AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
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Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
- ¿Otra vez por aquí, doctor? -Advertí con total claridad el tono de sorpresa del tabernero, que se dedicó a observarme durante varios minutos con el ceño fruncido por la preocupación. Sonreí levemente, sin ánimos. Me sorprendía que alguien que veía a tanta gente pasar por la taberna a lo largo del día tuviera un momento para preocuparse por el estado de alguien como yo, que apenas si aparecía por allí un par de veces por semana. Asentí con la cabeza, casi sin fuerzas, para luego sentarme en el sitio que solía ocupar cada vez que entraba en ese lugar.
- Eso parece... -Me limité a responder escuetamente. No tenía apenas ánimos para hablar. Y tampoco me apetecía hacerlo, rodeado de tantas personas como habían en aquellos momentos a mi alrededor. A nadie le interesaban mis problemas, y menos con todo lo que estaba sucediendo en la ciudad en aquellos momentos. - Lo mismo de siempre... por favor. -Había perdido a otro paciente. El tercero en lo que iba de mes, a causa de unas extrañas fiebres que casi habían mermado las reservas de camillas que habían en el hospital. El olor del whisky me invadió las fosas nasales en cuanto tuve el pedido frente a mi. Nunca había estado de acuerdo con el tópico de beber para olvidar las penas, pero si algo tenía claro desde hacía unos meses, era que funcionaba.
Di el primer sorbo con una mezcla de decepción y frustración. Sentirme fracasado no era algo que me resultara de buen gusto, precisamente, y aunque sabía perfectamente que la culpa de las muertes de esa semana no había sido mía, no podía evitar pensar que como médico, debería haber podido hacer algo más por ellos. Aliviar su sufrimiento. Reparar el daño que la enfermedad había provocado en sus cuerpos. Jugar un poco más a ser Dios... Porque eso es lo que hacíamos los médicos, después de todo, ¿no? Tratar de sanar a los enfermos, de alargar su vida. La misión que él no cumplía, y de la que teníamos que hacernos cargo nosotros.
Cuando ya iba por la segunda copa de whisky, me desplacé desde mi asiento en la barra hasta una de las mesas más apartadas del local. El bullicio a mi alrededor no ayudaba precisamente a que me despejara la cabeza de las muchas preocupaciones que la ocupaban en aquel momento. La última mujer que había perdido aquella noche, había dejado una especie de vacío, de nudo en mi garganta. Dejaba a un viudo y a dos hijos pequeños, que lloraron durante horas la muerte de su madre. Eso era lo más terrible de mi trabajo, tener que dar las malas noticias a los más pequeños, y no ser capaz de consolarles. No estaba preparado para ello. Ningún médico lo estaba, en realidad.
- Eso parece... -Me limité a responder escuetamente. No tenía apenas ánimos para hablar. Y tampoco me apetecía hacerlo, rodeado de tantas personas como habían en aquellos momentos a mi alrededor. A nadie le interesaban mis problemas, y menos con todo lo que estaba sucediendo en la ciudad en aquellos momentos. - Lo mismo de siempre... por favor. -Había perdido a otro paciente. El tercero en lo que iba de mes, a causa de unas extrañas fiebres que casi habían mermado las reservas de camillas que habían en el hospital. El olor del whisky me invadió las fosas nasales en cuanto tuve el pedido frente a mi. Nunca había estado de acuerdo con el tópico de beber para olvidar las penas, pero si algo tenía claro desde hacía unos meses, era que funcionaba.
Di el primer sorbo con una mezcla de decepción y frustración. Sentirme fracasado no era algo que me resultara de buen gusto, precisamente, y aunque sabía perfectamente que la culpa de las muertes de esa semana no había sido mía, no podía evitar pensar que como médico, debería haber podido hacer algo más por ellos. Aliviar su sufrimiento. Reparar el daño que la enfermedad había provocado en sus cuerpos. Jugar un poco más a ser Dios... Porque eso es lo que hacíamos los médicos, después de todo, ¿no? Tratar de sanar a los enfermos, de alargar su vida. La misión que él no cumplía, y de la que teníamos que hacernos cargo nosotros.
Cuando ya iba por la segunda copa de whisky, me desplacé desde mi asiento en la barra hasta una de las mesas más apartadas del local. El bullicio a mi alrededor no ayudaba precisamente a que me despejara la cabeza de las muchas preocupaciones que la ocupaban en aquel momento. La última mujer que había perdido aquella noche, había dejado una especie de vacío, de nudo en mi garganta. Dejaba a un viudo y a dos hijos pequeños, que lloraron durante horas la muerte de su madre. Eso era lo más terrible de mi trabajo, tener que dar las malas noticias a los más pequeños, y no ser capaz de consolarles. No estaba preparado para ello. Ningún médico lo estaba, en realidad.
Última edición por Connor P. O'Laughlin el Vie Jul 24, 2015 11:44 pm, editado 1 vez
Connor P. O'Laughlin- Humano Clase Media
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
—Estoy en casa, pa —saludó en voz relativamente alta cuando abrió la puerta de la carreta, aunque el silencio fue la única respuesta que obtuvo.
La carreta de su tío era una de las más grandes del campamento, pero con un par de vistazos se podía ver todo el interior. En pocos pasos revisó que su tío no estaba allí y suspiró. Parecía que había vuelto a salir y probablemente no llegaría hasta el día siguiente. Se acercó a su cama arrastrando los pies, esperando poder tumbarse antes de seguir haciendo cualquier otra tarea. Dejó caer el cuerpo de espaldas sobre el colchón y algo rodó hasta tocar su rostro. Era un pequeño paquete con una nota que Kala quitó de manera perezosa. Por el día de la semana ya sabía para quién era y qué debía hacer con él. Lo cogió con una mano y lo puso delante de sus ojos, donde lo rodó con ambas manos. Un ligero aroma a lo que fuera que contuviera le llegó hasta las fosas nasales. Respiró hondo antes de levantarse para volver a salir.
Se echó su capa por los hombros y guardó el paquete en uno de los bolsillos interiores mientras cruzaba el campamento en dirección a la taberna. Caminaba a paso ligero para llegar cuanto antes y así poder volver a casa. No tardó mucho en llegar a las calles colindantes y, tras cruzar algunas más, llegó a su destino. Se quedó mirando la puerta unos pocos segundos antes de entrar. Nunca le había gustado aquel lugar, y nada más cruzar el umbral recordó por qué. Lo primero que percibió fue el ambiente cargado y templado, seguido del ruido de voces y gritos interrumpidos de vez en cuando por una risotada. Se acercó a la barra sin fijarse demasiado en los allí presentes. Entregaría el paquete y se marcharía tan rápido como había llegado, se decía así misma.
—Busco a Diego —dijo al camarero, que asintió con la cabeza y entró por una puerta mientras secaba unos vasos con un trapo.
Se sentó en uno de los taburetes altos y echó un vistazo a su alrededor mientras esperaba. Podía ver tanto a mujeres como hombres, desde jóvenes dando sus primeros tragos como a adultos disfrutando u olvidando. Gente solitaria o en grupos, humanos mezclados con seres de auras coloridas como si por una vez todos fueran iguales. Mientras su mirada viajaba por las mesas, Kala se fijó en una ocupada por un joven cuya cara le resultó familiar, pero no recordaba de qué. Se quedó mirándole hasta que Diego salió seguido del camarero y se acercó a donde ella estaba. Entregó el paquete sin mediar palabra con él, aquel intercambio se había convertido en algo habitual que no necesitaba explicación. Cuando fue a levantarse del taburete un hombre que desprendía un olor nauseabundo le cerró el paso mirándola de una manera que no le gustó a la gitana.
—Diego, sírveme algo —pidió antes de que el hombre volviera dentro. —Disculpe. —le dijo al borracho, esquivándole con el vaso en la mano.
Sin saber muy bien lo que hacía e intentando librarse de aquel hombre se encaminó derecha a la mesa del joven que había llamado su atención. Podía notar el olor acre del hombre que la seguía de cerca y el pulso de Kala se aceleró. Ahora entendía por qué odiaba aquel lugar.
—¿Le importa? —preguntó señalando una silla cuando llegó a la mesa. Su voz sonó impaciente y en sus ojos se podía ver que su pregunta era más un ruego que una petición casual. El borracho se había detenido a pocos pasos, pero estaba segura de que si salía de la taberna él iría detrás de ella.
La carreta de su tío era una de las más grandes del campamento, pero con un par de vistazos se podía ver todo el interior. En pocos pasos revisó que su tío no estaba allí y suspiró. Parecía que había vuelto a salir y probablemente no llegaría hasta el día siguiente. Se acercó a su cama arrastrando los pies, esperando poder tumbarse antes de seguir haciendo cualquier otra tarea. Dejó caer el cuerpo de espaldas sobre el colchón y algo rodó hasta tocar su rostro. Era un pequeño paquete con una nota que Kala quitó de manera perezosa. Por el día de la semana ya sabía para quién era y qué debía hacer con él. Lo cogió con una mano y lo puso delante de sus ojos, donde lo rodó con ambas manos. Un ligero aroma a lo que fuera que contuviera le llegó hasta las fosas nasales. Respiró hondo antes de levantarse para volver a salir.
Se echó su capa por los hombros y guardó el paquete en uno de los bolsillos interiores mientras cruzaba el campamento en dirección a la taberna. Caminaba a paso ligero para llegar cuanto antes y así poder volver a casa. No tardó mucho en llegar a las calles colindantes y, tras cruzar algunas más, llegó a su destino. Se quedó mirando la puerta unos pocos segundos antes de entrar. Nunca le había gustado aquel lugar, y nada más cruzar el umbral recordó por qué. Lo primero que percibió fue el ambiente cargado y templado, seguido del ruido de voces y gritos interrumpidos de vez en cuando por una risotada. Se acercó a la barra sin fijarse demasiado en los allí presentes. Entregaría el paquete y se marcharía tan rápido como había llegado, se decía así misma.
—Busco a Diego —dijo al camarero, que asintió con la cabeza y entró por una puerta mientras secaba unos vasos con un trapo.
