-¡No lo hagas Padre!- el grito de la joven resonó por toda posada haciendo que los pocos comensales presentes y los empleados prestaran atención al drama que se desarrollaba en la entrada de una de las habitaciones para la renta del establecimiento. Un joven, un trabajador de clase media de acuerdo con su atuendo, era sometido y llevado a rastras por dos fuertes hombres de rostro enfadado. Tras ellos un hombre de vestiduras elegantes sostenía fuertemente por el brazo a una joven de piel clara y cabello oscuro que no sobrepasaba los 15 años. El parecido entre los dos era formidable y a ninguno de los espectadores les quedó la menor duda sobe el parentesco. Un par de meseras se miraron entre sí. Desde que la joven pareja se alojó en la posada la noche anterior habían murmurado entre ellas. Era evidente que la joven de alta alcurnia había decidió fugarse con su enamorado, seguramente un trabajador de su propia casa. Veían ese tipo de aventureros cada cierto tiempo pero pocas eran las veces que terminaban siendo descubiertos “infraganti”.
Henri sintió pena por su hija mientras ésta forcejeaba y trataba de zafarse de su agarre, pero no podía consentir pasar por alto el ultraje. El joven sería azotado y, por supuesto, tendría que marcharse. Colette no le volvería a ver y recibiría también un castigo por un acto tan irreflexivo. Él esperaba que con el tiempo se diera cuenta de lo absurdo de aquella decisión y de las desastrosas consecuencias que podría haber acarreado por el resto de su vida. La joven tenía un temperamento fuerte pero no carecía de inteligencia, seguramente aquel acto tenía el único fin de demostrarse a sí misma su propia fortaleza y a su madre que poseía capacidad de decisión sobre su futuro. Aún le quedaba mucho por aprender.
Los días siguientes fueron difíciles. La familia se esforzó como nunca por tratar de subsanar la honra de Colette, empezando por una revisión y confirmación de su pureza. Para fortuna de todos las cosas no había ido más allá del punto irreparable, su hija seguía siendo virtuosa aunque no por eso menos subversiva. Henri deseaba mantenerla en casa bajo estrecha vigilancia pero Danielle, su esposa y madre de sus hijos, le convenció de tomar una medida mucho más severa. Así Colette fue enclaustrada con las monjas donde permanecería durante al menos 6 meses. _________________________
Los Leclair eran una familia adinerada e influyente de la clase alta francesa. Su apellido poseía el peso de antepasados reconocidos y sus cuentas el sustento del arriendo de cientos de hectáreas dispersas por toda Francia. Henri poseía un espíritu caritativo y amable, un hombre de temperamento pasivo que solo ansiaba la tranquilidad de una vida acomodada. Como suele ocurrir su pareja de vida, Danielle, poseía unas características que se oponían y a la vez complementaban las de su marido. Refinada y elegante, dura de palabra y pensamiento, con ideales perfeccionistas y el temperamento propio de un alto mando militar. Tenían tres hijos, Jeremie el primogénito, un muchacho arrogante y vago sin más aspiraciones que gastar el dinero que no había ganado en actividades ociosas; Colette, tres años menor, y Cassidie. Henri era consciente de la ineptitud de su único hijo y por esto ponía todo su empeño en adiestrar a Colette para que fuese ella quien tomara las riendas de la familia cuando él ya no estuviese. Sin embargo su esposa tenía otros planes. Para ella era inconcebible que una mujer ignorara los derechos de nacimiento de un hermano mayor y despreciaba la idea de que su hija se alejara de su deber como esposa y madre por dedicarse a temas que eran responsabilidad de la rama masculina de la familia. Así las cosas Colette vivía en medio de un fuego cruzado donde cada una de las partes tiraba de ella en direcciones opuestas, llenándola de frustración, inseguridad y confusión.
Durante su encierro en el convento, y en las interminables horas de soledad a las que era sometida, llegó finalmente a la conclusión de que su huía respondía al comportamiento de sus padres y no a un sentimiento de amor por quien fuese su “salvador”. Lamentaba la suerte que él había sufrido y se escarmentaba por ser la culpable de todo. Sin embargo el castigo al final le resultó de provecho. Durante su estadía en el convento conoció a la hermana Christel a quien admiraba y apreciaba de forma sincera. Ella le enseño a reconocer el sufrimiento ajeno y a comprender que cualquier cosa que hiciera, por pequeña que esta pareciese, podría significar una gran diferencia en la vida de un desposeído. También intentó enseñarle lo duro que el mundo podía ser y la fuerza que debía tener para afrontar lo que fuese que el destino le deparara. Pasó un año entero en el convento y continuó haciendo visitas regulares al lugar mucho tiempo después de levantado su castigo.
