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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Vie Mayo 06, 2016 5:11 am

Frente a él solamente había silencio, vacío y oscuridad. ¿Cómo había llegado Ciro a meterse en un teatro abandonado, además recientemente, porque las primeras pisadas en la capa de polvo habían sido suyas? ¡Quién sabía! Él no perdía el tiempo intentando recordarlo, porque no lo consideraba necesario en su particular cordura, que aquella noche parecía brillar con particular énfasis. Así, aunque había desgarrado a la víctima que se había convertido en su cena sin un atisbo de piedad, no había bailado después con el cadáver ni nada parecido: se había limitado a destrozarlo como si lo hubiera atacado un lobo, no él, para cubrirse las espaldas.

¡Cuán extraño resultaba que Ciro prestara atención a su seguridad cuando parecía que ya no le importaba absolutamente nada, o al menos así se comportaba! Pero lo había hecho, tal vez por reminiscencias de su pasado o tal vez porque sabía que si la Inquisición se unía contra él, su Blutrache, venganza de sangre, contra el germánico Fausto, se iría al garete en la hoguera en la que lo quemarían a él. O en la que se convertiría él si lo obligaban a salir al sol, lo cual era otra opción aún más factible que la anterior.

Ciro no tenía ninguna gana de convertirse en fuegos artificiales ni de que lo volvieran una muestra de escarnio público, no por el escarnio, del que se reiría a carcajadas, sino por el dolor que eso le supondría. Y aunque se había habituado al dolor y su cuerpo musculoso mostraba más cicatrices que antes de su encuentro con Fausto, no quería que aquello lo distrajera de su objetivo, que era la venganza de una vez por todas. ¡Cuánta cordura, cuánta lógica en un hombre que había perdido la cabeza por completo! ¿O casi? Porque en ocasiones parecía ser el de antes… o incluso mejor.

Tal era aquella noche, una de esas extrañas ocasiones. En aquel teatro abandonado, alguien no se había preocupado de recoger los trajes de los actores, entre ellos uno que imitaba a la alta sociedad y que, una vez sacudido el polvo, era de alta calidad. Ciro se lo puso casi de broma, pero quizá al sentir la tela sobre su cuerpo o quizá al ver que le encajaba a la perfección, su sonrisa se transformó en una mueca de orgullo ante su reflejo en un cristal partido en cinco trozos diferentes, esparcidos entre el marco y el suelo de madera de aquel vestuario.

Si lo hubiera pensado, tal vez le habría sorprendido encontrar algo de tan alta calidad en un lugar así, pero no lo hizo. Con su nueva adquisición, Ciro se escabulló entre las tablas, se echó el largo pelo hacia atrás y se dirigió hacia el exterior, tenuemente iluminado por la luna y poco más. Aquel barrio, un barrio antaño próspero y muy medieval que se había convertido enseguida en una pocilga, lo recibió con el mismo silencio que el que había estado rodeándolo en el teatro; aquello lo agobió, lo aceleró y lo hizo caminar rápido, sin preocuparse de mecerse en las sombras ni nada mínimamente seguro para él. Aquello fue su error.

Ensimismado en sus pensamientos, no se dio cuenta de que un inquisidor lo seguía hasta que no escuchó el sonido de la flecha de plata rasgando el aire: sólo entonces reaccionó y se apartó, aunque se ganó un rasguño en la mejilla que, por el material del que estaba hecha el arma, tardaría en curársele. Con un gruñido bajo, muy animal, Ciro se puso a la defensiva y se lanzó hacia el pobre ser humano que se había creído demasiado inteligente para él. ¿Cuál fue la sorpresa? Aquel no era un ser humano, sino una persona que había bebido sangre de vampiro, así que eso lo obligaba a ser algo más rápido de lo que sería con un mortal.

Sin inconveniente alguno, Ciro hizo acopio de su fuerza y persiguió al ser, inquisidor por su indumentaria, a través de las calles, hasta llegar incluso a un barrio próspero, aunque con las mismas callejuelas angostas que aquel del que él provenía. Sin despeinarse, acorraló al inquisidor y lo mató con las mismas armas de plata que había intentado usar contra él; gracias a ello, se ganó unas cuantas quemaduras por el metal, que aunque nunca podría matarlo sí lo podía debilitar. En cuanto terminó con el inmundo ser, lo arrojó lejos, cerca de la verja de una de las casas señoriales que se encontraban dispersadas por aquel barrio, bajo la atenta mirada de la dueña de la casa a través de una ventana. Ante ello, Ciro le hizo una pequeña reverencia, le dedicó una sonrisa sardónica y continuó su camino, ignorante momentáneamente de que aquella mujer podía cambiar su realidad de una forma voraz.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Miér Mayo 18, 2016 11:52 pm

Lamentablemente, estaba comenzando a enloquecer.

Me había vuelto una esclava de sangre de vampiro tiempo atrás. Una adicta por necesidad. Y sabía, según lo que me había informado sobre el tema en cuestión, que no tardaría mucho en buscar flujo humano. A raíz de una serie de alteraciones nerviosas, me empezaría a poner desquiciada, como quien no puede parar de fumar y de repente se lo quitan, pasando a intentarlo con un pedazo de papel madera enrollado, que no saciaría nada. Era obvio, precisaba solo la vampírica, la droga del elixir había sido peligrosa desde el inicio, pero siempre había contado con esa peligrosidad en mis cálculos. Sin embargo, nunca había pensado que tardaría en encontrar a un vampiro predispuesto, la situación se había salido de mis manos por completo y los vómitos y coágulos de la enfermedad humana volvían a aparecer. Sí, el efecto que la semi-inmortalidad me había dado, empezaba a desaparecer, y la muerte me corría por detrás con el filo en alto.
Así mismo el dolor y sufrimiento era tan intenso que me podía hacer desmayar. Encontrar un ser en la ciudad era más complicado de lo que creía, aunque había contratado a cazadores e investigadores, ninguno dio con un sobrenatural con deseos de ayudarme. Por supuesto, ellos no necesitaban dinero, por el contrario, tenían más que yo y de no ser así, seguro lo podían robar sin ninguna clase de problemas.

Las preguntas revoloteaban una y otra vez por mi cabeza, ¿cómo sobrevivo ahora? ¿qué tengo que darles para que me den la sangre? La debilidad se notaba en mis venas, en mi cuerpo que volvía a ponerse delgado como una hoja. Famélico.

El sol volvió a salir y a esconderse. Morirme no podía ser una posibilidad, tenía tanto por hacer... La venganza, tantas veces me habían quitado todo, la felicidad era solo un recuerdo fraccionario, irrelevante y escaso. Lo punzante era el pesar, eterno como ningún otro. Los gritos de mi hijo me perseguían junto a la silueta de la mujer que alguna vez había querido.

Suspiré, me encontraba apoyada en el marco de la ventana de mi dormitorio, con los brazos cruzados por sobre el pecho. La templada primavera seguía calando en frío, el invierno recién había doblado a la esquina y las marcas de que estuvo seguían en el arboleado frente a las casas. El barrio, como siempre, parecía tranquilo, no era un lugar donde se habituara a estar la gente, los policías eran pagados por los mismos miembros del vecindario, ahorrándonos problemas entre clases sociales.

Ajusté el batín de gruesa tela, tenía sed, sabía de qué era, pero no podía saciarla, me encontraba con una taza de porcelana. Intentaba darme el calor que necesitaba con té, muchos de ellos, de diferentes hierbas y sabores. Parecían ser literalmente deshechos de caballo. En mi rostro, por supuesto, no se notaba el disgusto y seguía viendo el mundo pasar, al igual que mi vida que volvía a caerse a pedazos.
Para mi sorpresa, un punzado en el estomago me advirtió que un olor exquisito se acercaba, mis colmillos, casi inexistentes y sumamente pequeños, salían como los de un bebé de gato, jadeando, aunque pudiéndolos controlar rápidamente. Al final pude sujetarme la garganta para aminorar los deseos. Mis dedos se acercaron a la perilla de la ventana y la deslicé hacia dentro, buscando que el aroma y la esencia entrara con más potencia, como si buscara cerciorarme de todo. Sentía hambre, me sentía más hambrienta que nunca, con los ojos desesperados y la transpiración sobre mi piel. Una gota de sangre comenzó a caer desde mi nariz, la sentí cuando se deslizó por mi labio.

Un vampiro estaba asesinando terriblemente a un semi-humano, a un inquisidor exactamente, podía distinguirlo en su aura y ropajes, lo estaban destrozando. Pero yo había vivido cosas peores, así que siquiera me inmuté, no al menos hasta el final de la situación. La seguridad pagada estaba por llegar, quizá le tomaría más de dos minutos. Y pensé que estaría tranquila, sin embargo, los ojos del inmortal fueron como pequeñas dagas en mi corazón palpitante que se enterraron hasta convertirme en un feto inviviente. Con la manga de la bata limpié la sangre que caía de mis fosas nasales. Era lo que tenía que pagar por hacer a mi pobre corazón acelerarse. El hombre me recordaba a alguien, a una persona que había escondido en mis recuerdos años atrás.

Por suerte, no era estúpida y sabía, de alguna manera, que ese era el momento indicado para poder salvar mi vida. Mis conexiones no eran muchas, pero sin lugar a dudas eran mejores que las de aquel hombre que despiadadamente acababa de matar a un inquisidor. Le observé reverenciarse, como todo un señor de época y sin poder controlar en absoluto mis impulsos naturales, le sonreí como si en realidad no estuviese a punto de morirse. — Señor, quizá, ¿podría subir a hablar conmigo? Puedo pensar que volverán más como esos y sus heridas parecen graves. — Usualmente, mi habla era intensa, firme y sin titubeos, no obstante, algo o más bien, alguien, había traído a una persona con diferente nombre, a una niña con ánimos de princesa. Esto, inmediatamente se esfumó cuando la realidad cayó sobre mis hombros y el sonido gutural de nuevas personas empezaba a escucharse. Tenía que entrar rápido o quizá, la única opción de salida se esfumaría. Mi mano tembló, era la euforia, el latir de mi cuerpo empezaba a querer suicidarse otra vez y rejunté mi orgullo para mantener el vómito metálico en mi garganta, con el brazo alargado en la ventana, para poder cerrarla con cortinas incluidas tan rápido como los oficiales llegaran. No había manera de que entraran a la casa a esas horas de la noche, sabían por sobre todo que en esa zona había gente de dinero, usualmente, de narices respingadas y humores malditos.
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Mensaje por Invitado Mar Jun 07, 2016 6:07 pm

Partió con indiferencia, con los aires de aquel a quien le da igual que la mismísima Reina de Saba se le pare en delante salvo para apartarla de su camino, e inicialmente no le prestó más atención a la mujer que la que le prestaría a una hormiga como las que pisaba con cada paso. ¡Seres inmundos que no se apartaban de su recorrido! Eso y que Ciro era demasiado indiferente con los inferiores, especialmente si lo eran en tamaño y así no se veía obligado a recordarse cuáles eran los estándares que ahora utilizaba para determinar quién era inferior y quién no. Aquello sería un dolor de cabeza, sobre todo porque cambiaban según su humor, y éste era como el aire: fluía...

Y sus pensamientos, siguiendo una estela semejante, también fluyeron; lo hicieron por derroteros diversos, rojos como la sangre, y hablando de ello Ciro se giró en el momento perfecto para ver cómo aquellos dos hilos como gusanos se le escurrían por las fosas nasales a la, salvo por eso, perfectamente elegante señorita de la ventana. Ciro no mostró ninguna reacción al respecto, salvo quedársele mirando de una forma sumamente descortés si es que a alguien le interesaban los modales; miraba, miraba y volvía a mirar, planteándose si matarla de un salto o saltar y después matarla: tal era la única decisión que estaba contemplando mientras ella, ilusa, temblaba de excitación.