Se sentó en uno de los taburetes altos y echó un vistazo a su alrededor mientras esperaba. Podía ver tanto a mujeres como hombres, desde jóvenes dando sus primeros tragos como a adultos disfrutando u olvidando. Gente solitaria o en grupos, humanos mezclados con seres de auras coloridas como si por una vez todos fueran iguales. Mientras su mirada viajaba por las mesas, Kala se fijó en una ocupada por un joven cuya cara le resultó familiar, pero no recordaba de qué. Se quedó mirándole hasta que Diego salió seguido del camarero y se acercó a donde ella estaba. Entregó el paquete sin mediar palabra con él, aquel intercambio se había convertido en algo habitual que no necesitaba explicación. Cuando fue a levantarse del taburete un hombre que desprendía un olor nauseabundo le cerró el paso mirándola de una manera que no le gustó a la gitana.
—Diego, sírveme algo —pidió antes de que el hombre volviera dentro. —Disculpe. —le dijo al borracho, esquivándole con el vaso en la mano.
Sin saber muy bien lo que hacía e intentando librarse de aquel hombre se encaminó derecha a la mesa del joven que había llamado su atención. Podía notar el olor acre del hombre que la seguía de cerca y el pulso de Kala se aceleró. Ahora entendía por qué odiaba aquel lugar.
—¿Le importa? —preguntó señalando una silla cuando llegó a la mesa. Su voz sonó impaciente y en sus ojos se podía ver que su pregunta era más un ruego que una petición casual. El borracho se había detenido a pocos pasos, pero estaba segura de que si salía de la taberna él iría detrás de ella.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
A pesar de que siempre tuve claro que la vida era complicada, y más desde que decidiese convertirme en médico, no podía evitar aquel sabor agridulce, aquella terrible sensación de desamparo y vacío que dejaban los pacientes por los que, por una cosa o por otra, no era capaz de hacer nada. La muerte, que antes de entrar en la facultad de medicina, se me antojaba como una fase más, inevitable, de nuestras vidas, un desenlace pacífico y necesario, una vez comencé a ejercer mi profesión, comenzó a dibujarse entre mis ojos como la representación más grotesca del fracaso, y más cuando le llegaba a personas que aún tenían mucho que vivir. Muchas cosas que experimentar. Todo un camino por recorrer, que se cortaba sin previo aviso. Fracaso por mi parte, como médico, pero sobre todo, fracaso de aquel Dios del que muchos hablaban, y que yo jamás había visto acompañar a ninguno de sus hijos dentro del quirófano, ni realizar ningún milagro por salvarles de tan terrible destino. Aceptaba la muerte como fase, cuando esta llegaba de forma pacífica, previsible, y después de haber experimentado lo que la vida ofrece. Pero la muerte de aquella madre, que dejaría por siempre la pena en el alma de aquellos niños, eso no era una simple fase. Era crueldad gratuita. Era intolerable. Era doloroso.
Pedí la tercera ronda antes de lo previsto, y pude ver de nuevo en la mirada de aquel tabernero cansado un atisbo de preocupación que esta vez me resultó incluso reconfortante. Casi parecía que me comprendiese, aunque realmente no fuera cierto. No, cómo iba a comprenderme. Él servía bebidas a personas que entraban al local desesperadas por olvidar. A personas que eran adictas al elixir que yo mismo estaba bebiendo. A criminales. A ricos. A pobres. Y probablemente de ninguno de nosotros supiera nada más que el nombre. Pero aún así, ver que su ceño se fruncía al notar en mis mejillas aquel rubor que siempre acompañaba a los borrachos en el inicio de su ebriedad, me recordó que a pesar de fallar, seguía teniendo una misión. Que aquella madre había muerto, pero que aún podría salvar a la siguiente. O al siguiente hombre herido que entrase. O al próximo niño huérfano que necesitase mi ayuda. Que ahogar mis penas únicamente debería servirme como forma rápida de recobrar las esperanzas, o al menos olvidar aquellos sentimientos que me sacaban de quicio. Pero no debía dejarme arrastrar por aquella sensación de ingravidez, por la percepción distorsionada -y placentera, todo sea dicho- que el alcohol me regalaba. No debía, ni quería hacerlo. Si Dios no pensaba cuidar de sus hijos, yo sí quería hacerlo. Aunque para ello tuviera que seguir jugando a ser él, sin serlo.
Movido por aquella extraña emoción, impulsada por el camarero y su mirada de preocupación sincera, me disponía a pedir la cuenta cuando una joven de tez morena y mirada penetrante se acercó hasta mi posición, pidiendo sentarse a mi diestra. Enarqué una ceja, vacilante, y sólo cuando vi a su espalda a uno de aquellos hombres en los que odiaría llegar a convertirme, comprendí por qué había acudido, precisamente, hasta mi mesa. Sonreí con familiaridad, como si fuera una de esas viejas amigas que ves con cierta frecuencia, y tras levantarme, la acompañé hacia la silla tomándola con delicadeza del brazo. Cuando ambos dimos la espalda al borracho, le guiñé un ojo, intentando hacerle comprender que sabía lo que ocurría, y volví a mi asiento tras retirarle la silla con un gesto elegante para que se sentara. - La duda ofende... Sabes bien que siempre eres bienvenida a mi mesa. ¡Eh! Tráiganos algo para comer. -Dije en voz alta, llamando la atención del tabernero que nos miró con cierta confusión. No me resultó difícil comprender que él ya la conocía, y que le resultaba extraño que hubiera ido a parar precisamente a mi lado. Aún así, asintió. Después, dediqué una larga mirada al desconocido, quien lejos de mostrarse temeroso por mi presencia, ésta pareció molestarlo profundamente, y sin más preámbulos tomó asiento en la mesa más cercana a la nuestra, sin apartar la vista de la joven.
Pedí la tercera ronda antes de lo previsto, y pude ver de nuevo en la mirada de aquel tabernero cansado un atisbo de preocupación que esta vez me resultó incluso reconfortante. Casi parecía que me comprendiese, aunque realmente no fuera cierto. No, cómo iba a comprenderme. Él servía bebidas a personas que entraban al local desesperadas por olvidar. A personas que eran adictas al elixir que yo mismo estaba bebiendo. A criminales. A ricos. A pobres. Y probablemente de ninguno de nosotros supiera nada más que el nombre. Pero aún así, ver que su ceño se fruncía al notar en mis mejillas aquel rubor que siempre acompañaba a los borrachos en el inicio de su ebriedad, me recordó que a pesar de fallar, seguía teniendo una misión. Que aquella madre había muerto, pero que aún podría salvar a la siguiente. O al siguiente hombre herido que entrase. O al próximo niño huérfano que necesitase mi ayuda. Que ahogar mis penas únicamente debería servirme como forma rápida de recobrar las esperanzas, o al menos olvidar aquellos sentimientos que me sacaban de quicio. Pero no debía dejarme arrastrar por aquella sensación de ingravidez, por la percepción distorsionada -y placentera, todo sea dicho- que el alcohol me regalaba. No debía, ni quería hacerlo. Si Dios no pensaba cuidar de sus hijos, yo sí quería hacerlo. Aunque para ello tuviera que seguir jugando a ser él, sin serlo.
Movido por aquella extraña emoción, impulsada por el camarero y su mirada de preocupación sincera, me disponía a pedir la cuenta cuando una joven de tez morena y mirada penetrante se acercó hasta mi posición, pidiendo sentarse a mi diestra. Enarqué una ceja, vacilante, y sólo cuando vi a su espalda a uno de aquellos hombres en los que odiaría llegar a convertirme, comprendí por qué había acudido, precisamente, hasta mi mesa. Sonreí con familiaridad, como si fuera una de esas viejas amigas que ves con cierta frecuencia, y tras levantarme, la acompañé hacia la silla tomándola con delicadeza del brazo. Cuando ambos dimos la espalda al borracho, le guiñé un ojo, intentando hacerle comprender que sabía lo que ocurría, y volví a mi asiento tras retirarle la silla con un gesto elegante para que se sentara. - La duda ofende... Sabes bien que siempre eres bienvenida a mi mesa. ¡Eh! Tráiganos algo para comer. -Dije en voz alta, llamando la atención del tabernero que nos miró con cierta confusión. No me resultó difícil comprender que él ya la conocía, y que le resultaba extraño que hubiera ido a parar precisamente a mi lado. Aún así, asintió. Después, dediqué una larga mirada al desconocido, quien lejos de mostrarse temeroso por mi presencia, ésta pareció molestarlo profundamente, y sin más preámbulos tomó asiento en la mesa más cercana a la nuestra, sin apartar la vista de la joven.
Connor P. O'Laughlin- Humano Clase Media
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
El segundo durante el que aquel hombre dudó de la repentina aparición de la gitana su corazón dejó de latir. Podía escuchar al borracho tras ella, esa respiración entrecortada y ruidosa de alguien que bien podía padecer alguna infección pulmonar. Kala no dudaba de que, además de las muchas copas de más que había bebido, aquella tos formara parte de alguna patología.
El vaso que llevaba entre las manos comenzó a temblar, haciendo que el líquido que lo llenaba hiciera ondas en la superficie. Tragó saliva mientras escuchaba como el borracho daba otro paso más en su dirección, haciendo que volviera a percibir aquel repugnante olor. Cuando sintió la mano del joven en su brazo y vio aquella sonrisa amigable soltó todo el aire que le quedaba en los pulmones. Consiguió dejar de temblar, no sin cierta dificultad a causa de la tensión, y dejó el vaso sobre la mesa antes de sentarse. No miró al borracho directamente, pero sí pudo ver de reojo que no se marchó a pesar de la mirada que el joven le había dedicado. Para su pesar, se sentó en la mesa libre más cercana a la que ellos ocupaban. La gitana supo en aquel instante que no se daría por vencido tan rápidamente y que probablemente tendría que pasar más tiempo del que pensaba en aquel lugar, esperando.
—Gracias —le dijo nada más sentarse, aunque su mirada bastaba para apreciar la gratitud que sentía.
