un grito, uno que logró salir de su garganta poco acostumbrada a aquel sonido, se extendió cual eco en aquella noche que auguraba una intensa lluvia, la cual aún no había llegado. Mieri, tras lo ocurrido, se llevó las manos al cuello y sin ser capaz de articular palabra alguna, se recolocó el hombro de su camisón que había dejado aquel rapiñador al descubierto. La chica temblaba, comenzando a llorar al no entender nada de lo que sucedía. Ella era una chica alegre, pero aquello que la hacía caminar dormida la perturbaba de tal modo que no podía evitar que las lágrimas corriesen por sus mejillas, más bien por miedo que por haber sufrido daño alguno.

Mieri respondió con un gesto de cabeza a lo que aquel jóven le preguntaba, ya que parecía haberla salvado de aquel posible asesino, aunque tampoco sabía de las intenciones de aquel muchacho, aunque su voz y su olor se le hacían familiares, sintiéndose protegida tal y como esa sensación de seguridad que le daba cada despertar. - Gracias... - Dijo, pese a que lo que acababa de ver, no sabía si había visto algo extraño o símplemente se trataba de su mente jugándole una mala pasada.

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por **Svein Yngling** Vie Mayo 20, 2016 2:05 am

Se quedó quieto como estatua unos momentos, mirando a la muchacha, indeciso de qué hacer. La niña que tanto adoraba estaba temblando, cubriéndose y para peor, llorando. Le dio pena, una pena enorme que su pequeña alma tan inocente haya tenido que experimentar el susto de verle los colmillos a un vampiro, justo en aquel momento fatídico antes de la muerte. No podía soportarlo, le daba rabia y se le rompía el corazón; no debió haberse quedado en casa a rastrearla. Si la hubiese estado acompañando, seguro aquello no hubiera pasado. Aquel neófito hubiese sido sacado del sector mucho antes de que posara sus ojos siquiera en ella. Aunque, igualmente él le había ahorrado aquella aún más trágica experiencia; la mantuvo viva de todas formas. Pero, ¿a qué costo? De ahora en adelante ya no iba a poder ser anónimo para ella, así que ahora, ¿qué hacer? La niña ya le había visto, ¿debía decirle o no que él la protegía siempre? No estaba seguro. «Mejor», pensó, «mejor nada más llevarla a su casa, donde esté sana y salva». En su mente, sonaba la idea más sensata, una buena idea. Se armó de valor entonces para acercarse, cuidando que sus pasos fuesen lentos y medidos, no vaya a ser que la asustase.- Por favor, contéstame en detalle, ¿estás bien? ¿Te ha hecho daño? -Insistió nuevamente en saber, pues el movimiento de cabeza que recibió no había sido suficiente.- No agradezcas, no hay de qué, no te preocupes; estás en buenas manos ahora. -Agregó luego, intentando ser dulce y queriendo morirse de pena al verle las lágrimas correr por sus mejillas.

Estando ahora más cerca, llevó su mano derecha a ocupar el cotado su dedo índice para limpiarle las lágrimas, secándolas en su propia chaqueta.- ¿Tienes frío? Déjame abrigarte. -Preguntó, dando un paso atrás apenas y para tener el espacio de sacarse la chaqueta de cuero y acercarse a colocarla sobre los hombros de la jovencita, acomodándola bien para que no se le fuese a caer.- Dime, ¿cuál es tu nombre? -Inquirió entonces. Sabía perfectamente su nombre, lo había repetido numerosas veces e incluso sabía su apellido, pero no pretendía decir aquello por temor a que no fuera bien recibido -como casi todo lo que él siempre hacía-. Él precisamente no apreciaría que alguien lo anduviese siguiendo por las calles y averiguando cosas sobre su vida, por lo que simplemente estaba intentando mantener conversación con la muchacha, de modo que así pudiese distraerla del susto que había tenido.- Mi nombre es Svein Yngling, por cierto. Es un gusto conocerte, muchachita, has tenido suerte de que te escuché gritar. Estaba cerca, de otro modo, no hubiera podido ayudarte. -Continuó hablando, mirando ligeramente hacia la derecha en el momento en que dijo que andaba cerca de ella, pues era una mera mentira y cuando mentía, siempre hacía aquello inconscientemente.

