AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Maestros de la Seducción [Alaska Starling / +18]
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Maestros de la Seducción [Alaska Starling / +18]
La noche había caído de manera particular en las calles parisinas, salí del museo procurando que la sección de esculturas quedara intacta y me dirigí al coche de punto donde Arthur me esperaba, cual fantasma intacto. Le di un pequeño saludo nocturno, puesto que no lo había visto desde la mañana y me subí al carruaje buscando llegar a donde mi amada Alaska. No tardamos demasiado en arrivar a mi residencia compartida con las dos mujeres que tenían mi corazón sellado para ellas. Sabía que Sephora no se encontraba en casa, pero no me había dado razones. No quería ponerme celoso, después de todo tenía a mi mujer a mi lado y tenía que intentar serle fiel, pero estaba bastante irritado, no conocer el paradero de Sephora no me agradaba, detestaba no saber qué hacía cuando no estaba conmigo. ¿Acaso estaba con alguien? Cerré ambas manos en puños y respiré profundo, si Alaska reconocía mi irritación me sería imposible mentirle, ya fuese por sus dotes mágicos o no, yo era débil con ella en la mentira cuando estaba fuera de mis cabales.
Podría tomarse mi resentimiento por el paradero de mi pelirroja como algo de hermanos, como un sentimiento de manada, pero mi amada no era una tonta y si reconocía mis celos, podría considerarme muerto.
Le solicité a Arthur que guardase el coche y se fuese a dormir, seguro había estado todo el día sin moverse de su sitio y eso no le ayudaría a sus huesos ya débiles por la vejez.
Contrario a mi naturaleza animal, yo no era un sádico déspota fascinante de la esclavitud. Me quité el sombrero y dejé mi maletín en mi despacho antes de partir hacia la habitación, mi hogar estaba envuelto en el aroma de mi mujer y se me hizo agua la boca de solo pensarla dormitando. Esta noche iba a ser eclipsada por nuestro placer mutuo, la haría volar y nos decantaríamos por el más puro deseo del otro, por el amor que nos profesábamos.
Subí de dos en dos las escaleras, de pronto necesitado de borrar cualquier rastro de celotipia en mi comportamiento debido a Sephora. Tenía que hacer feliz a mi pareja, tenía que amar con da fibra de mi alma y cuerpo a mi preciosa hechicera.
Su olor se volvió más intenso cuando llegué a la segunda planta y supe en ese momento que mi necesidad por ella estaba incrementando con cada paso que daba, procuré mantener la casi carente compostura cuando toqué la puerta de nuestra habitación.
—Amor mío, ¿estás despierta? —Pregunté dulcemente, tratando de encandilarla. Aunque sabía pues que en aquel juego que deseaba comenzar, no sería el único partícipe letal.
Podría tomarse mi resentimiento por el paradero de mi pelirroja como algo de hermanos, como un sentimiento de manada, pero mi amada no era una tonta y si reconocía mis celos, podría considerarme muerto.
Le solicité a Arthur que guardase el coche y se fuese a dormir, seguro había estado todo el día sin moverse de su sitio y eso no le ayudaría a sus huesos ya débiles por la vejez.
Contrario a mi naturaleza animal, yo no era un sádico déspota fascinante de la esclavitud. Me quité el sombrero y dejé mi maletín en mi despacho antes de partir hacia la habitación, mi hogar estaba envuelto en el aroma de mi mujer y se me hizo agua la boca de solo pensarla dormitando. Esta noche iba a ser eclipsada por nuestro placer mutuo, la haría volar y nos decantaríamos por el más puro deseo del otro, por el amor que nos profesábamos.
Subí de dos en dos las escaleras, de pronto necesitado de borrar cualquier rastro de celotipia en mi comportamiento debido a Sephora. Tenía que hacer feliz a mi pareja, tenía que amar con da fibra de mi alma y cuerpo a mi preciosa hechicera.
Su olor se volvió más intenso cuando llegué a la segunda planta y supe en ese momento que mi necesidad por ella estaba incrementando con cada paso que daba, procuré mantener la casi carente compostura cuando toqué la puerta de nuestra habitación.
—Amor mío, ¿estás despierta? —Pregunté dulcemente, tratando de encandilarla. Aunque sabía pues que en aquel juego que deseaba comenzar, no sería el único partícipe letal.