No sabía por qué había acudido a su mesa, quizá por la familiaridad de su rostro, quizá porque era la única persona en aquel lugar que no estaba lo suficientemente ebria como para que se convirtiera en un problema mayor del que ya tenía. Dio un sorbo a su vaso, el primero, y el líquido le templó la garganta. Notó el picor característico del alcohol y paladeó un par de veces para disiparlo lentamente. Miró en dirección a la barra y vio claramente la confusión del hombre que había detrás. Su contestación fue una sonrisa, tranquilizándolo, haciéndole ver que todo estaba bien. Habría presenciado el acoso del borracho y no hubiera dudado en prestarle ayuda, pero ella había optado por no acudir a él. Era un hombre amable, pero tampoco se fiaba demasiado de él.
—Gracias, de verdad —volvió a agradecerle. —No sé qué habría hecho si… no importa. —Sonrió y agitó una mano restándole importancia. —Gracias.
Dio otro trago del vaso, más largo que el anterior, y su cara se contrajo en una mueca al saborear el alcohol. Comenzó a girar el vaso sobre la mesa mientras lo miraba fijamente. Aún no se atrevía a mirar a su alrededor tal y como lo había hecho al llegar por miedo a que el dichoso hombre, u otro distinto pero igual de borracho, viera en sus ojos el nerviosismo que todavía sentía.
La comida que había pedido su ahora acompañante no tardó mucho en llegar. Los aromas del plato la devolvieron a la realidad y se percató de que se sentía muy hambrienta. El cocinero dejó en el centro de la mesa un plato hondo con un pollo entero asado con una salsa de vino y cebollitas. A su lado dejó cubiertos para ambos y un par de platos. Kala miró la comida como un niño mira un caramelo, deseando probarlo pero con miedo de la regañina posterior. ¿Sería demasiado descarado probar una de las cebollitas que rodeaban al ave? Su estómago rugió, aunque apenas fue audible debido al barullo de la taberna. Dio otro sorbo para mitigarlo, pero no dio resultado.
—Desconocía la existencia de una cocina tan apetecible en este lugar. ¿Suele venir a menudo?
El vaso que llevaba entre las manos comenzó a temblar, haciendo que el líquido que lo llenaba hiciera ondas en la superficie. Tragó saliva mientras escuchaba como el borracho daba otro paso más en su dirección, haciendo que volviera a percibir aquel repugnante olor. Cuando sintió la mano del joven en su brazo y vio aquella sonrisa amigable soltó todo el aire que le quedaba en los pulmones. Consiguió dejar de temblar, no sin cierta dificultad a causa de la tensión, y dejó el vaso sobre la mesa antes de sentarse. No miró al borracho directamente, pero sí pudo ver de reojo que no se marchó a pesar de la mirada que el joven le había dedicado. Para su pesar, se sentó en la mesa libre más cercana a la que ellos ocupaban. La gitana supo en aquel instante que no se daría por vencido tan rápidamente y que probablemente tendría que pasar más tiempo del que pensaba en aquel lugar, esperando.
—Gracias —le dijo nada más sentarse, aunque su mirada bastaba para apreciar la gratitud que sentía.
No sabía por qué había acudido a su mesa, quizá por la familiaridad de su rostro, quizá porque era la única persona en aquel lugar que no estaba lo suficientemente ebria como para que se convirtiera en un problema mayor del que ya tenía. Dio un sorbo a su vaso, el primero, y el líquido le templó la garganta. Notó el picor característico del alcohol y paladeó un par de veces para disiparlo lentamente. Miró en dirección a la barra y vio claramente la confusión del hombre que había detrás. Su contestación fue una sonrisa, tranquilizándolo, haciéndole ver que todo estaba bien. Habría presenciado el acoso del borracho y no hubiera dudado en prestarle ayuda, pero ella había optado por no acudir a él. Era un hombre amable, pero tampoco se fiaba demasiado de él.
—Gracias, de verdad —volvió a agradecerle. —No sé qué habría hecho si… no importa. —Sonrió y agitó una mano restándole importancia. —Gracias.
Dio otro trago del vaso, más largo que el anterior, y su cara se contrajo en una mueca al saborear el alcohol. Comenzó a girar el vaso sobre la mesa mientras lo miraba fijamente. Aún no se atrevía a mirar a su alrededor tal y como lo había hecho al llegar por miedo a que el dichoso hombre, u otro distinto pero igual de borracho, viera en sus ojos el nerviosismo que todavía sentía.
La comida que había pedido su ahora acompañante no tardó mucho en llegar. Los aromas del plato la devolvieron a la realidad y se percató de que se sentía muy hambrienta. El cocinero dejó en el centro de la mesa un plato hondo con un pollo entero asado con una salsa de vino y cebollitas. A su lado dejó cubiertos para ambos y un par de platos. Kala miró la comida como un niño mira un caramelo, deseando probarlo pero con miedo de la regañina posterior. ¿Sería demasiado descarado probar una de las cebollitas que rodeaban al ave? Su estómago rugió, aunque apenas fue audible debido al barullo de la taberna. Dio otro sorbo para mitigarlo, pero no dio resultado.
—Desconocía la existencia de una cocina tan apetecible en este lugar. ¿Suele venir a menudo?
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
Mi sonrisa se ensanchó aún más. Aunque el nerviosismo de la joven por un momento llegó a contagiárseme, y más con la incisiva mirada del borracho sobre nosotros, pude controlarme. Me resultaba simpática su expresión de gratitud. ¿Acaso no habría hecho cualquier otra persona lo mismo por ella? Nunca me he considerado un grandísimo hombre, ni mucho menos. De hecho, la verdad es que hacía menos de lo que me gustaba. Al margen de mi trabajo como médico, entre cuyas funciones, por supuesto, estaba la de salvar vidas, no ayudaba tanto como debiera. Mi dinero iba a parar casi completamente a la asignación de mi hermana, y al pago de su escuela de danza, además del departamento y otra cantidad, irrisoria a mi parecer, que era para el orfanato de la ciudad. Pero el gesto de auxiliar en mi mesa a una joven que estaba siendo acosada por un borracho, eso no era nada. Algo lógico. Algo que cualquiera que quisiera hacerse llamar "persona" haría. O eso quería yo pensar.
- No hay nada que agradecer. Siempre te lo he dicho, eres más que bienvenida a mi mesa. -Hice énfasis en el "siempre" para que el hombre lo escuchara, y así fue. Se removió incómodo en su asiento, y por un momento pensé que se habría dado por vencido. No fue así. A los minutos le trajeron una botella de vino, y otro borracho con el mismo mal aspecto se sentó a su lado. Ahora eran dos pares de ojos los que nos seguían. Estupendo. Me centré en la joven, intentando restarle importancia al asunto. Con suerte, cuando decidieramos que era hora de irnos ya estarían lo bastante ebrios para olvidarse de sus malas intenciones. Después miré la comida con cierta indiferencia. No tenía demasiado apetito, y aunque conocía las dotes culinarias del cocinero de aquel antro, una comida tan pesada no me haría sentir mejor, sino todo lo contrario.
- Más de lo que me gustaría reconocer... -Murmuré para luego comenzar a trocear el pollo con maestría, sirviéndoselo posteriormente a la muchacha en su plato, en un gesto bastante paternal. Mi hermana siempre me pedía que lo hiciera por ella, no podía evitar hacerlo ahora. Y ya que lo pensaba, también me resultaba sencillo encontrar ciertas similitudes entre ella, y la joven que se sentaba a mi lado. Aunque fuese únicamente la mirada tímida que dirigió a la comida. - Come cuanto gustes... Yo he bebido demasiado, así que tengo poco apetito. -Me serví apenas un muslo del ave exquisitamente cocinada, sin dejar de sonreirle. ¿Cuántas noches había tenido delante de mi aquel mismo plato? No recordaba haberlo degustado nunca, en realidad. Comer a solas me resultaba tremendamente aburrido. De hecho, creo que eran los únicos momentos en los que no disfrutaba estar solo. Normalmente cuando cocinaba era el único momento del día, y de la noche sobre todo, en el que podía estar con mi hermana. Luego cenábamos hablando de lo ocurrido durante todo el día. Pagaría por tener instantes así más a menudo. Así que no me sentía orgulloso de faltar a mi cita con los fogones por estar en un sitio como aquel. Aquella noche haría una excepción.
- Creo que hoy huele especialmente bien. Quizá hayan usado un ingrediente adicional. Sin duda en honor a tu belleza. -Dije con galantería, para luego llevarme un trozo de pollo a la boca. Lo saboreé un instante. Estaba realmente delicioso, pero la sensación de náusea que inevitablemente apareció después le restó sabor.
- No hay nada que agradecer. Siempre te lo he dicho, eres más que bienvenida a mi mesa. -Hice énfasis en el "siempre" para que el hombre lo escuchara, y así fue. Se removió incómodo en su asiento, y por un momento pensé que se habría dado por vencido. No fue así. A los minutos le trajeron una botella de vino, y otro borracho con el mismo mal aspecto se sentó a su lado. Ahora eran dos pares de ojos los que nos seguían. Estupendo. Me centré en la joven, intentando restarle importancia al asunto. Con suerte, cuando decidieramos que era hora de irnos ya estarían lo bastante ebrios para olvidarse de sus malas intenciones. Después miré la comida con cierta indiferencia. No tenía demasiado apetito, y aunque conocía las dotes culinarias del cocinero de aquel antro, una comida tan pesada no me haría sentir mejor, sino todo lo contrario.
- Más de lo que me gustaría reconocer... -Murmuré para luego comenzar a trocear el pollo con maestría, sirviéndoselo posteriormente a la muchacha en su plato, en un gesto bastante paternal. Mi hermana siempre me pedía que lo hiciera por ella, no podía evitar hacerlo ahora. Y ya que lo pensaba, también me resultaba sencillo encontrar ciertas similitudes entre ella, y la joven que se sentaba a mi lado. Aunque fuese únicamente la mirada tímida que dirigió a la comida. - Come cuanto gustes... Yo he bebido demasiado, así que tengo poco apetito. -Me serví apenas un muslo del ave exquisitamente cocinada, sin dejar de sonreirle. ¿Cuántas noches había tenido delante de mi aquel mismo plato? No recordaba haberlo degustado nunca, en realidad. Comer a solas me resultaba tremendamente aburrido. De hecho, creo que eran los únicos momentos en los que no disfrutaba estar solo. Normalmente cuando cocinaba era el único momento del día, y de la noche sobre todo, en el que podía estar con mi hermana. Luego cenábamos hablando de lo ocurrido durante todo el día. Pagaría por tener instantes así más a menudo. Así que no me sentía orgulloso de faltar a mi cita con los fogones por estar en un sitio como aquel. Aquella noche haría una excepción.
