AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Pactar con el Diablo
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Pactar con el Diablo
La vida, la existencia, está fabricada de una interminable secuencia de momentos, de instantes que, encadenados entre sí, componen la que probablemente sea la mejor "obra de arte" jamás vista. Esta secuencia sólo se detiene en el momento en que morimos. Al exhalar nuestro último aliento, instante en que todo se termina. Y entonces, algunos despiertan de nuevo. Y dicha secuencia, abruptamente interrumpida, vuelve a ponerse en funcionamiento. ¿Pero puede volver a reaparecer? ¿Puede acaso renacer, algo tan puro y básico, tan concienzudamente codificado en nuestros genes, como es la humanidad, una vez se ha perdido? Y en caso de que lo hiciera, ¿sería real, o una especie de ilusión, apenas un resquicio de lo que fue?
Si le preguntaran a la vampiresa, tiene bastante claro cuál sería su respuesta. Una vez perdida el alma, lo que nos hace ser humanos, no es posible volver a recuperarla, o al menos, no en su totalidad, con todos sus matices. Muchos vampiros, especialmente los más antiguos, en algún momento consideran necesario esforzarse hasta quedar exhaustos por recuperarla. Ella misma lo había visto en muchos de aquellos inmortales que alguna vez consideró amigos, o semejantes. Ninguno lo había conseguido, por supuesto. Se convertían en malos actores, fingiendo similitud con unos seres a todas luces inferiores a ellos. A sus ojos, esos a los que en algún momento había llegado a respetar, se convertían en criaturas patéticas. No, ella nunca lo había intentado siquiera. No había nada acerca del alma, o de la humanidad, que le resultara lo más mínimamente interesante. Toda esa carga emocional, o de conciencia, ¿qué utilidad tiene para una criatura que no morirá jamás?
De haber conocido la ligereza, la extrema satisfacción que se sentía al ser capaz de quitar una vida sin sentir ninguna clase de remordimiento, hubiera dado cualquier cosa por deshacerse de su alma mucho tiempo antes. Lo que ahora era, un demonio hueco de toda emoción que no fuera la sed, el hambre, o la rabia, resultaba mucho más satisfactorio.
Su figura, alta, delgada, obscura, se desplazaba a ritmo lento pero constante entre los frondosos árboles que adornaban el bosque. Aquí y allá, los sonidos provenientes de animales nocturnos se alzaban de forma aleatoria e intermitente, quebrando la quietud que normalmente imperaba en torno a la medianoche. La vampiresa inhaló con intensidad, de forma innecesaria, llenando sus pulmones de aquel aire fresco y repleto de aromas. Tan diferente al de la ciudad, donde era sucio, cargado. Abrumador. Recorrió con la yema de los dedos el rugoso tronco de uno de aquellos árboles. Era hermoso, perfecto. Y en ese instante, un suspiro se escapó de su garganta.
Cualquiera que no la conociera, podría perfectamente suponer que la mirada que se dibujó en su semblante tenía una nota de nostalgia. Y ella no podría negarlo.
Si le preguntaran a la vampiresa, tiene bastante claro cuál sería su respuesta. Una vez perdida el alma, lo que nos hace ser humanos, no es posible volver a recuperarla, o al menos, no en su totalidad, con todos sus matices. Muchos vampiros, especialmente los más antiguos, en algún momento consideran necesario esforzarse hasta quedar exhaustos por recuperarla. Ella misma lo había visto en muchos de aquellos inmortales que alguna vez consideró amigos, o semejantes. Ninguno lo había conseguido, por supuesto. Se convertían en malos actores, fingiendo similitud con unos seres a todas luces inferiores a ellos. A sus ojos, esos a los que en algún momento había llegado a respetar, se convertían en criaturas patéticas. No, ella nunca lo había intentado siquiera. No había nada acerca del alma, o de la humanidad, que le resultara lo más mínimamente interesante. Toda esa carga emocional, o de conciencia, ¿qué utilidad tiene para una criatura que no morirá jamás?
De haber conocido la ligereza, la extrema satisfacción que se sentía al ser capaz de quitar una vida sin sentir ninguna clase de remordimiento, hubiera dado cualquier cosa por deshacerse de su alma mucho tiempo antes. Lo que ahora era, un demonio hueco de toda emoción que no fuera la sed, el hambre, o la rabia, resultaba mucho más satisfactorio.
Su figura, alta, delgada, obscura, se desplazaba a ritmo lento pero constante entre los frondosos árboles que adornaban el bosque. Aquí y allá, los sonidos provenientes de animales nocturnos se alzaban de forma aleatoria e intermitente, quebrando la quietud que normalmente imperaba en torno a la medianoche. La vampiresa inhaló con intensidad, de forma innecesaria, llenando sus pulmones de aquel aire fresco y repleto de aromas. Tan diferente al de la ciudad, donde era sucio, cargado. Abrumador. Recorrió con la yema de los dedos el rugoso tronco de uno de aquellos árboles. Era hermoso, perfecto. Y en ese instante, un suspiro se escapó de su garganta.
Cualquiera que no la conociera, podría perfectamente suponer que la mirada que se dibujó en su semblante tenía una nota de nostalgia. Y ella no podría negarlo.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 09/07/2013
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Re: Pactar con el Diablo
Algunas noches, aún podía escuchar sus gritos en mi mente con total claridad. No es algo que ocurriera muy a menudo, ciertamente. En mi trabajo, dedicándome a lo que me dedico, perder el tiempo en algo como la tristeza no es una opción. Aferrarse al pasado e impedir que éste te deje continuar es una gran debilidad, y lo último que yo necesito son puntos débiles. Sin embargo, algunas noches, tal como esa, no podía evitarlo. Sus voces se colaban en mi subconsciente mientras dormía. Al principio, como un leve murmullo, apenas audible, un recordatorio de lo terrible de aquel recuerdo, procedente de lo más profundo de mi memoria, donde lo conservo cautelosamente enterrado. Pero, poco a poco, lo que antes era simplemente un eco se va tornando cada vez más y más fuerte, más y más intenso, viniendo acompañado por las imágenes del horror que una vez, hace mucho tiempo, me vi obligado a experimentar. El dolor por el que decidí ser, convertirme, en lo que soy ahora. ¿Y qué pensarían las presas a las que me dedico a perseguir si me vieran retorciéndome entre las sábanas, con un grito ahogado, con la mirada perdida en un pasado del que jamás podré deshacerme?
Es ese pensamiento el que me despertó, y no en sí la pesadilla. Porque sé perfectamente que no era mi imaginación. Eso ocurrió de verdad. Los demonios, los vampiros, esas bestias me arrebataron todo lo que alguna vez amé. Por eso, aunque no me despertase gritando, ni pidiera auxilio, sé que seguía y sigo sintiéndome igual que entonces. La pérdida fue tan grande que nunca podré reponerme. Y es esta realidad lo que más me perturba. Sigo siendo débil, aunque no me guste reconocerlo. Y aquella noche en particular, tras haber pasado la última semana durmiendo lo mínimo debido a la caza, la ausencia de un objetivo me había hecho perderme nuevamente en mis recuerdos. Me levanté de la cama de un salto, y recorrí la pequeña casa antes de decidir vestirme y salir al exterior. Ese era mi ritual, cada día, al despertar, buscaba cautelosamente algún indicio de que algo o alguien se hubiera colado mientras dormía. Nunca había pasado, a decir verdad, pero prevenir siempre era más sencillo que arreglar cualquier desastre. Y esto era un hecho que había comprobado a base de experiencia. Tras suspirar y beber lo que me quedaba de mi última botella de vodka de un trago, salí de la casa con demasiadas cosas en mente, pero sin poder centrarme en ninguna. Aquel día era un civil, había decidido. De ninguna forma podría pelear en ese estado.
Así que me dediqué a caminar sin rumbo fijo. Calles y callejones oscuros me acogieron como si yo fuera simplemente una más de sus sombras. Y tal vez así era. Ese era mi hábitat natural, por donde normalmente me movía. Tantos años persiguiendo a seres que huían de la luz me habían convertido también en una especie de animal nocturno. No era un simple humano, ya no, era un cazador. Las normas de la sociedad, los comportamientos que para otros eran normales, no tenían ningún significado para mi. Evidentemente podía moverme por cualquier círculo sin demasiado inconveniente, pero eso no significaba que me gustara especialmente. No. Mi vida era perseguir monstruos, y no podía contemplar ninguna aparte de esa. Si alguien me preguntara si era debido al miedo, lo hubiera negado. Pero era cierto. El miedo a perder de nuevo aquello que más quería me impedía querer nada. Así era más fácil, y también más doloroso. Aunque estaba acostumbrado.
Cuando me quise dar cuenta, estaba en uno de mis escondites favoritos, mirando al estrellado cielo nocturno, aún incapaz de concentrarme en un pensamiento en concreto, subido a la rama de un frondoso árbol. Siempre consideré que desde las alturas es mucho más sencillo observar sin ser observado, pero no era el único motivo por el que me gustaba estar así. Desde arriba también podía observar el universo, expectante. Sabía que jamás obtendría respuesta procedente de aquel pozo de oscuridad, pero en el fondo, nunca había dejado de intentarlo. No, no buscaba a Dios, a eso había renunciado al perderlo todo, ¿quién querría conocer a un Dios tan terrible como para permitir que cosas así pasaran?, por mi parte, casi mejor que estuviera muerto, o no existiese. Yo buscaba algo diferente. Respuestas sobre el final de esa guerra que pocos sabían que se estaba librando. Sobre el significado de mi propia vida. La razón por la que las cosas eran como eran, y no de un modo distinto... Probablemente así hubiera seguido por horas, de no ser por escuchar el leve ruido de una respiración a mis pies, varios metros abajo. Una figura femenina, recostándose sobre el árbol. Un alma solitaria, como la mía. Y sin saber por qué, no pude apartar la vista, ni siquiera al darme cuenta de que estaba llorando.
Es ese pensamiento el que me despertó, y no en sí la pesadilla. Porque sé perfectamente que no era mi imaginación. Eso ocurrió de verdad. Los demonios, los vampiros, esas bestias me arrebataron todo lo que alguna vez amé. Por eso, aunque no me despertase gritando, ni pidiera auxilio, sé que seguía y sigo sintiéndome igual que entonces. La pérdida fue tan grande que nunca podré reponerme. Y es esta realidad lo que más me perturba. Sigo siendo débil, aunque no me guste reconocerlo. Y aquella noche en particular, tras haber pasado la última semana durmiendo lo mínimo debido a la caza, la ausencia de un objetivo me había hecho perderme nuevamente en mis recuerdos. Me levanté de la cama de un salto, y recorrí la pequeña casa antes de decidir vestirme y salir al exterior. Ese era mi ritual, cada día, al despertar, buscaba cautelosamente algún indicio de que algo o alguien se hubiera colado mientras dormía. Nunca había pasado, a decir verdad, pero prevenir siempre era más sencillo que arreglar cualquier desastre. Y esto era un hecho que había comprobado a base de experiencia. Tras suspirar y beber lo que me quedaba de mi última botella de vodka de un trago, salí de la casa con demasiadas cosas en mente, pero sin poder centrarme en ninguna. Aquel día era un civil, había decidido. De ninguna forma podría pelear en ese estado.
