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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Viviane Clayton Miér Abr 27, 2016 5:34 am

Todos los cambios que había sufrido no habían sido fáciles para ella. El primero de todos ellos fue cambiar todos los sueños que tenía gracias a la lectura por tan solo la devoción a Dios. Esto se debió a que tras todos los casamientos de sus hermanas, sus padres no tenían dinero para asegurarle un buen matrimonio a ella con su consecuente ajuar, por lo que la única solución que encontraron fue enviarla al convento más cercano.  A pesar de que aquello no era en absoluto lo que ella hubiera deseado obtener de la vida, en ningún momento les recriminó nada. Sabía de los problemas económicos que habían tenido que superar y aún tenían por lo que, el hecho de que se ocuparan de buscarle un lugar para que ella pudiera vivir tranquila y sin preocupaciones era de agradecer. Aquello tenía su parte buena pues salvo en los momentos de oración y tareas que tenía encomendadas, podía salir del convento y perderse en sus terrenos. Había tres cosas que Eva adoraba y eran su familia, tener un libro siempre a mano y el campo. Y en el convento tenía al menos dos de esas tres.

Aunque aquello no iba a durar mucho más. La madre superiora había visto en ella una joven inspirada por la gracia de Dios y decidió enviarla a la capital francesa para que estudiara y fuera instruida por los encargados de Notre Dame. No tuvo tiempo ni de ir a despedirse de sus padres y hermanos, tan solo pudo dejar una nota a la madre superiora confiando en que esta se la haría llegar cuando partiera. El ir y venir de viandantes en las calles de París era impresionante, todo parecía ser demasiado grande, casi opulento y en nada se parecía al pequeño pueblo donde ella se crió. Notre Dame la dejó sin palabras nada más verlo pero no acabó de comprender el motivo por el que los hombres necesitaban hacer templos tan monumentales para adorar a un Dios que siempre hablaba de sobriedad y generosidad. Sin embargo, como siempre, esos pensamientos quedaron para ella y tan solo siguió a su guía hasta la que sería su habitación. Esa sí, era bastante modesta, con un camastro de madera y un crucifijo en la pared, un reclinatorio acolchado para poder rezar en la intimidad y un escritorio con todo lo necesario para escribir tantas cartas como deseara.

Ahora el tiempo libre de Eva -o Hermana Eva Séraphine, como era llamada dentro de los muros-, se había visto terriblemente menguado, los rezos se alargaban casi toda la mañana, tras lo cual –tanto las monjas como los curas- debían encargarse de realizar determinadas tareas con los más desfavorecidos, y por las tardes tan solo tendrían un par de horas libres antes de volver al rezo y que llegara la hora de cenar. Más de una vez desde que había llegado, Eva se había escapado tras el recuento del encargado para ver que todos estaban ya en sus respectivas habitaciones. Si bien era cierto que pasear por las calles parisinas no era lo que más le agradaba del mundo, prefería eso a estar las veinticuatro horas del día encerrada entre aquellos muros. Cualquier parque que encontraba significaba para ella libertad, y era en uno de ellos en donde se encontraba en ese instante. Poca era la gente que paseaba por los parques una vez anochecía y eso le daba la facilidad de moverse sin ser vista, pues de lo contrario podría meterse en un lío.

Era una pena tan solo poder visitar las zonas verdes de París una vez anochecía pues perdía el encanto de las flores abiertas, luciendo sus colores, el olor no era el mismo cuando era la luna y no el sol quien lo alumbraba… pero de todas maneras decidió tomar asiento en uno de los bancos un momento antes de regresar a Notre Dame. Sin embargo esa noche no estaba sola, un joven había ocupado el banco en que ella solía sentarse y tuvo que reaccinar a tiempo para no sentarse junto a él habiendo tantos libres por allí. -Lo lamento-, se disculpó al casi caer sobre él, -la costumbre…-, se encogió de hombros y con una tímida sonrisa se alejó de él, nerviosa como hacía tiempo no estaba, por el simple hecho de encontrarse a solas con un joven sin haber nadie al cuidado de la situación.
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Mensaje por Lucien Danmark Miér Abr 27, 2016 6:32 am

Un rasgo característico de Lucien era que siempre tenía alguna que otra pluma aunque fuera pequeña o en su pelo o en su ropa. Se pasaba la mayor parte del tiempo sobrevolando la ciudad parisina y con su ojo certero iba seleccionando y avistando posibles víctimas. Aúnque siempre mataba por encargo, era difícil de contactar con él y otras veces simplemente lo hacía por desquitarse. No se trataba de una persona enorme y fuerte, sino que además de la fortaleza y la agilidad, el punto fuerte de Lucien era la preparación mental que poseía. Básicamente todo el mundo podía adquirir la destreza de luchar, de muscularse y ser un gran y eficiente boxeador. Pero Lucien fue entrenado desde pequeño en las artes marciales orientales que sobre todo barajaban la agilidad el sigilo, por tanto. La ventaja era mucho mayor en él al poseer el don de convertirse en un ave. No sólo su ojo captaba más allá de lo humano, sino que todos sus sentidos estaban en armonía con ese otro y le capacitaban para su trabajo. Además de que su personalidad era difícil de tratar, poco convencional para la época y sociedad a la que pertenecía pero supongo, que de su madre aprendió a tener una lengua tan afilada como las armas que usaba para cazar a las personas.