- Creo que hoy huele especialmente bien. Quizá hayan usado un ingrediente adicional. Sin duda en honor a tu belleza. -Dije con galantería, para luego llevarme un trozo de pollo a la boca. Lo saboreé un instante. Estaba realmente delicioso, pero la sensación de náusea que inevitablemente apareció después le restó sabor.
Connor P. O'Laughlin- Humano Clase Media
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
Era sorprendente como el aroma de aquel pollo podía eclipsar al apestoso hedor que llegaba hasta Kala. Movió los pies bajo la mesa, despegándolos del suelo pegajoso y sucio. El simple tacto de la mesa le hizo pensar en la última vez que alguien limpió aquel lugar, o si alguien lo había limpiado alguna vez.
Su estómago volvió a demandar algo de comida, esta vez con más fuerza que antes. El plato frente a ella estaba vacío, pero no tardó mucho en llenarse de la jugosa carne del ave. El joven le sirvió gran cantidad de comida tal y como había hecho su tío durante años, cuando tan sólo era una niña. Por la forma que tenía de partir el pollo y servirlo después se notaba que era algo que hacía a menudo. Le observó sin apartar del todo la vista de su plato. Su cara seguía resultándole familiar pero no sabía en qué momento y lugar le había visto antes. No le dio mucha importancia a ese hecho, el olor de la comida terminó por captar toda su atención.
Comenzó a comer del plato despacio, pinchando las cebollas que le habían llamado tanto la atención al principio. Estaban deliciosas, tal y como había dicho él. Desconocía si tendrían ese ingrediente extra rara vez usado, pero tampoco era algo que le importara. Probó la carne y su boca se llenó del sabor de la salsa como en una explosión. Aquella sorpresa se dibujó en el rostro de Kala y no tardó en comer otro trozo, y otro.
—Delicioso —comentó.
Dio otro sorbo a la bebida y esta vez le supo algo mejor. Por un momento incluso olvidó que se encontraba en la taberna y que dos pares de ojos no les quitaban ojo a ninguno de los dos. Aumentó el ritmo en el que comía, llegando casi a devorar los huesos del cuerpo del pollo, como si no hubiese comido en meses. Después de haber comido la mitad de lo que le habían servido en un principio se dio cuenta de la imagen que proyectaba al resto y dejó los cubiertos apoyados en el plato.
—Demasiado delicioso, diría. —Sonrió con las mejillas ligeramente sonrosadas.
Aprovechó ese momento para mirar a su alrededor por primera vez desde que se había sentado en la mesa. Había llegado gente nueva al local y cada vez estaba más abarrotado. Desvió la mirada al plato del joven a su lado y después a las pocas ganas que demostró para comérselo.
—Hay veces que comiendo es como mejor se asienta el estómago. Quizá te venga bien —le sugirió señalando el plato con el tenedor.
Siguió comiendo, esta vez más relajada tras haber calmado el ansia inicial de su estómago. Debía reconocer que comer pausadamente le daba un sabor todavía mejor a la comida, si es que eso era posible.
Su estómago volvió a demandar algo de comida, esta vez con más fuerza que antes. El plato frente a ella estaba vacío, pero no tardó mucho en llenarse de la jugosa carne del ave. El joven le sirvió gran cantidad de comida tal y como había hecho su tío durante años, cuando tan sólo era una niña. Por la forma que tenía de partir el pollo y servirlo después se notaba que era algo que hacía a menudo. Le observó sin apartar del todo la vista de su plato. Su cara seguía resultándole familiar pero no sabía en qué momento y lugar le había visto antes. No le dio mucha importancia a ese hecho, el olor de la comida terminó por captar toda su atención.
Comenzó a comer del plato despacio, pinchando las cebollas que le habían llamado tanto la atención al principio. Estaban deliciosas, tal y como había dicho él. Desconocía si tendrían ese ingrediente extra rara vez usado, pero tampoco era algo que le importara. Probó la carne y su boca se llenó del sabor de la salsa como en una explosión. Aquella sorpresa se dibujó en el rostro de Kala y no tardó en comer otro trozo, y otro.
—Delicioso —comentó.
Dio otro sorbo a la bebida y esta vez le supo algo mejor. Por un momento incluso olvidó que se encontraba en la taberna y que dos pares de ojos no les quitaban ojo a ninguno de los dos. Aumentó el ritmo en el que comía, llegando casi a devorar los huesos del cuerpo del pollo, como si no hubiese comido en meses. Después de haber comido la mitad de lo que le habían servido en un principio se dio cuenta de la imagen que proyectaba al resto y dejó los cubiertos apoyados en el plato.
—Demasiado delicioso, diría. —Sonrió con las mejillas ligeramente sonrosadas.
Aprovechó ese momento para mirar a su alrededor por primera vez desde que se había sentado en la mesa. Había llegado gente nueva al local y cada vez estaba más abarrotado. Desvió la mirada al plato del joven a su lado y después a las pocas ganas que demostró para comérselo.
—Hay veces que comiendo es como mejor se asienta el estómago. Quizá te venga bien —le sugirió señalando el plato con el tenedor.
Siguió comiendo, esta vez más relajada tras haber calmado el ansia inicial de su estómago. Debía reconocer que comer pausadamente le daba un sabor todavía mejor a la comida, si es que eso era posible.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
No pude evitar sonreír ante aquella expresión, casi maravillada de la joven, al probar la comida que había pedido y compartido con ella. La verdad, es que ni siquiera me planteaba aquello como una "buena acción", en mi fuero interno casi parecía más lógico pensar que era ella quien me había salvado a mi, y no al revés. Autocompadecerse, lamerse las heridas a uno mismo, no es que sea algo demasiado agradable, y si eso incluía un comportamiento tan autodestructivo como lo era emborracharse, pues casi que peor. De no haber sido por la repentina aparición de la muchacha, me habría ido a casa completamente ebrio, y con el estómago vacío, algo nada agradable de explicar a mi pobre hermana, que probablemente estuviera ya bastante preocupada por mi. Una punzada de culpabilidad me hizo torcer el gesto levemente. Ahora me arrepentía de estar en aquel bar, con una desconocida, en lugar de compartiendo una suculenta cena con la niña de sus ojos. Aunque al observar la satisfacción de la muchacha, ese sentimiento conseguía apaciguarse.
- Creo que no es posible que algo sea "demasiado delicioso". No te cohíbas, no es necesario. A pesar del aspecto de antro de este sitio, hay que reconocer que cocinan bastante bien. -Me carcajeé al adivinar la "vergüenza" en la chica, acercándole un poco más de pollo para luego servírselo en el plato. Me gustaba ver a las damas perder un poco los modales en la mesa. No todo en la vida era protocolo, y medir el qué dirán. Si se tiene hambre, se come, no había nada más simple que eso. Me llevé el tenedor, con apenas un poco de pollo a los labios, y asentí ante las palabras de la mujer. Desde luego, la mejor forma de abrir el apetito era comenzando a comer, y más si el plato era tan apetitoso... Pero a pesar de mi renovado buen humor, aún seguía dándole vueltas a la cabeza con lo ocurrido, y con el posible conflicto que estallaría con los dos borrachos de la mesa contigua, que no parecían tener intención de marcharse.
- Seguramente sí... Espero que no pienses mal de mi por mi aspecto, ni por haber acumulado tantos vasos vacíos en la mesa. He tenido... un mal día. - Me excusé para luego seguir comiendo, aún con lentitud, pero visiblemente más animado. Tampoco quería hacerla sentir extraña o incómoda. Después de todo, estaba sentada en la mesa de un tipo en un estado bastante pésimo, que la observaba comer como si aquello fuera la cosa más interesante del mundo. - Debo darte las gracias, al menos ahora mi estómago acumulará algo aparte de líquido. -Bromeé, aunque, en cierto modo, era verdad. Como médico sabía perfectamente que aquello no era sano, y que además, resultaba francamente peligroso. Supongo que a veces, cuando te sientes tan mal, no eres capaz de plantearte si algo es conveniente o no.
- Creo que no es posible que algo sea "demasiado delicioso". No te cohíbas, no es necesario. A pesar del aspecto de antro de este sitio, hay que reconocer que cocinan bastante bien. -Me carcajeé al adivinar la "vergüenza" en la chica, acercándole un poco más de pollo para luego servírselo en el plato. Me gustaba ver a las damas perder un poco los modales en la mesa. No todo en la vida era protocolo, y medir el qué dirán. Si se tiene hambre, se come, no había nada más simple que eso. Me llevé el tenedor, con apenas un poco de pollo a los labios, y asentí ante las palabras de la mujer. Desde luego, la mejor forma de abrir el apetito era comenzando a comer, y más si el plato era tan apetitoso... Pero a pesar de mi renovado buen humor, aún seguía dándole vueltas a la cabeza con lo ocurrido, y con el posible conflicto que estallaría con los dos borrachos de la mesa contigua, que no parecían tener intención de marcharse.
- Seguramente sí... Espero que no pienses mal de mi por mi aspecto, ni por haber acumulado tantos vasos vacíos en la mesa. He tenido... un mal día. - Me excusé para luego seguir comiendo, aún con lentitud, pero visiblemente más animado. Tampoco quería hacerla sentir extraña o incómoda. Después de todo, estaba sentada en la mesa de un tipo en un estado bastante pésimo, que la observaba comer como si aquello fuera la cosa más interesante del mundo. - Debo darte las gracias, al menos ahora mi estómago acumulará algo aparte de líquido. -Bromeé, aunque, en cierto modo, era verdad. Como médico sabía perfectamente que aquello no era sano, y que además, resultaba francamente peligroso. Supongo que a veces, cuando te sientes tan mal, no eres capaz de plantearte si algo es conveniente o no.
Connor P. O'Laughlin- Humano Clase Media
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
—Tienes razón. Creo que me he dejado llevar. —Bajó la mirada al plato donde reposaba el pedazo lleno de huesecillos y restos de carne pegados. —Es que hacía mucho que no comía alto tan bueno.