Aunque se encontraran ciertamente enajenados, el vampiro seguía siendo dueño de todos sus recuerdos, y esa era precisamente la clave de la locura: la memoria intacta que mantenía, para su desgracia en la mayoría de las ocasiones. Los comportamientos que él sabía que equivalían a los nervios por lo bueno, diferentes por el temor de la expectativa de lo malo, se correspondían con la actitud de la mujer; estaba excitada, y Ciro ignoraba realmente por qué. Tal vez en otros tiempos, en otro lugar y en otro momento, su yo de antes hubiera asumido que se trataba de él y del efecto de su presencia en el cuerpo de la mujer, pero todo había cambiado, y lo carnal ya no formaba parte de su mundo en absoluto.

Así pues, Ciro no sabía a qué se debía el tembleque: sólo sabía que era algo molesto porque incluso desde aquella distancia escuchaba el castañeteo de los dientes de la mujer, más muerta en vida en apariencia que él mismo, ¡si es que eso era siquiera posible! Y, no iba a mentirse a sí mismo (aquella etapa ya la había pasado: ¡viva la madurez del vampiro, más de dos milenios después hace acto de presencia!): le molestaba sobremanera el sonido de la debilidad de una humana que, ilusamente (o quizá no tanto, sólo que eso él no lo sabía), lo había invitado a dirigirse a su hogar.

Teatral como siempre, pues algunas cosas nunca cambian, Ciro resistió el impulso de llevarse la mano al pecho y, con el rostro arrebolado por la sorpresa, preguntar: ¿es a mí!, cuando obviamente la situación solamente lo invitaba a él al gesto íntimo de penetrar en su hogar, rico y reluciente como ella no lo era. ¿Sería para compensar? Una sonrisa traviesa, en lugar de la teatralidad, se apoderó del rostro del vampiro; con seriedad, mucha más de la que realmente sentía (y de hecho temblaba él también en ocasiones, pero por aguantarse un ataque de risa casi histérica que no venía a cuento), se acercó hasta la puerta de la pequeña mansión donde se encontraba la mujer, y con seguridad y firmeza se dirigió hacia el interior como si no fuera un asesino y ella no lo acabara de contemplar.

A Ciro no le había pasado por alto el detalle de que lo había visto matar, y aun así lo había invitado a subir. No tenía del todo claro si era porque la mujer quería acabar con su propia vida o porque le importaba ya nada lo demás y quería divertirse un rato, saciando su curiosidad por él. Fuera cual fuese el caso, el vampiro había decidido aceptar la invitación misteriosa, no en forma o contenido sino en motivaciones, y con calma subió las escaleras que separaban la parte inferior de la casa con la superior, donde ella se encontraba. Sin embargo, por mucha calma que utilizara, al final terminó llegando, y cuando lo hizo se plantó en el marzo de la puerta, apoyado de forma indolente y sin dejar de mirarla.

Si mis enemigos quisieran, podrían echar la puerta abajo y matarte antes de lo que te cueste parpadear cinco veces. – aseguró, cruzando los brazos sobre el pecho, y aún con su inquisitivamente fría mirada clavada en la de ella, mucho más azul que la suya, algo verdosa, pero infinitamente más joven. – No creo ni que puedas sostenerte en pie mucho rato, y mucho menos alzar un arma. Eres débil, frágil y quebradiza, ¿y me ofreces protección? Deberías buscarte una excusa mejor. – sentenció, aún mirándola, aún perdido en sus pensamientos.

Como un maravilloso ejemplo de su brillantez, a Ciro no se le escapó la ironía de que pese a criticar su manera de hacerlo subir, él había aceptado y se encontraba allí, frente a una mujer de apariencia enferma y pusilánime. No sabía qué demonio se la estaba comiendo por dentro, ni tampoco cuál era la enfermedad que la hacía arder, pero sí sabía que tenía ante sí a una enferma terminal que no sobreviviría demasiado tiempo sin ayuda, y sus instintos le decían que esa ayuda la quería extraer de él, lo cual le provocaba cierta curiosidad. Por eso estaba quedándose, pese a haberle desmontado los argumentos; por eso seguía mirándola, inmóvil, y sin nada en su actitud que pareciera indicar que la iba a atacar. – ¿Por qué me has hecho subir? ¿Qué quieres de mí... Alessa? – inquirió, extrayendo el nombre sin dificultad de la mente de la mujer, y paladeándolo de la forma sibilante en que lo pronunciaría una serpiente.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Lun Jul 04, 2016 11:37 pm

Era como el aire o quizá la neblina, densa y penetrante, escocía las heridas que estaban por dentro mío hasta hacer hervir mi sangre. No era la misma sensación que había tenido alguna vez, tiempo atrás cuando le podía ver caminar en la oscuridad de las calles de la ciudad de manera radiante y con una sonrisa tal, que parecía enamorar todo a su paso. Ahora era más como un repelente de humanidad. Tenía la mirada de quien busca sangre y destrucción. La misma que había visto en los ojos de la mujer que había matado a mi familia; similar a la que Alchemilla me había otorgado el día de mi muerte. Pero bueno, si no podía deducir algo de esas dos situaciones sería una ridícula e idiota persona. ¿Había sobrevivido a ambas tragedias con mi cerebro, no era así? Obviamente esta vez podía ser diferente, las posibilidades eran infinitas y mucho más cuando hablaba de un ser que chupaba sangre para vivir eternamente.

Dejé salir un suspiro, ocultando por completo el miedo que podía llegar a tener. Por supuesto, éste no era más que una ilusión. Yo no tenía nada que perder, más que la posibilidad de venganza y eso, aunque lo consideraba importante, no se trataba de una vida más que me arrebataran. Mis ojos se entrecerraron con seguridad, limpiándome al mismo tiempo los hilos de sangre que habían caído. Luego de eso venía la sensación metálica en mi boca y me la volvía a tragar. Inspiré profundamente y volví a sonreír, como quien tiene una rutina.

No podía leer la mente, no podía hacer nada de lo que los vampiros eran capaces, no obstante sí podía leer a las personas, por más muertos que estuvieran movían sus músculos faciales, sus pupilas se hacían más pequeñas y más grandes. Y podía ver en el hombre una irradiación de semi locura, bueno, tampoco era tan difícil viendo la manera en la que despedazó al tipo que lo perseguía, que si el rastro de ropas y armas no me fallaba, podía tratarse de alguien de la iglesia. Pero era demasiado para poder deducirlo certeramente, no podía estar segura de nada. Y por lo pronto, me acomodé en la silla que estaba frente al espejo, en donde se suponía me maquillaba todas las mañanas. Mi cuerpo estaba relajado, manteniendo en mi mano derecha la taza con té de jengibre dentro, lo inhalaba, intentando con eso mantener la paz que me obligaba siempre. Aún cuando estaba excitada y deseosa por ver al hombre rubio de mirada feroz. Éste estaba tardando mucho, había optado por la puerta, obviamente quería hacerme esperar y yo no tenía problema en ello. Mi reloj era como el de arena, pero no me importaban los segundos que significaran la muerte, de todos modos ésta iba a llegar a mi tarde o temprano. — Hola... Ah, matarme sería en vano, no creo que desperdicien tiempo en mí. Los inquisidores y cazadores no son permitidos en ésta zona, los más ricos suelen ser como tú. — Dejé la taza a un lado cuando le vi de una vez frente a mí. Su sangre estancada en las venas hacía que mi auto control se quisiera desmoronar, sin embargo me detuve antes de que cualquier cosa pasara por mi mente y mantuve la sonrisa jovial bastante altiva. Negué entonces, levantándome con algo de dificultad para ir hacia la ventana, observando de refilón los sonidos que estaban en la lejanía. No se trataba más que de policías, conocía sus pasos. Tenía la astucia de un animal que lucha por sobrevivir y la inteligencia de un estratega. — ¿Siempre te ha ido bien solo con la fuerza y resistencia física? Tus ojos me dicen que no, sino no estarías de éste modo. El mundo es cruel, ¿no es así? —

Mis dedos se movían con calma sobre el borde de la ventana, uno a uno mientras apretaba apenas los labios y acomodaba de forma curva la espalda, acercándome entonces una pequeña toalla blanca a la boca, limpiando los restos de sangre que habían quedado de regurgitar el propio elixir que se había metido en mi estomago. Dejé salir un suspiro lamentable y le miré con la misma calma, era rutinario, siquiera me hacía sentir mal. No tenía miedo, no había una pizca de temor o de dudas en mí. — Ese nombre me recuerda muchas cosas. Dime Elodie. ¿Te llamas... Ciro? Eso decían los rumores... Tu apariencia, ese traje resulta nuevo. No combina demasiado con tu rostro polvoriento. Yo puedo darte información, toda la que quieras. Tus enemigos están en una lista, ¿lo sabes? Sus casas, sus trabajos cotidianos. ¿Quieres terminar con ellos? Yo puedo ayudarte, puedo armarte antes de que salgas a la guerra.— Lo aseguraba de manera rotunda, ¿la razón? Me resultaba innegable saber que podía ser útil, cualquier vampiro que no tenía información siempre terminaba atrapado, muchos habían muerto. Pero otros, así como la mujer que me había hecho esclava de sangre la primera vez, sabían tanto que incluso podían pararse frente a un inquisidor sin hacerse notar en lo más mínimo. Conocían cada rincón del país que nunca eran siquiera vigilados. Todo eso era cuestión de poder, uno que yo había conseguido lenta y arduamente, cada año había escalado pisos, mi marido era la lengua y yo el cerebro, nada podía escaparse. Así que me quedé esperando, todo estaría derivado en su respuesta a la primera pregunta. Si realmente solo necesitaba la fuerza para salvarse, si con eso solo bastaba. Claro que aunque él respondiera que sí, era una mentira, no podía combatir el Sol con nada, el fuego o una estaca en el corazón. Ser más rápido que él solo por una milésima de segundo podía costarle la vida entera. — Subiste por tus propios medios, yo no te obligué a hacerlo, ¿cómo podría? Bien, te diré. A cambio de eso y más si así lo deseas, necesito tiempo para completar el único deseo que me queda. ¿Tu me lo podrías dar? —
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Mensaje por Invitado Mar Jul 12, 2016 10:50 am

No. Ella ignoraba que a él no siempre le había ido bien con fuerza y resistencia física, que hacía mucho que había tenido que sobrevivir usando su (privilegiado) cerebro y que si no hubiera sido por eso, por su inteligencia y su carisma, no tendría al vampiro que se encontraba frente a ella entero, sino a piezas hechas polvo porque haría tiempo que estaría muerto. Sin embargo, aquel Ciro que pensaba se había visto sustituido por otro que no lo hacía porque no quería, porque unir los retazos de su mente dolía demasiado y le recordaba una humillación tal que no quería siquiera pensar en ello, volviendo a todo el asunto de si Ciro usaba la masa gris o no. La respuesta era sí, lo hacía, de forma distinta y quizá menos intensa pero desde luego igual de real; aun así, no pensaba decírselo, no fuera a ser que creyera que se trataba de algo que había cambiado por su culpa.

Aquella humana sin un ápice de miedo lo intrigaba, porque jamás en su vida, que recordara, se había encontrado con un humano lo suficientemente estúpido para no temerlo. Siempre se apoderaba de sus víctimas el instinto animal que reconocía a un depredador más grande y más fuerte y que se amedrentaba por ello, ya que eso significaba una muerte segura, lenta y muy dolorosa. Aquella niña, porque no era nada más que eso a sus ojos y ante los de cualquiera que los tuviera por sus rasgos físicos, de no muerta casi, no estaba asustada de un ser que había aterrorizado aldeas enteras y que no había dejado de hacerlo por completo, aunque ya lo consiguiera con su sola presencia y sin necesidad de esforzarse en ello. Eso, como poco, le provocaba curiosidad, pero también un poco de frustración.