Así que me dediqué a caminar sin rumbo fijo. Calles y callejones oscuros me acogieron como si yo fuera simplemente una más de sus sombras. Y tal vez así era. Ese era mi hábitat natural, por donde normalmente me movía. Tantos años persiguiendo a seres que huían de la luz me habían convertido también en una especie de animal nocturno. No era un simple humano, ya no, era un cazador. Las normas de la sociedad, los comportamientos que para otros eran normales, no tenían ningún significado para mi. Evidentemente podía moverme por cualquier círculo sin demasiado inconveniente, pero eso no significaba que me gustara especialmente. No. Mi vida era perseguir monstruos, y no podía contemplar ninguna aparte de esa. Si alguien me preguntara si era debido al miedo, lo hubiera negado. Pero era cierto. El miedo a perder de nuevo aquello que más quería me impedía querer nada. Así era más fácil, y también más doloroso. Aunque estaba acostumbrado.
Cuando me quise dar cuenta, estaba en uno de mis escondites favoritos, mirando al estrellado cielo nocturno, aún incapaz de concentrarme en un pensamiento en concreto, subido a la rama de un frondoso árbol. Siempre consideré que desde las alturas es mucho más sencillo observar sin ser observado, pero no era el único motivo por el que me gustaba estar así. Desde arriba también podía observar el universo, expectante. Sabía que jamás obtendría respuesta procedente de aquel pozo de oscuridad, pero en el fondo, nunca había dejado de intentarlo. No, no buscaba a Dios, a eso había renunciado al perderlo todo, ¿quién querría conocer a un Dios tan terrible como para permitir que cosas así pasaran?, por mi parte, casi mejor que estuviera muerto, o no existiese. Yo buscaba algo diferente. Respuestas sobre el final de esa guerra que pocos sabían que se estaba librando. Sobre el significado de mi propia vida. La razón por la que las cosas eran como eran, y no de un modo distinto... Probablemente así hubiera seguido por horas, de no ser por escuchar el leve ruido de una respiración a mis pies, varios metros abajo. Una figura femenina, recostándose sobre el árbol. Un alma solitaria, como la mía. Y sin saber por qué, no pude apartar la vista, ni siquiera al darme cuenta de que estaba llorando.
Gaweł J. Bożydar- Cazador Clase Media
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 06/04/2016
Re: Pactar con el Diablo
Nostalgia o tedio, ¿cómo discernir dónde está la línea que separa ambos conceptos? Ella nunca lo había sabido. Pero sí que era plenamente consciente de que cuando empiezas a echar en falta algo que alguna vez tuviste, es porque tu vida actual, el aquí y ahora, está demasiado vacío de emociones como para conseguir sacarte de la rutina. Ah, monotonía, se enquista y convierte en una especie de tumor que se propaga y se extiende por tu interior, contaminándolo todo, poniendo énfasis al hecho de que las cosas carecen de valor, de color, de sentido, cuando ya has experimentado la satisfacción de tenerlo absolutamente todo. Ese era el castigo, la maldición que pesaba sobre los inmortales de toda clase y condición: la eternidad es demasiado larga, y las cosas que te provocan alguna clase de reacción no hacen más que reducirse en cantidad a medida que pasan los años. Las décadas. Los siglos. Los milenios. ¿Y después, qué es lo que queda? Si ya ni siquiera se tiene un alma como tal que ansíe evolucionar, ¿qué otro motor puede tener una existencia, si el sentido de la vida, en sí, carece de todo significado? Los mortales nacen y crecen para morir, pero si la muerte no es el fin del camino, el ciclo no se completa. Y lo que antes era una existencia llena de matices pasa a ser un lago de aguas estancadas. Lo único que perdura, son emociones tan negras como sus aguas.
No supo cuándo, cómo, ni por qué, pero de pronto de sus ojos comenzaron a brotar cálidas lágrimas, que contrastaban enormemente con la frialdad característica de su piel. Mas no era un recuerdo, ni el dolor, ni siquiera la rabia lo que invitaron a sus lagrimares a activar su funcionamiento, fue la certeza, la recién descubierta revelación de que nunca sería capaz de experimentar una "primera vez" de nada en absoluto. Con casi dos milenios de historia, no había nada que no hubiera hecho, probado, descubierto, experimentado o sentido. Ese era el verdadero origen del entumecimiento de su capacidad para sentir. No era la ausencia de estímulos, porque el propio mundo en sí está lleno de ellos, sino que su sensibilidad a los mismos era ridículamente pequeña. Nada la hacía reaccionar... Nada, salvo la sangre, por supuesto. Por eso la sed, la furia y las ansias de destruir era lo único que permanecía inalterable, porque no había otra cosa aparte de eso que fuera capaz de desencadenar una respuesta por su parte. Las sorpresas eran inexistentes, y sin éstas, lo que antes parecía lleno de color se tiñe con una escala puramente de grises. No había cabida para nada más.
Ni siquiera la presencia de un humano por encima de su cabeza le había pasado inadvertida. ¿Qué estaba intentando hacer? Ni siquiera le causaba curiosidad en ese punto. Estaba acostumbrada a que los humanos hicieran cosas estúpidas y temerarias, así que lo que más sorpresivo le resultaba no era el hecho de que estuviese subido a tal altura, sino que no hubiera caído todavía. A juzgar por el crujido de la madera del tronco que estaba a su espalda, no le quedaba mucho. ¿Sería capaz aquella acción de sonsacarle aunque fuera un atisbo de sonrisa? ¿O sería algo más que pasaría ante sus ojos sin ser capaz de encender ni apenas una chispa en ellos? No dio muestras de haberse dado cuenta de la presencia del hombre, y se dedicó a limpiarse con los bordes de las mangas el reguero de lágrimas que ya se había detenido. La primera vez en décadas que lloraba, y era por algo tan patético como no ser capaz de sentir nada. Que irónico, cuando eso era hacia lo que más agradecida se sentía. La incapacidad de notar, de sentir, es una ventaja cuando tienes tantos años por delante. El tiempo parecía fluir lentamente debido a la ausencia del bullicio propio de la ciudad. Aunque el bosque nocturno estaba lleno de vida, al tratarse de seres acostumbrados al sigilo era fácil sentir que se estaba solo, a la vez que observado por algo invisible Eso era lo que notaba, los ojos no visibles desde esa distancia de ese humano, que minutos después, caía de la rama que lo sujetaba, dirigiéndose peligrosamente hacia donde ella se encontraba.
No supo cuándo, cómo, ni por qué, pero de pronto de sus ojos comenzaron a brotar cálidas lágrimas, que contrastaban enormemente con la frialdad característica de su piel. Mas no era un recuerdo, ni el dolor, ni siquiera la rabia lo que invitaron a sus lagrimares a activar su funcionamiento, fue la certeza, la recién descubierta revelación de que nunca sería capaz de experimentar una "primera vez" de nada en absoluto. Con casi dos milenios de historia, no había nada que no hubiera hecho, probado, descubierto, experimentado o sentido. Ese era el verdadero origen del entumecimiento de su capacidad para sentir. No era la ausencia de estímulos, porque el propio mundo en sí está lleno de ellos, sino que su sensibilidad a los mismos era ridículamente pequeña. Nada la hacía reaccionar... Nada, salvo la sangre, por supuesto. Por eso la sed, la furia y las ansias de destruir era lo único que permanecía inalterable, porque no había otra cosa aparte de eso que fuera capaz de desencadenar una respuesta por su parte. Las sorpresas eran inexistentes, y sin éstas, lo que antes parecía lleno de color se tiñe con una escala puramente de grises. No había cabida para nada más.
Ni siquiera la presencia de un humano por encima de su cabeza le había pasado inadvertida. ¿Qué estaba intentando hacer? Ni siquiera le causaba curiosidad en ese punto. Estaba acostumbrada a que los humanos hicieran cosas estúpidas y temerarias, así que lo que más sorpresivo le resultaba no era el hecho de que estuviese subido a tal altura, sino que no hubiera caído todavía. A juzgar por el crujido de la madera del tronco que estaba a su espalda, no le quedaba mucho. ¿Sería capaz aquella acción de sonsacarle aunque fuera un atisbo de sonrisa? ¿O sería algo más que pasaría ante sus ojos sin ser capaz de encender ni apenas una chispa en ellos? No dio muestras de haberse dado cuenta de la presencia del hombre, y se dedicó a limpiarse con los bordes de las mangas el reguero de lágrimas que ya se había detenido. La primera vez en décadas que lloraba, y era por algo tan patético como no ser capaz de sentir nada. Que irónico, cuando eso era hacia lo que más agradecida se sentía. La incapacidad de notar, de sentir, es una ventaja cuando tienes tantos años por delante. El tiempo parecía fluir lentamente debido a la ausencia del bullicio propio de la ciudad. Aunque el bosque nocturno estaba lleno de vida, al tratarse de seres acostumbrados al sigilo era fácil sentir que se estaba solo, a la vez que observado por algo invisible Eso era lo que notaba, los ojos no visibles desde esa distancia de ese humano, que minutos después, caía de la rama que lo sujetaba, dirigiéndose peligrosamente hacia donde ella se encontraba.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Pactar con el Diablo
Normalmente ante el visionado de una mujer llorando, mi primera reacción es la de intentar ayudarla, o al menos preguntar por si tiene algún problema. Llámalo instinto protector, o simple necesidad de sentirme útil cuando me encuentro con un ser más débil que mi mismo en problemas. Aunque no es que tienda una mano amiga simplemente para alimentar a mi ego, evidentemente algo tiene que ver. Nadie hace nada sin ningún motivo oculto, aunque sea simplemente recibir un "gracias"; de hecho, si alguien decía lo contrario, mentía. Por eso mismo me sentí sorprendido cuando, ante las lágrimas silenciosas de aquella mujer, que amparada por la oscuridad parecía sumida en sus pensamientos, en lugar de reaccionar intentando bajar del árbol de inmediato para preguntar qué ocurría, me la quedé mirando fijamente, cautivado por la majestuosa imagen que se desarrollaba ante mis ojos. Atónitos. Juro que en mis años de existencia nunca encontré un ser con una piel más pálida, ni unos labios más rojizos. La belleza espectral que emanaba de aquella joven era tal que me cortaba el habla, la respiración, y el flujo normal de pensamientos que pasaban por mi cabeza. Estaba hechizado, cautivado, porque aquellas brillantes perlas que caían de sus ojos no hacían más que sumar hermosura al conjunto que era ella.
Así que, amparado por el hecho de que ella era visible para mi, pero yo no lo era para ella, seguí admirándola por algunos minutos, que tal vez se hubiesen convertido en horas de no ser porque la rama sobre la que estaba sentado cedió bajo mi peso, haciendo que mi cuerpo se precipitara al vacío... O más concretamente, directamente hacia la mujer. Intenté sujetarme en las ramas que iban pasando por mi camino hacia el suelo, desesperado, porque lo último que querría sería dañar a una criatura de belleza semejante. Al darme cuenta de que no había forma de eludir el impacto, le grité que se apartara... Pero incluso antes de que llegara a ser audible para ella, el suelo estaba frente a mi, y ella ya se había apartado. ¿Cómo? ¿Cuándo? De haber estado en mis cabales me hubiera preguntado ambas cosas, pero el golpe fue tan doloroso que casi pierdo el conocimiento. Maldije en voz baja mi propia suerte, porque había estado tan distraído regocijándome en lo hermoso de aquel rostro que había sido castigado por el karma. La buena noticia era que, ahora, al fin, estaba cara a cara frente a ella y podía ver con más claridad aquellas cautivadoras facciones.