Y no mentía. Eran pocas las veces que ella podía preparar algo similar con lo que conseguía comprar. Su dieta se basaba en cosas que se podían almacenar fácilmente y por mucho tiempo, como legumbres o cereales. Solía variar los sabores con especias que conseguía su tío en el mercado, consiguiendo así platos de lo más distintos usando los mismos alimentos como base. Aun así, llegaba un momento en el que las comidas se hacían monótonas y aburridas, siendo algo como lo de aquella tarde una excepción en la rutina.
Acercó la fuente hacia ella y le sirvió otro pedazo. Kala miró al nuevo trozo de pollo jugoso con los ojos abiertos como platos, deseando hincarle el diente. A pesar de que su estómago seguía rugiendo en menor medida, intentó controlar la velocidad a la que cortaba y comía. A su alrededor ninguno de los pocos que allí degustaban la cena de aquel día tenía consideración por sus modales. La diferencia radicaba en que el resto llevaban unas cuantas copas de más. Cuando tuvo suficiente comida en el plato hizo un gesto con la mano para que parara de servir.
—Un mal día… —comentó como si fueran palabras conocidas ya. —Yo también los tengo, no te preocupes.
Le sonrió con complicidad. No pensaba juzgarle por la cantidad de vasos que tuviera en la mesa ni por cómo decidiera él pasar esos malos tragos. Ella también había optado por un vaso de alcohol alguna vez, pero nunca tenía buenos resultados. Las mañanas siguientes eran peor que cualquier mal día que pudieran ayudar a superar. Había descubierto que el aire fresco, un baño clandestino en algún lago y la hierba fresca en su espalda le ayudaban a distraerse mejor que la bebida.
—Todavía te faltan muchos hasta que superes a algunos por aquí. —Miró los vasos en la mesa y después a su alrededor. —Espero no haberte molestado, si prefieres quedarte a solas puedo marcharme.
Instintivamente miró a los borrachos de al lado que no se daban por vencidos. Ya buscaría una solución si decidía marcharse de allí sola, aunque no sabía todavía cuál. Una sensación de pánico la invadió por completo, seguida por una arcada al recordar el hedor que despedía el primero de los dos.
—Aunque yo prefiero quedarme un rato más, si me dejas —murmuró para que sólo él lo oyera. Dio un par de pinchadas más a la comida y bebió un trago de su vaso. Cada vez le sabía todo mejor. —¿A qué te dedicas? —preguntó después, algo más animada.
Y no mentía. Eran pocas las veces que ella podía preparar algo similar con lo que conseguía comprar. Su dieta se basaba en cosas que se podían almacenar fácilmente y por mucho tiempo, como legumbres o cereales. Solía variar los sabores con especias que conseguía su tío en el mercado, consiguiendo así platos de lo más distintos usando los mismos alimentos como base. Aun así, llegaba un momento en el que las comidas se hacían monótonas y aburridas, siendo algo como lo de aquella tarde una excepción en la rutina.
Acercó la fuente hacia ella y le sirvió otro pedazo. Kala miró al nuevo trozo de pollo jugoso con los ojos abiertos como platos, deseando hincarle el diente. A pesar de que su estómago seguía rugiendo en menor medida, intentó controlar la velocidad a la que cortaba y comía. A su alrededor ninguno de los pocos que allí degustaban la cena de aquel día tenía consideración por sus modales. La diferencia radicaba en que el resto llevaban unas cuantas copas de más. Cuando tuvo suficiente comida en el plato hizo un gesto con la mano para que parara de servir.
—Un mal día… —comentó como si fueran palabras conocidas ya. —Yo también los tengo, no te preocupes.
Le sonrió con complicidad. No pensaba juzgarle por la cantidad de vasos que tuviera en la mesa ni por cómo decidiera él pasar esos malos tragos. Ella también había optado por un vaso de alcohol alguna vez, pero nunca tenía buenos resultados. Las mañanas siguientes eran peor que cualquier mal día que pudieran ayudar a superar. Había descubierto que el aire fresco, un baño clandestino en algún lago y la hierba fresca en su espalda le ayudaban a distraerse mejor que la bebida.
—Todavía te faltan muchos hasta que superes a algunos por aquí. —Miró los vasos en la mesa y después a su alrededor. —Espero no haberte molestado, si prefieres quedarte a solas puedo marcharme.
Instintivamente miró a los borrachos de al lado que no se daban por vencidos. Ya buscaría una solución si decidía marcharse de allí sola, aunque no sabía todavía cuál. Una sensación de pánico la invadió por completo, seguida por una arcada al recordar el hedor que despedía el primero de los dos.
—Aunque yo prefiero quedarme un rato más, si me dejas —murmuró para que sólo él lo oyera. Dio un par de pinchadas más a la comida y bebió un trago de su vaso. Cada vez le sabía todo mejor. —¿A qué te dedicas? —preguntó después, algo más animada.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
Sonreí lentamente, comprendiendo al instante a qué se refería. Yo mismo, a pesar de dedicarme a una profesión que enriquecía a muchos, a veces había sentido en mis propias carnes lo que significaba no tener gran cosa que llevarse a la boca. La diferencia, es que en mi caso, era yo mismo quien decidía privarme de mis bienes, o de gran parte de ellos, a fin de dárselos a otros que lo necesitaban más, y no tanto por la ausencia de los mismos, como imaginaba que era el caso de aquella joven. Quizá me equivocaba, de nada puedes estar seguro al completo, pero de cualquier forma, no era algo que fuera a preguntar. No necesitaba esa información para compartir mesa. Agradecía su compañía sinceramente.
- Yo suelo congratularme a mi mismo, sosteniendo que gozo de grandes dotes culinarias, pero está claro que esta comida las supera, y por mucho. Come cuanto gustes. -Dije nuevamente. Después de todo, el propósito de estar ambos sentados juntos era demorar su salida de aquel sitio, y el encontronazo con los borrachos que aún seguían observándonos. Que al menos se fuese de allí tan satisfecha como fuera posible.
Asentí ante su aguda observación, aunque en mi fuero interno me preguntaba si no hubiera acabado aún más bebido que todos aquellos que me llevaban ventaja, de no ser por la presencia de la joven y aquel gesto "heroico". Quería achacarlo a mi autocontrol, pero francamente, la evidencia decía lo contrario. Había noches que me había acostado tan ebrio que al día siguiente ni siquiera recordaba cómo demonios había llegado hasta mi cama. Luego, el rostro preocupado de mi hermana me decía que ella misma había tenido que ayudarme. ¿Hay mayor vergüenza que esa? ¿Que una niña inocente y dulce tenga que hacerse cargo de las desgracias de un hermano que a veces pecaba de irresponsable? Era algo que me reprochaba duramente, pero que luego volvía a ocurrir. Y es que, los "días malos", al final, eran peores para unos que para otros. Ignoraba cómo serían los de aquella hermosa mujer, de cabellos oscuros y ojos penetrantes, pero sabía perfectamente cómo eran los míos. A veces, el alcohol, era la única salida que se me ocurría. Por poco útil que acabara resultando.
- No, no, en absoluto. Yo también deseo que te quedes, si ése, a su vez, es tu deseo. Como ya te dije, y repito ahora, agradezco tu compañía. No querría convertir esto en una competición, más que nada porque me conozco y te aseguro que podría acabar bastante más ebrio que muchos... aunque mi comportamiento no se torne tan desagradable como el suyo, desde luego. -Yo tendía a recluirme en mi mismo, en esa sensación de absoluta calma, de tener la mente en blanco. No hablaba con nadie, y mucho menos me dedicaba a molestar a las damas. Ese comportamiento me parecía ruin, y terrible. ¡Menos mal que no era así! ¿Cómo si no iba a poder ofrecer "cobijo" a aquella chica, sin sentirme un miserable, un hipócrita? Mi conciencia estaba limpia en ese sentido, aunque no lo estuviera respecto a los malos tragos que le hacía pasar a mi hermana.
- Soy médico... Aunque en días como este, la verdad, no me siento más que un pobre desgraciado que no es lo bastante rápido, lo bastante listo o lo bastante hábil para sanar a todos los que necesitan ser sanados. -Dije aquellas palabras en un tono tan bajo, que aún al emitirlas, no estuve seguro de si las había dirigido a mi acompañante, o si eran para mi. Quizá era demasiado duro conmigo mismo, pero no había nada peor que sentirse incapaz, cuando la vida de otro depende de lo capaz que seas. Todos morían, tarde o temprano, y eso era un hecho, pero cuando vivir o morir estaban mediados por mi trabajo, necesitaba ver que era capaz de inclinar la balanza a favor de la vida. Y el saber que no siempre podía, eso me estaba matando. - Por cierto, perdón por mi falta de modales. Me llamo Connor. -Me presenté oficialmente, tratando de cortar un poco la tensión que mis últimas reflexiones habían instalado en el ambiente. - ¿Compartiría su nombre conmigo?
- Yo suelo congratularme a mi mismo, sosteniendo que gozo de grandes dotes culinarias, pero está claro que esta comida las supera, y por mucho. Come cuanto gustes. -Dije nuevamente. Después de todo, el propósito de estar ambos sentados juntos era demorar su salida de aquel sitio, y el encontronazo con los borrachos que aún seguían observándonos. Que al menos se fuese de allí tan satisfecha como fuera posible.
Asentí ante su aguda observación, aunque en mi fuero interno me preguntaba si no hubiera acabado aún más bebido que todos aquellos que me llevaban ventaja, de no ser por la presencia de la joven y aquel gesto "heroico". Quería achacarlo a mi autocontrol, pero francamente, la evidencia decía lo contrario. Había noches que me había acostado tan ebrio que al día siguiente ni siquiera recordaba cómo demonios había llegado hasta mi cama. Luego, el rostro preocupado de mi hermana me decía que ella misma había tenido que ayudarme. ¿Hay mayor vergüenza que esa? ¿Que una niña inocente y dulce tenga que hacerse cargo de las desgracias de un hermano que a veces pecaba de irresponsable? Era algo que me reprochaba duramente, pero que luego volvía a ocurrir. Y es que, los "días malos", al final, eran peores para unos que para otros. Ignoraba cómo serían los de aquella hermosa mujer, de cabellos oscuros y ojos penetrantes, pero sabía perfectamente cómo eran los míos. A veces, el alcohol, era la única salida que se me ocurría. Por poco útil que acabara resultando.