¿Cómo podía creer en lo que ella le decía si su mente no funcionaba de una forma que él pudiera prever y manejar? Sabía que se encontraba en un estado donde sus capacidades, antaño gloriosas y protagonistas de gestas épicas, estaban debilitadas, pero él también sabía leer a las personas y prever sus movimientos, y el miedo era uno de los elementos que siempre tomaba como referencia porque era una constante que, hasta entonces, no le había fallado. Si empezaba a hacerlo, y su ausencia en Alessa... no, en Elodie, significaría que Ciro no podría adelantarse a ella tan fácilmente y que de hecho debía dejar de lado la locura de la que hacía gala últimamente, que no era sino su manera más sencilla de dejarse llevar sin pensar en las heridas que le habían infligido con crudeza y sin cuidado, para ser, al menos, un poquito racional.

Mis enemigos son demasiado listos para que los puedas tener en una lista con todo lo que necesitamos para atraparlos disponible justo al lado. – bufó, con un gesto desdeñoso en el rostro que se repitió en una de sus manos, un gesto que, sin embargo, poco podía hacer ante esa primera persona del plural que había utilizado, no como un mayestático, sino como si aceptara la proposición de la extraña, pálida y moribunda humana que tenía delante. – El mundo es cruel, dices, y los que vivimos en él más. El mundo es cruel y lo ha sido desde que el hombre es hombre, te lo aseguro porque yo estaba allí, y sólo sobrevivimos los más fuertes y bestiales, como yo. Por eso siempre lo he utilizado y siempre me ha venido bien, pero a veces encuentras que hay seres aún más crueles que yo. – admitió, amargamente, como si la sola idea de ser superado en crueldad le doliera.

Efectivamente, así era. Ciro se había vanagloriado durante siglos de su bestialidad, del hecho de que pudiera hacer orgías de sangre que se conocían a lo largo y ancho del continente por la barbarie de la que hacía gala. Le resultaba divertido que, pese a haber pertenecido como humano a una cultura racional y guerrera donde la muerte debía ser honrosa, se había pasado gran parte de su vida posterior, como vampiro, destrozando a sus anchas sin orden ni concierto y renunciado a la racionalidad que habían tratado de imponerle y que solamente en algunas cosas había reflejado, mientras que en otras había sido absolutamente indiferente. Seguiría resultándoselo, efectivamente, si no hubiera descubierto que crueldades mayores que la suya estaban a la vuelta de la esquina, y eran responsables de haberlo convertido en ese destrozo que se encontraba en la casa de Elodie en ese instante.

Sí, mi nombre es Ciro. Los rumores te podían haber dicho casi cualquier otro nombre, creo que excepto Jacques me he hecho llamar cualquier cosa, pero el nombre más conocido sí que es Ciro. ¿Eso es que me buscabas? Si has oído rumores sobre mí es que querías algo de mí, o algo que te pueda ofrecer, ese deseo tuyo que dices. ¿Qué es? No voy a aceptar si no sé lo que es. – replicó, desconfiado, pero sin moverse de su sitio ni modificar ni un ápice su lenguaje corporal, que se mantenía lo suficientemente calmado para que ella justificara el hecho de que no sentía miedo. A nivel subconsciente, se le había convertido en una suerte de obsesión entender por qué ella no tenía miedo y dominar la situación, bien fuera provocándoselo o asegurándose de que si no lo sentía era por algo; por eso, Ciro parecía domesticado, aunque en realidad no lo estaba... ni lo estaría nunca.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Sáb Ago 06, 2016 1:42 pm

Había una especie de anhelo desesperado en mi mirada, ¿curiosidad? Sí, quizá era eso. Aunque tal vez se debía a la presencia asesina del hombre que me hacía cosquillas como el fuego, ciertamente era un recuerdo que no hacía más que pinchar dolor en mi carne que alguna vez estuvo quemada, casi al dente para comerla. Era increíble como los vampiros podían asustar a una persona sin siquiera intentarlo. No obstante, había algo que yo había perdido cuando la Parca me acarició con su guadaña, y se trataba de ese instinto de supervivencia que cualquier persona normal tenía. Yo no era el caso, después de todo había ido por mis propios medios a la boca del lobo para intentar sobrevivir. Ahora tenía que hacerlo otra vez y dar un paso atrás no era posible. — Que sea difícil no lo hace imposible. Es como si tuvieses miedo, pero por supuesto que no tienes miedo de mí, ¿entonces por qué no te sientas? No hay nadie en ésta casa. Estás seguro aquí. — Las palabras fueron calculadas tan extremamente, era la manera de intentar hacerle oler carne a un perro hambriento. De alguna manera podía imaginarme que Ciro no había sentido seguridad en años, parecía inestable y aunque sus contestaciones eran bastante “cuerdas” todo me daba la pauta que él podía servirme a mí y que quizá mi cerebro podía serle de utilidad, no solo ello, sino la fortuna que no me serviría para nada. ¡Iba a morir rica, pero sin familia, ni siquiera de la más lejana! El silencio me inundó cuando me quedé mirando la ventana, escuchándolo al mismo tiempo. Si no hubiese sentido como lo metálico de mi cuerpo se expandía por dentro, me hubiese reído un poco. A cambio moví la mano, dejando la taza de un té inmundo a un lado, buscando la vista del bárbaro inmortal que estaba en mi habitación sin el más mínimo decoro. Tampoco se lo había pedido, tampoco me importaba.

— Algunas veces, la crueldad también es sinónimo de debilidad, ¿lo sabes? ¿Para qué necesita alguien ser tan cruel si no es porque quiere algo de otro? Fuertes y bestiales, sí, esa es la cadena alimenticia. Es otro parámetro para definir este mundo salvaje. — Aceptaba lo que me decía como nada más que una simple verdad. Apoyando mi cuerpo sobre la pared fue que busqué la mirada que de niña idolatraba. Sí, recordaba perfectamente que había anhelado la sobrenaturalidad inconscientemente. Me había enamorado de un vampiro en mi niñez, mi hermana había sido una bruja, una vampiresa había matado a todos por querer tenerme para sí sola. Y ahora, como un mero círculo que se volvía a repetir, me encontraba en la primera instancia, con la diferencia que no había nada parecido al amor. Era necesidad. Podría haber convencido a cualquier otro vampiro, sin embargo, él se había cruzado en mi camino antes que cualquiera. — No te estaba buscando exactamente, creo que de alguna manera te cruzaste cuando más lo necesitaba. Solo hay una cosa que me puedes dar. — Caminé entonces hacia él. Los cabellos caían negros sobre mis hombros, sobre la bata tibia que me enrollaba. Con una mano abrazando mi otro brazo fue que me terminé por acercar hasta quedar a apenas unos veinte centímetros de distancia. Y le miré, prácticamente idolatrando su belleza, que aunque estaba demacrada y algo destrozada, seguía siendo la suya, vivaz y latente. Era la última vez que lo vería como un hombre. Ya había buscado un marido que se asemejaba muchísimo a él, no quería engañarlo. Y simplemente no era algo que él necesitara conocer, no servía de nada, tampoco cambiaba en nada el hecho de que me estaba muriendo y que quería los meses suficientes para hacer cenizas a aquella mujer. Tampoco pretendía su ayuda en ello, quería su sangre. Ni más, ni menos. — Pareces muy curioso por ello. No te estoy escondiendo nada, solo quiero tiempo. Mi latidos son cada día más lentos y no hay medicina ni dinero que pueda mantenerme fuerte durante dos meses. ¿Crees que hacer un trato con una humana más cerca del arpa que de la guitarra es mala idea? —

Justo en la palabra meses, fue cuando relajé cada uno de mis músculos, poniéndole un punto de distancia. Básicamente la idea de querer tenerlo entre mis brazos había desaparecido de la lista de mis deseos nunca cumplidos. Así mismo, me sentí débil y no tardé en sentarme en un borde de la cama. El esfuerzo que había hecho en todo ese día se las estaba cobrando. Hacía días que no bebía sangre vampírica, estaba eufórica y los síntomas de la adicción se juntaban con el dolor de las hemorragias, nada podía ser peor que mi situación. Y aún con eso, seguía luchando por mantener mi alma aferrada a mi cuerpo. Pero aún no podía decirle al hombre mis intenciones al querer seguir viviendo, era un secreto que tenía que guardar, porque entre más bocas lo supieran, ella lo sabría más rápido. Apreté con mi puño el acolchado y busqué una vez más la mirada del hombre, no demasiada esperanzada, la verdad es que me podía esperar cualquier cosa de él. Aún cuando ya le había hecho obvio que mi ayuda le serviría, quizá no sería el arma más poderosa del mundo, mas tampoco le quitaba nada a él, no lo hacía más débil, ni tampoco le daba razones por las que dudar.
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Mensaje por Invitado Vie Ago 12, 2016 5:38 am

Se sentía encerrado aunque no lo estuviera, permanecía a la defensiva aunque no lo necesitara, y miraba a la humana moribunda (eso lo había captado a la primera, no había hecho falta que ella lo dijera, ¡y aun así lo había hecho! ¿Lo tomaba por estúpido? Loco, sí; estúpido, en absoluto) como si fuera a atacarlo cuando ni podía sostenerse en pie. Qué patetismo desprendía el vampiro, que la seguía como un gato sigue el movimiento de un juguete que su dueño intenta usar para seducirlo: en este caso, el juguete era ella misma, que además era un ratón, y aún más patética era la situación si Ciro era un gato subyugado por una cosita así de diminuta y de patética. ¡Muévete, atácala, algo, haz algo!

Impulsivamente, como no podría ser de otra manera salvo si realmente lo fuera (y ambas posibilidades existían con él. ¿Complejo? ¡Lee otra vez!), aprovechó que ella estaba sentada para saltar encima de ella y hacer crujir el mueble por su peso sumado a la pluma que era el saco de huesos que tenía encima. Sólo en esa posición, como si fuera un animal salvaje, y lo era (hasta él lo admitía), la miró y reflexionó un poco, o lo intentó. Comenzaba a dolerle la cabeza, que era un eufemismo horrible en un vampiro para decir que estaba empezando a perder la poca cordura que había demostrado hasta entonces y el control del que hacía gala se estaba esfumando. Todo era culpa del dolor residual de la tortura del cazador, que a veces le volvía en oleadas y lo contaminaba por completo, de forma que no se controlaba y terminaba aplastando a una simple humana como a una hormiga.

Sangre, sangre, todo el mundo quiere sangre, pero nadie hace nada por conseguirla, ¿no? Tú me ofreces tratos que son formas de humo y que se esfuman mientras te miro y me preguntó por qué demonios no te has muerto, pero ahora lo huelo, bebes sangre de vampiro. Estás enferma... Y no como crees. – espetó, sin pensar en lo que decía, igual que tampoco pensaba en lo que hacía, y de una dentellada de sus afiladísimos colmillos le abrió una considerable herida en el cuello, no mortal, pero que sí la debilitaría. – Sí, así, que salga toda, ¡toda! – sonrió y la miró con los ojos desorbitados, apretando en los bordes de la herida (e hiriéndola, ¡eso por descontado!) para que la sangre contaminada saliera y se esfumara del cuerpecillo cada vez más débil bajo él.

La sangre le resbalaba por la piel pálida, que parecía haber sido hecha para convertirse en un lienzo macabro que solamente él podía rellenar a su antojo. Aunque le había dicho que lo había elegido a él porque literalmente había sido el primero en pasar por delante de sus narices, había mentira en su voz y él lo sabía, lo notaba, estaba totalmente seguro. De su mente le habían llegado fragmentos de un hombre que se le parecía pero era una estúpida y patética copia que nada tenía que ver con el original, un arranque de orgullo que hasta a él le había sorprendido, porque por una vez sí se encontraba pensando en ello. ¿Qué mejor tenía por hacer mientras esperaba a que se desangrara...?

