AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Resurrection || Privado
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Resurrection || Privado
El silencio no es ausencia.
La oscuridad se derrite sobre cuatro retraídos muros, devorando la escaza luz que penetra por las rendijas de aquella ventanilla en lo alto de la esquina. Un insignificante respirador que servía como portal al exterior para que los muertos pudiesen observar desde la putrefacción de su entierro, la vida pasar sin ellos. El mundo puede seguir girando, los hombres continúan bebiendo, fornicando y asesinando. Las mujeres perpetúan su cadencioso ritmo y vanidad. A nadie le importa quien perece en catacumbas, nichos o mausoleos, para todos ellos, los seres que yacen en el cementerio nunca existieron.
Acostumbrada a la penumbra en el interior de la cripta, sus pupilas se contrajeron a causa de la luz que filtró por la puerta. Su tranquilidad fue mermada. Poco a poco, sus sentidos se enfocaron en el cuerpo que atravesó el umbral, una figura de altura intimidante, rostro perfecto y mirada avasalladora, maldita. Los colmillos que se desfundaron de las fauces, fueron acompañados por la sádica sonrisa perfilada, que en sus memorias, había soñado tiempo atrás. No pudo reconocer la expresión de su rostro, pero si encontró significado al silencio sepulcral que se desprendía del aura perversa que él poseía. No cruzaron ninguna palabra, pero bastó con encontrar sus miradas para comprender el pacto satánico que ambos ejecutaban. Era un vals, un tango, un sacrificio. Era todo y al mismo tiempo era nada, sólo silencio entre ellos.
Las manos ajenas se deslizaron por la coronilla de su cabeza, acariciaron cada rincón y limpiaron las impurezas que el polvo dejó en sus enmarañados cabellos. Los carnosos y envidiables labios del vampiro, besaron y sesgaron cada herida que permaneció en su piel. Y lentamente, el significativo despojo al que Von Fanel fue resumida, fue reparado por el hombre que le ofreció eternidad. Sólo él tenía la capacidad suficiente para hacerle regresar, sólo él poseía la habilidad para despertarle de su letargo, sonreír y ofrecerle nuevamente su abrazo. La tierra se estremeció.
-Dame permiso, sólo ordénamelo y acabaré con esto.- Lejos de ser una petición, las palabras de Hela sonaron a exigencia. Necesitaba que se le otorgarse la libertad para desatar el infierno sobre Paris. Acudir a los rincones más recónditos para hacer sucumbir al valiente y desquebrajar al más fuerte. Tan sólo un permiso para esparcir su peste y exterminar a todo el pueblo. Sin embargo, aunque su sed fuese colosal y sus deseos alimentaran el ego de su padre, aún debía aprender a ser paciente. Le fue negada la aniquilación en su totalidad, más no se le dijo, que no podía comenzar.
Cargando consigo a un solo jinete de los cuatro, escapó de la mansión para dar inicio a su propio apocalipsis. Guerra era su nombre.
La catedral explotó en una de las torres, los sacerdotes salieron escandalizados por el horror al fuego. Las hermanas huyeron hacia los refugios, y los soldados que se escondían en el interior de los pasadizos, trataron formaron filas para iniciar la defensa del recinto. Creyeron que se había tratado de vandalismo, sin embargo, la insignia marcada en el ala oeste del edificio les hizo saber, que alguien los había obligado a salir. Tan sólo un abstracto perfil del caballo rojo que identifica al primer sello.
En las lejanías de la escena, la carcajada siniestra de Hela resonó a través del viento para perderse más allá del tenebroso horizonte. Las llamas de la catedral crispaban al son de su respiración, y las lenguas de fuego parecían ser alimentadas por el odio y entusiasmo que se leía en los ojos de la mujerzuela. Realmente estaba disfrutando de su apresurada travesura, sin embargo, un fuerte hedor proveniente del Theatre des Vampires, clamó su atención. Agazapada en el tejado de una mansión abandonada, saltó de una albardilla a otra, arrastrándose sobre los techos cual demonio sin alas hasta llegar a las puertas del maldito teatro.