- No, no, en absoluto. Yo también deseo que te quedes, si ése, a su vez, es tu deseo. Como ya te dije, y repito ahora, agradezco tu compañía. No querría convertir esto en una competición, más que nada porque me conozco y te aseguro que podría acabar bastante más ebrio que muchos... aunque mi comportamiento no se torne tan desagradable como el suyo, desde luego. -Yo tendía a recluirme en mi mismo, en esa sensación de absoluta calma, de tener la mente en blanco. No hablaba con nadie, y mucho menos me dedicaba a molestar a las damas. Ese comportamiento me parecía ruin, y terrible. ¡Menos mal que no era así! ¿Cómo si no iba a poder ofrecer "cobijo" a aquella chica, sin sentirme un miserable, un hipócrita? Mi conciencia estaba limpia en ese sentido, aunque no lo estuviera respecto a los malos tragos que le hacía pasar a mi hermana.
- Soy médico... Aunque en días como este, la verdad, no me siento más que un pobre desgraciado que no es lo bastante rápido, lo bastante listo o lo bastante hábil para sanar a todos los que necesitan ser sanados. -Dije aquellas palabras en un tono tan bajo, que aún al emitirlas, no estuve seguro de si las había dirigido a mi acompañante, o si eran para mi. Quizá era demasiado duro conmigo mismo, pero no había nada peor que sentirse incapaz, cuando la vida de otro depende de lo capaz que seas. Todos morían, tarde o temprano, y eso era un hecho, pero cuando vivir o morir estaban mediados por mi trabajo, necesitaba ver que era capaz de inclinar la balanza a favor de la vida. Y el saber que no siempre podía, eso me estaba matando. - Por cierto, perdón por mi falta de modales. Me llamo Connor. -Me presenté oficialmente, tratando de cortar un poco la tensión que mis últimas reflexiones habían instalado en el ambiente. - ¿Compartiría su nombre conmigo?
Última edición por Connor P. O'Laughlin el Miér Dic 30, 2015 11:42 pm, editado 1 vez
Connor P. O'Laughlin- Humano Clase Media
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
Siguió comiendo parte del pollo, pero su estómago ya comenzaba a llenarse y los bocados cada vez eran más pequeños. Aunque no quería dejar comida en el plato, sentía que no iba a tener otro remedio. Dio un trago a su bebida y eso ayudó a que se asentara y pudiera comer un poco más, pero enseguida apartó ligeramente el plato, dando por terminada la cena. Su acompañante, al contrario, parecía que no había vuelto a probar bocado desde que habían servido el plato.
—¿Médico? —Su cara mostró una grata sorpresa, pero enseguida cambió el semblante.
Observó al joven mientras se masajeaba el lóbulo de la oreja. Las palabras que continuaron le dieron una ligera pista sobre el porqué de su mal día. No hizo preguntas al respecto, no quería inmiscuirse en los asuntos ajenos. Sentía que no eran de su incumbencia y si el sujeto quería contarlo lo haría sin necesidad de que ella preguntase.
Pinchó una cebollita y se la llevó a la boca. La salsa había empezado a enfriarse y tenía un aspecto medio sólido y grasoso que ya no era tan apetecible. Cruzó ambos brazos sobre la mesa y volvió a mirarle. Le sorprendía el hecho de que fuera médico siendo tan joven. Aunque todos ellos comenzaran a estudiar aquella ciencia a edades tempranas, nunca había tenido la oportunidad de conocer a uno de su edad. Siempre había creído que ser médico, curandero o profesiones similares debían ser personas con una gran vocación por ayudar a las personas. Admiraba a todas y cada una de aquellas personas, su fortaleza y su sangre fría cuando las decisiones que había que tomar se tornaban difíciles. No debía ser fácil. No debía ser nada fácil.
—Soy Kala —se presentó.
Cogió el vaso con una mano y dio vueltas al líquido. A pesar de que ya quedaba poco, el olor del alcohol se le introdujo por las fosas nasales produciéndole picor en los ojos. Dio un sorbo del mismo repitiendo ese mismo efecto en la garganta. Carraspeó, dejó el cristal sobre la mesa y miró a la de los borrachos antes de volver a hablar. Uno de ellos se había quedado dormido en la silla, tirado sobre la mesa y con el vaso derramado. El otro seguía mirándolos, pero la gitana no estaba segura de si era capaz de ver una sóla imagen al mismo tiempo, en vez de una doble. Su cabeza se movía hacia los lados, en cuanto se levantara caería redondo al suelo. Parecía difícil, pero daba incluso más asco que antes.
Visto que los borrachos no iban a ser demasiado problema, se volvió hacia su compañero de nuevo bastante más tranquila.
—¿Sabes? Quizá te parezca una tontería, pero tu cara me resulta muy familiar. Es sólo que no sé dónde te he visto antes. —Su tono de voz había cambiado. Mostraba esa naturaleza curiosa de la infancia, esa que hacía preguntas por doquier pero que no resultaba entrometida, al contrario.
—¿Médico? —Su cara mostró una grata sorpresa, pero enseguida cambió el semblante.
Observó al joven mientras se masajeaba el lóbulo de la oreja. Las palabras que continuaron le dieron una ligera pista sobre el porqué de su mal día. No hizo preguntas al respecto, no quería inmiscuirse en los asuntos ajenos. Sentía que no eran de su incumbencia y si el sujeto quería contarlo lo haría sin necesidad de que ella preguntase.
Pinchó una cebollita y se la llevó a la boca. La salsa había empezado a enfriarse y tenía un aspecto medio sólido y grasoso que ya no era tan apetecible. Cruzó ambos brazos sobre la mesa y volvió a mirarle. Le sorprendía el hecho de que fuera médico siendo tan joven. Aunque todos ellos comenzaran a estudiar aquella ciencia a edades tempranas, nunca había tenido la oportunidad de conocer a uno de su edad. Siempre había creído que ser médico, curandero o profesiones similares debían ser personas con una gran vocación por ayudar a las personas. Admiraba a todas y cada una de aquellas personas, su fortaleza y su sangre fría cuando las decisiones que había que tomar se tornaban difíciles. No debía ser fácil. No debía ser nada fácil.
—Soy Kala —se presentó.
Cogió el vaso con una mano y dio vueltas al líquido. A pesar de que ya quedaba poco, el olor del alcohol se le introdujo por las fosas nasales produciéndole picor en los ojos. Dio un sorbo del mismo repitiendo ese mismo efecto en la garganta. Carraspeó, dejó el cristal sobre la mesa y miró a la de los borrachos antes de volver a hablar. Uno de ellos se había quedado dormido en la silla, tirado sobre la mesa y con el vaso derramado. El otro seguía mirándolos, pero la gitana no estaba segura de si era capaz de ver una sóla imagen al mismo tiempo, en vez de una doble. Su cabeza se movía hacia los lados, en cuanto se levantara caería redondo al suelo. Parecía difícil, pero daba incluso más asco que antes.
Visto que los borrachos no iban a ser demasiado problema, se volvió hacia su compañero de nuevo bastante más tranquila.
—¿Sabes? Quizá te parezca una tontería, pero tu cara me resulta muy familiar. Es sólo que no sé dónde te he visto antes. —Su tono de voz había cambiado. Mostraba esa naturaleza curiosa de la infancia, esa que hacía preguntas por doquier pero que no resultaba entrometida, al contrario.
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
Mi sonrisa se ensanchó al conocer el nombre de la mujer que ya no podía considerar una desconocida. No del todo. Definitivamente su aspecto exótico encajaba a la perfección con aquel nombre cuya procedencia desconocía. Estuve tentado de preguntarle al respecto, pero no estaba muy seguro de si sería buena idea. Muchas veces, las personas extranjeras preferían que su lugar de origen no fuera de dominio público. Y quizá no fuera tan mala idea, después de todo. A pesar de que los tiempos iban cambiando poco a poco, lo hacían tan lentamente que los prejuicios seguían estando a la orden del día. Le tendí la mano por encima de la mesa, en un gesto cordial, y apreté la suya con suavidad. Ahora sí, oficialmente, no éramos unos extraños compartiendo la cena, sino dos personas que comenzaban a conocerse, aunque hubiera sido tan desafortunadas circunstancias.
- Debo decir que es un placer, Kala. -Musité para luego echar un vistazo rápido a la mesa de al lado. Los dos borrachos que antes representaban una amenaza inminente para mi acompañante, ahora daban más pena que otra cosa. Suspiré con alivio, aunque un extraño regusto de desilusión se abrió paso en mi semblante. Cuando uno cae tan bajo, como yo sentía que lo había hecho, la perspectiva del "caballero andante" resultaba sumamente atractiva. Por un lado, me alegraba de que aquella chica pudiera marcharse en cualquier momento sin correr peligro, pero por otro, no deseaba que se fuera. Comenzaba a encontrarme un poco mejor, incluso con cierto apetito. Me daba ¿miedo? pensar que quizá si nos separábamos en aquel momento, volviera a recaer en la necesidad de tomar otra copa. Sacudí la cabeza levemente y me llevé un poco de pollo a la boca. Lo saboreé con lentitud, como para sacarme aquel pensamiento. Era demasiado egoísta.
- ¿De veras? No sabría decirte, sinceramente. Si alguna vez has tenido que ir al hospital, puedes ser que me hubieras visto allí. Creo que más de la mitad de mi vida la paso entre esas paredes... O si has venido a esta misma taberna... Pues, bueno... Ya has visto que me conocen... -Noté como un leve rubor se instalaba en mis mejillas al reconocer lo que de por sí ya era evidente. En realidad, yo no recordaba haberla visto nunca antes. Y francamente, siendo tan llamativa y bonita, difícilmente no la hubiera reconocido de habérmela encontrado de nuevo. - Vaya, sí que está sabroso... -Murmuré para luego hacer un gesto al camarero para que se acercara. - Yo a partir de ahora quiero agua, por favor, y... ¿Kala? Bueno, pide lo que quieras. -Me la quedé observando de soslayo, como abstraído por sus rasgos, por su forma de observarme, tanto que incluso a mi me despertó la curiosidad de si nos habíamos cruzado alguna vez. - Y... bueno, ¿dónde dirías que nos hemos visto antes? -¿Cómo había podido pasarlo por alto? ¿Olvidarme de ella? No me lo podía perdonar.