Última edición por Michelangelo Alessandri el Vie Abr 29, 2016 6:46 pm, editado 2 veces
Michelangelo Alessandri- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 31/03/2016
Edad : 26
Localización : París, Francia
Re: Maestros de la Seducción [Alaska Starling / +18]
Después de una larga caminata por las calles parisinas decidí que era hora de volver a casa, puesto que la noche iba cayendo con una rapidez increíble —y aunque aún no era de noche completamente, ya que los faroles iban apenas encendiendo sus luces, iluminando las hermosas calles de París— Sephora había salido ya hace unas cuantas horas de casa, le había preguntado a donde iba pero no obtuve respuesta alguna, insistí en numeradas veces y aún así no se mantenía callada. Decidí que lo mejor era dejar de insistir, yo no soy su madre como para pedir explicaciones de a dónde va o de dónde viene, intente leer su aura pero está al ver mis intensiones salió huyendo con mayor rapidez.
Al entrar a la casa, un olor familiar rápidamente llegó, un olor tan característico que eran difícil olvidar. El aura que siempre se podía percibir en casa era de tranquilidad, algo muy agradable en mi perspectiva. Revise rápidamente con la mirada todo el hogar; estaba perfectamente ordenado, nada fuera de su lugar, ni incomodo a la vista. Todo bien, faltaba poco para que Michelangelo volviera y lo que menos deseaba era que encontrara un lugar desorganizado.
Subí con delicadeza las escaleras, entré en la habitación a la espera de la llegada de mi amado.
Pude escuchar que alguien entraba en casa, no me alarmé. "Ha de ser Mich" pensé. Retome la lectura del libro que había tomado en manos hace poco, Hechiceras, seres del demonio; lo leía simplemente por entretenerme y matar el tiempo, los humanos sin poderes podían llegar a ser muy paranoicos, aunque actualmente ya no eran un gran problema, pero aún existían algunos que eran un verdadero dolor de cabeza. El sonido de pasos que había escuchado hace unos segundos cada vez se volvía más cercano, estaba segura de que Michelangelo entraría en cualquier momento por esa puerta.
Lo veo, y como siempre, me inundó un sentimiento de seguridad. Su voz preguntándome si estaba despierta suena con dulzura, pero con aires de necesidad y algo más que no logró identificar a primera mano.
—Sí cariño. —Respondí sin interrumpir la lectura.
Pero algo no estaba bien, y mi instinto lo captó enseguida. Levanté la vista, e inmediatamente pude ver su aura; predominaba el color blanco que desde siempre se ha entendido como amor, pero podía ver en ciertas partes un tono verde vivo que podía tomarlo de varias formas; celos, egocentrismo o testarudez.
Aunque se encontraban otros colores me concentré en el verde, ¿por qué? Mich se había quedado con la vista clavada en mi, así que decidí insistir después sobre el tema; aunque intentara mentirme, no lo conseguiría.
Al entrar a la casa, un olor familiar rápidamente llegó, un olor tan característico que eran difícil olvidar. El aura que siempre se podía percibir en casa era de tranquilidad, algo muy agradable en mi perspectiva. Revise rápidamente con la mirada todo el hogar; estaba perfectamente ordenado, nada fuera de su lugar, ni incomodo a la vista. Todo bien, faltaba poco para que Michelangelo volviera y lo que menos deseaba era que encontrara un lugar desorganizado.
Subí con delicadeza las escaleras, entré en la habitación a la espera de la llegada de mi amado.
Pude escuchar que alguien entraba en casa, no me alarmé. "Ha de ser Mich" pensé. Retome la lectura del libro que había tomado en manos hace poco, Hechiceras, seres del demonio; lo leía simplemente por entretenerme y matar el tiempo, los humanos sin poderes podían llegar a ser muy paranoicos, aunque actualmente ya no eran un gran problema, pero aún existían algunos que eran un verdadero dolor de cabeza. El sonido de pasos que había escuchado hace unos segundos cada vez se volvía más cercano, estaba segura de que Michelangelo entraría en cualquier momento por esa puerta.
Lo veo, y como siempre, me inundó un sentimiento de seguridad. Su voz preguntándome si estaba despierta suena con dulzura, pero con aires de necesidad y algo más que no logró identificar a primera mano.
—Sí cariño. —Respondí sin interrumpir la lectura.
Pero algo no estaba bien, y mi instinto lo captó enseguida. Levanté la vista, e inmediatamente pude ver su aura; predominaba el color blanco que desde siempre se ha entendido como amor, pero podía ver en ciertas partes un tono verde vivo que podía tomarlo de varias formas; celos, egocentrismo o testarudez.
Aunque se encontraban otros colores me concentré en el verde, ¿por qué? Mich se había quedado con la vista clavada en mi, así que decidí insistir después sobre el tema; aunque intentara mentirme, no lo conseguiría.