Solía volar por las noches, sobrevolaba las zonas abiertas de París donde era el ave más grande y por el que todos los demás respondían. Era capaz de posarse en cualquier superficie y que todas las demás aves le respetaran, y precisamente por convertirse todos los días en un ave, estaba siempre con plumas. Y como cada noche él salía, una chica lo hacía también. Y Lucien que se prestaba de tener un buen ojo para las chicas, esta vez decidió seguirla, sobrevolando y espirando el refugio en el que se encontraba aquel ángel, nada menos que custodiado por Dios. Ironía, pues odiaba a Dios, a la figura y la iglesia que construyó alrededor de él. De hecho si tuviera que elegir un bando, elegiría el del demonio, al igual que su madre. Y por eso se dedica a lo que se dedica y no a otra cosa. Porque tiene una férrea convicción de que sus actos no serán condenables por nadie que no sea el mismo. Y Lucien la siguió cada noche y la observaba desde lo alto de los árboles de los parques, viendo lo poco ortodoxo y la rebeldía que mostraba aquella mujer al escapar todas las noches. Como un pájaro enjaulado que ansía la libertad, pero este pajarillo estaba encerrado, enclaustrada ética y físicamente por Dios. Así que, debido a su aburrimiento, Lucien pensó que no podía dejar que esa injusticia sucediera, aquella mujer no había decidido la vida que llevaba porque escapaba cada noche así que después de estar convencido de esa conclusión, Lucien usurpó el banco siempre frecuentado por el ángel alado por las noches y en silencio escuchó aquella sutil y vergonzosa disculpa. Lucien carraspeó y se puso en pie, con la mejor de sus sonrisas y le cedió el asiento- Lo sé. Pero no tienes porque irte, podemos compartir este asiento. No tengo reparo en conocer a alguien nuevo. Y tú no deberías andar a hurtadillas en un parque sola- le objetó- Bien, a estas alturas creo que deberíamos presentarnos, porque yo se algo de ti y tu no tienes ni idea de quién soy yo. Mi nombre es Lucien Danmark- se presentó aun manteniendo las distancias sin beso de cortesía pero manteniendo la sonrisa- Y tú eres la hermana Eva y ahora que ambos nos conocemos te diré. Que soy una persona bastante buena guardando secretos Eva, y no me habría fijado en una mujer como tú si no viera que es realmente raro- y habló en viva voz mirando alrededor, como si diera un discurso en un lugar que bien sabía que estaban solos- Que una hermana de la caridad se escape cada noche para meditar y pasear por París. Porque es peligroso- hizo una mueca de seguridad- Pero es tu noche de suerte, porque estás en tu lugar favorito conociendo a una persona que cree que todas las personas deben ser libres de escoger, y no me gusta absolutamente nada, verte encerrada. En la clandestinidad buscando un momento a solas- le dijo con la mano en el pecho, dando a entender que sus palabras eran solemnes- No sabía cómo presentarme ante ti, pero tenemos esto en común- dijo poniendo los ojos en blanco y mirando hacia arriba refiriéndose al parque- Corrígeme si me equivoco. Te dedicas a Dios y no por elección propia…¿verdad?- preguntó con la única afinidad de sembrar la duda en Eva, sobre cómo y por qué elegir aquella vida- Pues yo quiero ayudarte a tener elección sobre tu vida- le dijo y la contempló sabiendo que una chica tan menuda y solitaria como ella, tan callada y reservada ante tanta expresividad y efusividad se sentiría incómoda por muchos y diversos aspectos. Primero porque un desconocido la haya seguido en su trayecto por París todas las noches y fuera conocedor de su secreto. Lo cual podría meterla en un lío. Sabía su nombre y pocas personas conocían aquello y querría saber cómo y por tercer y último lugar, no se podía fiar de alguien así de buenas a primeras, pero todo lo que decía posiblemente era tan real, como que ambos estaban cara a cara en un parque de noche en París.