Oh. Entonces recordó que no quería matarla, que era una pérdida de sangre que la estaba malgastando y que ella tal vez pudiera ayudarlo, esa parte aún no la tenía clara. Con una olisqueada rápida, se dio cuenta de que la sangre que manaba de la herida era ya sólo de ella, y arrancó un poco de su propia ropa para presionar la tela contra la herida y taponársela. Ella ya estaba débil, sí, pero era en su totalidad suya, tanto de él como de ella, quisiera o no quisiera (y él estaba seguro de que ella quería... Si no, no habrían llegado a aquella situación tan comprometida si entraba alguien a verlos, con él encima de ella en su lecho aunque no estuviera haciéndole nada carnal). Había firmado con su sangre derramada y con el poco hálito de vida que tenía dentro un contrato por el que él la mantendría viva y ella haría lo propio con él, hasta el fin de los tiempos o de la venganza del vampiro, nunca se sabía. El final estaba abierto por completo.

Debo de estar totalmente loco, más de lo normal, para aceptar esto... No creas que no me doy cuenta. Estás desesperada, yo también lo estoy, y eso nos vuelve compañeros extraños de... ¡de cama! Y tú estás a punto de palmarla aquí, sin ofrecerme nada de lo que me has prometido, pero tengo la solución y la sabes. Así que acepto, demonios, acepto. Eres tan débil que has notado que yo también lo estoy, y eso es humillante, jamás admitiré que lo he admitido ahora. En fin, da igual. Tienes tu trato y tu sangre, Elodie. A cambio, me perteneces. – farfulló Ciro, con ambos puños apretados en la gasa que ella tenía sobre el cuello, encima de una herida que ya estaba taponada y que había dejado de sangrar, o de lo contrario ella no viviría para contarlo.

Entonces, sólo entonces, Ciro se mordió con saña la lengua para que su propia sangre le inundara la boca, y cuando tuvo una cantidad considerable (cosa que no pasó hasta que no hurgó en su propia herida, por supuesto) decidió bajar a la de Elodie y dársela de beber en un beso que no tenía nada de carnal y todo de... de lo que fuera. De demente, de amor loco por parte de ella (con toda seguridad, sí, pero eso no importaba), de indiferente desesperación por parte de él, de vida en la muerte, porque bajo sus dedos la herida empezó a cerrar en cuanto ella tragó la sangre y el trato se había sellado así, con un beso, como si él fuera el diablo... Y ¿quién era ella para decir lo contrario?
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Mar Sep 06, 2016 12:07 pm

Verlo era como ver una pintura vieja, de alguna especie de luchador en tracción a sangre, inmutable y fuerte. Parecía impulsivo. Para ser exactos, parecía que estaba a punto de atacarme y envolverme en una situación sádica y siniestra. Aun así no lo hacía, como un gato curioso: miraba y parecía jugar a que pronto me iba a quitar la vida, un subir y bajar de emociones. Eso hacía las cosas bastante más sencillas para mí, ¿la razón? Era evidente que al vampiro se lo ganaba con las palabras y luego con las acciones que acentuaran lo que antes se había dicho. Y yo estaba mucho más que dispuesta a cumplirlo todo. Por lo que no, no me asustaba ni una pizca. Y él parecía entenderlo y enojarse por lo mismo.

Pude pensar que incluso me divertí cuando le vi saltar igual que lo haría un animalito -me resultaba imposible no compararlo con ellos- Sus ojos implicaban una molestia alucinante y yo no pude reflejar nada, siquiera la emoción mezclada con entretenimiento, ni tampoco miedo o terror a que me lastimara. Solamente atiné a torcerme, cuidando de que no pudiera apoyarse en mí, porque por más cuidadoso que fuese en no matarme, si descuidadamente apoyaba una mano en algún lado equivocado podía romperme un hueso, era casi seguro pues se notaba la contundencia de sus músculos y la obligada anorexia de los míos. No estaba dispuesta a que ocurriera un error como ese. Alcé la vista y le observé una vez más, escuchándolo atentamente, entendiendo su falta de aceptación o lo incrédulo de la situación. Sí, era bastante complicado para ser verdad, aunque él era un vampiro y existían los hombres lobo así que ¿por qué no podía pasar eso? Si mi hermana me había prendido fuego sin combustible alguno, cualquier cosa podía pasar en ese mundo. — Podré estar muy enferma pero dime, ¿cómo puedes saber que ese humo del que tanto hablas no se convertirá en un muro indestructible? Puedes verme a mí misma, no me sacude el alma tener que beber sangre de vampiro para vivir si lo hago con un propósito. —

Como siempre era recurrente en mí, analizaba las cosas desde lo más básico encontrando obvios agujeros en todas las contrariedades a lo que yo decía. Por supuesto que para mí no era buscar tener siempre la razón, sino que me importaba encontrar la mejor solución al menor precio y con el mayor valor agregado. Y él, aunque podía percibirlo, era la mejor compra al mejor precio. Mantuve el semblante quieto, estático incluso cuando se acercó y arrancó una fina capa de piel con sus colmillos. Sinceramente no era la primera vez que sentía algo así y busqué sus ojos, era algo irritable que quisiera desangrarme. Mas no me atrevía a hacer ningún movimiento descuidado. Mis piernas se estiraron débilmente en cuestión de segundos. ¿Qué era lo que pretendía? Jadeé con pesar, haciendo obvio el dolor que sentía, no en la garganta, sino en todas las partes de mi cuerpo que se achicharraban como una pasa de uva siendo drenada. Era imposible hablar, la presión estaba probablemente por el piso, igual que mi sangre que la sentía deslizándose por mi pierna derecha. En ese momento fue que solo pude observar las facciones de su rostro, me dispuse a analizarlo con la poca perspectiva que podía tener en ese momento. Dudé de mí. Él parecía tan ido en sí mismo que si se olvidaba de que estaba allí abajo era una obviedad que me iba a morir tan fácil como si se pisara una flor. — Acaso… ¿La quitaste toda? — Consulté invadida de una ínfima curiosidad, sobre si había expulsado la sangre inmortal que tenía aún corriendo por mi cuerpo. Los parpados caían sin fuerzas y apenas me quedaba un poco para preguntar. ¿Por qué? Eso quería saber, quizá se trataba de una hazaña de vampiros o del mismo trato en la sangre que se creaba entre un inmortal y su humano. Realmente no estaba del todo segura y antes de hablar le escuché atentamente y alcé una ceja, dejando salir un quejido lastimero por la presión de sus puños en mi garganta. Por mi cabeza pasaban flashes interminables de verlo caminar por las calles. Como una voyeur le seguía, pero había sido hacía tanto tiempo (humanamente hablando) que ya quedaba bastante poco de ese deseo puro.

¿Acaso era un cuento de hadas mezclado con la vida real de tragedias y desilusión? Podía ser; me importaba poco, la sed de sangre que me invadía desde hacía días era saciada por un preciado elixir, que se notaba añejo, poderoso. Alcé al instante una mano, apoyándola en la muñeca que sostenía mi cuello, como si con eso no quisiera dejarlo ir. Pues aún con la herida externa cerrada, había heridas por dentro que necesitaban curarse y me abaniqué hasta que mi cuerpo se sintió bien, no estaba nuevo, eso era imposible. Al menos pensaba con claridad. Terminé por caer exhausta, hundiéndome por completo en la cama. — ¿Cuántos años tienes? Seguro sabes en cuánto se planea y gana una batalla. Tu debilidad es solo un mural que te forzaron a construirte. Puedes usarme como más quieras ahora. — La energía se iba ajustando a cada hueco en mi y pronto las puntas de mi cabellera se unieron, quedando suaves y brillantes a la simple vista. Me giré de costado, estirando mi mano por la cama, intentando tomar un diario, aunque era bastante complicado con él arriba. Había aceptado que sería de esa forma, con su paranoia encimada en mi regazo y estando siempre al tanto de mi probable traición. No iba a negar que me encontraba bastante a gusto. — Deberías… Limpiarte. Y luego hablaremos mejor, ¿sí? —
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Mensaje por Invitado Sáb Sep 17, 2016 7:02 am

¿Que si la había quitado toda? ¡Pues claro! Aun así, preso de un irrefrenable deseo de hacerlo, olisqueó la poca sangre que quedaba en la herida para ver si había alguna extraña que no se correspondiera con Elodie o con él mismo. Por muy mal que estuviera, y Ciro había estado tan cerca de la muerte que casi había llegado a besar a la Parca para que se lo llevara, así que sabía de lo que hablaba; en fin, por mal que estuviera, volviendo, Ciro sabía perfectamente cómo olía su sangre: esa era una de las pocas que no habían cambiado de él, y que seguramente tampoco lo harían jamás. O al menos eso creía él, que nunca había escuchado semejante realidad de otro vampiro, aunque en ocasiones casi habría jurado por lo más sagrado que su sangre olía un poquito diferente... Emponzoñada. Con pestazo a plata, de cuando Fausto lo había torturado. Sí, ese olor lo había corrompido un tiempo, pero se lo había quitado y ahora sólo quedaba el suyo, y también el suyo mezclado con el de Elodie, bajo él.

Inmóvil, como a él le gustaba, porque eso significaba sumisión y dominación por parte de quien ejercía la fuerza bruta, Elodie no se podía mover apenas, y por un momento él no quiso permitirle que lo hiciera... Pero terminó apartándose e incorporándose de un salto que lo dejó plantado, casi literalmente, frente a la cama, mirándola. Si bien el efecto de su maravillosa sangre la había renovado de forma que casi refulgía, a Ciro apenas le afectaba el hecho de ceder su propio elixir vital, y estaba tan ágil como podía esperarse dadas las circunstancias. No el sangrado, claro, sino la locura transitoria a la que se había visto obligado a abandonarse en contra de su voluntad pero en la que encontraba cierto consuelo, porque era una liberación increíble, incluso para él, que ni siquiera antes de ser torturado había respondido ante nadie que no fuera él mismo. Y dada la racionalidad de semejante deducción, ¿aún alguien se preguntaba si Ciro no había elegido, en cierto modo, su situación...?

Está toda fuera. Yo lo huelo, pero tú no, y ya no está esa peste. A partir de ahora, como vuelva a oler alguna otra sangre en ti, te romperé el cuello de un pisotón y usaré tu cuerpo para barrer la choza más inmunda de la ciudad de París. – la extrema violencia de sus advertencias se convirtió en algo gráfico por el gesto que hizo con su cuerpo, primero con el pie y después con las manos. Su rostro permaneció inmutable, pero no hubo dudas respecto a la veracidad de la amenaza, sobre todo porque la territorialidad en sus posesiones era algo que cualquier vampiro demostraba, y ni siquiera el espartano era una excepción. Además, Elodie había hecho un trato con él por el cual se prometían ayuda mutua, le debía ser exclusiva en cuanto a la sangre y también en cuanto a lo demás; se había buscado a una esclava, que además le iba a pagar por serlo, y la muy desgraciada aún pensaría que salía ganando de acordar algo así con el vampiro...

No te muevas... Ah, espera, no puedes. En fin, da igual, quédate. – ordenó, encogiéndose de hombros, y después se alejó par salir por la puerta de la habitación y explorar en dirección al aseo, donde sabía que habría agua en alguna palangana pensada para la dueña del hogar en el que se encontraba, tan rico y lujoso como vacío de toda vida, tanto por Elodie como por él. Al igual que los cientos de casas de nobles con una disposición similar que Ciro había conocido en su tiempo, el camino se presentó ante él casi como si llevara dentro del pecho una brújula que lo guiara, y apenas tardó un instante en llegar y en bloquear la puerta tras su paso. Ni por un momento se le ocurrió que sería una mala idea dejarla sola; tenía la certeza, en lo más profundo de su cráneo cubierto de pelo despeinado y desmadejado casi, de que no iba a hacer nada de lo que se pudiera arrepentir, así que a él le daba absolutamente igual adecentarse, porque total, ya lo había hecho miles de veces anteriormente, especialmente cuando tenía con qué.