Dio entonces un paso atrás, ¿estaba siendo muy hostigante? ¿demasiado amistoso? ¿quizá algo sospechoso? No estaba seguro, lo único que quería era protegerla y sacarla de allí, llevarla a algún lugar donde se sintiese más cómoda. Donde él se sintiese igualmente más cómodo.- Vamos, déjame acompañarte. ¿Quieres que te lleve a casa? ¿O prefieres quizá que te lleve con la policía? Tú dime y yo te acompaño. No te dejaré sola hasta que ya te sientas a salvo bajo techo, ¿de acuerdo? -Comenzaba a hablar con mayor rapidez, con las palabras mezclándosele a momentos. Estaba nervioso, ansioso y. por sobre todo, arrepentido de dejarla sola aquella noche.

por **Mieri G. Milanova** Vie Ene 06, 2017 8:29 am

"Estaré eternamente en deuda contigo"

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La familiaridad era abrumante. Cualquier persona que hubiese pasado por la misma situación que ella bien hubiese empezado a correr hacía tiempo y mucho menos se quedaría a conversar con alguien que era tan desconocido como su atacante. Pero ahí estaba el caso, la familiaridad de las palabras, que desde que salieron por primera vez de la boca del ajeno dirigidas hacia ella, la hicieron olvidarse de todo lo que le rodeaba, por muy dramático que sonase. Deseaba darle las gracias de corazón por salvarla de aquello, pero jamás se había envuelto en algo parecido por lo que a penas podía hacer uso de su propia voz, sin embargo, la ajena le devolvía la normalidad y el aura de tranquilidad que parecía haber perdido cuando abrió los ojos.

- Svein... - Susurró para comprobar su propia voz, haciendo recuerdo de todo cuanto éste le había dicho, sientiéndole un tanto abrumada, pero no necesariamente le molestaba aquel coso, sino le agradaba saber que con su tan sóla voz era capaz de disipar a todos los demonios, incluído aquel pseudo-hombre que le habría hecho cualquier cosa de no ser por su aparición. - Mi nombre es Mieri. - Dijo, finalmente alzando la mirada, encontrándose con la de su salvador y soltando todo el aire que había en sus pulmones, con lentitud, como si respirase aliviada. - Estoy bien, ahora estoy bien. - Rectificó, aferrándose a la chaqueta ajena que le caía por los hombros. No le importó nada más y aunque no solía hacerlo con extraños, la familiaridad de la que hablaba afloró, como si él fuese un hermano que nunca tuvo y que siempre estuvo a su lado, era una sensación ridículamente extraña por lo que lo único que supo hacer fué abrazarle.

Se veía pequeña al lado de él y en lugar de sollozar por el miedo, agradeció con el mero abrazo todo lo que no se atrevía a decir por culpa de su lengua trabada y por lo desbocado que su corazón palpitaba. - No, estoy bien, en serio.- Dijo una vez se alejó un par de pasos de él, pensando que quizás no había sido buena forma de agradecerle la ayuda. - Me matarán si saben que fuí a la policía, me echarán de casa y no tendré dónde ir. Gracias por salvarme, no sé que habría pasado de... - Mieri paró en seco de hablar y hegó con la cabeza para no seguir con tal pensamiento pesimista. En lugar de ello, alzó de nuevo el mentón hasta encontrar la mirada de aquel muchacho y sonrió tan sutilmente que tan sólo los que le conocían sabrían que era algo verdaderamente sincero. - No quiero ir a casa, no ahora, algunos de los clientes siguen en pié y no sé qué dirían si me viesen entrar de ésta guisa. - Dijo, mirándose los pies desnudos, dándose cuenta de que iba en camisón, como recién salida de la cama. - Lamento que te hayas tenido que meter en éste lío por mi culpa, pero no debes preocuparte. ¿Ese hombre te hizo algo? Todo fué... Demasiado rápido y sólo alcancé a ver que sus dientes eran... - De nuevo un silencio que le hizo enmudecer, esperando alguna respuesta por parte de aquel, que aquella noche le había salvado la vida.

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