La palidez que antes había admirado desde arriba, no era nada comparado con lo que ahora tenía enfrente. Su piel era como porcelana, sin imperfecciones, y la profundidad de aquellos orbes tan azules como el océano parecía engullirme sin remedio. Era tan etérea que de no ser porque pude notar el peso de sus manos sobre mi rostro, hubiera creído que se trataba de una alucinación. Noté que decía algo, pero no era capaz de encontrarle sentido a sus palabras. Me fijé más detenidamente en su persona, absorbiendo cada detalle en mis retinas, como queriendo memorizarla para así jamás perderla de vista. La memoria es traicionera, después de todo. Sus vestimentas, sus gestos, e incluso el dulce y embriagador tono de su voz denostaban que se trataba de una joven de alta alcurnia. ¿Qué hacía alguien como ella en un sitio como aquel? ¿Qué problemas la habían llevado a llorar, a solas, en un lugar como ese? Las preguntas se acumulaban, pero todo cuanto pude decir fue: - Me alegro que no os hayáis lastimado... Jamás me perdonaría dañar a una criatura tan maravillosa. -Sonreí levemente, aún adolorido, pero retomando poco a poco el control de mi cuerpo.
Así que, amparado por el hecho de que ella era visible para mi, pero yo no lo era para ella, seguí admirándola por algunos minutos, que tal vez se hubiesen convertido en horas de no ser porque la rama sobre la que estaba sentado cedió bajo mi peso, haciendo que mi cuerpo se precipitara al vacío... O más concretamente, directamente hacia la mujer. Intenté sujetarme en las ramas que iban pasando por mi camino hacia el suelo, desesperado, porque lo último que querría sería dañar a una criatura de belleza semejante. Al darme cuenta de que no había forma de eludir el impacto, le grité que se apartara... Pero incluso antes de que llegara a ser audible para ella, el suelo estaba frente a mi, y ella ya se había apartado. ¿Cómo? ¿Cuándo? De haber estado en mis cabales me hubiera preguntado ambas cosas, pero el golpe fue tan doloroso que casi pierdo el conocimiento. Maldije en voz baja mi propia suerte, porque había estado tan distraído regocijándome en lo hermoso de aquel rostro que había sido castigado por el karma. La buena noticia era que, ahora, al fin, estaba cara a cara frente a ella y podía ver con más claridad aquellas cautivadoras facciones.
La palidez que antes había admirado desde arriba, no era nada comparado con lo que ahora tenía enfrente. Su piel era como porcelana, sin imperfecciones, y la profundidad de aquellos orbes tan azules como el océano parecía engullirme sin remedio. Era tan etérea que de no ser porque pude notar el peso de sus manos sobre mi rostro, hubiera creído que se trataba de una alucinación. Noté que decía algo, pero no era capaz de encontrarle sentido a sus palabras. Me fijé más detenidamente en su persona, absorbiendo cada detalle en mis retinas, como queriendo memorizarla para así jamás perderla de vista. La memoria es traicionera, después de todo. Sus vestimentas, sus gestos, e incluso el dulce y embriagador tono de su voz denostaban que se trataba de una joven de alta alcurnia. ¿Qué hacía alguien como ella en un sitio como aquel? ¿Qué problemas la habían llevado a llorar, a solas, en un lugar como ese? Las preguntas se acumulaban, pero todo cuanto pude decir fue: - Me alegro que no os hayáis lastimado... Jamás me perdonaría dañar a una criatura tan maravillosa. -Sonreí levemente, aún adolorido, pero retomando poco a poco el control de mi cuerpo.
Gaweł J. Bożydar- Cazador Clase Media
- Mensajes : 48
Fecha de inscripción : 06/04/2016
Re: Pactar con el Diablo
Muchas veces se preguntaba si el motivo por el que los humanos se sentían tan atraídos por ella en particular, o por los seres sobrenaturales en general, era porque sentían una atracción ineludible hacia el peligro. Se veían cautivados por su belleza espectral como un imán, como una polilla se acerca a la llama, a pesar de que eso pueda significar su muerte inminente. Pero ella no era precisamente objetiva al respecto. Su noción de lo que era hermoso y atractivo era muy diferente a la de otros mortales, e incluso a la de otros inmortales. A pesar de que sabía cómo la veían, lo mucho que su belleza resaltaba entre el gentío, y aunque acentuaba esa característica para así usarla como arma, a sus ojos, no era más hermosa que cualquier otra joven de rasgos parecidos. El negro azabache de sus cabellos relucía de forma rojiza en ocasiones. El azul de sus ojos resaltaba la palidez infinita de su rostro, y el aspecto porcelanoso de su piel se veía definido por su forma esbelta y cuerpo bien proporcionado. Pero todo esto no explicaba que pasaran cosas como aquella. De hecho, lo que le hacía pensar era en lo muy estúpidas que eran las personas por dejarse engañar tan fácilmente por algo tan superficial como una fachada bonita.
Un buen ejemplo era aquel humano, que por estar tan entretenido en mirarla desde las alturas, se había olvidado de cerciorarse de la firmeza de la rama que lo sostenía. Envidiaba su estupidez, porque ella jamás sería capaz de cometer ese fallo. Le faltaba espontaneidad, o le sobraba capacidad de observación. Debía ser entretenido ser un idiota, desde luego, la vida le sería infinitamente más fácil y también mucho más amena. Ahora, se había puesto en peligro, y la habría puesto a ella también, si en lugar de ser quien era, lo que era, se hubiera tratado de una dulce y tierna jovencita como seguramente el hombre había supuesto. Ni siquiera esperó a escuchar su aviso, cuando ya se había apartado, automáticamente, usando su velocidad, y dejando que el otro se golpeara sin intentar mover ni un dedo por impedirlo. ¿Para qué? Si tenía suerte su sangre sería sabrosa y podría disfrutar de ella mientras estaba aturdido. A pesar de lo mucho que disfrutaba de la caza, aquella noche no estaba de ánimos para soportar los forcejeos de su presa.
Por un momento se quedó completamente inmóvil, hasta el punto en que la vampiresa se preguntó si habría muerto a causa de la caída por romperse el cuello, pero en cuanto sus manos rozaron las cálidas mejillas ajenas, el hombre volvió en sí, clavando los orbes de color verdoso en los suyos. Ophelia sonrió levemente, y convirtió lo que era una inspección para tomar el pulso en una caricia, fingiendo una inocencia y preocupación que realmente no sentía en lo absoluto. - ¿Estáis bien? Esa ha sido una gran caída... ¿Qué hacíais subido encima de un árbol? Durante el día puede ser que desde ahí la vista de la ciudad sea maravillosa, pero ahora está oscuro, así que no creo que hayáis podido apreciarla mucho... -Dijo con voz calma y melodiosa, ese tipo de tono encantador que utilizaba para encandilar a sus presas y así lograr que cumplieran sus deseos. Lo cierto es que ella sabía perfectamente qué, o mejor dicho, a quién había estado mirando el muchacho con tal intensidad como para olvidarse de su propia seguridad. - Me halagáis, pero probablemente estéis aturdido por el golpe, así que no os aconsejo que os mováis mucho. -Susurró deslizando la mano derecha hacia un lado del rostro ajeno, donde una pequeña herida abierta estaba dejando escapar un hilillo de sangre. Le costó todo el autocontrol que tenía detener el impulso de lamerla. El aroma era embriagador, pero no podía eludir la diversión que suponía jugar un poco con su comida.
Rasgando una parte de los bajos del vestido, limpió la herida sin dejar de sonreír superficialmente. - Estáis herido... Venid, os ofrezco mi regazo. Descansad hasta que os encontréis mejor. -Ofreció de forma inocente, y él respondió apoyando su cabeza tímidamente sobre las rodillas de ella.
Un buen ejemplo era aquel humano, que por estar tan entretenido en mirarla desde las alturas, se había olvidado de cerciorarse de la firmeza de la rama que lo sostenía. Envidiaba su estupidez, porque ella jamás sería capaz de cometer ese fallo. Le faltaba espontaneidad, o le sobraba capacidad de observación. Debía ser entretenido ser un idiota, desde luego, la vida le sería infinitamente más fácil y también mucho más amena. Ahora, se había puesto en peligro, y la habría puesto a ella también, si en lugar de ser quien era, lo que era, se hubiera tratado de una dulce y tierna jovencita como seguramente el hombre había supuesto. Ni siquiera esperó a escuchar su aviso, cuando ya se había apartado, automáticamente, usando su velocidad, y dejando que el otro se golpeara sin intentar mover ni un dedo por impedirlo. ¿Para qué? Si tenía suerte su sangre sería sabrosa y podría disfrutar de ella mientras estaba aturdido. A pesar de lo mucho que disfrutaba de la caza, aquella noche no estaba de ánimos para soportar los forcejeos de su presa.
Por un momento se quedó completamente inmóvil, hasta el punto en que la vampiresa se preguntó si habría muerto a causa de la caída por romperse el cuello, pero en cuanto sus manos rozaron las cálidas mejillas ajenas, el hombre volvió en sí, clavando los orbes de color verdoso en los suyos. Ophelia sonrió levemente, y convirtió lo que era una inspección para tomar el pulso en una caricia, fingiendo una inocencia y preocupación que realmente no sentía en lo absoluto. - ¿Estáis bien? Esa ha sido una gran caída... ¿Qué hacíais subido encima de un árbol? Durante el día puede ser que desde ahí la vista de la ciudad sea maravillosa, pero ahora está oscuro, así que no creo que hayáis podido apreciarla mucho... -Dijo con voz calma y melodiosa, ese tipo de tono encantador que utilizaba para encandilar a sus presas y así lograr que cumplieran sus deseos. Lo cierto es que ella sabía perfectamente qué, o mejor dicho, a quién había estado mirando el muchacho con tal intensidad como para olvidarse de su propia seguridad. - Me halagáis, pero probablemente estéis aturdido por el golpe, así que no os aconsejo que os mováis mucho. -Susurró deslizando la mano derecha hacia un lado del rostro ajeno, donde una pequeña herida abierta estaba dejando escapar un hilillo de sangre. Le costó todo el autocontrol que tenía detener el impulso de lamerla. El aroma era embriagador, pero no podía eludir la diversión que suponía jugar un poco con su comida.
