I could lie [Privado]

por **Trevor Wooler** Lun Mayo 30, 2016 6:26 pm

“Everything that kills me makes me feel alive”

Los nudillos impactaron con una fuerza atronadora contra el pómulo derecho de Trevor, obligándolo a retroceder un par de pasos y haciéndole cerrar los ojos por los segundos que el lacerante dolor incapacitó sus sentidos. No espera que el impacto tuviese tal fuerza y fue entonces evidente el error cometido al menospreciar a su rival calificándolo por su aparentemente débil contextura. Para su fortuna no se trataba de algo irremediable. Gracias a las características de su raza y a los poderes que anidaban en su linaje, su cuerpo se recuperó con velocidad sobrehumana, permitiéndole estar listo para el siguiente golpe antes de lo previsto por el otro combatiente. Levantó el brazo izquierdo, bloqueando a tiempo el puño cerrado para luego asestar un golpe propio en todo el ojo del joven humano con quién se enfrentaba. A su alrededor los gritos de la voces masculinas llevaban el ambiente con la misma presteza que el humo de tabaco. Algunos le alentaban, otros le maldecían dependiendo de la apuesta hecha y de la cantidad de dinero en juego. Sonrió con desprecio al ver como el joven caía sobre su trasero mientras cubría el ojo afectado con una de sus manos. Incluso en las peleas clandestinas existían ciertos cánones de comportamiento y muy seguramente cualquier otro peleador hubiese tenido la prudencia de respetar al caído al menos un par de segundos. Pero él no tenía pensado contemplar tales concesiones así que sin cuestionárselo arremetió de nuevo. Se requirió de tres hombres fornidos para contenerlo y para cuando lograron apartarlo el humano permanecía tendido y apenas vivo sobre un charco de su propia sangre.

Trevor no perdió la sonrisa cuando lo cuestionaron sobre su actuar, ni cuando lo amenazaron si el joven perdía la vida ni cuando, finalmente, lo obligaron a abandonar el sótano donde se desarrollaban los enfrentamientos. Ni siquiera se molestó en cobrar su parte como vencedor, el dinero le traía sin cuidado y la satisfacción de haber reventado al pequeño capullo era más que suficiente para sentirse satisfecho con los resultados de la noche. Terminó se subir la escalera que desembocaba en la parte “pública” de la pequeña y sucia taberna. Solo algunos clientes conocían las actividades que se desarrollaban bajo el piso por lo que más de uno se le quedó mirando. Tal vez lo más sensato fuese regresar a la casa en la que se alojaba, cambiarse la ropa ensangrentada y sucia y permitir que su naturaleza terminase de curar la cara hinchada y amoratada. Pero la sensatez no iba de la mano con su forma de comportarse así que en su lugar se sentó en la barra y pidió una bebida fuerte. No detalló en nadie aunque mantuvo alertas sus sentidos.

No tuvo que esperar demasiado antes de que uno de los amigos del joven agredido quisiese salir en defensa de su honra. Le escuchó subir las escaleras y acercarse por la espalda. – Malnacido ¿Crees que puedes hacer lo que te plazca y salir impune? – Trevor ignoró la bravuconería pero apuró la bebida en su copa – Vas a pagar lo que hiciste allá abajo– el cambiaformas pidió un nuevo trago con un gestó al cuál el mesero respondió medio temeroso por lo que podría venir a continuación -¿Es que no me escuchas?- – Niño, será mejor que contengas esa lengua o podrías terminar peor que tu amigo – volvió a terminar su bebida sin molestarse en mirar siquiera a su interlocutor – Maldito Inglés de mierda, te voy a… – la frase quedó en suspenso cuando el aludido se levantó de improviso y empujó al joven lanzándolo contra una de las mesas cercanas – Yo no soy de Inglaterra – gruñó antes de arremeter contra el airado francés empujando en el proceso a todo aquel que le impedía el paso y haciendo que muchos de los presentes perdieran sus bebidas. En cuestión de minutos la tranquilidad de la taberna quedó reducida a una pelea campal en la que pocos conocían el bando al que pertenecían o las razones por las que se enfrentaban entre sí.

Un sentimiento de plenitud llenó a Trevor mientras repartía y recibía puñetazos. El caos y la anarquía, la violencia desmedida y desbocada, la imperiosa necesidad de asentar su superioridad aunque por definición no tuviese ni un solo rival digno en ese lugar, todo esto unido representaba para él algo parecido a la felicidad, un estado de ensoñación que lo aislaba de la apatía que constituía su existencia y le demostraba que, a pesar de todo, si estaba vivo y que podía sentir y vibrar al ritmo de otros que compartían su mismo universo. Rió genuinamente divertido mientras su actual contrincante caía sin sentido en el sucio suelo de la taberna para luego mirar en derredor en busca de un nuevo blanco. Sentía la cara entumecida y los puños doloridos ¡Ah, que magnifica manera de celebrar su llegada a Paris!