Pactar con el Diablo {Parte II}

por **Ophelia M. Haborym** Lun Jul 23, 2018 11:25 pm

A decir verdad no era la primera vez (ni la segunda, ni la tercera...), que tenía a alguien encadenado en las mazmorras que discurrían por debajo de su castillo, pero sí que era la primera ocasión en que expresaba de forma tan abierta sus deseos por arrancarle la cabeza de cuajo a la víctima, que ahora yacía inconsciente sobre una especie de altar de piedra, completamente encadenado. Los rumores se habían esparcido entre los miembros de su servicio como la pólvora, a cada cual más disparatado. El más estúpido era aquel que sugería que el hombre a quien su sire tenía encadenado era en realidad su amante humano, quien la había traicionado y por eso estaba tan furiosa. Como si fuera posible que Ophelia tuviera el interés en tener nada similar a un amante, lo bastante serio como para enfadarse por ser traicionada, y mucho más absurdo era creer en la posibilidad de que dicho amante pudiera tratarse de un humano. Su desprecio por los mortales era casi exagerado. Otro de los rumores, el que más se acercaba, recordaba el aspecto que su Ama tenía tras una noche de caza hacía algunas semanas. Probablemente fuera un cazador, decían, que había sido lo bastante fuerte como para derrotarla, lastimando así su ego.

Había parte de cierto en aquella suposición, sin duda, pero si bien su ego estaba intacto porque a pesar de las heridas recibidas el daño que ella había provocado había sido mucho peor, el hecho de que aquel hombrecillo hubiera destruido al más cercano e inteligente de sus sirvientes no era algo que fuera a perdonar tan fácilmente. Con un carácter como el suyo, decir que le resultaba complicado establecer relaciones con otros era quedarse bastante corto. Su capacidad para confiar en terceros era prácticamente inexistente, precisamente por eso era tan raro que considerara a ningún otro como un igual. Y con aquel vampiro, de apenas diez años de edad, casi había llegado a conseguirlo. No sabía si era porque sus personalidades eran similares, o simplemente porque no era del tipo que se inmiscuía en sus decisiones, pero había aprendido no sólo a tolerar su presencia, sino también a apreciarla, y eso, en sí mismo, era un tremendísimo logro.

No perdonaría a aquel cazador, el mismo que la había lastimado también a ella, por arrebatarle al único confidente del que disponía por el momento. No lo iba a echar de menos, ya que la capacidad para sentir emociones distintas a la rabia era nula en el caso de la vampiresa, pero le fastidiaba cuando le arrebataban aquellas cosas que le pertenecían. Era posesiva, hasta un punto que muy pocos comprenderían. Así que le haría pagar con plenitud por la ofensa cometida. Su sed de sangre había provocado que el resto de sirvientes mantuvieran las distancias, lo cual ayudaba enormemente. Cualquier mínimo comentario fuera de lugar, o simplemente una presencia que la fastidiara, sin duda provocaría una auténtica escabechina. Y es que no había nada ni nadie capaz de detenerla una vez perdía los estribos. Si ahora sus deseos consistían en torturar a aquel humano, fueran cuales fueran los motivos, nadie tenía deseos por interponerse en su camino. Al menos, si querían salir con vida.

El cubo de agua helada que le arrojó al cazador lo hizo despertar de forma brusca. Lucía confundido, adolorido, y no era de extrañar. No había sido precisamente gentil a la hora de arrastrarlo hasta allí. - Despierta. Tenemos mucho de lo que hablar, humano. Antes de que acabe con tu patética existencia. -Tras decir aquello levantó la tela que cubría un mueble que estaba justo al lado del altar, para así dejarle ver al hombre lo que le deparaba su destino. Instrumentos de tortura de toda clase, tipo y antigüedad, cubiertos aún de la sangre de víctimas anteriores. Las próximas noches iban a ser de lo más entretenidas...

por **Gaweł J. Bożydar** Jue Ene 10, 2019 7:55 pm

De todas las pesadillas que condenaban mis noches, indudablemente era la memoria de aquella noche en la que lo perdí todo, en la que mi familia me fue arrebatada, la que era más recurrente. Y también la más terrible de todas ellas. Probablemente la carga emocional tenía mucho que vez con el horror que sufría cada vez que soñaba con aquella noche, y probablemente el recuerdo estuviera retorcido doblemente por mi propio subconsciente, siempre cambiante, siempre más horrendo y desagradable que la vez anterior. El encuentro con la vampiresa, dentro de mi inconsciencia, me hizo preguntarme, de forma vaga pero constante, si la realidad era que ya ni siquiera era capaz de recordar con certeza qué había pasado en realidad. Si la voz que consideraba la de mi hermana, realmente nunca lo fue. Si los rostros desencajados de mis padres, no habían estado tan gobernados por el dolor como me había hecho creer. Si no era realmente el peso de mi propia culpabilidad lo que me hacía retorcerlo aún más, sufrir aún más por un suceso del que ni siquiera tenía todos los datos claros y accesibles.

Al final, no importaba. No importaba si el sufrimiento de aquella noche era una memoria, una invención, o siquiera algo que los seres que había ido cazando durante mi vida habían implantado en mi cabeza. No podía evitar llorar y desesperarme cada vez que esa noche se reproducía ante mis párpados cerrados. Y aunque normalmente la pesadilla me arrastraba al mundo consciente tras varios intentos por escapar de ella, el agotamiento y la pérdida de sangre me hizo imposible zafarme en aquella ocasión, para mi desgracia... Y para fortuna de la vampiresa que aprovechó la ocasión para arrastrarme consigo a su infierno particular. O lo que era lo mismo, una especie de mazmorra que desprendía un terrible hedor a sangre reseca, a muerte, y a fuego.

No necesité escuchar su voz, ni prestar atención a sus palabras, para despertarme bruscamente. El olor fue más que suficiente para provocarme náuseas, para hacerme vomitar de forma casi violenta, sacudiendo de inmediato todo rastro de confusión de mi cabeza, aún aturdida por el peso de mis propios recuerdos. La miré de frente, sin dejar que el miedo se reflejara en mis ojos, y traté de analizar la situación tan bien como pude. Ella tampoco lucía tan bien como lo había hecho al principio de nuestro encuentro, y lo que en otro momento hubiera significado algo bueno, en aquellos momentos resultaba bastante preocupante. Toda pretensión de inocencia había desaparecido de su semblante, y había sido sustituido por una mueca cruel y burlona que sin duda reflejaba su auténtica naturaleza.

- No sé qué demonios crees que tenemos que hablar, un monstruo y un cazador, pero si piensas torturarme: adelante. Al dolor estoy más que acostumbrado. -Y no mentía. De hecho, lo prefería. El dolor físico era algo que podía tolerar sin demasiados inconvenientes. Eran las otras habilidades, aquellas de las que había hecho gala horas antes, las que me resultaban más complicadas de superar. No creía que fuera a soportar que entrara nuevamente a mi cabeza, a mis recuerdos, sin quebrarme y suplicar. Y prefería morir antes de permitir que un vampiro me llevara a suplicar por mi vida.

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