- Debo decir que es un placer, Kala. -Musité para luego echar un vistazo rápido a la mesa de al lado. Los dos borrachos que antes representaban una amenaza inminente para mi acompañante, ahora daban más pena que otra cosa. Suspiré con alivio, aunque un extraño regusto de desilusión se abrió paso en mi semblante. Cuando uno cae tan bajo, como yo sentía que lo había hecho, la perspectiva del "caballero andante" resultaba sumamente atractiva. Por un lado, me alegraba de que aquella chica pudiera marcharse en cualquier momento sin correr peligro, pero por otro, no deseaba que se fuera. Comenzaba a encontrarme un poco mejor, incluso con cierto apetito. Me daba ¿miedo? pensar que quizá si nos separábamos en aquel momento, volviera a recaer en la necesidad de tomar otra copa. Sacudí la cabeza levemente y me llevé un poco de pollo a la boca. Lo saboreé con lentitud, como para sacarme aquel pensamiento. Era demasiado egoísta.
- ¿De veras? No sabría decirte, sinceramente. Si alguna vez has tenido que ir al hospital, puedes ser que me hubieras visto allí. Creo que más de la mitad de mi vida la paso entre esas paredes... O si has venido a esta misma taberna... Pues, bueno... Ya has visto que me conocen... -Noté como un leve rubor se instalaba en mis mejillas al reconocer lo que de por sí ya era evidente. En realidad, yo no recordaba haberla visto nunca antes. Y francamente, siendo tan llamativa y bonita, difícilmente no la hubiera reconocido de habérmela encontrado de nuevo. - Vaya, sí que está sabroso... -Murmuré para luego hacer un gesto al camarero para que se acercara. - Yo a partir de ahora quiero agua, por favor, y... ¿Kala? Bueno, pide lo que quieras. -Me la quedé observando de soslayo, como abstraído por sus rasgos, por su forma de observarme, tanto que incluso a mi me despertó la curiosidad de si nos habíamos cruzado alguna vez. - Y... bueno, ¿dónde dirías que nos hemos visto antes? -¿Cómo había podido pasarlo por alto? ¿Olvidarme de ella? No me lo podía perdonar.
Connor P. O'Laughlin- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/11/2014
Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
Había pasado de sentirse agobiada a estar a gusto sentada junto a Connor. Era curioso cómo había cambiado su percepción del lugar: cuando su amenaza más reciente seguía existiendo, quería salir de allí cuanto antes, pero, en cuanto los dos borrachos quedaron fuera de juego, la prisa disminuyó hasta quedar en un segundo plano. Y junto con la prisa, cambió la actitud de la gitana. Al no sentirse como un animal acorralado, podía mostrar su lado más amable y risueño.
—Me parece que, si de verdad te conozco de algo, no será de ninguna de esas dos situaciones. —Sonrió. —Y, de ser alguna, tendría que ser de la taberna. Nunca he ido al hospital —comentó.
La gente como ella rara vez tenía recursos suficientes para seguir adelante el día a día, menos aún para acudir a un sitio como el hospital para que curaran sus heridas. La mayoría tenía conocimientos suficientes sobre el cuerpo humano como para tratarse los males a ellos mismos sin depender de nadie, pero para casos extremos de infecciones o enfermedades difíciles de curar, solían acudir a las casas de aquellos que más conocimientos tenían. En el caso del campamento de gitanos, había una mujer de avanzada edad que tenía unas manos casi milagrosas. Un día era una prestigiosa doctora, otro hacía trabajos de dentista y al siguiente una excelente matrona que ayudaba a traer niños al mundo. Así se habían criado y se habían acostumbrado a vivir, pero no siempre conseguían salir adelante. Había enfermedades que ni siquiera la vieja mujer era capaz de sanar.
—De todas maneras, dudo mucho de haberte visto por aquí. No vengo tanto como para conocer gente, y procuro salir lo antes posible. No tengo tiempo de fijarme en los que aquí se encuentran. —Desvió la mirada hacia el vaso que seguía sobre la mesa y lo giró con los dedos. El líquido se había recalentado y el último trago que le había dado le supo amargo y desagradable. En realidad, no solía beber alcoholes tan fuertes. Aquel había sido una excepción debido a las circunstancias. —Yo también seguiré con agua. —Sonrió a modo de agradecimiento y siguió jugueteando con el vaso.
Con el codo sobre la mesa, apoyó la cabeza sobre el puño cerrado y se dedicó a obsevarle mientras seguía hablando. Quizá sólo se pareciera a alguien a quien conocía y, en realidad, aquella era la primera vez que le veía, pero Kala solía tener una memoria asombrosa para recordar los rostros de la gente. Si le había llamado la atención, sería porque le había visto más de una vez y, probablemente, más de dos.
—No lo sé —confesó, escondiendo el rostro entre las manos. Su mente hurgaba en lo más profundo de sus recuerdos intentando descifrar lo que no conseguía recordar, sin éxito. —Espera, déjame pensar. —Cerró los ojos y apoyó la frente en las manos. Ahora que no veía, podía captar mejor los sonidos de la taberna, el olor del tabaco y el alcohol que embriagaba el lugar y las idas y venidas de sus clientes. Un movimiento sobre la mesa le hizo abrir los ojos. Era el camarero con los vasos de agua que habían pedido. —No soy capaz de recordarlo. —Se mordió el labio inferior y dio un trago de su vaso. —No creo que sea esto, pero ¿has ido alguna vez al circo gitano de las afueras? Es donde paso la mayor parte del tiempo.
Empezó a indagar. Si existía un sitio común que ambos visitaban, y lo encontraban, ya tendrían la respuesta.
—Me parece que, si de verdad te conozco de algo, no será de ninguna de esas dos situaciones. —Sonrió. —Y, de ser alguna, tendría que ser de la taberna. Nunca he ido al hospital —comentó.
La gente como ella rara vez tenía recursos suficientes para seguir adelante el día a día, menos aún para acudir a un sitio como el hospital para que curaran sus heridas. La mayoría tenía conocimientos suficientes sobre el cuerpo humano como para tratarse los males a ellos mismos sin depender de nadie, pero para casos extremos de infecciones o enfermedades difíciles de curar, solían acudir a las casas de aquellos que más conocimientos tenían. En el caso del campamento de gitanos, había una mujer de avanzada edad que tenía unas manos casi milagrosas. Un día era una prestigiosa doctora, otro hacía trabajos de dentista y al siguiente una excelente matrona que ayudaba a traer niños al mundo. Así se habían criado y se habían acostumbrado a vivir, pero no siempre conseguían salir adelante. Había enfermedades que ni siquiera la vieja mujer era capaz de sanar.
—De todas maneras, dudo mucho de haberte visto por aquí. No vengo tanto como para conocer gente, y procuro salir lo antes posible. No tengo tiempo de fijarme en los que aquí se encuentran. —Desvió la mirada hacia el vaso que seguía sobre la mesa y lo giró con los dedos. El líquido se había recalentado y el último trago que le había dado le supo amargo y desagradable. En realidad, no solía beber alcoholes tan fuertes. Aquel había sido una excepción debido a las circunstancias. —Yo también seguiré con agua. —Sonrió a modo de agradecimiento y siguió jugueteando con el vaso.
Con el codo sobre la mesa, apoyó la cabeza sobre el puño cerrado y se dedicó a obsevarle mientras seguía hablando. Quizá sólo se pareciera a alguien a quien conocía y, en realidad, aquella era la primera vez que le veía, pero Kala solía tener una memoria asombrosa para recordar los rostros de la gente. Si le había llamado la atención, sería porque le había visto más de una vez y, probablemente, más de dos.
—No lo sé —confesó, escondiendo el rostro entre las manos. Su mente hurgaba en lo más profundo de sus recuerdos intentando descifrar lo que no conseguía recordar, sin éxito. —Espera, déjame pensar. —Cerró los ojos y apoyó la frente en las manos. Ahora que no veía, podía captar mejor los sonidos de la taberna, el olor del tabaco y el alcohol que embriagaba el lugar y las idas y venidas de sus clientes. Un movimiento sobre la mesa le hizo abrir los ojos. Era el camarero con los vasos de agua que habían pedido. —No soy capaz de recordarlo. —Se mordió el labio inferior y dio un trago de su vaso. —No creo que sea esto, pero ¿has ido alguna vez al circo gitano de las afueras? Es donde paso la mayor parte del tiempo.
Empezó a indagar. Si existía un sitio común que ambos visitaban, y lo encontraban, ya tendrían la respuesta.
Kala Bhansali- Gitano
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
No podía decir que su respuesta me sorprendiera, realmente. Después de todo, muchas personas, sobre todo aquellas de clases más humildes, rara vez se acercaban al hospital. Nunca tuve muy claro el motivo, en lo que a mi respectaba mi juramento me obligaba a sanar a todas las personas, fueran quienes fueran, tuvieran lo que tuvieran y vinieran de donde vinieran. Y mi moralidad, que era incluso más fuerte que el sentido de mi profesión, siempre me había hecho especialmente sensible a la desigualdad, al dolor ajeno. Por el amor de Dios, estaba emborrachándome en una taberna de mala muerte por haber perdido a un paciente, a pesar de que era algo normal en mi profesión. Pero sabía que ese hecho era real, a pesar de no comprenderlo.
-¿Nunca, nunca? -Murmuré, haciendo eco de mis propios pensamientos. - Pues entonces debe haber sido aquí... Aunque no me sienta orgulloso de ello, paso bastante tiempo aquí últimamente. Ya sabes, la gente tiene esa extraña manía de enfermarse con frecuencia. -Bromeé, para luego dejar escapar una leve carcajada. Sin embargo, el resto de su conversación parecía restar certeza a esa versión. Me quedé quieto un momento, observándola. A pesar de tener unas cuantas copas de más, estaba seguro de no haberla visto nunca. Podía estar borracho, pero no era ciego.