Rasgando una parte de los bajos del vestido, limpió la herida sin dejar de sonreír superficialmente. - Estáis herido... Venid, os ofrezco mi regazo. Descansad hasta que os encontréis mejor. -Ofreció de forma inocente, y él respondió apoyando su cabeza tímidamente sobre las rodillas de ella.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Pactar con el Diablo
A decir verdad, me costó bastante distinguir lo que me estaba diciendo, porque para esas alturas yo estaba demasiado concentrado en mirarla fijamente, especialmente el casi hipnótico movimiento de sus labios, que se abrían y cerraban rítimicamente a medida que las palabras se formaban desde ellos. Estaba demasiado aturdido como para pararme a pensar en la falta de modales que mirarla de forma tan intensa suponía, aunque francamente dudaba que hubiera actuado de forma distinta incluso estando en la mejor de mis condiciones. Por un momento me preguntó si no estaría acostumbrada a algo como aquello, pero por alguna razón, me imaginaba que sí. Quiero decir, los hombres, cuando se tratan de mujeres tan hermosas como ella, no es que se mostraran precisamente galantes todo el tiempo. Yo no iba a ser una excepción, y aunque este hecho no me hacía sentir orgulloso, sí que me hacía sentirme un poco mejor. No era por culparla a ella por atraer miradas ajenas, pero a veces el cuerpo hace cosas que tu cerebro no quiere, y no se puede remediar, esa era una de aquellas cosas. Me dediqué a sonreír con cara de bobo durante un rato, hasta que tragué saliva y supuse que debía contestar, al menos por mostrar algo de educación, aunque hubiera deseado que aquella ninfa siguiera hablando sin descanso hasta que exhalara mi último aliento, tal relajante era el timbre de su voz.
- Podría decirse que siempre se me ha dado mejor pensar desde las alturas que desde el suelo. Cuando estoy en tierra firme no puedo evitar centrar toda mi atención a mi alrededor. Cualquier cosa interrumpe el flujo de mis pensamientos; pero cuando estoy suspendido varios metros por encima del suelo, me siento más liviano y menos anclado a lo que sucede a mi alrededor. -Dije en un tono un tanto filosófico, aceptando su regazo de buena gana. Inesperadamente era mucho más lanzada de lo que habría dicho por su aspecto. Eso, o realmente tenía peor aspecto de lo que yo pensaba. Me notaba adolorido y entumecido, pero no creía que fuese nada grave. La caída, después de todo, no había sido desde una altura demasiado acusada. Le habían pasado cosas mucho peores, como en una cacería en la que fui arrojado por un acantilado de doce metros. Aún podía recordar el dolor que me produjo el impactar contra el agua desde semejante altura. El aire pareció salir disparado de mis pulmones, y a punto estuve de perder la consciencia. A veces me pregunto cómo demonios sobreviví a aquello. Al final, era mucho más fuerte de lo que yo mismo pensaba. Aunque eso era algo bueno, ¿no?
- Y por cierto, no era un halago vacío, realmente estáis fuera de lugar en un sitio como este. Viéndoos desde lejos, y me disculpo por observaros sin permiso, por cierto, estaba pensando en que sería mucho más lógico veros en un palacete, con un gran jardín de flores... Perdonad mi atrevimiento, ¿pero qué hacéis aquí? Quedan rastro de lágrimas bajo vuestros ojos, ¿acaso os sucedió algo? Si puedo ayudaros, aunque sea mínimamente, me sentiría realizado... -Entrecerré los ojos levemente. Me sentía extrañamente cansado, y a pesar de la frialdad que desprendía el cuerpo de la joven, aquella postura me invitaba a perderme en un largo y profundo sueño. Estaba cómodo, tal vez más de lo que debería, dada la situación y lo vergonzoso de la postura. Quizá por eso decidí incorporarme y alejarme un palmo, sentándome frente a ella con las piernas cruzadas. Los rayos de luna se colaban entre las hojas de los árboles, haciendo relucir el semblante femenino, que desprendía un aura indescriptible. Sin embargo, en ese preciso instante, también sentí una punzada de inquietud en el estómago. ¿Qué era aquella sensación? El presentimiento de que algo no iba bien. El bosque parecía haberse quedado completamente en silencio.
- Podría decirse que siempre se me ha dado mejor pensar desde las alturas que desde el suelo. Cuando estoy en tierra firme no puedo evitar centrar toda mi atención a mi alrededor. Cualquier cosa interrumpe el flujo de mis pensamientos; pero cuando estoy suspendido varios metros por encima del suelo, me siento más liviano y menos anclado a lo que sucede a mi alrededor. -Dije en un tono un tanto filosófico, aceptando su regazo de buena gana. Inesperadamente era mucho más lanzada de lo que habría dicho por su aspecto. Eso, o realmente tenía peor aspecto de lo que yo pensaba. Me notaba adolorido y entumecido, pero no creía que fuese nada grave. La caída, después de todo, no había sido desde una altura demasiado acusada. Le habían pasado cosas mucho peores, como en una cacería en la que fui arrojado por un acantilado de doce metros. Aún podía recordar el dolor que me produjo el impactar contra el agua desde semejante altura. El aire pareció salir disparado de mis pulmones, y a punto estuve de perder la consciencia. A veces me pregunto cómo demonios sobreviví a aquello. Al final, era mucho más fuerte de lo que yo mismo pensaba. Aunque eso era algo bueno, ¿no?
- Y por cierto, no era un halago vacío, realmente estáis fuera de lugar en un sitio como este. Viéndoos desde lejos, y me disculpo por observaros sin permiso, por cierto, estaba pensando en que sería mucho más lógico veros en un palacete, con un gran jardín de flores... Perdonad mi atrevimiento, ¿pero qué hacéis aquí? Quedan rastro de lágrimas bajo vuestros ojos, ¿acaso os sucedió algo? Si puedo ayudaros, aunque sea mínimamente, me sentiría realizado... -Entrecerré los ojos levemente. Me sentía extrañamente cansado, y a pesar de la frialdad que desprendía el cuerpo de la joven, aquella postura me invitaba a perderme en un largo y profundo sueño. Estaba cómodo, tal vez más de lo que debería, dada la situación y lo vergonzoso de la postura. Quizá por eso decidí incorporarme y alejarme un palmo, sentándome frente a ella con las piernas cruzadas. Los rayos de luna se colaban entre las hojas de los árboles, haciendo relucir el semblante femenino, que desprendía un aura indescriptible. Sin embargo, en ese preciso instante, también sentí una punzada de inquietud en el estómago. ¿Qué era aquella sensación? El presentimiento de que algo no iba bien. El bosque parecía haberse quedado completamente en silencio.
Gaweł J. Bożydar- Cazador Clase Media
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Re: Pactar con el Diablo
Si dijera que entendía de lo que el hombre estaba hablando, estaría mintiendo. Como ya se había dicho hacía unos momentos antes, los humanos, a veces, hacían cosas extrañas. Cosas que ella no lograba comprender, en parte porque hacía mucho que había dejado todo atisbo de humanidad tras ella, y por otra parte, porque la época en que ella había vivido como mortal no le había permitido hacer tantas locuras como ella hubiera deseado. A decir verdad, Ophelia había comenzado a "vivir" en el momento en que sus pulmones dejaron de bombear oxígeno y su corazón se detuvo. Toda la libertad de la que no pudo gozar siendo humana, se le entregó en bandeja al cambiar de naturaleza. Con dones como los que la inmortalidad le había regalado, el mantenerse con los pies en el suelo mientras divagaba sobre otras cosas era algo común, quizá porque ya no sentía que tenía nada que temer. Supuso que para él, era diferente. ¿Qué otra razón podría haber? Tratar de pensar manteniendo el equilibrio desde lo alto de un árbol parecía bastante estúpido, así que supuso que el motivo que ella había pensado era la realidad, pero el hombre tenía demasiado orgullo como para reconocerlo en voz alta, y mucho menos frente a ella, la mujer que lo había encandilado desde antes incluso de comenzar a hablar con ella.
Aún así, sonrió con simpleza fingiendo estar de acuerdo, para luego comenzar a acariciar rítmicamente su cuero cabelludo. Necesitaba distraerse para no perder el control ante la presencia de la sangre, que aunque había parado de fluir, ahora empapaba ligeramente el trozo de ropa que había usado para limpiarla. Se lo quedó mirando mientras hombre tenía los ojos cerrados. Parecía relajado en aquella postura, a pesar de que apostaba lo que fuese a que el frío que emanaba de su cuerpo acabaría haciéndole sentir incómodo. Era, desde un punto de vista estético, bien parecido, aunque distaba mucho de ser su tipo. Tenía la típica expresión de aquellos que luchan por una buena causa. Que arriesgan su vida para proteger a otros, mintiéndose a sí mismos acerca de sus propias debilidades y fortalezas, a fin de empujarse a una lucha que no siempre podían ganar. Como si morir por proteger a alguien hiciera que la muerte tuviera algún tipo de honor especial. No se llevaba bien con tipos como ese, de hecho, solía evitarlos, ya que evidenciaban lo mucho que había cambiado desde que se convirtiera en vampiro. La moralidad, los principios, todo eso se había perdido o se había retorcido extremadamente. No le gustaba que se lo recordaran. Es decir, no es que la hicieran sentir mala persona, pero a Ophelia no le gustaba que la hicieran recordar cosas del pasado, y conversaciones de aquel tipo tenían ese efecto. Además, ¿qué diversión tenía quitar la vida a alguien que se lo toma como algo positivo? Era absurdo lo viera por donde lo viera.
- Para seros sincera, no estoy segura de por qué estaba llorando. No me ha pasado nada relevante últimamente, ni tampoco estaba pensando en algo particularmente triste... Así que lo más probable es que la sensación de vacío, de estancamiento, fuesen los culpables de hacer que cayeran algunas lágrimas. -En parte era cierto, aunque la explicación era mucho más compleja de lo que podía explicar con palabras. Y aunque pudiera hacerlo, dudaba que él lo comprendiera. Cuando se tiene un objetivo en la vida, un motivo para seguirse moviendo, es difícil ponerse en la perspectiva de alguien que simplemente está vivo, pero que no vive con intensidad. Asimismo, un mortal no podía comprender lo que suponía el no morir nunca, el permanecer inalterable para siempre. - Os agradezco la oferta, sin embargo, aunque hubiera deseado que la forma de abordarme hubiera sido diferente. Mira que caer encima de una persona... Por otro lado, respecto a la ubicación, me gusta la brisa fresca, y el aire puro, y eso, hoy en día, sólo puede conseguirse en el bosque. -Dijo, poniendo una mueca. Eso sí era completamente verdad. El aire de la ciudad estaba tan contaminado de aromas de todo tipo que se hacía irrespirable.
Aún así, sonrió con simpleza fingiendo estar de acuerdo, para luego comenzar a acariciar rítmicamente su cuero cabelludo. Necesitaba distraerse para no perder el control ante la presencia de la sangre, que aunque había parado de fluir, ahora empapaba ligeramente el trozo de ropa que había usado para limpiarla. Se lo quedó mirando mientras hombre tenía los ojos cerrados. Parecía relajado en aquella postura, a pesar de que apostaba lo que fuese a que el frío que emanaba de su cuerpo acabaría haciéndole sentir incómodo. Era, desde un punto de vista estético, bien parecido, aunque distaba mucho de ser su tipo. Tenía la típica expresión de aquellos que luchan por una buena causa. Que arriesgan su vida para proteger a otros, mintiéndose a sí mismos acerca de sus propias debilidades y fortalezas, a fin de empujarse a una lucha que no siempre podían ganar. Como si morir por proteger a alguien hiciera que la muerte tuviera algún tipo de honor especial. No se llevaba bien con tipos como ese, de hecho, solía evitarlos, ya que evidenciaban lo mucho que había cambiado desde que se convirtiera en vampiro. La moralidad, los principios, todo eso se había perdido o se había retorcido extremadamente. No le gustaba que se lo recordaran. Es decir, no es que la hicieran sentir mala persona, pero a Ophelia no le gustaba que la hicieran recordar cosas del pasado, y conversaciones de aquel tipo tenían ese efecto. Además, ¿qué diversión tenía quitar la vida a alguien que se lo toma como algo positivo? Era absurdo lo viera por donde lo viera.