Alaska Starling- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 09/04/2016
Edad : 34
Localización : París, Francia
Re: Maestros de la Seducción [Alaska Starling / +18]
No dudé de entrar en la habitación ante su respuesta, mis ojos la recorrieron de arriba abajo, fascinando con el hecho de aquella preciosa mujer me pertenecía, que era mía y de nadie más. Alejé cualquier pensamiento sobre Sephora y me concentré en la obra de arte que tenía frente a mí. Sus cabellos lucían suaves y su piel tan deliciosa contra la luz, que no evité dar pasos acelerados para tenerla entre mis brazos, como había ansiado todo el día. Toqué su rostro y miré sus labios apetecibles, maravillosos y adictivos.
—¿Cómo ha estado la más bella de las mujeres? —Pregunté con tono de cariño, no uno fingido, no el que usaba para tentar a otras mujeres, ese tono solo le pertenecía a Alaska. Derrochaba amor del más puro, puesto que contrario a todo el comportamiento poco novedoso e infiel que me cargaba, ella era dueña de mí.
Mis pulgares acariciaron sus pómulos regocijándose de la delicadez de su tez y procedí a robarle un beso desprevenido que intenté prolongar lo suficiente para empezar mi tan anhelado juego perverso. Deslicé mi pulgar por la comisura de sus labios y su barbilla lindando con su cuello, mis ojos atentos a sus reacciones. Nada me excitaba más que verle caer lentamente en el deseo que nos profesábamos. Susurré a su oído lentas palabras en mi idioma madre y exhalé suavemente mientras mi pulgar se deslizaba por su hombro y mi mano izquierda se posaba en su cintura delgada.
—Ti amo, amore mio. Sei la cosa più preziosa che conservo nella mia vita. —Entoné mientras mi boca se acercaba peligrosamente a su cuello. —Tu, mia amata incantatrice.
Mis dedos se deslizaron con experticia por su vestuario, jugueteando con nuestras ansias. Mis ojos se posaron sobre sus rosados labios y tuve que besarle una vez más, introduciendo mi lengua y estrechando su cuerpo contra el mío. Retrocedí un poco para apartarle el cabello de su rostro y cuello y llevé mi boca justo debajo de su oreja, besé, lamí y mordí, deseando arrancar sus ropas para hacerla mía en nuestra cama.
Enterré mis dedos en su sedoso cabello, mientras mordía el lóbulo de su oreja.
—¿Me concedes el deseo de encontrar nuestros demonios en el más puro derroche de pasión, amore mio? —Le pregunté con mi tono burlón y sensual, provocándole una vez más.
—¿Cómo ha estado la más bella de las mujeres? —Pregunté con tono de cariño, no uno fingido, no el que usaba para tentar a otras mujeres, ese tono solo le pertenecía a Alaska. Derrochaba amor del más puro, puesto que contrario a todo el comportamiento poco novedoso e infiel que me cargaba, ella era dueña de mí.
Mis pulgares acariciaron sus pómulos regocijándose de la delicadez de su tez y procedí a robarle un beso desprevenido que intenté prolongar lo suficiente para empezar mi tan anhelado juego perverso. Deslicé mi pulgar por la comisura de sus labios y su barbilla lindando con su cuello, mis ojos atentos a sus reacciones. Nada me excitaba más que verle caer lentamente en el deseo que nos profesábamos. Susurré a su oído lentas palabras en mi idioma madre y exhalé suavemente mientras mi pulgar se deslizaba por su hombro y mi mano izquierda se posaba en su cintura delgada.
—Ti amo, amore mio. Sei la cosa più preziosa che conservo nella mia vita. —Entoné mientras mi boca se acercaba peligrosamente a su cuello. —Tu, mia amata incantatrice.
Mis dedos se deslizaron con experticia por su vestuario, jugueteando con nuestras ansias. Mis ojos se posaron sobre sus rosados labios y tuve que besarle una vez más, introduciendo mi lengua y estrechando su cuerpo contra el mío. Retrocedí un poco para apartarle el cabello de su rostro y cuello y llevé mi boca justo debajo de su oreja, besé, lamí y mordí, deseando arrancar sus ropas para hacerla mía en nuestra cama.
Enterré mis dedos en su sedoso cabello, mientras mordía el lóbulo de su oreja.
—¿Me concedes el deseo de encontrar nuestros demonios en el más puro derroche de pasión, amore mio? —Le pregunté con mi tono burlón y sensual, provocándole una vez más.
Michelangelo Alessandri- Licántropo Clase Alta
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