Sin espectadores, sin ninguna presentación más que la inmundicia y soledad. Al igual que en su sepulcro, el silencio reinaba. Parecía estar completamente sola en aquel lugar, sin embargo, estaba completamente de acuerdo con que el silencio no significa ausencia, por el contrario, podría ser una treta. –Hace falta un poco de luz- Musitó comenzando a crear una ilusión dentro de su cabeza donde las llamas del infierno devoraban cada cortina escarlata y ataúd que se escondían en sus entrañas. Y con él, todos sus residentes.
Acostumbrada a la penumbra en el interior de la cripta, sus pupilas se contrajeron a causa de la luz que filtró por la puerta. Su tranquilidad fue mermada. Poco a poco, sus sentidos se enfocaron en el cuerpo que atravesó el umbral, una figura de altura intimidante, rostro perfecto y mirada avasalladora, maldita. Los colmillos que se desfundaron de las fauces, fueron acompañados por la sádica sonrisa perfilada, que en sus memorias, había soñado tiempo atrás. No pudo reconocer la expresión de su rostro, pero si encontró significado al silencio sepulcral que se desprendía del aura perversa que él poseía. No cruzaron ninguna palabra, pero bastó con encontrar sus miradas para comprender el pacto satánico que ambos ejecutaban. Era un vals, un tango, un sacrificio. Era todo y al mismo tiempo era nada, sólo silencio entre ellos.
Las manos ajenas se deslizaron por la coronilla de su cabeza, acariciaron cada rincón y limpiaron las impurezas que el polvo dejó en sus enmarañados cabellos. Los carnosos y envidiables labios del vampiro, besaron y sesgaron cada herida que permaneció en su piel. Y lentamente, el significativo despojo al que Von Fanel fue resumida, fue reparado por el hombre que le ofreció eternidad. Sólo él tenía la capacidad suficiente para hacerle regresar, sólo él poseía la habilidad para despertarle de su letargo, sonreír y ofrecerle nuevamente su abrazo. La tierra se estremeció.
-Dame permiso, sólo ordénamelo y acabaré con esto.- Lejos de ser una petición, las palabras de Hela sonaron a exigencia. Necesitaba que se le otorgarse la libertad para desatar el infierno sobre Paris. Acudir a los rincones más recónditos para hacer sucumbir al valiente y desquebrajar al más fuerte. Tan sólo un permiso para esparcir su peste y exterminar a todo el pueblo. Sin embargo, aunque su sed fuese colosal y sus deseos alimentaran el ego de su padre, aún debía aprender a ser paciente. Le fue negada la aniquilación en su totalidad, más no se le dijo, que no podía comenzar.
Cargando consigo a un solo jinete de los cuatro, escapó de la mansión para dar inicio a su propio apocalipsis. Guerra era su nombre.
La catedral explotó en una de las torres, los sacerdotes salieron escandalizados por el horror al fuego. Las hermanas huyeron hacia los refugios, y los soldados que se escondían en el interior de los pasadizos, trataron formaron filas para iniciar la defensa del recinto. Creyeron que se había tratado de vandalismo, sin embargo, la insignia marcada en el ala oeste del edificio les hizo saber, que alguien los había obligado a salir. Tan sólo un abstracto perfil del caballo rojo que identifica al primer sello.
En las lejanías de la escena, la carcajada siniestra de Hela resonó a través del viento para perderse más allá del tenebroso horizonte. Las llamas de la catedral crispaban al son de su respiración, y las lenguas de fuego parecían ser alimentadas por el odio y entusiasmo que se leía en los ojos de la mujerzuela. Realmente estaba disfrutando de su apresurada travesura, sin embargo, un fuerte hedor proveniente del Theatre des Vampires, clamó su atención. Agazapada en el tejado de una mansión abandonada, saltó de una albardilla a otra, arrastrándose sobre los techos cual demonio sin alas hasta llegar a las puertas del maldito teatro.