- Para seros sincera, no estoy segura de por qué estaba llorando. No me ha pasado nada relevante últimamente, ni tampoco estaba pensando en algo particularmente triste... Así que lo más probable es que la sensación de vacío, de estancamiento, fuesen los culpables de hacer que cayeran algunas lágrimas. -En parte era cierto, aunque la explicación era mucho más compleja de lo que podía explicar con palabras. Y aunque pudiera hacerlo, dudaba que él lo comprendiera. Cuando se tiene un objetivo en la vida, un motivo para seguirse moviendo, es difícil ponerse en la perspectiva de alguien que simplemente está vivo, pero que no vive con intensidad. Asimismo, un mortal no podía comprender lo que suponía el no morir nunca, el permanecer inalterable para siempre. - Os agradezco la oferta, sin embargo, aunque hubiera deseado que la forma de abordarme hubiera sido diferente. Mira que caer encima de una persona... Por otro lado, respecto a la ubicación, me gusta la brisa fresca, y el aire puro, y eso, hoy en día, sólo puede conseguirse en el bosque. -Dijo, poniendo una mueca. Eso sí era completamente verdad. El aire de la ciudad estaba tan contaminado de aromas de todo tipo que se hacía irrespirable.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Pactar con el Diablo
Ah, el vacío, estaba convencido de haber sufrido esa misma sensación muchas más veces de las que me apetecía recordar. Era una emoción agónica, de la que es sumamente complejo escapar, porque te atrapa desde dentro, surge desde tu interior, y hace que lo que tienes alrededor deje de tener importancia. Aunque irónicamente eso fuera lo que a veces estaba buscando, el abstraerme para así poder pensar a gusto, nunca había me había resultado agradable que a mi necesidad de independencia la acompañara la sensación de vacío. Hay varios tipos de soledad, o al menos eso creo. Esa que se busca, que es necesaria a veces para que pongamos en orden nuestras ideas; y la otra, aquella que está siempre acechante esperando el momento propicio para asaltarte, que te arrastra con ella y te lleva al precipicio. Aquella que abre tus heridas y te hace recordar tus momentos más oscuros. Y que luego, desaparece, dejando únicamente el vacío. Sí, lo había sentido muchas veces, y lo odiaba, por eso no podía imaginar que un ser tan maravilloso como ella también lo hubiera sentido. Si bien es cierto que todos tenemos problemas, no creía que alguien con un aspecto tan puro hubiera pasado por el tipo de experiencias que había vivido yo, y que me habían dejado marcado por dentro de forma tan cruel. O no quería creerlo, ni imaginarlo. Una dama como aquella no merecía ser asaltada por aquella clase de pesadillas, las mismas que a mi me acorralaban a mi mismo noche a noche.
- Lamento de veras que algo os haya llevado a sentiros de esta forma. Sois tan preciosa, que me cuesta imaginar que nada ni nadie quiera corromper vuestra esencia. ¡Sólo los sentimientos agradables deberían anidar en alguien como vos! -Dije medio en broma, tratando de restarle peso al asunto. La conversación se había vuelto grave a causa de mis preguntas, y la verdad, cuando te sientes de esa forma lo único que puede hacerte superarlo es el tiempo. El tiempo y las buenas compañías. Y yo quería serlo para ella. Éramos dos desconocidos, así que la única forma que tenía de intentar apoyarla era con palabras y con una conversación amena. - Eso era parte del plan, ¿sabéis? ¿Qué mejor forma de sorprender a alguien que cayendo desde el cielo? Si bien mi aspecto tiene poco de angelical, ello no le resta capacidad de impresionar a la sorpresa. Os aseguro, que de haber sido lo contrario, y hubieseis sido vos la que me cayó encima, me hubiera sentido el hombre más dichoso del mundo. -Levanté mi mano derecha lentamente, e igual de despacio, como para intentar no asustarla, la dirigí hacia una de sus mejillas. Acaricié su piel de porcelana con la yema de mis dedos, sólo para toparme con una frialdad tan extrema que hizo que todas las alarmas en mi cuerpo se dispararan. ¡Moriría de hipotermia! - ¡Dios santo! ¡Estáis helada! -Quitándome la capa, se la coloqué sobre los hombros, y luego suspiré.
- Tal vez el aire de aquí fuera sea, en efecto, demasiado fresco para vuestra persona. ¿Qué dirían vuestros sirvientes si su Ama pescase un resfriado? Lo crea o no, pueden ser bastante peligrosos. -Froté sus brazos intentando que entrase en calor. Pero su frialdad no disminuía. Aquella frialdad que calaba los huesos, que me recordaba a algo en concreto que ahora mismo no podía identificar. De nuevo, aquella punzada de inquietud, incluso de miedo, me asaltó. La miré a los ojos, dibujando una sonrisa. Quería, necesitaba romper aquel silencio o acabaría volviéndome loco. Estaba imaginando cosas, como lo maléfico de una presencia cercana, cuando estaba bastante seguro de que allí sólo estábamos nosotros dos. - De verdad, que frío... Este frío casi podría levantar a los... muertos. -Encontré la respuesta sin que ella dijera nada. Una sonrisa que dejaba entrever una dentadura blanca, tan blanca como su piel. Sí, aquella era la frialdad de un muerto. Un muerto de una belleza sobrenatural. Retrocedí un palmo casi involuntariamente, movido más por mis instintos que por otra cosa, con expresión indescifrable. ¿Ahora qué?
- Lamento de veras que algo os haya llevado a sentiros de esta forma. Sois tan preciosa, que me cuesta imaginar que nada ni nadie quiera corromper vuestra esencia. ¡Sólo los sentimientos agradables deberían anidar en alguien como vos! -Dije medio en broma, tratando de restarle peso al asunto. La conversación se había vuelto grave a causa de mis preguntas, y la verdad, cuando te sientes de esa forma lo único que puede hacerte superarlo es el tiempo. El tiempo y las buenas compañías. Y yo quería serlo para ella. Éramos dos desconocidos, así que la única forma que tenía de intentar apoyarla era con palabras y con una conversación amena. - Eso era parte del plan, ¿sabéis? ¿Qué mejor forma de sorprender a alguien que cayendo desde el cielo? Si bien mi aspecto tiene poco de angelical, ello no le resta capacidad de impresionar a la sorpresa. Os aseguro, que de haber sido lo contrario, y hubieseis sido vos la que me cayó encima, me hubiera sentido el hombre más dichoso del mundo. -Levanté mi mano derecha lentamente, e igual de despacio, como para intentar no asustarla, la dirigí hacia una de sus mejillas. Acaricié su piel de porcelana con la yema de mis dedos, sólo para toparme con una frialdad tan extrema que hizo que todas las alarmas en mi cuerpo se dispararan. ¡Moriría de hipotermia! - ¡Dios santo! ¡Estáis helada! -Quitándome la capa, se la coloqué sobre los hombros, y luego suspiré.
- Tal vez el aire de aquí fuera sea, en efecto, demasiado fresco para vuestra persona. ¿Qué dirían vuestros sirvientes si su Ama pescase un resfriado? Lo crea o no, pueden ser bastante peligrosos. -Froté sus brazos intentando que entrase en calor. Pero su frialdad no disminuía. Aquella frialdad que calaba los huesos, que me recordaba a algo en concreto que ahora mismo no podía identificar. De nuevo, aquella punzada de inquietud, incluso de miedo, me asaltó. La miré a los ojos, dibujando una sonrisa. Quería, necesitaba romper aquel silencio o acabaría volviéndome loco. Estaba imaginando cosas, como lo maléfico de una presencia cercana, cuando estaba bastante seguro de que allí sólo estábamos nosotros dos. - De verdad, que frío... Este frío casi podría levantar a los... muertos. -Encontré la respuesta sin que ella dijera nada. Una sonrisa que dejaba entrever una dentadura blanca, tan blanca como su piel. Sí, aquella era la frialdad de un muerto. Un muerto de una belleza sobrenatural. Retrocedí un palmo casi involuntariamente, movido más por mis instintos que por otra cosa, con expresión indescifrable. ¿Ahora qué?
Gaweł J. Bożydar- Cazador Clase Media
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Re: Pactar con el Diablo
Ophelia estaba acostumbrada a recibir toda clase de palabras aduladoras. Después de todo, su exterior era objetivamente hermoso, y además, su belleza se veía acentuada por los atributos que le concedía la inmortalidad. Pero todas aquellas palabras eran mentiras, el único modo que esas personas encontraban para tratar de atraerla, de atraparla. Algo que nunca les funcionaría. La vampiresa no era presa de nadie, lo más que obtenían de ella era una muerte lenta y tortuosa. O una rápida, depende de lo poco o lo mucho que la hubieran ofendido. Pero en aquel caso era diferente. Aquel humano no esperaba conseguir nada diciéndole todo aquello. Ni empatizando con sus problemas (o intentándolo), ni recordándole lo bonita que era. El que no esperara nada la hacía sentir que sus palabras eran verdaderas, y por primera vez en un tiempo, realmente se sintió así. No duró mucho, sin embargo, porque al final ella seguía siendo un depredador, y eso no iba a cambiar. De haber podido sentir simpatía por alguien, probablemente lo habría hecho por él. Pero no era el caso. Tuvo que aguantarse las ganas de echarse a reír ante los desesperados intentos del mortal por hacer que su cuerpo, yerto hacía mucho, entrase en calor. ¿Cuánto más tardaría en aceptar lo que estaba segura de que sus instintos le estaban gritando? ¿Cuánto más se negaría a ver al monstruo que se escondía tras la máscara? ¿O acaso negaría aceptar esa realidad, sólo porque el envoltorio era de su agrado?
Sus titubeantes palabras, y luego la brusca y antinatural distancia entre ambos, le respondió a esa pregunta. Ya se había percatado. Sólo entonces, permitió que su sonrisa resplandeciera, intensa, maliciosa, iluminada por los tenues rayos de luna que reflejaban su rostro intermitentemente. - ¿Qué os ocurre? ¿Ya no os importa que pesque un resfriado? -Dijo con tono irónico, mirándole directamente a los ojos. Su reacción le decía que aquel no era su primer encuentro con un sobrenatural, o con un vampiro. Ahora sentía curiosidad por saber qué clase de monstruo había visto, y cómo o cuánto éste le había dejado traumatizado. ¿Acaso era esa la razón por la que sus ojos parecían gritar "justicia"? De algún modo, quería saberlo. - Estoy helada... ¿por qué no me prestáis un poco de esa calidez que desprendéis? -Susurró, mientras comenzaba a gatear de forma sensual y sugerente, hasta volver a estar cerca, muy cerca, lo bastante como para rodearle con los brazos y hundir la cabeza en su cuello. Rozó la tersa piel de la zona con la punta de su nariz, comprobando, entre divertida y excitada, cómo el vello se le erizaba. ¿Tendría miedo? ¿Querría huir? Estaba deseando saber cómo reaccionaría ante sus provocaciones.