Buenas noches Eva, bienvenida a la cruda y dura realidad del mundo. El ser humano jamás está solo, jamás puede desaparecer a no ser que le persiga la muerte, y hoy había conocido a uno de sus heraldos. Tan sonriente y vivaracho como siempre dispuesto a cambiar y poner patas arriba la vida de aquella mujer al servicio de Dios.
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Mensaje por Viviane Clayton Miér Mayo 25, 2016 4:04 am

Achicó los ojos para poder ver bien el rostro del joven, las luces exteriores al parque le daban frontalmente sobre los ojos y no fue hasta que este avanzó que pudo ver bien a Lucien. La sensación no fue agradable para ella, algo en su interior clamaba por salir de allí lo más deprisa que pudiera pero este comenzó a hablar y hubiera resultado descortés cortarle en plena presentación por lo que hizo acopio de valor y se quedó estática escuchando aquella perorata. Cuanto más hablaba más dudas y más temor sentía aumentar en su mente, sabía cosas de ella que no debería ya que ella no le había visto jamás ni siquiera en la catedral rezando o admirando la majestuosidad de sus muros. ¿Cómo sabía quién era? ¿Cómo conocía el secreto de sus escapadas nocturnas? No tenía sentido y por más vueltas que le daba a su cabeza cada respuesta era más absurda que la anterior.

-Disculpeme, pero, ¿cómo sabemi nombre o mis retinas?-, negarlo sería como darle pie a que siguiera hablando de ella para demostrarle su conocimiento sobre la vida que llevaba y no era eso lo que deseaba por lo que simplemente aceptó lo que Lucien decía de una manera indirecta. Sabía lo que le hubieran dicho las monjas y curas que vivían con ella y la tutelaban, le avisarían sobre la presencia del mal en ese joven, los hombres como él siempre llevaban el pecado a mujeres puras como decían que ella era. Su fragilidad quizás era solo apariencia, pues en su interior residía un corazón fuerte y una entereza de la que pocas jóvenes podían presumir, pero sí pecaba de ilusa y romántica empedernida, soñaba con aventuras y la vivencia de los amores de esas obras que tanto gustaba leer…

-Yo… creo que será mejor que le deje disfrutar de la noche y la tranquilidad del parque. Debería regresar antes de que me echen de menos y avisen a la policía-, y eso era lo mejor que se la había ocurrido. De estar realmente en peligro y ser Lucien un asesino o querer hacerla daño con esas palabras tendría un motivo más para hacer con ella lo que deseara sin que nadie lo supiera. Solos como estaban, a esas horas de la noche, en un parque a oscuras… ¡Bravo Eva! Anunciando que le tienes miedo a un desconocido que sabe todo de ti. Bajó la mirada avergonzada consigo misma y las mejillas tan cargadas en sangre que parecía llevar maquillaje. Salir corriendo tampoco era una opción, si bien era cierto que conocía aquel parque a la perfección, sus faldones acabarían por hacerla tropezar y el cambiante tenía un cuerpo atlético. De nuevo en una encrucijada, en una en la que no estaría si obedeciera las normas que se le habían impuesto en Notre Dame.  -¿Qué quiere de mi Monsieur Danmark?-, esa era la salida. Debía conocer los motivos que le habían llevado hasta ella, saber cuál era el origen de todo y haberla escogido esa noche para asaltarla habiendo miles de féminas más en París y muchas de ellas dispuestas a todo por unos francos. -No le conozco y es imposible que haya hecho nada para llamar su atención pues mi vida le pertenece a Dios-, dicho esto se santiguó. Necesitaba hacerlo desde hacía rato, se sentiría más arropada por él tras aquella cruz imaginaria sobre su pecho. ¿Sería realmente Lucien un hijo de Lucifer? Las tentaciones amenazaban los días de paz con pequeños detalles y ofrecimientos, ella así lo veía por el momento aunque no se podía negar que el atractivo de Lucien era notable.

No había tenido una sola historia romántica en su vida. Eva Séraphine había pasado de ser una niña, la pequeña de la familia a pertenecer a otra, la de Dios y sus clérigos. Entre una y otra jamás había podido hacer lo que ella deseaba, no había tenido voz ni voto en su propia vida y por más que luchara por ocultarlo su pecho clamaba por aunque fuera un poco de felicidad. Siempre atada a los designios de los demás, intentando complacer a quienes la rodeaban, y tan solo sacando a relucir su rebeldía en momentos como aquel en que se escapaba por la noche para regresar antes de que se hiciera el recuento en la catedral para el desayuno. Un suspiro pesado escapó de sus labios, Lucien –muy a su pesar- conocía los pesares de Eva y lo más sencillo parecía ceder ante tal ofrecimiento, pero ¿le estaría dando así la espalda a Dios? No deseaba tan cosa, amaba a Dios, quizás no como para vivir encerrada en un convento o catedral, pero sabía que su fe estaba demasiado fijada en su vida como para caer en las manos del caído. Miró nuevamente el rostro ajeno, en otro tiempo, en otra vida quizás hubiera podido soñar con ser cortejada, con casarse y tener hijos… Pero no era ese el designio de su vida.
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Viviane Clayton
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