Sin espectadores, sin ninguna presentación más que la inmundicia y soledad. Al igual que en su sepulcro, el silencio reinaba. Parecía estar completamente sola en aquel lugar, sin embargo, estaba completamente de acuerdo con que el silencio no significa ausencia, por el contrario, podría ser una treta. –Hace falta un poco de luz- Musitó comenzando a crear una ilusión dentro de su cabeza donde las llamas del infierno devoraban cada cortina escarlata y ataúd que se escondían en sus entrañas. Y con él, todos sus residentes.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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Re: Resurrection || Privado
Era común para un conde, recibir invitaciones para magnánimos e importantes eventos sociales. La crema y nata de la sociedad, podía encontrar un sinnúmero de excusas para abrir sus salones y competir entre sí, por ser los mejores anfitriones y tener, por supuesto, el placer de contar con la distinguida presencia de algunos miembros de la realeza. Lucern, era conocido por su falta de interés en esos asuntos. Eso no evitaba, sin embargo, que las invitaciones continuasen llegando. De vez en cuando, al conde le gustaba aparecer en dichas reuniones para causar fulgor. Cuando su mirada se detuvo sobre la bandeja de plata donde estaban apiladas, no fue la idea de sorprender a su público, lo que le llevó a remover los sobres. Una tarjeta destacaba entre todas, por su tamaño y color. La conocía perfectamente. Había entregado algunas de ellas de manera personal. Llevaba incluso un par consigo, en su bolsillo. ¡¿Quién demonios se atrevía a invitarlo a una función en su propio teatro?! Le parecía absurdo y una broma de mal gusto. Cuando la cogió entre sus dedos, nada parecía haber de diferente. Se podía leer el nombre Théåtre Des Vampires, la dirección y la hora en que daría inicio la presentación. Al teatro, sólo se asistía por invitación, pero cualquiera en su mundo, sabía que él era el dueño. ¿Por qué alguien se arriesgaría a citarlo en uno de sus negocios? Debían de creer que lo que tenían entre manos, era lo suficientemente valioso como para actuar con arrogancia. Confirmó sus sospechas, cuando giró la tarjeta y leyó. Los bastardos, porque esperaba que fuera más de uno o se sentiría doblemente molesto, habían encontrado una pieza valiosa de su colección de pinturas. Sabía cuál era, sin que éstos lo especificaran en las líneas. Sólo un cuadro, había sido separado del resto. Mientras que todas sus posesiones, habían sido embaladas para enviar a la isla de Wight en Inglaterra y desaparecido durante el trayecto, aquélla había tenido un destino diferente. Después de todo, él había decidido instalarse una temporada en Hungría, donde casi encuentra la verdadera muerte, a causa de la misma mujer que habían retratado para él. Siempre destacado por sus excentricidades y por su pasión al arte, su colección mostraba a sus amantes en posiciones eróticas. La que hicieran de Lorraine, no era diferente, excepto porque en esa ocasión, habían sido retratados los dos. Si bien daba la espalda al pintor y su rostro no aparecía, quería el cuadro de vuelta. ¡Era suyo! Había pagado una jodida fortuna al artista pero, más importante, quería ver el éxtasis en su rostro, una última vez, antes de destruirla. Ella, había portado también una máscara durante el juego, al igual que él, pero eso no la redimía de culpas. Mientras las luces se apagaban, primero en los palcos y luego a lo largo de las paredes de la plata baja, el conde se dirigió hacia las catacumbas. Allí, tendría lugar la cita.