Rememorando un tiempo en el que lo ayudaban a hacer labores tan vulgares, Ciro se deshizo de sus ropas y se echó parte del agua encima, utilizando posteriormente el resto para frotar la suciedad de su rostro y su cuerpo. Cuando hubo consumido toda el agua y también bastante jabón de Marsella del que Elodie poseía en grandes cantidades, contaminando la estancia con su aroma, Ciro cogió una navaja y recortó sus cabellos y su barba para darles un toque más presentable, casi pretendiendo que era un hombre de bien, y no el desastre con aspecto vagamente humano (cada vez más, en su defensa) en el que se había convertido. Cuando se consideró satisfecho, y le costó un poco porque adoptó estándares previos a su renacimiento para juzgarse, cogió los ropajes destrozados y se dirigió desnudo a la habitación de Elodie, donde ella lo esperaba.

Uno de los aspectos más helenos de Ciro era que su desnudez, como en su época había sido lo corriente, no le molestaba lo más mínimo; más que cohibido, se sentía liberado cuando no portaba ropajes, y por eso sus movimientos se volvieron más rápidos y flexibles, como si se hubiera quitado, aparte de la mugre, un gran peso de encima. Efectivamente, seguía sintiéndose como Atlas, cargando con el peso de una enorme venganza sobre sus hombros, pero ese mundo suyo se había librado de medio continente, por lo que se encontraba mejor, incluso visiblemente. – Hablemos. ¿No querías? ¿O prefieres que me vista? Tu época es demasiado mojigata para mí. – comentó, con ligereza, y se encogió de hombros, esperando una indicación que se tomaría como sugerencia, en todo caso, nunca como orden.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Lun Oct 03, 2016 4:08 pm

No desvié los ojos ni un segundo cuando él habló, casi plasmada por sus palabras pero sin hacer la más nimia declaración de molestia. Permitirme enojarlo era algo salido de la realidad y de las casillas de cualquiera. En parte había caído en su bestialidad por los recuerdos del pasado. Estaba segura que tendría que haber elegido a alguien menos importante para cumplir mis cometidos. Sin embargo nada me quitaba la diversión del momento, como si me hubiesen anulado por un instante el horrible recuerdo de mi familia siendo asesinada, dos veces. Así que con delicados movimientos fue que tomé una agenda forrada entre mis manos cuidándola de no mancharla con sangre en tanto la dejaba sobre una pierna, sin abrirla hasta que él terminara de ordenar mis obligaciones como si fuese el amo de la casa. — Entiendo, no pasará. Hice un trato contigo, con nadie más. — Aseguré con una renovada juventud y claridad. Observándole moverse con tanta fiereza que no me sorprendía que fuese salido de algún clan aborigen europeo. Parecía un animal en cuanto a lo que decía y hacía. Eso era bueno en gran parte, me daba la ilusión de que sería fácil convencerlo de actuar para el beneficio de ambos. Di gracias en ese entonces no tener tanta esperanza por mi vida, pues claramente iba a terminar asesinada por él en algún momento.

Un silencio apabullante me atacó cuando aludió que no me moviera, le vi a los ojos y curiosamente ladeé la cabeza, sin tener ninguna otra aclaración por su parte, tampoco recelo. No respondí en absoluto, no había nada correcto para responderle. Solo cerré los ojos en tanto se comenzaba a ir de la sala. Lo que me dejaba sola con sabanas de sangre por mí alrededor. Dejé salir un suspiro, retorciéndome de estrés y de una diversión que me apabullaba el corazón provocando que latiera cual si estuviese en una montaña rusa. Me alcé rápidamente, sintiendo la plenitud de vivir, de estar sana aunque no durara ni una semana. Las habilidades sobrenaturales que me daba la esclavitud de la sangre de vampiros no era demasiada. Como si se consumiera solo para dejarme vivir siendo que estaba casi muerta. Al menos podía limpiar el lugar rápido y sin ayuda. Cambiando las sabanas para dejar las sucias en el canasto del pasillo. Escuchaba el agua caer como si un león se estuviese bañando en la casa. Con lo cual, me apuré hasta que al final dejé caer mi propia ropa sucia. Y me acomodé en un nuevo vestido de cama.

Manteniéndome frente al ropero le escuché entrar nuevamente y al voltearme su desnudez se apareció como algo nuevo en el mundo. Para mi suerte no hice ni una mueca, solo me quedé observándolo como lo haría cualquiera a una estatua en el museo. — Dudo que tengas frío, así que si gustas de estar así eres libre de hacerlo. Aun así, la ropa de mi fallecido esposo está de éste lado, seguramente te quedará, tenía una contextura similar a la tuya. — Susurré apuntando con delicadeza el otro lado, en tanto me acomodaba la bata escondiendo el menudo cuerpo que llevaba una vez más. Tomé la libreta que había dejado nuevamente entre mis manos y abriéndola y apoyándola en el escritorio me senté en un lado, tomando la pluma para pasar a anotar la fecha y hora en la que estábamos. Le observé de reojo una vez más, regalándole una especie de sonrisa a medias al notar el peinado y los cortes que se había hecho. Claramente se trataba de alguien que no había sido siempre un enloquecido vampiro. No obstante necesitaba saber más, quería saber qué tantas herramientas le podía dar para protegerse. — Me temo que te toca contarme, quiero ayudarte pero necesito que me digas qué te pasó. Anteriormente mis tratos eran por poder o dinero. Ambos sabemos que ahora va más allá de todo. — Decirle que hace muchos años lo había visto caminando sanamente no podía ser bueno, él mismo tenía que dejarse llevar. Y antes de que él terminara de moverse, me levanté para acercarme a su mano y tomar las ropas de bello calibre que habían sido destruidas. Apenas apoyé las yemas de los dedos en los ajenos, como pidiendo que soltara la tela. Llevándola al mismo canasto en donde había dejado las sabanas. Era suciedad que iría directo a la basura. O quizá no y enfermamente guardaría el recuerdo en algún subsuelo de la casa. Aún no lo había terminado de decidir en mi cabeza. — Actúas como un animal, desconfiado y apunto de matar. Si no te calmas no pensarás con claridad. Ven, siéntate a mi lado, si quieres por supuesto. — Aclaraba como quien tiene una mascota y busca entablar una nueva relación, no era necesariamente amistad, quizá algo más poderoso. Quería tener su poder como el mío propio, aunque quizá era desear demasiado para alguien tan moribunda como lo era yo.
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Mensaje por Invitado Dom Oct 09, 2016 6:52 am

Ciro la miraba y esperaba, observaba y aguardaba, con una calma que no era sino la paz de antes de la tormenta que lo destrozaría todo a su paso, pero eso era sólo un secreto a voces, porque del mismo modo que él sabía que ella era un cadáver vivo aún por suerte, ella sabía que él era una bestia, e intentaba que no la destrozara de un mordisco para vivir un día más. En cierto modo, podía entenderla; en cierto modo porque Ciro no comprendía a nada ni a nadie que no fuera él, y ni siquiera todo el rato, porque era agotador intentar mantenerse al día de sus propios altibajos de cordura y de sus caídas a lo más profundo de la demencia. De todas maneras, sí, si hacía el enorme esfuerzo de salir de su propia cocorota, Ciro podía ver que ella estaba comportándose con él como quien intenta que una bestia medio domada pero que a la mínima podía arrancarle la cabeza, y eso le llevaba a preguntarse algo: ¿de verdad estaba él medio domado…? Apenas había intercambiado palabras con ella y ya había conseguido eso, ¿de verdad un ser tan pusilánime tenía esa clase de poder? Vaya con la mosquita muerta, ¡casi literalmente!

Ignorando sus sugerencias, que para él no eran sino una nueva manera que Elodie tenía de intentar controlarlo, se mantuvo desnudo y erguido en medio de la habitación, un escándalo con piernas para cualquiera que entrara y lo descubriera allí, y no precisamente por su similitud con una estatua griega (en lo que no importaba; en lo que sí, para quien pensara en asuntos carnales, las estatuas griegas palidecerían aún más de envidia). Hasta para él, que permanecía desconectado de la realidad la mayor parte del tiempo, era evidente que su sola estampa era sinónimo de fuerza y de poder, y solamente alguien que estaba más o menos acostumbrado a él, lo suficientemente desesperado para ignorarlo o le daba igual morirse (y los tres requisitos los cumplía Elodie, por cierto) no se achantaría por la dureza de su presencia. Dureza, por cierto, semejante a la de su rostro, que se mantenía impertérrito mientras la miraba y se planteaba si le partía el cuello ya o si le apetecía responder con la verdad a alguien en quien ni siquiera confiaba todavía, y lo que le costaría que lo hiciera.

Me da igual quién viva o quién muera, ¡qué aguda has sido al notarlo! Todos los humanos morís, los únicos que no somos los que ya estamos muertos, y acaba importándonos bien poco lo que vosotros hagáis o no. – resumió, encogiéndose de hombros, y cruzó los brazos sobre el pecho, flexionando un tanto los músculos por el movimiento, aunque a diferencia del pasado, en aquel momento ese gesto era por pura necesidad, no por un afán de exhibicionismo que no existía en él, pese a encontrarse desnudo frente a ella. Simplemente se trataba de una costumbre antigua, que pese a siglos de enterramiento había decidido volver a salir a la luz en ese momento, como podía haber salido en cualquier otro. – Eres demasiado lista para estar medio muerta, Alessa. Sí, Alessa, acostúmbrate porque te llamaré como me venga en gana. Escuché algo de una tal Alchemilla… Fue hace tiempo. ¿Por qué no me cuentas tú tus secretillos, eh? Tal vez así te considere digna de los míos. – negoció, con una sonrisa cruel, ya ni siquiera macabra.

Oh, por supuesto que no se había marcado un farol: Ciro sabía quién era ella porque su hermana la bruja loca era célebre entre ciertos vampiros, y los rumores tarde o temprano llegaban a todos, aunque estuvieran pudriéndose en las cloacas como él. Si lo había mencionado había sido porque quería herirla del mismo modo que sus pensamientos y recuerdos lo herían a él; así, tal vez, ella sería capaz de entender el tormento que lo había arrastrado hasta el punto en el que estaba, en el hoyo pero intentando salir mientras su propia mente lo agarraba del pie para hundirlo todavía más profundamente, condenándolo a vagar por la eternidad con su propia mente y con la consciencia de que podría haberse vengado, pero no… ¡No! Iba a vengarse. Si de algo estaba seguro, era de eso, y dada la escasez de las certezas en su mente, debía aferrarse bien a la que brillaba sin el menor ápice de posible duda.

Aunque me calme no pensaré con claridad, eso ya no está en mis posibilidades. Bueno, tal vez dentro de un par de siglos, pero no vas a estar ahí para verlo, ni tú ni él. – argumentó, y ante la mención de él su cuerpo se crispó, de una forma que no había sido así ni de broma cuando la había mencionado a ella. Hasta ante los ojos de la humana, que lo consideraba un animal sin ápice de racionalidad salvo aquella que buscaba la muerte y destrucción, resultaría evidente que por el momento no la odiaba lo suficiente como a esa otra persona, y por tanto, podía estar tranquila. Por lo pronto… – Imagínate estar en la cumbre. Tienes todo lo que quieres: riquezas, alimento, víctimas, todo. Hasta te diviertes, puede que seas hasta feliz, más o menos, qué sé yo, sólo lo fui una vez y fue hace milenios. E imagina que un juego que empezaste se vuelve en tu contra y alguien a quien creaste te lo arrebata todo. Eso es lo que me pasó. Ahora, habla; si lo haces, te contaré más. – resumió, deliberadamente ambiguo, pero sólo porque quería hacerle daño como los recuerdos se lo hacían a él.