Aunque poco importaba, el final de ese encuentro ya estaba decidido desde que comenzase. Aquella sería la última noche que pasaría sobre la faz de la tierra. Y ella pensaba disfrutar del proceso tanto como pudiera. Le gustaban las presas que se resistían, pero también aquellas que temblaban. Y que un hombre como aquel, tan grande, tan físicamente agraciado, cayera rendido a sus pies le garantizaría una diversión como no había tenido en algunas semanas. No era fácil encontrar a la víctima perfecta, pero aquella, en concreto, le había caído encima. El mortal tenía razón, había sido una grata sorpresa. Pronto, comenzó a sentir la impaciencia causada por la sed, y las encías y la garganta comenzaron a dolerle como si estuvieran en carne viva. Sus colmillos aparecieron, y con ellos rozó ligeramente su cuello, superficialmente, arañándolo, rasguñándolo, justo lo suficiente como para que un hilillo finísimo de sangre recubriese la herida. Lamió la sangre emitiendo un leve suspiro. Lo deseaba. Lo deseaba tanto que dolía.
Sus titubeantes palabras, y luego la brusca y antinatural distancia entre ambos, le respondió a esa pregunta. Ya se había percatado. Sólo entonces, permitió que su sonrisa resplandeciera, intensa, maliciosa, iluminada por los tenues rayos de luna que reflejaban su rostro intermitentemente. - ¿Qué os ocurre? ¿Ya no os importa que pesque un resfriado? -Dijo con tono irónico, mirándole directamente a los ojos. Su reacción le decía que aquel no era su primer encuentro con un sobrenatural, o con un vampiro. Ahora sentía curiosidad por saber qué clase de monstruo había visto, y cómo o cuánto éste le había dejado traumatizado. ¿Acaso era esa la razón por la que sus ojos parecían gritar "justicia"? De algún modo, quería saberlo. - Estoy helada... ¿por qué no me prestáis un poco de esa calidez que desprendéis? -Susurró, mientras comenzaba a gatear de forma sensual y sugerente, hasta volver a estar cerca, muy cerca, lo bastante como para rodearle con los brazos y hundir la cabeza en su cuello. Rozó la tersa piel de la zona con la punta de su nariz, comprobando, entre divertida y excitada, cómo el vello se le erizaba. ¿Tendría miedo? ¿Querría huir? Estaba deseando saber cómo reaccionaría ante sus provocaciones.
Aunque poco importaba, el final de ese encuentro ya estaba decidido desde que comenzase. Aquella sería la última noche que pasaría sobre la faz de la tierra. Y ella pensaba disfrutar del proceso tanto como pudiera. Le gustaban las presas que se resistían, pero también aquellas que temblaban. Y que un hombre como aquel, tan grande, tan físicamente agraciado, cayera rendido a sus pies le garantizaría una diversión como no había tenido en algunas semanas. No era fácil encontrar a la víctima perfecta, pero aquella, en concreto, le había caído encima. El mortal tenía razón, había sido una grata sorpresa. Pronto, comenzó a sentir la impaciencia causada por la sed, y las encías y la garganta comenzaron a dolerle como si estuvieran en carne viva. Sus colmillos aparecieron, y con ellos rozó ligeramente su cuello, superficialmente, arañándolo, rasguñándolo, justo lo suficiente como para que un hilillo finísimo de sangre recubriese la herida. Lamió la sangre emitiendo un leve suspiro. Lo deseaba. Lo deseaba tanto que dolía.
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Re: Pactar con el Diablo
Estaba completamente paralizado. Era como si la tensión que sentía cada fibra de mi piel me hubiera robado el aliento y helado la sangre en las venas. No supe cómo debía reaccionar, qué debía hacer a continuación. No estaba preparado para un encuentro como aquel, no después del fracaso que había sufrido hacía relativamente poco con aquel dichoso demonio al que no había podido volver a encontrar. Las pesadillas que éste me había provocado, en las que mi hermana moría de las formas más grotescas posibles, aún me seguían acompañando cada noche, y cada día, en cada momento que cerraba los ojos. Y siempre, lo único que tenían en común esos sueños a pesar de las diferencias, era que su muerte era provocada por vampiros. Esos malditos... monstruos. Y tenía uno de ellos justo frente a mi. Probablemente uno con el aspecto más humano que hubiera visto nunca, y eso era decir mucho, ya que mi trabajo me obligaba a toparme con ellos de vez en cuando. Bestias sedientas de sangre, difíciles de matar, a pesar de ser tan simples de rastrear por dejar siempre un rastro de cadáveres tras de sí por allí donde pasaban.
No dudaba que la mujer que tenía frente a mi sería igual de mortífera, sino más, gracias a la apariencia tan hermosa que poseía. Casi espectralmente inocente. Se había quedado paralizada probablemente en la que fue la mejor etapa de su vida, y su hermosura solamente se había hecho más acentuada con el paso del tiempo, y con el perfeccionamiento de sus gestos, de sus acciones. Eran temibles. Incluso más que aquellos que me arrebataron a mi hermana. Porque a diferencia de éstos, no había nada en ella que dijera, a ojos de un humano común y corriente, que bajo la superficie se ocultaba un monstruo.
Cuando estuvo pegada a mi, sin yo ser capaz todavía de moverme, sentí su aliento gélido rozar mi rostro, mi cuello, mi nuca, y bajar levemente por mi cuello. La piel se me puso de gallina, en parte por el miedo, que hacía que mi corazón palpitase a toda prisa, y en parte por la frialdad tan extrema que su cuerpo contra el mío me regalaba. Era incómodo, pero especialmente, era peligroso. Tenía a su alcance lo que era el lugar favorito de esos seres a la hora de atacar a los humanos. Había sido un estúpido por no escuchar a mis instintos cuando me estaban hablando tan alto y tan claro. Ahora que lo veía desde la perspectiva de un cazador, se daba cuenta de las muchas señales que me habían pasado desapercibidas a causa de haber sido cautivado por sus mentiras y su calma. Noté el leve pero claro succionar en la parte de atrás de mi cuello, y entonces sí, como movida por un resorte, mi mano se movió antes de que yo llegara a pensar en nada.
El tiro quebró el silencio que se había instalado a nuestro alrededor. La mujer se alejó torpemente, escupiendo sangre, y aquel mismo líquido escarlata comenzó a salir rápidamente por el agujero que había hecho en su estómago con mi arma. Eso no la mataría, pero la plata la ralentizaría lo suficiente como para hacerme recuperar el aliento, y pensar en qué hacer a continuación. Las manos me temblaban aún por la impresión. Aquella noche había salido en la búsqueda de un poco de calma, y me había encontrado precisamente con uno de los protagonistas de mis peores pesadillas. Pensé en si llevaba alguna estaca, pero antes de poder levantarme y ponerme en marcha con un plan, el ser se aferró fuertemente a uno de mis brazos, y clavó sus orbes de profundo color azul en los míos. De nuevo, me quedé congelado, y un fuerte dolor comenzó a anular mis sentidos uno a uno, un dolor que comenzaba por mis sienes y que me dejó convulsionando y gritando en menos de unos minutos. Estaba seguro de que era causa de la vampiresa, pero era demasiado fuerte como para pensar en nada.
No dudaba que la mujer que tenía frente a mi sería igual de mortífera, sino más, gracias a la apariencia tan hermosa que poseía. Casi espectralmente inocente. Se había quedado paralizada probablemente en la que fue la mejor etapa de su vida, y su hermosura solamente se había hecho más acentuada con el paso del tiempo, y con el perfeccionamiento de sus gestos, de sus acciones. Eran temibles. Incluso más que aquellos que me arrebataron a mi hermana. Porque a diferencia de éstos, no había nada en ella que dijera, a ojos de un humano común y corriente, que bajo la superficie se ocultaba un monstruo.
Cuando estuvo pegada a mi, sin yo ser capaz todavía de moverme, sentí su aliento gélido rozar mi rostro, mi cuello, mi nuca, y bajar levemente por mi cuello. La piel se me puso de gallina, en parte por el miedo, que hacía que mi corazón palpitase a toda prisa, y en parte por la frialdad tan extrema que su cuerpo contra el mío me regalaba. Era incómodo, pero especialmente, era peligroso. Tenía a su alcance lo que era el lugar favorito de esos seres a la hora de atacar a los humanos. Había sido un estúpido por no escuchar a mis instintos cuando me estaban hablando tan alto y tan claro. Ahora que lo veía desde la perspectiva de un cazador, se daba cuenta de las muchas señales que me habían pasado desapercibidas a causa de haber sido cautivado por sus mentiras y su calma. Noté el leve pero claro succionar en la parte de atrás de mi cuello, y entonces sí, como movida por un resorte, mi mano se movió antes de que yo llegara a pensar en nada.
El tiro quebró el silencio que se había instalado a nuestro alrededor. La mujer se alejó torpemente, escupiendo sangre, y aquel mismo líquido escarlata comenzó a salir rápidamente por el agujero que había hecho en su estómago con mi arma. Eso no la mataría, pero la plata la ralentizaría lo suficiente como para hacerme recuperar el aliento, y pensar en qué hacer a continuación. Las manos me temblaban aún por la impresión. Aquella noche había salido en la búsqueda de un poco de calma, y me había encontrado precisamente con uno de los protagonistas de mis peores pesadillas. Pensé en si llevaba alguna estaca, pero antes de poder levantarme y ponerme en marcha con un plan, el ser se aferró fuertemente a uno de mis brazos, y clavó sus orbes de profundo color azul en los míos. De nuevo, me quedé congelado, y un fuerte dolor comenzó a anular mis sentidos uno a uno, un dolor que comenzaba por mis sienes y que me dejó convulsionando y gritando en menos de unos minutos. Estaba seguro de que era causa de la vampiresa, pero era demasiado fuerte como para pensar en nada.
Gaweł J. Bożydar- Cazador Clase Media
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Re: Pactar con el Diablo
¡Ah! ¡Qué placer le proporcionaban momentos como ese! Cuando sus víctimas, petrificadas por el miedo y la confusión, luchaban contra sí mismas, contra sus ganas de huir, y esperaban nerviosamente el momento en que se produciría el inminente ataque. Siguió lamiendo la sangre que bañaba la diminuta herida de forma intermitente, gimiendo por lo bajo. Claramente, aquello no era suficiente para satisfacer su sed, ni mucho menos, pero la excitación que le producía jugar con el hombre era más que suficiente para mantenerla entretenida. Su corazón palpitaba de forma alocada. En parte por el miedo, en parte por la adrenalina, en parte por el dolor que sus colmillos le provocaban... ¿pero habría también alguna parte producida por la cercanía de una mujer hermosa? Quería saber la respuesta a esa pregunta, después de todo, Ophelia siempre había pecado de vanidosa. Le gustaba conocer las reacciones que su presencia tenían en los demás, y si a pesar del miedo que provocaba por ser quien era, una parte de aquellos infelices se sentía plena por el simple hecho de que un ser tan perfecto como ella les prestase atención. Era un pensamiento egocéntrico, lo sabía, pero le entretenía pensar en aquellas nimiedades mientras satisfacía sus deseos.