Tres vampiros, vestidos elegantemente, aguardaban su llegada. Tendrían entre doscientos y trecientos años desde que los convirtieran. Saboreó el nerviosismo que provenía de uno de ellos. Su mirada recorrió el lugar, pero no encontró el maldito cuadro. Ellos parecieron notar su rabia porque inmediatamente, la tensión irradió de sus cuerpos y empezaron a hablar. – No lo hemos traído con nosotros, conde. Es nuestra garantía. Nunca lo encontrará por su cuenta si decide traicionarnos. – Fueron esas últimas palabras, las que sellaron su destino. Antes de que pudiesen prever lo que haría, Lucern había rodeado a uno por la espalda, cogido por la cabeza y hecho presión hasta separársela. La sangre salió a borbotones, cubriendo su rostro por completo y bañado su camisa blanca. – Mala elección de color para esta reunión. – Farfulló con irritación, dejando caer la cabeza inerte. Se tomó un momento para lamer la sangre de sus dedos, como si la posición que tomasen los otros no le importase. – Preferiría no perderme la función. – Gruñó, enarcando una ceja ante la evaluación de los daños en su vestimenta. No es que le interesase lo que los demás pensasen. Era un teatro de vampiros, maldita sea, sin duda cualquiera podía creer lo que le placía. Sus palabras, tuvieron el efecto deseado, pues la ilusión que había tejido sobre el lugar al ingresar, ocultando cualquier presencia de su clan, actores y público; se deshizo. Cancelar una presentación, porque un par de idiotas lo había solicitado para negociar, nunca formó parte de sus plan. Habría sido darle mucha importancia a quiénes, claramente, no lo merecían. Además, siempre tendría otros métodos para tratar con los mortales, que se dejaban embelesar por lo que ocurría en el escenario, o fuera de éste, si se daba el caso. Sin su poder concentrándose en otra parte, Lucern jugó a crear otras dos versiones de sí mismo. Sería difícil para un vampiro que no manejaba esa habilidad, reconocer a los condes falsos. Si no hubiese sido por el sonido de esa voz, que conocía perfectamente, se habría quedado para bailar el vals de la muerte con sus invitados. Desapareció, dejando atrás a sus versiones. Si se alejaba lo suficiente, el efecto desaparecería, pero esperaba no tener que hacerlo. Estaba cerca, podía sentirla, saborearla, olerla. ¡Se suponía que estaba muerta! Que se atreviesen a mentirle, le jodía de mil maneras. Cuando sus orbes azules, cargados de intensidad y odio, se posaron en la espalda de ella; el conde no podía creer la magnitud de su suerte. No tenía al cuadro en su poder, pero sí a la mujer que figuraba en éste. Su lengua envolvió uno de sus colmillos, un segundo antes de que su voz resonara por las catacumbas. – Tal parece que te has perdido. Los palcos, están en la otra dirección. – Se acercó a ella, devorando el espacio que los separaba con grandes zancadas. – Pero ya es muy tarde para volver, así que te daré un recorrido por el lugar. También te mostraré, dónde descansarás por la eternidad. – Uno de los castigos que más disfrutaba dar, era encerrarlos en un ataúd y enterrarlos. Allí, en cambio, pasaban a formar parte de las paredes. Con su pecho sobre la espalda de la fémina, acarició la mejilla con el dorso de su mano. – ¿No es irónico éste afán nuestro de volver de entre los muertos, Ágatha? – Porque lo era. Se suponía que él, hacía dos años, había sido estacado.
