Sangre seca. [Sunshine]

No era en absoluto temprano. O, en absoluto tarde, según se mirase. La madrugada ahogaba a las calles de París con su característica luminosidad lunar. Las ventanas cerradas a cal y canto, con las cortinas a modo de sello de una intimidad tan violable como propia. El eco de los pasos de Benoit podían oírse en la calle paralela, fruto de la auténtica soledad que por allí parecía morar. Y, es que, ¿quién podría atreverse a adentrarse a abrir los muros de su fortaleza, de su resguardo, de su hogar y entrar en aquella selva de asfalto que era la calle nocturna?
A Benoit, desde luego, esto nunca le había producido el más mínimo inconveniente. Procedente de éstos mismos callejones que ahora andaba pisando, conociéndose cada rincón y casi todo lo que mora en cada rincón. Aunque, a pesar de ello, esta noche no se debía al placer aquella caminata nocturna. Eran negocios. Negocios tan ennegrecidos como el cielo, tan poco estrellado, que moraba sobre su ya estropeado sombrero. Para variar, siempre andaba metido aquí y allí; de algo habría qué comer, se decía. Evidentemente se mentía. Benoit hacía tantos trabajos al mes que acababa reuniendo una curiosa suma de dinero, más que de sobra para sobrevivir. Pero claro, si aceptase aquella sensación, casi innata, que le evocaba del interior de su ser…no podría tiznársele de loco, puesto que sería consciente de ella, su locura.
Se enderezó la americana, sacando de la misma un cigarrillo que había liado horas atrás. Colocándoselo sobre sus labios, dirigió su mirada a una de las ventanas. En su interior, a pesar de las horas que eran, se intuía una luz. Se acercó a ella, con poco disimulo, y trató de ver algo más en el interior. Nada, no podía ver nada. Pero sí que empezó a oir algo.

- No puedo creerlo… - Musitó, mientras acoplaba aún más su oreja al cristal frío de la ventana. - ¡No puede ser! – Gritó, entre risas. Lo que llegaba a sus oídos eran gemidos, una pareja yacía en su vivienda contemplando el amor desde cerca y, Benoit, parecía haberles interrumpido.
Asestó un puntapié a la ventana. – Tened cuidado o alguien me encargará que mate a vuestro futuro retoño. – Volvió a gritar, esta vez sin menos risas. Tras el incidente, siguió caminando.

Las calles no dejaban de estar aparentemente vacías, pero Benoit sabía perfectamente que una de las mejores armas que tiene la calle es hacerte creer ver cosas que, en realidad, no son tan ciertas como parecen. Con ojos de gato, andaba y andaba, sin cesar. A un paso calmado, pero sin ninguna pausa, con claras intenciones de llegar a su destino. Hasta que, de pronto, sintió una mirada clavada en su nuca. Era algo propio de Benoit, cuando vives con una soga pegada a tu cuello, desarrollas una especie de sexto sentido en estos ámbitos. Y, esta vez, ese sentido palpitaba más que nunca.

Esa extraña presencia que parecía acecharle sobre sus espaldas desapareció. O, quizás, nunca estuvo. El caso es que Benoit se volteó bruscamente tras casi sentir el aliento de algo o alguien en su nunca y no encontró nada. ¿Qué cojones? Pensó. Algo extraño estaba pasando y eso perturbaba ciertamente al francés. La calle estaba demasiado vacía como para plantearse cualquier posibilidad que a la lógica se aferrase. ¿Se trataría de algo más? No podía saberlo, así que se apresuró en andar más deprisa.

Caminaba y caminaba, a un paso verdaderamente rápido. De vez en cuando, podía por algunas risas, pasos en los tejados, cerca de él. Alguien parecía tenerlo en su objetivo. Preguntarse el por qué era una completa pérdida de tiempo, había una infinidad de posibilidades. Así que ni siquiera se esforzó en buscar el origen de todo aquello, sólo trató de dejar de ser un blanco tan fácil. En un cruce de callejones, giró drásticamente y se adentró de un callejón realmente estrecho. En él, dormían algunos vagabundos, a los que Benoit trató de esquivar saltando entre ellos. Llegó a un punto de inflexión, no había salida en aquel callejón. Pero, sin embargo, el soporte de una de las ventanas cubría la mitad del cuerpo de Benoit, con lo que le daba cierto margen de actuación. Con eso y con los vagabundos haciendo de cruel e inmoral barrera humana podría, al menos, saber quién iba tras de él.

Sin dudarlo más, sacó su pistola, comprobó si estaba cargada y, poco después, sacó su cuchillo grabado con inscripciones hebreas. Agarró la pistola con una mano y, con la otra, el cuchillo para ponerla debajo de la que sujetaba el arma. -Vamos, ven aquí, hijo de puta. – Susurró, de un modo casi imperceptible. ¿Serían todo alucinaciones de Benoit? Pensaba. Podría ser, en cualquier caso, los años de andanzas y fechorías le habían enseñado que es mejor perder tiempo que vida. Así que, sólo se trataba de esperar, o eso creía…

Había decidido aquella noche jugar un poco antes de decantarme por buscar algún pobre desgraciado que fuera mí cena, antes de seguir con el festín y la diversión que podía ofrecerme aquella noche. Aquel humano en particular iba a ser una de esas diversiones, lo tenía demasiado fácil como para hacerle creer que alguien lo estaba siguiendo. Tantos siglos viviendo te daban para practicar y mejoras las habilidades adquiridas tras la muerte. Podía escuchar sus pensamientos incluso desde aquella distancia, meterme en su mente débil y vulnerable no había sido ningún tipo de esfuerzo. Escuchaba lo que pensaba y sonreí, divertida con aquello.

El hecho de que pensara que alguien lo tenía en su punto de mira era algo muy acertado, de verdad, y le reconocí que fuera tan precavido. Otro en su situación quizás habría pensado que estaba algo loco y no se habría preocupado de que sus instintos le estaban dando un aviso, como le estaba pasando a él, advirtiéndole que llevara cuidado porque no era ni lógico ni normal lo que le estaba pasando.

Decidí cuando lo vi meterse al callejón aprovechar que era mucho más sigilosa y silenciosa, y ágil, para subirme al tejado y observarlo desde arriba. La oscuridad de la noche me ayudaría a esconderme y que no pudiera verme, y si lo hacía, tan sólo bastaba para proyectarle algo diferente en su mente y confundirlo para que no supiera lo que había visto en realidad. Me asomé desde arriba, sentada y agachada, camuflándome entre las sombras para observarlo parado al final de aquel callejón sin salida, y sonreí. ¿Qué podía hacer pasar para… asustarlo un poco más?


-Necio humano –susurré divertida, mientras terminaba de dar con lo que iba a hacerle creer a continuación. Llevaba pistola y estaba segura de que el ruido alertaría a mucha gente, así que… no quería llamar la atención de algún cazador o algún inquisidor. Le hice creer que alguien pasaba, como si fuera una sombra, justo por delante del callejón. Lo justo para que él pudiera verlo claramente. Luego esperé unos segundos e hice que la sombra, esta vez, pasara algo más cerca de él, y otra vez más cerca. ¿Qué haría ahora? ¿Huiría, se quedaría? Sólo había una forma de comprobarlo.