Incluso si ella había sufrido, no podía compararse a una traición que llevaba décadas cocinándose, sobre todo porque ella apenas habría vivido por encima de un par de decenios, y no podría entenderlo. Los vampiros tenían su propia manera de experimentar, menos pasional que los humanos, pero cuando los obligaban a rebajarse a las mundanas sensaciones de los mortales, cielo y tierra ardían junto a ellos. O no, qué más daba, la cuestión era que Ciro sabía que ello sucedería cuando se hiciera con Fausto y lo destrozara hasta que de él no quedara ni el recuerdo, únicamente el de la leyenda que le había dado el nombre y nada relacionado con el cazador con ínfulas que se había pasado de listo con él. ¿Sería Elodie capaz de entenderlo? No. Pero la pregunta interesante no era esa, sino otra: ¿sería Elodie capaz de soportar el alzamiento de un vampiro como él a la dignidad, con la de trucos sucios que planeaba utilizar contra ella…? Sólo el tiempo lo diría, y de eso, él andaba sobrado.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Mar Nov 01, 2016 10:21 am

Podía darle las sonrisas, la amabilidad o los tratos discretos pero nada compasivos, sin embargo yo optaba simplemente por tratarlo como un ser humano que obviamente no era. Su sangre era inmortalidad y su aura inminentemente espartana era igual que un grito al cielo que rompía fronteras. Casi literalmente porque al fin y al cabo había roto la puerta del espacio y había pasado a convertirse en la constante que era la razón de nuestra existencia: el tiempo -sin él no éramos más que un mosquito que no se sabe que existió, eso lo tenía claro-. Mis saberes, lógicos y centrados en mis propios deseos no eran más que un cuenta gotas para poder hacer de Ciro algo levemente direccionable. Igual que una “cosa” que tenía que ser acarreada. Cambiarle la percepción del mundo no era en absoluto algo de mi idea, apuntar tan alto era de inoperantes y cuando se trataba de estrategias las cosas no solían pasarse fuera de mis ojos. Lo que sí intentaba hacer era calmar a la bestia y asegurarme que la traición no iba a ser su plato fino en ese lugar. Después de todo era un alimento fácil para un oso. Y él podía notarse bastante perdido en su propio mundo como para preocuparse por si me asfixiaba o no en cualquier descuido. Había sido estúpido de mi parte rogarle a cualquier vampiro que se me pasara por al lado, no obstante él bien sabía que estaba desesperada y como no aceptarlo: en el fondo un aliento de disfrute emergía de mis entrañas al verlo una vez más, como un recuerdo hermoso perdido en las fronteras de los años. — ¿Realmente será así? — Fue casi un susurro, una pregunta al aire bastante canónica, podía referirse a Ciro mismo, mas en ese momento desconocía de su historia personal, de manera que no podía saber quién le había hecho todo ese mal. Sin embargo sabía perfectamente lo que me había pasado a mí y la razón de mi triste sufrimiento. Los vampiros, aunque solemnemente malditos tenían los mismos sentimientos que un humano. ¿Cómo podía negarlo si sentía toda esa maldad? Esa siempre es la primera etapa, luego está el amor, la obsesión, la felicidad. Aunque parecía que eso era demasiado complicado para él, hasta podría romper su orgullo y terminar partiéndome.

Al final las yemas de los dedos habían pasado por el papel que tenía en frente y me dediqué por momentos a mirarlo, igual que una figura de la ilustración puede mirar un cuadro recién pintado. Era hermoso, físicamente hablando se trataba de una contextura fuerte y obviamente salida de ésta época, inevitablemente se escapó una sonrisa casi tan grácil como frágil y sincera. — Te contaré lo que quieras, claro que puedes verlo en mis memorias, ya que es de fácil acceso para ti. — Comenté con esa misma paz y aparente tranquilidad de siempre. Pues aunque intentaba vaciar mis memorias, frente a él volvían una y otra vez. Se convertían en dolorosas y agudas, pero esa capa de proteccionismo interno detenía todo y solo reflejaba entendimiento, entonces encontraba las razones. Y fácilmente me dirigía a él con ese escepticismo que él parecía buscar y en realidad no terminaba de hallar. — Alchemilla… Decir su nombre y ver su flor me causa bastante dolor aún en estos días. Es mi hermana, aunque no sé qué es de ella ahora mismo, si está muerta o no, no tengo idea. Durante años estudié libros de medicina, incluso traídos de otros lugares, hasta hoy no sé qué habrá tenido. Supongo que la idea de que fuese algo sobrenatural como la posesión de demonios no puede descartarse. Ella mató a su pueblo. — En cierta medida mi rostro estaba apenas torcido, cada vez que revivía ese recuerdo las quemaduras dolían como una historia repitiéndose sobre la piel. Era imposible saber cómo había sobrevivido, pero allí estaban algunas marcas, ligeras manchas que parecían hematomas o se confundían con sombras de la piel. Agradecí en ese momento la enorme capacidad de autocontrol que tenía y simplemente bajé un poco la bata, dejando ver la piel desde mis senos hasta el ombligo, mostrando algunas machas muy leves que habían quedado, después de todo habían pasado años desde ese entonces. — ¿Te puedo preguntar por qué sabes de ella? — Al tiempo que volvía a cubrirme, lo pregunté. Sabía que inevitablemente él había cambiado de tema, también me daba cuenta lo que intentaba con eso, descarrilarme un poco y yo no pensaba llevarle la contra. Si me quería ver destrozada en llantos podía hacerlo si con eso se contentaba. Al final no tardó en darme una pista que agarré y acomodé en mi memoria como una pieza clave “él”. Simplemente eso era suficiente para poder sacar conclusiones, aunque resultaban bastante absurdas: Era un hombre y humano. ¿Por qué no licántropo, brujo o cambiante? No simplemente se trataba de intuición, sino que al haberlo puesto en la misma frase denotaba el mismo adjetivo que usaba para mí. Quedé en silencio, contemplando sus emociones. Hacerle notar mis pensamientos solo podría hacerlo enojar.

Unos segundos después me había levantado de la silla, mirándolo con las cejas a medio alzar y tomando con cuidado un vaso que estaba al lado, con la felicidad de moverme fui a la jarra de agua que estaba en la mesa de la cama. Era como una especie de introducción. — No puedo imaginarlo, seguramente fue emocionante, luego triste. La amargura, ira, traición, muchos sentimientos que no he podido terminar de sentir nunca. Pero tú sí, ¿no es cierto? Y los recuperarás, tienes el infinito por delante para hacerlo. Solo tienes que pararte en el presente y tomar lo que quieras, eres un inmortal de la noche. — Aseguré en lo que pronto volví al lugar, sentí su deseo de verme sufrir como si fuese el mío propio y siendo imposible llevarle la contra permití que se escapara un suspiro. Era todo tan calculado y al mismo tiempo tan sincero, que las paredes de mi mente parecían chocar unas con otras. — Me halaga que quieras saber de mí. Ya dije que mi hermana terminó con el pueblo, a mí me incendió sin combustible, simplemente me calcinó hasta que ardí en llamas, supongo que sí era una bruja. Me metí debajo de la tierra húmeda, la lluvia leve me salvó, si era muy fuerte podía hacerme carbón, si era muy pequeña no podría haberme templado las heridas. Escapé estando a mitad de la carretera. El fuego quemó mis órganos y aparentemente avivó una enfermedad en mi sangre. Aunque eso no es por lo que quiero seguir viviendo. — Aclaré y dejé en ese momento mi historia, si se la daba toda, él me devoraría sin terminar el cometido. Aún tenía un poco para comentarle, tenía que guardarlo, de manera que llegara al final de su historia para darle algo a cambio que no fuese mi vida.
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Mensaje por Invitado Mar Nov 22, 2016 2:53 pm

Tal vez (menudo eufemismo…) Ciro estuviera loco, pero jamás había dejado de ser un hombre brillante e ilustrado, muy a su pesar porque siempre había creído que tenía mejores cosas que hacer con su existencia que leer lo que escribían otros. Ese desdén por las opiniones ajenas no le había evitado convertirse en una especie de esponja que absorbía de mil sitios distintos y de culturas diferentes, especialmente las orientales, por las que siempre se había sentido particularmente atraídos. Por eso, con los constantes pasos hacia delante y hacia atrás de Elodie, tal vez para avanzar pero no demasiado, Ciro pensó en Sherezade, ganándose la supervivencia contándole historias al hombre que había decidido que la mataría pero que cedía por curiosidad. Era apropiado, sobre todo porque la situación era similar, aunque si él no la mataba era porque podía usarla, no tanto por querer oír lo que tenía que decirle.

A Alchemilla la atraían los vampiros, se movía por ciertos círculos que no me son ajenos, y conozco a algunos que asesinó, ¿o conocía?, y también algunos de los que usaba para alimentarse. Mira, sois iguales, de tal palo tal astilla, las dos adictas a nuestra sangre como sanguijuelas enfermizas. – espetó, sin pensar si la ofendía porque le daba igual, simplemente diciéndole la verdad, porque no tenía por qué ocultársela. Alchemilla le había pillado totalmente de rebote, no la había conocido directamente ni había interactuado con ella, y por eso se sentía en total libertad de discutir con ella los rumores, que él sabía hechos, acerca de la bruja, porque de eso no le cabía la menor duda. – Ah… ¿Aún dudas que estuviera entregada a los espíritus? Demonios, yo no la conocía y la conozco mejor. Sí, era hechicera. Poderosa pero inestable, ¿te suena? Empiezas a demostrar que tienes un patrón para elegirnos.

A veces, Ciro podía admitir con toda su calma que estaba loco; otras veces, podía limitarse a demostrarlo con hechos que hacían ver a la otra persona que sí, se había corrompido con una locura considerable, y que no le importaba lo más mínimo. Esa indiferencia hacia su propio estado mental era una característica del nuevo Ciro, algo que el antiguo ni siquiera habría podido soñar porque, en fin, estaba demasiado ocupado convenciéndose a sí mismo y al mundo alrededor de que era perfecto que ni siquiera caía en las contradicciones y en disfrutar del caos. Ahora, él lo abrazaba, porque sabía que eso significaba una libertad que probablemente nunca hubiera tenido, y de nuevo volvía con pensamientos tan lógicos y tan razonables que uno no podía evitar preguntarse si la locura de Ciro no sería provocada por él mismo porque le apetecía liberarse, y esa era la manera mejor de hacerlo para él y su extraña cabeza.

Por lo que sé, está muerta. Seguramente suicido, aunque alguien la mataría de haber sabido sus crímenes, ¿qué sé yo? Tal vez fantasmas. Creo recordar que vi su cadáver por ahí, pero he visto tantos que he perdido la cuenta. – comentó, con evidente sadismo, y lo cierto era que disfrutaba haciéndola sufrir, a ella igual que a todo el mundo, pero con ella era particularmente especial porque sabía qué era lo que más le dolía, ¡ella misma lo había admitido! Era particularmente satisfactorio cuando los demás admitían tan felizmente sus dolores y sus penas, pues le daban a uno la posibilidad, e incluso la justificación, de utilizarlo en contra de la persona sin que el otro pudiera decir nada al respecto. ¡Si lo había invitado, casi! Si sabía cómo era, ¿para qué lo mencionaba…?

Algunos decían que le hablaban demonios y fantasmas. Estoy inclinado a creer que o escuchaba voces de muertos, o simplemente estaba loca de atar porque su cabeza se contradecía y le decía cosas que chocaban unas con otras en forma de voces. Eso escuché, no la traté directamente, pero en fin, tiene sentido, ¿no? No todas las locuras son iguales, y he oído que muchas vienen de familia. Tú estás cuerda, desquiciada y desesperada pero sana mentalmente, así que de ti no. ¿De tus padres, quizá? No lo sé. Tal vez eso te haga dejar de pensar en ella; es aburrido saber tus debilidades tan fácil, búscate otras que pueda disfrutar descubriendo. – la reprendió, y se decidió a cambiar de tema, consciente de que le aburriría seguir hablando de la bruja.