Tres vampiros, vestidos elegantemente, aguardaban su llegada. Tendrían entre doscientos y trecientos años desde que los convirtieran. Saboreó el nerviosismo que provenía de uno de ellos. Su mirada recorrió el lugar, pero no encontró el maldito cuadro. Ellos parecieron notar su rabia porque inmediatamente, la tensión irradió de sus cuerpos y empezaron a hablar. – No lo hemos traído con nosotros, conde. Es nuestra garantía. Nunca lo encontrará por su cuenta si decide traicionarnos. – Fueron esas últimas palabras, las que sellaron su destino. Antes de que pudiesen prever lo que haría, Lucern había rodeado a uno por la espalda, cogido por la cabeza y hecho presión hasta separársela. La sangre salió a borbotones, cubriendo su rostro por completo y bañado su camisa blanca. – Mala elección de color para esta reunión. – Farfulló con irritación, dejando caer la cabeza inerte. Se tomó un momento para lamer la sangre de sus dedos, como si la posición que tomasen los otros no le importase. – Preferiría no perderme la función. – Gruñó, enarcando una ceja ante la evaluación de los daños en su vestimenta. No es que le interesase lo que los demás pensasen. Era un teatro de vampiros, maldita sea, sin duda cualquiera podía creer lo que le placía. Sus palabras, tuvieron el efecto deseado, pues la ilusión que había tejido sobre el lugar al ingresar, ocultando cualquier presencia de su clan, actores y público; se deshizo. Cancelar una presentación, porque un par de idiotas lo había solicitado para negociar, nunca formó parte de sus plan. Habría sido darle mucha importancia a quiénes, claramente, no lo merecían. Además, siempre tendría otros métodos para tratar con los mortales, que se dejaban embelesar por lo que ocurría en el escenario, o fuera de éste, si se daba el caso. Sin su poder concentrándose en otra parte, Lucern jugó a crear otras dos versiones de sí mismo. Sería difícil para un vampiro que no manejaba esa habilidad, reconocer a los condes falsos. Si no hubiese sido por el sonido de esa voz, que conocía perfectamente, se habría quedado para bailar el vals de la muerte con sus invitados. Desapareció, dejando atrás a sus versiones. Si se alejaba lo suficiente, el efecto desaparecería, pero esperaba no tener que hacerlo. Estaba cerca, podía sentirla, saborearla, olerla. ¡Se suponía que estaba muerta! Que se atreviesen a mentirle, le jodía de mil maneras. Cuando sus orbes azules, cargados de intensidad y odio, se posaron en la espalda de ella; el conde no podía creer la magnitud de su suerte. No tenía al cuadro en su poder, pero sí a la mujer que figuraba en éste. Su lengua envolvió uno de sus colmillos, un segundo antes de que su voz resonara por las catacumbas. – Tal parece que te has perdido. Los palcos, están en la otra dirección. – Se acercó a ella, devorando el espacio que los separaba con grandes zancadas. – Pero ya es muy tarde para volver, así que te daré un recorrido por el lugar. También te mostraré, dónde descansarás por la eternidad. – Uno de los castigos que más disfrutaba dar, era encerrarlos en un ataúd y enterrarlos. Allí, en cambio, pasaban a formar parte de las paredes. Con su pecho sobre la espalda de la fémina, acarició la mejilla con el dorso de su mano. – ¿No es irónico éste afán nuestro de volver de entre los muertos, Ágatha? – Porque lo era. Se suponía que él, hacía dos años, había sido estacado.
Tarik Pattakie- Vampiro/Realeza
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Re: Resurrection || Privado
Vigorosamente, las cortinas de seda fueron desgarradas. El fuego consumía todo a su paso, desde los elegantes e imponentes pedestales, hasta las víctimas que, atarantadas por el humo, deseaban escaparr del siniestro. La catástrofe se asomaba por las ventanillas, burlando la seguridad del recinto, mofándose de su existencia perecedera, sintiéndose diosa inmortal y elevándose majestuosa sobre los vestigios. Sin embargo, incrédula y fantasiosa, nunca creyó que había alguien más detrás de ella, una criatura que observó su nacimiento, la misma esencia que lo invocó todo. Hela, era su nombre.