Mala decisión, sin embargo. De no haber estado distraída con tales pensamientos, quizá hubiera notado el súbito movimiento del humano, o escuchado el gatillo antes de que éste se disparase. Cuando notó el dolor, ya era tarde. Empujó al hombre con fuerza y retrocedió bruscamente. El dolor en el abdomen era terrible, y le ascendía en oleadas, haciéndola toser, incrementando también su sed, que estaba motivada por la pérdida de sangre. La herida emitía una especie de humo, lo cual le indicó lo que ya sospechaba: era una bala de plata. La vampiresa maldijo por lo bajo, intentando extraer lo que quedaba del proyectil con sus largas uñas. Consiguió hacerlo, pero por desgracia, la mayoría de la plata se había derretido en su interior. En agonía, apretó la herida como tratando de detener la hemorragia hasta que ésta sanara lo suficiente. Pero no tuvo tiempo de que eso sucediera, cuando vio al hombre alzar nuevamente el arma en su dirección. No tenía tiempo para eso. La plata no iba a matarla, pero aquella estaca que acababa de mostrarle sí que podría hacerlo.
Sin más, lo tomó por los hombros, clavando las garras con fiereza en los mismos, y mirándolo directamente a los ojos fue capaz de acceder a su mente y poner en funcionamiento su mejor habilidad y recurso. El dolor comenzó a invadirlo, empezando por las sienes, y pronto se extendería por todo su cuerpo. Ella misma había sido víctima de aquel truco a causa de otros vampiros, así que conocía demasiado bien la agonía que ésta generaba. Pero no sentía ni un poco de lástima por el cuerpo que ahora se retorcía ante ella, gritando a pleno pulmón. El condenado le había disparado. ¡Le había disparado! ¡¿Cómo se atrevía?! - Pagarás por esto. Pensaba desangrarte rápido, pero ahora me has hecho cambiar de opinión. No sólo has tenido la desfachatez de destrozar mis ropajes, sino que además me has herido con plata, como si fuera un simple chucho. ¡Debiste clavar la estaca primero, estúpido! -Sus palabras parecían más las quejas propias de una niña enfurruñada que de una vampiresa. Se sentía débil, demasiado como para pensar en nada. Sentía el sabor de su propia sangre en la boca, y la sangre ajena la llamaba, la atraía... Se arrastró hasta donde él estaba, y rodeándolo con los brazos, buscó la herida que antes le había hecho en el cuello para, ahora sí, clavar sus colmillos en la carne sin pensárselo dos veces. Necesitaba beber para regenerarse.
Mala decisión, sin embargo. De no haber estado distraída con tales pensamientos, quizá hubiera notado el súbito movimiento del humano, o escuchado el gatillo antes de que éste se disparase. Cuando notó el dolor, ya era tarde. Empujó al hombre con fuerza y retrocedió bruscamente. El dolor en el abdomen era terrible, y le ascendía en oleadas, haciéndola toser, incrementando también su sed, que estaba motivada por la pérdida de sangre. La herida emitía una especie de humo, lo cual le indicó lo que ya sospechaba: era una bala de plata. La vampiresa maldijo por lo bajo, intentando extraer lo que quedaba del proyectil con sus largas uñas. Consiguió hacerlo, pero por desgracia, la mayoría de la plata se había derretido en su interior. En agonía, apretó la herida como tratando de detener la hemorragia hasta que ésta sanara lo suficiente. Pero no tuvo tiempo de que eso sucediera, cuando vio al hombre alzar nuevamente el arma en su dirección. No tenía tiempo para eso. La plata no iba a matarla, pero aquella estaca que acababa de mostrarle sí que podría hacerlo.
Sin más, lo tomó por los hombros, clavando las garras con fiereza en los mismos, y mirándolo directamente a los ojos fue capaz de acceder a su mente y poner en funcionamiento su mejor habilidad y recurso. El dolor comenzó a invadirlo, empezando por las sienes, y pronto se extendería por todo su cuerpo. Ella misma había sido víctima de aquel truco a causa de otros vampiros, así que conocía demasiado bien la agonía que ésta generaba. Pero no sentía ni un poco de lástima por el cuerpo que ahora se retorcía ante ella, gritando a pleno pulmón. El condenado le había disparado. ¡Le había disparado! ¡¿Cómo se atrevía?! - Pagarás por esto. Pensaba desangrarte rápido, pero ahora me has hecho cambiar de opinión. No sólo has tenido la desfachatez de destrozar mis ropajes, sino que además me has herido con plata, como si fuera un simple chucho. ¡Debiste clavar la estaca primero, estúpido! -Sus palabras parecían más las quejas propias de una niña enfurruñada que de una vampiresa. Se sentía débil, demasiado como para pensar en nada. Sentía el sabor de su propia sangre en la boca, y la sangre ajena la llamaba, la atraía... Se arrastró hasta donde él estaba, y rodeándolo con los brazos, buscó la herida que antes le había hecho en el cuello para, ahora sí, clavar sus colmillos en la carne sin pensárselo dos veces. Necesitaba beber para regenerarse.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Pactar con el Diablo
El dolor era desgarrador, y lo peor era que aunque sabía que no venía de nada físico, era incapaz de deshacerme de él. Salía disparado de mi mente, o de la suya, ¿o de ambas? A oleadas, sin descanso. Estaba claro que aquella vampiresa no conocía el significado de la palabra piedad. Yo mismo me lo había buscado, no iba a negarlo. Dispararle sin haber tenido un plan para escapar antes de que se revolviese había sido muy estúpido, y es que hacía mucho que no me enfrentaba a un vampiro. De hecho, solía evitar los enfrentamientos con ellos porque eran unas criaturas a las que no podía soportar. O mejor dicho: a las que temía. Si bien el miedo es una emoción lógica y humana, que nos ayuda a ser cautos a la hora de enfrentarnos a cosas o seres peligrosos, para un cazador no era más que una debilidad. Yo ya había perdido mi familia, los lazos humanos que podrían haberme hecho vulnerable, así que por ese lado estaba a salvo. Pero de algo de lo que nunca pude deshacerme era del miedo que esas criaturas me causaban. Pavor. Si bien sabía que los que mataron a mi familia fueron nosferatus, seres nocturnos a los que cualquiera temería, aquellos vampiros capaces de entremezclarse con los humanos me aterrorizaban aún más. Eran peligrosos. Letales. Y yo tenía que matarlos.
Por si el dolor que sentía no fuera poco, pronto la pérdida de sangre que estaba sufriendo comenzó a hacer estragos y a punto estuve de perder el conocimiento. Entre convulsiones y gritos de auxilio, no fui capaz de percatarme de cuándo me había mordido, pero no podía ignorar aquella sensación de pesadez, de frío, que el ser desangrado lentamente provocaba... O no tan lentamente. Podía notarla succionar con fuerza, con un ritmo rápido. Probablemente su herida fuese lo que había causado que su sed fuera tan voraz. Era tan irónico. Tan hermosa y tranquila como le había parecido, y ahora enseñaba su verdadera cara. Era imprudente, violenta, y tremendamente agresiva. A pesar de que estaba concentrada en beber de mi, no había dejado de aplicar la presión de su habilidad sobre mi psique. El dolor me hacía seguir gritando, a pesar de que cada vez era más débil. O tal vez mis sentidos se estaban adormeciendo por el cansancio. No lo sabía. Tampoco era capaz de pensar. Lo único que tenía en mente era la necesidad de huir, pero no se me ocurría nada. ¿Cómo podría hacerlo?
Cuando el rostro de la vampiresa se colocó nuevamente frente al mío, pude ver la sangre, mi propia sangre, corriendole por la comisura de los labios. Labios que a su vez estaban igualmente enrojecidos. Sus ojos parecían brillar a causa de la excitación, y en un rincón de mi mente escuché decir a una voz que si iba a morir, quizá no fuese tan malo hacerlo a manos de una criatura tan bella como aquella. Mi cuerpo dejó de temblar paulatinamente, aunque no tenía claro si era porque estaba a punto de perecer o porque estaba demasiado cansado para hacerlo. Todo me dolía. Los oídos me pitaban. Y a pesar de que la escuchaba hablar no era capaz de identificar nada de lo que decía. El mundo se fue oscureciendo ante mis ojos, y los recuerdos de aquella pesadilla, de la noche en que lo perdí todo, comenzaron a inundar mi mente, y esa vez, no fui capaz de ponerles fin. Me dejé embargar por ellas, por la impotencia, la rabia y el odio.
Y lo siguiente que sé es que la estaca estaba clavada en el abdomen ajeno. Cómo. Cuándo. O por qué. Tal vez nunca lo sepa.
Por si el dolor que sentía no fuera poco, pronto la pérdida de sangre que estaba sufriendo comenzó a hacer estragos y a punto estuve de perder el conocimiento. Entre convulsiones y gritos de auxilio, no fui capaz de percatarme de cuándo me había mordido, pero no podía ignorar aquella sensación de pesadez, de frío, que el ser desangrado lentamente provocaba... O no tan lentamente. Podía notarla succionar con fuerza, con un ritmo rápido. Probablemente su herida fuese lo que había causado que su sed fuera tan voraz. Era tan irónico. Tan hermosa y tranquila como le había parecido, y ahora enseñaba su verdadera cara. Era imprudente, violenta, y tremendamente agresiva. A pesar de que estaba concentrada en beber de mi, no había dejado de aplicar la presión de su habilidad sobre mi psique. El dolor me hacía seguir gritando, a pesar de que cada vez era más débil. O tal vez mis sentidos se estaban adormeciendo por el cansancio. No lo sabía. Tampoco era capaz de pensar. Lo único que tenía en mente era la necesidad de huir, pero no se me ocurría nada. ¿Cómo podría hacerlo?
Cuando el rostro de la vampiresa se colocó nuevamente frente al mío, pude ver la sangre, mi propia sangre, corriendole por la comisura de los labios. Labios que a su vez estaban igualmente enrojecidos. Sus ojos parecían brillar a causa de la excitación, y en un rincón de mi mente escuché decir a una voz que si iba a morir, quizá no fuese tan malo hacerlo a manos de una criatura tan bella como aquella. Mi cuerpo dejó de temblar paulatinamente, aunque no tenía claro si era porque estaba a punto de perecer o porque estaba demasiado cansado para hacerlo. Todo me dolía. Los oídos me pitaban. Y a pesar de que la escuchaba hablar no era capaz de identificar nada de lo que decía. El mundo se fue oscureciendo ante mis ojos, y los recuerdos de aquella pesadilla, de la noche en que lo perdí todo, comenzaron a inundar mi mente, y esa vez, no fui capaz de ponerles fin. Me dejé embargar por ellas, por la impotencia, la rabia y el odio.
Y lo siguiente que sé es que la estaca estaba clavada en el abdomen ajeno. Cómo. Cuándo. O por qué. Tal vez nunca lo sepa.
