El mejor método para olvidar [Libre]

Una nueva noche, conlleva a una nueva aventura y es que cuando eres inmortal desaparecen muchos temores. Ya los hombres no son una amenaza que te puedan dañar, claro que tienes algunos más peligrosos, pero el temor no es el mismo. No eres una frágil e inocente criatura a merced de todo.

Debo admitir que los bares o tabernas jamás han sido mis lugares predilectos, pero ¿cuánta diversión puede encontrarse en estos sitios? Muchas veces el mundo aristocrático se volvía soso y aburrido ¿será que las personas de  clases más bajas pueden brindarme algo de distracción?

Pues bien, inmortal o no, si quiero seguir rodeándome de la cream de la cream tengo que seguir conservando las apariencias. Así que tengo la difícil elección de qué ropa debo utilizar, es decir, no dejaré de ser elegante solo por ir a una parte menos refinada de París, pero tampoco debo llamar de manera descarada la atención o tal vez consiga que se fijen en mi criaturas peligrosas.

Luego de mucho meditarlo, decidí que los trajes recargados no serían lo más conveniente por lo que he escogido un sencillo traje "estilo imperio". Era de color crema, con la cintura muy alta y anudada bajo los pechos. Con fino bordados de oro en las mangas cortas tipo farol y en el escote. Era perfecto para el clima primaveral, ya que estaba hecho con muselina importada de la India, lo que hacía que el tejido fuera  fino, transparente y vaporoso. Aunque el clima no me afecte, como he dicho, debo guardar las apariencias y hacerme pasar por mortal. Me calcé unos zapatos de tacón, del mismo color que el vestido. Recogí mi rubia cabellera en un moño alto y dejé que algunos rizos traviesos escaparan hacia mi cuello. Me coloqué unos guantes cortos que hacían juego, tomé algunos accesorios de oro para mi cuello y unos pendientes. No sé si era el mejor atuendo para andar por aquellas zonas de la ciudad, pero la verdad es que me veía muy bien.

Detuve un carruaje pequeño y  le indiqué al cochero que me llevara a un lugar donde pudiera encontrar el entretenimiento predilecto de las clases medias y bajas. El hombre me miró de arriba abajo con sorpresa y trató de convencerme de que no debía ir a esos lugares de perdición, pues no era bien visto en una señorita como yo, además, que en esos lugares de perdición podía sucederme algo. Reí ligeramente, le di una buena cantidad de francos y le indiqué que no debía preocuparse. Él suspiró, me hizo el comentario de que mi ropa tampoco era adecuada, luego se resignó y me llevó al lugar “más seguro” que se encontraba por los lugares que me había indicado. Algo llamado “Taberna de Piers”, decía que por lo menos en ese sitio estaban prohibidas las peleas.

El cochero bajó, me abrió la puerta, le di la mano y bajé. El hombre volvió a preguntar si estaba segura y vi su cara de preocupación cuando entré en aquel lugar. Que agradable saber que aún hay gente que se preocupa por gente como yo.

Sentí que todas las miradas se dirigieron a mí, levanté el mentón y caminé como si estuviera entrando a una fiesta de alta sociedad. Todo me resultaba divinamente gracioso y primitivo. Tuve varios “halagos” por llamarlo de alguna manera e invitaciones para sentarme en unas cuentas mesas.

Referencia de Vestuario:

Caminé hacia la barra, cuando un humano quiso aprovechar y colocar su mano sobre mi retaguardia, como era de esperarse, capté el movimiento a tiempo, tomé su mano, sonreí y sin dejar que mi expresión angelical cambiara, en un gesto discreto,  le torcí uno de los dedos. Aquel hombre gritó una sarta de improperios, se levanto hecho una furia y quiso “ponerme en mi lugar”. Yo miré cual dama inocente, aunque por dentro me retorcía de risa. Los otros muchachos que lo acompañaban no comprendían qué había sucedido y trataron, en cierta medida, de tranquilizar a su amigo.

No es cosa rara que en antros como éste, cualquier incidente desate una balacera, aunque, sí era cierto lo que me habia dicho el cochero, aquí estaban prohibidas las peleas. El mortal que estaba en la barra dirigió una advertencia al grandulón problemático, éste se sentó y al pasar a su lado escuché una clara amenaza que decía que me esperaría a la salida. No pude más que sonreír ante la idea, tendría a una posible víctima esperándome en la puerta, sería como comida para llevar.

Al acercarme a la barra, nuevamente, me conseguí con otra advertencia. El típico “senorita, éste lugar no es el indicado para una fina dama como usted” ¿Cuántas veces tendría que escuchar lo mismo? No hice caso al comentario y pedí una copa de vino. El barman rió y me hizo saber que en aquel sitio no servían esa bebida, saqué unos cuantos francos y los dejé caer frente al hombre, éste miró atónito la cantidad y enseguida apareció mi vino. Que predecible, el dinero puede hacer que muchas cosas aparezcan de la nada. Es como una suerte de magia en el mundo humano. Me repugna.

Me senté en la barra, alejada del apestoso olor a perro que llegaba del otro extremo, di una mirada al lugar y me topé con unos hermosos ojos claros que me observan. La portadora era una bella mujer de piel blanca, labios carnosos y cabello corto que le daban un aspecto peculiar. Era como si toda ella fuera una advertencia. Le guiné y sonreí con un deje de coquetería.