En sus labios se fraguó su característica sonrisa, misma que fue mermada por el escándalo de terceros. Hombres cuyo afán y visita no era molestar a la dama, y sin pretenderlo, lo consiguieron. Los pesados parpados de sus ojos se abrieron, y al hacerlo, el espejismo creado dentro de su cabeza se desmoronó por completo. Hubiese deseado adquirir junto a la eternidad, aquella magia poderosa que se rinde a las ilusiones del titiritero para crear nuevos mundos, no obstante, lo único que podía hacer a cambio era apoderarse de los pensamientos y obtener el control de sus acciones. Banalidades, según lo creía. La carrera de un neófito no mayor a Hela, capturó su atención. Lo persiguió con la mirada hasta el punto en que lo atrapó por completo. No, no había puesto a juicio su poder del dominio, es sólo que, esa mujer frente a él, era idéntica a un demonio ilustrado en pintura. El hombre no pudo pronunciar palabra alguna, pues esa beldad que poseía la hembra le cegó al instante. La bruja hurgó en su mente para conocer la causa del desvarío, el nombre al que le teme tanto y por el cual huía. Al ver ese rostro, se estremeció.
La cantidad de imágenes borrascosas, sangrientas y desvariadas, que golpeó su mente, era inverosímil. Como si se encontrase en un maldito laberinto sin salida, en la entrada del infierno o en la boca del mismísimo demonio. Podía sentir como era mascullada entre un montón de peste. Aún así, su cuerpo no se inmutó. Intentaba, en su lugar, encontrar la causa a su pesadilla, recordar la voz que le estremecía, darle una jodida identidad a ese par de orbes azules. Justo cuando creyó rendirse al atemorizante sopor, alguien detrás de ella habló.
Las pupilas se ennegrecieron y su sonrisa volvió a emerger desde las profundidades del averno. –Lucern Ralph- Susurró. El sonido de su voz fue extinto. Sólo un oído agudizado como el que poseía el conde, pudo haberle escuchado. El nombre no fue pronunciado con miedo, con acusación o inseguridad alguna, por el contrario, la satisfacción con la que lo dijo, fue tal, que sólo garantizaba una cosa. Lo recordaba.
Aspiró profundamente, el perfume que de él emanaba, podría embriagar a un país entero, pero no a ella, nunca más a ella. Sus piernas flaquearon al sentir el rose de la piel ajena en la propia. Ojalá fuese por libido, pero la verdad estaba demasiado alejada de eso. “¿Garganta? ¿Abdomen? ¿Pelvis?” Cuestionaba internamente los puntos en donde su mano podría enterrarse con facilidad y causar el mayor de los males. Desechó el pensamiento al instante. Se giró de golpe para encontrarse con la frialdad del conde. Un rostro inescrutable sólo proporcional a la indiferencia que ella irradiaba por cada poro de su piel. Algo en su interior, le impulsó a responder. Después de todo, aún era una mujer diplomática. –No me resulta irónico, es ventajoso- Respondió alejándose de él y desviando la mirada hasta el hombre que los observaba desde atrás. Asintió. Respondía a una pregunta no pronunciada. –Además no importa; se dice que la tercera es la vencida- Sonrió. No estaba de acuerdo, el tercer jinete, no es la muerte. –¿Dime algo, en verdad guardaste un rincón de tu preciado teatro sólo para mí?- Preguntó haciendo alusión al amenazador comentario de Lucern sobre su descanso eterno. Hace tiempo fue ella quien intentó darle caza, y terminaron revolcándose por cada rincón del bosque y la laguna. ¿Ocurriría lo mismo en el teatro? Gruñó por debajo. –Esa es tu ironía, querer obtener lo que no te pertenece- Sentenció. –Ataca- Ordenó. Lo imperativo de voz reverberó en el cerebro del neófito. Su pose cambió, sus colmillos se desenfundaron y, sin control sobre sus propias acciones, se abalanzó sobre el conde. La persuasión de Hela nunca falla, tal vez el conde debería cuestionarse si lo sintió por ella fue real o tan sólo una manipulación de la excondesa o quizá quien debería de preguntárselo era ella.