- Entonces quizá simplemente me confundas con otra persona. Mi cara es muy común. El hospital y esta taberna son prácticamente los únicos lugares que visito, además de mi propia casa, claro. -Murmuré un corto agradecimiento al camarero cuando se acercó con la jarra de agua, y le dejé sobre la mesa el pago de todo lo consumido. Podía hacerme una idea más o menos aproximada de lo que sería el total, más un poco más que servía como agradecimiento por el servicio. Ese solía ser mi pequeño "homenaje" hacia aquellos que no tenían más remedio que soportarme cuando me ponía en modo autodestructivo.
- He oído hablar de ese lugar, del circo gitano. Mi hermana habla mucho de él, de que le gustaría que algún día dejara mis quehaceres para llevarla hasta allí. Aún no he cumplido esa promesa, ahora que lo pienso. ¿Es un buen lugar para visitar? Quiero decir... Aunque no nos hayamos visto allí... Q-Quién sabe si la próxima vez así sea... -Sonreí cortésmente para luego rellenarle el vaso con agua, mientras hacía lo mismo que ella y apartaba un poco el plato. Definitivamente, no tenía más apetito, y aquella sensación de náusea que me había asaltado un rato antes volvió a surgir lentamente.
- Creo que, aunque a marchas forzadas, he comido más de lo que había probado en semanas. -Mi trabajo me absorbía, y cuando no era el trabajo, era mi voluntariado en el orfanato o el cuidado de la dulce Saoirse. Estaba descuidando mi salud, probablemente más de lo que pretendía.
-¿Nunca, nunca? -Murmuré, haciendo eco de mis propios pensamientos. - Pues entonces debe haber sido aquí... Aunque no me sienta orgulloso de ello, paso bastante tiempo aquí últimamente. Ya sabes, la gente tiene esa extraña manía de enfermarse con frecuencia. -Bromeé, para luego dejar escapar una leve carcajada. Sin embargo, el resto de su conversación parecía restar certeza a esa versión. Me quedé quieto un momento, observándola. A pesar de tener unas cuantas copas de más, estaba seguro de no haberla visto nunca. Podía estar borracho, pero no era ciego.
- Entonces quizá simplemente me confundas con otra persona. Mi cara es muy común. El hospital y esta taberna son prácticamente los únicos lugares que visito, además de mi propia casa, claro. -Murmuré un corto agradecimiento al camarero cuando se acercó con la jarra de agua, y le dejé sobre la mesa el pago de todo lo consumido. Podía hacerme una idea más o menos aproximada de lo que sería el total, más un poco más que servía como agradecimiento por el servicio. Ese solía ser mi pequeño "homenaje" hacia aquellos que no tenían más remedio que soportarme cuando me ponía en modo autodestructivo.
- He oído hablar de ese lugar, del circo gitano. Mi hermana habla mucho de él, de que le gustaría que algún día dejara mis quehaceres para llevarla hasta allí. Aún no he cumplido esa promesa, ahora que lo pienso. ¿Es un buen lugar para visitar? Quiero decir... Aunque no nos hayamos visto allí... Q-Quién sabe si la próxima vez así sea... -Sonreí cortésmente para luego rellenarle el vaso con agua, mientras hacía lo mismo que ella y apartaba un poco el plato. Definitivamente, no tenía más apetito, y aquella sensación de náusea que me había asaltado un rato antes volvió a surgir lentamente.
- Creo que, aunque a marchas forzadas, he comido más de lo que había probado en semanas. -Mi trabajo me absorbía, y cuando no era el trabajo, era mi voluntariado en el orfanato o el cuidado de la dulce Saoirse. Estaba descuidando mi salud, probablemente más de lo que pretendía.
Connor P. O'Laughlin- Humano Clase Media
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Re: Beber para olvidar | {Kala Bhansali}
Parecía que él estaba sorprendido por su respuesta, pero a Kala no le pareció extraño del todo. La gente como ella era prácticamente invisible para el resto, a no ser que compartieran el mismo rango social. Ella lo vivía todos los días y en prácticamente todos los lugares de la ciudad: el mercado, las calles, los parques… incluso en el circo, donde todos los trabajadores eran como ella. Era invisible en cualquier sitio menos en el campamento, un lugar que nadie que tuviera un trabajo estable se atrevía a pisar. Aquella sociedad era terrible, pero era la que les había tocado vivir.
Rio ante la broma de Connor. Era como si poco a poco se fueran contando secretos que habían quedado en el tintero. Esta vez, la gitana comprendió un poco mejor los motivos por los que él estaba allí. Estiró las piernas por debajo de la mesa y arqueó la parte alta de la espalda estirando un poco los brazos hacia delante. Sintió un alivio instantáneo en cada músculo de su cuerpo, como cuando uno se despereza por la mañana. Apoyó la cabeza en una mano y se dejó caer sobre la mesa ligeramente, doblando una de las piernas y sentándose sobre ella.
—Debe ser eso… —comentó. Volvió a mirarle el rostro, estaba convencida de que conocía a aquel chico, pero no sabía donde le había visto y no parecía que lo fuera a recordar. —En ese caso, debo decir que eres igual que aquel al que conozco.
Llegó el camarero con el agua y ella se recompuso, adoptando una postura más erguida y correcta. En cuanto le sirvió el vaso dio un gran trago y luego se limitó a jugar con él, dándole vueltas mientras escuchaba hablar al médico. El agua en el interior creaba pequeñas ondas que desaparecían en cuanto chocaban contra las paredes de cristal.
—Bueno, no sé si soy la persona adecuada para contestar a una pregunta así —comentó —. Paso casi la mitad de mi día allí, y el resto del tiempo en casa. —Hizo una pausa. —Si te preocupa la seguridad, puedes estar tranquilo, nunca ha pasado nada grave. De vez en cuando hay alguna pelea, pero nada de lo que preocuparse. Suelen ser gritos, nada más. Nadie agrede nunca a los visitantes, se acabaría el negocio. —Dio otro trago, esta vez más pequeño. —Deberías llevar a tu hermana si es lo que quiere. En serio, puede ser un lugar muy divertido. Hay espectáculos de todo tipo, algunos muy impresionantes. Los tragafuegos, por ejemplo.
Le dio unas palmaditas en la mano emocionada. Hablar del circo le alegraba el carácter como si fuera una niña. Volvió a estirar las piernas bajo la mesa y apoyó la espalda contra el respaldo de la silla. Empezaba a encontrarla incómoda y no sabía qué postura tomar para seguir allí sentada. Kala no era de las personas que les gustara pasar muchas horas sentada.
—Y si vais, lo más seguro es que me encontréis —continuó diciendo —¿Qué digo? Si vais, buscadme. Os llevaré a ver el espectáculo de las fieras desde un sitio privilegiado. —Le guiñó un ojo de manera cómplice. —Si están de buen humor quizá hasta las podéis acariciar, pero eso no te lo aseguro.
La puerta de la taberna se abrió y salieron algunos clientes para ser cambiados por otros que entraban. Aquel lugar tenía un flujo constante de personas durante todo el día, y sobre todo cuando se ocultaba el Sol. Aún así, Kala era la única mujer que había en el local, por lo que pudo darse cuenta.
Rio ante la broma de Connor. Era como si poco a poco se fueran contando secretos que habían quedado en el tintero. Esta vez, la gitana comprendió un poco mejor los motivos por los que él estaba allí. Estiró las piernas por debajo de la mesa y arqueó la parte alta de la espalda estirando un poco los brazos hacia delante. Sintió un alivio instantáneo en cada músculo de su cuerpo, como cuando uno se despereza por la mañana. Apoyó la cabeza en una mano y se dejó caer sobre la mesa ligeramente, doblando una de las piernas y sentándose sobre ella.
—Debe ser eso… —comentó. Volvió a mirarle el rostro, estaba convencida de que conocía a aquel chico, pero no sabía donde le había visto y no parecía que lo fuera a recordar. —En ese caso, debo decir que eres igual que aquel al que conozco.
Llegó el camarero con el agua y ella se recompuso, adoptando una postura más erguida y correcta. En cuanto le sirvió el vaso dio un gran trago y luego se limitó a jugar con él, dándole vueltas mientras escuchaba hablar al médico. El agua en el interior creaba pequeñas ondas que desaparecían en cuanto chocaban contra las paredes de cristal.
—Bueno, no sé si soy la persona adecuada para contestar a una pregunta así —comentó —. Paso casi la mitad de mi día allí, y el resto del tiempo en casa. —Hizo una pausa. —Si te preocupa la seguridad, puedes estar tranquilo, nunca ha pasado nada grave. De vez en cuando hay alguna pelea, pero nada de lo que preocuparse. Suelen ser gritos, nada más. Nadie agrede nunca a los visitantes, se acabaría el negocio. —Dio otro trago, esta vez más pequeño. —Deberías llevar a tu hermana si es lo que quiere. En serio, puede ser un lugar muy divertido. Hay espectáculos de todo tipo, algunos muy impresionantes. Los tragafuegos, por ejemplo.
Le dio unas palmaditas en la mano emocionada. Hablar del circo le alegraba el carácter como si fuera una niña. Volvió a estirar las piernas bajo la mesa y apoyó la espalda contra el respaldo de la silla. Empezaba a encontrarla incómoda y no sabía qué postura tomar para seguir allí sentada. Kala no era de las personas que les gustara pasar muchas horas sentada.
—Y si vais, lo más seguro es que me encontréis —continuó diciendo —¿Qué digo? Si vais, buscadme. Os llevaré a ver el espectáculo de las fieras desde un sitio privilegiado. —Le guiñó un ojo de manera cómplice. —Si están de buen humor quizá hasta las podéis acariciar, pero eso no te lo aseguro.
La puerta de la taberna se abrió y salieron algunos clientes para ser cambiados por otros que entraban. Aquel lugar tenía un flujo constante de personas durante todo el día, y sobre todo cuando se ocultaba el Sol. Aún así, Kala era la única mujer que había en el local, por lo que pudo darse cuenta.
Kala Bhansali- Gitano
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