¿Y qué otra opción le quedaba, ella misma? La esclava, desesperada por sangre; la que había ardido y se había refugiado en la tierra, como él mismo cuando le había dado el sol y le había quemado hasta el hueso, casi, sólo para dejar que se recuperara después. Aún no sabía qué clase de brujería había utilizado Fausto, ni siquiera si había contado con alguien más que lo ayudara a torturarlo y a hacer de su vida un infierno, ¡casi literalmente porque se había creído ver atrapado en las llamas unas cuantas veces! A saber a qué círculo habría caído, Dante no había pensado en él al escribir su Divina Comedia, así que le sería imposible saberlo a menos que lo imaginara, y no lo haría.

Yo usé agua, no tierra. El agua de las cloacas, aunque la tierra del suelo de la celda también servía para apaciguar el fuego, y siempre quedan cicatrices. – añadió, y señaló su torso, su brazo, sus piernas, donde aún quedaban algunas marcas de cuando el sol le había lamido la piel, como una amante particularmente cruel, que a punto había estado de destruirlo. – El agua sucia es menos efectiva que la tierra para calmar el picor, pero ayuda a curar. Eso y que soy un vampiro y me curo rápido, pero hay cosas que aún no están curadas, ni lo estarán. No puedo hacer lo que me dé la gana, ni siquiera como inmortal, porque aún tengo que ocuparme del que me hizo esto. ¿Lo entiendes? Por eso te necesito. Y por eso no te mataré aún, serás la única de las dos, de tu hermana y tú, que vivirá por ahora. – sentenció, encogiéndose de hombros, y con gesto distraído se acarició las quemaduras, aún ardientes a veces.
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Mar Dic 13, 2016 8:04 pm

Podía ver esa felicidad que el inmortal estaba cargando en ese momento, como un niño al que se le da un dulce y no se da cuenta que por otro lado le están quitando los caramelos que llevaba escondidos. Sentía dolor, claro que lo hacía, cada una de las llamas que habían acariciado mi piel estaban hirviendo como recuerdos actuales, las sentía renaciendo tal cual alguna especie de maldición. Podía decir que hasta mi propio rostro lo demostraba sintiéndose afligido, adolorido. Sin embargo se lo había dado no solo como una muestra de aceptación hacia su persona, sino como un juguete. El vampiro, que parecía tener una edad cercana a los bárbaros, mostraba índices de problemas psicológicos, había leído cientos de libros para ayudar a mi hermana, absolutamente ninguno revelaban las características que tenía ella. Las de Ciro, sin embargo, parecían más normales –si acaso era posible ser normal siendo un hombre de miles de años al que lo persigue la demencia y crueldad-. No obstante tenía el trauma del dolor una viva imagen de ella. Con las manos sobre mi regazo y la frente en alto no dudé en sonreírle de lado, muy escasamente como una pluma acariciándole. — Yo creo que la inestabilidad de la que hablas la utilizas a tu favor, solo para no aceptar todo ese poder y conciencia que tienes. Ella no podía estar en ningún momento lúcida. ¿Los fantasmas pueden matar? Ya veo. De alguna manera terminaste conectándote con la hermana de esa bruja, es una casualidad extraña, ¿no? — El simple hecho de saber que Alchemilla estaba muerta me hizo quebrar débilmente a un lado. La había adorado más que a mi propio hijo, durante años me encontré buscando una cura que por dentro sabía que era imposible de hallar. Y como era obvio, había terminado en la muerte. ¿Qué otra cosa se podía esperar de alguien que actuaba impulsivamente? Mis labios se apretaron, miraba al demonio que tenía frente a mí con tanta pena que no supe cuando fue que cambio de tema.

Agradecí ese segundo y sonreí con tranquilidad, volviendo mis manos hacia un diario que llevaba constantemente. Con cuidado dejé los largos y ahora brillosos cabellos en un lado, dejando una zona del cuello pálido al descubierto. — Parece que sabes leerme muy bien, eso será más fácil para los dos. El método para salvarse no importa, el resultado es el mismo: Existimos. Quizá yo en bastante menor medida, pero me alegra haberte encontrado a ti y no a otro. — Con una adulación dulce y centrada me levanté para ver sus cicatrices de cerca. No mostraba miedo, tampoco desagrado ni mucho menos lujuria, simplemente una curiosidad innata y tan pacifica que podría irritar a cualquier ansioso. Alcé mis dedos y los apoyé en donde la piel estaba limpia de dolores, bajándola con cuidado, como si quisiera saber si era aprobado que las tocara o no. — La venganza siempre es más dulce que el dolor del principio, porque cuando la realizas sabes hasta dónde quieres llegar. Nos ocuparemos de quien te hizo esto. Haremos que cada una de tus cicatrices eternas valga la pena, Ciro. Y así volverás a disfrutar de tu tan amada inmortalidad libremente. Hasta ese entonces, permíteme vivir. — Era un susurro muy débil, aunque asimismo firme y seguro. Busqué entonces su mirada, no me importaba morir, eso ya estaba destinado a pasar en algún momento. No iba a convertirme en un vampiro tampoco, así que morir por la mano del rubio no era tan mala idea. Incluso con sus gestos y esa manía que parecía tener de querer asesinar a cada instante, sabía que había elegido al mejor soldado que podía existir. Aunque fuese él quien demandara y ordenara, muy por el fondo estaba segura que podría usarlo para mis propios beneficios, ya que éstos eran ínfimos para alguien como él. — Muy bien, ¿quieres que elijamos una habitación en donde puedas pasar el día? En el sótano hay tres, pero solo una tiene llave y cerradura desde adentro. Buscaré información sobre quien te hizo esto, en caso de que recuerdes cosas puedes escribirlas. — Pronto saqué la mano de su pecho, cruzándome de brazos con cuidado en tanto acomodaba la bata sobre mis hombros y me disponía a buscar el camino hacia abajo. Seguramente él pensaba lo correcto: había hecho esas habitaciones porque buscaba a un vampiro que me diera su sangre y poder desde hacía mucho tiempo. Ninguno había valido la pena, se escapaban o querían matarme antes de tiempo. La cambiaformas que mantenía como criada estaba siempre a la espera para atacarlos, claro que ahora era diferente. El vampiro que había hallado tenía muchos años y estaba al tanto de que si quería matarme ahí mismo iba a lograrlo y la criada no podría hacer nada para evitarlo. ¿Cómo podía estar tan segura entonces? Probablemente era la primera vez que me dejaba guiar por una especie de intuición. Y esperaba que no me fallara. Me dispuse a caminar, mirándolo de reojo como si todavía no pudiese creer que lo había conseguido. No entendía como me quedaban dudas cuando me había desangrado casi por completo, me reí de mi misma y tomé una lámpara de aceite que había en una mesa al lado de la escalera. — ¿Dónde estuviste viviendo antes? ¿Quieres que te traiga algo de algún lado? Sé que son muchas preguntas, espero no te incomode. —
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Mensaje por Invitado Mar Ene 03, 2017 5:48 pm

Qué curioso era el instinto de supervivencia: lo que los mortales como ella, enfermos a punto de morirse sin que a nadie realmente le importara, carecían en fuerza, lo compensaban en inteligencia, lucidez o, si no, un insoportable tino para hacer observaciones acertadas. Por loco que estuviera Ciro (o que decía que estaba, porque en él, hasta eso era más o menos una mentira... demasiado complejo para plantearse analizarlo siquiera, sin embargo), hasta él era consciente de la agudeza de la humana, y eso no le beneficiaba. ¡Siendo lista, Ciro deseaba aún más aplastarla! Cierto era que no necesitaba mucho para que ese instinto de destrucción se apoderara de su cuerpo hasta el punto de sentir escalofríos en las yemas de los dedos, gritándole que actuara, pero parecía querer increparlo para que lo hiciera aún más. Curioso, dado que le pedía que la mantuviera viva...

¡Qué complicado se lo ponía todo! Matarla o no matarla: esa era la cuestión, una auténtica duda que diseccionaba a Ciro en dos y lo volvía escenario de una cruenta guerra intestina, casi literalmente porque sentía la rabia asentada en el estómago ante una u otra opción. ¿Qué hacía? ¿Se la afianzaba como aliada, a sabiendas de que tendría que vigilar esa cabecita suya para que no pensara demasiado, o la eliminaba y se quedaba sin las posibilidades económicas de la joven? Ah, decisiones, decisiones... Probablemente le beneficiaría más lo primero, sobre todo a medida que ella seguía hablando y él, escuchándola en relativa calma, se daba cuenta de que probablemente la inteligencia que le había mostrado había sido accidental. ¡Que si recordaba algo, decía ella...! No le entró la risa porque no había lugar, pero sí que esbozó una sonrisa condescendiente y puso los ojos en blanco, frío como el hielo.

Lo recuerdo todo, Alessa, ¿tú no? Pensaba que arder en llamas era algo que no se olvidaba, pero tal vez tú empieces a aquejar ciertos problemas en esa cabecita tuya. Para mí, salir al sol fue casi como para ti casi morirte aquel día. – su voz sonó como un látigo, absolutamente cortante y lúcida, como si quisiera darle la razón al juicio de antes de que usaba su locura a voluntad... lo cual no significaba, en absoluto, que ésta no existiera, que nadie fuera llevado a engaño. Simplemente, lo que antes había permanecido enterrado bajo una capa de civilización ahora había salido a la luz: era tan sencillo como eso. – ¿Quieres que escriba? Puedo. Hasta puedo darte el nombre por el que se autodenomina, como el presuntuoso del demonio que es. Se llama Fausto, es cazador, germano, irritante hasta decir basta, presuntuoso y, a su manera, poderoso. Sin embargo, tiene sus debilidades... como tú, como yo, como todos. Su problema es que conozco cuáles son. – admitió Ciro, y su rostro se transformó por completo.

Donde antes se había encontrado un rostro malvado y helado, que rezumaba distancia y casi vaho por la boca entreabierta, ahora se encontraba un rostro igualmente malvado, pero cuya crueldad era tan ardiente como el brillo demente de sus ojos. Así, de improviso había pasado de ser un hombre que podía razonar con lógica cuasi aristotélica a una bestia parda que amenazaba con matar con su sola presencia, cuyas manos temblaban de ganas de estrujar cuellos hasta partirlos y deleitarse con el sonido. Tal transformación no podía provenir de alguien cuerdo, ni siquiera de alguien que se inventaba la locura a veces aunque la usara a su favor; tal cambio sólo era posible en alguien inestable como él lo era, lo cual venía a demostrar y a la vez rebatir el argumento de Elodie, Alessa o como demonios se llamara, ¡le era indiferente! Excepto cuando lo usaba para hacerle daño: entonces, como todo, sí le importaba.

Tengo mis sitios para esconderme, puedo ir yo mismo sin necesitarte. Que decida que vas a vivir y que me vas a ayudar no significa que tengas control sobre mí: no te equivoques, no te voy a tolerar servilismo falso, y si cambio de idea en que vivas, tu actitud no me hará salvarte en vez de condenarte. – advirtió, mirándose las manos y aún con la crueldad de sus pensamientos anteriores grabada en los rasgos. Entonces, alzó la mirada y la clavó en ella, en esa palidez fantasmagórica que le recordaba a la de la loca de su hermana, más incluso que el rostro destrozado por la locura de una frente al otro consumido por la enfermedad de la que lo miraba y enfrentaba. – Me quedaré, sí, en la que se cierra por dentro. Saldré y entraré a mi antojo, no podrás hacer ni decir nada para detenerme. Ah, y cuando quiera darte sangre lo haré, no cuando me la pidas tú. – ordenó, y como acostumbraba, sus palabras se cumplirían en su totalidad, tan dictador como siempre lo había sido y jamás dejaría de ser.