Su existencia continuó en medio del calmo mar que aparentaba ser la vida de los Leclair, una superficie llana y pacifica que ocultaba con presteza un fuerte y profundo oleaje. A la edad de 22 años le comunicaron su inminente unión con un aristócrata Inglés. No conocía a su prometido y en realidad no deseaba contraer nupcias. Las ideas de su padre sobre el manejo de las propiedades de la familia calaban más profundo en su alma año tras año, pero ni sus suplicas, ni los razonamientos de Henri, pudieron contra la voluntad de su madre así que la fecha fue fijada. Para ese momento ya había aprendido a contener sus fuertes emociones bajo la aparente serenidad que se esperaba de una mujer de su clase, por lo que se limitó a aceptar y a permitir que su furia se exteriorizara en los confines de la soledad de su habitación. Esa noche escapó nuevamente después de 7 años de obediencia. Se dirigió a la estación de trenes, dispuesta a escabullirse de unos planes en los cuales era considerada poco más que una simple marioneta.
Fue allí, minutos antes de abordar el tren que lo conoció. Su nombre era Matthieu, fuerte, alto, guapo y lo suficientemente inteligente y considerado como para tomarse el tiempo de explicarle a una extraña las razones por las que veía su huida como un completo desatino. La convenció de regresar a su hogar con la promesa de buscarla nuevamente. Las semanas pasaron y él cumplió con su parte del trato. Se veían casi todas las noches y sin previo aviso fue acomodándose en el corazón de la mujer, derrumbando sus barreras y haciendo crecer en su interior algo parecido a la esperanza. Un par de meses después él le confesó la verdad sobre su naturaleza, no era humano sino un ser que se alimentaba de lo más preciado de los que antes fueran sus congéneres para alargar eternamente su existencia. Eso la aterró pero después del impacto inicial descubrió que no era un obstáculo insondable. Le amaba y creía que él sentía algo parecido por ella. Una nueva promesa fue pronunciada entonces, estarían juntos por siempre pero primero él debía encargarse de algunos asuntos. La alimentó con su sangre, otorgándole mágicas e increíbles cualidades pero omitiendo adrede las consecuencias negativas, no consideró entonces necesario expresar aquello en voz alta pues poco tiempo después la transformaría por completo.
El prometido de Colette apareció muerto un par de días después. Se trató de un acto de violencia al parecer por resistirse a un intento de robo. Ella sabía cuál era la verdad oscura tras la muerte del joven. Su sentido espiritual le instaba a aborrecer tan absurdo crimen, a recriminarle a Matthieu por arrebatar una vida sin necesidad, pero descubrió que la hipocresía anidaba tras su indignación. Sus propias manos cegarían pronto la vida de muchas personas para mantener su propia existencia ¿Qué autoridad moral tenía para cuestionar el actuar de Matthieu cuando los resultados le eran tan beneficiosos? Ella deseaba apresurar su tránsito a una nueva vida, una donde sería ama y señora de las decisiones que la afectaran, donde no tuviese que someterse a la voluntad de sus padres o enojarse por el comportamiento de su hermano ni preocuparse por la suerte de la cándida Cassidie. Les extrañaría a todos pero lo superaría, tendría a Matthieu para lograrlo y ellos se tendrían unos a los otros.
La noche de su cumpleaños, momento acordado entre los dos para completar la transformación, ella se dirigió a la propiedad que él mantenía en París. Llevaba algunas noches sin beber de su vena y los efectos de la abstinencia empezaban a hacerse notar. Su piel estaba pálida, sus manos temblaban ligeramente, sentía sudoraciones y una insoportable sed la acompañaba sin importar lo que intentase para saciarla. Con todo la emoción empujaba sus pies de forma constante y curvaba sus labios en una sonrisa de felicidad. Ingresó a la propiedad justo para encontrarse con una escena que jamás habría podido esperar. Matthieu estaba enzarzado en una violenta confrontación con otro vampiro, un ser de mirada fría y despiadada que se movía con una rapidez que le robaba el aliento a Colette. Y en un momento de pesadilla el inescrupuloso ser arrancó de un cuajo la cabeza de aquel a quién Colette amaba, robándole no solo el futuro que tanto ansiaba sino, además, al único amor verdadero en su vida.
Fue entonces, cuando ella profirió un grito de angustia, que él se fijó en su presencia. Podría haberla asesinado, ella deseaba que lo hiciera, pero en su lugar la obligó a poner los labios sobre su fría piel, a beber de su sangre tan diferente a la de su querido Matthieu, a generar un vínculo que aborrecería por siempre y a perpetuar angustias indecibles para las cuales su amado jamás la había preparado. |
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