Gaweł J. Bożydar- Cazador Clase Media
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Re: Pactar con el Diablo
Le costó un segundo darse cuenta de lo que había sucedido. Lo primero que notó fue el dolor, punzante, procedente del lado contiguo a donde minutos antes había recibido al disparo. Después, notó cómo la sangre le brotaba entre las comisuras de los labios, a borbotones. El malnacido le había atravesado el estómago. La vampiresa agachó la vista un instante para ver lo que había pasado, y allí estaba, la estaca que antes había visto en las manos ajenas la estaba atravesando. Notaba la punta más afilada sobresaliéndole por detrás, cerca de la cadera. ¿De dónde demonios había sacado aquel infeliz las fuerzas para clavarla hasta tal profundidad? Al ritmo que había estado succionando su sangre debía estar medio muerto. Y a decir verdad, su aspecto, ahora que se fijaba en él más detenidamente, era bastante parecido al de un cadáver. Estaba pálido, sudaba, su mirada parecía perdida... ¿Lo había hecho de forma inconsciente? ¿Era acaso aquel el instinto de supervivencia propio de los cazadores?
Ophelia hizo uso de las últimas fuerzas que le quedaban para tomar al hombre por ambas muñecas, y con un rápido y efectivo movimiento, quebró los huesos que unían las manos a los brazos, provocando que el humano rugiera a causa del dolor, cayendo después hacia atrás. Ella se quedó desorientada por un momento. Arrodillada como estaba, frente al cuerpo ahora inerte del cazador, su mente se debatía entre huir a fin de atender sus heridas, demasiado graves como para que sanaran por sí solas, o si desatar toda la rabia que sentía en aquellos momentos sobre aquel tipo. Estaba furiosa, pero no sólo con él, sino también consigo misma. ¿Cómo había podido permitir que un mero mortal estuviese tan cerca de ella como para ser capaz de herirla de aquella forma? Si hubiera estado más capacitado, aquella estaca podría haber atravesado su pecho y su existencia habría llegado a su fin. Así, sin más. Sin que sus planes hubieran progresado tanto como deseaba.
Un suspiro se escapó de sus labios, y al ver que el peligro había pasado de momento, se dejó caer con pesadez sobre la hierba, para luego extraer cuidadosamente el pedazo de madera de su abdomen. La herida no paraba de sangrar, y probablemente la punta estaba impregnada por alguna clase de hierba que les afectaba a los muertos, ya que escocía de forma bastante molesta. Lo más alarmante, sin embargo, era que no estaba sanando. Necesitaba beber, eso aceleraría el proceso, pero su cansancio había alcanzado unos niveles exagerados. Además, verse tan débil la hacía sentirse patética. ¿Y todo por qué? Porque había decidido jugar con un humano sin tomar las precauciones adecuadas. A veces, en su afán por considerarlos a todos criaturas frágiles, inútiles, e insignificantes, inmensamente inferiores a su persona, se olvidaba de que algunos de ellos estaban preparados, o al menos, poseían los conocimientos necesarios para... tocarles las narices.
Una leve sonrisa se instaló en el semblante de la agotada vampiresa, cuando adivinó a su espalda el sonido de pasos acercándose, y la presencia de aquel que había venido a buscarla. No había llegado su hora, estaba claro. Ophelia no podía perecer en un sitio como ese, y mucho menos a manos de un simple mortal. Pero había estado cerca, y eso, después de todo, había hecho su noche interesante.
- No me mires así, yo estoy igual de sorprendida. -Dijo la mujer, mientras los brazos del otro vampiro la alzaban desde el suelo. A veces olvidaba lo agradable que resultaba tener a alguien de confianza a su lado. Había pasado gran parte de su existencia a solas, aprendiendo a odiar la interacción con otros, así que no era simple aceptar la presencia de alguien más. Suponía que aquel neófito, nacido de su propia sangre, era una excepción. - No lo dejes ahí tirado. Cuando me lleves al carruaje vuelve a por él, y tráelo contigo. Creo que puede serme bastante útil. -Musitó mientras dejaba que sus párpados se cerrasen.
- Como ordenéis, Ama. -Respondió el vampiro, siempre obediente a los deseos de su sire, a pesar de que en más de una ocasión, como aquella, precisamente, no comprendiera el propósito tras sus acciones.
Ophelia hizo uso de las últimas fuerzas que le quedaban para tomar al hombre por ambas muñecas, y con un rápido y efectivo movimiento, quebró los huesos que unían las manos a los brazos, provocando que el humano rugiera a causa del dolor, cayendo después hacia atrás. Ella se quedó desorientada por un momento. Arrodillada como estaba, frente al cuerpo ahora inerte del cazador, su mente se debatía entre huir a fin de atender sus heridas, demasiado graves como para que sanaran por sí solas, o si desatar toda la rabia que sentía en aquellos momentos sobre aquel tipo. Estaba furiosa, pero no sólo con él, sino también consigo misma. ¿Cómo había podido permitir que un mero mortal estuviese tan cerca de ella como para ser capaz de herirla de aquella forma? Si hubiera estado más capacitado, aquella estaca podría haber atravesado su pecho y su existencia habría llegado a su fin. Así, sin más. Sin que sus planes hubieran progresado tanto como deseaba.
Un suspiro se escapó de sus labios, y al ver que el peligro había pasado de momento, se dejó caer con pesadez sobre la hierba, para luego extraer cuidadosamente el pedazo de madera de su abdomen. La herida no paraba de sangrar, y probablemente la punta estaba impregnada por alguna clase de hierba que les afectaba a los muertos, ya que escocía de forma bastante molesta. Lo más alarmante, sin embargo, era que no estaba sanando. Necesitaba beber, eso aceleraría el proceso, pero su cansancio había alcanzado unos niveles exagerados. Además, verse tan débil la hacía sentirse patética. ¿Y todo por qué? Porque había decidido jugar con un humano sin tomar las precauciones adecuadas. A veces, en su afán por considerarlos a todos criaturas frágiles, inútiles, e insignificantes, inmensamente inferiores a su persona, se olvidaba de que algunos de ellos estaban preparados, o al menos, poseían los conocimientos necesarios para... tocarles las narices.
Una leve sonrisa se instaló en el semblante de la agotada vampiresa, cuando adivinó a su espalda el sonido de pasos acercándose, y la presencia de aquel que había venido a buscarla. No había llegado su hora, estaba claro. Ophelia no podía perecer en un sitio como ese, y mucho menos a manos de un simple mortal. Pero había estado cerca, y eso, después de todo, había hecho su noche interesante.
- No me mires así, yo estoy igual de sorprendida. -Dijo la mujer, mientras los brazos del otro vampiro la alzaban desde el suelo. A veces olvidaba lo agradable que resultaba tener a alguien de confianza a su lado. Había pasado gran parte de su existencia a solas, aprendiendo a odiar la interacción con otros, así que no era simple aceptar la presencia de alguien más. Suponía que aquel neófito, nacido de su propia sangre, era una excepción. - No lo dejes ahí tirado. Cuando me lleves al carruaje vuelve a por él, y tráelo contigo. Creo que puede serme bastante útil. -Musitó mientras dejaba que sus párpados se cerrasen.
- Como ordenéis, Ama. -Respondió el vampiro, siempre obediente a los deseos de su sire, a pesar de que en más de una ocasión, como aquella, precisamente, no comprendiera el propósito tras sus acciones.
Ophelia M. Haborym- Vampiro Clase Alta
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Re: Pactar con el Diablo
Aún estando inconsciente era, de alguna forma, capaz de percibir los cambios que se iban sucediendo a mi alrededor. Primero, el frío, producido en gran parte por la pérdida de sangre, y por el hecho de que nos íbamos adentrando en altas horas de la madrugada. Antes de amanecer, el ambiente es gélido, inmóvil, y mucho más oscuro que en cualquier otro momento. Pero eso no era todo. La presencia de la vampiresa desapareció por unos instantes, así que supuse que me quedaría solo allí, y acabaría muriendo más tarde o más temprano. Pero no fue así, aún me quedaban fuerzas. No las suficientes para moverme, pero sí las bastantes como para ocultarme un pedazo de estaca dentro de mi chaqueta. Algo me decía que la acabaría necesitando.
No sé decir cuánto tiempo había pasado, minutos, o quizá una hora, pero un tiempo después volví a escuchar pasos acercándose hacia donde yo me encontraba, pero la presencia que intuía no era similar a la de la mujer que me había dejado en aquel estado. Entonces, ¿quién demonios era? ¿Habría mandado a algún lacayo a que terminara el trabajo que no había podido finalizar ella misma? Era bastante posible. La criatura me tomó por los hombros para tratar de alzarme, y fue en ese preciso instante en el que abrí los ojos de par en par, y haciendo uso de esas fuerzas que había recuperado, clavé la estaca que me había escondido, pero esta vez, no fallé. Atravesó su corazón limpiamente, y el vampiro, tras tratar de morderme antes de morir, terminó cayendo inmóvil a mis pies.
Estaba agotado, confundido, malherido y profundamente perturbado todavía por el poder que aquel monstruo había ejercido sobre mi subconsciente, pero estaba vivo y no podía permanecer allí por más tiempo. Como pude, taponé las heridas más graves y después comencé a caminar en dirección a la ciudad, donde debería ocultarme por un tiempo hasta que mis heridas sanasen. No me cabía duda de que el vampiro que acababa de matar era uno de los sirvientes de la mujer de antes, así que no tardaría en deducir lo que había pasado. Si ella no estaba allí con él, era probablemente porque la cercanía con el alba y su estado la habían llevado a retirarse por el momento. Pero conocía a ese tipo de monstruos. Se obsesionan, no pueden dejar a sus presas escapar, así que no me cabía duda de que volvería para buscarme.
Y entonces, debía estar preparado.
No sé decir cuánto tiempo había pasado, minutos, o quizá una hora, pero un tiempo después volví a escuchar pasos acercándose hacia donde yo me encontraba, pero la presencia que intuía no era similar a la de la mujer que me había dejado en aquel estado. Entonces, ¿quién demonios era? ¿Habría mandado a algún lacayo a que terminara el trabajo que no había podido finalizar ella misma? Era bastante posible. La criatura me tomó por los hombros para tratar de alzarme, y fue en ese preciso instante en el que abrí los ojos de par en par, y haciendo uso de esas fuerzas que había recuperado, clavé la estaca que me había escondido, pero esta vez, no fallé. Atravesó su corazón limpiamente, y el vampiro, tras tratar de morderme antes de morir, terminó cayendo inmóvil a mis pies.
Estaba agotado, confundido, malherido y profundamente perturbado todavía por el poder que aquel monstruo había ejercido sobre mi subconsciente, pero estaba vivo y no podía permanecer allí por más tiempo. Como pude, taponé las heridas más graves y después comencé a caminar en dirección a la ciudad, donde debería ocultarme por un tiempo hasta que mis heridas sanasen. No me cabía duda de que el vampiro que acababa de matar era uno de los sirvientes de la mujer de antes, así que no tardaría en deducir lo que había pasado. Si ella no estaba allí con él, era probablemente porque la cercanía con el alba y su estado la habían llevado a retirarse por el momento. Pero conocía a ese tipo de monstruos. Se obsesionan, no pueden dejar a sus presas escapar, así que no me cabía duda de que volvería para buscarme.
Y entonces, debía estar preparado.
TEMA FINALIZADO
Gaweł J. Bożydar- Cazador Clase Media
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