En sus labios se fraguó su característica sonrisa, misma que fue mermada por el escándalo de terceros. Hombres cuyo afán y visita no era molestar a la dama, y sin pretenderlo, lo consiguieron. Los pesados parpados de sus ojos se abrieron, y al hacerlo, el espejismo creado dentro de su cabeza se desmoronó por completo. Hubiese deseado adquirir junto a la eternidad, aquella magia poderosa que se rinde a las ilusiones del titiritero para crear nuevos mundos, no obstante, lo único que podía hacer a cambio era apoderarse de los pensamientos y obtener el control de sus acciones. Banalidades, según lo creía. La carrera de un neófito no mayor a Hela, capturó su atención. Lo persiguió con la mirada hasta el punto en que lo atrapó por completo. No, no había puesto a juicio su poder del dominio, es sólo que, esa mujer frente a él, era idéntica a un demonio ilustrado en pintura. El hombre no pudo pronunciar palabra alguna, pues esa beldad que poseía la hembra le cegó al instante. La bruja hurgó en su mente para conocer la causa del desvarío, el nombre al que le teme tanto y por el cual huía. Al ver ese rostro, se estremeció.
La cantidad de imágenes borrascosas, sangrientas y desvariadas, que golpeó su mente, era inverosímil. Como si se encontrase en un maldito laberinto sin salida, en la entrada del infierno o en la boca del mismísimo demonio. Podía sentir como era mascullada entre un montón de peste. Aún así, su cuerpo no se inmutó. Intentaba, en su lugar, encontrar la causa a su pesadilla, recordar la voz que le estremecía, darle una jodida identidad a ese par de orbes azules. Justo cuando creyó rendirse al atemorizante sopor, alguien detrás de ella habló.
Las pupilas se ennegrecieron y su sonrisa volvió a emerger desde las profundidades del averno. –Lucern Ralph- Susurró. El sonido de su voz fue extinto. Sólo un oído agudizado como el que poseía el conde, pudo haberle escuchado. El nombre no fue pronunciado con miedo, con acusación o inseguridad alguna, por el contrario, la satisfacción con la que lo dijo, fue tal, que sólo garantizaba una cosa. Lo recordaba.
Aspiró profundamente, el perfume que de él emanaba, podría embriagar a un país entero, pero no a ella, nunca más a ella. Sus piernas flaquearon al sentir el rose de la piel ajena en la propia. Ojalá fuese por libido, pero la verdad estaba demasiado alejada de eso. “¿Garganta? ¿Abdomen? ¿Pelvis?” Cuestionaba internamente los puntos en donde su mano podría enterrarse con facilidad y causar el mayor de los males. Desechó el pensamiento al instante. Se giró de golpe para encontrarse con la frialdad del conde. Un rostro inescrutable sólo proporcional a la indiferencia que ella irradiaba por cada poro de su piel. Algo en su interior, le impulsó a responder. Después de todo, aún era una mujer diplomática. –No me resulta irónico, es ventajoso- Respondió alejándose de él y desviando la mirada hasta el hombre que los observaba desde atrás. Asintió. Respondía a una pregunta no pronunciada. –Además no importa; se dice que la tercera es la vencida- Sonrió. No estaba de acuerdo, el tercer jinete, no es la muerte. –¿Dime algo, en verdad guardaste un rincón de tu preciado teatro sólo para mí?- Preguntó haciendo alusión al amenazador comentario de Lucern sobre su descanso eterno. Hace tiempo fue ella quien intentó darle caza, y terminaron revolcándose por cada rincón del bosque y la laguna. ¿Ocurriría lo mismo en el teatro? Gruñó por debajo. –Esa es tu ironía, querer obtener lo que no te pertenece- Sentenció. –Ataca- Ordenó. Lo imperativo de voz reverberó en el cerebro del neófito. Su pose cambió, sus colmillos se desenfundaron y, sin control sobre sus propias acciones, se abalanzó sobre el conde. La persuasión de Hela nunca falla, tal vez el conde debería cuestionarse si lo sintió por ella fue real o tan sólo una manipulación de la excondesa o quizá quien debería de preguntárselo era ella.
Hela Von Fanel- Vampiro Clase Alta
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