Busca información sobre él, seguro que hay cosas que tuvo a bien no contarme. Sin embargo, yo sé lo básico, lo que más le duele... También deberás buscar información sobre ella, porque nuestro querido cazador no es ajeno a los males carnales ni al romance, ¿te lo puedes creer? – ordenó, de nuevo, pero su voz cambió a media frase y se convirtió en, casi, una confidencia, en el compartir de un secreto entre ambos y de una incredulidad que los unía, porque, en fin, que un cazador como el germano hubiera perdido la cabeza, y nada menos que por una loca que lo dejaba a él a la altura del barro... Eso tenía pecado, y no que Ciro se hubiera dejado atrapar y torturar durante tanto tiempo. ¡Quien no se consolaba era porque no quería, demonios! – Se llama Éline, no sé más. Bueno, sí, es pelirroja y delira, me recuerda a tu hermana, pero más allá de eso no tengo más datos. Si quieres atacarlo a él, debes empezar por ella... Así funcionan las debilidades, pero de eso no te tengo que enseñar nada. – se burló, encogiéndose de hombros, y esperando a que ella hablara. Qué educación la suya...
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Mensaje por Lorian de Bordeaux Mar Ene 24, 2017 3:11 pm

¿Qué decir? Me resultaba divertida esa exquisita demencia que él tenía, estar al límite cuando tenía a un paso la muerte era lo mismo que saborear lo dulce de un chocolate. Sus ojos imponentes, su fiereza que no daba tregua a calmarse, todo era primoroso. Podía notar en cada mirada como deseaba matarme y yo estaba dispuesta de una retorcida manera a cumplirle sus demandas. Por supuesto que le sonreí cuando me respondió, negando suavemente sobre su respuesta. ¿Qué era recordarlo todo? ¿Realmente los vampiros podían hacerlo? En la desesperación, en el miedo torrencial y el terror a morirse la mente empieza a jugar, a esconderse para que el cuerpo no quiera darse por muerto antes de tiempo. La conciencia reprime y eso era algo que solo un ser que no era humano podía intentar refutarme. Podía estar equivocada, quizá él realmente recordaba cada detalle y me hizo temblar un poco la sola idea. Igualmente le miré como si tuviese una especie de inmunidad a su ferocidad. Sí, era exactamente mi cerebro lo que hacía que él no pudiese dañarme. ¿Qué tanto terminaba de recordar mi inminente muerte? Actualmente casi toda la escena estaba reconstruida, pero estaba segura que había horarios que habían desaparecido de mi mente. Y suponía que podrían haber sido los peores, que estaba escondiendo de mi misma. Se trataba de la barrera que me separaba de la maldita y perra parca. — No hablo sobre arder, sobre morir. El entorno algunas veces se transforma en niebla. Uno se concentra tanto en el dolor que olvida los detalles. ¿Había agua en las esquinas? ¿Musgo? ¿Hongos? ¿De qué colores eran? ¿Libros? Diversas cosas que pueden dar información sustancial sobre los acontecimientos. Aunque eres tú, así que puedo estar errada. — Un suspiro suave salió desde mi garganta, uno que rememoraba al que le había hecho alguna que otra vez al hijo muerto cuando tenía caprichos. Fraternal, demasiado sincero y acongojado para regalárselo al vampiro. Pero parecía ser que Ciro había encendido esa llama enferma de deseo: de cuidarlo de alguna manera.

Para ese entonces no quise responderle, miré sus manos al mismo tiempo que él y solo asentí un par de veces, no me importaba su brusquedad, él me era de utilidad y también me hacía emocionar. Le daba la pimienta a un tazón insulso, a esa vida tan quejumbrosa que me había acostumbrado a tener. Podía decirse que había aparecido en el soplo correcto, quizá pocos días antes de por fin darme por vencida. — Puedes leer mi mente y saber cuándo algo es falso y cuándo es verdadero. No quiero verdadera salvación Ciro, yo quiero mi venganza. Y no puedo hacerla por mí misma, ¿me creerías si hablo de alguien apenas más débil que tú? — Aseguré con tanta frialdad que no me percaté que había alzado la mano para apoyar las yemas de los dedos sobre su rostro. Claramente me había perdido un instante, pero retomé la iniciativa con una sonrisa a medias, asintiendo nuevamente cuando sus órdenes fueron proliferadas, cada una de las cosas que me decía se grabó en mi mente. Me quedé pensando en si los demonios podrían tener corazón. Bajé la mano y acomodé los brazos alrededor de mi cintura, cruzándolos en lo que apretaba la bata contra mi piel, el frío se colaba por cada parte de mí. El romance de un humano, ir a lo más básico y más dañino. Sí, conocía exactamente ese odio atroz que alguien podía tener. Era el mismo que me habían regalado. La única diferencia visible eran los ideales, las razones. Claro que, el final era igual. Por supuesto que mi expresión dibujó una curva de lado y me acerqué como si quisiera responderle al secreto, pero enmudecí por un instante. Sí, no me tenía que enseñar nada sobre eso. Y, ¿qué le podía enseñar yo? Que si ataca allí antes de atacarlo a él todo puede ser peor. Realmente me habría gustado terminar esa conversación en ese momento, no quería esforzarme más, pero no podía. Debía decirle que no podía ir a la mujer antes de tiempo. Era como clavarse una propia estaca en el maldito corazón si lo hacía sin pensar. ¿Cómo decirle eso de la manera más cuidadosa posible para no desquiciar su maldad? Me pregunté a mí misma varias veces eso. Con palitos quizá. No veía maneras de que Ciro pudiese entenderlo del todo, pues realmente era poderoso, fuerte e imponente. Y aún así había sido capturado una vez y podría serlo una segunda vez y quizá no tendría la suerte de escapar. Cuando alguien busca venganza no piensa ya en sí mismo y busca hasta el mismísimo demonio para cumplir. ¿Suena conocido? — Averiguaré. Buscaremos un plan correcto y tendremos que ser muy astutos. Si él es un cazador capaz de hacerte daño a ti, tendremos que acercarnos hasta que nuestra trampa esté dentro. Quizá podría acercarme a ella, dependerá en qué zonas esté. En éstos casos ir por el lado de la mujer para buscar información sobre el cazador quizá sea la mejor opción. Después de todo sigue siendo un humano. Me pregunto si tiene a disposición alguna clase sobrenatural. Será un ítem a buscar, Ciro. Mientras tanto… ¿Nos despedimos por ésta noche? — Pregunté, apoyando el hombro sobre el marco de madera, le miraba curiosa pensando si tal vez él realmente se quería quedar a hablar, ¿por qué? Es que simplemente hacía años que no me encontraba con un vampiro que deseara conversar por tanto tiempo, aunque en todo momento buscara hacerme daño y mantenerme enloquecida de dolor. Yo era su pequeño experimento y podía saber que él estaba intentando torturarme. ¿No era eso lo peor que yo le podía dar? Por esa vez no estaba cumpliendo con su capricho y tal vez eso terminara por hacer que me matara, pues bien, intentarlo era lo único que podía hacer por ahora.
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Mensaje por Invitado Mar Ene 24, 2017 4:13 pm

La cautela de la mujer lo divertiría de no estar ansioso, con pura rabia en la garganta porque deseaba, anhelaba, ansiaba quitarle a Fausto lo único que quería, y necesitaba hacerlo ya, ¡no en el maldito futuro! Quizá una parte de él fuera consciente de que había cierto peligro de que lo capturaran de nuevo, aunque jamás fuera a admitirlo porque ese maldito resquicio de orgullo sí que le seguía quedando, pero la cuestión era que necesitaba la inmediatez, no la paciencia, jamás una virtud cuando se trataba de la venganza. ¡Excepto porque sí lo era! Ciro lo sabía, pero rechazaba a esa vocecita aún cuerda de su cabeza para enterrarla bajo una avalancha de pensamientos caóticos y confusos, que paseaban entre lo que la pelirroja de Fausto parecería si le arrancaba la cara y la utilizaba como careta para hundir al germano la próxima vez que se vieran y cómo sonaría exactamente el cuello de Elodie al rompérselo y acabar con ella. ¡Qué complicado era satisfacer su macabra curiosidad…!

Centrado en sus propios pensamientos (¿acaso podía ser de otra manera, tratándose de él? Incluso si no estaba del todo en sus cabales, quiero decir), apenas se dio cuenta de la pausa que hizo su interlocutora, lo cual, en retrospectiva, probablemente fuera bueno, ya que se encontraba muy próximo a extender el brazo y zarandearla de un golpe si hubiera estado esperando una respuesta. Así era: Ciro no quería sus papanatas de filosofía barata, él sólo quería utilizarla como le había prometido que haría, comportándose como el hombre de palabra que no era por pura definición, ya que él, en todo caso, era más demonio que hombre… O, si se le apura y se le obliga a definirlo, vampiro para estar más seguro y no cometer fallos provocados por los resbalones de su cerebro, demasiado lleno de pensamientos para ser a prueba de fallos. Qué ofensa saberse así de poco perfecto para el Ciro de antaño, que no habría dejado de creerse un dios en ninguna circunstancia salvo la que lo había llevado, precisamente, a abandonar la cosmogonía que él mismo protagonizaba.

Había agua por todas partes, era bajo tierra y los materiales eran malos, se filtraba. Lógicamente, el moho crecía a sus anchas y lo teñía todo de verde apagado, sucio, incluso la claraboya que utilizaba a veces para quemarme. Podría dibujártelo, pero lo haría con tu sangre y sería contraproducente porque no lo verías al final. – amenazó, de forma velada, pero no por ello menos cierta. Aunque pudieran ponerse muchas cosas en duda, incluido lo que formaba su propia realidad (no sería la primera vez que Ciro se encontraba inmerso en una de sus propias ilusiones…), lo cierto era que el vampiro podía pintar los detalles de todas esas imágenes con la claridad y el talento de un pintor hiperrealista hasta en una época en la que semejante estilo aún no existía; tal era el avance que llevaba él con respecto a su momento. Incluso también con respecto a ella, pero eso venía intrínseco porque, en fin, era un vampiro: ya de entrada estaría en una posición avanzada con respecto a ella sin siquiera intentarlo.

Te creería porque sé cuándo mientes. Aunque tal vez elija no creerte y te calle la boca pálida que tienes, depende de mi humor. No deberías olvidarte de que si te permito que me uses es porque te usaré yo a ti igual, y si veo que en algún momento sales más favorecida, créeme cuando te digo que inclinaré la balanza siempre hacia mi lado. No tienes por qué leerme la mente, ni siquiera puedes, para saber que hablo en serio, ¿no? – ironizó, con una mueca que se parecía a una sonrisa (no, confirmado: era una sonrisa, aunque a la manera siempre pérfida de Ciro), y mirándola como un rey mira a alguien que probablemente se convierta en un súbdito, pero que aún no se sabe si lo es. La diferencia era que no se trataba de una duda por parte de Ciro sobre si considerarla una igual o una subordinada, sino sobre considerarla digna de él o digna de pisarla para olvidarse y utilizar sus recursos igual. Pero, realmente, ¿a quién quería engañar…? A esas alturas ya había dicho que sí, lo mismo daba que se entretuviera negándolo o no, porque la realidad estaba ya expuesta.

Búscala, sí. Acércate lo que te venga en gana, tal vez te puedas hacer la loca y la convenzas de que estás de su lado, o qué sé yo, pero necesitamos que sufra, porque ella es la clave de que el cazador lo haga. Es la desventaja de los seres que tenéis corazón: os lo pueden romper muy fácilmente… – reflexionó, acariciándose el mentón, y a continuación la miró de nuevo, con una extraña paz en sus rasgos que lo hacía parecer una escultura clásica, salvo que nada divinizada, y completamente proporcionada hasta en las partes que los escultores de antaño dejaban olvidadas… – No hay nada más que hablar por ahora. Te buscaré cuando se me antoje: ahora me perteneces, y nunca dejarás de hacerlo, ya no. Espero resultados, o de lo contrario lo lamentarás. Buenas noches. – sentenció, hizo un gesto con la cabeza como si efectivamente se estuviera despidiendo de una buena amiga con la que acabara de pasar un buen rato (a ver, técnicamente malo no había sido…), y la dejó sola mientras se dirigía a la habitación que ella le había preparado, afuera, o a donde le apeteciera, realmente. La noche era joven, y él no pensaba empezar a coartarse… no después de más de dos mil años sin hacerlo.

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