De bailes y seducción.. (libre)

Entre chillidos de elegantes pavorreales en las afueras del circo, el brilloso sol que se alejaba. Mi carrera era rápida, feliz... crucé una serie de biombos después de cruzar la puerta que separaba el circo normal de aquel privado. Era una segunda carpa, igual de grande que la principal... pero esta se encontraba fuertemente custodiada por dos de los hombres más grandes de toda la caravana.

Ellos me dejaron entrar sin duda. Me conocían, y aunque no era parte de su “tribu”, me trataban como hermana pues uno de los sabios de los gitanos había sido mi compañera en la primera caravana a la que me uní.

Tras pasar aquellas mamparas, mis ojos se iluminaron fascinados por la brillante combinación de colores y el resplandor de las piedras que emulaban ser preciosas. Todo parecía suspendido en el tiempo, cada movimiento era letárgico, cada palabra un misterio. ¿Esto era el circo carnavale que se celebraba cada año? Envuelto en una densa nube de opio. Abrumador en su rareza. Calmante en su aletargamiento.

Detrás de las mamparas se abría un mundo de sosegadores colores, fragmentos de pieles morenas y trajes caros. Roncos susurro de ociosas gitanas. Grandes cogines ocupados por grandes personas... Plumas de avestruz... Los cuerpos de las gitanas jovenes y nada pueriles parecían enredados en una mezcla de brocado en oro y satín.

Era el circo del carnavale. La celebración anual donde las jóvenes doncellas probaban su suerte con clientes selectos. Donde ofrecían un poco de su servicio sin llegar a la prostitución. Donde los pobres hombres idiotas eran robados hasta la ropa interior sino se andaban con cuidado.

Una mano se poso sobre mi hombro y sonreí con entusiasmo...

-Gracias, Kara. Me hubiera matado sino hubieras llegado... -susurró Kain, el encargado de aquella plaza.

-De nada primor... -contesté con una sonrisa coqueta mientras que dejaba caer mi caperuza.

Dejando ver el traje que usaba para la ocasión. Una falda circular que se sostenía en mi cadera por lazos de cadena fina. De donde colgaban muchos arilugios. Y un sostenedor bordado con la más exquisita indumentaría que había adquirido por el paso de los años...

De pronto... las miradas de los letárgicos caballeros se posaron en mí. Y la mía se poso sobre ellos... Un moviendo suavemente las caderas a al vista de todos los invitados a aquella privada fiesta y la música comenzó...

Los presentes eran las gitanas que usaban apenas las largas faldas decoradas de oro y plata con sus respectivos celadores. Y los otros, los clientes, en su mayoría hombres de prestigió y dinero que buscaban la tentadora atracción de la mística que exhalaban las gitanas. Las pieles morenas y los ojos verdes misteriosos. Los brillos en las caderas de las mujeres y los aromas de incienso. El delatar el cobarde futuro o los embrujos que podían lanzar.

Místico. Esa era la palabra clave. Y yo, en medio de la carpa. Dejándome llevar por el fuerte sonido de las derbukas, que como tambores de guerra, avivaban mi libertad. Mis manos fluían como aire y mi cuerpo general era poseído por el de una serpiente que se contorsionaba en lentos y provocadores movimientos. Mi abdomen plagado por cadenas de las que colgaban monedas relucientes. Mi negro cabello como tinta era una cortina de suave tela que giraba conmigo cuando mi cuerpo hacía. Mis manos, pequeñas aves que volaban sobre mi cabeza. Las sonrojadas mejillas de los caballeros eran muestra que les gustaba lo que veían y a mí me gustaba lo que hacía...